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Pedro Navascués Palacio '

Regionalismo y arquitectura en Espala ¡


(1900-1930)
A Alberto Villar

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1
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Una de las facetas más atractivas de la que reconocimiento no puede dilatarse más. dad algunas analogías, en ese afán -mu-
se ha llamado «Edad de Plata» de la Este hecho se agrava cuando pasamos de chas veces distorsionado— que busca las
cultura española es, sin duda, el fenómeno la Historia, con mayúscula, a la particular señas de identidad de cada comunidad
regionalista en sus dos niveles básicos: el historia de la arquitectura, donde sus rela- autonómica, con la situación arriba descri-
político y el cultural. Sin embargo, la tores, en recientes visiones generales de ta, planteándose de nuevo la tentación
fundamental aportación de la arquitectura nuestro siglo XX, todavía permanecen mio- hipotética del resurgimiento de una arqui-
a la hora de diseñar el cuadro físico de pes ante este hecho capital. Aún tienen tectura vernácula, «adaptada», como se
aquel proceso y de definir sus imágenes, asumido con cierto temor el prejuicio del decía hace setenta años, a las necesidades
sigue siendo ignorada por quienes han pintoresquismo folklórico y marginan co- de la vida moderna.
hecho la historia del primer tercio del siglo mo «arquitectura maldita» todo un legado
XX. Ignorancia esta vez culpable por cuan- arquitectónico de gran peso específico, Señas de identidad
to que una reciente y seria bibliografía pleno de resonancias políticas, cromáticas, Una de las cuestiones iniciales más pro-
pone a su alcance situaciones que servirían literarias y musicales propias, que sucum- blemáticas se refiere al origen del regiona-
para argumentar más solida y ampliamen- bieron ante el empuje arrollador y supra- lismo arquitectónico, que cuenta con cla-
te el soporte y la encarnadura social del regional del Movimiento Moderno. Afor- ros antecedentes literarios, lingüísticos,
regionalismo. Los historiadores vienen tunadamente contamos con meritísimos ideológicos y políticos en el siglo XIX. En
apoyándose, habitualmente, en testimo- trabajos, como el de Villar Movellán (2), efecto, la «cuestión regional» es un hecho
nios literarios, pictóricos y musicales para que venciendo el tradicional desprecio ha- en los últimos veinticinco años del siglo
argumentar sobre «el redescubrimiento de cia la que se entendía como arquitectura xrx, y bastaría citar los nombres de Mané
una España plural», como escribe certera- anecdótica, reivindicaron para la arquitec- y Flaquer, Víctor Balaguer, Oliver, Pedrei-
mente Jover (1), uno de los pocos historia- tura regionalista el protagonismo que le ra, Prat de la Riba, Pardo Bazán, Pereda,
dores, por no decir el único, que entiende y corresponde como una de las facetas «mo- Palacio Valdés, Blasco Ibáñez, Albéniz y
utiliza la experiencia arquitectónica como dernas» de la actividad edilicia de los Granados, para observar cómo, antes del
ingrediente de la Historia. Pero, en gene- primeros treinta años del siglo. Desastre del 98, hay un clima propicio
ral, se olvida a menudo que el marco de la La aparente paradoja que pudiera deri- para el desarrollo de una posible arquitec-
ciudad, la vivienda, el lugar de trabajo o la varse de esta última afirmación se desvane- tura regional. Sin embargo, nuestra arqui-
arquitectura del ocio tuvieron tanta o más ce cuando pensamos que se trata de la tectura vivía en aquellos momentos la
resonancia y significación que la novela de respuesta arquitectónica a un problema euforia católico-burguesa de la Restaura-
Pereda, un paisaje de Beruete o las Danzas político-sentimental que planteó serias in- ción, haciendo el recuento estilístico de la
de Granados. Aquí, una vez más, la arqui- quietudes al Estado en una etapa de reor- historia de la arquitectura, al tiempo que
tectura vuelve a comportarse como matraz ganización administrativa. Aunque nunca ensayaba la nueva tecnología del hiGrro en
de la Historia, en la que ésta se condensa y lo he visto señalado, entiendo que hay una puentes, estaciones y mercados (3). Entre
solidifica. Es más, el amplio proceso regio- clara vinculación entre la arquitectura re- ambas posturas, y muchas veces connatu-
nalista español (ideológico, político, litera- gionalista y aquel estado de opinión gene- ralizado con ellas, aparece como actitud
rio, etc.), iniciado bajo la Restauración y ralizado en torno a un principio de auto- sdominante el eclecticismo, símbolo de una
acrecentado durante el reinado de Alfonso nomía regional, que se derivaba de un época tolerante que permitía, sin escánda-
XIII, quedaría incompleto si no llegamos a proyecto de ley iniciado por Maura que lo, integrar en el proyecto elementos que
conocer el brillante colofón de la arquitec- cristalizaría en el Real Decreto de 18 de desde otras ópticas hubieran resultado he-
tura regionalista. diciembre de 1913. Por él se autorizaba la terodoxos (4).
En efecto, en ningún otro campo de formación de las Mancomunidades de Pro- No obstante, el eclecticismo no dejaba
expresión, incluyendo el político, se pre- vincias y la redacción de un Estatuto que, de ser visto por los propios arquitectos
senta el regionalismo tan matizado y rico aunque sólo incluyera aspectos adminis- como algo necesariamente pasajero, en
como en la arquitectura. El número y la trativos, suponían, sin duda, un principio tanto se encontrara aquella arquitectura
calidad de la obra producida, su significa- de autonomía regional. Surge así la posibi- que todos anhelaban, pero que ninguno
ción y alcance social, la intención del lidad de configurar una arquitectura pro- acertaba a definir. ¿Cuál y cómo era esa
proyecto, su componente artesanal, la di- pia, alimentada en la tradición local, de arquitectura que toda Europa buscaba,
versidad geográfica más allá de las tópicas acuerdo con unos rasgos diferenciadores desde su respectivo país? Esto, que inicial-
regiones lingüísticas, su participación en la que hoy todos entendemos mejor desde mente era un problema de «estilo», acabó
construcción de un nuevo paisaje urbano, una configuración autonómica del Estado. convirtiéndose en una cuestión nacional.
etc., hacen del regionalismo arquitectónico Salvando cuantos matices sugiera el lector, Nada más elocuente que releer el conocido
un episodio cultural de gran alcance cuyo puede afirmarse que se dan en la actuali- artículo «En busca de una arquitectura
1 Pabellón español en la Exposición Universal de
París de 1900. Urioste, arquitecto.
2 Un anuncio de la época. De Arquitectura y
Construcción, 1918.

nacional», de Luis Domenech y Montaner, formas extraídas del arsenal decorativo


publicado en La Renaixenca en 1878, un plateresco. Pero conviene hacer aquí una
año después de aparecer Las nacionalida- observación urgente, y es que no cabe
des de Pi y Margall. Entonces, el gran identificar, como algunos han hecho erró-
arquitecto catalán se preguntaba: «¿Por neamente, centralismo y arquitectura «es-
qué no cumplir con nuestra misión? ¿Por pañola» en el sentido que venimos indi-
qué no preparar, ya que no podemos for- cando, ni que la arquitectura regionalista
marla, una nueva arquitectura? Inspirémo- surja como respuesta a este «estilo espa-
nos en las tradiciones patrias...» (5.). Dos ñol», puesto que éste fue aceptado libre-
años más tarde Camillo Boito escribía mente y nunca impuesto.
«sullo stile futuro» de la arquitectura ita- En resumen, hay una componente na-
liana, el cual debía ser por encima de todo cionalista en la arquitectura del primer
un estilo nacional, enlazándose «libremen- tercio del siglo XX, importante y de muy
te con un único estilo italiano del pasado honda repercusión, que tiene sus orígenes
(...), máxime ahora que Italia se ha hecho ideológicos en el pasado siglo y que plan-
nación» (6). Con éstos y otros testimonios tea, en definitiva, un problema de estilo
análogos viene a cerrarse en el siglo xix como compromiso con la historia propia
todo un capítulo cuyas inquietudes resume cual, de algún modo se consagró como frente a la historia de las demás naciones.
bien el título del artículo de Domenech: en «estilo nacional» en la Exposición Univer- De este modo era como el arquitecto e
busca de una arquitectura nacional. Capí- sal de París de 1900, donde el comité historiador don Vicente Lampérez enten-
tulo que, a su vez, tiene su origen en otro organizador había pedido a los distintos día aquel nacionalismo, del que fue públi-
conocido escrito de Goethe, «Von Deuts- países la elección de la que pudiera enten- co defensor en una conocida serie de con-
che Baukunst» (1772), en el que el poeta se derse como su más característica arquitec- ferencias pronunciadas en el Ateneo de
extasía, sí, ante la belleza de la catedral de
tura nacional. Aquí se encargó el proyecto Madrid en 1911: «Si a la arquitectura
Estrasburgo, pero no menos de conocer del pabellón español a Urioste, quien no española contemporánea le falta la unidad
que su arquitecto, Erwin de Steinbach, era dudó en buscar en «el florido período del de miras que puede llevar al estilo futuro,
un alemán, proponiendo cambiar el nom- arte español de la época del Renacimien- propio del siglo XX, el único camino es el
bre de arquitectura gótica por el de arqui- to» los elementos necesarios a través de losnacionalismo...» Tres años más tarde el
tectura alemana (7). cuales resucitaron, fragmentariamente, el propio Lampérez ganaba el concurso
palacio de Monterrey, la Universidad de abierto por el Círculo de Bellas Artes de
La nostalgia del Imperio Alcalá de Henares, el Alcázar de Toledo, Madrid sobre «La casa antigua española»,
Este entusiasmo y la vinculación entre la Casa Zaporta de Zaragoza, etc., en el al tiempo que los Ayuntamientos premia-
arquitectura y nación, de honda raíz ro- deseo de recordar la poderosa España de ban las nuevas casas «platerescas» que
mántica, se mantuvo viva hasta bien entra- Carlos V, a través de una recreación de la dieron lugar a un estilo renacimiento, lla-
do el siglo xx. El propio Miguel de Una- arquitectura plateresca, «y ya que perdi- mado irónicamente «remordimiento» por
muno escribe desde su ciudad de Salaman- mos colonias y prestigios políticos, que el lo tortuoso de sus elementos decorativos
ca aquellas Andanzas y visiones españolas, arte y la industria allí representados, le- que alcanzaron igualmente al mobiliario y
dedicando un capítulo a «La torre de vanten nuestro decaído espíritu en presen- decoración interior, creando aquel incó-
Monterrey a la luz de la helada», donde cia de las demás cultas naciones» (9). Estas modo estilo español que médicos, aboga-
con una emoción análoga a la de Goethe, palabras, escritas por el arquitecto y críti- dos y militares, entre otros, adoptaron en
dice: «Esta mi torre de Monterrey me co Luis María Cabello, al año siguiente del sus consultas, bufetes y cuarteles (10).
habla de nuestro Renacimiento, del renaci- Desastre del 98, explican el alcance aními-
miento español, de la españolidad eterna, co de aquel neoplateresquismo. El éxito Lo regional como recurso
hecha piedra de visión, y me dice que me del pabellón de Urioste en París, generó Lo dicho hasta aquí sobre el nacionalis-
diga español y que afirme que si la vida es entre nosotros una ola de «arquitectura mo en la arquitectura tiene una fácil apli-
sueño, no es más que digestión que pasa, Monterrey» que no sólo se repitió en el cación al fenómeno regionalista, puesto
como pasan el dolor y el goce, el odio y el pabellón español en la Exposición Interna- que ambos no sólo tienen los mismos
amor, el recuerdo y la esperanza...» (8). cional de Arte de Roma (1911) y en otros
resortes, sino que los protagonistas y los
edificios singulares, sino que en un proceso
El testimonio de Unamuno es un buen de identificación dio lugar a bloques de clientes coinciden igualmente. Ello sin ol-
exponente de aquella identificación entre viviendas revestidos con las más variadas vidar la correspondencia o identificación
estilo español y arquitectura plateresca, la que de hecho se da entre los conceptos de
1 y 2 Proyecto de casa para don José de
Argumosa en Tórrela vega, 1915. Rucabado,
arquitecto. De Arquitectura y Construcción, 1918.
3 El Palacio de Artes e Industrias de la
Exposición Iberoamericana de Sevilla, 1929. Aníbal
González, arquitecto.

nación y región, cuyos matices varían mu-


cho según cuándo, cómo y quién los utili-
ce. Al margen ahora de los motivos cir-
cunstanciales que pudieron alentar el re-
gionalismo arquitectónico, estimo que el
regionalismo era la salida final y única de
las arquitecturas nacionales. Es decir,
cuando el siglo XK había agotado la revi-
sión de los grandes «estilos» que en el
mundo han sido, y experimentada la solu-
ción nacionalista, no cabía sino explorar el
propio paisaje y la historia local para
utilizar sus elementos en una nueva recrea-
ción. Al fin y al cabo se trata del último
«revival» de la serie iniciada por el neocla-
sicismo. La otra solución sería la ruptura
con la geografía y la historia como hará el
racionalismo.
Que nacionalismo y regionalismo arqui-
tectónicos tienen un mismo núcleo queda
de manifiesto en 1915, año en que se
celebra el VI Congreso Nacional de Arqui-
tectura, en San Sebastián. Allí se produjo
una importante polémica cuyos ecos tar-
darían algunos años en apagarse. Dicho Aquel texto fue discutido y muy espe- talla de arquitecto, dibujante y erudito. No
Congreso reunió a los dos arquitectos más cialmente por Demetrio Ribes (14), quien tardó mucho Demetrio Ribes en contestar-
destacados del regionalismo español en plantea, como luego veremos, la arquitec- le afirmando que ya existía un arte Nacio-
aquel momento, aunque no los únicos, me tura nacional al margen de los estilos nal, por lo que resultaba inútil resurgirlo,
refiero a Leonardo Rucabado (11) y Aní- tradicionales, y desde luego pidiendo, en «y será bueno o malo, pero no es mejor ni
bal González (12), quienes encabezan lo cualquier caso, libertad de expresión en la peor que el que en la hora actual corres-
que debiéramos llamar escuela montañesa arquitectura. Dicha tesis prevaleció y el ponde a nuestra patria» (16). Ribes, más
y andaluza respectivamente. Dos grupos Congreso de San Sebastián hizo públicas preocupado por el mecanismo de la arqui-
de gran coherencia interna, muy localizado sus conclusiones encabezadas por esta de- tectura que por el ropaje ornamental, al no
en Sevilla capital el andaluz y más disperso claración de principios de libertad, omi- estar determinado «por el problema cons-
el montañés por Cantabria, País Vasco y tiendo —afortunadamente— los tres pri- tructivo ni por el utilitario del edificio»,
Asturias. Ambos arquitectos presentaron meros puntos de la ponencia de Rucabado accede, sin embargo, a que «en aquello
una ponencia al Congreso de San Sebas- y González, y asumiendo con ligeras que es accesorio, en lo que está en nuestra
tián que podemos considerar como autén- modificaciones los demás. mano tratar con mayor libertad, nos
tico manifiesto del Regionalismo, dado el orientemos en el sentido de que queden en
tono beligerante con que está redactada. El siglo XX reivindicado los edificios de la época presente muestras
El tema objeto de la ponencia no deja Esta solución no satisfizo a Rucabado, del nivel alcanzado por las restantes artes
lugar a duda sobre sus intenciones: «Orien- quien escribió un largo artículo, dedicado plásticas y de los progresos que nuestra
taciones para el resurgimiento de una Ar- a Lampérez, sobre «La tradición en la civilización ha aportado al desarrollo de
quitectura Nacional.» El breve texto de Arquitectura», pero dirigido a Ribes, co- las artes decorativas».
Rucabado y González terminaba con unas mo continuación de la polémica de San Al tiempo que Ribes va desgranando sus
conclusiones, cuyos diez puntos no se Sebastián (15). Rucabado, asido a un plan- argumentos, da entrada a otras críticas
aprobarían íntegramente, comenzando por teamiento conservador, insiste en sus pun- ejercidas contra el casticismo regionalísta,
el que resumía toda la filosofía del escrito: tos de vista y termina citando un texto de como la del joven Leopoldo Torres Balbás,
«1.° Por dignidad nacional, se impone Menéndez Pelayo sobre Balmes, lo cual quien en el primer número de la revista
la necesidad de un resurgimiento del Arte expresa su actitud ideológica, sin que esto Arquitectura (1918) ya había advertido so-
español arquitectónico...» (13). pueda entenderse como crítica a su gran bre el error del casticismo que imita obras
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de artistas que no fueron castizos (17), verse en términos «tradicionales». El jura- ta» regionalismo asturiano (Manuel del
aplicando aquí ideas y conceptos leídos do premió entonces el «Proyecto de Pala- Busto y Casariego, entre otros) se suma al
muy probablemente en Unamuno («La cio para un Noble en la Montaña», obra, empeño de aclimatar en la ciudad la torre,
tradición eterna») y Azorín («Casticis- magnífica sin duda, de Rucabado. A partir el soportal y la solana. Se trata de todo un
mo»). de ese momento la arquitectura montañesa proceso de «adaptación sagaz», como se-
tomó carta de naturaleza en nuestra arqui- ñalaba Lampérez al referirse a Rucabado
Montañeses y andaluces tectura, siendo reconocida oficialmente, a en la revista Arquitectura (1918), pues na-
El citado Congreso de San Sebastián sir- través de Rucabado, en sendos premios de die como éste había sabido adaptar hasta
vió así de catalizador, en el que reaccio- las Exposiciones Nacionales de 1913 y entonces «el hall inglés al estragal santan-
naron dos posturas irreconciliables, pero 1917. Al margen de otras manifestaciones, derino; el window a la solana, la loggia al
no supuso el comienzo ni el fin del regio- el año de la muerte de Rucabado (1918) se pórtico y la silueta del cottage o del hotel a
nalismo, sino en todo caso una reflexión celebró la «I Exposición Artística Monta- la de la casona hidalga o a la casuca
en voz alta que no afectaría al desarrollo ñesa», en la que intervinieron los arquitec- pasiega». Ello da medida del paradójico
de la arquitectura regionalista. Esta conta- tos que tomaron el relevo y que hasta influjo inglés en gran parte de esta arqui-
ba con su propia clientela en un amplio fechas muy recientes han sido injusta e tectura montañesa, la cual se distribuye
estrato social de signo conservador bien ignorantemente tratados. Bastaría citar el con frecuencia sobre programas amplia-
representado en aquella benemérita «So- nombre de Javier González de Riancho mente difundidos por las revistas inglesas,
ciedad Española de Amigos del Arte» que, (18), entre los de Lavin Casalis, Lavin del arropados con elementos autóctonos.
en 1910, comenzó a publicar una magnífi- Noval, Emilio Torriente, Sainz Martínez, Si el Salón de Arquitectura de 1911
ca revista con el título de Arte Español. etc., para comprender la importancia de su puede tomarse como primera manifesta-
Fue precisamente esta sociedad la que, contribución al proceso regionalista mon- ción pública de la arquitectura montañesa,
junto a la Central de Arquitectos, organizó tañés y el talento de la obra producida. A el regionalismo andaluz tiene como punto
el Primer Salón Nacional de Arquitectura todo esto, y en una vertiente que quiere de partida el concurso de construcción y
en 1911, con los proyectos presentados a definirse como vasca, hemos de añadir el reforma de fachadas de estilo sevillano,
un concurso sobre tipología de viviendas grupo de arquitectos bilbaínos que encabe- convocado por el Ayuntamiento hispalen-
(palacio, casa de pisos, casa de campo y za de modo excepcional Manuel María se en 1912. Ello no quiere decir que con
reforma de una fachada), que debían resol- Smith (19), al tiempo que el menos «puris- anterioridad a las dos fechas mencionadas
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no haya obra regionalista, pero sin duda es dogámico, del que sólo el talento creador ofrece un desigual espectáculo hasta que
a partir de entonces cuando este regiona- sabría salir airosamente. Si en la arquitec- empiezan a ejercer una fuerte influencia los
lismo va más allá del capricho de los tura montañesa la gramática se reducía a modelos de los mejor dotados, como fue-
clientes y del entusiasmo de los arquitec- torres, solanas, aleros, soportales y el ma- ron Aníbal González, Juan Talavera (20),
tos, al encontrar un apoyo institucional nejo de la piedra con entramados de made- José Espiau (21), sin excluir a los Gómez
que en el caso del Ayuntamiento de Sevilla ra vistos, todo ello dentro de unos paráme- Millán, entre otros. Pero al margen de la
se tomaría en otras ciudades como modéli- tros que van de lo popular a soluciones actividad de estos hombres, lo que mantu-
co. Aquella iniciativa municipal buscaba entre herrerianas y barrocas, en la arqui- vo viva la llama regionalista en Sevilla fue
unificar criterios y estimular una arquitec- tectura sevillana encontraremos el predo- la gran Exposición, tanto en su etapa
tura grata a los visitantes que la ciudad minio del ladrillo en paramentos cuidado- hispano-americana (desde 1911) como en
esperaba con motivo de la Exposición samente aparejados y animados con azule- la ibero-americana (1922-1929), y todo lo
Hispano-Americana, cuya inauguración jería, sin excluir la piedra, y cuya fisono- que ello arrastró desde el concurso de
estaba inicialmente prevista para 1914. En mía dominante se mueve entre un claro fachadas ya mencionado, pasando por el
las bases del concurso se puntualizaba mudejarismo de varia especie y los cultis- cualitativamente más importante del Hotel
sobre la necesidad de ajustarse a «los mos procedentes de su pasado renacentista Alfonso XIII (1916) y sin dejar de lado la
estilos característicos de nuestra ciudad en y barroco. celebración en Sevilla del VII Congreso
sus distintas épocas», lo cual era una ama- Como un «estilo» no cabe crearlo por Nacional de Arquitectos (1917), donde de
ble invitación a un eclecticismo local, en- decreto y a plazo fijo, el sevillanismo nuevo surgió la «cuestión regional», aun-
1 y 2 El Casino-Teatro de la Exposición
Iberoamericana de Sevilla, 1929. Vicente Traver,
arquitecto.
3 La Exposición Internacional de Barcelona, 1929.
Las gradas de Santiago de Compostela en el Pueblo
Español.

que esta vez no fuera objeto de debate, si Exposición se inauguró en 1929 y en su nada un pabellón ejemplarmente moderno
bien Lampérez llegó a pronunciar una recinto había algo más que sevillanismo, sin renunciar a las esencias de la arquitec-
conferencia sobre los «Antecedentes histó- pues el propio certamen dio cita a otros tura nazarí.
ricos de la arquitectura rural en España». regionalismos. En Sevilla el pabellón de las
A través de la obra de Aníbal González Vascongadas (Basterra), Asturias (Rodrí- Un casticismo inducido
para la Exposición, cabe observar una guez Bustelo), Cataluña (Sagnier), Cana- Si se nos permite insistir en la cuestión
cierta evolución de este sevillanismo que rias (Pelayo López y Martín Romero), del apoyo institucional del regionalismo
partiendo de una imagen pintorescamente Galicia (Durán-Salgado), etc., ofrecían el recordaré dos situaciones que podrían ex-
neohistoricista (Proyecto del Gran Casino, estado de la cuestión en orden al regiona- tenderse a otros muchos concursos de es-
1911), mejora en el Pabellón Mudejar o de lismo español y donde, en definitiva, se tos años, que contribuyen a mejor enten-
Arte Antiguo de la Plaza de América y ponía en juego la capacidad del arquitecto der la coherencia del regionalismo ante
madura en el conjunto de la Plaza de ante un programa que para todos pedía los determinadas tipologías. Valga, en primer
España (1914-1928), donde el arquitecto estilos más característicos de la provincia o lugar, el concurso para centrales de Co-
dice haberse inspirado de nuevo en el comarca representada. Así, mientras Yar- rreos en las distintas provincias españolas,
renacimiento español, y que para mí signi- noz, en el pabellón de Navarra, o Sánchez cuyas bases se publicaron unos meses an-
fica el canto del cisne no tanto del regiona- Núñez, en el de Castilla la Vieja, hacían un tes de la celebración del Congreso de San
lismo/nacionalismo, como del eclecticismo «collage» de sus respectivas arquitecturas Sebastián. En él se pedía a los participan-
historicista en clave monumental. La gran históricas, Torres Balbás hacía para Gra- tes que incluyeran en sus fachadas «los
1 La estación de Cestona-Villa en el Ferrocarril
del Urola, 1924. Cortázar, arquitecto.
2 y 3 Casa de campo en Moneada, Barcelona,
hacia 1917. Doménech Mansana, arquitecto.

estilos históricos nacionales y, sobre todo,


los típicos de la localidad en la que el
nuevo edificio se haya de construir», pues
de este modo se contribuiría «al resurgi-
miento artístico de nuestra arquitectura» y
a la desaparición del «exotismo» (22). A i i
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este llamamiento acudieron Zuazo y Quin-
tanilla con una arquitectura montañesa
para el edificio de Correos de Santander,
Anasagasti con un modelo meridional pa-
ra el de Málaga, Agustín Eyries inspirán- ^fr:r>f
dose en la arquitectura gallega para El
Ferrol, e incluso el propio Ribes presentó Ttí
para Castellón un curioso edificio de ca- tí r-ipi' -.. .' - , . - i l J :
rácter neomudéjar, que seguía siendo el
tópico básico del «estilo español», como el
andalucismo lo era de la «música españo-
la», ya se trate, por ejemplo, de «Asturias» :¿3 i,
o de «Cádiz» en la Suite Española de
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Albéniz.
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A la hora de implantar nuevos servicios
en las ciudades españolas, se recurrió casi
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siempre a este sentimiento del regionalis-
mo, aunque se tratara de edificios de ca-
rácter industrial. El ferrocarril, de capi-
tal inicialmente extranjero, había im-
puesto unos modelos de estaciones de ori- (Azpeitia, Zumaya, Cestona-Balneario) o ñés. Los edificios de Barcelona, Zaragoza y
gen francés ajenos por completo a nuestro con la imagen popular del caserío vasco Bilbao son sobrios, clásicos y fuertes. Ale-
paisaje arquitectónico y siempre cansina- (Cestona-Villa, Iraeta) (24). gres y luminosos el de Valencia y la sucur-
mente iguales. Ganivet, en Granada la sal de El Grao. En el de Sevilla se emplea-
bella, había censurado ya aquella monoto- Pintoresco, sobrio, majestuoso o alegre rá toda la riqueza decorativa del arte anti-
nía y se preguntaba: «¿Esto es una nación Podríamos llenar muchas páginas aña- guo y moderno sevillano. En Las Arenas,
o un hospicio? (....) Si la ciudad.es gótica, diendo testimonios y datos como los ante- en Vizcaya, haremos una central que se
que la estación de ferrocarril sea gótica, y riores, pero terminaré con uno, ciertamen- asemejará a un pintoresco caserío vasco, y
si es morisca, morisca» (23). Esto, escrito te curioso, como es el de la Compañía el de la Gran Vía de Madrid, imponente,
en 1896, si bien ya contaba con anteceden- Telefónica Nacional de España, hija de la fuerte, majestuoso y muy español y muy
tes en la línea Sevilla-Huelva, adquiere multinacional I.T.T., fundada aquélla en madrileño...» Añadamos que para la Tele-
cierta aplicación en la estación sevillana de los años del fervor regionalista que, para fónica trabajaron hombres tan significati-
Plaza de Armas, pero culmina como tal mejor ganarse las voluntades de institucio- vos como Aníbal González, Talavera, Her-
arquitectura regionalista en la magnífica nes y futuros abonados, planteó una estra- nández Rubio, Guerrero Strachan y otros
estación de Jerez de la Frontera, excelente tegia edilicia en la que intervinieron mu- análogos, con lo cual es fácil de intuir el
muestra del estilo sevillano, y en la muy chos arquitectos, si bien fue Ignacio de carácter marcadamente regionalista de
curiosa de Toledo (1916-1920), ciudad mu- Cárdenas quien estuvo al frente del llama- aquellas centrales telefónicas (25).
dejar por excelencia, que anticipa al viaje- do Departamento de Edificios. Este arqui- Como reflexión final querría hacer notar
ro su «genius loci». No faltaron versiones tecto escribía en 1927, lo siguiente: «La la ausencia del potente foco catalán, den-
montañesas y vascas, como sucede con la
idea nacional de nuestra Compañía se tro de este regionalismo de tendencia peri-
magnífica colección de estaciones de ferro-
afirmará en las fachadas de sus edificios, férica, cuya arquitectura ha sido incluida
carril del Urola, en Guipúzcoa, donde el
los cuales pretendemos siempre que armo- por la historiografía tradicional, bien en el
arquitecto Cortázar proyectó, en 1924, dos
tipos de estaciones, coincidiendo según su nicen con el carácter peculiar de cada «Modernisme», bien en el «Noucentisme».
categoría con la gran casona solariega población, y así se levantó en Santander la Sin embargo, quiero ver, sin ánimo de
primera Central de marcado estilo monta- polémicas estériles, muchas obras y mu-
I P L A H m BA^JA.

que lo habia construido era alemán, instigado por el valor de este


monumento de arte me atreví a cambiar el nombre de gótica aplicado
hasta entonces a esta arquitectura, reivindicándola para nuestra nación
bajo el nombre de arquitectura alemana.» Fragmento de Aus meinem
Leben. Wahrheit und Dichtung, cit. por S. Montero Díaz en su
Introducción al estudio de la Edad Media, Murcia, 1984, pp. 76-77.
8 Unamuno, M. de: Andanzas y visiones españolas, Madrid, 1975 (10.a
ed.), p. 197.
9 Cabello, L. M.: «Urioste y el pabellón de España en París en 1900»,
Resumen de Arquitectura, 1899, pp. 32-33.
10 Navascués, P.: «Los premios de arquitectura del Ayuntamiento de
Madrid (1901-1918)», Villa de Madrid, 1976, núm. 52. pp. 15-26.
11 Basurto, N.: Leonardo Rucabado (Tesis de licenciatura inédita), y
«El arquitecto Leonardo Rucabado, 1875-1918», en Homenaje a Leo-
nardo Rucabado, Bilbao, 1982, pp. 17-53.
12 Pérez Escoíano, V.: Aníbal González, Sevilla, 1973.
13 «2.°. España no muestra predilecciones por la libertad artística en
la Arquitectura.
3.° El culto a la tradición es uno de nuestros caracteres de raza.
4.° El culto a la tradición ha originado los más grandes estilos
históricos y continúa alimentando los modernos en los pueblos más
florecientes, sin que haya excluido nunca los caracteres de la obra de
arte derivados del temperamento personal del artista.
5.° Las prácticas para la instauración del Arte arquitectónico español
tendrán por aspiración esencial los estilos históricos nacionales, con las
naturales adaptaciones de lugar y época.
6." En las escuelas de Arquitectura se dará capital importancia a la
enseñanza de nuestros estilos históricos.
7.° Las asociaciones de Arquitectura, por sí, o cooperando a la labor de
las Comisiones de Monumentos, fomentarán la formación de Museos
Regionales de Arqueología, procurando establecer intercambios para la
difusión del perfecto conocimiento de las diferentes modalidades del
Arte Nacional.
8.° Con el fin de fomentar el desarrollo del Arte Nacional, el Congreso,
directamente, o mediante las Asociaciones de Arquitectos, Ponencias o
Comisiones que se designen al objeto, solicitará el apoyo de cuantas
entidades y personalidades puedan prestar su concurso moral o mate-
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rial para la organización de un solemne certamen anual de la Arquitec-
tura española.
9.° El Congreso instará a los Ayuntamientos de las capitales de
provincia a imitar el ejemplo dado por el de Sevilla, que, para fomentar
la edificación de estilo regional, ha establecido un concurso con
chos arquitectos haciendo una suerte de nuevos problemas cuya interpretación ex- honrosos premios para las edificaciones inspiradas en los estilos
tradicionales de la región.
arquitectura regional que, de aceptarse, cede el presente trabajo. 10.° Se debe pretender que los concursos de proyectos que establezcan
haría menos rígido el panorama catalán y Hemos ido manejando hasta aquí fechas los diferentes Ministerios, Diputaciones, Ayuntamientos y demás
centros oficiales, determinen preferencias para los inspirados en nues-
más fácil de entender el evidente tradicio- y datos que pueden señalar el origen y los tros estilos nacionales.»
nalismo de un Puig y Cadafalch, o incluso momentos fuertes del regionalismo arqui- Estas 453.
conclusiones fueron publicadas en Arte Español, 1915, pp. 437-

de un Martorell, a pesar de que técnicas tectónico, y toca ahora decir que aquella 14 Aguilar, L: Demetri Ribes, Valencia, 1980.
15 Rucabado, L.: «La tradición en la arquitectura (comentarios a la
constructivas, evidentemente modernas y etapa termina, como tantas otras cosas, en discusión de este concepto por el Congreso Nacional de Arquitectos
propias, que afectan a la médula del pro- los días de la Guerra Civil, pero no es queridísimoen amigo celebrado San Sebastián, el año de 1915). A mi ilustre compañero y
don Vicente Lampérez», Arquitectura y Construc-
yecto y no sólo a sus fachadas, puedan menos cierto que ya unos años antes, la ción, 1917, pp. 27-42.
desviar nuestra atención del carácter neta- generación de arquitectos de 1925, iniciaba el16trabajo Ribes, D.: «La tradición en la arquitectura. Escrito después de leer
de D. Leonardo Rucabado tratando este tema...» Arquitectu-
mente autóctono de su obra. Entiendo que un giro en redondo hacia una arquitectura ra y Construcción, 1918, pp. 21-28. (Se añade además la comunicación
medievalismo, eclecticismo y regionalismo comprometida consigo misma y no con el presentada por Ribes, en el Congreso de San Sebastián de 1915, a la
ponencia de Rucabado y González sobre las mencionadas «Orientacio-
afloran, con excesiva frecuencia, en el mo- paisaje, la literatura ni la tradición. nes para el resurgimiento de una arquitectura nacional».)
dernismo catalán como para aceptar sin 17 Torres Balbás, L.: «Mientras labran los sillares...», Arquitectura,
1918, núm. 1, pp. 31-34.
fisuras todo él como tal y ortodoxo mo- 1 Jover, J. M.: «La época de la Restauración. Panorama político- 18 Morales, M. C: Javier González de Riancho (1881-1953), arquitec-
dernismo. Resulta muy difícil de explicar social, 1875-1902», en vol. VIII de la Historia de España, dirigida por to, Oviedo, 1983.
Tuñón de Lara, Barcelona, 1981, pp. 374 y ss. 19 Fullaondo, J. D.: Manuel María Smith e Ibarra, arquitecto, 1879-
que mientras el regionalismo es, por una 2 Villar, A.: Introducción a la arquitectura regionalista. El modelo 1956, Madrid, 1980.
sevillano, Córdoba, 1978, y sobre todo Arquitectura del regionalismo en 20 Villar, A.: Juan Talayera y Heredia, arquitecto, 1880-1960, Sevilla,
parte, un fenómeno europeo de gran mag- Sevilla (1900-1935), Sevilla, 1979. 1977.
nitud y, por otro lado, una realidad palpa- 3 Navascués, P.: Arquitectura y arquitectos madrileños del siglo XIX, 21 W.AA.: José Espiau y Muñoz, arquitecto, 1884-1938, Sevilla
Madrid, 1975, y Del neoclasicismo al modernismo, Madrid, 1979. (1984).
ble y discutida con calor en el panorama 4 Navascués, P.: «El problema del eclecticismo en la arquitectura 22 Cabello Lapiedra, L. M.: «Los nuevos edificios para correos y
español, no encuentre en Cataluña eco española del siglo XIX», Revista de Ideas Estéticas, 1971, núm. 114, pp. telégrafos», Arquitectura y Construcción, 1919, pp. 81-94.
111-125. 23 Ganivet, A.: Granada la bella, Granada, 1968, pp. 115 y 117 (1.a
algyno, salvo que se sostenga que el «mo- 5 Fragmento del texto íntegro traducido en Cuadernos de Arquitectura ed., Helsingfors, 1896).
dernisme» hay que entenderlo como tal (Barcelona), 1963, núms. 52-53, pp. 9-11. 24 Navascués, P., y Aguilar, I.: «Introducción a la arquitectura de las
6 Una antología de textos análogos la recoge L. Patetta en su Historia estaciones en España», en El mundo de las estaciones, Madrid, 1980, pp.
regionalismo, o nacionalismo si algunos lo de la arquitectura. Antología critica, Madrid, 1984. 137-230.
prefieren así, pero en ese caso se plantean 7 «En consideración ahora a que este edificio había sido erigido en 25 Navascués, P., y Fernández, A. L.: El edificio de la Telefónica,
Madrid, 1984.
una antigua comarca alemana y también a que el nombre del maestro

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