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27 en España).
Conocimiento
A diferencia de otros momentos de la historia de la lírica,
la experiencia poética se entendió por aquellos escritores
más como un modo de conocer que como una forma de
comunicar. La poesía servía para ordenar y comprender el
mundo y no debía ser utilizada como recurso de propaganda
ni como instancia demagógica para fascinar a las masas.
El romancero
El romancero regresó, depurado, en la altísima expresión de
García Lorca, y lo hicieron también las décimas o las
silvas en la obra de Guillén o de Cernuda. Pero lo más
importante fue que esa recuperación de lo popular nunca
degeneró en populismo ni permitió, jamás, la caída de la
exigencia literaria o la tramposa confusión entre sencillez
y banalidad.
Los padres poéticos de aquella promoción deslumbrante,
Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, habían mostrado la
necesidad de atender a la labor rigurosa de la literatura
rastreando la inspiración en las propias raíces españolas.
Estos hombres no precisaron de retórica patriotera ni de
inflamaciones de pregón para demostrar su profunda
españolidad. Lo hicieron partiendo de una inmensa cultura
que les hacía conocedores de nuestra lírica más auténtica,
y de una competencia creadora que lo era todo, menos
indiferente a su tiempo y a nuestra historia. Lo hicieron
ofreciendo su extraordinaria capacidad de asimilación de lo
que se escribía en Europa a la tierra en la que la palabra
del hombre español tomó forma durante siglos. Solo la firme
conciencia de esas raíces les permitió volar tan alto, en
su viaje hacia el fondo de la poesía contemporánea.
Solo desde ese patriotismo pudieron ser el fundamento de
una materia lírica con afán de universalidad y permanencia.
Al igual que su maestro Juan Ramón Jiménez, alzaron su
voluntad de belleza echándose «en la tierra, enfrente del
infinito campo de Castilla», para poder mostrar al mundo el
significado último de su trabajo: el hallazgo de la poesía
como «humana fuente bella, árbol universal de hoja perenne,
eternidad concreta».