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CIENCIA Y HUMANIDADES

JAVIER DE LORENZO

Se ha planteado como tema para debate uno ya muy clásico: Ciencia y Humanidades,
justamente en esta universidad que se acoge bajo el nombre de Universidad de
Humanidades. Voy a iniciar mis palabras con unas preguntas que han sido, siempre,
básicas; preguntas cuya problemática estará subyacente en todo lo que discutamos:
¿Cuántas maneras hay de vivir la vida? ¿Cuántas de captar el cosmos, de situarnos en él?
Parto de la convicción, por experiencia vivida, de que la visión del cosmos y las
preocupaciones vitales inmediatas de una india maya en Sierra Lacandona, México, no es la
misma que la que tiene uno de ustedes, de la que tenemos todos aquí en España. Una visión
del cosmos, unas preocupaciones vitales que, aquí y ahora, vienen radicalmente
condicionadas por el tipo de sociedad en el que se ha nacido y desarrollado cada uno.
Esa visión lo conforma de tal manera que la llega a considerar como la única válida
y no solo para él, sino para el resto de los mortales. Fundamentalismo normativo,
dogmático, supeditado a unas valoraciones a veces acríticas por el cual la visión y el tipo de
sociedad en la que se encuentra -con todas las modas y clichés que le organizan la vida- lo
intenta imponer a los demás. El ombligo de cada uno es el centro del universo...
Desde esta convicción -que, insisto, surge de una experiencia vital- observo que hay,
en el entorno en el cual nos encontramos, tres grandes campos al menos, no disjuntos entre
sí sino con muy fuertes solapamientos, que condicionan nuestra manera de vivir la vida,
nuestros comportamientos, nuestras acciones, nuestros saberes.
Esta convicción, cuando se pretende que sea a la vez análisis crítico, cabe situarla y
como punto de partida, con todas las reservas imaginables, en una larga tradición. Tradición
que admite tres tipos de campos o saberes en los que se ha escindido la cultura occidental,
en el Ámbito en el cual, aquí y ahora, nos encontramos. Saberes escindidos o separados
desde, al menos, la tradición griega en:
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* doxástico -con su estructuración peculiar dada por el contexto en el que nace, se educa y
vive un individuo en una colectividad dada; un saber acerca de objetos, fenómenos,
comportamientos..., contextual, controvertible u opinable, pasajero y cambiante, no
fundamentado. Un saber, siempre, de lo particular, aunque el artista intente establecer unas
reglas o normas que orienten su profesión, su trabajo.
* simbólico -bajo el cual encuadro el saber mágico, el religioso con todos sus matices- con
sus repercusiones en la vida social, como puede observarse con la imposición de los días y
épocas ‘festivos’. Un saber acerca de elementos trascendentes, fundamentado en la
revelación, sea divina o de tradiciones. A este saber hay que incorporar hoy día una serie de
ideologías, que en algunos casos se pretenden apoyar en nociones más o menos vagas
“científicas”, que incorporan unos principios y normas que se adoptan como dogmas y en
los que se cree con la misma fe que en el terreno religioso.
* epistémico o saber ‘científico’ que sería el saber pretendidamente fundamentado y, por
ello, permanente. En palabras de Platón en Teeteto (201 c) sería: "opinión verdadera
acompañada de razón", donde esa razón es un medio o criterio para fijar la opinión
verdadera; criterio que se convierte en un "encadenamiento" de razones apoyadas en la
causalidad como se precisa en Menón (97 e-98a). Saber ‘científico’ que habría que precisar
bajo la rúbrica ‘tecno-científico’ porque es la unión ciencia-técnica uno de los hechos
diferenciales de la evolución de la especie humana hasta el punto de que se puede afirmar
que la interacción ciencia-técnica ha sido una de las claves de esa evolución. Y ello desde
que tuvo lugar la Revolución Agrícola hace unos doce mil años.
Tres saberes, tres campos que vienen subtendidos, a la vez, por unas valoraciones y
unas ideologías. El saber doxástico es el que posee el ‘hombre de la calle’. Base común, la
lengua de la comunidad en la que ese hombre se encuentra. Lengua que proporciona, junto
al espacio y tiempo en el que se vive, una determinada visión del cosmos. No es, ni puede
ser, un saber unitario y fijado, sino cambiante. Desde él, se adoptan notas de los saberes
profesionales pero con la ambivalencia de que estos saberes pierden su sentido estricto por
quedar dotados de una nota de coloquialidad.
El saber común de quien oye mis palabras incluye el manejo del coche, la televisión,
tejidos acrílicos, teléfono móvil o fijo, ordenadores, mandos a distancia, autopistas,
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aviones…; vive en ciudades convertidas algunas en macro-ciudades... Un manejo que no


supone, para nada, el conocimiento de cómo funcionan cada uno de esos artefactos ni de
aquellas formas de energía y conceptos que los posibilitan: electricidad, termodinámica,
computabilidad…Manejo o saber común que, sin embargo, entraña una categorización de lo
real, una visión del cosmos radicalmente diferente de lo que podía estimarse como saber
común en este país hace cincuenta años, por ejemplo, y muy diferente del que se puede
tener en Sierra Lacandona como he indicado.
El saber doxástico comprende una serie de prácticas sociales, conceptuales y
simbólicas, junto a un haz de valoraciones, que se reflejan y manifiestan en la vida
ordinaria, en lo que calificar sentido común de ese ‘hombre de la calle’. Práctica diaria que
maneja, para algún sector, un lenguaje que hace referencia a elementos como discoteca,
libro, clases... además de las que antes mencioné. Produce formas de vida que se plasman
en las situaciones, pensamientos, acciones, conductas en las que, en cada contexto, vive
cada individuo.
Lo que califico de saber profesional, epistémico, se escinde en distintos campos
entre los que se encuentra el saber tecno-científico. En los saberes profesionales se pretende
una fijación de sus términos correspondientes mediante el manejo de un lenguaje especial,
mezcla de lenguaje común y de ideograma, así como a través de principios de adecuación
conceptual tanto formal como material. En estos saberes se trata de describir, comprender y
transformar lo real pero no en su totalidad, en su globalidad, sino en parcelas de lo real.
Parcelas de lo real que, según los métodos utilizados, procuran conocimientos sectoriales
que se estratifican o plasman en teorías que desde otro saber sectorial pueden hacerse
incomprensibles.
Exige, el logro pleno de este tipo de saberes, un previo estudio y aprendizaje y,
consecuentemente, el logro o dominio de unas experiencias propias de dicho tipo de saber.
Experiencias que, como consecuencia, permiten alcanzar un tipo de visión del cosmos que
se superpone a la visión dada por el saber doxástico y a cuyo ámbito pertenece,
obligatoriamente, quien adquiere y hace este saber y quien adquiere la experiencia propia
del mismo.
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Naturalmente, como el profesional -y en concreto, el científico- se encuentra en los


dos campos, y de tal manera que hoy día no puede conocer todos y cada uno de esos saberes
particulares, al manejar el lenguaje coloquial provoca un trasvase conceptual de uno a otro
campo. Lo cual conduce a problemas. Entre otros a no distinguir y llegar a confundir ambos
campos y no por él, sino por quienes sólo pertenecen a uno de ellos.
En la praxis tecno-científica se obtiene lo que calificar de saber científico-
conceptual de la naturaleza, de sectores de la misma. Saber tecno-científico que se
encuentra sustentado y, a la vez, enfrentado, con el saber doxástico.
Sustentado porque el científico parte, he indicado, precisamente del saber común en
cuanto a su formación, entronque vital y vida ordinaria. Por eso el saber común es la base
sobre la cual se van estableciendo otras formas de categorización de lo real. Otras formas
que, como he indicado, exigen de la enseñanza y el aprendizaje y, con ellos, de la
adquisición de la experiencia propia de la razón que se va a manejar. Forma de
categorización que se plasma en la actividad de científico, filósofo, ingeniero de
telecomunicación, informático, historiador, lingüista...
Pero no sólo sustentado sino también enfrentado porque los elementos científicos
que desde el saber profesional pasan al doxástico procuran una imagen de cientificismo
que, en ocasiones, suponen un desconocimiento de la ciencia aunque, aparentemente, doten
de familiaridad a esta respecto al común de las personas. Lo que provoca en algunos
momentos auténticas ‘caricaturas’ simplificadoras del hacer científico-tecnológico -que se
apoyan en lo que en otros lugares he calificado de principio de banalización- y que hacen
que el hacer científico sea, en el fondo, auténticamente desconocido por el común de los
mortales. Y aquí se incardina una de las tensiones que parecen irreconciliables en la
situación actual.
Hay que reconocer que el saber profesional maneja unas categorías que derivan, en
parte, de criterios normativos metodológicos que se apoyan en elementos de carácter
pragmático, epistémico o en ambos a la vez. Criterios normativos que se reflejan en el
discurso que se estructura en proposiciones no aisladas o con referencia a un hecho
singular, individual sino en marcos de carácter proposicional veritativo con reglas o
principios de carácter normativo, por lo cual parece también exigible que los mismos
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posean unas coherencias tanto internas como externas, unas adecuaciones conceptuales o
semánticas, formales y pragmáticas.
Por otro lado, sustentado en el doxástico, el saber profesional supone una ruptura
respecto al Saber simbólico, especialmente desde la aparición del Hacer científico como tal
en el siglo XVII. Y ello porque el saber epistémico pasa a fundamentarse en la razón natural
y no en la revelada como se pretendía desde el Ámbito simbólico. Una ruptura radical que
ha provocado, y provoca, permanentes tensiones entre lo Conceptual y lo Simbólico. Esto
no implica que lo Conceptual no llegue a trasvasarse en elemento simbólico en unas
determinadas sociedades bajo el lema “lo quiere la ciencia”, y establecer unas creencias
determinadas procedentes del éxito de lo conceptual en su aplicación tecnológica a la
physis. Lema que, en ocasiones, llega a convertirse en un dogma más de lo estrictamente
simbólico.

* Desde esta escisión de saberes que, según lo hasta aquí afirmado, se me muestra como
algo más que una simple escisión en los terrenos del conocimiento porque es una escisión
de formas de captación de la physis, con sus correspondientes categorizaciones de lo real, se
provocan tensiones, pugnas, paradojas.
He mencionado la tensión entre el Saber simbólico sustentado en el saber revelado y
el Saber conceptual que pretende apoyarse, por modo exclusivo, en la razón natural. Una
tensión muy conocida y que llevó a la hoguera o a la retractación a alguno de los primeros
científicos; a la negativa a aceptar teorías como la de la evolución en nombre de un
creacionismo simbólico; a imponer la idea de la Gran-Explosión a pesar de sus dificultades
conceptuales y de no ser más que un modelo cosmológico... Tensiones que también se
producen entre el saber conceptual y el apoyado en ideologías que, en muchos momentos,
divulgan informaciones que se aceptan precisamente en nombre de la ciencia y que son
radicalmente opuestas al saber científico.
Dejando a un lado esas tensiones entre lo Simbólico y lo Conceptual, también hay
otras en el terreno de nuestra proximidad más actual. Tensiones entre las que denominan
Humanidades y las Ciencias. Y son tensiones que, desde mi punto de vista, no se tienen
entre las disciplinas o saberes que se pretenden epistémicos y que quedan abarcados por
ambos nombres, sino que, realmente, vienen producidas por las valoraciones ligadas a las
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mismas y que asignan a esas disciplinas uno u otro objetivo, uno u otro valor o papel
social...
Como disciplinas epistémicas, las llamadas Ciencias Sociales surgen a lo largo del
siglo XIX y, para alcanzar el calificativo de saber objetivo, adoptan el nombre de ‘ciencias’
-Ciencias Sociales y Humanas- por la valoración que a lo largo de ese siglo habían
alcanzado las ‘ciencias naturales’. Así, surge la ‘física social’ como la denominará Quetelet
para estudiar el ‘hombre medio’ y que Comte cambiará de nombre por el más suavizado de
Sociología y que, en sus orígenes, toma como modelo la Mecánica estadística con el estudio
y promedio del movimiento de una ‘partícula media’; surgen la Economía Política, la
Filología comparada, la Historia de las religiones, la Antropología... Un surgir que provoca
evidentemente problemas de carácter académico y social, y básicamente profesionales
porque surgen los problemas de dónde situarlas, quiénes están facultados para ejercerlas y
enseñarlas, qué salidas profesionales le son más adecuadas...
Junto a esos problemas hay otros de carácter más conceptual y metodológico: las
ciencias sociales y humanas no siguen el método de las ciencias de la naturaleza, no pueden
realizar experimentos del mismo tipo de los que se realizan en las físicas o naturales. Entre
otras cuestiones porque sus hechos no son de la misma naturaleza que los hechos
científicos, no son reproducibles en general y se tengan que apoyar en algunos casos en las
Estadísticas y el Cálculo de Probabilidades... Aunque el espíritu de rigor y objetividad se
quiera llevar también a estos campos y a fines del siglo XIX y primeros de este se hable de
un cierto positivismo...
Es una diferencia no solo metodológica sino que se adoptará, en la pugna
mencionada, una valoración ideológica: las ciencias ‘naturales’ poseen un carácter
positivista de aplicaciones pragmáticas inmediatas y se valoran como puro pragmatismo.
Por el contrario las nuevas disciplinas, las Sociales, se centran en el ‘espíritu’ que es algo
inmaterial y ha de ser tratado de manera diferente a la materia. Pero tratando de evitar lo
puramente simbólico representado básicamente por lo religioso, cabe sustentar un
conocimiento de ese espíritu, de sus manifestaciones, a través de recursos no positivos sino
fenomenológicos, por ejemplo. Es una diferencia que está en la base de la escisión que se
produce entre ciencias del espíritu y ciencias de la naturaleza.
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Con ella se hace problema atribuir el término ciencia a las del espíritu. Y surge un
problema de demarcación que se ha mantenido a lo largo de este siglo y mencionaría a un
sir Karl Popper para quien es fundamental distinguir las Ciencias de las denominadas
pseudo-ciencias y volver el criterio de Hume: lo que no es ciencia, a la hoguera.
Si se analiza más de cerca -y acabo de mencionar el criterio humeano-, se puede
observar que no es problema sólo académico, conceptual, metodológico; no es problema
solo epistémico. Si lo fuera no se tendría que acudir a un criterio tan radical como el del
fuego. Lo que subyace a estos problemas de demarcación es una valoración dada por una
imagen de la ciencia y su papel en el panorama sociopolítico.
Así, para un neopositivista o empirista lógico -y he citado a Popper- de lo que se
trata es de lograr un reduccionismo radical en los campos del saber: junto al doxástico sólo
hay un auténtico saber epistémico, el plasmado en las Ciencias formales -Lógica y
Matemática- y en las Ciencias Físicas y todo lo que se autocalifique de saber, de ciencia
puede y debe ser reducido al mismo. Lo que no se pueda reducir es, sencillamente,
ideología a veces disfrazada o interesadamente disfrazada de ciencia. Y la mera ideología
supone el irracionalismo, el triunfo de la conciencia acrítica en el individuo y en la sociedad
en la que se encuentra, con la consecuente eliminación de alguna de sus formas de
organización social, como la democracia. La difusión y el posible triunfo de las ideologías
irracionales llega a provocar la degradación de lo auténticamente humano.
No se puede olvidar que los neopositivistas, a los que calificar de los Ilustrados del
siglo XX, desarrollan su labor en el Imperio Austro-húngaro en un momento en el que
surgen tanto los nacionalismos como las ideologías nazis o el triunfo del comunismo. Los
empiristas lógicos, junto a una labor conceptual, también desarrollan una labor social de
ilustración del proletariado vienés, por ejemplo. Y toman posición frente a la que adoptan
otros grupos sociales y políticos. Alzan la voz en defensa de un racionalismo conceptual
que consideran plasmado en el hacer matemático-físico frente a los ataques que ese hacer
recibe desde otros sectores, contra las imágenes de otros tipos de razones que esos otros
grupos intentan imponer. Por lo que ya se sabe, los Ilustrados terminaron perdiendo, hasta
la vida en muchos casos, como siempre...
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Con esto quiero indicar que las distintas disciplinas, aunque aparentemente
incardinadas en el saber epistémico y no ya en el saber del ‘hombre de la calle’, no son
inocuas, sino que se toman como instrumentos de condicionamientos sociales y políticos
por las valoraciones que se las asocia. Y son estas las que provocan tensiones, a veces
irreconciliables, entre campos que, desde lo conceptual, parecerían no tener auténticas
discrepancias salvo las propias de su situación académica o profesional, de sus métodos y
objetivos.
Me basta recordar las recientes discusiones en torno al papel de las denominadas
Humanidades en la Enseñanza secundaria. Las discusiones terminaron centrándose en el
papel de la Historia y de la Lengua en esa enseñanza. Pero, ¿la Historia, la Lengua como
disciplinas de un saber objetivo o como instrumentos conformadores de unas comunidades,
las comunidades en las que se ha escindido el Estado español? ¿Y cuando se habla de
potenciar la Filosofía en la Enseñanza Media no se está indicando, a la vez, que es la
disciplina que permitirá que el individuo posea un espíritu crítico que le permita hacer
frente a todo el aluvión de noticias interesadas en que se tiene en el momento actual?
Esas valoraciones, para llevarse a cabo, condicionan y requieren de la imposición de
unas imágenes de los campos en los que cada una de ellas se encuentra. Imágenes que, en
cuanto a la tecno-ciencia, parecen no seguir notas de instrumentalización conformadora de
la conciencia como las que acabo de indicar atribuibles a disciplinas como la Lengua, la
Historia, la Filosofía...
Y la imagen que se tiene del Hacer científico desde el ámbito en el que nos
encontramos, es la de ser un conjunto de disciplinas que proporcionan un saber objetivo,
riguroso, “verdadero” designe este término lo que designe. La ciencia como proceso
mecánico que maneja la inducción, que parte de unos ‘hechos desnudos’, incontestables,
observados sin preconcepción alguna. Lo científico da el saber cierto, necesario, por no
particular o singular, de lo que acontece en lo real. La órbita de un planeta es elíptica, lo
sepamos o no, nos guste o no.
Ese conocimiento permite la explicación causal de los fenómenos -con una
causalidad únicamente eficiente- y la explicación permite al científico predecir los hechos.
Si la explicación es completa, si se saben los principios y circunstancias por los cuales se
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produce un fenómeno, entonces reiterando las circunstancias, se vuelve a obtener dicho


fenómeno; pero lo que es más importante, modificando alguna de las circunstancias, se
logra un resultado predecible, pero nuevo, diferente al anterior. Y aquí está la base de los
experimentos científicos y, más aún, nos muestra que es el instrumento clave para
transformar lo real.
El saber tecno-científico es, así, un elemento apto para comprender y explicar el
mundo y, lo que es mucho más fundamental para algunos, para dominar y transformar lo
real.
Al valorar este segundo aspecto, el saber tecno-científico es el que se convierte en
fuerza de producción, la más potente de las que ha manejado la especie humana. Es con esa
fuerza de producción como en el fondo ha creado la industria, provocado cambios sociales
al exigir nuevas profesiones -por ejemplo, el obrero industrial-, al estratificar a los
trabajadores en clases sociales, a obligar a la creación de los sindicatos como fuerza
reguladora en la actividad productiva…, a provocar la aparición de unas u otras ideologías.
Ha sido, desde la creación y manejo de las dos formas de energía –eléctrica,
termodinámica- a principios del siglo XIX, lo que ha transformado las sociedades
occidentales, la sociedad en la que nosotros nos encontramos.
Dos aspectos en el saber tecno-científico: el conceptual, por el cual se logra un
conocimiento explicativo de lo real; el pragmático por el cual se logra una transformación
de lo real que no es solo material sino radicalmente social. Y he mencionado antes cómo el
saber doxástico actual se liga a una serie de artefactos cuya base está, precisamente, en el
manejo de estas formas de energía. Y todo ello me lleva a la afirmación de que lo técnico-
científico es lo más propio de la especie humana por abarcar esos dos aspectos, es lo más
propio dl ser humano y, por ello, de lo que calificar de Humanidades.
En cualquier caso, la imagen tradicional, la que por contraposición a la afirmación
anterior, se ha construido desde el siglo XX, quiere que la tecno-ciencia, como saber, se
obtiene a partir de la observación de los hechos desnudos, unos hechos que pueden
reproducirse y obtenerse en cualquier laboratorio del mundo en cuanto se especifiquen
adecuadamente los protocolos pertinentes. Hechos entre los que se perciben las relaciones
legales, nomológicas causales que se formulan en las leyes científicas. Leyes que, para
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establecerse, requieren de un instrumento básico: el hacer matemático. La imagen suele


acudir a la metáfora: no se construye el saber científico lo mismo que Colón no construyó
América, sino que meramente la descubrió.
En esta visión de la ciencia, que se impone desde finales del siglo XIX, el método
sustituye a la construcción imaginativa, a la posible idea creadora imaginativa del científico.
La tecno-ciencia se muestra como un saber sin sujeto cognoscente, un saber que, en el
fondo, podría ser construido por una máquina. Y puesto en marcha el conocimiento
científico, más tarde o más temprano se irán obteniendo los resultados del mismo, con
independencia de la voluntad de los propios científicos. Es la imagen que se tiene plasmada
en la obra Los físicos de Dürremant: las fórmulas que pueden dar paso a un arma mortífera
acaban siendo descubiertas aunque un científico individual se niegue a esa obtención...
Se reconoce que desde ese saber, desde la vertiente pragmática del mismo, se han
obtenido beneficios, que el conocimiento científico ha sido uno de los motores del progreso
y desarrollo materiales de una nación. Y si se obtienen beneficios atendiendo a la cara
pragmática, no se obtienen desde lo que calificar como ‘ciencia pura’ sino desde la ciencia
unida a la técnica, se obtienen gracias a lo que hoy día se denomina tecno-ciencia.
Quizá por esas notas de objetivismo, de neutralidad, lo que se desprende de esta
imagen que se propicia desde unas valoraciones que proceden del siglo XIX, es que la
ciencia desmantela lo subjetivo y elimina, realmente, al individuo con sus deseos, pasiones,
emociones... La praxis científica, con su condición de neutralidad objetiva, parece una
apuesta por disolver el mundo de los hombres, sus sentimientos, sus pasiones..., meros
epifenómenos que pueden llegar a explicarse, incluso, por motivos causales,
neurofisiológicos, mecánicos en el fondo.
Para algunos, a lo que se llega, realmente, es al hombre sin atributos porque la
ciencia margina los problemas básicos del hombre y, de no marginarlos, los llega a
controlar. Y no hablo de los temores ecológicos actuales, por ejemplo, sino de algo más
profundo, de lo que desde los terrenos filosóficos cabe plantear como situación del hombre
en el cosmos, de cómo responder a la pregunta que hice al comienzo. Es una escisión que
ya formulara uno de los últimos ilustrados, Kant, cuando establece las barreras entre el
conocimiento, que se obtiene gracias a la Matemática y a la Física, y la Filosofía que no da
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conocimiento pero que es la única que puede responder a las tres preguntas básicas del
hombre, las tres grandes ideas de razón: el mundo, el alma, Dios... y que suponen, en el
fondo, la ética, la libertad, la religión-. Parece que son las propias de lo que calificar como
ser humano.
Y desde este hombre des-humanizado, sin atributos y frente al conocimiento
científico, frente a la tecno-ciencia con sus métodos experimentales y su razón conceptual,
frente a la razón mecánica dada por una imagen como la que he esbozado, cabe alzar la
razón vital, la razón dialéctica, la razón humanista... Razones que den cuenta de lo irregular,
de lo casual, de lo que afecta a esa radical inseguridad arrogante que es el ser humano.
Razones que devuelvan al hombre su condición humana y le devuelvan la alegría por el sí
mismo como querrá Nietzsche. Y se convertirá en uno de los temas recurrentes en escritores
desde Unamuno con su Amor y Pedagogía en 1902 y Pirandello desde 1904 hasta Musil
con su El hombre sin atributos...
Contra esa imagen de deshumanización atribuible a la praxis científica se alzan
algunos matemáticos muy a primeros de este siglo. Así, Poincaré cuando valora el papel de
la hipótesis, de la creación imaginativa del científico. Poincaré, retóricamente, indica que el
saber científico no se obtiene como las salchichas en alguna fábrica de San Luis: metiendo
el cerdo entero por un lado y no hay que preocuparse de más: las salchichas salen por el otro
lado de la máquina enteramente hechas... O Enriques cuando se pregunta en 1912, en
Ciencia y racionalismo, por las causas de esta concepción tan alejada de lo que, en verdad,
es la praxis científica. Y combatir esta imagen también se encuentra como una de las
motivaciones que conducen al Círculo de Viena posteriormente.
Pero esta imagen, heredada desde el siglo XIX, con sus tensiones aparentemente
irreconciliables, con su marginación de la imaginación, de lo humano, ¿es correcta? ¿o es el
resultado de unos principios de banalización nada inocuos, sino que tienen su papel?.
En esta imagen ¿no se hace un trasvase de campos y se asigna a la tecno-ciencia un
papel que no le corresponde y que sería más bien propio de lo Simbólico? Quiero decir, por
un lado se establece un culto de la ciencia -gracias a la ciencia hay industria, desarrollo,
progreso, hoy diríamos que se ha alcanzado el estado de bienestar-; por otro se combate
dicho culto -la ciencia elimina la alegría y la condición de lo humano-. Una imagen por la
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cual y para ser consecuente –si es que se puede ser consecuente en este terreno- se exigiría
volver a una era anterior a la Revolución Agrícola…
Pero el culto no es término o elemento conceptual alguno; es término, elemento
simbólico. Y las tensiones se propician en terrenos ideológicos, no conceptuales -me remito
a los debates en torno al papel de la Historia, de la Lengua, de la Filosofía, al papel en
general de las ‘Humanidades’-.
Desde esos ideológicos se intenta su plasmación precisamente en el campo o saber
doxástico, en aquél terreno en el cual se tiene menos posibilidad de realizar una crítica a lo
que en ese saber se difunde. Se establece la imagen y con ella, la tensión en los terrenos,
precisamente, de la enseñanza en sus niveles más elementales. Porque es desde esa
enseñanza desde la que se difunde el culto, la ideología. Y se es consciente de que este
saber doxástico sustenta a los demás, y proporciona una clave para los comportamientos,
deseos, actitudes, para las posteriores valoraciones de los distintos individuos...
Manejando esta imagen se obtienen unas consecuencias pragmáticas con sus
valoraciones correspondientes. Desde la desvalorización que se realiza de las tecno-ciencias
como algo no humano se pasa a considerar que el hombre de cultura, el no especialista
profesional sino el hombre de la calle inmerso en lo doxástico, es quien conoce lo propio de
las Humanidades: quien sabe quién es Cervantes, Shakespeare, lee novelas, poemas, asiste
al teatro, escucha música clásica... Y ese hombre culto no se avergüenza de ser un auténtico
insipiente: de no saber quién es Gauss, Poincaré, Hilbert..., qué es un espacio métrico y su
diferencia con uno proyectivo, de no poder leer un libro como La Ciencia y la Hipótesis o
Geometría e Imaginación... Esto último, desde la imagen de desvalorización, es ciencia,
no cultura, no propia de la humano.
Citaría, aquí, el caso de Ortega y Gasset. En sus primeros años, se apunta a defensor
de la ciencia y de su necesidad para la industria y el avance de las naciones, para el cabal
desarrollo de las mismas. Es la ciencia uno de los motores de la industria, del progreso, de
lo auténticamente humano, y Ortega comparará las ciudades francesas, rodeadas de fábricas,
con las villas españolas, rodeadas de murallas abandonadas y caídas. Uno, país próspero;
otro, lo que calificar de subdesarrollo. Pero desde su estancia en Alemania, Ortega y Gasset
va a sufrir un giro. Y frente a la razón matemática, frente a la ciencia, alzará la razón vital.
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Y simplemente les indicaría la lectura de La Rebelión de las masas, obra más que de
filosofía, de sociología política. En ella tienen la concepción del hombre-masa, cuyo
representante máximo es el científico, auténtico insipiente en todo lo que no sea aplicar un
método experimental con el que lograr unos resultados sin necesidad de pensar ni utilizar la
imaginación: entra en el laboratorio, aplica el método y tiene el resultado. Ortega parece
desconocer la ironía que he mencionado lanzada por Poincaré muchos años antes, la de la
fábrica de salchichas...
Para Ortega, frente al científico, y en contraposición, ha de alzarse el filósofo,
siempre que sea auténtico -no un mero ensayista periodístico- y cuya misión, como la
asignada por Platón, ha de ser dirigir, orientar al hombre para que este sea tal. El filósofo, el
intelectual, nuevo sacerdote, conductor y conciencia crítica del pueblo. Esos filósofos,
como auténticos sacerdotes, constituirán la aristocracia del pensar, apoyada en la razón
vital. Ortega se sitúa en la misma línea que la de Hegel años antes, con su razón en la
historia que culmina con el Estado y el canciller de hierro y la lengua aria...
Pero cultos, sacerdotes, cancilleres de hierro, lengua aria como única que permite
hablar del ser y de la globalidad del mismo... no son elementos conceptuales, epistémicos;
pertenecen a otro Ámbito, el que he venido denominando Simbólico, desde el que se
propician, realmente, estas imágenes, sus consecuentes valoraciones y desvaloraciones.

* La praxis científica no responde en absoluto a esa imagen mecánica, a esa pura razón
instrumental ciega que nos difunde Ortega, entre otros. Ciertamente la praxis científica a la
que hago referencia es la praxis de investigación, no la de mera aplicación de recetas. (Algo
que también ocurre cuando se habla de novela, pintura, poesía: se piensa y tiene en mente
un Cervantes, un Greco, un Mozart y no, quizá, a ese hombre de la calle que, en su mesilla,
tiene escrita su particular novela o libro de poemas...)
Por lo pronto, hago una referencia: cuando surge lo que se denomina Ciencia Nueva,
el científico pasa a observar precisamente lo que no se observa ni se percibe. Comienza por
una declaración básica de principios: diferenciar lo que se califican cualidades primarias de
las cualidades secundarias. Y precisamente tiene que marginar, en su hacer, las cualidades
secundarias: el color, el sabor, la textura, el olor... Lo que tiene que observar, estudiar y
manipular, es lo que no ve, ni percibe: ha de manejar corpúsculos o partículas
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infinitesimales que han de ser, todas, equivalentes; en su individualidad son las que van a
dar el total que aparece como suma de partes iguales. Ha de observar cualidades como
fuerza, aceleración, masa, energía... y algo más importante: las relaciones funcionales y
estructurales entre las mismas.
En ese estudio es esencial el manejo conceptual matemático: el Análisis diferencial
e integral que refleja y potencia estas concepciones. Desde este Análisis se establece una
noción esencial, la de función o relación funcional. Y la noción de función es la herramienta
clave para el estudio de los sistemas dinámicos, del movimiento tanto local como global. Y
algo más, clave para la formulación de las relaciones causales y, con ellas, de las leyes de la
naturaleza y, consecuentemente, del determinismo predictivo. Pero también del algoritmo
que toda función entraña.
Un Análisis matemático infinitesimal, convertido después en Cálculo, no se obtiene
sino por una potencia creadora imaginativa excepcional. El Análisis matemático no viene
dado por ahí y se lo encuentra uno por la calle.
En ese estudio, y por la naturaleza infinitesimal de lo que ha de ser observado, se
requiere la construcción y fabricación de instrumentos de ampliación, con el correcto
manejo de los mismos, que hay que aprender. Instrumentos como la balanza, microscopio,
barómetro, termómetro... serán los medios para manipular elementos que dejan de ser
sustancias y que, desde lo conceptual, se convierten en materia.
Porque lo que se tiene, junto a los puntos anteriores, es una transformación
conceptual básica: la ciencia, en su praxis, no maneja sustancias. Lo que hace es convertir
las sustancias aristotélicas en materia compuesta de partículas. Los cuatro elementos como
Aire, fuego, tierra, agua, desaparecen como elementos. Se convierten en trozos de materia o
en procesos dinámicos que dan paso a conceptos y, con ellos, a la posibilidad de
manejarlos. Bien entendido que un manejo experimental en lo material, pero subtendido por
lo conceptual. En esta transformación conceptual es en la que se apoya el surgimiento de las
disciplinas científicas que tratan de dar respuesta a los nuevos problemas que los nuevos
conceptos encierran.
El aire, por ejemplo, deja de ser un elemento sustancial a lo Aristóteles y se
convierte, desde Torricelli y Pascal, en un fluido. Y como los fluidos pesan, el aire también
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pesa y cambia con la altura y con los cambios metereológicos, con la presión atmosférica...
Y surgen muchos problemas: cómo respiramos, de qué está compuesto ese fluido especial,
qué papel tiene en las plantas, qué procesos tiene, hasta qué altura llega el fluido...
Climatología, metereología, química, fotosíntesis, neurofisiología humana... y aplicación a
máquinas como la hidráulica por Pascal... Y el aire es un fluido que, según el diccionario, si
se ve, ni se toca, ni se huele, ni se siente… Mucha imaginación para construir tantos
campos de saber a partir de una materia tan ‘inmaterial’.
Campos de saber científico fundamentados en la razón y el experimento. Bien
entendido que un saber construido por el hombre. Una construcción que no se apoya en la
mera observación y en el mero experimento sin más. Esa construcción exige también de la
imaginación.
En la praxis científica se crean mundos posibles de lo real. Y el científico, muy
modestamente, no pretende como el filósofo o el sacerdote un saber global, total y
definitivamente fundamentado, cimentado en roca alguna. Se limita a tratar de comprender
y explicar parcelas de lo real, sectorizaciones de la naturaleza. Sabiendo que tiene que partir
de lo que otros ya han realizado, bien para continuarlo bien para transformarlo. Nunca
comienza de cero, y ello porque nunca hay, en el Hacer tecno-científico, lo que considerar
“verdad absoluta, definitiva y ya para siempre y en todos los lugares y ocasiones..
Y aquí indicaría que hay que tener presente que el hombre occidental ha
transformado el entorno en el que vive y ha pasado a vivir en un mundo de artefactos,
artificial. Tan artefacto es una obra de humanidades -una novela, un cuadro, una sinfonía,
un poema- como un teorema matemático o una ley como la newtoniana o la einsteniana o
como una obra material, un ordenador, un coche, una bombilla...
Indicación que, por supuesto, no me lleva al extremo del sociologismo, en sus
versiones fuerte o débil. Reconocer que las Humanidades y las Ciencias son construcciones
de la especie humana no es aceptar un sociologismo a ultranza con su relativismo
incorporado: un teorema como el de la factorización de los números primos es un artefacto
nada relativo, sino que produce un conocimiento plenamente objetivo y tiene su papel,
también objetivo, para caracterizar unos u otros dominios matemáticos...
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En esas construcciones hay que distinguir dos elementos: los de Observación y


Experimentación, que dan paso, realmente, a dos tipos de Epistemología, de conocimiento.
Y aunque una de las Ciencias duras haya sido la Astronomía, la de posición con sus
orígenes prácticos de predecir posiciones de astros para el Ámbito Simbólico, la
observación y el cálculo no son lo esencial del hacer científico.
He indicado, dos procesos: La observación donde es el hecho el que dimana del
fenómeno. El observador lo que puede, como mucho, es modificar sus propias condiciones
de observación en el sentido de potenciar, mediante instrumentos, su capacidad
observadora. Pero, en principio, el observador no provoca o causa el fenómeno.
Naturalmente, hay que saber observar y saber qué es lo que tiene que ser observado. En
Astronomía no basta decir, como pudo sentir Galileo, mira por el telescopio. Porque lo que
se tiene que ver por el telescopio no es un punto brillante, sino un satélite; se tiene que
observar, realmente, un elemento conceptual. De lo contrario, se quedaría con la visión
óptica provocada por la difracción...
En la experimentación es el científico el que actúa y aísla el sistema, el que provoca
el fenómeno que tiene que estudiar. Para estudiar la luz en el laboratorio -que ya supone una
acotación espacio-temporal-, por ejemplo, ha de realizar toda una preparación artificial y
terminar por 'apagar la luz' y producir el haz de luz que se quiere estudiar, los fenómenos
asociados a la misma...
Dos procesos -Observación, Experimentación- que producen -como Brunner ha
explicitado nítidamente1- dos tipos de epistemología. Por un lado, la que trata del mundo
como narración, con estados subjetivos, intenciones, expectativas frustradas o no... Un
mundo que se construye para organizar y dar sentido a la vida individual, llena de creencias,
intenciones, deseos..., donde se provocan visiones de lo verosímil y se intenta observar lo
sorprendente, irregular con lo que fabricar una buena historia o relato. Pero también un
mundo abstracto, teórico que se organiza en torno a la causalidad. Un mundo que se
construye para interpretar, comprender, pensar y, en su caso, transformar el mundo.
Bien entendido que las Humanidades, tomadas como disciplinas epistémicas,
también entran en este segundo mundo. Aunque como manifestación de los deseos,
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apetencias, creencias... en el primero, porque es desde el cual podrán actuar en el hombre de


la calle, en el saber doxástico.

* Dos procesos que son, realmente, dos usos de la mente con sus consecuencias
constructivas, con sus epistemologías diferenciadas. Usos que reflejan algo que considero
mucho más profundo en la condición humana. Y ello porque en las imágenes y las
valoraciones asociadas hay tres aspectos reflejo de tres apetencias propias del ser humano:
. dar sentido a la vida y al cosmos. Lo que supone ir al sentimiento y entraña un tipo de
racionalidad simbólica;
. comprender el cosmos. Entraña una razón conceptual;
. transformar el hábitat. Y ello supone trabajo, industria y el manejo de una racionalidad
tecnológica.
Naturalmente, con una base dada por la condición natural humana. Base en la cual
también se da lo que se denomina ‘placer orgánico’ ligado a los instintos y a su satisfacción.
Un placer orgánico sobre el cual se levanta lo que calificar vector representacional que es
donde se puede situar la imaginación, que va más allá del puro fantasear, fantasear que
responde a una simple satisfacción de deseos o impulsos afectivos. Imaginación apoyada,
siempre, en lo sensorial común y en la organización neurofisiológica animal y que
constituye el impulso que permite la construcción de hipótesis interpretativas del mundo.
Imaginación que, para ello, tiene que hacer uso de la palabra, de la figura, del sonido, pero
como elementos representacionales, interpuestos entre el hombre y lo representado.
Hipótesis interpretativas que son las que, precisamente, orientan a saber ver lo que se tiene
que ver.
En la imaginación representacional es en la que se construyen mundos posibles de lo
real que den cuenta de los tres anhelos mencionados: dar sentido a la vida, comprender lo
real, transformar el habitat.
En esas tres apetencias, la imaginación constructora o creadora de mundos posibles
maneja un instrumento común: la metáfora en forma de analogía, en forma de semejanza. Y
son las metáforas-raíz las que más que describir el resultado de lo sentido, lo pensado, lo
trabajado, orientan, organizan o estructuran el sentimiento, el pensamiento, el trabajo. Y lo
hacen proporcionando tanto imágenes como campos léxicos completos en los que plasmar
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esas apetencias profundas. Porque es con ellas como se introducen las entidades virtuales,
imaginarias que podrían existir, pero que actualmente no existen. Es con ellas como se
escinden las cualidades a observar en primarias y secundarias y con las que se aceptan
partículas infinitesimales...
Entidades que, por ello, hay que construir a partir, ciertamente, de la realidad, pero
de una realidad vivida, experienciada. Construcción a partir de mecanismos a veces no
explicitados pero que terminan en procesos de definición que pueden ir variando en el
tiempo.
Porque el gran problema del Hacer científico no es describir el mundo, lo real, sino
tratar de identificar lo que en lo real tiene un sentido y organizarlo funcional o
estructuralmente. Y es un problema incardinado en la especie humana, no algo ajeno y que
conduzca a la pérdida de dicha condición humana.
Cuando hablo de construcción hago referencia al proceso que ha convertido a la
especie humana en lo que se califica de homo sapiens: a la agricultura. Y observen que las
grandes civilizaciones han sido, precisamente, las agrícolas. El hombre, al abandonar el
nomadismo, fija su vida y esa fijación supone construir, edificar. Lo cual entraña modificar,
transformar el habitat, el cosmos. En dos aspectos: en el campo no hay planos, ni rectas, hay
que construirlos. Y tiene que buscar unas regularidades que le permitan asegurar una
siembra y saber que lo sembrado se transforma pero dará la cosecha al cabo del tiempo. Y
esto, una y otra vez, con orden, con regularidad. Y una y otra vez modifica el campo al
roturarlo, sembrarlo, acotarlo. Y modifica lo que siembra...
La conquista de la regularidad y el orden se incardina, precisamente, en esa elección
por la que ahora estamos aquí. Y esa conquista es lo que caracteriza, precisamente, el hacer
científico. Frente a él, el nomadismo, y lo que parece que algunos quieren recuperar es el
paraíso perdido. Y los románticos harán permanente referencia al papel individual del
pirata, del nómada, del jinete vagando por los campos, sin fronteras ni acotaciones... frente
a la organización social impuesta por la industria y el comercio.
Sin embargo, el hacer científico, que se afinca en la condición humana tal como esta
se ha desarrollado, es el que prepara a la mente adecuadamente para ver lo que no ve, para
ver lo que de regularidad, orden y estructura hay en el cosmos. Para ello tiene que aceptar,
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como cuadro previo, el de unas metáforas-raíz. O un cosmos animista o un cosmos


mecánico, por ejemplo. Y el hacer científico elige este último.
Una de las metáforas-raíz básicas del hacer científico es la del mecano. Es la que
intentarán imponer Galileo y Descartes, Newton y Leibniz. La que aceptará,
definitivamente, la Ilustración. Pero esta metáfora trasciende el propio hacer científico y
también va a condicionar las Humanidades. Porque son construcciones de la especie
humana, al igual que las Ciencias. Hoy día sería impensable, salvo en broma, escribir
novelas al estilo de las de caballerías…

* Lo que sí quiero destacar, es que tanto las Ciencias como las Humanidades, como
construcciones humanas, soportadas por unas valoraciones simbólicas, forman parte del ser
humano y, por ello, y a pesar de los intentos reduccionistas que intentan mantener las
tensiones entre las mismas, deberían ser auténticamente cultivadas, sin enfrentamientos
estériles, sin reduccionismos de tipo alguno. Que el hombre de la calle, para ser culto y no
sólo ser calificado de culto, pudiera de modo efectivo saber, comprender y seguir tanto unos
como otros campos. Porque todos son manifestación de ese ser humano, integral pero
escindido en su interioridad, en sus pasiones, en su pensamiento, en su trabajo.
Admisión de escisión que permite responder a la pregunta que les hice al comienzo:
¿cuántas maneras hay de vivir la vida? Eliminar una en beneficio de otra es una
amputación, supone eliminar alguna de las formas de vivir la vida, de darle un sentido lo
más completo a la misma.

1 Cfr. "Derecha e izquierda: dos maneras de activar la imaginación", en Imágenes y metáforas de


la ciencia, Compilación de Lorena Preta. Alianza Univ. M. 1993

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