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CRÓNICA DESDE EL OLVIDO

Todo acontecimiento muestra dos historias: una que narra los hechos, y
otra que recrea a los personajes. La historia de hechos es realizada por
historiadores, y se difunde mediante libros de texto. La de personajes es realizada
por escritores, y toma forma a través de las diversas expresiones de la literatura.
La una sólo busca lo trascendental. La otra se inspira en la cotidianidad humana…
Vinculado a mi existencia hay un acontecimiento que marcó mi juventud, y
que históricamente es abordado como parte de la dinámica social que estremeció
a mi antillano país en la segunda mitad del siglo XX. Es la historia del periódico
“Sierra Maestra”, editado dentro de la contienda revolucionaria que instauró la era
Castro en Cuba. El hecho histórico puede resumirse así: “ Ante la creciente
desinformación de los medios oficiales del régimen de  Fulgencio
Batista, se hacía imprescindible que el  Movimiento 26 de
Julio  buscara vías alternativas para llegar con la verdad al pueblo.
Es por eso que el  7 de septiembre  de  1957  se funda
clandestinamente el periódico  Sierra Maestra  para difundir la lucha
del movimiento revolucionario contra la tiranía y la verdad de lo que
reamente ocurría con la gesta revolucionaria”.
Me propongo aquí tratar el acontecimiento mediante los personajes,
aquellos que coincidieron conmigo en ese escenario desde los años 60 e inicios
de los 70 del pasado siglo, cuando el renovado edificio de la calle Santa Lucía
esquina a San Félix, en el centro de la ciudad de Santiago de Cuba, albergó al
órgano de prensa de la revolución en la entonces provincia de Oriente. Como toda
historia basada en figuras humanas, es una remembranza de nombres y
personalidades, convocando a fantasmas de épocas pasadas, recordadas con
agrado, cuando nuestras manos, mentes y corazones se enlazaban cada día, y
hasta trescientas sesenta y cinco veces cada año, para parir el fruto creativo que
sabíamos era esperado por la población al amanecer: el matutino “Sierra
Maestra”; jornadas donde muchos, la mayoría entonces muy jóvenes y todavía

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inexpertos, iniciamos el arduo camino de la creación con la herramienta de la
palabra escrita.

Siguiendo un orden jerárquico, citaré primero a quienes tuvieron, en épocas


diferentes desde mi incorporación al medio y hasta mi salida de él, cargos de
Director: Roberto Pavón Tamayo, Heriberto Cardoso Milanés, Wilfredo Rodríguez
Cárdenas, Juan Varela Pérez, Pedro Ríoseco López Trigo… En todos los casos,
ellos se ocuparon de dirigir un órgano de prensa absolutamente político con la
misión de mantenerlo adecuadamente ensamblado a la maquinaria del poder, por
lo que sus aportes desde lo profesional son cuestionables, dejando este encargo
en manos de los jefes de secciones. Por semejante causa brillaron poco los
Subdirectores, permitiéndome citar sólo a dos de ellos: Eloy Concepción y Sergio
Fernández, que en cuanto a personalidad y relaciones humanas eran como las
dos caras de una moneda: anverso y reverso. Mientras el Fernández era
bonachón y sociable, el Concepción era prepotente y altanero, ello debido, sin
dudas, a que tenían orígenes muy diferentes.
Los que realmente hacíamos entonces periodismo en “Sierra Maestra”
éramos los encargados de las secciones de Información y Redacción, así como
los reporteros y redactores, fotógrafos, ilustradores y fomatistas, que integraban
sus filas. A ellos dedicaré mis remembranzas…
Mi primer recuerdo es para Carlos Selva Yero, decano de los periodistas
santiagueros, quien fue mi conductor cuando me inicié en esas lides. Su soberbia
imagen cubierta por canas de sabiduría emitía autoridad y sapiencia, tanto en las
cabinas de la emisora provincial CMKC como en la redacción del matutino, donde
se encargaba de las notas y comentarios internacionales. Más modesto en su
decir, pero igualmente grande en su desempeño, era Ernesto Hernández Soler,
ocupando su puesto de redactor y elaborador de titulares para la primera página,
con un obrar metódico y didáctico que le acompañaría hasta el final de su
existencia. Ambos eran pilares en aquella redacción de mis inicios, junto a quienes
me complace situar al cronista de Santiago, Ramón Cisneros Jústiz, con su

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enjundioso tratamiento periodístico de la trova santiaguera, y a los más jóvenes,
pero ya buenos profesionales, Manet Calzadilla y Alexis Shelton.
Debo mencionar ahora a los jefes de secciones que más brillaron en mi
contexto: José Fernández Vega (Pepito) fue el primero en poseer un título
universitario de Periodismo en nuestro medio, como resultado de años de estudio
en la escuela superior del Partido, en La Habana, cuando aún no existía la carrera
en la Universidad de Oriente. Esto, unido a su capacidad de liderazgo y dedicación
profesional, lo hicieron idóneo para encabezar la sección de Información, que
dirigía a los reporteros y fotógrafos en la búsqueda diaria de noticias y la
realización de crónicas y reportajes en todos los rincones de la provincia. También
controlaba la labor de decenas de corresponsales en los municipios del entonces
gran territorio oriental.
Al frente de la sección de Redacción estaba Pedro Fulleda Bandera, joven
con singulares virtudes en lo literario, que destacaba por su buen dominio
idiomático y rapidez en la escritura, recursos imprescindibles para su misión de
redactar notas y artículos, realizar correcciones ortográficas y de estilo a todo
cuanto se fuera a publicar, y elaborar la primera página del periódico, su portada
informativa, en jornadas que se extendían hasta avanzada la madrugada, cada
día.
La sección Internacional estaba entonces a cargo de un mexicano radicado
en Cuba, Juan Manuel López, con sagaz capacidad para interpretar y resumir la
avalancha de notas llegadas por los teletipos, y elaborar resúmenes acordes con
la línea editorial del órgano de prensa, contando con el valioso apoyo de su
redactor, Leonel Pérez Moya.
El mundo de los deportes, que por razones de espacio en el diario
generalmente se reducía a media página, era el reino de Mario Romaguera
Garrido, más conocido como “Berrinche”, por su siempre en guardia disposición a
la polémica cuando algo no le satisfacía o lo estimaba contrario a su correcto
desempeño profesional. Un verdadero maestro…
Pero, para hablar de maestros aquí es imprescindible poner en primer plano
a Rolando Castillo Montoya, uno de los más notables reporteros de la prensa

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cubana en nuestros tiempos. Sus frenéticos guiños y movimientos nerviosos de
sus dedos, como incontrolables manías, delataban una personalidad en tensión,
dispuesta a saltar en la búsqueda de lo novedoso, lo que combinaba con una rica
experiencia vivencial que convertía sus pláticas en valiosas clases de historia.
También Ángel Luis Beltrán, con mayor edad que la mayoría de imberbes
periodistas de nuestro colectivo, fue un inspirador por el conocimiento de la
historia.
Otro reportero de grandes ligas era Sergio Maturell Matos, cuya imagen de
boxeador y su tenacidad a toda prueba lo hacían adecuado para las misiones
periodísticas más riesgosas y sacrificadas. Una imagen ruda que escondía el alma
de un ser humano noble y fraternal. En contraste, también había allí típicos
intelectuales. Citaré dos ejemplos: la doctora Norma Ferro, sapiencia y
circunspección en el tratamiento de temas educativos; y el licenciado Alejandro
Querejeta, especializado en asuntos culturales, los que compartía con Reyna
Vales y Susana Reyes, muchachas santiagueras destacadas por su sensualidad
en un contexto dominado por varones.
Como tromba marina en ese ambiente varonil era la incursión nocturna de
René Camacho, cuando buscaba notas de prensa como corresponsal del principal
diario nacional del país, siempre con ocurrencias y bromas a flor de piel, que le
harían personaje inolvidable.
En el área de los foto-reporteros contábamos con uno de los mejores: Luis
Arias, cuya voluminosa figura no le restaba un ápice de agilidad para capturar con
sus cámaras el hecho noticioso. Después vino José de la Paz, joven dispuesto a
seguir el camino del maestro.
El diseño gráfico y las ilustraciones eran las armas de Ángel Quintana,
nuestro caricaturista estrella y formatista de las páginas del diario, cuando esto se
hacía a mano y no mediante herramientas informáticas. Su colega Omar Dilú le
complementaba con su labor, por la que se ganó un lugar en el colectivo al
margen de su homosexualidad, que ejercía con ética y sin estridencias.
También conocimos el dolor por la pérdida de valiosos compañeros en
accidentes. El primero fue Luis Miranda Ruiz, reportero cuyo ascenso profesional

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fue tronchado por una absurda muerte en plena juventud. Años más tarde corrió
igual suerte Manuel Húbert Villar, cuando ya era reconocida figura del periodismo
oriental. Merecen ser homenajeados con respeto.
En mi mente conservo el recuerdo de la entrada al edificio donde radicó el
diario, con la escalera que llevaba a la segunda planta, donde estaban la
dirección, redacción, sala de reporteros, archivos y salón de actos. Más arriba, en
un pequeño tercer piso, se desempeñaba el personal de administración, cuyo jefe
más recordado fue Juan Caballero, quien cierto día desapareció de nuestro
entorno, para ir a cumplir misiones de inteligencia. En la planta baja estaban los
talleres, presididos por la colosal mole de la rotativa en que se imprimía el
periódico cada madrugada, las pesadas mesas de los emplanadores, y los
estridentes linotipos que convertían en líneas de plomo las cuartillas de papel. Y
un poco más abajo, el laboratorio de fotografía y fotograbado. Me gustaba escapar
de la redacción y visitar los talleres, el alma tecnológica de nuestro medio de
prensa, donde compartía con personajes como el negro Mesa, Vaillant, Bandera,
Baquero, Ocaña y su hijo “Ocañita”. Estar allí, en medio del ruido de los equipos y
el olor a plomo fundido, era como escuchar de muy cerca los latidos del corazón
de un ser querido.
Sí. Porque si algo caracterizaba al ambiente en nuestro diario de entonces
era el ruido: el de los teletipos y las máquinas de escribir en la redacción, el de las
cascadas de moldes metálicos cayendo por las canaletas de los linotipos, y
finalmente, el rugir de la rotativa haciendo pasar las bobinas de papel por sus
cilindros entintados para dejar al final los ejemplares impresos y doblados. ¡Es el
grato ruido de la fabricación de periódicos por siempre! Tal vez Ernest Hemingway
y Gabriel García Márquez, que hicieron de esta profesión el origen de sus talentos
literarios, podrían opinar así: “El silencio lo necesitan las musas de la literatura. El
periodismo requiere del ruido de la vida. ¿Cómo puede hacerse periodismo en
medio del silencio tecnológico de las redacciones de ahora…?”
Esa pregunta la dejo para mis dos últimos convidados, Miguel Ángel Gaínza
y Joel Mourlot, quienes se iniciaron en aquellos tiempos, fueron mis alumnos en
cursos de corresponsales -junto a otros inolvidables como Alberto Rodríguez

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Fernández, Roger Aguilera Morales y Joel Lachatagnerais Popa, herederos de la
tradición periodística tunera, forjada por el corresponsal estrella Rossano Zamora
(“El Gallo”)-, donde aprenderían sobre géneros periodísticos y los secretos del
lead noticioso, y en la actualidad siguen unidos al medio, como profesionales de
alto nivel y profesores de la disciplina en la Universidad de Oriente. Por eso, ellos
tienen puntos de comparación, y creo que compartirán la idea de que hacer
periodismo exige un ambiente periodístico, de acción e interacción dinámica, que
el diario de entonces poseía, además, por estar ubicado en el mismo corazón de
la ciudad, donde era fácil pulsar su ritmo y entrar en contacto con los ciudadanos.
Hoy todo es muy diferente. La antigua provincia de Oriente, que fuera la
mayor de Cuba y escenario agreste de nuestra cotidiana gesta profesional, fue
dividida en cinco territorios y perdió su referencia político-administrativa, quedando
sólo como un contexto geográfico-cultural: la región oriental. Nuestro querido
periódico dejó de ser diario y se convirtió en semanario, donde la “prosa de prisa”,
como calificó Nicolás Guillén al periodismo, ahora se realiza con calma, sin apuros
ni tensiones, sin el ruido de teletipos, máquinas de escribir o linotipos, mediante
tecnología digital que permite equivocarse infinitamente, pues siempre los
programas y aplicaciones pueden subsanar el error. Para colmo, la ubicación del
periódico ya no es el bullicioso y accesible centro de la ciudad, sino un apartado
rincón a su entrada-salida, donde es difícil llegar hasta para quienes laboran allí.
¿Qué se perdió del hecho histórico? Diría que mucho. Lo que puede ser
comprendido por la dinámica social que impone sus cambios inexorablemente.
Pero, lo que no puede ser aceptado es que se pierda también el hecho humano, el
recuerdo de quienes entregaron durante años lo mejor de sí para elaborar, día a
día, un medio de prensa escrita que exigió de cada uno total dedicación, espíritu
de sacrificio, superación profesional y muchísimo amor. Para constatarlo puede
bastar con revisar sus archivos y ver los reportajes, entrevistas y crónicas
publicados en aquellos tiempos. Me atrevo a sugerir las ediciones de julio de 1973,
en torno al 20 aniversario del asalto al cuartel “Moncada”.
Sé que dejé de mencionar a algunos y algunas que mi mente anciana ya no
conserva, pero que seguirán formando parte de esta historia. Muchos de estos

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personajes ya no están físicamente aquí, y a no pocos nos vendrá llegando en
corto tiempo la hora final. Es ley de la vida. Pero, mientras quede alguno con
capacidad para recordar se impone el deber de rescatar, desde el olvido, aquellas
jornadas y acompañamientos que nos permitieron forjarnos como periodistas, para
siempre…

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