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Índice
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cuando la fiebre revolucionaria había terminado, Robespierre
restableció por decreto el ser supremo, siendo el nombre de Dios
todavía pasado de moda, y unos meses má s tarde los cu rates salieron
de sus celdas y abrieron sus iglesias, donde los fieles celebraban fiestas
de amor, y Bonaparte para satisfacer a la turba burguesa firmó el
Concordato: entonces apareció un cristianismo de cará cter romá ntico,
sentimental, pintoresco y macarró nico, adaptado por Chateaubriand a
los gustos de la burguesía triunfante.
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El Sr. Charles Booth, el conocido soció logo, al término de su vasta
investigació n sobre el estado religioso de Londres, que su ejército de
asistentes "ha visitado distrito por distrito, calle por calle, y a menudo
casa por casa", afirma que "La masa del pueblo no hace ninguna
profesió n de fe ni se interesa por las observancias religiosas... La gran
parte de la població n que pasa por el nombre de las clases
trabajadoras, que se encuentra socialmente entre la clase media baja y
los pobres, queda, en su conjunto, fuera de todos los organismos
religiosos ... Las iglesias han llegado a ser consideradas como los
centros de los acomodados y de aquellos que están dispuestos a
aceptar la caridad y el patrocinio del pueblo mejor que ellos mismos ...
El trabajador medio de hoy en día piensa má s en sus derechos o en sus
errores que en sus deberes y en su falta de cumplimiento. La humildad
y la conciencia del pecado, y la actitud de adoració n, tal vez no sean
naturales para él". [2]
La idea de Dios no es ni una idea innata, ni una idea a priori, sino una
idea a posteriori, como lo son todas las ideas, ya que el hombre no
puede pensar hasta que no se ha puesto en contacto con los fenó menos
del mundo real que explica como puede. Es imposible exponer en un
artículo la manera ló gicamente deductiva en que la idea de Dios
procedía de la idea del alma, inventada por los salvajes.
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III. Orígenes económicos de la creencia de Dios en la burguesía
Los juegos de azar, que en la bolsa se ven sin disfraz, han sido
siempre una de las condiciones del comercio y de la industria; sus
riesgos son tan numerosos y tan imprevistos, que a menudo las
empresas que se conciben, calculan y realizan con má s habilidad
fracasan, mientras que otras emprendidas a la ligera, de manera feliz,
triunfan. Estos éxitos y fracasos, debidos a causas imprevistas
generalmente desconocidas y aparentemente surgidas só lo del azar,
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predisponen al burgués a la actitud mental del jugador; el juego de la
bolsa fortalece y vivifica este molde mental. El capitalista cuya fortuna
se invierte en acciones vendidas en la bolsa, que ignora la razó n de las
variaciones de sus precios y dividendos, es un jugador profesional.
Ahora bien, el jugador, que só lo puede dar cuenta de sus ganancias o
pérdidas como una buena o mala racha, es un individuo
eminentemente supersticioso; los frecuentadores de las casas de juego
tienen todos encantos má gicos para obligar a la buena fortuna; uno
murmura una oració n a San Antonio de Padua, o no importa qué
espíritu del Cielo, otro juega só lo cuando ha ganado un determinado
color, otro tiene una pata de conejo en su mano izquierda, etc.
Los terribles e inexplicables fenó menos del orden social que rodean
al capitalista y le golpean sin que él sepa por qué o có mo en su
industria, su comercio, su fortuna, su bienestar, su vida, le inquietan
tanto como al salvaje los terribles e inexplicables fenó menos de la
naturaleza que excitaron y sobrecalentaron su exuberante imaginació n.
Los antropó logos explican la creencia del hombre primitivo en la
brujería, en el alma, en los espíritus y en Dios; por su ignorancia del
mundo natural, la misma explicació n vale para el hombre civilizado:
sus ideas espiritistas y su creencia en Dios deben ser atribuidas a su
ignorancia del mundo social, la duració n incierta de su prosperidad, y
las causas desconocidas de sus fortunas y desgracias, predisponen al
burgués a admitir, como el salvaje, la existencia de seres superiores,
que actú an sobre los fenó menos sociales a medida que sus fantasías los
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conducen favorable o desfavorablemente, como lo describen los
teoginos y los escritores del Antiguo Testamento. Para propiciarlos
practica la má s grosera superstició n, se comunica con espíritus del otro
mundo, enciende velas ante las imá genes sagradas y reza al Dios
trinitario de los cristianos o al Dios ú nico de los filó sofos.
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El burgués no da el nombre de injusticia a su acaparamiento de las
riquezas creadas por los asalariados; para él este robo es la justicia
misma, y no puede concebir có mo un Dios imaginable pueda tener una
opinió n diferente sobre el tema. Sin embargo, no considera que sea una
violació n de la justicia eterna permitir que los trabajadores abracen el
deseo de mejorar sus condiciones de vida y de trabajo; pero como sabe
muy bien que estas mejoras tendrían que hacerse a sus expensas, cree
que es una buena política prometerles una vida futura, en la que se
dará n un festín como burgueses. La promesa de la felicidad pó stuma es
para él el medio má s econó mico de satisfacer las exigencias de los
trabajadores. La vida má s allá de la tumba, al principio un placer de
esperanza para la satisfacció n de su ego, se convierte en un
instrumento de explotació n.
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para siempre, volver a la superficie y alcanzar una posició n honorable;
nada má s que dinero se les exigía como condició n para reanudar los
negocios y obtener beneficios honorables. [9].
"El Señ or Jesú s -dice san Pablo- subirá al cielo con los á ngeles de su
poder, con llamas de fuego ardiente, haciendo venganza contra los que
no conocen a Dios y no obedecen al Evangelio; será n castigados con un
castigo eterno ante la faz de Dios y ante la gloria de su poder". - II. El
Testamento. I, 6–9. El cristiano de aquellos días esperaba con una fe
igualmente ferviente la recompensa de su piedad y el castigo de sus
enemigos, que se convirtieron en enemigos de Dios. El burgués, que ya
no abriga estos odios feroces (el odio no trae beneficios), ya no necesita
un infierno para apaciguar su venganza, ni un Dios verdugo para
castigar a sus asociados que se han enfrentado a él.
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lugar; evoluciona en proporció n al desarrollo del modo de producció n,
transformando el medio social.
Dios, para los griegos, los romanos y otros pueblos antiguos, tenía su
morada en un lugar determinado, y existía só lo para ser ú til a sus
adoradores e hiriente a sus enemigos; cada familia tenía sus dioses
privados, los espíritus de los antepasados deificados, y cada ciudad
tenía su dios municipal o estatal. El dios municipal o diosa moraba en el
templo que se le consagraba y se incorporaba a la imagen que a
menudo era un bloque de madera o una piedra; se interesaba por el
destino de los habitantes de la ciudad de éstos solamente. Los dioses
ancestrales só lo se ocupaban de los asuntos familiares. El Jehová de la
Biblia era un dios de este tipo; se alojaba en una caja de madera,
llamada Arca de la Alianza, que se llevaba consigo cuando las tribus
cambiaban de lugar; la ponían a la cabeza del ejército, para que Jehová
luchara por su pueblo; si los castigaba cruelmente por sus infracciones
a su ley, también les prestaba muchos servicios, como informa el
Antiguo Testamento. Cuando el dios municipal no estaba en las mejores
circunstancias, asociaron con él otra divinidad; los romanos, durante la
segunda guerra pú nica, trajeron de Pessinonte la estatua de Cibeles,
para que la diosa del Asia Menor les ayudara en su defensa contra
Aníbal. Los cristianos no tenían otra idea de la divinidad cuando
demolieron los templos y rompieron las estatuas de los dioses para
expulsarlos y evitar que protegieran a los paganos.
Los salvajes pensaban que el alma era la réplica del cuerpo, por lo
que sus espíritus deificados, aunque incorporados a piedras, bloques de
madera o bestias conservaban la forma humana. De la misma manera,
para San Pablo y los apó stoles, Dios era antropomó rfico, hicieron de él
un Hombre-Dios, como ellos mismos en cuerpo y mente; mientras que
el capitalista moderno lo concibe como sin cabeza ni brazos, y presente
en todos los rincones de la tierra, en lugar de estar acuartelado en una
localidad determinada.
Los griegos y los romanos, al igual que los judíos y los primeros
cristianos, no pensaban que su dios fuera el ú nico dios de la creació n;
los judíos creían en Moloch, Baal y otros dioses de las naciones con las
que combatían tan firmemente como en Jehová , y los cristianos de los
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primeros siglos y de la edad media, aunque llamaban a Jú piter y a Alá
dioses falsos, aú n los tomaban por dioses, que podían hacer maravillas
tan bien como Jesú s y su Padre Eterno. Esta creencia en una
multiplicidad de dioses hizo posible que cada ciudad tuviera un dios
adjunto a su servicio, encerrado en un templo e incorporado a una
estatua o algú n objeto de ese tipo; Jehová estaba en una piedra. El
capitalista moderno que piensa que su Dios está presente en todos los
lugares de la tierra no puede dejar de llegar a la noció n de un solo Dios;
y la ubicuidad que le atribuye a su Dios le impide representarlo con
rostro y nalgas, brazos y piernas, como el Zeus de Homero y el Jesú s de
San Pablo.
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Es un hecho histó rico que la idea de un Dios ú nico y universal, que
Anaxá goras fue uno de los primeros en concebir, y que a través de los
siglos vivió só lo en el cerebro de unos pocos pensadores, no se
convirtió en una idea actual hasta que apareció la civilizació n
capitalista. Pero así como al lado de esta propiedad impersonal, ú nica y
cosmopolita existen todavía innumerables propiedades personales y
locales, así ciertos dioses locales y antropomó rficos se codean en el
cerebro del capitalista con el Dios ú nico y cosmopolita. La divisió n en
naciones, que son rivales comerciales e industriales, obliga a la
burguesía a repartir su Dios ú nico en tantos dioses como naciones
haya; así cada nació n de la cristiandad piensa que el Dios cristiano, que
es al mismo tiempo el Dios de todos los cristianos, es su dios nacional,
como Jehová de los judíos y Palas-Atenas de los atenienses. Cuando dos
naciones cristianas declaran la guerra, cada una ora a su Dios nacional
y cristiano para que pelee de su lado, y si sale victoriosa, canta el Te
Deums para agradecerle por haber vencido a la nació n rival y a su Dios
nacional y cristiano. Los paganos hicieron que diferentes dioses
pelearan entre ellos, los cristianos hacen que su ú nico Dios pelee
consigo mismo. El Dios ú nico y cosmopolita no podría destronar
completamente a los dioses nacionales en el cerebro burgués a menos
que todas las naciones burguesas se centralizaran en una sola nació n.
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a criticar a las autoridades constituidas, y a hacerlas responsables de
sus infortunios econó micos.
La mujer debe ser flexible a sus deseos. É l la desea fiel e infiel segú n
sus deseos. Si es la esposa de un hermano capitalista, y si la está
cortejando, le exige su infidelidad como un deber hacia su Ego, y
despliega su retó rica para liberarla de sus escrú pulos religiosos; si es
su esposa legítima, se convierte en su propiedad, y debe ser inviolable;
le exige una fidelidad igual a cualquier prueba, y emplea la religió n para
forzar el deber conyugal hacia él en su cabeza.
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Los numerosos intentos de cristianizar al proletariado industrial en
Europa y América han fracasado completamente; no han logrado
sacarlo de su indiferencia religiosa, que se generaliza
proporcionalmente a medida que la producció n mecá nica recluta a
nuevos miembros de los campesinos, artesanos y pequeñ os
comerciantes para el ejército de asalariados.
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Por supuesto, el asalariado no tiene má s idea del curso de los
fenó menos econó micos que el capitalista y sus economistas, ni
entiende por qué, tan regularmente como la noche sucede al día, los
períodos de prosperidad industrial y de trabajo a alta presió n son
seguidos por crisis y cierres patronales. Esta incomprensió n, que
predispone la mente del capitalista a la creencia en Dios, no tiene el
mismo efecto en la del trabajador asalariado, porque ocupan posiciones
diferentes en la producció n moderna. La posesió n de los medios de
producció n da al capitalista la direcció n absoluta y arbitraria de la
producció n y distribució n de los productos, y le obliga, en
consecuencia, a ocuparse de las causas que los rigen: el asalariado, por
el contrario, no tiene derecho a ocuparse de ellos. No tiene parte en la
direcció n del proceso productivo, ni en la elecció n y obtenció n de las
materias primas, ni en el modo de producir, ni en la venta del producto;
só lo tiene que proporcionar el trabajo como una bestia de carga. La
obediencia pasiva de los jesuitas, que despierta la indignació n verbosa
de los librepensadores, es la ley en el ejército y en el taller. El capitalista
pone al asalariado delante de la má quina en movimiento, cargada de
materias primas, y le ordena que trabaje; se convierte en un engranaje
de la máquina. No tiene en la producció n má s que un objetivo, el
salario, el ú nico interés que el capitalismo se ha visto obligado a
dejarle; cuando lo ha conseguido, ya no tiene nada má s que reclamar.
Siendo el salario el ú nico interés que le ha permitido mantenerse en la
producció n, tiene por tanto que preocuparse simplemente de tener
trabajo para recibir un salario; y como el empleador o sus
representantes son los dadores de trabajo, son ellos, hombres de carne
y hueso como él, a quienes culpa, si tiene o no trabajo, y no a los
fenó menos econó micos, que puede ignorar por completo; es contra
estos hombres que se irrita a causa de las reducciones de salario y la
holgazanería del trabajo, y no contra las perturbaciones generales de la
producció n. Los hace responsables de todo lo que le llega, sea bueno o
malo. El asalariado personaliza los accidentes de producció n que le
afectan, mientras que la posesió n de los medios de producció n se
despersonaliza proporcionalmente a medida que toman forma de
maquinaria.
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Como el capitalista y el proletario ya no viven en el campo, los
fenó menos naturales no pueden durar mucho tiempo. Los fenó menos
naturales ya no pueden producir en ellos las ideas supersticiosas, que
fueron utilizadas por el salvaje en la elaboració n de su idea de Dios;
pero si el primero, por ser anhelado por la clase dominante y
parasitaria, se somete a la acció n de los fenó menos sociales que
generan ideas supersticiosas, el otro, por pertenecer a la clase
explotada y productiva, se aleja de su acció n de cultivo de la
superstició n. La clase capitalista nunca podrá ser descristianizada y
liberada de la creencia en Dios hasta que no sea expropiada de su
dictadura de clase y de la riqueza que saquea diariamente de los
trabajadores asalariados.
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La indiferencia en materia religiosa de nuestros trabajadores
modernos, cuyas causas determinantes he estado rastreando, es un
fenó meno nuevo, producido ahora por primera vez en la historia: las
masas populares han elaborado hasta ahora siempre las ideas
espirituales, que los filó sofos só lo han tenido que refinar y oscurecer,
así como las leyendas y las ideas religiosas, que los sacerdotes y las
clases dirigentes só lo han organizado en religiones oficiales e
instrumentos de opresió n intelectual.
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2. Influencias religiosas: Serie III de la investigació n realizada por el Sr.
Charles Booth sobre la vida y el trabajo del pueblo de Londres.
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guerras civiles en su lucha por el poder político. Unos sesenta añ os
antes del nacimiento de Teognis, los demó cratas, tras una revuelta
victoriosa, suprimieron las deudas de los aristó cratas y exigieron la
restitució n de los intereses que habían sido extorsionados. Theognis,
aunque era miembro de la clase aristocrá tica y aunque abrigaba un
odio feroz contra los demó cratas, cuya sangre negra, como decía,
habría bebido con gusto, porque le habían robado y desterrado, no
pudo escapar a la influencia del entorno social burgués. Está
impregnado de sus ideas y sentimientos, e incluso de su lenguaje: así,
en varias ocasiones, extrae metá foras de los ensayos de oro, a los que
los comerciantes se veían constantemente obligados a recurrir para
conocer el valor de las monedas y lingotes que les daban a cambio.
Precisamente porque la poesía gnó mica de la Teogonía, al igual que los
libros del Antiguo Testamento, llevaba las má ximas de la sabiduría
burguesa, era un libro escolar en la Atenas democrá tica. Era, decía
Xenofonte, un tratado sobre el hombre como un há bil jinete podría
escribir sobre el arte de la equitació n.
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juramentos falsos, pero siempre ha permanecido honorable? * * * El
hombre injusto, lleno de sí mismo, que no teme la ira de los hombres ni
de los dioses, que comete actos de injusticia, se atiborra de riquezas,
mientras que el hombre justo será despojado y será consumido por una
dura pobreza. * * ¿Qué mortal es aquel que, viendo estas cosas, teme a
los dioses?" El salmista dice:
"He aquí que estos son los impíos, que prosperan en el mundo;
aumentan en riquezas" Cuando pensé en saber esto, fue demasiado
doloroso para mí. * * Tenía envidia de los necios (los que no temen al
Eterno) cuando vi la prosperidad de los malvados". (Salmo LXXIII.) Los
teognistas y los judíos del Antiguo Testamento, al no creer en la
existencia del alma después de la muerte, piensan que es en la tierra
donde se castiga a los malvados, "porque má s alta es la sabiduría de los
dioses", dice el moralista griego.
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burgués, recibió el debido comentario y apreciació n. Peréire murió cien
veces millonario, honrado y arrepentido.
11. “Wealth engenders not satiety,” says Theognis, “the man who has
the most strives ever to double it.”
12. The author might have included American capitalists; witness the
famous Bible class of John D. Rockefeller, Jr. – Translator
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I. Opiniones contradictorias sobre el origen de las ideas abstractas
Los filó sofos griegos, a los que encontramos a la entrada de todas las
vías del pensamiento, han declarado y tratado de resolver el problema
de las ideas abstractas. Zenó n (el fundador de la Escuela Estoica)
consideraba los sentidos como la fuente del conocimiento, pero la
sensació n se convirtió en una concepció n só lo después de haber sufrido
una serie de transformaciones intelectuales.
Plató n, por el contrario, pensaba que las ideas del Bien, la Verdad, la
Belleza, eran innatas, inmutables, universales. "El alma en su viaje por
la senda de Dios, desdeñ ando lo que impropiamente llamamos seres, y
levantando sus miradas hacia el ú nico y verdadero Ser, lo había
contemplado y recordado lo que había visto". (Phaedrus). Só crates
también había puesto aparte de la humanidad un Derecho Natural
cuyas leyes, no escritas en ninguna parte, son sin embargo respetadas
por todo el mundo, aunque los hombres nunca se hayan reunido para
promulgarlas de comú n acuerdo. [2]
Cierto, decía Aristó teles, no era universal. Segú n él, só lo podía existir
entre personas iguales. El padre de familia, por ejemplo, no podía
cometer una injusticia hacia su esposa, sus hijos o sus esclavos, ni hacia
ninguna persona que dependiera de él. Podía golpearlos, venderlos y
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matarlos sin por ello apartarse del derecho. Aristó teles, como se suele
hacer, adaptó su Derecho a las costumbres de su época; como no
concibió la transformació n de la familia patriarcal, se vio obligado a
erigir sus costumbres en principios de derecho. Pero en lugar de
otorgarle al Derecho un cará cter universal e inmutable, le concedió só lo
un valor relativo y limitó su acció n a personas situadas en un plano de
igualdad.
Pero, ¿có mo es que su maestro Plató n, cuya mente era tan sutil, que
tenía bajo sus ojos las mismas costumbres y que no tenía idea de su
abolició n, ya que en su repú blica ideal introdujo la esclavitud, no tenía
las mismas opiniones con respecto a la relatividad de la Justicia? Una
palabra de Aristó teles da lugar a la teoría de que Plató n, al igual que los
sacerdotes de los Sagrados Misterios y la mayoría de los sofistas, no
había explicado en sus escritos toda su filosofía, sino que só lo la había
revelado a un pequeñ o nú mero de discípulos de confianza. Podría
haberse sentido intimidado por la condena de Só crates y los peligros
que le acarrearon en Atenas los Anaxogaras, que habían importado allí
de Jonia la Filosofía de la Naturaleza, y que só lo escaparon de la muerte
en su huida.
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Los enciclopedistas se lanzaron con entusiasmo revolucionario a la
bú squeda del origen de las ideas, que esperaban encontrar
cuestionando la inteligencia de los niñ os y los salvajes. La nueva
filosofía rechazó desdeñ osamente estas investigaciones que, por su
naturaleza, conducían a resultados peligrosos[7]. "Dejemos de lado en
primer lugar la cuestió n del origen", exclamó Víctor Cousin, el maestro
sofista, en su argumento sobre la Verdad, el Bien y la Belleza.
"La filosofía del siglo pasado era demasiado complaciente con este
tipo de cuestiones. ¿Con qué fin llamaremos a la regió n de las tinieblas
para la luz, o a una mera hipó tesis para la explicació n de la realidad;
por qué volver a una pretendida etapa primitiva para dar cuenta de una
etapa actual que puede ser estudiada en sí misma; por qué indagar en
el germen de lo que puede ser percibido y que necesita ser conocido en
su forma acabada y perfecta? Negamos absolutamente que la
naturaleza humana deba ser estudiada en el famoso salvaje de Aveyron
o en sus pares de las islas de Oceanica o del continente americano. El
verdadero hombre es el hombre perfecto en su tipo; la verdadera
naturaleza humana es la naturaleza humana que ha llegado a su pleno
desarrollo, ya que la verdadera sociedad es también la sociedad
perfeccionada. Apartemos los ojos del niñ o y del salvaje para fijarlos en
el hombre verdadero, el hombre real y acabado". (Lecciones 15 y 16)
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Podemos aplicar al instinto de los animales lo que los filó sofos
espiritualistas llaman ideas innatas. Las bestias nacen con una
predisposició n orgá nica, una preformació n intelectual, segú n la frase
de Leibnitz, que les permite realizar espontá neamente, sin pasar por la
escuela de ninguna experiencia, los actos má s complicados necesarios
para su conservació n individual y la propagació n de su especie. Esta
preformació n no es en ningú n lugar má s notable que en los insectos
que pasan por metamorfosis, como la mariposa y el may-bug. Segú n sus
transformaciones, adoptan diferentes tipos de vida rigurosamente
correlacionados con cada una de las nuevas formas que asumen.
Sébastien Mercier tenía toda la razó n cuando declaró que "el instinto
era una idea innata". [8].
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Otro naturalista muestra que el instinto de construcció n de nidos del
stickleback debe ser atribuido no a la Deidad, sino a una inflamació n
temporal de los riñ ones durante la temporada de apareamiento.
Los sensacionalistas del siglo XVIII al hacer del cerebro una tabula
rasa, que era una forma radical de renovar la "purificació n" de
Descartes, descuidaron este hecho de capital importancia; a saber, que
el cerebro del hombre civilizado es un campo trabajado durante siglos
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y sembrado de conceptos e ideas por miles de generaciones y que,
segú n la expresió n exacta de Leibnitz, está preformado antes de que
comience la experiencia individual. Debemos admitir que posee la
disposició n molecular destinada a dar nacimiento a un nú mero
considerable de ideas y conceptos. Alguna admisió n de este tipo es
necesaria para explicar que hombres extraordinarios, como Pascal, han
sido capaces de descubrir por sí mismos má s de una serie de ideas
abstractas, como los teoremas del primer libro de Euclides, que só lo
han sido elaborados por una larga procesió n de pensadores. En todo
caso, el cerebro posee tal aptitud para adquirir ciertos conceptos e
ideas elementales que no percibe el hecho de su adquisició n. El cerebro
no se limita a recibir impresiones que vienen del exterior, por medio de
los sentidos; hace por sí mismo un trabajo molecular, que los fisió logos
ingleses llaman cerebració n inconsciente, que le permite completar sus
adquisiciones e incluso hacer otras nuevas sin pasar por la experiencia.
Los estudiantes utilizan esta preciosa facultad cuando aprenden su
lecció n imperfectamente y se acuestan dejando a su sueñ o el deber de
fijarlos en la memoria.
Orthos (griego), rectum (latín), derecho (españ ol), droit, (francés), etc.
tienen el doble significado de estar en línea recta y el de Derecho,
Justicia.
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có mo la mente humana podría haber vinculado el pastoreo a la idea
abstracta de la ley, la línea recta a la idea de Justicia, la participació n de
un invitado en un banquete al destino inmutable. Mostraré los vínculos
que unen estos diferentes significados en el artículo sobre los Orígenes
de las Ideas, la Justicia y el Bien. Só lo es importante en este momento
señ alar el hecho.
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América para indicar un valiente guerrero dijo "es como el oso"; el
hombre de mirada penetrante es como el á guila; para afirmar que
perdona un ultraje declara "lo entierra en la tierra", etc. Estas
metá foras son para nosotros a veces indescifrables, por lo que resulta
difícil comprender có mo llegaron los egipcios a representar en sus
jeroglíficos la Justicia y la Verdad por el codo, y la maternidad por el
buitre. Desenredaré la metá fora del buitre. En el pró ximo artículo
explicaré la del codo. La familia matriarcal tuvo en Egipto una
longevidad extraordinaria, como lo demuestran en sus mitos religiosos
los numerosos rastros del antagonismo de los dos sexos; luchando, uno
por conservar su alta posició n en la familia, el otro por despojarla. El
egipcio, como Apolo en las Euménides de Esquilo, declara que es el
hombre quien cumple la importante funció n en el acto de la generació n,
y que la mujer, "como el pistilo de un fruto, só lo recibe y alimenta su
germen". La mujer egipcia devuelve el cumplido y se jacta de que
concibe sin la cooperació n del hombre. La estatua de Neith, la diosa
madre, la "Dama Soberana de las regiones superiores", llevaba en Sais
esta arrogante inscripció n: "Soy todo lo que ha sido, todo lo que es y
todo lo que será . Nadie ha levantado mi tú nica. El fruto que he dado es
el Sol". Su nombre, entre otros signos, tiene como emblema el buitre y
la primera letra de la palabra madre (mou). [13]
50
palabra creada para denotar un objeto o uno de sus atributos termina
sirviendo para denotar una idea abstracta.
***
51
La mente humana ha reunido a menudo los objetos má s disímiles
que só lo tienen un vago punto de semejanza entre sí. Así, por un
proceso de antropomorfismo el hombre ha tomado sus propios
miembros como términos de comparació n, como lo prueban las
metá foras que persisten en los lenguajes civilizados aunque datan del
principio de la humanidad, como las "entrañ as de la tierra", las "venas
de una mina", el "corazó n de un roble", el "diente de una sierra", el
"desfiladero de una montañ a", el "brazo del mar", etc. Cuando la idea
abstracta de la medida toma forma en su cerebro, toma por unidad de
medida su pie, su mano, su pulgar, sus brazos (Orgía una medida griega
igual a dos brazos extendidos). Así que cada medida es una metá fora.
Cuando hablamos de un objeto de tres pies, dos pulgadas de extensió n,
queremos decir que es tan largo como tres pies y dos pulgares. 15] Pero
con el desarrollo de la civilizació n, la gente se vio obligada a recurrir a
otras unidades de medida. Así, los griegos tomaron el stadion, la
distancia recorrida en la pista de los Juegos Olímpicos; y los latinos
jugerum, la superficie que podía ser arada en un día por un jugum (una
yunta de bueyes).
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humano, como lo demuestra el cará cter místico que se atribuye a los
diez primeros nú meros [17]; y los recuerdos mitoló gicos y legendarios
que se adjuntan a ciertas figuras: 10 (el asedio de Troya y de Veii, que
duró exactamente diez añ os); 12 (los 12 dioses del Olimpo, las 12
labores de Hércules, los 12 apó stoles, etc.).); 50 (los 50 hijos de Príamo,
los 50 Danaides; Endimio, segú n Pausanio, hizo a Selena madre de 50
hijas; Acteó n fue cazado con 50 sabuesos cuando Diana lo
metamorfoseó ; la barca construida por Dana segú n las instrucciones de
Minerva, tenía 50 remos, al igual que la de Hércules en la época de su
expedició n contra Troya). Estos nú meros son tantas etapas en las que
la mente humana se detuvo después de los esfuerzos realizados para
llegar a los puntos, y los ha marcado con leyendas para preservar su
memoria.
Los salvajes no pueden figurar en sus cabezas. Deben tener ante sus
ojos los objetos que está n contando. Así, cuando hacen intercambios,
colocan en el suelo los objetos que está n dando frente a los que reciben.
Esta ecuació n primitiva, que en ú ltimo aná lisis es simplemente una
metá fora tangible, es lo ú nico que puede satisfacer sus mentes. Los
nú meros, en sus cabezas, como en las de los niñ os, son ideas concretas.
Cuando dicen dos, tres o cinco, ven dos, tres o cinco dedos, guijarros o
cualquier otro objeto. En muchas lenguas salvajes las primeras cinco
figuras llevan los nombres de los dedos; só lo por un proceso de
destilació n intelectual los nú meros llegan a despojarse en la cabeza del
adulto civilizado de cualquier forma que corresponda a un
determinado objeto, y a conservar só lo la forma de los signos
convencionales. El metafísico má s idealista no puede pensar sin
palabras ni calcular sin signos, es decir, sin objetos concretos. Los
filó sofos griegos, cuando comenzaron sus investigaciones sobre las
propiedades de los nú meros, les dieron formas geométricas. Los
dividieron en tres grupos: el grupo de los nú meros lineales (mekos). el
grupo de los nú meros de planos, cuadrados (epipedó n), el grupo de los
nú meros de tres dimensiones, cubos (triké auxé). Los matemá ticos
modernos han conservado la expresió n nú mero lineal para un nú mero
raíz.
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piedras son má s o menos duras, la luna no siempre es redonda, el sol es
má s caliente en verano que en invierno; así que cuando la mente
humana sintió la necesidad de un mayor grado de exactitud, reconoció
la insuficiencia de los términos de comparació n que había usado hasta
entonces. Entonces imaginó los tipos de longitud, dureza, redondez y
calor que debían emplearse como términos de comparació n. Es así
como en la mecá nica abstracta, los matemá ticos imaginaron una
palanca absolutamente rígida y sin espesor y una cuñ a absolutamente
incompresible para continuar sus investigaciones teó ricas, detenidas
por las imperfecciones de las palancas y las cuñ as de la realidad. Pero la
cuñ a y la palanca de los matemá ticos como los tipos de longitud,
redondez, dureza, si bien derivan de objetos reales cuyos atributos han
sido sometidos a una destilació n intelectual, ya no corresponden a
ningú n objeto real sino a ideas formadas en la cabeza humana. Debido a
que los objetos de la realidad difieren entre sí y del tipo imaginario,
siempre uno e idéntico a sí mismo, Plató n llama a los objetos reales
imá genes vanas y engañ osas y al tipo ideal una esencia de la creació n
divina. En ese caso, como en una multitud de otros, Dios, el creador, es
el hombre que piensa.
57
savoir, saber, y su derivado savant, científico, combinan los dos
significados. Voir indica la funció n del ojo; y sa el ú ltimo trazo del verbo
sapio, indica la funció n del paladar. (En esta traducció n, como en la
original francesa, las palabras griegas se han puesto en tipo romano, ya
que el libro está destinado a los trabajadores má s que a los estudiosos
clá sicos, y el uso de letras familiares hace que la forma de las palabras y
el argumento que se extrae de ellas sea sencillo para el lector ordinario.
- Traductor)
59
1794, publicado después de su muerte en 1824, declara que Bacon y
Locke fundaron la ciencia filosó fica y que Condillac "asignó sus límites
y disipó para siempre esos sueñ os que se denominan 'Metafísica'". El
Instituto Nacional, en el que dominaba el sensacionalismo de Condillac,
coronó en el mes de Nivose del añ o IX (1801) un estudio de Birá n sobre
la influencia de la costumbre en la Facultad de Pensamiento, que él
había presentado a concurso. Birá n estableció como axioma que la
facultad de percepció n es el origen de todas las facultades, y propuso
aplicar el método de Bacon al estudio del hombre y arrojar luz sobre la
metafísica transportando la física a ella. De Gerando, que también
consideró necesario abjurar de Condillac y de su filosofía, en su
monografía sobre la Influencia de los signos en la Facultad del
Pensamiento, coronada por el Instituto en 1800, afirmó que la doctrina
de Condillac era, por así decirlo, la ú ltima palabra de la razó n humana
sobre las doctrinas que má s le interesaban. El Instituto coronó en 1805
una nueva monografía de Birá n sobre la Descomposició n del
Pensamiento. El escenario político se transformó : la burguesía
victoriosa se ocupó de reintroducir y poner a su servicio la religió n
cató lica, que había ridiculizado, despojado y pisoteado cuando era la
doncella de la aristocracia, su rival. Mientras los hombres de la política
reorganizaban el poder, retomando y reforzando las fuerzas represivas
del antiguo régimen, los filó sofos se encargaban de despejar los
fundamentos intelectuales de su filosofía "analítica e iconoclasta" de los
Enciclopedistas. El Instituto, al coronar esta monografía de Birá n, y él
mismo al escribirla, cumplían concienzudamente la tarea impuesta por
las nuevas condiciones sociales. La monografía de Biran señ ala que hay
una cierta ilusió n en el pretendido aná lisis de Condillac, y en esa
sensació n que se transforma en juicio y voluntad sin que uno se haya
tomado la molestia de asignarle un principio de transformació n, hace
que el método de Bacon se aplique de manera extemporá nea al estudio
de la mente responsable de las aberraciones de la filosofía del siglo
XVIII, y se opone a toda asimilació n entre los fenó menos físicos
percibidos por los sentidos y los hechos internos. Los sofistas habían
sucedido a los filó sofos.
62
Tres cazadores lo encontraron en el bosque donde vivía desnudo,
viviendo de bellotas y raíces. Al parecer, tenía unos diez añ os de edad.
¿Pensaron entonces
63
9. El suplemento de Fígaro de enero de 1880 reproducía, a partir de las
cartas de un misionero, las lamentaciones nativas de una mujer india
en la línea ecuatorial sobre el cadá ver de su hijo recién nacido, lo que
ilustra el papel que juega la leche en el primitivo amor materno:
"Oh! mi amo, Oh! hijo de mis vitales, mi pequeñ o padre, mi amor, ¿por
qué me has dejado? Para ti cada día se llenó de leche caliente este
pecho con el que te gustaba jugar. Ingrato! ¿te he olvidado alguna vez?
Oh! ay de mí; ya no tengo a nadie que libere mi seno de la leche que lo
oprime".
10. Los antiguos no temían volver a los animales para descubrir los
inicios de algunas de nuestras ciencias: así, mientras atribuían a los
dioses el origen de la medicina, admitían que varios remedios y
operaciones de cirugía menor se debían a los animales. El anciano
Plinio cuenta en su Historia Natural que las cabras salvajes de Creta
enseñ aban el uso de ciertas hierbas curativas; el perro enseñ aba el de
la grama; y que los egipcios afirmaban que el descubrimiento de la
purga se debía al perro, el de la hemorragia al hipopó tamo y el de la
inyecció n al ibis.
17. La década tuvo un cará cter sagrado para los pitagó ricos y los
cabalistas. Los escandinavos consideraban que el nú mero tres y su
mú ltiplo de nueve eran especialmente queridos por los dioses. Cada
noveno mes hacían sacrificios sangrientos que duraban nueve días,
durante los cuales sacrificaban nueve víctimas, hombres o animales.
Las Neuvaínas Cató licas, que son oraciones que duran nueve días,
conservan el recuerdo de este culto, y su santa trinidad conserva el
cará cter místico que todas las naciones salvajes atribuyen al nú mero
tres. Ocurre en todas las religiones primitivas: tres Parcae entre los
griegos y los escandinavos, tres diosas de la vida entre los iroqueses.
18. Los griegos emplearon para las cifras las letras del alfabeto,
conservando las antiguas letras cadmeas que llevaban los nú meros
hasta el veintisiete. Las nueve primeras letras eran las unidades, las
nueve siguientes las decenas y las nueve ú ltimas las centenas. Debe
haber sido extremadamente doloroso y difícil de calcular con las cifras
de los griegos y romanos, que no poseían el cero. Los abstractores
metafísicos de las abstracciones del Nirvana fueron los ú nicos capaces
de inventar esa figura maravillosa, el símbolo de la nada, que no tiene
valor y que da valor, y que segú n la expresió n de Pascal, es un
verdadero indivisible del nú mero como el indivisible es un verdadero
cero. El cero desempeñ a un papel tan considerable en la numeració n
65
moderna que su nombre á rabe sifr -que el portugués transformó en
cifra, el inglés en cipher, el francés en chiffre- después de haber sido
empleado por primera vez só lo para el cero, sirve para designar todos
los signos de nú mero.
66
pariente, de un miembro de su clan, aunque sea una anciana". Hay
historias de Pieles Rojas que se han suicidado porque no pudieron
vengarse. El fiyiano, que ha recibido un insulto, coloca dentro del
alcance de su visió n un objeto que no le quita hasta que no haya
apaciguado su venganza. Las mujeres eslavas de Dalmacia muestran a
su hijo la camisa ensangrentada del padre asesinado para incitarlo a la
venganza.
"La venganza, que tiene cien añ os, todavía tiene sus dientes de
leche", dice el proverbio afgano. El dios semita, "aunque lento para la
ira" visita "la iniquidad de los padres sobre los hijos y los hijos de los
hijos hasta la tercera y cuarta generació n". (É xodo, XXXIV, 7.) Cuatro
generaciones no calman su sed de venganza. Prohíbe la entrada en la
asamblea hasta la décima generació n a los moabitas y a los amonitas,
"porque no os salieron al encuentro con pan y agua en el camino,
cuando salisteis de Egipto". (Deut. XXIII., 4.) Los hebreos podrían haber
dicho, como los escandinavos, "La cá scara de la ostra puede caer en
polvo por el proceso de los añ os y otros mil añ os pueden pasar sobre
este polvo, pero la venganza todavía estará caliente en mi corazó n". Las
Erinnyes de la mitología griega son las antiguas diosas "de la venganza"
"de la inextinguible sed de sangre". El coro de la sublime trilogía de
Esquilo, palpitando con las pasiones que torturan las almas de los
dioses y de los mortales, clama a Orestes, dudando en vengar a su
padre: "Que el ultraje sea castigado por el ultraje, que el asesinato
vengue al asesinato". "Mal por mal", dice la má xima de los tiempos
antiguos; "la sangre derramada sobre la tierra exige otra sangre; la
tierra nutritiva ha bebido la sangre del asesinato; está seca, pero su
rastro permanece inefable y clama por venganza". Aquiles para vengar
la muerte de Patroclo, su amigo, olvida el insulto de Agamenó n y sofoca
la ira que le hizo ver impasible las derrotas de los aqueos. La muerte de
Héctor no apacigua su pasió n; tres veces arrastra su cadá ver por los
muros de Troya.
68
El dios semita también vengó el derramamiento de sangre sobre
plantas, bestias y niñ os. La imaginació n poética de los griegos
personificó en estas terribles diosas, cuyo nombre temían pronunciar,
los terrores inspirados en los pueblos primitivos por el
desencadenamiento de la pasió n de la venganza. Vico, en su Scienza
Nuova, formula este axioma de la ciencia social:
69
Briareus de la mitología griega; en las naciones má s primitivas que se
ha podido observar, las mujeres son comunes y los niñ os pertenecen al
clan. La propiedad individual aú n no ha hecho su aparició n. Los objetos
má s personales, como las armas y los adornos, pasan de mano en mano
con una rapidez sorprendente, segú n Fison y Howitt, esos
observadores concienzudos e inteligentes de los modales australianos.
Los miembros de tribus salvajes y clanes bá rbaros se mueven y actú an
en comú n como un solo hombre; cambian de lugar, cazan, luchan y
cultivan la tierra en comú n. Cuando se mejoran las tá cticas bélicas, se
alinean en la batalla por tribus, clanes y familias.
71
La venganza, "vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por
mano, pie por pie, ardor por ardor, herida por herida, raya por raya"
(É xodo, XXI, 23, 25), só lo esto puede dar plena satisfacció n al
sentimiento de igualdad de las primitivas tribus comunistas, cuyos
miembros son todos iguales.
76
emblemá tica de la Justicia, tiene los ojos vendados. Sin duda, los
atenienses deseaban este simbolismo para recordar el hecho de que el
Areó pago se había establecido como sustituto de las Erinnyes, hijas de
la Noche, que, segú n Homero, vivían a la sombra de Erebus. El
Areó pago y el tribunal egipcio no admitieron abogados. El culpable, él
mismo, estaba obligado a guardar silencio. Estos dos tribunales, que
sustituyeron a las familias del ofendido y del delincuente, no juzgaron;
su papel se limitó a encontrar al culpable y entregarlo a la familia del
ofendido.
80
insulto; y por otra parte, medir la ventaja que se derivaba de la cesió n
de ciertos bienes materiales; - es decir, estaba obligado a repartir y a
equilibrar las cosas que no tenían ninguna relació n material directa
entre ellas. El bá rbaro comenzó brutalmente a exigir en el caso de un
asesinato, la ruina social del culpable, su muerte econó mica, la cesió n
de todos sus bienes; y terminó , después de muchos esfuerzos
intelectuales, arancelando la vida, la pérdida de un ojo o de un diente y
hasta los insultos. Esta tarificació n le obligó a adquirir nuevos
conceptos abstractos sobre las relaciones de los hombres entre sí y con
las cosas, lo que a su vez engendró en su cerebro la idea de la justicia
retributiva, que tiene por misió n proporcionar una compensació n lo
má s exacta posible al dañ o.
82
Estas restricciones al instinto prensil son comunistas; se imponen
ú nicamente en interés de todos los miembros de la tribu y só lo por esta
razó n el salvaje y el bá rbaro se someten a ellas voluntariamente. Pero
existen, incluso entre los salvajes, otras restricciones que no tienen este
cará cter de interés comú n.
Los sexos en las tribus salvajes está n claramente separados por sus
funciones. El hombre lucha y caza, la mujer alimenta y vigila al niñ o,
que le pertenece a ella y no al padre, que es generalmente desconocido
o incierto. Ella se encarga de la conservació n de las provisiones, de la
preparació n y distribució n de los alimentos, de la confecció n de la ropa,
de los utensilios domésticos, etc., y se ocupa de la agricultura en sus
inicios. Esta separació n -basada en diferencias orgá nicas, introducidas
para prevenir las relaciones sexuales promiscuas y mantenidas por las
funciones de voluntariado de cada sexo- se refuerza con ceremonias
religiosas y prá cticas misteriosas propias de cada sexo y prohibidas,
bajo pena de muerte, a las personas del otro sexo y con la creació n de
un lenguaje que só lo es comprendido por los iniciados de un sexo. La
separació n de los sexos provocó inevitablemente su antagonismo, que
se tradujo en prohibiciones impuestas al instinto prensil, que ya no
tienen un cará cter general, sino que adquieren un cará cter sexual
especial -podríamos decir un cará cter de clase; pues, como observa
Marx, la lucha de clases se manifiesta primero bajo la forma de una
lucha entre los sexos. He aquí algunas de estas prohibiciones sexuales:
las tribus salvajes prohiben ordinariamente a las mujeres participar en
sus festines caníbales; ciertas carnes selectas como la carne de castor y
el emú está n en Australia especialmente reservadas para los guerreros;
es a partir de un sentimiento del mismo tipo que los griegos y los
romanos de los tiempos histó ricos prohibieron a las mujeres el uso del
vino. Las restricciones impuestas al instinto prensil siguieron
aumentando con el establecimiento de la propiedad familiar colectiva.
Mientras el territorio del clan siga siendo propiedad indivisa de todos
sus miembros, que lo cultivan en comú n al igual que cazan y pescan en
comú n, las disposiciones confiadas a la custodia de las mujeres casadas,
segú n Morgan, siguen siendo propiedad comú n. También dentro del
límite del territorio de su clan un salvaje toma libremente los alimentos
que necesita. "En una aldea de Pieles Rojas", dice Cattlin, "cada
individuo, hombre, mujer o niñ o, tiene derecho a entrar en cualquier
83
cabañ a, sin importar lo que pase, incluso en la del jefe militar de la
nació n, y a comer todo lo que necesite". Los espartanos, segú n
Aristó teles, habían preservado estos modales comunistas, pero la
divisió n de las tierras de cultivo del clan introduce otros modales. La
divisió n de las tierras só lo podía tener lugar a condició n de que
satisficiera plenamente el sentimiento de celosa igualdad que llenaba el
alma del hombre primitivo. Este sentimiento exige imperativamente
que todos tengan las mismas cosas, segú n la fó rmula que Teseo, el
mítico legislador de Atenas, había dado para el fundamento de la
justicia. Toda distribució n de alimentos o del botín de guerra entre los
hombres primitivos se hacía de la manera má s igualitaria; no podían
concebir que fuera de otra manera. La divisió n igualitaria es para ellos
lo inevitable, así que en el idioma griego, moira, que significa al
principio la parte que le llega a cada invitado en un banquete termina
indicando la diosa suprema del Destino a la que está n sujetos los
hombres y los dioses; y la palabra diké usada al principio para la
divisió n igualitaria, la costumbre termina siendo el nombre de la diosa
Justicia. Si la má s perfecta igualdad debe regir en la distribució n de los
alimentos, tanto má s se despertará el espíritu igualitario a la hora de
repartir las tierras que sirven de sustento a toda la familia, pues la
divisió n de las tierras se hacía por familias proporcionalmente al
nú mero de sus miembros varones.
Se ha dicho con razó n que las inundaciones del Nilo obligaron a los
egipcios a inventar los primeros elementos de geometría para poder
redistribuir los campos cuando la corriente, al desbordarse, borrara sus
marcas. La costumbre de tener en comú n las tierras aradas después de
la cosecha, y su redistribució n anual, impuso a otras naciones la misma
necesidad que el desbordamiento del Nilo. Los hombres primitivos se
vieron obligados en todos los países a descubrir por sí mismos los
elementos de la agrimensura sin pasar por la escuela egipcia. La
medició n se desprende naturalmente del recuento. Probablemente el
rebañ o fortificó la idea del nú mero y desarrolló la numeració n,
mientras que la divisió n de la tierra engendró la idea de la medició n, y
el buque la de la capacidad. La geometría rectilínea fue naturalmente la
primera en ser descubierta. Se requirió añ o tras añ o aprender a
descomponer una curva en una infinidad de líneas rectas y el á rea de
un círculo en una infinidad de triángulos isó sceles. Las tierras de
84
cultivo fueron entonces divididas por líneas rectas en paralelogramos,
muy largas y muy estrechas. Pero antes de que supieran medir la
superficie de los paralelogramos multiplicando la base por la altitud y,
por consiguiente, antes de que tuvieran el poder de igualarlos, los
hombres primitivos no podían estar satisfechos hasta que los trozos de
tierra que caían a cada familia estuvieran encerrados en líneas rectas
de igual longitud. Llegaron a estas líneas llevando sobre el suelo el
mismo palo el mismo nú mero de veces. El palo que se usaba para medir
la longitud de las líneas era sagrado. Los jeroglíficos egipcios toman
como símbolo de la Justicia y la Verdad el codo, es decir, la unidad de
medida. Lo que el codo había medido era justo y verdadero. [21].
85
en griego la palabra nomos, que significa uso, costumbre, ley, tiene por
raíz nem, lo que da origen a una numerosa familia de palabras que
contienen la idea de pastoreo y de compartir. [23]
Cada campo asignado por sorteo a una familia estaba rodeado por
una zona neutral como el territorio de la tribu. La ley romana de las
86
Doce Tablas lo fijó en un metro y medio. Las fronteras marcaban sus
límites. Al principio só lo eran montones de piedra o troncos de á rboles.
Só lo má s tarde se les dio la forma de pilares con cabezas humanas a los
que a veces se les añ adían brazos. Estos montones de piedra y trozos de
madera eran dioses para los griegos y los latinos. Se hicieron
juramentos de no desplazarlos [24]; no se permitía al arador acercarse
a ellos, "por temor a que el dios, sintiéndose golpeado por la reja del
arado, le gritara: Detente, este es mi campo, ahí está el tuyo". (Ovidio,
Fasti) "Maldito sea el que quite el hito de su pró jimo", truena Jehová , "y
todo el pueblo dirá Amén". (Deuteronomio, xxvii, 17). Los etruscos
echaron toda clase de maldiciones sobre la cabeza del culpable. "El que
haya quitado el límite -dice uno de sus anatemas sagrados- será
condenado por los dioses, su casa desaparecerá , su raza se extinguirá ,
su tierra no producirá má s frutos; el granizo, la plaga y los fuegos de la
estrella de perro destruirá n sus cosechas, sus miembros se cubrirá n de
ú lceras y caerá n en la corrupció n". Si la propiedad trajo la justicia a la
humanidad, alejó a la hermandad.
Si es cierto, segú n la palabra del poeta latino, que el miedo dio origen
a los dioses, es aú n má s cierto que los dioses fueron inventados para
inspirar terror. Los griegos crearon diosas terribles para someter el
instinto prensil y para horrorizar a los violadores de la propiedad
ajena. Dique y Némesis pertenecían a esta clase de divinidades. Su
nacimiento fue posterior a la introducció n de las divisiones agrarias,
como lo indican sus nombres. Se encargaban de mantener las nuevas
costumbres y de castigar a los que las infringían. Dique, terrible como
los Erinnyes, con los que se alía para aterrorizar y castigar, se apacigua
en la medida en que los hombres adquieren el há bito de respetar las
nuevas costumbres agrarias; pierde poco a poco su aspecto prohibitivo.
Némesis presidía las divisiones y se ocupaba de que la distribució n de
la tierra se realizara de manera equitativa. Némesis en el bajorrelieve
que representa la muerte de Meleagro, está representada con un rollo
en la mano; sin duda el rollo en el que estaban inscritas las parcelas que
87
correspondían a cada familia. Su pie se apoya en la rueda de la fortuna.
Para comprender este simbolismo hay que recordar que las porciones
de tierra fueron sorteadas. [25]
88
amenazan la propiedad. "El que de noche corte o apacente sus rebañ os
en las cosechas producidas por el arado," ordena la ley de las Doce
Tablas, "si es mayor de edad, será sacrificado a Ceres y condenado a
muerte; si es menor de edad, será golpeado con varas a voluntad del
magistrado y condenado a reparar el doble de los dañ os. El ladró n
abierto, (es decir, tomado en flagrante delito), si es un hombre libre
será golpeado con varas y entregado a la esclavitud. El incendiario de
un pajar será azotado y muerto por la quema". La ley de Borgoñ a va
má s allá de la feroz ley romana. Condena a la esclavitud a la mujer y a
los hijos de má s de catorce añ os que no denuncien inmediatamente al
marido y al padre culpable de robo o de caballos o bueyes. La
propiedad introdujo el espionaje en el seno de la familia.
90
La Revolució n Comunista, al suprimir la propiedad privada y dar "a
todos las mismas cosas", emancipará al hombre y dará vida al espíritu
igualitario. Entonces las ideas de justicia, que han perseguido a las
cabezas humanas desde el establecimiento de la propiedad privada, se
desvanecerá n - la pesadilla má s espantosa que jamá s haya torturado a
la triste humanidad civilizada.
6. Jesucristo, San Pablo y los Apó stoles compartieron con los salvajes
esta opinió n; las enfermedades eran segú n ellos obra del demonio,
enemigo del género humano. (Mateo IX, 33; Lucas XI, 14; Hechos XIX,
12.) Esta superstició n encendió durante siglos en la Europa cristiana
las piras de las brujas.
91
7. Observaciones generales de Volney sobre los indios de América,
1820.
10. "Cuando entre los Itelmen de Kamchatka", relata un viajero del siglo
XVIII, G. Steller, "se comete un asesinato, la familia de la víctima se
dirige a la del asesino y exige que se le entregue. Si este ú ltimo
consiente y lo entrega, es asesinado de la misma manera en que mató a
su víctima; si se niega, significa que la familia aprueba el asesinato.
Entonces se declara la guerra entre las dos familias. La que triunfa,
masacra a todos los varones de la familia vencida y lleva a la esclavitud
a las mujeres y a las niñ as". En Polinesia, cuando el culpable no se
sometía pasivamente a la venganza de la parte ofendida, su propia
familia lo obligaba a hacerlo por la fuerza. (Ellis, Investigaciones
Polinesias)
11. Demó stenes en una de sus peticiones civiles cita un artículo de las
leyes de Draco que daba a cada ateniense el derecho de vida y muerte
sobre cinco mujeres - su esposa, su hija, su madre, su hermana y su
concubina. Los Gragas (gansos grises), que son las antiguas leyes de
Islandia, sancionaron este mismo derecho, añ adiendo a ello hijas
adoptivas. Má s tarde, en la época de Soló n, las costumbres se
92
transformaron, las leyes de aparecieron demasiado sanguinarias, pero
nunca fueron abolidas "sino por el consentimiento tá cito de los
atenienses", dice Aulo Gellius, fueron, por así decirlo, borradas". Las
primeras leyes, precisamente porque fijan y sancionan las costumbres
de los antepasados, nunca fueron derogadas, pero persistieron aunque
fueron contradichas por nuevas leyes. Así, el có digo del Manu conserva,
junto con la ley que establece la divisió n equitativa de los bienes entre
los hermanos y la que establece el derecho de primogenitura. La ley de
las doce mesas de Roma no abolió las leyes reales. La piedra en la que
se grabaron estas ú ltimas era inviolable; a lo sumo, los menos
escrupulosos se creían autorizados a entregarla.
13. En una época en que los historiadores creían que cada nació n y
cada raza tenía sus propios modales y costumbres especiales, se
afirmaba que la wehrgeld era de origen alemá n y que los griegos y los
latinos nunca habían descendido a este medio bá rbaro de componer
por sangre con dinero. Nada má s lejos de la realidad. La Octava Tabla
de la Ley Romana de las Doce Tablas dice:
93
El Ajax ha sido enviado con Ulises y Fénix en una embajada a Aquiles
para influir en él para que acepte los regalos de Agamenó n y apacigü e
su ira, dijo a Ulises: "El hombre acepta la recompensa del asesino de su
hermano o de su hijo muerto; y así el asesino por un gran precio
permanece en su propia tierra, y el corazó n del pariente se apacigua, y
su alma orgullosa, cuando ha tomado la recompensa." (Ilíada, IX, 632-6)
16. "La naturaleza -dijo Hobbes- nos ha dado a cada uno de nosotros un
derecho igual sobre todas las cosas. En el estado de la naturaleza cada
uno tiene el derecho de hacer y poseer todo lo que le plazca; de donde
viene el dicho comú n de que la naturaleza ha dado todas las cosas a
todos los hombres, y del cual se deduce que en el estado de la
naturaleza la utilidad es la regla del Derecho". (De Cive, Libro I,
Capítulo I) Hobbes y los filó sofos que hablan del derecho natural, la
religió n natural, la filosofía natural está n prestando a la Dama
Naturaleza sus nociones de derecho, religió n y filosofía, que son todo
menos naturales. ¿Qué debemos decir del matemá tico que debe
atribuir a la naturaleza sus conceptos del sistema métrico y debe
filosofar sobre el metro y el milímetro naturales? Las medidas de
longitud, las leyes, los dioses y las ideas filosó ficas son de fabricació n
humana; los hombres las han inventado, modificado y transformado,
segú n sus necesidades privadas y sociales.
94
inicios, un cará cter de expolio; esto no podría haber sido de otra
manera.
19. Los salvajes rudos de Tierra del Fuego definen los límites de sus
territorios por amplios espacios vacíos. César informa que los suevos se
enorgullecen de rodearse de vastas soledades. Los alemanes dieron el
nombre de bosque fronterizo y los eslavos el nombre de bosque
protector al espacio neutral entre dos o má s tribus. Morgan dice que en
Norteamérica este espacio era má s estrecho entre tribus de la misma
lengua, normalmente aliadas por matrimonio, y de otra manera, y má s
amplio entre tribus de diferentes lenguas.
95
22. La raíz o en la lengua griega contribuye a la formació n de tres
grupos de palabras, que parecen contradictorias, pero que se
complementan y se conectan con la divisió n de la tierra:
97
27. La galería mitoló gica de Millin (París, 1811) reproduce numerosos
medallones, jarrones, camafeos, bajorrelieves, etc., en los que se
representa a Deméter con sus diversos atributos.
98
para los bienes materiales y el Bien moral eran originalmente adjetivos
aplicados al ser humano.
• Bonum, bueno.
99
privaciones; y la fuerza moral para no caer en las torturas infligidas a
los prisioneros, era toda la educació n física y moral de los salvajes y
bá rbaros. Desde la niñ ez sus cuerpos fueron suplantados y templados
por ejercicios de gimnasia y endurecidos por ayunos y golpes, bajo los
cuales a veces sucumbían. Pericles, en su Oració n Fú nebre sobre las
primeras víctimas de la Guerra del Peloponeso, contrasta esta
educació n heroica todavía vigente en Esparta, que conservaba sus
costumbres primitivas, con la de los jó venes de Atenas, que habían
entrado en la fase burguesa democrá tica. "Nuestros enemigos -dijo- se
entrenan desde la má s tierna infancia al valor con la má s severa
disciplina, y nosotros, educados con dulzura, no tenemos menos ardor
para correr los mismos riesgos". Livingston, que encontró entre las
tribus africanas estas costumbres heroicas, estableció un contraste
similar para ciertos caciques negros entre los soldados ingleses y los
guerreros negros.
100
servicio militar y no tenían derecho a llevar armas, ni siquiera a tener
valor, lo que era privilegio de la clase patricia. (4)
101
tenía entonces nada de vergonzoso; llevaba a la gloria", dijo Tucídides.
Los capitalistas lo tienen en alta estima. Las expediciones coloniales de
las naciones civilizadas no son má s que guerras de bandolerismo; pero
mientras que los capitalistas hacen que los proletarios cometan sus
piracías, los héroes bá rbaros las pagan en su propia persona. La ú nica
manera honorable de obtener riquezas era entonces por medio de la
guerra. Así, los ahorros del hijo de una familia romana se llamaban
peculium castrense (dinero reunido en los campos). Má s tarde, cuando
la dote de la esposa vino a aumentarlos, tomaron el nombre de
peculium quasi castrense. Este estado general de bandolerismo hizo
que el proverbio de la Edad Media fuera literalmente cierto: "Quien
tiene tierra, tiene guerra". Los propietarios de rebañ os y cosechas
nunca dejaron de lado sus armas. Cumplieron con sus brazos en sus
manos las funciones de la vida diaria. La vida de los héroes fue un largo
combate. Murieron jó venes, como Aquiles, como Héctor. En el ejército
de Aqueos só lo había dos ancianos, Néstor y Fénix. Envejecer era
entonces algo tan excepcional que la edad se convirtió en un privilegio,
el primero que se introdujo en las sociedades humanas.
103
Atenas destruidas por los persas, se derribaron edificios pú blicos y
privados para conseguir los materiales para reconstruirlas.
"El mayor vicio del estado oligá rquico es que bajo él un hombre
puede vender todo lo que tiene, y otro puede adquirirlo, pero después
de la venta puede habitar en la ciudad de la que ya no forma parte, no
siendo ni comerciante, ni artesano, ni jinete ni hoplita, sino só lo una
pobre criatura indefensa. Es imposible impedir este desorden, pues si
se impidiera, una parte no poseería una riqueza excesiva, mientras que
otras se verían reducidas a una miseria extrema. Los miembros de la
clase dirigente, que só lo deben su autoridad a los grandes bienes que
poseen, se abstienen de reprimir con leyes severas el libertinaje de los
jó venes disipados y de impedir que se arruinen con gastos excesivos,
pues tienen la intenció n de comprar sus bienes y apropiá rselos por
medio de la usura, para aumentar su propia riqueza y poder"[11].
105
distribució n de alimentos y dinero. Pericles podía mantenerse en el
poder só lo exportando y alimentando a los avispones. Envió a mil
ciudadanos de Atenas a colonizar a Quersonos, quinientos a Naxos,
doscientos cincuenta a Andros, mil a Tracia, otros tantos a Sicilia y a
Turín. Les repartió por sorteo las tierras de la isla de Egea, cuyos
habitantes habían sido masacrados o desterrados. Pagó a los avispones,
de los cuales no pudo relevar a Atenas. Les dio dinero, incluso para ir al
teatro. Fue él quien introdujo la costumbre de pagar a seis mil
ciudadanos, es decir, a casi la mitad de la població n que disfrutaba de
derechos políticos, por ejercer la funció n de jueces (dikasts). El pago de
los jueces, que al principio era un ó mulo por día, fue elevado a tres por
el demagogo Cleó n. La suma anual ascendía a 5.560 talentos, o sea
180.000 dó lares, lo que era una suma considerable incluso para una
ciudad como Atenas. Así que cuando Peisandro abolió el gobierno
democrá tico, decretó que ya no se pagara a los jueces, que só lo los
soldados recibieran salarios y que la gestió n de los asuntos pú blicos se
confiara a só lo cinco mil ciudadanos, capaces de servir al Estado con su
fortuna y su persona. Pericles, para frenar y satisfacer a los artesanos,
que hacían causa comú n con los avispones, se había visto obligado a
emprender grandes obras pú blicas.
Los fenó menos econó micos que, al despojar a una parte de la clase
patricia, crearon una clase de revolucionarios sin clase y arruinados, se
desarrollaron má s rápidamente en las ciudades, que por su posició n
marítima se convirtieron en centros de actividad comercial e industrial.
La clase de plebeyos enriquecida por el comercio, la industria y la
usura, aumentó en proporció n al incremento del nú mero de patricios
arruinados y pará sitos. Estos plebeyos enriquecidos, para arrebatar los
derechos políticos a los gobernantes, se aliaron con los nobles
desposeídos y, una vez obtenidos los derechos políticos, se unieron a
los gobernantes para combatir a los empobrecidos patricios y a los
plebeyos de poca o ninguna fortuna; y estos ú ltimos, al convertirse en
amos de la ciudad, abolieron las deudas, desterraron a los ricos y
repartieron sus bienes. Los ricos desterrados imploraban la ayuda de
los extranjeros para volver a su ciudad, y a su vez masacraban a sus
conquistadores. Estas luchas de clase ensangrentaron todas las
ciudades de Grecia y las prepararon para el dominio de Macedonia y
Roma. Los fenó menos econó micos y las luchas de clase que
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engendraron habían derribado las condiciones de vida, en medio de las
cuales se había elaborado el ideal heroico.
Só crates decía que un estado oligá rquico -es decir, gobernado por los
ricos- "es impotente para hacer la guerra, porque se ve obligado a
armar a la multitud y, por consiguiente, a tener má s miedo de ella que
del enemigo; o bien a no utilizarla y a ir a la batalla con un ejército
verdaderamente oligá rquico"; es decir, reducido a los ciudadanos ricos.
Pero las nuevas necesidades de la guerra obligaron a los ricos a
reprimir sus temores y a violar las antiguas costumbres. Se vieron
obligados a armar a los pobres e incluso a los esclavos. Los atenienses
inscribieron esclavos en su flota, prometiéndoles la libertad, y
liberaron a los que habían luchado valientemente en Arginina (406
a.C.). Los espartanos, por su parte, se vieron obligados a armar y liberar
a los Helots. Enviaron al socorro de los siracusos, asediados por los
atenienses, un cuerpo de 600 hoplitas compuesto por Helots y
Neodamodes (recién admitidos a la ciudadanía); mientras que el
gobierno de la Repú blica Espartaca tachó de infamantes a los
espartanos que habían dejado las armas en Esfacteria, aunque varios de
ellos habían ocupado altos cargos políticos, concedió la libertad a los
Helots que les habían hecho pasar de contrabando provisiones
mientras estaban asediados por los atenienses. El salario que
transformó al guerrero en mercenario, en soldado [13], se convierte en
poco tiempo en un instrumento de disolució n social. Los griegos habían
jurado en Platea que "legarían a los hijos de sus hijos el odio contra los
persas, para que este odio durara mientras los ríos fluyeran hacia el
mar", sin embargo, medio siglo después de este orgulloso juramento,
atenienses, espartanos y peloponesos pagaron con entusiasmo al rey de
Persia para obtener subsidios para pagar a sus marineros y a sus
soldados. La guerra del Peloponeso aceleró la caída de los partidos
108
aristocrá ticos y puso de manifiesto la ruina de las costumbres heroicas
que los fenó menos econó micos habían preparado silenciosamente.
110
Había llegado la hora de que la sociedad burguesa -luego surgida de
la sociedad basada en la propiedad individual y la producció n
comercial- formulara un ideal moral y una religió n que correspondiera
a las nuevas condiciones sociales creadas por los fenó menos
econó micos; y es un eterno honor para la filosofía sofística de Grecia
haber trazado las líneas principales de la nueva religió n y del nuevo
ideal moral. La obra ética de Só crates y Plató n no ha sido superada
todavía. [16]
113
peores cualidades del alma humana, el egoísmo, la hipocresía, la intriga,
el despilfarro y el hurto. [20]
114
La ética, al igual que los demá s fenó menos de la actividad humana,
está sujeta a la ley del materialismo econó mico formulada por Marx: El
modo de producció n de la vida material domina en general el
desarrollo de la vida social, política e intelectual.
Fin.
115
de un sufijo hace bueno y bon grotesco, goodie, bonasse. Á gatas y bon
no podían en la antigü edad adquirir tal significado. Só lo en el latín de la
Edad Media nos encontramos con, bonatus goodie. Los escritores del
período bizantino utilizaron á gatas especialmente en el sentido de
suave, suave, y parece que los gamines de la Atenas moderna lo utilizan
para imbéciles.
Plutarco dice que Marius, "para luchar contra los cimbri y los
teutones, enrolados, a pesar de las costumbres y leyes, esclavos y
vagabundos. Todos los generales anteriores a él excluyeron a los tales
de sus ejércitos. Las armas, como otros honores de la Repú blica, eran
só lo para hombres dignos y cuya conocida fortuna respondía a su
fidelidad".
116
discípulos de Zenó n, que enseñ aban bajo el pó rtico, stoa; los bá rbaros
poseían la fuerza moral, que los estoicos se obligaban a adquirir.
15. La época capitalista ha visto un divorcio aná logo, tan brutal y tan
fértil en consecuencias revolucionarias. Al principio de la época
capitalista, durante los primeros añ os del siglo XIX, el ideal del pequeñ o
comerciante y del artesano adquirió una cierta consistencia en la
opinió n pú blica: el trabajo, el orden y la economía se consideraban
estrechamente ligados a la propiedad. Estas virtudes morales llevaron
entonces a la posesió n de bienes materiales. Los economistas y los
moralistas burgueses pueden todavía, como paroquets, repetir que la
propiedad es el fruto del trabajo, pero ya no es su recompensa. Las
virtudes del artesano ideal y del pequeñ o comerciante ya no llevan al
asalariado a ninguna parte sino a la oficina de beneficencia y al
hospital.
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pudieran seguir sirviendo a los muertos. Las almas de los salvajes y
bá rbaros que vivían la vida comunitaria del clan, tanto las de las
mujeres como las de los hombres, se trasladaban después de la muerte
a una morada extraterrestre donde volvían a vivir una existencia
aná loga a la que habían vivido en la tierra. El alma de los esquimales
cazaba el sello; la de los pieles rojas perseguía al bisonte; la de los
escandinavos luchaba de día y se banqueteaba de noche en el Valhalla
con las valquirias. A raíz y como resultado de la transformació n del
comunismo primitivo, la noció n de la morada extraterrestre se deslizó
de la mente humana y la del alma se oscureció , - hasta el punto de que
durante el período patriarcal, el jefe de la familia era el ú nico que se
pensaba que vivía después de la muerte; pero su alma, en lugar de ir al
paraíso, llevaba una vida sumamente triste en su tumba. El jefe de la
familia, que en su calidad de administrador de la propiedad había
centralizado en su persona los derechos de los miembros de su familia,
concentró igualmente en sí mismo sus almas inmortales. Entonces se
descubrió otra explicació n del sueñ o. Los sueñ os eran comunicaciones
de la divinidad, que había que interpretar para comprender el propio
destino. Hablé má s arriba del papel desempeñ ado por la inmortalidad
del alma del jefe de familia en el establecimiento del derecho de
primogenitura. La nueva explicació n del sueñ o dio origen a un nuevo
orden de explotadores de la estupidez humana, practicando el oficio de
intérprete de sueñ os. Ellos florecieron en el tiempo de Só crates.
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