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Universidad del Balamand

Instituto de Teología San Juan Damasceno


P.A.S.E. (Program for Arabic – Spanish Exchange)

SOFI 230 Introducción a la Fe de la Iglesia Ortodoxa


Lección 8 Sección 5
La Pneumatología Ortodoxa

5. El Myron
En cada generación, sólo unos pocos

cristianos se convierten en “ancianos” pero

todos los bautizados, sin excepción, son

portadores del Espíritu.

Lo que les ocurrió a los primeros

cristianos el día de Pentecostés nos ocurre

también a nosotros cuando después de

nuestro bautismo somos ungidos con el crisma o “myron”. Este segundo sacramento

de la iniciación cristiana en la Ortodoxia corresponde a la confirmación de la

tradición occidental. El recién bautizado, niño de corta edad o adulto, es ungido por

el sacerdote en la frente, los ojos, la nariz, la boca, los oídos, el pecho, las manos y los

pies. La unción va acompañada de estas palabras: “Sello del don del Espíritu Santo”.

Para cada uno, es un Pentecostés personal: el Espíritu que descendió visiblemente

sobre los apóstoles bajo la forma de lenguas de fuego desciende sobre cada uno de

nosotros de manera invisible, pero no menos verdadera y poderosa. Nos

convertimos entonces en “ungidos”, en un “Cristo”, a semejanza de Jesús el Mesías.

Somos marcados con los carismas del Espíritu consolador. En nuestro bautismo y en

nuestra crismación, el Espíritu Santo viene con Cristo a establecer su morada en el

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santuario íntimo de nuestro corazón. Decimos al Espíritu Santo: “Ven”, pero él está

ya en nuestro corazón.

Aunque los bautizados se muestren indiferentes durante su vida, esta presencia

del Espíritu en ellos nunca es enteramente vana. Sin embargo, si no cooperamos con

la gracia de Dios, si no nos servimos de nuestro libre albedrío para esforzarnos por

seguir los mandamientos, la presencia del Espíritu en nosotros corre peligro de

permanecer escondida, inconsciente. Como peregrinos del camino espiritual,

tenemos que avanzar desde este nivel en que la gracia del Espíritu está presente y es

activa en nosotros de una forma escondida hacia la toma de conciencia que nos hará

conocer el poder del Espíritu, abiertamente, directamente, con la percepción total de

nuestro corazón. La chispa pentecostal del Espíritu que existe en nosotros desde el

bautismo debe transformarse en una llama viva. Debemos convertirnos en lo que

somos.

“Los frutos del Espíritu son caridad, alegría, paz...” (Gal 5:22). La toma de

conciencia de la acción del Espíritu debería penetrar en toda nuestra vida interior.

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