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“Estúpido amor”
Una historia de BULLYNOVIOS
* Nota importante: Todos los personajes presentados en esta obra son parte del mun-
do de la ficción, cualquier similitud con la vida real, es mera coincidencia. Si te sien-
tes identificado con alguna situación es muy importante pedir ayuda.
Bibliografía. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 133
sentir? Más drinks. El mesero sirve y sirve, feliz porque son seis personas
y ya pidieron cuatro botellas, esta es la quinta. ¿Exagero? Mmmm…
¡No! (Los jóvenes consumen cada vez más cantidades de alcohol y
desafortunadamente comienzan a hacerlo a los 12 años*.) Baile. Risas.
—Venga alegría. ¡Uuuuuuu! —gritaba Ágata eufórica en el furor
del antro y bajo el efecto del alcohol.
—¡Mejor imposible! —dijo alguien a quien ella no conocía.
Ágata se volvió para mirar quién era y le dedicó su más amplia
sonrisa. Se puso muy de buen humor cuando vio que este hombre
estaba guapo y que probablemente le había gustado, pero como ella
era insegura y solo se sentía bien siendo superior al otro, puso cara
de “fuchi”. Escondió su sonrisa, dijo prepotente y con pose de niña
súper mega bien:
—¿Quéééééééééé?
Paolo, con cara de impacto y aparentando una gran seguridad,
le repitió:
—¡Mejor imposible! –La tomó de la mano, le dio una vuelta y
confirmó– ¡Mejor imposible!
Hubieran visto sus ojos de borrego a medio morir, estaba de foto.
Ese hombre entró en su corazón desde la primera frase. Así, ella vol-
vió a sonreír discretamente, pero en automático regreso a su cara de
sangrona. Sin embargo, a partir de ese instante, platicaron y brindaron
por horas hasta que ella tuvo que irse con sus primos. De último mo-
mento, le dio su teléfono y se fue, a pesar de las insistencias de Paolo
para que se quedara a seguir pasándola bien. Larga mirada y adiós…
Más bien, hasta luego.
Paolo era un hombre atractivo, no muy alto, camisa abierta casi
por completo, rosario de madera colgando, look y personalidad de
antrero, reventado, tomador, golfo, inseguro –por lo general, los golfos,
antreros, reventados… mmm… ¡son inseguros! Sí, sé que suena difícil
de creer, pero así es… jajajaja–, y demás atributos que lo hacían un
* CONADIC 2010.
Soltero
Me interesan mujeres
Estudió en el Colegio Chipre
Estudiando en la UVM Mercadotecnia
Favoritos: Beach girls, Calendario de Sports Illustrated, Moma
(antro), La 20 (cantina), Revista H
Película: Hangover
Libro: –
—Bueno, vamos a ver las fotos del perfil, tal vez estamos malin-
terpretando… —sugirió María.
Comenzaron a mirar los diversos álbumes. Cuál sería la sorpresa
de Ágata y de sus amigas cuando, al revisar las fotos del perfil, encon-
traron muchas tomas de Paolo abrazado con mujeres en antros. En otra
carpeta titulada “imágenes subidas con celular” había fotos de amigos
suyos borrachos con letreros como looser pintados en la cara, otras
fotos de gente dormida y hasta de un hombre bañándose en la regadera.
—Amiga, no solo es un mirrey, sino que le hace ciberbullying
(molestar, difamar, calumniar o agredir a través de las redes sociales)
a sus propios amigos —dijo muy agobiada María.
—¿Saben qué? Ya me voy. Ustedes son muy exageradas y yo creo
que él es un buen hombre. Voy a seguir saliendo con él, ¿OK? —con-
testó Ágata cortante, muy molesta, y tomando su bolsa con fuerza.
La escena se diluyó cuando Ágata se levantó de la mesa dejando
un billete de cien pesos para la cuenta y contestando su teléfono que
sonaba. Por supuesto, era Paolo. Una gran sonrisa brillante apareció
en su rostro y solo escucharon que decía: “Qué gusto que me hables.
Oye, ya te extrañaba…”. Las amigas se quedaron comentando lo tonta
que estaba portándose y lo mucho que podía lastimarla ese hombre.
Sin embargo, hicieron un pacto para respetar la decisión de Ágata y
no volver a comentar el tema.
Por su parte, Ágata se alejó, puso una barrera entre ella y sus
amigas. Solo quería vivir su historia de amor. Paolo le decía que nadie
la comprendía mejor que él y apoyaba por completo la decisión de
que se alejara de sus amigas. ¡Claro! Pues si eso era lo que quería… la
quería solo para él.
Ninguna buena conquista está completa sin detalles. Por supuesto
que le mandaba rosas, mensajes, salían, tenía detalles, hablaban durante
horas, sacaban fotos en cada evento al que iban. Cariño y más cariño
fue lo que Ágata recibió a diario y por montones de parte de Paolo. Él
le decía que no podría estar sin ella, que por qué había tardado tanto
en llegar, que juntos harían una vida maravillosa, que todo estaría
siempre y por siempre bien.
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1. Aquí está quien quiere estar, y quien no, no está… Para que el
amor sea puro debe de ser voluntario.
2. Para que la magia exista hay que vivir según la ley de Fiona y
Shrek: “Profundo respeto”. Fiona nunca quiso cambiar a Shrek
y cuando se convirtió en príncipe, ella le dijo: “Quiero a mi
Shrek”.
3. Para que la magia continúe, la agenda es privada. Publicar
discusiones, logros, amores, secretos, acaba con la relación.
4. Los pájaros, que pueden volar solos, eligen hacerlo en pareja
por una simple y sencilla razón: nadie debería estar solo, para
todo uno existe alguien más.
5. Sigue la ley de Bambi: Cosecha tu amor en primavera para que
tengas quién caliente tu invierno. Todo tiene su recompensa.
6. Las palabras son como la diamantina en el aire, una vez que se
dicen, no hay forma de recuperarlas… Procura no lastimar a
la persona que amas.
7. La vida está en los pequeños detalles. Para que el amor se es-
ponje, échale royal.
8. Aplica la ley de la Bella y la Bestia: Tu amor transforma a cual-
quiera. Para desenojar al otro, hazlo con puro amor.
9. Suma a tu vida bellos momentos, cáptalos con amor y guárdalos
en el corazón.
10. Si lo persigues, lo alejas. Para que el amor sea puro, requiere
ser en libertad.
—Carlos, no hay por qué exagerar. Paolo solo quiere ser amable
y yo le pedí que me sirviera también —intervino el papá de Ágata
tratado de calmar la situación.
—Papá, no es eso, es que…
—Nada, nada, vamos a otra cosa –y dirigiéndose a Paolo continuó–.
Te quedó muy buena, ¡eh! ¡Salud!
Todos volvieron a sentarse, pero Carlos le indicó a Ágata con
la mirada que fueran a hablar a otro lado. Discretamente, ambos se
levantaron y se dirigieron hacia la cocina. Ahí cambió algo.
—Ágata, tú sabes que nunca me he metido en tu relación con
nadie, pero este tipo no te conviene. Parece que es honesto, pero yo la
neta no le creo nada. Aparte, de repente medio que saca el cobre. No
sé, me da algo… como de mala espina…
—¿En verdad? ¿No sé por qué dices eso? La neta Paolo es súper
lindo… —respondió Ágata un poco confusa y molesta.
—¿Que por qué lo digo? Ágata, por favor, soy tu hermano, y esto ya
es un poco más que obvio. ¿Crees que no me di cuenta que el otro día
te pidió que no usaras una blusa y que incluso la tiraste a la basura? Me
doy cuenta que ya no te deja ser quien eres, y eso me preocupa. Todo el
tiempo está evaluándote y si dices algo que no le gusta, se queda serio.
Quiere controlarte estando siempre encima ti y entrometiéndose en
todas las cosas, ahora ¡hasta con mi papá!
—¿Tú crees que no es honesto? —respondió la enamorada como
si no hubiera escuchado el resto del argumento.
Se miraron por un momento, como si la respuesta pudiera cap-
tarse en ese instante y Ágata sintió que se moría. Ya llevaba tiempo
dudando si su adorado novio decía siempre la verdad. En muchas
ocasiones contaba una historia que luego cambiaba con otra persona;
o se contradecía en fechas y cosas así… pero lo peor de lo peor era que
Paolo se la pasaba chateando, mensajeando con “quién sabe quiénes” y
cada vez que ella se acercaba al teléfono, él borraba las conversaciones.
Sin embargo, esto era demasiado para una niña insegura como ella y,
como ya era costumbre, continuó disculpándolo con Carlos. Era su
manera de cubrir sus inseguridades.
¡Eres mi obsesión!
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tancia Paolo consideró esto como una grave ofensa, pero Ágata ni
cuenta se dio y siguió platicando con otra amiga de lo más normal.
El lugar estaba muy lleno y la gente estaba parada. A los pocos mi-
nutos, Paolo regresó a la mesa, que estaba frente al grupo que tocaba
en vivo, por lo que todo el mundo pasaba y chocaba constantemente
con ellos. Ágata se asombró cuando vio que Paolo había regresado a la
mesa y no le había dicho nada, ni se había acercado a abrazarla, como
solía hacerlo. Se acercó a él y dijo cariñosa y alegre:
—¡Qué onda precioso! ¡Ya regresaste! —Trató de tomar su brazo y
Paolo la soltó como loco y se alejó furioso de ella con lujo de groserías.
Ágata, sorprendida, comenzó a seguirlo por el lugar y llegar a él,
tratando de ser prudente para no incomodar a los demás. Cada vez
que se le acercaba, Paolo era más grosero. Incluso le soltó el brazo y le
pidió a gritos que no lo tocara.
—¡Vas a valorarme! —gritaba furioso.
—Pero, ¿qué hice Paolo? Dime, por favor —suplicaba.
—¡Te burlaste de mí! Eso hiciste. No me toques, ni me hables.
—Paolo, por favor, mi vida. Yo no hice nada y si hice algo que te
molestara, por favor, discúlpame. En verdad que no fue mi intención
en absoluto.
Paolo solo le gritaba que lo valorara y que iba a perderlo. La gente
los miraba impactados por la humillación de la que estaba siendo objeto
Ágata. Incluso unas chicas de otra mesa, que ella ni conocía, le dijeron:
—Ya déjalo ahí, vente a nuestra mesa. No mereces que nadie te
trate así.
Ágata no podía creer lo que estaba sucediendo. Fue a hablar con
otros amigos y uno de ellos le dijo que a veces se ponía así y que no
le hiciera caso, que ya se le pasaría. Más asombrada se sintió con ese
comentario. Y entonces supuso que esta actitud era normal en su novio,
que era algo que le sucedía con frecuencia.
Cada vez más nerviosa y preocupada, se le acercaba y trataba de
contentarse con él. No lo lograba. Paolo se mostraba más grosero y
prepotente con ella. Ágata no sabía qué hacer. La gente del lugar ya se
había dado cuenta de su pleito de quinta categoría… Esto rebasaba
por mucho lo que Ágata había vivido, ya que siempre había salido con
gente prudente y educada, incapaz de hacer una escena similar. Veía
a todos. De nuevo, intentaba acercarse a su novio y solo recibía más
rechazo de su parte.
La humillación llegó a tal extremo, que decidió irse en taxi a su casa.
Caminó hacia la puerta y después de tres intentos de salir corriendo del
antro, vio un taxi vacío en la puerta. Lo tomó y se fue sin voltear atrás.
Por supuesto, cuando Paolo se enteró, se volvió loco y comenzó a
llamarla al celular. Mientras, ella lloraba en el taxi de regreso a su casa.
No contestó una sola de las llamadas. Y cada dos segundos sonaba.
Pling. Pling. Pling. Y luego el timbre rabioso del teléfono. Finalmente,
lo puso en vibrar. Llegó a su casa y se puso el pijama. Mejor apagó el te-
léfono. Pero menuda sorpresa se llevó cuando descubrió que él estaba
afuera de su casa como un loco y quería reclamarle que se hubiera ido
del antro sin él. ¡El colmo! Ahora era su culpa haberse ido después de
la humillación de la que fue objeto…
Ante los arrancones que se escuchaban en la calle, Ágata tuvo que
bajar para poner un alto a la situación antes de que sus papás se dieran
cuenta de lo que pasaba.
—¿Qué quieres? —preguntó Ágata al abrir la puerta con cara de
pocos amigos, embarrada de lágrimas y en pijama.
—¿Qué demonios es lo que te pasa? ¿Quién te crees que eres para
dejarme solo en el antro? —reclamó Paolo como loco.
—Ah, ¡no vienes a disculparte por lo que me hiciste!
—¡Yoooooooo! Si tú te burlaste de mí, ¡y encima de todo te fuiste!
—Me fui porque no tienes ninguna razón para faltarme al respeto.
—¿Yoooooooo? –Preguntaba burlón Paolo– ¿Yooooooo faltarte
al respeto? ¡Si quien me falta al respeto eres tú! ¡Siempre es lo mismo,
solo te importan tus cosas!
—Eso no es cierto. Traté de contentarte no sé cuántas veces y no
quisiste ni voltear a verme…
—¿Qué esperabas? ¿Que después de que te burlaras de mi siguiera
tu juego? ¡Para nada! ¡Olvídalo! No soy tu burla…
¿QUÉ ES LA OBSESIÓN?
•
Obsesión amorosa, la persona concentra su atención y quie-
re estar a fuerza con alguien al que idealizó. Tiene baja auto-
estima y quiere a la fuerza que la otra persona lo ame.
Trastorno obsesivo compulsivo (TOC) es un trastorno de
•
ansiedad que se caracteriza por tener:
1. Pensamientos intrusivos (llegan de pronto y sin control)
2. Pensamientos recurrentes (se repiten una y otra vez)
3. Pensamientos persistentes (no pueden parar)
4. Pensamientos que producen inquietud, aprensión, temor o
preocupación
5. Estos pensamientos ocasionan conductas repetitivas, de-
nominadas compulsiones dirigidas a reducir la ansiedad
asociada.
* El TOC está dentro del Manual diagnóstico y estadístico
de los trastornos mentales (DSM-IV).
La Organización Mundial de la Salud incluye al TOC entre las
20 primeras enfermedades mentales que incapacitan, y se presenta
en el 0.8% de adultos y el 0.25% de niños y adolescentes. Está en-
tre las cinco enfermedades psiquiátricas más comunes. O sea, es
frecuente y ante cualquier duda hay que pedir ayuda a un experto.
Definiciones para comprender a una persona obsesiva:
• Obsesiones: son ideas, pensamientos, imágenes o impulsos
recurrentes y persistentes que no son voluntarios, cuando
quieren ignorarse surgen con más fuerza.
• Compulsiones: son conductas repetitivas, generalmente “ca-
prichosas”, que se realizan con frecuencia (más de 15 veces
al día) y se hacen para reducir la ansiedad provocada por la
obsesión, para evitar pensar en algo.
• Las obsesiones y las compulsiones hacen sentir mal a la per-
sona.
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Los cambios de humor de Ágata eran cada vez más frecuentes. Incluso
en la escuela tuvo que hablar con el director debido a su agresividad
recurrente hacia los maestros y algunos compañeros. Sus amigas le
notaban algo raro, ya que dejó de reunirse con ellas en los descansos
y después de la escuela, para evitar las críticas sobre su conducta.
Carlos, su hermano, aprovechó un lindo día de invierno para hablar
con ella mientras desayunaban. Ágata le prestaba poca atención porque
estaba enviando mensajes a Paolo; no obstante, intentaba concentrarse
en la conversación. Carlos debía repetir las cosas pues cada vez que
decía algo, su hermana se encontraba distraída con el celular mientras
él intentaba hablar sobre lo que le preocupaba.
—Ya deja esa cosa, ¿no? —dijo Carlos molesto, intentando llamar
su atención.
—¿Por qué te enojas? Solo estoy contestándole a mi novio una
cosa que me preguntó —respondió Ágata.
—¡Llevamos aquí sentados diez minutos y solo hemos dicho cuatro
palabras! Eso tiene mucho de malo hermana… ¡No me haces caso!
—Pues estoy ocupada, es importante.
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Paolo se sentía feliz con este gran logro. Se aseguró de que los
demás, a pesar de todo, reconocieran que él se preocupaba por Ágata
y daba fe de sus buenas intenciones. Aunque en realidad se dedicara
a maltratarla en privado.
Una tarde, los papás de Ágata, en complicidad de Paolo, la invitaron
a comer. Nerviosa, ella llamó a su novio para decirle que no podría
verlo a causa de esta invitación. Por supuesto, esperaba una reacción
de enojo y prepotencia, además de los chantajes ya conocidos y una
buena dosis de culpa, pero para su sorpresa, la voz al otro lado del
teléfono le dijo:
—¡Princesa! ¡Qué bueno! Me da mucho gusto que vayas con ellos
pues te quieren mucho, y yo he hecho todo para que te acerques a tus
padres, bomboncito —dijo cariñoso y con esa vocecita de bebé que
utilizaba cuando estaba MUY contento.
—Pero, pero si yo siempre me he llevado bien con mis papás…
—¿Princesa? No siempre… Acuérdate la vez que te enojaste con
tu mamá y gracias a mí –muy engreído dijo– se contentaron.
Ahora resultaba que la buena relación con sus padres también se la
debía a este manipulador chantajista de cuarta. Se adjudicaba las cosas
buenas de la vida de su novia, para chantajearla demostrándole lo que
hacía por ella. Y aunque Ágata agradeció su comprensión, francamente
se quedó muy sorprendida con las palabras que acababa de escuchar.
Su mente no lograba entender qué había pasado.
El restaurante había sido el favorito de esta hermosa joven desde
niña. Las carnes, el mousse de chocolate, el jugo de carne, las papas
con crema… todo le encantaba. Se veía muy contenta con sus jeans
ajustados y una blusa muy fina de seda blanca, con altos tacones color
miel que combinaban con su bolsa. Sus papás estaban felices de pasar
un rato con ella a solas y platicar. Al verla, su padre se levantó para
ayudarla con la silla.
—Hija, qué gusto verte tan guapa.
—Gracias, papi. Me dio mucho gusto que me invitaran a comer
—respondió con voz de niña pequeña, como si estar ahí le recordara la
protección que le brindaban sus padres y el cariño que sentía por ellos.
elijas. Lo haremos con mucho gusto. No importan los errores que ha-
yamos cometido contigo en el pasado, lo único que queremos es que
seas feliz, y haremos lo que sea por verte así —dijo muy cariñoso y
cálido su padre.
Ágata se quedó muda. No podía comer el mousse de chocolate
con menta que tanto le gustaba ni parpadear, tenía los ojos mojados.
Si movía un poco el ojo, escurriría una lágrima y no quería que nadie
supiera lo que sentía. Bajó la mirada para evitar ser descubierta. Su
madre la tomó del antebrazo con su tierna y suave mano, adornada
por hermosos anillos, y le dijo:
—Ag, hemos tratado de ser los mejores padres para ti. Si nos hemos
equivocado en algo o no lo hemos conseguido del todo, lo lamentamos.
Pero ahora que ya eres adulta, queremos que seas feliz con quien te
ama. Nos consta que Paolo hace todo por ti y que te quiere, y no nos
parece justa la forma como peleas con él y como lo tratas…
Ágata la interrumpió bruscamente, y con voz alta y muy alterada
dijo:
—¡Mamá! Tú no sabes nada de Paolo, no sabes nada de lo que
pasa…
—¿Y qué pasa hija? —interrumpió Don Carlos.
—Eh, pues, ¿qué pasa? O sea, nada –respondió nerviosa–, pero a
veces se enoja por todo y no me deja en paz.
—Ag, son atenciones. Si él te llama o se preocupa es porque todos
los hombres son así cuando están enamorados y él lo está de ti, ¿qué
más quieres?
Ágata se levantó furiosa de la mesa y les dijo:
—Ya les lavó el cerebro, ojalá se dieran cuenta, adiós.
Salió del restaurante sin voltear atrás y sus padres se quedaron he-
lados con su reacción. Pasaron un buen rato en el restaurante hablando
de lo sucedido. Sin duda, algo estaba mal, pero no lograban descubrir
qué era. Paolo aseguraba que la culpa era de Ágata, pero ella decía que
era una reacción. ¿Qué debían hacer? Se plantearon, al tiempo en
que decidieron buscar ayuda profesional para asesorarse sobre el tema.
Por su parte, Ágata iba manejando furiosa sin saber a dónde ir. No
sabía qué le sucedía o por qué reaccionaba así. Solo alcanzaba a darse
cuenta que ahora ella también era parte del problema de la violencia.
Simplemente estallaba y luego se sentía culpable. Y sucedía cada vez
con más frecuencia. Pensaba y pensaba, y no se le ocurrió mejor idea
que llamar a Paolo para aclarar sus pensamientos. Él se alegró mucho
de escucharla y tiernamente comentaba las cosas para después mane-
jar cada frase a su antojo. Decidieron que lo mejor sería verse, así que
se dirigió casa de Paolo.
Al llegar, todo fue felicidad, grandes abrazos y besos. Así, comen-
zaron a hablar sobre la comida de Ágata con sus padres, pero a Paolo
no le gustó lo que escuchó. Entonces, empezó a juzgarla y a maltratarla
con sus palabras.
—Ágata, ¿tú les dijiste quééé?
—Pues que no era yo la del problema, que tú me haces enojar y así…
—¿Cómo te atreves a hacer eso? ¿No habíamos quedado en seguir
la ley de Bambi, nuestra regla número seis?
—¿De qué hablas? —preguntó Ágata, pensando que solo un loco
se aprendería unas reglas que establecieron jugando y ahora usaba
como si fueran la constitución.
—Pues de eso, ¡de que no puedes violar las reglas de nuestra rela-
ción! Y como ya sé que no te acuerdas, la regla número seis dice: “Si-
gue la ley de Bambi: cosecha tu amor en primavera para tener quien
caliente tu invierno. Todo tiene su recompensa”. Pero por lo que veo
tú no quieres llegar a la primavera con nuestra relación… Quizás
tengas razón y lo mejor es que terminemos de una vez por todas. Yo
no quiero estar con alguien que no me valora, que no me quiere y que
solo tiene quejas para mí. Y además, ahora pones a mis suegros en mi
contra. ¡Eso ya es demasiado!
—¿Quééé? Nada de eso, tú no puedes dejarme así nada más, yo
te amo.
—Pues sí, pero tú a mí no. Y no me valoras, y no me amas, y no
estás dispuesta a hacer nada por mí.
—¡Claro que no! Siempre hago lo que me dices…
—¿Ah sí? ¿Y la foto que te pedí que subieras a Facebook y nos eti-
quetaras? ¿Y el otro día que te mandé mensaje y tardaste horas en
contestar porque dizque estabas en un examen? ¿Y todas las veces que
te pido que vengas aquí en vez de ir a la escuela y no lo haces?
—Tú cambias las cosas y no ves lo que sí hago por ti, que siempre
tengo detalles y te cocino lo que te gusta…
—¡Ahh! Ahora me lo vas a cobrar, ¿ves? ¿Ves cómo eres?
—Todo lo cambias, yo no dije eso. Te lo dije solamente porque
dices que yo no hago nada por ti y te estoy demostrando que no es así,
que yo también le echo ganas…
—¿A eso le llamas echarle ganas? Me acabas de dejar como un
malvado frente a tus papás. No te entiendo. De verdad, no te entiendo.
Lo único que veo es que no quieres ser feliz conmigo y ya.
—¡Pero si tú eres el que se pelea todo el día conmigo!
Paolo se acercó demasiado a Ágata en señal de reto, de desafío,
incluso le dio miedo que le pegara. Había escuchado en un reportaje
que la mayoría de los golpes en el noviazgo se derivan de discusio-
nes que se salen de control porque ambos están muy ofuscados y obs-
tinados en tener razón. Ella pensó que debía calmarse y como siempre
acabar cediendo. Pero si antes Ágata recurría a la prudencia, ahora, bajo
el efecto de las pastillas, le pareció imposible controlar sus emociones.
Siguieron así un buen rato, hasta que ella decidió irse cuando
Paolo la sujetó del antebrazo con fuerza y comenzó a apretarla. Le
pidió llorando que la soltara y que se calmara. Cuando lo hizo, y para
evitar que las cosas llegaran a más, Ágata se fue. Por supuesto, lo hizo
bajo la amenaza:
“Si te vas es para nunca volver”.
Ella arrancó el coche, pues ya no le importaba nada. Solo quería
salir corriendo. Nada más quería terminar con esta tortura. Por unos
minutos, pensó que habían terminado. Pero un rato después, Paolo
estaba llamándola de nuevo como loco para que arreglaran las cosas.
Estaba harta de discutir. Ya no podía más. Detuvo su coche en una
esquina cerca de su casa, y con toda su energía se propuso detenerlo.
Sus acusaciones y agresiones parecían no tener fin.
MALTRATO
Ni contigo, ni sin ti
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imaginó que Paolo fuera capaz de agredir así a su amiga, con tanto
odio y exhibiéndola frente a todos. Sintió muy feo por ella y no sabía
qué iba a decirle cuando llegara, pues cada comentario de Paolo era
peor que el anterior.
Mientras manejaba, Ágata llamó a uno de los primos de Paolo para
decirle que tenía que cancelar la fiesta del día siguiente. No dio mayor
explicación, simplemente dijo: “Se cancela”, y lo mismo escribió en el
grupo de WhatsApp que había creado para invitar a varios amigos.
Por supuesto que los mensajes curiosos no se hicieron esperar, pero
ella no contestó nada.
Lore la esperaba en la sala de tele para platicar con un café bien
caliente y esas galletas que parecen el paraíso en la tierra y que curan
hasta un corazón roto. Esta vez, Ágata no lloraba con su amiga, sola-
mente se mostraba muy sorprendida por las humillaciones públicas
de las que era objeto con tanta saña por parte de quien había jurado
ser el amor de su vida –Paolo–.
Por su parte, Paolo llegó a casa de Ágata exigiendo que le dijeran
dónde estaba para hablar con ella. Su actitud era de #hagoloquequiero
y no se midió en groserías y reproches, incluso con el papá de Ágata,
Don Carlos, quien no lo corrió solo porque lo apreciaba. Aunque es-
tuvo a punto de hacerlo, pues el tono era cada vez más prepotente y
controlador, exigiendo cosas como si Ágata fuera de su propiedad.
Finalmente, Paolo se fue sin saber que estaba en casa de Lorena,
aunque la llamó por teléfono para preguntar por su novia. También
llamó a María y a Karla y les contó su versión de la historia. Estaba
cegado por la ira que le provocaba que Ágata, hasta entonces dócil y
abnegada, se rebelara. Ante sus ojos, ¡eso no podía ser!
Claro que con tanto drama y exhibiciones en redes sociales, mu-
cha gente se dio cuenta de cómo estaban las cosas entre ellos. Y como
siempre sucede, la verdad salió a relucir.
ESCÁNDALO
83
Además de las muchas fotos que subió Paolo con “amigas”, encontró
varios comentarios como:
Paolo D. La gente no sabe valorar… Qué mal hice al regalarle mi tiempo
a una persona que al fin de cuentas nunca iba a hacerme feliz…
Ya se dará cuenta de que nadie la va a tratar nunca como yo
la traté, y ¡sola se va a quedar!
sí. Una vez que se atrevió a marcar su número, el cual se sabía de me-
moria, se llevó una gran sorpresa, él no respondió. ¿Qué? Ahora su ego
se sumaba al juego. ¡Después de todo lo que le había hecho se atrevía a
no contestarle! Después de que ella se había dignado a llamarlo, ahora
el enojado era él. Pues sí. Así funciona la manipulación. Justo así.
Llamó de nuevo.
Nada.
Llamó de nuevo.
De inmediato entró el buzón.
¡Le había colgado!
¡No! No podía ser. Ágata le llamó a Lorena para contarle muerta
de pena lo que estaba pasando, al final ella ya sabía una parte de la
historia. Se quedaron de ver más tarde para comer. Escogieron un lu-
gar nada glamoroso para que Ágata pudiera llorar sus penas, que eran
muchas, a gusto.
—Lore, en verdad me gustaría entender lo que me pasa. No sé por
qué me siento tan mal, tan sola. Yo creo que sí lo amo. Tal vez exageré
y ahora no me contesta.
—Yo creo que esto no es amor, Ágata —respondió Lorena mien-
tras tomaba del hombro a su amiga con cariño, como diciendo: “Aquí
estoy contigo”.
—¿Entonces que por qué no me contesta? ¿No que yo era el amor
de su vida? ¿No se suponía que estaríamos siempre juntos? ¡Ya lo
perdoné y me atreví a marcarle, y ahora no me contesta! No puedo
creerlo —dijo Ágata con lágrimas en los ojos.
—La verdad no sé qué decirte… –contestó Lorena haciendo una
larga pausa– ¿Ya entraste a su Facebook? Tal vez está saliendo con otra
y si es así, será mejor que te enteres.
Ágata no tardó en sacar de su bolsa el celular y de inmediato entró
frenética a Facebook. Mientras se descargaba, a ella le temblaba la mano.
Aprovechó esos segundos para marcarle de nuevo a Paolo, que tam-
poco contestó. Lorena observaba la escena preocupada por su amiga.
—Oye, ahora no vayas a quedar como rogona. ¿Cuántas veces le
has marcado hoy?
poder trabajar una semana, ¡una semana! Todo por tu culpa, porque
no confías, no me ayudas, no me quieres. Cuando estoy contigo no
me haces caso, te llamo y ¡siempre estás ocupada o con tus amigas o
con tus fotos!
Paolo encendió el coche y le pidió a Ágata que se bajara. Como no
le hizo caso, se bajó del coche, abrió la puerta y la tomó del brazo para
que bajara de una vez. Indignada, Ágata menos quería bajarse y así
estuvieron forcejando largos minutos, hasta que llegó la nana de Ágata.
Avergonzada por la escena, ella bajó del coche mientras él arrancaba
violentamente y se alejaba furioso.
Con la cara hinchada, el brazo morado de tantos jaloneos, fuera
de sí y llorando, Ágata entró discretamente a su casa. Lo llamó desde
su recamara. Sobra decir que él ya no contestó. Lo intentó veintitrés
veces, mismas que entró al buzón. En las últimas llamadas, el teléfono
ya estaba apagado. Entonces, ella encendió su computadora y comen-
zó a stalkearlo en Instagram, Facebook, Vine y Twitter. Pudo hacerlo
porque en la reconciliación él volvió a agregarla y la desbloqueó de
sus redes sociales en señal de confianza. Así, esta pobre joven dolida
miraba cada fotografía, vídeo o comentario que aparecían. Se tortu-
raba todo el tiempo suponiendo que estaba con otra, o con otras. La
herida se hacía más grande con la incertidumbre de no saber en dónde
estaba Paolo, y si era verdad lo que su cabeza estaba tejiendo. Dolor,
decepción, miedo, enojo, humillación, control, ego, resentimiento,
obsesión, sinsabor, paranoia, sentía todo eso al mismo tiempo.
Como si no fuera suficiente, comenzó a buscarlo en Google a ver
qué salía. Cada información que recibía le desgarraba el alma. Esto
ya se había convertido en obsesión y peor aún, adoptó esta costumbre
día con día.
La confianza en sí misma, su autoestima y su dignidad estaban
pisoteadas, azotadas, mermadas, dolidas, destruidas por el maltrato
recibido durante más de un año, y ahora entraba al juego de los celos.
Al peligroso juego de “me pierdes”. Al enfermo proceder de dar “pi-
cones” para probar el amor.
CELOS
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CÍRCULO VICIOSO
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Azotó la puerta tras él. Esta vez Ágata no lo persiguió, lo dejó ir.
Se quedó petrificada, paralizada e inmóvil.
Paolo, como no pudo gritarle a Ágata, fue a refugiarse en los brazos
de otra mujer. No le fue difícil encontrar con quien estar, pues tenía
muchas “velitas prendidas”, como él llamaba a sus amigas de una sola
noche o compañeras de sexo. A la que más llamaba era a Yamile, una
mujer mayor que él, poco escrupulosa y siempre disponible para tener
relaciones sexuales con quien fuera; él era uno de sus favoritos.
Llegó vestida muy sensual a su departamento. Debajo del cortí-
simo vestido rosa fucsia traía un liguero negro, tanga de encaje y un
brassier transparente que dejaba notar todo sobre el vestido. Era una
de muchas mujeres convencidas, por las revistas y las telenovelas, de
que el sexo y la sensualidad consiguen atar a un hombre para siempre.
Pero la realidad es muy diferente. A los hombres les gustan los retos,
desprecian lo fácil y juegan con ello.
Aunque lo ignoraba, también ella era una víctima de Paolo. Siempre
que se enojaba con sus novias, la usaba y luego la dejaba. Ella asegura-
ba que no quería compromisos y que así estaba bien, pero en silencio
sufría por no tener a Paolo solo para ella, porque en el fondo estaba
convencida de que un día ellos tendrían un compromiso formal. Entró
dispuesta a todo, lo tomó sensualmente y comenzó a besarlo, dejando
que él hiciera con ella lo que deseara.
A la par, se servían whisky tras whisky. Ella con su boca rosa fluo-
rescente, dejaba marcados los vasos y la ropa de Paolo. La pasión era
tan intensa que ni cuenta se daba de las evidencias que dejaba a su paso.
Estuvieron un largo rato así. Al terminar, muy borrachos los dos,
Yamile tomó una blusa de mujer que estaba doblada en un cajón y
que obviamente pertenecía a Ágata. Sabía que con eso ocasionaría
un problema entre ellos y causaría el esperado rompimiento que le
trajera a Paolo a sus brazos para siempre. Mientras, se dejaba usar y
maltratar por él.
Durmieron juntos, impregnando las sábanas, las almohadas, el
colchón y las paredes con su perfume de azaleas.
Esta vez llegó antes de la hora pactada para ver si encontraba algo
sospechoso, esa prueba que buscaba en lo más profundo de su interior
para terminar con esta locura. Él la hacía dudar todo el tiempo y ella
necesitaba saber que era verdad, para dejar de sentirse una loca.
Sabía dónde dejaba la llave de emergencia y la tomó. Entró, de-
jando en el suelo las bolsas de supermercado con los ingredientes
para prepararle la cena que tanto le gustaba y una botella de vino para
acompañarla. Todo estaba en su lugar, limpio y perfecto.
Llevó las cosas a la cocina y comenzó a preparar todo con tran-
quilidad. Al cabo de un rato, estuvo segura de que no había nada raro,
dejó de sospechar y miró su anillo de compromiso como prueba del
amor que Paolo le tenía.
Puso la mesa y se sentó con una copa de vino a esperarlo. Esta vez
Paolo abrió la puerta tranquilo, como si nada pasara.
—Hola, chiquita. ¡Wow, qué sorpresa tan grande! Se ve todo
delicio-so.
—Lo preparé con mucho amor para que estemos siempre juntos.
Yo estoy segura que quiero estar contigo, pero ya no quiero que te
enojes, me duele cuando te enojas.
—¡Entonces no me hagas enojar! –dijo Paolo con voz de bebé– Po
que si no me hace enojad, nada pasa…
¡Qué horror! Lo peor de la historia era cuando se ponía así, como
niño manipulador convenciendo a Ágata de que todo era su culpa.
Por supuesto que una vez más lo logró. Ella se disculpó, sin saber muy
bien de qué. Él la envolvía con tanta habilidad en la plática, que ya no
entendía ni de qué hablaban y le daba por su lado.
Cenaron contentos, con música y él le cantaba canciones muy
apasionado, gritando de emoción la letra, pues ya traía sus copas
encima. Se hacía cada vez más tarde y Ágata debía regresar a su casa.
No podía quedarse con él. Por más que insistiera, sus papas nunca la
dejarían hacerlo.
Para ganar tiempo, tomó la iniciativa y lo llevó a la recámara, para
que concluyeran la reconciliación con besos y dejarlo dormido.
“¡Eso es! Justo así… Esto es lo que me pasa”, pensó Ágata, quien
ya estaba tocando fondo, el más profundo fondo de la humillación.
Después de ser la novia formal con quien él moría por casarse, pasó
a ser la rogona… ¿Cómo sucedió? Sencillo, como le pasa a miles de
personas que viven maltrato: dejó de darse a respetar por miedo a
perderlo y se enganchó con ese miedo.
Manejó hasta su casa con las lágrimas que brotaban a borbotones
sin poder controlarlas, y con cada lágrima, su ser iba despedazándose.
Paolo le había roto el corazón de todas las maneras posibles y ella no
podía dejarlo. Simplemente era adicta a él.
Estuvo a punto de chocar varias veces en el camino porque estaba
centrada en sus pensamientos y no en lo que estaba haciendo. A veces,
hay señales que nos hacen reaccionar para traernos al presente. Enton-
ces, respiró y se concentró en llegar con bien a su destino, puesto que
sería el colmo que ella también se lastimara. Este dolor tenía que parar.
INFIDELIDAD
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para siempre a otro lado; que ya no sintiera esto que le quemaba por
dentro; y que le ayudara a recuperar las ganas de vivir, pues incluso
hasta eso había perdido.
Se quedó de rodillas llorando y suplicando por más de una hora
y con cada llanto y con cada lamento, Dios la escuchaba más y la cu-
bría con su luz. Cuando se calmó, se puso el pijama, se lavó la cara y
se metió a la cama.
Esa noche durmió como un bebé, había sacado todo lo que tenía
encima. Por fin estaba vacía de sentimientos y dolores, lista para volver
a empezar.
Al día siguiente, llamó a sus amigas y les explicó que no tenía ce-
lular por el momento, así que quedaron de verse en un lugar cercano
a su casa: unas tortas que le fascinaban y a las que no había vuelto a ir
porque a Paolo no le gustaban. Así pasó con muchos de sus gustos, los
dejó porque él parecía convencido de sabotear las cosas que ella disfru-
taba. No más. Estaba decidida a recuperarse y volver a ser ella misma.
Relató cada parte de la historia a sus amigas, quienes escuchaban
tratando de ser prudentes y no juzgar, aunque en momentos les parecía
imposible no hacerlo. Lo que había sucedido era increíble, dramático y
un maltrato fuera de toda proporción. A ratos lloraba y les contaba, a
ratos dejaba de llorar, a ratos se reía; lo que era constante, por supuesto,
fue el tema: cinco horas intensivas de Paolo y de cómo salir de ahí.
—No le vuelvo a contestar y ya —dijo muy segura Ágata.
—No creo que después de todo lo que nos has contado sea tan
sencillo terminar con él –comentó Karla, quien estudiaba psicología–.
Yo he leído mucho al respecto y creo que estabas en una relación
codependiente.
—¡Más que codependiente! –aseguró María– Yo creo que los dos
disfrutaban sufrir…
Este comentario creó un nudo en el estómago de Ágata, algo le
hizo click… Existía cierta emoción y cierto reto ante cualquier pro-
blema porque segregaba mucha adrenalina. Le revoloteaba la panza
y se sentía energizada cuando algo sucedía o intuía que algo pasaba.
La adrenalina, propia de los deportes extremos, se segrega si estamos
sus redes ni publicar nada a nadie durante veintiún días, así lograría
quitarse el hábito de estar entrando a bobear a las redes y poner cuanta
tontería se le ocurría. Esta tarea le tomó toda la tarde.
Cada día que pasaba, estaba más tranquila y como no tenía celular,
no recibía llamadas ni mensajes de este obsesivo personaje. Por otro
lado, tampoco tenía tentaciones a la mano, pues no había facilidad
para entrar a las redes sociales. Estaba segura que toda persona que
terminara una relación debía quedarse un buen tiempo sin dicho
aparato. Si quería llamarlo, debía bajar a la sala o al cuarto de sus pa-
pás; si quería ver sus redes, debía desbloquearlo y entrar desde su
computadora. Si le daban ganas, se le quitaban con tanto trámite. Sólo
respiraba profundo y volvía a contener su corazón. No era fácil, pero
estaba decidida a hacerlo.
A la mañana siguiente aprovechó que toda su familia se fue a Valle
de Bravo para hacer una quema. Se le ocurrió que no era suficiente
con tirar a la basura fotos y regalos, sino que debía quemarlos… Los
sentimientos que contenían esas cosas se evaporarían con el humo y
se convertirían en cenizas. Pasó dos horas frente a su closet y cajones
sacando fotos, ropa, peluches, cartas, recuerdos, álbumes y CDs, metería
todo en la chimenea. Todo, no quería que faltara nada. La encendió y
con cada chispa que saltaba se sentía mejor. Aprovechó el momento
para gritar cosas como:
“Gorra inútil, vete muy lejos de mí y que me valga gorro ese in-
nombrable”.
“Oso de peluche, ¡qué caro me costaste!”.
Todo olía a plástico y tela quemada, hasta a Ágata se le impregnó el
olor. Abrió puertas y ventanas y sintió cómo se evaporaba el recuerdo
de quien tanto la dañó. Terminó por fin a las nueve de la noche, se
preparó un chocolate caliente y se acostó en su cama a ver una película
de lo más cursi, de esas que te hacen creer en el amor. Ella estaba segu-
ra de que sí existe el amor y por ninguna razón se amargaría tras esta
decepción. Descansó soñando como lo hacía de niña: con su príncipe
azul; ella era una princesa encantada y vivían felices para siempre.
De lo que estaba segura, era que debía trabajar consigo misma para
tener paz y volver a su centro. Así, un día, estaría lista para amar, pero
esta vez con el corazón puesto primero en ella.
Sin falta, cada martes y jueves estaba con Sonia, su psicóloga, que
fue comprendiendo la historia. Un día fue ella quien habló, haciendo
un mapa de lo que había pasado. A cada etapa le llamó MONSTRUO
y lo resumió así:
—Ágata, es importante que comprendas que esto que te sucedió le
ha pasado a mucha gente de todas edades. Las personas inseguras crean
relaciones codependientes, de control y maltrato que llamo bullynovios.
Es decir, la ganancia de la persona que está contigo es sacar el dolor
que tiene dentro con su pareja porque piensa, equivocadamente, que
va a estar mejor. También están seguros que su pareja aguantará todo
porque “es su pareja”, y ese es un grave error. Es como si cobraran el
amor que dan. Así, hay ocho monstruos en estas relaciones:
1. Control: Es la etapa donde la persona parece que siempre está
al pendiente y dedicada a su pareja veinticuatro horas al día,
cuando en realidad desea controlarla. El exceso de mensajes de
texto y llamadas, más que atenciones, son señal de que se trata
de una persona controladora. Cuando una persona le pide a la
otra que haga, piense y diga exactamente lo que quiere, y recurre
a los chantajes para conseguir hacer su voluntad, puede crear
una relación que corre el peligro de enfermar.
2. Pensamiento obsesivo: Dedicar todos nuestros pensamientos a
una persona, es una manera muy sencilla de sufrir, porque en
algún momento podemos suponer cosas o tener pensamien-
tos dañinos. Una gran cantidad de filósofos dice que somos lo
que pensamos, por lo que un pensamiento recurrente puede
hacernos sufrir.
3. Manipulación: Este monstruo es complicado. Con cuestiones
muy sutiles, la persona manipula con el fin de controlar la rela-
ción y forzar al otro a ceder. Una forma común de manipulación
es mandar un mensaje para saludar o tener un detalle, si no re-
cibe respuesta, comienza a subir el tono de agresión exigiendo
Perdonar:
Para hacerlo es necesario repetir como mantra la
frase: “Elijo el perdón y soy libre”, durante
todo el proceso y hasta que la mente lo pida.
Cuando ya no necesites repetir la frase se
habrá fijado en la mente.
Silencio:
“Soy un ser completo y sagrado”. En silencio
dejen que su alma reconozca esta verdad y la
recuerde tatuada en el alma.
Deja que el silencio hable, ahí están todas las respuestas —repuso Ram
con un susurro tan suave, que apenas podía escucharse mientras todos
tenían los ojos cerrados.
Al tener los ojos cerrados, estaban solo en su alma, capturando cada
segundo de su esencia. Viviendo el momento con cada pedazo de ella
e impidiendo que algo se robara su atención. Todos se sentían parte
de Dios, una extensión de la creación y lo apegos se iban al estar com-
pletos, llenos de sí mismos con Dios y en Dios sin necesitar nada más.
—En el silencio, tengo el discernimiento necesario para interpre-
tar este sagrado mensaje: “Estate quieto y que sepas que yo soy Dios”.
Siente como tu corazón responde: “Sí, lo sé” y con este conocimiento
mi alma se eleva. Siento un dulce flujo al tiempo en que la tristeza se
evapora y me lleno de gozo —susurraba Ar.
—Me nutro con tiempo de silencio sagrado. Descansando por
completo en la presencia de Dios y aunque sea por un instante, recibo la
seguridad de que soy uno mismo con la Presencia Sagrada. Soy un ser
completo y sagrado —repetían en su mente sin cesar los participantes.
Los mensajes se proyectaban en total silencio en la pantalla del salón
donde se llevaban a cabo los ejercicios finales.
Las personas del retiro y Ágata tenían un brillo especial. La des-
pedida fue muy emotiva y con la instrucción de demostrar sus sen-
timientos en silencio. El contacto del alma era lo único importante
por ahora. Y así quedaría totalmente movida Ágata para ser la nueva
y mejorada versión de sí misma.
Terminó el verano, y con este las vacaciones. Los asesores de tesis
y sinodales eran elegidos para el examen profesional de cada una de las
amigas de antaño. Sus vidas, que se unieron en el kínder y continuaron
hasta concluir su educación profesional, por primera vez tomarían un
rumbo aparte. Ya no se verían en la universidad. La vida laboral traería
muchos cambios, sin duda, y el proceso de titulación representaba el
último trayecto juntas, por lo que decidieron disfrutarlo muchísimo.
Y estar muy unidas.
Había sido un año complicado, pero todas aprendieron mucho
con la experiencia de Ágata. El dolor que juntas sobrepasaron, fue un
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RELACIONES SANAS
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