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Mirando las dos orillas: intercambios mercantiles, sociales y culturales

entre Andalucía y América. Enriqueta Vila Vilar y Jaime J. Lacueva Muñoz


(coords.). Sevilla: Fundación Buenas Letras, 2012, pp. 401-423. ISBN 978-
84-615-9696-6

Libros viajeros: textos en circulación en el mundo atlántico

Pedro Rueda Ramírez


pedrorueda@ub.edu
Universidad de Barcelona

No basta un vaso a contener las olas


del férvido Océano,
ni en solo un libro dilatarse pueden
los grandes dones del ingenio humano.
Manuel José Quintana (1772-1857): A la
invención de la imprenta.1

El libro como eje2


Francisco de Xerez escribió una Uerdadera relacion de la conquista del Peru y
prouincia del Cuzco llamada la Nueua Castilla (1534) en la que detallaba el encuentro
entre el dominico Vicente Valderde, el gobernador Francisco Pizarro y Atahualpa. En la
portada, un grabado xilográfico representa a Atahualpa llevado por porteadores y casi
desnudo, como un “salvaje”, sosteniendo un libro en alto. Este volumen le había sido
entregado por Valverde, que aparece con el hábito de su orden. En la relación figura que
el dominico le entregó una Biblia, aunque en otras relaciones era un Breviario.3 El fraile
se dirigió a Atahualpa o Atabaliba (como también aparece citado en las crónicas):
“con una cruz en la mano: y con la biblia en l[a] otra: y entro por entre la gente
hasta donde Atabal[i]ba estaua y le dixo por el faraute: Yo soy sacerd[o]te de

1
Parnaso español de los siglos XVIII y XIX, ed. Adolfo Bonilla y San Martín, Madrid, Ruiz Hermanos,
1917, p. 63.
2
Este trabajo se inscribe dentro del Proyecto I+D+i titulado Censo de los catálogos españoles de venta de
libros (de los orígenes a 1840) (HAR2009-08763), concedido por el Ministerio de Ciencia e Innovación
de España.
3
Un análisis de las diferentes versiones en Patricia Seed: “‘Failing to Marvel’: Atahualpa's Encounter
with the Word”, Latin American Research Review, 26, 1 (1991), pp. 7-32. Analiza la iconografía de la
captura de Atahualpa Teresa Gisbert: Iconografía y mitos indígenas en el arte, La Paz, 1980, pp. 199-204.
Dios: y así mesmo vengo a enseñar a vosotros [que] lo que yo enseño es lo que
Dios nos hablo que esta en este libro”.4
El trato que da Atahualpa a la palabra revelada lo convierte a ojos de Xerez en un gentil
que no respeta el texto sagrado. El comentario de Xerez sobre su comportamiento no
deja lugar a dudas:
“Atabaliba dixo que le diesse el libro para verle: el se lo dio cerrado: y no
acertando Atabaliba a abrirl[o] el religioso estendió el braço para lo abrir: y
Atabaliba con gran desden le dio un golpe en el braço: no queriendo que lo
abriesse: y porfiando el mesmo a abrirlo lo abrió: y no marauillandose de las
letras n[i] del papel como otros indios lo arrojo cinco o seys passos de si.”5
Este episodio da pie a una justificación de la conquista, pues Xerez cuenta como el
“religioso dixo al gobernador todo lo que auia pasado con Ataballiba y que auia echado
en tierra la sagrada scriptura.” En el texto cronístico la consecuencia del sacrilegio sería
la captura de Atahualpa. Algo más adelante en el texto se narra una nueva conversación,
entre Pizarro y el preso, en la que se vuelve a plantear el problema del libro, de manera
que la lucha y la detención se justifican:
“Y si tu fuiste preso y tu gente desbaratada y muerta fue porque venías con tan
gran exercito contra nosotros enbiándote a rogar que vinieses de paz. Y echaste
en tierra el libro donde están las palabras de Dios. Por esto permitió nuestro
señor que fuesse abaxada tu soberuia: y que ningún indio pudiesse ofender a
español”.6
En este caso se elaboró una justificación del dominio sobre las poblaciones
conquistadas, pero el encuentro fue presentado de forma muy distinta en otras crónicas.
Fue totalmente reelaborado por Francisco López de Gómara en 1552 al presentar a
Atahualpa como un usurpador de su hermano, Huáscar. De igual manera en los textos
de Guamán Poma de Ayala y de Garcilaso de la Vega, el Inca, la lectura de estos hechos
cambia y más que una conquista es una transferencia de poder.7

4
Francisco de Xerez: Uerdadera relacion de la conquista del Peru y prouincia del Cuzco llamada la
Nueua Castilla: conquistada por el magnifico y efforçado cauallero Francisco Piçarro..., Fue vista y
examinada esta obra por mandado de los señores inquisidores del arçobispado de Seuilla : [y] impressa en
casa de Bartholome Perez, 1534, B4r (John Carter Brown Library).
5
Francisco de Xerez: Uerdadera relacion, B4r.
6
Francisco de Xerez: Uerdadera relacion, B4v.
7
Julio Ortega, Christopher Conway: “Transatlantic translations”, PMLA, 118, 1 (2003), pp. 25-40 (p. 29).
El papel de los cronistas es clave en la interpretación de la Monarquía, ver Pedro Cardim: “Entre textos y
discursos. La historiografía y el poder del lenguaje”, Cuadernos de Historia Moderna, 17 (1996), pp.
123-149.
Al margen de estos cronistas algunos religiosos buscaron indicios en los
momentos anteriores a la llegada de los españoles que pudieran ofrecer una conexión
con la dispersión de las tribus, la conexión de las lenguas indígenas con las lenguas del
episodio bíblico de la torre de Babel y la posibilidad imaginada de una América
cristiana previa a la conquista, un sueño retórico que tuvo algunos partidarios. Entre
ellos destaca la obra del dominico Fr. Gregorio García que publicó un libro titulado
Predicacion del euangelio en el Nueuo Mundo, viuie[n]do los apostoles (1625). El
propio autor recalca en uno de los capítulos una información sobre “una Biblia que
tenían los Indios, con solas figuras de cosas que tocauan a nuestra santa Fe”. Este autor
desgrana un caso que le resulta de procedencia fidedigna ya que:
“El mismo padre Torquemada escriue otra relación que dio otro Religioso,
llamado fray Diego de Mercado, padre graue, y que ha sido difinidor de aquella
provincia del Santo Euangelio, y uno de los mas exemplares y penitentes deste
tiempo, la qual relación dio firmada de su nombre. Que en años atrás platicando
con un Indio viejo Otomi, de mas de setenta años, sobre las cosas de nuestra Fe,
le dixo aquel Indio: como ellos en su antigüedad tenían un libro que venia
sucesiuamente de padres a hijos, en las personas mayores, que para lo guardar y
enseñar tenían dedicados.”8
García, en su intento de rastrear antecedentes cristianos otorga a este libro la
etiqueta de Biblia y convierte a los indígenas en conocedores del cristianismo, lo que le
lleva a declarar que:
“En este libro tenían escrita doctrina en dos colunas por todas las planas del
libro, y entre coluna y coluna estaua pintado Christo nuestro Señor crucificado,
con rostro como enojado. Y asi dezian ellos que reñía Dios, y las ojas boluian
por reuerencia, no con la mano, sino con una varita, que para ello tenían hecha, y
guardauanla con el mismo libro. Y preguntándole este Religioso al Indio de lo
que contenía aquel libro en su doctrina, no le supo dar cuenta en particular, mas
de que le respondió, que si aquel libro no se huuiera perdido, viera como la
doctrina que el les enseñaua y predicaua, y la que allí se contenía, era una
misma, y que el libro se pudrió debaxo de tierra, donde lo enterraron los que lo
guardauan, quando vinieron los españoles.”9

8
Gregorio García: Predicacion del euangelio en el Nueuo Mundo, viuie[n]do los apostoles, Impresso en
Baeça, por Pedro de la Cuesta, 1625, f. 196r (John Carter Brown Library).
9
García, Predicacion del euangelio, f. 196r-v.
El caso podría resultar anecdótico, pero sabemos que formó parte de toda una
estrategia que buscaba indicios que pudieran conectar el mundo americano a la historia
en clave sagrada, reinterpretando los textos del Antiguo y el Nuevo Testamento.
Este caso puede conectarse con otros autores que propusieron en forma de sueño
la utopía de un mundo americano alejado de la corrupción moral y la herejía. En este
sentido conviene referirse al problema del libro en el encuentro en el Nuevo Mundo tal
como fue definido de manera interesante en el Somnium de Juan de Maldonado,
publicado en su libro Joannis Maldonati quaedam opusculanunc primim in lucem edita
(Burgos: Juan de Junta, 1541). En 1532 un cometa, muy probablemente el Halley, podía
verse desde Burgos. En esta ciudad, el clérigo Juan Maldonado observaba el cielo desde
una torre. Maldonado, profesor de gramática y reputado humanista, pasaba la noche
observando las estrellas en el mes de octubre, si bien acabó quedándose dormido y
comenzó a soñar. En el sueño, él mismo y el alma de María de Rojas, una noble dama
fallecida al poco de la muerte de su marido, entablan un diálogo que sigue la inspiración
del Somnium Scipionis de Cicerón y de la Utopía de Tomás Moro, sin que pueda
olvidarse el viaje a la Luna recogido en el Icaromenipo de Luciano de Samosata, un
autor leído y apreciado por los lectores hispanos.10 Estas lecturas clásicas se elaboran
como “visión cristianizada”11 con una intención humanística de crítica y de propuesta
utópica.
En el sueño lleva a cabo un viaje que le dirige finalmente a la Luna, desde allí,
de regreso a la Tierra se dirige a “las tierras recién descubiertas por los españoles”,
donde descubre un mundo de gente feliz en un régimen utópico, sin lujuria ni avaricia.
El viajero ve una ciudad con unas gentes que no tienen nada de malos; gentes sencillas
y piadosas, además de cristianas, pues: “hará cosa de diez años, arribaron a estas tierras
unos navegantes venidos de España” que durante tres meses les enseñaron “la historia y
los preceptos de Cristo, aunque luego vinieron a discutir por la supremacía... dieron en
comer alimentos inusuales y se entregaron sin freno a los placeres”; bien por matarse
entre sí o por la disentería, todos murieron. La ensoñación de este clérigo burgalés

10
Antonio Vives Coll: Luciano de Samosata en España (1500-1700), Valladolid, Sever-Cuesta, 1959, pp.
98-115. El interés por los clásicos de los humanistas puede seguirse a través del análisis de Theodore S.
Beardsley: “Spanish printers and the classics: 1482 1509”, Hispanic Review, 47, 1 (1979), pp. 25-35.
11
Heliodoro García García: El pensamiento erasmista, comunero, moral y humanístico de Juan
Maldonado, Madrid, Universidad Complutense, 1983, p. 283. Martínez Quintana considera el Somnium
“la obra que mejor expresa los sentimientos y las inquietudes de Maldonado ante los problemas globales
de una sociedad vigorosa que busca nuevas formas de expresión”, Manuel Martínez Quintana: El “De
motv hispaniae” de Juan Maldonado. Estudio y crítica, Madrid, Universidad Complutense, 1988, p.
XVIII.
muestra un sacerdocio indígena continuador de la labor de esos primeros españoles, con
sacerdotes indígenas que se valen de la razón para instruir, que cumplen los ritos y
mantienen los templos y ceremonias. En un determinado momento le preguntaron al
cura Maldonado si algo lo hacen torcidamente en sus ceremonias sagradas, a lo que él
les responde:
“Yo, en verdad le dije, no puedo decir nada, porque os faltan los libros que
contienen los ritos sagrados. Vuestros sacrificios, sin embargo, son piadosos y
no se os puede culpar de que omitáis algún detalle. Conservad vuestros hábitos,
mientras no dispongáis de libros. Los españoles, que ya ocupan parte del litoral
del país colindante, llegarán pronto hasta aquí y no dejarán que ignoréis nada.
Entretanto, rogad al Señor todopoderoso, para que guarde intacta vuestra
sencillez y vuestra pureza.”12
En esto, como en tantas cosas, este clérigo daba, por una parte, una alabanza a la bondad
natural del indígena “mientras no dispongáis de libros” y, por otra parte, apuntaba a la
obediencia a la cultura del libro sagrado que se impondría en breve. La vía de escape del
viaje imaginado le permitía construir una ciudad donde el cristianismo era un
argumento central de la sociedad bien ordenada. Esta ciudad ideal y la llegada de
expertos que “no dejarán que ignoréis nada” fue motivo central de otros textos, y no
únicamente en la vertiente de la Monarquía Hispánica, ya que en el mundo protestante
de las Trece Colonias hubo un interés manifiesto por la predicación y la evangelización,
como pone de manifiesto la publicación de La fe del cristiano (Boston, 1699) en
castellano por Cotton Mater.13 El propio autor detalla el proceso que le llevó a la
escritura de este texto y como tras redactarlo “When this was done, I turn’d it into the
Spanish Tongue, and printed it, (along with my, La Religion Pura) under the Title of, La
Fe del Cristiano”, un texto que para Matter tenía como objetivo “to attempt the Service
of my Lord Jesus Christ, by casting this Treatise, into the midst of the Spanish Indies.”14

12
El viaje completo se encuentra recogido en Miguel Avilés: Sueños ficticios y lucha ideológica en el
Siglo de Oro, Madrid, Editora Nacional, 1980, pp. 172-177.
13
Cotton Mather: La fe del Christiano en veyntequatro articulos de la institucion de Christo. Embiada a
Los Españoles, paraque abran sus ojos, y paraque se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad
de Satanas a Dios, Boston, [B. Green and J. Allen], 1699. Tal como indica Franklin en su estudio sobre
los impresores de Boston John Allen sólo aparece citado en uno de sus impresos, de 1687. Este impresor
solía trabajar con Bartholomew Green, un destacado impresor activo entre 1667 y 1732 que llegó a
publicar más de 800 obras. Benjamin Franklin: Boston printers, publishers, and booksellers, 1640-1800,
Boston, Mass., G. K. Hall, 1980, pp. 11 y 213.
14
Thomas James Holmes: Cotton Mather: a bibliography of his works, Cambridge, Mass., Harvard
University Press, 1940, t. I, pp. 385-386, nº 132.
Esta difusión de textos católicos tuvo su vertiente complementaria en las pesquisas para
detectar los libros “demoniacos”, los textos de magia, los libros que recogían la idolatría
y los ritos anteriores a la conquista.15 La persecución de los ídolos y de las prácticas
religiosas indígenas formó parte de un complejo entramado de vigilancia y control que
algunos eclesiásticos, los comisarios y los inquisidores desempeñaron con cierto éxito.
En los territorios rurales resultaba difícil detectar la presencia de estos ídolos para
destruirlos, e igualmente era complicado limitar la acción de los individuos que
conocían los ritos antiguos, de igual manera, era necesario ofrecer alternativas a las
poblaciones que seguían las tradiciones y fiestas “paganas”.16 La extirpación de
idolatrías y la persuasión continuada mediante toda una gama de técnicas de predicación
fueron una constante en las estrategias de conquista espiritual.17

La lectura a bordo
Los textos adquirieron en tierras americanas un valor simbólico de gran relieve. Antes
de llegar a tierra los libros jugaron su papel, en el viaje resultó igualmente un
mecanismo que podía tanto entretener como formar, configurando algunos de los usos
del libro que se dieron en los territorios americanos.18 Unos intereses en los que
participaba la Corona, implicada en tareas de exploración, y los funcionarios reales, que
realizaban sobre el terreno una tarea de control de los territorios e informaban al rey
elaborando relaciones y testimonios de extraordinario valor.19 Sin olvidar el interés que
despertaba el mundo americano entre los coleccionistas de objetos naturales y de piezas
singulares.20 Además de estas tramas ligadas al dominio de los nuevos territorios se
aprecian otros intereses, ya que los lectores de viaje llevaron consigo una selección de

15
Jorge Cañizares-Esguerra: Católicos y puritanos en la colonización de América, Madrid, Fundación
Jorge Juan : Marcial Pons, Ediciones de Historia, 2008.
16
La biblioteca de uno de estos expertos en Teodoro Hampe Martínez: Cultura barroca y extirpación de
idolatrías: la biblioteca de Francisco de Avila, 1648, Cuzco, Centro de Estudios Regionales Andinos
Bartolomé de las Casas, 1996.
17
Don Paul Abbott: “José de Arriaga: Extirpation and Persuasion in the New World”, en Rhetoric in the
New World: rhetorical theory and practice in colonial Spanish America, Columbia, University of South
Carolina Press, 1996, pp. 102-120.
18
León Carlos Álvarez Santaló: “El filtro ideológico: libros y pasajeros”, en España y América: Un
océano de negocios. Quinto centenario de la Casa de la Contratación, 1503-2003, Madrid, Sociedad
Estatal de Conmemoraciones Culturales, 2003, pp. 161-174.
19
Antonio Barrera: “Empire and knowledge: reporting from the New World”, Colonial Latin American
Review, 15, 1 (2006), pp. 39-54.
20
Miguel López Pérez; Mar Rey Bueno: “Simón de Tovar (1528-1596): redes familiares, naturaleza
americana y comercio de maravillas en la Sevilla del XVI”, Dynamis, 26 (2006), pp. 69-91.
textos, impresos o manuscritos, pero seleccionados para su uso personal.21 Aunque
también llevaron maneras de leer y prácticas de lectura que moldearon los modos y los
usos de los lectores americanos que recibieron esos libros, compartieron prácticas
culturales y formaron comunidades lectoras con intereses similares a los recién llegados.
Este diálogo entre unos y otros, la implicación en proyectos educativos como
estudiantes de numerosos americanos y la formación adquirida manejando los libros
provenientes de Europa, marcaron a toda una generación que cambió su relación con los
textos y supo aprovechar al máximo los nuevos materiales impresos recibidos en tierras
americanas. Este es el caso de Antonio Huitzimengari, gobernador indígena de
Michoacán, interesado en el estudio y la lectura de las lenguas clásicas, que compró
algunos libros en castellano y latín en 1559. Huitzimengari tenía interés por autores
como el humanista Erasmo, del que probablemente tenía una traducción de La lengua,
el Libro de música para vihuela de Miguel de Fuenllana, o un “Osias Marco” que hace
referencia a las Obras de Ausias March, probablemente la edición de Sevilla de 1553
que lleva por título Las obras del famosisimo philosopho y poeta mossen Osias
Marco.22 Es importante reconstruir el circuito del tráfico de libros, pero es esencial
conocer a los lectores, seguir las pistas de su relación material con los textos y
reconstuir el contexto de las prácticas de lectura, lo que Bouza ha denominado “lectores
materiales”, aquellos que interactúan con el texto y nos permiten conocer el uso que
hacen de los libros.23

El estamento eclesiástico jugó, en todo momento, un papel clave al atesorar bibliotecas


y generar una dinámica que orientaba el uso del libro para la predicación, la formación
de sus miembros y, también, para creer y convencer. Los libros en manos de los
religiosos eran similares a las armas en el ejército. El obispo Juan Palafox y Mendoza
en su Epístola II exhortatoria a los curas y beneficiados de la Puebla de los Ángeles
indicaba a los clérigos de su obispado que: “Ni al soldado le han de faltar armas, ni al

21
En algunos casos, no muy frecuentes, los maestres, pilotos, marineros y soldados también llevaron
algunos libros en las cajas que podían embarcar con sus pertenencias (a veces con la intención de
venderlos), en tales casos eran en gran medida libros devotos y de entretenimiento. Delphine Tempère:
“Vida y muerte en alta mar. Pajes, grumetes y marineros en la navegación española del siglo XVII”,
Iberoamericana, 5 (2002), pp. 103-120.
22
Nora Jiménez: "«Príncipe» indígena y latino: una compra de libros de Antonio Huitzimengari (1559)”,
Relaciones: estudios de historia y sociedad, 23, 91 (2002), pp. 135-160.
23
Fernando Bouza: “Lectores materiales. De la imprenta al jardín”, Sileno. Variaciones sobre arte y
pensamiento, 18 (2005), pp. 33-40. El papel del contexto en Fernando Bouza: “Los contextos materiales
de la producción escrita”, en Antonio Feros & Juan Gelabert (eds.), España en tiempo del Quijote,
Madrid, Taurus, 2004, pp. 309-344.
sacerdote libros”. Esta guía le llevó, como bien sabemos, a instalar las prensas en la
ciudad y procurar mejorar la formación de los encargados de la cura de almas, para el
prelado “el que se halla en un beneficio sin libros, se halla en una soledad sin consuelo,
en un monte sin compañía, en un camino sin báculo, en unas tinieblas sin guía, entre
muchas pasiones sin defensor ni remedio”.24 Una misión del prelado católico que tuvo
su correlato, como tantos otros aspectos, en las Trece Colonias, donde se procuraba que
los clérigos sin recursos tuvieran libros.25

Este peculiar arsenal textual se rodeó de toda una retórica sobre los buenos y los malos
libros, los buenos usos y los incorrectos. Este discurso de la lectura generó un abanico
de propuestas modeladoras de la lectura. Antes de adentrarnos en algunas propuestas
teóricas conviene observar algún lector de viaje, para rastrear su experiencia y
familiaridad con los libros. Francisco de Borja, obispo de Tucumán, escribió varias
cartas desde Buenos Aires a su amigo Esteban Martín Brioso, canónigo de Toledo. En
la primera de todas, del 2 de abril de 1764, le informaba de su viaje, afortunado y sin
contratiempos, y le daba una pista valiosa al informarle de cómo tuvo “una navegación
tan feliz que a excepción de 5 a 6 días que estube mareado, dije missa todos los días mui
de mañana, leí dos libros de decente volumen, escribía algunos párrafos, y llevaba en
buen estado el tercero”.26 El buen pastor da, nada más iniciar su carta, una idea clara de
sus ocupaciones, siendo su entretenimiento la lectura. Leer fue algo habitual entre
aquellos pasajeros con conocimiento e interés, que llevaban consigo alguna obra con la
que pasar largas jornadas del viaje. A su llegada podían encontrarse con el comisario
inquisitorial que visitaba el navío y les preguntaba por sus libros. En San Juan de Úlua,
en 1585, el comisario encontó unos oratorios que se tacharon de obritas prohibidas que
tenían dos pasajeros que, al saberlo los echaron al mar. Entre los libros que llegaron en
el equipaje de mano el mexicano Diego de Coria llevaba un libro de versos “escrito de
mano”, y se detectaron tanto envíos de cajones de libros registrados como otros que
fueron ocultados, en esta misma flota Juan Enríquez llevaba “once fardos de libros

24
Juan Palafox y Mendoza, Obras completas, v. III-1. Madrid, 1762, p. 175. Cit. por Ricardo Fernández
Gracia: Don Juan de Palafox. Teoría y promoción de las artes, Pamplona, 2000, p. 263.
25
W. M. Jacob: “Provision of books for poor clergy. Parochial libraries in the British isles and the North
American Colonies, 1680-1720”, Studies in Church History, 38 (2004), pp. 257-267.
26
Real Biblioteca de El Escorial, J.II.3, p. 24. Cit. por la transcripción de F.-Javier Campos y Fdez. de
Sevilla: Catálogo del fondo manuscrito americano de la Real Biblioteca del Escorial, San Lorenzo de El
Escorial, Ediciones Escurialenses, 1993, p. 214.
escondidos.”27 Aunque tenía pase inquisitorial prefirió introducirlos en el navío sin
registrarlos, algo bastante generalizado, ya que lograban evitar los engorrosos trámites
aduaneros. Las visitas son un testimonio clave de esos intereses lectores, y permiten
rastrear algunas de las obras preferidas de literatura y de devoción.

Libros de camino
La relación de las dos orillas generó un nudo de relaciones e intercambios que debemos
reconstruir. La correspondencia es un hilo que unía y generaba una dinámica de noticias
e intercambios de gran interés, entre las habituales informaciones y peticiones pueden
encontrarse avisos de libros que van (o que se reclaman). El padre Martín Peláez
escribía desde Lima al franciscano Luis de Guzmán, que se encontraba en el Cuzco,
avisándole el 14 de enero de 1615 de cómo “por no aber llegado la armada no se an
hallado los libros y aun tenemos poca esperança de que vendran en ella por ser tan
exquisitos no obstante que se hara toda diligencia para hallarlos y despacharlos [vuestra
paternidad] se sirua de avisarme si no se hallaren estos si compraremos otros yguales o
que vpad. disponga deste dinero y me mande como a su muy aficionado”.28 Esta espera
de la armada no parece que pudiera dar sus frutos. En este caso se refieren a los navíos
que circulaban entre Panamá y El Callao, son los que debían transportar hasta Lima los
cajones que habían llegado a Nombre de Dios con los libros remitidos desde Sevilla en
los galeones de Tierra Firme. En cualquier caso Peláez advertía que “por ser tan
exquisitos”, probablemente textos de erudición bíblica u obras teológicas poco usuales,
no sería fácil dar con ellos. Resulta clarificador encontrar esta demanda de textos, y
verificar la dificultad que podían tener los lectores americanos, al depender de la llegada
de las novedades traídas en las flotas de la Carrera de Indias.

Si conociéramos mejor las prácticas de editores y libreros podríamos saber qué textos
interesaban, cuáles efectivamente llegaron a tierras americanas y porqué interesaron a
los lectores. Los estudios de historia del libro han orientado su análisis a la producción
local o a las historias nacionales, pero falta, en gran medida, una visión atlántica de las
claves del tráfico entre los dos continentes y el seguimiento de las colecciones formadas

27
C.A. González Sánchez; P. Rueda Ramírez: “«Con recato y sin estruendo»: puertos atlánticos y visita
inquisitorial de navíos”, Annali della Classe di Lettere e Filosofia. Scuola Normale Superiore di Pisa, 5,
1-2, (2009), pp. 473-506.
28
Biblioteca Nacional, Madrid, Mss. 18619(6). Carta de 14 de enero de 1615.
en los virreinatos.29 Los americanos contaron con una notable capacidad de incidir en la
oferta y es algo que debe ser valorado para conocer las prácticas culturales de
intercambio. Veamos un caso ilustrativo. En una carta escrita el 9 de junio de 1584 por
el mercader de libros Benito Boyer a Diego Navarro Maldonado, su corresponsal en
México y negociante de libros en la Carrera de Indias, le informa del envío de cuarenta
cajas de libros y las condiciones para venderlas, pero además le pedía: “me hiciese
merced de enviarme una buena memoria por dos copias, de todos los libros que en esa
tierra son buenos, aceptos y muy vendibles, y cómo han de ir encuadernados, porque
tengo comodidad, que trato en todas partes de hacellos venir”.30 El potencial del
mercado americano despertó el interés de algunos libreros que financiaban ediciones,
que vieron la oportunidad de colocar parte de las tiradas en territorio americano. El 2 de
agosto de 1784 el librero e impresor madrileño Antonio de Sancha escribía una petición
al Consejo de Castilla con la que intentó hacerse un hueco en la edición del
Promptuario moral de Larraga, un texto de extraordinario éxito y notables ventas. En su
petición pedía “suplica se sirba concederle licencia para la reimpresion” del libro de
Larraga, y su justificación nos llama la atención, decía “que haviendo escaseado el
tratado de moral La Raga, y hallarse encargado, para remitir a las Américas, muchos
exemplares”.31 Este interés por ocupar un espacio en las rutas del libro hacia la América
hispánica por parte de los libreros madrileños, y los de la ciudad de Cádiz, Sevilla y
Barcelona, entre otras, fue constante. En el ámbito europeo, el comercio del libro desde
Venecia, París, Lyon o Amberes resultó fundamental para abastecer de surtidos las
colonias, aunque es necesario conocer mejor a los intermediarios que dirigieron su
atención al mercado español (y portugués) para valorar su capacidad de introducir en el
mercado obras en latín o traducidas al español, grabados que interesaban a los libreros
mexicanos y limeños para encuadernar las obras litúrgicas que vendían, etc.32 Los

29
Pedro Rueda Ramírez: “El comercio de libros en Latinoamérica colonial: aproximación al estado de la
cuestión (siglos XVI-XVIII)”, en: Idalia García (comp.), Complejidad y materialidad: reflexiones del
Seminario del Libro Antiguo, México, D.F.: Universidad Nacional Autónoma de México, 2009, pp. 193-
279. Una visión de conjunto en María Luisa López-Vidriero, “Los estudios de historia del libro en España
durante el siglo XX”, La Bibliofilia, 102 (2000), pp. 123-135. La formación de las colecciones
bibliográficas es clave, puede seguirse el rastro a varios casos en Fernando Bouza: “Coleccionistas y
lectores. La enciclopedia de las paradojas”, en: José N. Alcalá-Zamora (dir.), La vida cotidiana en la
España de Velázquez, Madrid, Temas de hoy, 1989, pp. 235-253.
30
Francisco Fernández del Castillo: Libros y libreros en el siglo XVI, 2ª ed., México, 1982, p. 262.
31
Archivo Histórico Nacional (AHN), Madrid. Consejos, 5528(2), exp. 20, f. 351r.
32
Roger Chartier: “Magasin de l’univers ou magasin de la république? Le commerce du libre néerlandais
au XVIIe et XVIIe siècles”, en C. Berkvens-Stevelinck (ed.), Le Magasin de l'univers : the Dutch
Republic as the centre of the European book trade, Leiden; New York, E.J. Brill, 1992, pp. 289-307. El
papel de los grabados en los libros novohispanos es analizado por Mª Isabel Grañén Porrúa: “El grabado
agentes de los libreros de estas ciudades visitaron la Península y llegaron a contar con
presencia en los principales centros de distribución, como es el caso de Jan Poelman,
conocido en Salamanca como Juan Pulman, un intermediario en los negocios de la
Officina Plantiniana que servía de enlace con la casa de Amberes en la segunda mitad
del siglo XVI.33 Otro caso es el del flamenco Juan Lippeo, que a su muerte en 1582
dejaba en Sevilla 736 obras diferentes que provenían, en gran medida, de Alemania,
Francia, Paises Bajos e Italia. Conjuntamente suman 578 obras (un 78,5% del total),
frente a las 162 de las prensas españolas (22% del total), lo que da una idea de la
diversidad de títulos y la amplísima oferta que tenía disponible para los libreros
sevillanos (y americanos).34 También jugaron un papel importante otros intermediarios
que acudieron a Cristóbal Plantino y su sucesor Moretus para llevar ediciones a la
Nueva España y el Perú. Las investigaciones de Imhof demuestran que en 1653 Lorenzo
de Vélez, que se definía en la documentación como mercader en México, Perú y las
Indias, compró 18 cajas de libros a Balthasar II Moretus, de ellas 6 iban dirigidas a
Puebla. El contenido de este envío destinado a la ciudad de Puebla era un lote de 51
misales, 138 breviarios, 224 devocionarios, 202 libros de la Imitación de Cristo de
Tomás de Kempis y 192 libros de oraciones para los carmelitas descalzos.35

Bibliotecas ambulantes
Las bibliotecas podían viajar con sus propietarios que iban en busca de fortuna, empleo,
familiares o amores, como parte del sinfín de bienes que llevaron consigo los hombres
al pasar el Atlántico. Aunque no siempre fue así, también era frecuente dejar algunos
libros, venderlos o desprenderse de ellos, por motivos muy variados. El caso de Fr. Luis
Bertrán resulta revelador. Uno de sus biógrafos, Vicente Justiniano Antist, revelaba que
al regresar a su Valencia natal, tras un periplo americano extraordinariamente fecundo
en actividades misionales, el fraile, tocado de santidad:

libresco en la Nueva España, sus emblemas y alegorías”, en Juegos de ingenio y agudeza: la pintura
emblemática de la Nueva España: Museo Nacional de Arte, noviembre, 1994-febrero, 1995, [México],
Ediciones del Equilibrista; Turner, 1994, pp. 117-131.
33
F.M.A. Robben: “Juan Pulman, librero y agente de la Oficina Plantiniana en Salamanca (1579-c. 1609):
un avance”, Simposio Internacional sobre Cristóbal Plantino (18, 19 y 20 de enero de 1990), Madrid,
1990, pp. 53-61.
34
Klaus Wagner: “Flamencos en el comercio de libros en España: Juan Lippeo, mercader de libros y
agente de los Bellère de Amberes”, en P. M. Cátedra y M. L. López-Vidriero (eds.), El libro antiguo
español, VI: De libros, librerías, imprenta y lectores, Salamanca, Universidad-SEMYR, 2002, pp. 431-
498.
35
Dirk Imhof: “Las ediciones españolas de la Officina Plantiniana”, en Werner Thomas, Eddy Stols
(eds.), Un mundo sobre papel: libros y grabados flamencos en el imperio hispanoportugués (siglos XVI-
XVIII), Leuven, Den Haag, Acco, 2009, pp. 63-82 (p. 76).
“En entrando en el monasterio [dominico de Valencia] se desapropio de todas
las cosas y dinero que le auian dado de limosna algunas personas deuotas en
Indias: aunque fácilmente pudiera auer licencia del Provincial para comprar una
librería, lo mesmo aui hecho antes de embarcar para Indias quando se partió de
Seuilla.”36
En este caso los bienes dan forma a un voto de pobreza al entrar a la comunidad, sin
desear formar una biblioteca, desprendiéndose de los bienes materiales. Es un claro
toque de advertencia sobre su voluntad de comenzar de nuevo al marchar y al regresar.
La crítica a la acumulación de saberes, en forma de bibliotecas, se traslada a algunas
alegorías muy del gusto de los moralistas, como las empresas del jesuita Lorenzo Ortiz
en la que aparecen retratados los que censuran sin seso, que son retratados como
aficionados a los libros sin entenderlos, ya que “no se sabe por que resquicio les halló
entrada la afición a los libros, y ya les parece (porque las han comprado) que son suias
las obras de todos los que ocupan sus estantes, como si el que compro en tres mil reales
el candil a cuia luz estudiaba Epicteto, huviera con él, comprado su ingenio.”37
De manera más prosaica, pero igualmente reveladora, el dominico inglés Thomas Gage,
viajó desde Jerez de la Frontera a México en busca de una aventura espiritual que
esperaba le llevara hasta Filipinas, con esa idea en la cabeza junto a otros compañeros:
“decidimos fiarnos de la providencia divina y aventurarnos… con los pocos medios que
teníamos y vender nuestros libros y chucherías para sacar todo el dinero que pudiéramos
para comprarnos un caballo para cada uno”.38 La facilidad con la que algunos lectores
se desprendían de sus libros no debe sorprendernos, en este caso con la intención de
seguir su camino les resultó más fácil y cómodo desprenderse de algunos volúmenes.

Un asunto distinto son las bibliotecas institucionales de catedrales, colegios, seminarios,


conventos y otras instituciones. La fundación de conventos y la dotación a los mismos
de lotes de libros por parte de las órdenes fue una cuestión clave, de igual manera que

36
Vicente Justiniano Antist: Verdadera relacion de la vida y muerte del padre fray Luys Bertran, de
bienauenturada memoria, Fue impresso en Seuilla, Cn [sic] casa de Ferna[n]do Diaz, 1585, f. 54r-v.
37
Lorenzo Ortiz: Ver, oir, oler, gustar, tocar: empresas que enseñan y persuaden su buen uso, en lo
politico y en lo moral, En Leon de Francia, en la emprenta de Anisson, Posuel y Rigaud, a costa de
Francisco Brugieres y Compañia, 1686, p. 96 (CRAI Reserva. Universidad de Barcelona, C-189/4/25).
38
Thomas Gage: Viajes por la Nueva España y Guatemala, ed. de Dionisia Tejera, Madrid, Historia16,
1987, p. 220.
dotar de libros de coro a las catedrales resultó esencial.39 En las crónicas se indica quién
protagonizó este proceso de consolidación de los recursos bibliográficos en los primeros
conventos mexicanos y cómo fue el enriquecimiento de los fondos. Los lotes llegan,
generalmente, por una decisión política de la orden que claramente impulsa la dotación
de recursos y medios a las bibliotecas. Fr. Alonso de la Veracruz aparece como una
figura destacada en los inicios de las bibliotecas de colegios y conventos agustinos
mexicanos. Autor él mismo de varios tratados impresos y con una experiencia notable
en el gobierno de la orden, cumplía con el doble cariz propio de un “prelado religioso”
de sabio y santo que recomendaba el jesuita Antonio Machoni, para este autor “llamase
también Maestro el superior religioso porque lo es por su oficio, y por lo que debe
dirigir y enseñar a sus súbditos, en que se funda la obligación de ser sabio y hombre de
ciencia, que es la calidad que le constituye primero en el empleo de Prelado”.40 En la
Cronica de la orden de N. P. S. Augustín en las prouincias de la Nueua España de Fr.
Juan de Grijalba aparece reflejado este cariz de Fr. Alonso de la Veracruz hombre
versado en las sagradas letras y acostumbrado a la enseñanza, de tal modo “que todos
los días de su vida, y todas las horas eran para el de lición” y él recomendaba la virtud y
estudio continuo.41 El arsenal para lograrlo se encontraría, sin duda, las bibliotecas,
entre ellas muy especialmente las de los colegios. El biógrafo de Fr. Alonso de la
Veracruz insiste en este sentido en su aportación como elemento sustancial, algo que
resulta usual entre los pioneros, fundadores y primeros responsables de bibliotecas
conventuales. El texto merece ser citado por extenso, el cronista indica:
“En materia de letras y estudios, fuera nunca acabar si quisiéramos dezir todo lo
que este gran varon leyó y supo. En la librería del Collegio de S. Pablo puso
sesenta cajones de libros y no le es inferior la del conuento de nuestro Padre san
Augustin de Mexico. En el conuento de nuestro Padre san Augustin de Tiripitio
de Mechoacan ay otra muy buena que el Padre Maestro puso.”42

39
Silvia Salgado Ruelas: “Códices corales sevillanos en México”, Idalia García Aguilar (ed.),
Complejidad y materialidad: reflexiones del Seminario del libro antiguo, México, D.F., UNAM, 2009,
pp. 1-64.
40
Antonio Machoni: El nuevo superior religioso instruido en la practica, y arte de governar por varios
dictamenes de la religiosa prudencia, sacados de la sagrada escriptura, santos padres, y de las vidas, y
hechos de varones ilustres en prudencia, santidad, y experiencia, Puerto de Santa Maria, en la imprenta
de d. Roque Gomez Guiraun, 1750, pp. 120-121.
41
Juan de Grijalva: Cronica de la orden de N. P. S. Augustín en las prouincias de la Nueua España en
quatro edades desde el año de .1533 hasta el de .1592, Mexico, En el religiosissimo conuento de S.
Augustin, y imprenta de Ioan Ruyz, 1624, f. 188r. (John Carter Brown Library).
42
Juan de Grijalva: Cronica de la orden…, f. 188r.
Estos libros en uso presentan una vertiente interesante de estas bibliotecas al indicar la
necesidad inmediata de los libros, ligados a las actividades de sus lectores y justificados
por la defensa de sus intereses. Algo que se aprecia, por ejemplo, en uno de los textos
elaborados por Fr. Alonso de la Veracruz, su “compendio de todos los priuilegios
concedidos a las religiones, y los concedidos a la conversión de los indios” serían una
obra útil pero “no la imprimió, por la forçossa contradiccion que auia de tener, pero son
muy pocos los religiosos que no los tienen manu escriptos”.43 Teniendo en cuenta estos
antecedentes es habitual encontrar prelados que llevaban libros en sus viajes y que
contribuían a la mejora de las bibliotecas conventuales. El obispo de Huamanda, el
agustino Agustín de Carvajal, recibió en 1618 un lote de bienes adecuados para la
liturgia (ricas telas, capas, objetos litúrgicos) y 8 misales guarnecidos de plata, además
de 72 “horas” de Fr. Luis de Granada, un lote significativo al tratarse de textos
devocionales que, sin duda, debió repartir en su diócesis. Un territorio que visitó con
cuidado persiguiendo idolatrías e intentando mejorar la formación de los curas. El Libro
de la oración y la meditación de Fr. Luis de Granada resultaría un instrumento perfecto
de la praxis devota de los clérigos. La formación del clero resultó un elemento clave en
el trasvase de colecciones a tierras americanas. En 1785 el padre Francisco de Borja
Huidobro pretendía crear una biblioteca en Chile y le permitieron que introdujera en
España los libros que venían de Francia para este fin, con la condición de presentar una
lista de ejemplares encuadernados, ya que de lo contrario habría tenido problemas en las
aduanas dadas las restricciones de la legislación del libro en esos momentos. De este
modo, la Corona le favorecía en un claro intento de fortalecer una colección que estaba
destinada a la formación del clero.44

Impresos de viaje
Las posibilidades de circulación de los textos en el mundo atlántico fueron múltiples y
de difícil reconstrucción ya que los testimonios sobre el tráfico de los textos es
fragmentario y conviene consultar fuentes muy diversas (y dispersas) para seguir estos
indicios y evidencias. En este intercambio encontramos textos que van y vienen
acompañando a sus dueños, manuscritos que viajan a España para retornar en letras de

43
Juan de Grijalva: Cronica de la orden…, f. 188v.
44
Archivo General de Simancas (AGS). Secretaría Superintendencia Hacienda, leg. 1277. Cit. María
Luisa López-Vidriero: “Le rôle de l’Espagne dans le commerce du livre au XVIIIe siècle”, en Dominique
Bougé-Grandon (ed.), Le livre voyageur. Constitution et dissémination des collections livresques dans
l’Europe moderne (1450-1830), Paris, Klincksieck, 2000, pp. 129-151 (p. 150).
molde a América, impresos americanos que se envían a la Corte e impresos americanos
que se vuelven a publicar en España para su difusión en Europa. Veamos un caso,
puntual pero ejemplar. En 1600 se publicó una Relacion historiada de las exequias
funerales de la Magestad del Rey D. Philippo II. Nuestro Señor de Dionisio de Ribera
Florez (En México: En casa de Pedro Balli, 1600) que tiene una fe de erratas en la que
se indica que por “la priesa de la impression deste libro, porque fuese en la flota causo
no quedar tan expurgado de erratas como pudiera quedar”.45 En esta ocasión el libro,
además de distribuirse en el virreinato, se destinaba a su difusión en la Corte, para
mostrar lealtad y servicio a la Corona.
La casuística revela la riqueza de este trasiego de papeles. Fr. Miguel de Torres redactó
una hagiografía de Manuel Fernández de Santa Cruz con el sugestivo título de Dechado
de principes eclesiasticos (1722). El manuscrito había salido de Puebla de los Ángeles
con destino a las imprentas madrileñas, pero su autor nos cuenta con una recargada
retórica cómo el texto “hundiose … en el día 31 de julio de 1715 años, no satisfecho el
mar con depositar tanto tesoro en sus profundos cofres, quiso enriquecer con la vida
escrita de tanto Héroe sus transparentes Archivos”, y se lamentaba de que el mar “bruto
voraz de las vidas, entre otras dignas de todo aprecio, no hubiera consumido la de
nuestro Príncipe difunto, que manuscripta se remitía a España, para gloria de sus
prensas”.46 En este caso el autor recibió la noticia, cayendo en la melancolía, pero a
continuación nos informa que “recurrí a el borrador … y assi huve de empezar
nuevamente, con mas estudio mío... la obra, que por la urgencia de remitirse a España,
no era tan propia.”47 En este caso, la pérdida del manuscrito enviado a la imprenta
resultó una segunda oportunidad para mejorar el resultado.

Un aspecto interesante es el de las imprentas y librerías españolas que estuvieron atentas


a las necesidades del mercado americano y establecieron mecanismos de abastecimiento

45
Dionisio de Ribera Florez: Relacion historiada de las exequias funerales de la Magestad del Rey D.
Philippo II. Nuestro Señor. Hechas por el Tribunal del Sancto Officio de la Inquisicion desta Nueva-
España y sus provincias, y yslas Philippinas…, En México, En casa de Pedro Balli, 1600, h. 5r. (CRAI
Reserva. Universidad de Barcelona, B-4-4/11-2).
46
Miguel de Torres: Dechado de principes eclesiasticos, que dibujò con su exemplar, virtuosa, y ajustada
vida el Illust. y Exc. señor don Manuel Fernandez de Santa Cruz y Sahagun. Segunda impression,
corregida, y añadida por su autor, En Madrid, Por Manuel Román, á costa de don Ignacio Assenjo y
Crespo, Dignidad de Tesorero de la Santa Iglesia de la Puebla de los Angeles, Limosnero, que fue de su
Exc. Illust., [1722], p. 37 (John Carter Brown Library).
47
Miguel de Torres: Dechado de principes eclesiasticos, p. 37.
de libros a través de los circuitos comerciales de la Carrera de Indias.48 En el juego de
intereses de la oferta y la demanda jugó un papel clave la demanda desde América de
determinados textos, y también resultó relevante el interés por determinados títulos
publicados en los territorios americanos (y filipinos) de la Corona que despertaron la
curiosidad en Europa. López de Haro publicó en sus prensas varios trabajos de los
religiosos en misiones en América y Asia. El dominico Juan de Paz publicó en 1680 un
Opusculum in quo ducenta et septuaginta quatuor quaesita a RR.PP. Missionarijs
Regni Tunkini proposita (Impressum Manilae: per Gasparem de los Reyes, 1680), dos
años después se volvía a editar en Sevilla “ex Officina Thomae Lopez de Haro, 1682”
(CCPB000613865-9). El libro fue enviado a México y puesto a la venta a través del
catálogo impreso de venta de libros titulado Catálogo, o memoria de libros, de todas
facultades (Sevilla, 1682) que “se venden en casa del capitán Fernando Romero”, lo que
nos da una pista importante, ya que este capitán llevó el catálogo a Nueva España,
embarcó los libros y los puso a la venta en el puerto de la Vera Cruz. Fernando Romero
participó directamente en la distribución. Este capitán estuvo estrechamente ligado a los
negocios del librero Tomás López de Haro, fue su fiador en diversos negocios, y
participó activamente en la comercialización de libros en la Carrera de Indias, aunque
también se encargó de llevar en 1692 “8 caxonçillos de letra de imprenta”. Este caso es
un reflejo, muy adecuado, del circuito de constante circulación de estos textos. Un libro
impreso en el Pacífico pasa a Europa, y desde Sevilla retorna vía Atlántico a México.

Algunas obras impresas despertaron expectación y sus lectores estuvieron atentos a su


llegada. Los textos de Sor Juana Inés de la Cruz fueron remitidos manuscritos a España
para retornar impresos. Pedro del Campo recordaba en un romance de los preliminares
de una de sus obras, que Sor Juana fue autora que a “dos mundos ha avasallado” con sus
letras. En este romance también se refiere Campo a la valoración del libro, no como
mercancía con valor monetario sino como un ocio entretenido con el que la poetisa hará
más celebrado el parnaso mexicano. En el poema Campo contrasta el valor monetario
de los bienes que trae el convoy a Veracruz con el peso de las letras embarcadas: “¿Qué
millones trae la flota? / Pregunta el vulgo en llegando. / ¿Qué obras de la Madre Juana?

48
Ángela Pereda López: “Julián Pérez y José Astulez, socios impresores burgaleses para la exportación
de libros a América en la segunda mitad del siglo XVIII”, en Castilla y León en América, [Valladolid,
1991], vol. II, pp. 285-299.
/ El discreto cortesano”.49 De este modo, el discreto cortesano preguntaba por el
segundo volumen de sus obras y no por las ricas telas ni las deseadas golosinas de pasas
o mermeladas. Al contrario, el circuito de tráfico de plata y de riquezas de las
“monstruosas fertilidades de la America” podían también ofrecer otra riqueza en letras.
El mercedario Fr. Gaspar de Navas, en una censura elaboraba una visión contrastada
entre la abundancia de frutos materiales, y el más notable tributo de las “riquísimas
conductas, que suelen llegar a nuestras playas; donde en la corta Petaca de algún libro,
hemos desembarcado muchas veces aquellos copiosos frutos de edificación y
desengaño, que produce también el Reyno animal en aquel fecundo suelo: los quales
son incomparables en su utilidad, con todas las piedras mas preciosas, y superiores en
sus quilates a todas las piñas, y los tejos; en cuyo peligrosísimo contraste se suele
engañar tanto el juicio humano.”50 De este modo podían llegar igualmente libros de
edificación desde América con los que iluminar a los del Viejo Mundo. El juego
retórico abunda en la imagen de la fertilidad americana, y la ejemplaridad de conductas
como la del obispo Manuel Fernández de Santa Cruz, propuesto como modelo de virtud.
De este modo, en el paso por la imprenta su biografía lograba difundir su mensaje de
discreción y edificación. Los modelos retóricos acompañaban a la idea del valor del
libro como un tesoro, no monetario, sino de comercio espiritual del Nuevo Mundo, que
alimenta el circuito atlántico y proporciona perlas textuales.

Un océano de libros
Las interpretaciones de los historiadores a los frenos puestos al libro en su circulación
presentan una visión contrastada, de una parte algunos autores resaltan las dificultades
puestas por la Corona y la Inquisición al tráfico de libros a América, por otra parte
algunos especialistas se muestran escépticos respecto a la posibilidad de frenar con las
normas oficiales la circulación del libro e insisten en la repetición de la normativa y la
existencia de suficientes intersticios para que los libros pudieran pasar por vía de
contrabando. Las diferentes posturas en este sentido no hacen sino revelar, en cada caso,
una diferente mirada sobre el prisma de un circuito del libro complejo sobre el que
ejercen una notable presión los poderes públicos. Ahora bien, conviene separar cada
institución y detectar los mecanismos puestos en marcha para el control y determinar su

49
Juana Inés de la Cruz: Segundo volumen de sus obras [Sevilla, 1692], ed. facsímil, México, D.F.,
Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 1995, pp. 81-82.
50
Miguel de Torres: Dechado de principes eclesiasticos, p. 13.
eficacia. Aun así, creemos, no tendremos más que una aproximación muy parcial a los
problemas que, a su vez, no pueden entenderse sin valorar los diferentes intereses del
Consejo de Castilla, el Consejo de Indias y del Consejo de la Inquisición, que
intervienen en relación al libro de diferente manera, ejerciendo una presión variable y
con resultados divergentes en cada caso, sin olvidar las diferentes instancias que jugaron
un papel en la censura de los textos, incluyendo a las nuevas academias fundadas en el
siglo XVIII, que intervendrían en este terreno de manera decisiva.51
El marco de control y censura puede atravesar, además, fases muy distintas en
los diferentes territorios de la Monarquía Hispánica.52 En un momento puede resolverse
mediante un cierto reparto de tareas en la vigilancia del libro embarcado, pero necesita
de acuerdos concretos como los que se dan entre los oficiales reales y los agentes
inquisitoriales en la visita de navíos.53 Esto sin contar otros factores como la
intervención de los obispos en sus diócesis. El intenso tráfico del Golfo de México y la
comunicación en el Caribe preocupaba a las autoridades eclesiásticas por los contactos
con los protestantes ingleses y holandeses. En las Constituciones synodales, del
Obispado de Venecuela de 1687 el obispo Diego de Baños y Sotomayor recoge esta
preocupación por la vigilancia del libro que entra en su diócesis:
“mandamos, que siempre que llegare qualquier Baxel, de los Puertos de España,
o de otros de estas Indias, de donde pueden traerse Libros al puerto de la Guayra,
o otro qualquiera de los términos de nuestra diocesi, nuestro Provisor, y Vicario
General, y nuestros vicarios,cada uno en su jurisdicion, se hallen a la visita, que
han de hazer los oficiales reales, de dichos baxeles, para ver y reconoçer si traen
libros prohibidos.”54

51
Ceferino Caro López: “Los libros que nunca fueron. El control del Consejo de Castilla sobre la
imprenta en el siglo XVIII”, Hispania, 213 (2003), pp. 161-198.
52
Pedro Guibovich Pérez: Censura, libros e inquisición en el Perú colonial, 1570-1754, Sevilla, Consejo
Superior de Investigaciones Científicas, Escuela de Estudios Hispano-Americanos; Universidad de
Sevilla; Diputación de Sevilla, 2003. Algunos casos de censura inquisitorial son analizados por Paulino
Castañeda Delgado y Pilar Hernández Aparicio: La Inquisición de Lima, Madrid, Deimos, 1989-1995,
vol. I, pp. 475-514, y en el vol. II, especialmente el cap. XVII, dedicado a la censura, pp. 503-539.
53
Analiza estas cuestiones en el caso de Veracruz la tesis inédita de Martin Austin Nesvig: Pearls before
swine: Theory and practice of censorship in New Spain, 1527-1640, Yale University, 2004. También en
Pedro Rueda Ramírez: “El control inquisitorial del libro enviado a América en la Sevilla del siglo XVII”,
en Manuel Peña Díaz, Pedro Ruiz Pérez, Julián Solana Pujalte (coords.), La cultura del libro en la edad
moderna. Andalucía y América, Córdoba, Universidad de Córdoba, 2001, pp. 255-270.
54
Constituciones synodales, del Obispado de Veneçuela, y Santiago de Leon de Caracas. Hechas en la
santa iglesia cathedral de dicha ciudad de Caracas, en el año del señor de 1687, Impressas en Madrid,
En la Imprenta del Reyno, de don Lucas Antonio de Bedmar, y Narvaez, en la Calle de los Preciados,
1698, p. 39r. (John Carter Brown Library).
El deslinde en cuanto a tales intervenciones puede complicarse, tal como ocurre en el
siglo XVIII cuando la intervención del virrey refuerza el control del libro en Perú o en
el momento en el que el comisario gaditano apretó las tuercas con las reglas del
expurgatorio a los libreros en 1756, la resistencia fue inmediata y entregaron las listas
de existencia de sus librerías a regañadientes. El librero Antonio Caris llegó a decir que
“quiere dejar el comercio de libros”, pues las molestias y las multas le incomodaron,
tuvo que avenirse a entregar la lista de comedias que vendía, una nada despreciable
variedad de 170 títulos en francés entre las que se encuentra “Le fils naturel de Diderot
comedie 1 tom.” o “Le Depositaire comedie 1 tom.”, probablemente la obra del mismo
título de Voltaire.55

En cada caso, la actuación de los poderes podía ir en la misma dirección o provocar


choques, conforme la propia maquinaria estatal intentara perfeccionar los mecanismos
de vigilancia del libro o bien abandonara la tarea, pues en este terreno había numerosos
altibajos, tanto en el aparato inquisitorial como en la propia maquinaria de la Corona a
través de sus agentes. Esto ayuda a entender la difícil relación de los libreros con las
autoridades, a las que necesitaban para desarrollar su tarea, obtener licencias, lograr
clientes, pero a la que temían pues podían impedir la circulación de un libro,
secuestrarlo y destruirlo. Las estratagemas para llevar libros, prohibidos o no, de
contrabando a América fueron numerosas durante el tiempo del monopolio comercial de
la Carrera de Indias. Una vez iniciado el libre comercio, los mecanismos para burlar el
control, de la Corona o de los agentes inquisitoriales, pasaron a formar parte de las
estrategias de los mercaderes y comerciantes que participaron desde diferentes puertos
en el tráfico atlántico. Y también de los particulares, que articularon medios muy
variados para pasar libros. En 1763, el mercedario Fr. José de Yepes embarcó en Cádiz
140 cajones con “libros, adornos de iglesia y otros muebles para aplicarlos a su
convento de Quito”, llevándolos por una vía tan inusual para tal cargamento como la de
Buenos Aires, lo que hizo saltar las alarmas del fiscal de la Corona ante la queja del
Vicario General Fr. José de Fuente, pues “la multitud de caxones que avia conducido el
enunciado religioso hacía sospechar con bastante fundamento eran para comerciar”.56
El papel de Yepes en el trasiego atlántico de bienes resulta un tanto paradójico, su
condición religiosa le otorgaba un estatus singular y le apartaba del tráfico comercial,

55
AHN. Inquisición, 3727, exp. 154.
56
Archivo General de Indias (AGI). Quito, 288, nº 7.
pero a la par, todos los condicionantes del prestigio asociado a su cargo le conferían la
posibilidad de acumular limosnas e invertirlas en bienes de uso para su convento en
Quito. Emplear el dinero recopilado en su viaje de Quito a Nueva España y de aquí a
España en 140 cajones (116 de ellos con libros) y viajar por la vía del Río de la Plata de
retorno a Quito fue visto por el fiscal de la Corona como un acto de contrabando. En el
pleito, que se siguió durante varios años, Yepes pudo articular un mecanismo de defensa
basado en su proceder en Buenos Aires y alrededores, los documentos que llevaba
acreditándole y, también, una extraordinaria facilidad para enredar a los miembros de su
orden en luchas internas lo cual llegó a provocar una auténtica rebelión en su estancia
en el Río de la Plata y luego tras su llegada a Quito.
En cierto modo, este mercedario actuó de manera similar a las oligarquías indianas que
compraban cargos, adquirían un estatus privilegiado y se convertían en una pieza clave
de las redes personales que estaban tras las actividades de negocio comercial. Sin el
apoyo de estas redes (de su orden y de numerosos cargos públicos incluyendo al cabildo
bonaerense y al gobernador) su defensa de las acusaciones de contrabandista no hubiera
logrado su objetivo. Tal como advierte Moutoukias “los representantes de la corona se
integraban a las oligarquías indianas en una única trama de actividades empresariales”,57
algo que se ajusta perfectamente a la situación en la que se encontró Yepes a su llegada
a Buenos Aires, con unos comerciantes que le visitaban con asiduidad, que le otorgaban
préstamos y que declararon a su favor en todo momento, alabando su buen
comportamiento y su labor en misiones. El camino emprendido por este fraile fue, en
cierto modo, una acertada estratagema que le permitió adquirir autonomía respecto a sus
superiores, visitadores y los propios miembros de la orden en España y Roma, y le situó
con ventaja a su llegada a Quito. Los libros, en este caso, revelan algunas claves de la
red de relaciones que tejen y el poder de negociación que otorga a quien controla la
selección, el camino por el que llegan y el modo como se incorporan a la biblioteca de
la orden en Quito.
En el circuito fraudulento participaban numerosos intermediarios al tanto de las
triquiñuelas aduaneras (legales o no), y tan sólo muy excepcionalmente podemos
constatar cómo fue posible llevar los libros al margen de los trámites burocráticos. En

57
Zacarías Moutoukias: “Contrabando y sector externo en Hispanoamérica colonial”, en Marcello
Carmagnani, Alicia Hernández Chávez y Ruggiero Romano (coords.), Para una historia de América, II:
Los nudos 1, México, El Colegio de México, 1999, p. 172-197 (p. 193). Analiza las problemáticas de la
entrada ilícita de mercancías Zacarías Moutoukias en su libro Contrabando y control colonial en el siglo
XVII: Buenos Aires, el Atlántico y el espacio peruano, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina,
1988.
1787 Francisco de Ortega y Monroy, comandante del Resguardo de Montevideo,
escribió una carta dirigida a Luis de Feyt, un comerciante gaditano, pidiéndole algunos
libros, entre ellos varios prohibidos. Feyt no tuvo inconveniente en localizar varios de
los permitidos, que le envía sin problemas, y le informa que conviene comprar los
prohibidos en Cádiz ya que los “libreros logran cierta equidad que no disfruta otro
particular”, lo que apunta a los lazos cotidianos con los libreros extranjeros que
abastecían las librerías gaditanas de libros prohibidos con facilidad. Finalmente, Feyt
consiguió 9 de las obras que había solicitado (6 prohibidas y 3 permitidas), e informó
por carta a Ortega y Monroy advirtiéndole de cómo llegarían a Buenos Aires y quién era
el encomendero, en este caso el mercader bonaerense Domingo Belgrano Pérez, que las
recibiría. Al mismo tiempo, para presentar ante las autoridades, el hijo de Feyt redactó
una memoria con títulos de libros permitidos que circulaban en el Cádiz del momento.
Esta lista pasó todos los trámites burocráticos, aunque sabemos que en los cajones iban
los títulos permitidos y los prohibidos, y los libros se entregaron finalmente al lector que
los tuvo en su biblioteca, ya que se encuentran incluidas en el inventario de la biblioteca
de Ortega realizado en 1790.58

Circuitos atlánticos
Los testimonios sobre el valor del libro, como un elemento sustancial de la justificación
de la conquista, y más tarde como un material clave para construir la república a través
de las letras, muestran el papel que los cronistas reales o de las órdenes religiosas
otorgan al libro. Tal como manifestaba el jesuita Andrés Menddo al ocuparse de la
formación del príncipe “para la felicidad de un reyno, y de quien le rige, han de florecer
armas, y letras, porque conservan unas, lo que ganan las otras”.59
Al seguir en este trabajo la pista a los libros en el mundo atlántico intentabamos mostrar
la riqueza de los intercambios entre el Viejo y Nuevo Mundo, y viceversa, centrándonos
en el libro de viaje y los hombres de camino a sus oficios o en busca de fortuna. El texto
en circulación llevaba caminos previsibles, los del circuito de la Carrera de Indias, con
sus rutas y puertos, pero también aparecen otros medios de distribución, con libros que
van y vuelven, textos que se imprimen en México para distribuirse en la Corte, y al
contrario, textos impresos en España para enviarse a América, o, también, libros
impresos en España para difundir temáticas americanas en Europa.

58
Daisy Rípodas Ardanaz: “Introducción fraudulenta de libros prohibidos en el Río de la Plata (1788)”,
Revista de historia del derecho, 28 (2000), pp. 503-511.
59
Andrés Mendo: Principe perfecto y ministros aivstados, docvmentos politicos y morales, En Leon de
Francia, Horacio Boissat y George Remevs, 1662, p. 95.
Los caminos diversos, rutas cruzadas y tornaviajes de los textos dan una idea cabal del
circuito atlántico como un medio de conexión e intercambio más fluido de lo que
podíamos imaginar, con rutas y hombres que comparten ideas y alimentan la difusión de
los textos. La participación del mundo americano en este universo de intercambio abre,
asimismo, interrogantes sobre la construcción de todo un imaginario compartido y un
universo común de referencia en el que las influencias son mutuas, aunque una parte de
la historiografía las ha soterrado, obviando la interacción y la mutua mirada sobre dos
mundos que tienen intercambios culturales constantes en el mundo moderno.

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