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Cuando una persona empieza su vida espiritual, por lo general siente al principio muchos
consuelos y gozos en el alma. Es lo que los autores llaman "las dulzuras de Dios". Le parece
hermoso orar. Le encanta leer libros espirituales. Siente fervor al recibir los sacramentos, etc.
Esto es muy provechoso porque entusiasma por la vida de fervor, de piedad y anima a seguir
adelante en el camino hacia la santidad.
Un peligro y una norma.
Pero si estos gozos son muy grandes y hasta exagerados, hay que tener cuidado no sea que el
que los está produciendo sea el enemigo de las almas. Y esto es un peligro porque entonces
puede suceder que el espíritu se entusiasme por las dulzuras de Dios y no por el Dios de las
dulzuras.
En estos casos hay que seguir una norma muy importante: preguntarse: ¿estos consuelos y
gozos espirituales producen enmienda en mi vida? ¿Traen reforma en mis costumbres? Si así
es, vienen de Dios y podemos estar tranquilos. Si por el contrario los amamos es porque nos
causan dulzura y alegría, y porque contribuyen a que los demás piensen mejor de nosotros
mismos, entonces hay que tener mucho cuidado porque pueden venir del enemigo del alma.
LA SEQUEDAD.
Pero sucede frecuentemente que después de los primeros fervores y gozos empieza a llegar al
alma una sequedad espiritual agobiadora. Ya no siente gusto por rezar. La lectura de los libros
espirituales no le dice nada. Recibe los sacramentos sin ninguna emoción y hasta con frialdad,
por más que desearía tener fervor. Le parece que no adelanta en nada. Esto es lo que los santos
llaman "La Noche oscura del alma". Es algo que hace sufrir bastante y puede durar harto
tiempo. En algunas almas santas ha durado años y años.
Pero si no vemos en nuestro comportamiento ninguna falta especial ni ningún defecto que no
estemos tratando de corregir, entonces lo que tenemos que hacer es aceptar humildemente lo
que Dios permite que nos suceda. Repetir lo que decía el santo Job: "Si aceptamos de Dios los
bienes ¿por qué no vamos a aceptar también los males? (J b 2, 10) Pero de ninguna manera
vayamos a abandonar las prácticas de piedad, las buenas lecturas y la recepción de los santos
sacramentos. Aceptemos esta sequedad como "el cáliz de amargura" que el Señor permite que
nos llegue, y como Cristo en Getsemaní digamos al Padre Dios: "Si no es posible que se aleje
de mi este cáliz, que se haga tu santa voluntad".
Quizás con una hora de sequedad espiritual estamos ganando más premios para el cielo
y estemos salvando más almas, que con bastantes horas de gozos y dulzuras, alegrías y
fervores.
Y Clamar a Dios.
A la gente no conviene andar contando esta situación dolorosa por la que estamos pasando
porque no nos van a comprender y más bien se van a burlar de nosotros y nos invitarán a
abandonar la vida espiritual. Al director espiritual sí conviene contarle y pedirle consejo. Pero
a quien hay que recurrir con toda el alma y sin desanimarse es al buen Dios. Repetirle la frase
que Jesús en el momento máximo de su sequedad espiritual, en la cruz, le decía: "Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Repetir ciertas frases de los Salmos que son muy
consoladoras, como por ejemplo "No me abandones, Dios de mi salvación".
Decirle lo que san Pedro le repitió tres veces a Jesús: "Señor: Tú sabes que te amo". O lo que
decía Tobías: "Señor; Tú permites que descendamos hasta los más profundos abismos de
tristeza, pero Tú puedes hacer también que subamos hasta los más altos grados de alegría y de
paz. Tú eres el que produce la calma y la tempestad, la alegría y el llanto. Ten pues misericordia
de mí y dígnate consolarme, si es esa tu Santa Voluntad (Tb 13, 3).
EL COMBATE ESPIRITUAL
P. LORENZO SCÚPOLI