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¿QUÉ HACER CUANDO LLEGAN LAS SEQUEDADES ESPIRITUALES?

Cuando una persona empieza su vida espiritual, por lo general siente al principio muchos
consuelos y gozos en el alma. Es lo que los autores llaman "las dulzuras de Dios". Le parece
hermoso orar. Le encanta leer libros espirituales. Siente fervor al recibir los sacramentos, etc.
Esto es muy provechoso porque entusiasma por la vida de fervor, de piedad y anima a seguir
adelante en el camino hacia la santidad.
Un peligro y una norma.
Pero si estos gozos son muy grandes y hasta exagerados, hay que tener cuidado no sea que el
que los está produciendo sea el enemigo de las almas. Y esto es un peligro porque entonces
puede suceder que el espíritu se entusiasme por las dulzuras de Dios y no por el Dios de las
dulzuras.
En estos casos hay que seguir una norma muy importante: preguntarse: ¿estos consuelos y
gozos espirituales producen enmienda en mi vida? ¿Traen reforma en mis costumbres? Si así
es, vienen de Dios y podemos estar tranquilos. Si por el contrario los amamos es porque nos
causan dulzura y alegría, y porque contribuyen a que los demás piensen mejor de nosotros
mismos, entonces hay que tener mucho cuidado porque pueden venir del enemigo del alma.
LA SEQUEDAD.
Pero sucede frecuentemente que después de los primeros fervores y gozos empieza a llegar al
alma una sequedad espiritual agobiadora. Ya no siente gusto por rezar. La lectura de los libros
espirituales no le dice nada. Recibe los sacramentos sin ninguna emoción y hasta con frialdad,
por más que desearía tener fervor. Le parece que no adelanta en nada. Esto es lo que los santos
llaman "La Noche oscura del alma". Es algo que hace sufrir bastante y puede durar harto
tiempo. En algunas almas santas ha durado años y años.

¿De dónde puede provenir esto?


Las causas de la sequedad espiritual pueden ser varias:
1º Pueden provenir del demonio que pretende desanimarnos en la vida espiritual, apartarnos
del camino de la santidad, y volvernos otra vez hacia los goces de la vida mundana.
2º Pueden provenir de nuestra naturaleza humana que es muy mal inclinada y busca
siempre lo material más que lo espiritual, y lo terrenal más que lo eterno. El mismo san Pablo
se quejaba diciendo: "Siento en mi cuerpo una fuerza que lucha contra el espíritu".
3º Puede ser que la sequedad espiritual provenga de un plan que Dios tiene para
independizarnos de los gustos y goces de este mundo y así irnos entusiasmando por los
goces y alegrías de la eternidad. Cuando lo de la tierra ya no atrae ni enamora, entonces lo del
cielo puede atraer mucho más.
4° Puede ser también para que con este sufrimiento paguemos a Dios algunas de las deudas
que tenemos por nuestros pecados y aprendamos a comprender a quienes están pasando por
esta situación dolorosa.
5° Otra razón podría ser: que Nuestro Señor nos tiene preparados tan excelentes premios
en el cielo que nos permite fuertes sufrimientos en la tierra para que con ellos nos ganemos
esos gozos que nos esperan en la eternidad.

¿Qué hacer cuando nos llega la sequedad?


Ante todo, examinemos si no será que en nuestra alma hay algún defecto que le está
disgustando a Dios, alguna falta repetida que nos quita la devoción sensible. Si así es, tenemos
que dedicarnos seriamente a corregir ese defecto y a evitar dicha falta, no tanto por volver a
gozar de las dulzuras espirituales del fervor, sino sobre todo por evitar lo que ofende y
desagrada a Dios.

Pero si no vemos en nuestro comportamiento ninguna falta especial ni ningún defecto que no
estemos tratando de corregir, entonces lo que tenemos que hacer es aceptar humildemente lo
que Dios permite que nos suceda. Repetir lo que decía el santo Job: "Si aceptamos de Dios los
bienes ¿por qué no vamos a aceptar también los males? (J b 2, 10) Pero de ninguna manera
vayamos a abandonar las prácticas de piedad, las buenas lecturas y la recepción de los santos
sacramentos. Aceptemos esta sequedad como "el cáliz de amargura" que el Señor permite que
nos llegue, y como Cristo en Getsemaní digamos al Padre Dios: "Si no es posible que se aleje
de mi este cáliz, que se haga tu santa voluntad".
Quizás con una hora de sequedad espiritual estamos ganando más premios para el cielo
y estemos salvando más almas, que con bastantes horas de gozos y dulzuras, alegrías y
fervores.

No hay que desanimarse.


La sequedad espiritual es una cruz que el Señor envía, y Jesús nos dejó dicho: "Quien quiera
ser mi discípulo tiene que aceptar la cruz de cada día". Es necesario decir una y otra vez: "Esto
también pasará". "El Señor me dio los gozos y consuelos espirituales y el Señor me los quitó.
Bendito sea Dios".

Y Clamar a Dios.
A la gente no conviene andar contando esta situación dolorosa por la que estamos pasando
porque no nos van a comprender y más bien se van a burlar de nosotros y nos invitarán a
abandonar la vida espiritual. Al director espiritual sí conviene contarle y pedirle consejo. Pero
a quien hay que recurrir con toda el alma y sin desanimarse es al buen Dios. Repetirle la frase
que Jesús en el momento máximo de su sequedad espiritual, en la cruz, le decía: "Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Repetir ciertas frases de los Salmos que son muy
consoladoras, como por ejemplo "No me abandones, Dios de mi salvación".

Decirle lo que san Pedro le repitió tres veces a Jesús: "Señor: Tú sabes que te amo". O lo que
decía Tobías: "Señor; Tú permites que descendamos hasta los más profundos abismos de
tristeza, pero Tú puedes hacer también que subamos hasta los más altos grados de alegría y de
paz. Tú eres el que produce la calma y la tempestad, la alegría y el llanto. Ten pues misericordia
de mí y dígnate consolarme, si es esa tu Santa Voluntad (Tb 13, 3).

Un recuerdo muy oportuno.


En estas ocasiones hace mucho provecho recordar la terrible angustia y desolación de Jesús en
el Huerto, cuando decía: "Triste está mi alma hasta la muerte". Y pensar que Nuestro Redentor
cuanto más tristeza y angustia sentía, más y más rezaba al Padre Dios. Imitémoslo también en
esto.

EL COMBATE ESPIRITUAL
P. LORENZO SCÚPOLI

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