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Dolores Etchecopar: una entrevista y 5 poemas,


por Enrique Solinas
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 7 julio, 2015
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Por: Enrique Solinas

Crédito de la foto: el autor

Dolores Etchecopar: una entrevista y 5 poemas

Dolores Etchecopar: «Escribo para respirar, por rebeldía, por


amor,
para salir de mi soledad sin traicionarla»
 

Etchecopar Básico
Nació en Buenos Aires en 1956. Publicó los
siguientes libros de poesía: Su voz en la mía
(1982), La Tañedora (1984), El Atavío (1985),
Notas salvajes (1989), Canción del precipicio
(1994) y El comienzo (2010). A nes de los años
noventa fundó y condujo, junto con artistas de
diversas disciplinas, el ciclo de poesía El pez
que habla, en el que se exploraron nuevas
modalidades de la lectura oral de la poesía.
Desde el año 2010 dirige el sello de poesía
hilos editora, en las tapas de los libros
editados por este sello aparecen algunos de
sus dibujos y pinturas.

 
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Entrevista:
 

A los 26 años publicaste tu primer libro de


poemas, n de un proceso creativo con el
cual empezás un camino poético hoy
consolidado. ¿Cómo fue ese inicio en la
poesía?

La poesía me encontró temprano, en la luz de


las cosas antes que en las palabras, o sea en
una soledad refractaria al idioma aprendido
mientras se prepara con alborozo para otra
lengua. Eso ocurría sin darme cuenta y
avanzaba en el paladeo de las palabras que se
dejaban mover en direcciones desconocidas.
Me parecía que algo extraño estaba
sucediendo todo el tiempo en mí y a mi
alrededor, algo de lo que nadie daba cuenta en
voz alta. De eso que no quedaba cautivo del
anzuelo del lenguaje impuesto hablaba la
poesía. Después vino la lectura de los poetas,
los malditos, los surrealistas, Rilke, Celan,
Ungaretti, Michaux, García Lorca, Vallejo y
tantos otros. En el arranque de mi salida al
mundo tuve el espaldarazo generosísimo de
grandes poetas nuestros, de generaciones
anteriores a la mía, como fueron Edgar Bayley,
Francisco Madariaga, Enrique Molina, Amelia
Biagioni, Ana Emilia Lahitte, Gianni Siccardi,
Rodolfo Alonso, Rubén Vela, Antonio Requeni,
por nombrar solo a algunos de ellos. Los
poemas de mi primer libro son los que empecé
a escribir en la adolescencia, y la mayoría de
ellos son para el olvido, pero sí agradezco a ese
libro inicial el haberme vinculado a tantos
maravillosos poetas que cultivaban un fervor
único por la poesía, era fabuloso y motivador ir
a escucharlos leer y conversar con ellos.
Después, en las siguientes generaciones me
parece que se perdió algo de ese fulgor en la
comunión de los poetas.

¿De qué manera la poesía se instala en tu


mundo?

Con la fugacidad de una corriente eléctrica, ya


que la poesía no se instala sino que de a ratos
alumbra el mundo como un relámpago, de un
modo imprevisible, cuando menos lo pienso
me asalta su luminosa catástrofe, su apremio
oscuro y las palabras se acercan a ese imán
como animales curiosos. Leer y escribir poesía
me rescata del desánimo cotidiano, de la
opacidad que producen los hábitos del
pensamiento y las pasiones tristes. Me rescata
de las respuestas, las convicciones que se nos
inculcan desde siempre y nos ahogan. La
poesía se sale siempre del camino trazado de
antemano, irrumpe de una forma inesperada
que descoloca. Estado vertiginoso de la lengua
que se precipita por las suras de los
signi cados, nos deja inermes ante el misterio
que abisma y no podemos dominar, para estar
allí hace falta que nos asista la potente
delicadeza de la poesía desde cualquiera de sus
reinos. La poesía también me llega de otros
lenguajes como cierto cine, cierto teatro, o
cuadro o danza o también de algún
acontecimiento-puede ser mínimo- que
desencaja el oído y abre otra escucha; las cosas
se muestran como por primera vez, en una
transparencia simultánea al dolor y a la
maravilla de lo que existe.

A la hora de escribir, ¿para vos qué es lo más


importante?

Separar el ego de esa zona en la que lo que


adviene es de otro orden, una conmoción que
sucede dentro del lenguaje pero viene de algo
que no me pertenece, que solo encarna
momentáneamente en algunos materiales de
mi alma. No olvidar que poesía no es catarsis,
no es comunicación, no educa, no transmite
ideas preconcebidas o traducibles. Parte de un
fracaso hacia un fracaso mejor, como decía
Beckett. La poesía no es un espejo sino un
rostro que interpela. Si me reconozco en lo que
escribo no está vivo el poema, no será una
experiencia para nadie.

En tu poesía, la infancia, la muerte, la


soledad y el miedo, son tópicos esenciales y
hasta tradicionales, en donde la forma y la
voz resultan plenas en originalidad y
sentido. ¿Cómo percibís que los lectores de
tus poemas recepcionan tu mundo?

Es motivo de honda alegría y asombro y


gratitud cuando un lector alcanza a decirme
que algo le sucede al leer alguno de mis
poemas. Muchas veces son lecturas
reveladoras para mí que no sé con claridad qué
quise con tal o cual poema ni por qué salió
como salió. La poesía es una cuestión de amor,
por lo tanto no hay medias tintas, no
entretiene, un poema se ama o no existe para
otro lector. A veces no es un amor a primera
lectura. Hay textos dentro de la poesía que son
huesos más duros de roer que otros. Ocurre
que algunos poemas llegan al lector más
directamente que otros.

¿Por qué escribís?

No tengo claridad sobre eso. Escribo desde


hace mucho, desde mi grito que puso un pie y
otro en las palabras para seguir andando,
desde que empecé a sentirme fuera de lugar y
las palabras me sacudieron y yo a ellas para
que vivan, para vivir sin deshacerme del todo.
Escribo para seguir esa felicidad que me
deparó la lectura de algunos textos. Escribo
para respirar, por rebeldía, por amor, para salir
de mi soledad sin traicionarla. Escribo porque
voy a morir. Es mi ofrenda.

¿Para quién escribís?

Primero escribí para los caballos y para mi


padre, después para conversar con otros
poemas que me conmocionaban. Para mis
amigos, para no tener frío, para un lector
desconocido, uno vive y escribe también
motivado por la llegada de algo o de alguien
desconocido. Escribo como un modo de orar.

 
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¿Qué se puede conocer a través de la


poesía?

Que lo real es algo vivo, inasible, no


domesticable por nuestras herramientas de
poder. Que el misterio es una presencia, un
soplo que mueve la luz de las cosas sin agotar
su sentido y que trae alborozo dejar que nos
altere. La poesía nos muestra que todo está
unido y a la vez que cada uno es único,
irremplazable, agónico, por eso un verso no
puede decirse con otras palabras, son ésos los
sonidos, ésas las palabras así combinadas las
que provocan algo, una experiencia, un
acontecimiento.

¿Cómo es ser poeta y dirigir una editorial


como Hilos Editora?

Son dos dedicaciones muy distintas pero que


se tocan en un punto central que es la pasión
por la lectura de poesía. Editar a otros poetas
es una mínima retribución a lo que la lectura
me ha deparado durante tantos años. Y hace
bien hacer un movimiento inverso al
retraimiento que requiere escribir.

¿Cuáles son tus próximos proyectos?

Tengo un libro en ciernes, todavía entro y salgo


de los poemas escritos durante los últimos
años, pero creo que está cerca su nacimiento,
No hables tan rápido delante de la noche, así por
ahora su título.

Para terminar, ¿qué palabra describe tu


universo poético y por qué?

Orar. Orar ante lo que nos deja sin habla, ante


la desmesura desorbitante de nuestra
mortalidad. No se trata de repetir plegarias
conocidas como los creyentes a los que un Dios
ampara, sino cada vez como si fuera la primera
vez que la voz pulsa por salir, indefensa en la
perplejidad de una lengua arrasada.

 
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Así escribe Dolores Etchecopar


 

Cinco poemas
 

El resplandor
 

tú en la madera
quiero que vivas en la madera del violín del
desierto
alguien da órdenes a la luna
pero nada resplandece
si me muevo es de noche
si no me muevo es de noche
en el silencio están cavando un túnel para
matar
no me calma la sonrisa ni su jeza
en los dientes cada vez más blancos
de las Azafatas y de los Ministros
ciudades amarillas negras me arrastran
de un cuerpo a otro de un tren a otro
de un hospital a otro
(las enfermeras traban mi corazón
y me recortan en forma de mano que grita)
no puedo reunir mi alma
carteles luminosos titilan crímenes
se está borrando del suelo
el leve tatuaje de la aurora
esta ciudad tiene muros
y hombres muertos en la niñez de los árboles
yo me hechizo con los agujeros del n del
mundo
pero tú en la madera
quiero que vivas en la madera del violín del
desierto
qué sonido furioso mientras hablo
expulsa al narrador de la pradera
qué lanas durmientes abren ese cuento
comido por la nieve

hablo con el motín de los perros del silencio


y las rodillas nucleares de la aurora
hundidas en el agua de los secretos
pero tú quiero que vivas
en la clarividencia del furor de las hierbas
dotado de alegría
y de un habla de emergencia para calmar
el fondo de la noche
ahora que escuchas a una mujer
que cruza con sus medias de fuego
el aire cada vez más oscuro
ahora que incubas por última vez
el llanto de todos los hombres

    a la memoria de Andreï Tarkovski


 

Notas salvajes
 

si tu lengua apoya las cacerías del silencio


sobre mi lengua
hablaré
montaña oscura
madre clavada en la nieve
madre clavada en el ángelus de la caverna
en la vidriera en la rueca de los cuentos
en la tonada de mi tonada puesta del revés
que no puedo sacarme sin muerte
palabras lentas de mi cuerpo en otra parte
palabras fuertes mis enemigas
raspan la noche el sol que me embarazó
sumergida campana que cruza
los caminos y los huesos
me pusieron por nombre una raya roja
en la ingle
alegría
antes que el otoño fusile a las mariposas
estaremos en el fondo de las pudriciones
caballo blanco
tubérculo que brilla en el regazo
y arroja el oro de los muertos
sobre el recién nacido
el sol su cadera móvil y simple
pasará frente al lenguaje
y hablaré
alguien corta los hilos del bosque
y deja los ojos de mi madre
en el suelo oscuro
puestera del silencio
yo vi una luciérnaga
y las llaves que sólo cierran
el alba y los ojos
adiós dije adiós a las palabras
voy a dormir sobre el sexo de un color
el agua que yo tuve en la infancia
está dentro de tu boca
la lentitud abre sus muslos de colores
y me separo de la muerte
con algo que la luna mece en mi cadera

muchacha que saltas a la soga


sobre la vereda caliente
o la caída de las hojas
o el miedo
feroces mandíbulas te educan
puestera del silencio
la camisa planchada y doblada
los ojos de mi madre en el suelo oscuro
adiós dije adiós a las palabras
la basura decora mi piel
como un relámpago

Canción del Precipicio


 

La mujer sigue agitando su vestido huérfano

en la milenaria colina
ya se dormirá con los pastos
y las hondas hormigas joyeras de la muerte
dijeron
nadie supo por qué quiso esa noche tan fría
cantar en el coro de los perros
nadie sabe por qué esa noche sin consuelo
ella estaba sentada
abierta en la parte inesperada de su alma

te quiero hasta el cielo


porque en lo azul en lo rosado
en la nube blanca ya no estamos
vos y yo tan separadas
como acá tan dolidas
que cuesta tocar la risa tocar el corazón
y el cielo está para que yo te quiera
hasta la tierra
donde me falta reunir en uno solo
los dos ovillos los dos colores
tu hebra y la mía
harán la trama del tiempo que queda

cuando empecé a escribir


el poema a mi padre
vino mi madre
me tocó el hombro
no pude verla y seguí escribiendo
el poema del padre
el padre que escribía frente a la ventana
tampoco la vio
desapacible en la cornisa
ella abrió las manos
soltó el corazón de mi padre
soltó el mío
y no la vimos

Dolores Etchecopar
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Enrique Solinas
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6 poemas de “Levedad de las piedras”, de
Rafael Courtoisie
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Hilos cambiantes. Antología de poemas de
Hugo Gola
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