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Introduccción: Entrada por la historia

1. Una imagen en los medios

A mediados de los años ochenta, en medio de los vaivenes de los

enfrentamientos entre el gobierno democrático y las facciones nacionalistas

ultramontanas del ejército, el canal 13 de Buenos Aires puso en el aire un innovador

programa de televisión. El monitor argentino estaba dirigido por Jorge Dorio y Martín

Caparrós, dos jóvenes periodistas que venían de trabajar en el suplemento cultural del

diario Tiempo Argentino. El programa se emitía los domingos a la noche y convocaba

audiencias de sectores medios vinculados a las capas intelectuales.

En uno de los programas, que se inició bajo la consigna de la corta memoria de

los argentinos, se sugirió que se reconstruiría la biografía de un supuesto olvidado

escritor, a través de cuya figura se rendiría homenaje a todos los intelectuales omitidos

de la Historia. Este escritor era José Máximo Balbastro, nacido en 1898 y muerto 14

años antes de la emisión del programa, en 1974. La longevidad del personaje permitiría

a los narradores del programa desarrollar una hipótesis sobre los movimientos políticos

e ideológicos de los intelectuales argentinos a lo largo del siglo XX.

Al principio del programa, Caparrós apelaba a teorías conspirativas contra el

escritor al decir que "sospechamos que hay razones para que cada vez se hable menos

de Balbastro". Dorio agregaba que

no es ocioso que se entierre a una determinada figura, a un determinado


discurso, que se olvide a una persona, cuando la producción de esa persona fue
realmente importante y, cuando esa importancia no sólo tuvo su relevancia a
nivel nacional sino que, en cierto marco, de lo que son los movimientos de la
cultura en Occidente, puede reconocerse un cierto tipo de figura precursora. La
figura de Balbastro es emblemática en este sentido...

Los narradores del programa fueron desglosando la biografía como una forma de

combatir un olvido sospechoso e injusto. Hijo de prósperos inmigrantes, ingresó al

Colegio Nacional de Buenos Aires en 1910, año del Centenario de la Independencia.

Los tres datos son altamente simbólicos y Balbastro los aglomera: aparece la filiación

inmigrante exitosa, el colegio secundario donde tradicionalmente se habían formado los

dirigentes del país, Mayo de 1810 unido al recuerdo de la visita de la Infanta Borbón y

la revista Proa un siglo después. Esas condensaciones se irán repitiendo a lo largo del

relato.

Historia y biografía se van entrelazando en forma estrecha a través de

fotografías, películas de la época, relatos históricos en off, etc. A eso se irán sumando a

lo largo del programa entrevistas con quienes lo conocieron: una primera novia, amigos,

compañeros de aventuras, enemigos, críticos y, además, entrevistas con escritores como

Jorge Luis Borges, con el senador radical Federico Storani y otras figuras fácilmente

reconocibles. Dorio y Caparrós iban sumando datos: el ingreso a la carrera universitaria

de Leyes, la relación conflictiva con la política, la época bohemia, citas de poemas,

títulos universitarios, etc.

El primer giro en la narración biográfica es un viaje a la Patagonia en los años

veinte, en la época de las huelgas que "afectaron profundamente" al escritor y poeta.

Integrante del diario La Vanguardia (un periódico socialista) y amigo de Roberto Arlt,
su adscripción a la vanguardia (donde llegó a tener un enfrentamiento con Borges) y sus

publicaciones en Martín Fierro vienen a completar sobre su persona el núcleo de las

representaciones intelectuales de esa década. Aparecen, para completar la imagen, la

relación fugaz con el cine y la más permanente con el periodismo. A principios de los

treinta, distanciado de la vanguardia, Balbastro aparece apoyando la Unión Soviética,

"aunque no se sabe si alguna vez llegó a inscribirse en el Partido Comunista". Aparece

un libro de poesía titulado Las barricadas del sudor.

El golpe de 1930 representa su primer exilio. Desde el periodismo, reúne una

serie de artículos en donde se enfrenta, entre otros, con Carlos Gardel por su apoyo a

Uriburu y por "aburguesar" el tango. Por el mismo libro se enfrenta con Lugones, cuyo

hijo lo tortura con picana eléctrica, invento que éste último acababa de traer al país.

Como resultado de estas acciones, se exilia en París donde se conecta con André Gide y

la vanguardia literaria europea. Allí publica su primera novela, A la sombra de otros

soles, donde los temas del exilio y la pérdida son centrales. Viaja luego a Madrid y por

primera vez empieza a hablar de la homosexualidad. En España se pone en contacto con

Neruda, Buñuel y Dalí. Se convierte en una especie de personaje descentrado, hasta que

se vincula con Federico García Lorca con quien establece una relación sentimental.

Participa, aunque brevemente, en la Guerra Civil Española del lado de la República. En

1938 regresa a Argentina.

Aquí establece su obra más importante y escribe un libro de 1200 páginas

llamado La Historia. Según los narradores, es un relato imaginario "donde se combinan


las grandes descripciones de la organización social con los pequeños relatos intimistas".

Organizado como manual, el texto "mezcla rasgos arcaicos con otros que prefiguran

claramente las revoluciones culturales de los años sesenta". Cultura urbana que

reivindica lo natural, ciudades con nombre de flores, mujeres, gays, poder concentrado,

son los temas centrales de ese texto ficticio. En esa sociedad el logro máximo es la

detención del tiempo histórico que cada diez años vuelve al punto de partida. La novela

concluye con una catástrofe técnica que hace que el tiempo vuelva a fluir. Esa novela se

convertiría en los años sesenta en un texto clave para los movimientos estudiantiles: es

una referencia ideológica.

La década del cuarenta y el peronismo le traen una distinción del gobierno, un

breve idilio que acaba con un enfrentamiento con Armando Discépolo. Publica un libro

donde admite públicamente su homosexualidad tras lo cual es enjuiciado por atentado al

pudor. A partir de allí se va a Salta donde se une al círculo del Cuchi Leguizamón, un

escritor de vertiente tradicionalista. Hacia los años sesenta regresa a Buenos Aires.

Mueren su madre y su compañero y, como resultado, se vuelca al misticismo. Se retira

del mundo, aunque la gente del Instituto Di Tella trata de rescatarlo del olvido. Hay una

vuelta sobre la actitud vanguardista que, esta vez, se vuelca sobre la música de rock

nacional en la figura de Alberto Spinetta. La droga, la psicodelia, un acercamiento

disperso al surrealismo que es retomado por sus seguidores como una forma de

liberación, se convierten en su mensaje y su herencia.


Balbastro muere, como había nacido, en el espacio de los símbolos, el 1 de julio

de 1974, el mismo día en que murió Juan Domingo Perón, por entonces, Presidente de

la República. Ese fue el motivo, según los narradores, de que su muerte pasara

completamente desapercibida. La fama le llega a través del reconocimiento de sus pares

y de los lectores extranjeros. El programa se cierra con el gesto de rechazo de los

jóvenes vanguardistas que a través del director de la Revista Babel, Guillermo Saavedra,

claman por un lugar propio en el campo cultural abogando por el desplazamiento de los

"cadáveres más o menos ilustres". Y también, con la promesa de que al domingo

siguiente, se presentaría una serie de detalles interesantes que completarían esa

biografía.

Al lunes siguiente, las librerías fueron invadidas por clientes que clamaban a

gritos por los libros inconseguibles de Balbastro que, de la noche a la mañana

(literalmente), se había convertido en figura central de la cultura nacional. Cual no sería

la sorpresa de clientes, libreros y público, cuando al domingo siguiente, Dorio y

Caparrós revelaron que el tal Balbastro era un puro personaje de ficción, que jamás

había existido.

El "caso Balbastro" se reveló como una broma descomunal y fantástica en la

cual había caído una audiencia más dispuesta a creer en los medios de comunicación

masivos que en su propia memoria histórica. Ese domingo, Dorio y Caparrós explicaron

que el programa había sido diseñado para mostrar cómo podía trucarse la información a

través de los medios para crear una falsa versión de la realidad: "demostrar de qué
manera se puede manipular la información" se convirtió en el objetivo del siguiente

programa.

Aunque sería interesante hacer un estudio sobre cómo en ese programa se

establece una relación entre la Historia y los medios, nos interesa mucho más un

aspecto que los autores del programa no contemplaron el domingo de las revelaciones.

Es cierto que manipular la información permite la operación que hizo El monitor

argentino. Sin embargo, para que se produzca un nivel de aceptación tan masiva, las

referencias sobre las cuales esas manipulaciones debían instalarse tuvieron que ser al

menos reconocibles o identificables por los destinatarios. Justamente, José Máximo

Balbastro pudo ser reconocido y aceptado porque condensaba todas las operaciones de

la intelectualidad argentina.

Si Balbastro tenía un espesor que lo volvía corpóreo era sobre todo porque,

como personaje, ofrecía un espacio de condensación de los distintos gestos

hegemónicos de la historia intelectual argentina. Por una parte, sus vaivenes estéticos:

vanguardista en los veinte, realismo social en los treinta, literatura comprometida en los

cuarenta y cincuenta, nueva vanguardia en los sesenta, esta vez, con el doble toque de lo

místico y lo telúrico. Por otro lado, y como complemento de esos movimientos, las

adscripciones políticas: del anarquismo al radicalismo, de allí al comunismo y al

peronismo, y, finalmente, un desencanto que lo vuelca sobre una visión casi nihilista de

la realidad. Y para completar cada uno de esos desplazamientos, los viajes formativos:

la Patagonia de las huelgas obreras, la Francia de las vanguardias intelectuales, la


España Republicana, la Argentina conservadora y el viaje al interior... La operación que

realizaron los conductores del programa fue la narración de una novela de aprendizaje.

Podría pensarse que estos son los lugares comunes de la literatura argentina y es

posible que sea cierto. Si se quería convencer al público de la existencia de un tal

Balbastro, la apelación al cliché como espacio de referencia era casi inevitable. Sin

embargo, la preparación del programa fue más allá de eso y agregó el diseño de una

obra en la cual aparecen los núcleos centrales de la narrativa argentina desde, por lo

menos, los años cincuenta. En aquella semana entre los dos programas, en una de esas

interminables conversaciones de café universitario, alguien arguyó su incredulidad

diciendo que Balbastro era demasiado perfecto.

Dejando de lado los núcleos poéticos (porque nos alejarían del tema de nuestro

trabajo), en las novelas que escribe Balbastro, Dorio y Caparrós tejen una serie de temas

que son una constante en la literatura argentina: la Historia, la organización social (vista

a través de los espacios marginales o del intimismo) y el rol de los intelectuales. Estos

materiales aparecían en un clima de teorías conspirativas donde la denuncia y el olvido

sentaban los marcos de reflexión crítica y ética sobre la figura (ficticia) del escritor. Fue

la sumatoria de todos estos datos lo que lanzó a crédulos lectores por las librerías de

Buenos Aires buscando pagar una deuda inexistente. Si esto fue posible es porque, en

última instancia, José Máximo Balbastro era, a su manera, todos y cada uno de los

escritores que alguna vez formaron parte del campo intelectual argentino.
El "caso Balbastro", como lo llamaron en el remate de la broma sus propios

inventores, se produjo casi a fines de los ochenta ¿Qué había pasado en los quince años

anteriores para que la imagen de intelectual que se había formado en el país se

mantuviera intacta a pesar de la dictadura, de los desaparecidos, de los cambios de

paradigma ideológico y de los avatares políticos que a partir de los años setenta

afectaron a tres generaciones de intelectuales? ¿Por qué se reconoce en Balbastro la

figura del intelectual argentino por excelencia? De alguna manera, la trabazón política y

cultural que Balbastro presentaba, convirtió esa hora de programa de televisión

dominguero en una clase sobre historia de la cultura argentina. Lo cual abre, ahora sí,

los interrogantes que se plantea este trabajo: ¿cuáles fueron los núcleos de referencia

que permitieron que, a pesar de los desplazamientos ideológicos y del colapso de la

esfera pública, ciertas construcciones de la figura de intelectual y de su relación con el

poder y la ideología permanecieran como constantes del campo cultural? ¿Cuáles

fueron las articulaciones y los materiales simbólicos de esas operaciones? Más aún,

¿por qué esos elementos fueron muchas veces semejantes, cuando no idénticos, en todo

el sistema discursivo del período, más allá de las posiciones políticas de los escritores?

Para contestar estas preguntas, se considerarán las posturas políticas e

ideológicas que aparece en la novelística argentina durante el período 1974-1989. Me

interesa no sólo analizar no sólo el contexto histórico en que se producen estas

discusiones, sino también aquellos elementos que delimitan las relaciones letradas con

la sociedad, dado que, muchas veces, parecen señalar un desfasaje entre proyectos
ideológicos y lecturas políticas de lo social. La posición política e ideológica de los

intelectuales frente al devenir histórico nacional ha sido un tema de debate de larga data

dentro del campo cultural argentino. Las dicotomías que emergen en el campo cultural

desde los años cincuenta nunca desaparecieron completamente y es por eso que me

interesa indagar el régimen de referencias de la literatura, y reconstruir el sistema de

cruces entre las matrices culturales provenientes del siglo XIX, los debates ideológicos

de los años setenta y ochenta y la subsiguiente crisis del paradigma ideológico del

campo cultural.

La novela fue un espacio privilegiado de reflexión, y por ende, el espacio donde

muchas de estas operaciones tuvieron lugar. Es por eso que la figura de Balbastro

resultó fácilmente reconocible y verídica: la ficción del personaje era emblemática de

las operaciones y debates del campo cultural argentino en el siglo XX. En este sentido,

el programa de Dorio y Caparrós no sólo narra una biografía intelectual, sino que

también pone en escena el nexo que une construcciones ideológicas y funciones sociales

(muchas veces problemáticas) que el discurso intelectual asume en el ámbito político,

tanto desde una perspectiva programática, como estética. En otras palabras: este trabajo

indaga sobre cómo y a partir de qué temas la literatura estableció una reflexión sobre la

ideología y las prácticas políticas de mediados de los setenta, a la luz, no sólo de lo

ocurrido durante la dictadura militar que se inició en 1976, sino también de los cambios
en diversos sectores políticos en el ámbito internacional a partir de mediados de los

años ochenta1.

Si bien los años que delimitan el trabajo son arbitrarios, son al mismo tiempo,

simbólicos: van desde la muerte de Juan Domingo Perón (1974), al final del gobierno

de Raúl Alfonsín (1989) y demarcan un período signado por transiciones políticas e

ideológicas que afectaron de manera directa problemáticas largamente establecidas en el

discurso intelectual. La relación entre campo cultural y campo de poder, aun durante el

período de la dictadura fue muy compleja, ya que por vez primera en la historia cultural

argentina los intelectuales perdieron toda posibilidad de acceso directo a los proyectos

de Estado y Nación.

La forma en que el campo literario se vió afectado por estos cambios no siempre

fue evidente (como a través de la censura o el exilio) o mecánica (como, por ejemplo, la

aparición de discursos "en clave" en cierta literatura de resistencia), sino que muchas

veces aparece en hechos tan llamativos como la escasa repercusión que tuvo en 1982 la

publicación de El beso de la mujer araña de Manuel Puig:

"... mis editores mandaron el libro para allá. Y fue boicoteado por la prensa
libre. Es decir, ya no había censura de ninguna especie, y el libro no tuvo una
sola gacetilla, una sola crítica, una sola reseña. Pero ni siquiera un ataque" 2

1 En este sentido, debe considerarse que lo que en Argentina se definió como izquierda, derecha,
liberalismo o centro entre los años 70 y 80, cambió mucho a lo largo del tiempo. La adhesión a partidos
políticos o corrientes de pensamiento filosófico no necesariamente significó el encasillamiento en una u
otra tendencia.

2. Manuel Puig: "Querría volver como una mirada sin cuerpo", entrevista con Rosa Montero, Madrid: El
País; Buenos Aires: Página 12, Culturas, 6 de enero, 1989
Esa indiferencia fue uno de los primeros síntomas de una metamorfosis, de una

polarización, que parecía traducirse en términos generacionales y que se expresaban

como cambios en las prácticas escriturarias tanto en el plano estético como el

ideológico. Nuevas divisorias de aguas agrupaban a los escritores en cotos cerrados

donde se discutían las transformaciones no sólo de la izquierda o del peronismo (como

sería el caso de un escritor como David Viñas en un punto del espectro, o como el caso

de Jorge Asís que se autoproclamaba izquierdista en cierto momento) sino también del

liberalismo intelectual argentino (por ejemplo, Manuel Mujica Láinez). Esos discursos,

a su vez, fueron en cierta medida distintos de los discursos emitidos por los intelectuales

más jóvenes que asumieron, desde una perspectiva “vanguardista”, una actitud

pretendidamente apolítica en los años de la transición a la democracia (tal el caso de

escritores como Daniel Guebel o Alberto Laiseca).

Sin embargo, la imbricada relación entre cultura y política que ya existía desde

el siglo XIX 3 nunca desapareció. Los cambios en las condiciones de producción, en los

mecanismos de reconocimiento, tanto de pares como de público, así como el acceso a la

información y la censura afectaron gravemente los modos de funcionamiento del campo

intelectual en la Argentina del Proceso, y más tarde, la de la democracia, pero ciertas

3 La fuerte interacción entre ambos campos se inicia en las Generaciones del '37 y del '80, y más adelante
esa relación puede seguirse a través de las polémicas que establecen revistas como Caras y Caretas
(1898-1939), Sur (1931-1970), Contorno (1953-1959), Crisis (1973-1976// 1985- ), Punto de Vista
(1978- ), El Porteño (1982-1993), entre otras. Cultura y política establecen fuertes lazos en las revistas
culturales, pero también en la novela que asume ribetes programáticos. De allí que se pueda estudiar
cómo se desarrollaron esas relaciones entre uno y otro campo, partiendo de la narrativa durante el período
propuesto.
operaciones permanecieron inmutables. Si bien una de las primeras consecuencias de

estas transformaciones fue el cambio en la relación de los escritores entre sí dentro del

campo cultural, no sólo por la pérdida de la experiencia del compromiso político que

venía de la concepción del intelectual político gramsciano, sino también por lo que se

interpreta como un corte generacional hecho bajo el signo de la pérdida de sentido. Esa

disolución fue leída por los escritores mayores como el quiebre posmoderno y por los

más jóvenes como un saludable vacío de referentes ideológicos que permitían

reflexionar sobre la tarea intelectual. Jorge Castañeda dice que:

"En América Latina, donde las sociedades están polarizadas y el saber y el


reconocimiento social son poco frecuentes, casi cualquiera que escribe, pinta,
actúa, enseña y se expresa, o incluso canta, se convierte en un intelectual. El
alcance del término es muy amplio, porque las actividades de las personas a las
que se lo asocia son igualmente diversas"4.

Esa imprecisión en cómo se define la actividad intelectual será operativa en los

denominados años de la posmodernidad. La emergencia de nuevos discursos

intelectuales asociados a prácticas políticas e ideológicas distintas de las que se dan en

el período anterior al golpe del '76, así como el sistema de relaciones de contigüidad y

filiación que esos mismos discursos establecen participan de lógicas distintas en cuanto

prácticas, pero comparten materiales y presupuestos que las hermanan a nivel

ideológico de manera mucho más profunda de lo que los agentes del campo estuvieron

dispuestos a reconocer: las transformaciones ideológicas de Balbastro ilustran ese

devenir que es, por otra parte, fácilmente reconocible. Aquí, los cortes generacionales o

4. Jorge Castañeda: La utopía desarmada: el futuro de la izquierda en América Latina, Buenos Aires:
Ariel, 1993
los que se atengan únicamente a cuestiones políticas coyunturales no tienen cabida

alguna.

La novela articula más palpablemente los ejes problemáticos de estas relaciones

y permite ver con mayor claridad las recolocaciones, modificaciones y polémicas dentro

del discurso intelectual. Las novelas fueron escogidas tomando en cuenta las propuestas

ideológicas, estéticas y políticas sobre las cuales trabajan. No se tomaron las novelas

como objeto de estudio, sino como fuente para el análisis de problemas más globales

que afectaron las prácticas del campo cultural. Por esa razón, tampoco nos ocuparemos

de los proyectos estéticos o políticos individuales de cada escritor, a no ser que esas

propuestas estén relacionadas específicamente con las problemáticas más generales que

intentamos establecer aquí. Los textos operaran como punto de partida en la

señalización de núcleos centrales en la articulación del discurso narrativo en relación a

la construcción ideológica de la Historia y de los proyectos de Nación y Estado. Se

examinará, sobre todo, el sistema de materiales simbólicos que van trazando una

especie de "album familiar" de la literatura argentina. Escritas por autores que

participaron de distintas experiencias de la vida política y que adhirieron a diferentes

ideologías y proyectos, las novelas permiten puntear ciertos momentos del debate

ideológico de las capas intelectuales en la Argentina de los 70 y 80, aun cuando, dicho

debate se produjo muchas veces de manera aislada o errática. Las novelas servirán, por

lo tanto, de pretexto para estudiar los cambios y similitudes de las capas intelectuales
vinculadas a la literatura durante esos quince años. De este modo, será posible contestar

a los interrogantes planteados por el "caso Balbastro".

2. Campo cultural/ Campo de batalla

2.a. Un brazo sobre el mar

El final de la década del cincuenta en Argentina estuvo marcada por, al menos,

tres hechos que pasaron a conformar parte de un universo de referencias, un horizonte

que sería ineludible en las décadas siguientes. Evidentemente, el primero no se produjo

en Argentina, aunque un estudiante de medicina argentino participara de esos eventos:

la Revolución Cubana de 1959 que puso un gobierno socialista en Cuba y la esperanza

de revoluciones similares en el resto del Tercer Mundo. El segundo y el tercer hechos, sí

sucedieron en Argentina y, aunque no tuvieron las ramificaciones internacionales del

primero, afectaron de manera profunda y permanente a toda la intelectualidad argentina.

Uno de esos acontecimientos fue el golpe de Estado contra Juan Domingo Perón en

1955 (la llamada Revolución Libertadora), y el segundo fue la publicación de la revista

Contorno (1953-1959). Aunque cada uno de estos hechos pertenece a series distintas,

estos acontecimientos se superpusieron en la percepción que los intelectuales tenían de

la vida pública y política, llegando a conformar parte de un sistema de referencias

interconectadas.

Contorno no fue la única revista que agrupó estudiantes universitarios de

humanidades durante el período de su publicación, aunque sí fue la única que logró


articular un proyecto cultural de solidez suficiente como para condensar en un mismo

movimiento parte de la renovación ideológica de la izquierda post-peronista y enfrentar

con esa operación el discurso liberal de la revista Sur (1931-1970). Ciertamente, el

campo cultural no había alcanzado en esos años el grado de fracturación y astillamiento

que aparentemente tendría en la década del setenta. Revistas como Imago Mundi,

Centro, Las ciento y una, etc., participaron desde diferentes sectores en polémicas y

enfrentamientos políticos muy profundos, aportando elementos importantes al debate.

Pero de alguna manera, Sur y Contorno condensaron las operaciones de lectura social,

renovación y debate ideológico en el campo cultural. De manera tal que, aunque sea una

aproximación algo simplista, es posible analizar en los recorridos de ambas, el sistema

de referencias del horizonte intelectual de esa década. Mucho después esas operaciones

serían resumidas en los siguientes términos:

"Este proyecto [el de la revista Contorno], por otra parte, va a aparecer


enfrentado a: 1) el de la generación de 1925, institucionalizado en la década del
treinta en la revista Sur; 2) el del Partido Comunista; 3) el del peronismo,
oposición que en este caso aparecerá en una forma mucho menos explícita en
la revista; 4) finalmente se opondrá también, dentro del espectro del apoyo
político al peronismo, al que encarnaba Jorge Abelardo Ramos" 5.

Esta descripción indica que a partir de fines de los años cincuenta se produce una

fractura y polarización dentro de la franja "progresista" de la sociedad argentina: cada

uno de estos enfrentamientos señala cómo se trazaron las divisorias de aguas políticas,

5. Carlos Mangone y Jorge A. Warley: "Prólogo", en David Viñas et al.: Contorno, Buenos Aires: CEAL,
1981; p.I-IX
ideológicas y sociales dentro del campo cultural. Beatriz Sarlo6 marca con claridad el

sentido de esas divisiones:

"... un nosotros evanescente circula por todos los artículos de Contorno ¿A quién
designa? O, para plantear la pregunta con más presición: ¿ese nosotros es
siempre el mismo, se refiere siempre a la misma fracción del campo intelectual
o, en cambio, varía, definiéndose según un ellos al cual se opone y que es,
también, variable? ¿Quiénes son ellos para Contorno? Por un lado, los
ensayistas del `ser nacional', Martínez Estrada, Mallea y Murena. Con cada uno
de ellos, la revista traba relaciones diferentes, que cambian según quién sea el
nosotros, a lo largo de los seis primeros números. Por otro lado, a la derecha,
para decirlo con una figura, Sur y la primera vanguardia, más bien lo que
Contorno juzga los restos casi lúgubres del martinfierrismo. Pero este ellos
también tiene sus pliegues, Marechal, cuyo Adán Buenosayres es a la vez la
culminación del espíritu de la vanguardia del veinte y la apertura de un nuevo
continente para la novela argentina y otro pliegue: Murena, con sus artículos en
Sur durante los últimos tres años del peronismo. Finalmente, las vanguardias
`jóvenes': A partir de Cero, Letra y Línea, los surrealistas de Pellegrini. Y como
representaciones políticas de las relaciones intelectuales, los escritores del
partido comunista y, sordamente, el peronismo".

Esas oposiciones fueron, por momentos, ambiguas. En esas vacilaciones, señala Sarlo,

se incriben los temas del irracionalismo, la caída y la soledad del ser nacional que la

revista intenta definir en sus páginas en contraste con otras definiciones, igualmente

irracionalistas, de ese mismo ser nacional. Al volver sobre aquellos años, la mayoría de

los intelectuales, aún aquellos mucho más jóvenes que quienes habían integrado

Contorno o Sur, encontrarían una fórmula para explicar sus posiciones políticas,

ideológicas y estéticas en sus alineamientos con una u otra revista, aunque lo hicieran

en términos de una filiación lejana, vaporosa y, en la gran mayoría de los casos, crítica y

6. Beatriz Sarlo: "Los dos ojos de Contorno", en Revista Iberoamericana, Madrid: nº125 octubre-
diciembre, 1983; p.799-804. El número de la revista está dedicado a los últimos cuarenta años de
literatura argentina (cubre desde principios de los cuarenta en adelante) y tiene artículos sobre los textos
más importantes de las cuatro décadas.
conflictiva. De alguna manera, las dos revistas señalarían las dos tendencias más

definidas (en términos de proyectos) dentro del campo cultural argentino de la década

del cincuenta. En su discurso contra Sur, Contorno logró reformular la dicotomía

sarmientina dándole un sentido que sería fundamental en el campo cultural en las dos

décadas siguientes:

"Si la forma de las oposiciones se conserva, es su contenido el que varía. El


conflicto argentino es percibido en los términos de contradicciones concretas, y
el dualismo excluyente que gobernó a la sociedad nacional no se piensa ya como
la realización de un destino garantizado desde y por el origen, sino como la
expresión política y cultural de las relaciones reguladas por la historia, la
sociedad y la economía. Contorno supera el murenismo invirtiendo sus
términos: la verdad no está allá, en el origen, sino aquí, en la historia; pasa de la
teleología a la causalidad..." (Sarlo, 1983:802).

Desde nuestra perspectiva, la operación de la revista tiene un matiz algo distinto al que

señala Sarlo: si la operación fue exitosa es porque traslada, de manera muy eficaz, la

teleología del origen sobre la construcción histórica misma, convirtiéndola en una

causalidad inapelable. En la década del setenta, esa fórmula mostraría toda su eficacia al

emerger en la línea de novelas que se inicia con Mascaró. Esa operación que estaba

basada, en parte, en el cruce de ciertas operaciones de la historiografía revisionista y de

las lecturas de Sartre, permitiría más tarde hacer una reelaboración de las lecturas del

peronismo desde la emergente nueva izquierda. Cuando Contorno construye sus

espacios de referencia histórica, señala Sarlo, intenta repetir a Echeverría y a Rosas:

"Como los románticos en 1837, Contorno se propone ser la síntesis de los


partidos, que son también, dos miradas. La cuestión está en cómo dirigirlas (y
desde dónde) para que, en lugar de una percepción estrábica cuya condena es
reproducir su doble objeto (que es lo que sucede con Mármol), las perspectivas
sean precisamente eso: líneas `imaginarias' de organización de lo real, líneas de
lectura y de escritura" (Sarlo, 1983:804).

Esa fórmula era impensable desde el espacio liberal que organizaba Sur. Ya en los años

treinta, la revista se había opuesto a la escalada nacionalista en el campo intelectual,

aunque los textos puntales de esos análisis pesimistas y melancólicos de la realidad

nacional, fueron discutidos extensamente por los miembros de la redacción. Incluso

escritores de la derecha nacionalista que se declaraban abiertos enemigos del

liberalismo, como los hermanos Irazusta, llegaron a publicar artículos en Sur7. En este

sentido, la posición de los integrantes de la revista era vacilante: si por una parte se

consideraban herederos del liberalismo decimonónico, por otra no podían dejar de

reconocer que ese proyecto empezaba a mostrar marcas de un profundo deterioro. En el

momento de la Guerra Civil Española, la revista se alineó con la República en función

de sostener los ideales del liberalismo, la misma razón que los llevaría a oponerse al

fascismo y, más tarde, al peronismo. En esa postura se condensaba la voluntad

modernizadora frente al atraso. En palabras de María Rosa Oliver: "el fascismo, para

nosotros... se encarnaba en Perón, sus epígonos los nacionalistas (con o sin uniforme) y

el clero, que hasta desde los confesionarios lo apoyaba" (King, 1986:100). Más tarde,

esa postura será definida como la ceguera política de Sur lo cual, a su vez, daría

comienzo al fin de su hegemonía en el campo cultural argentino. La postura frente al

7. John King: Sur: A Study of the Argentine Literay Journal and its Role in the Development of a Culture,
1931-1970, Cambridge: Cambridge University Press, 1986
peronismo marcaría en los siguientes quince años la divisoria de aguas en la cultura y

en la política nacionales.

Ese enfrentamiento entre liberalismo e izquierda a través de dos revistas

fundamentalmente culturales, daba una pauta de la crisis en que se encontraba el campo

cultural. Oscar Terán8 , muchos años después, señalaría los términos en los cuales se

presentaban esos enfrentamientos:

"... [encuadrados] en una visión de la política que la torna atendible cuando a


través de ella se generan situaciones existenciales que confrontan a los
individuos con los límites de conductas fuertemente moralizadas. Dentro de otro
registro que compatibilizaba esas creencias con las provenientes del nacional
populismo y de una lectura economicista del marxismo, Hernández Arregui
resolverá asismismo las crisis del espíritu en las del imperialismo, y a la misma
moral política, que es la que en rigor trata esas realidades primeras que tienen
que ver no con etéreos sentimientos sino con contundentes procesos
económicos, pugnas internacionales y enfrentamientos de clases [...Así] se
completaba la estructura ideológica del humanismo historicista que será uno de
los rasgos centrales de la cultura de la década. El marxismo constituirá en este
aspecto una especie del género humanismo, y era esta impronta la que permitía
un tráfico más fluido desde el existencialismo hacia el materialismo
histórico" (Terán, 1991:21).

De esta manera, tenemos los principales ingredientes de los debates ideológicos y

políticos que afectarían al campo intelectual desde entonces y, a través de él, a toda la

sociedad.

Esos elementos se encabalgaron sobre dos tendencias ya presentes en el campo

cultural. De un lado, un pesimismo que la revista Sur expresaba con un lenguaje

metafísico y que traducía, en parte, el desasosiego producido por el fenómeno peronista,

8. Oscar Terán: Nuestros años sesentas, Buenos Aires: Puntosur Editora, 1991. Todas las citas
corresponden a esta edición.
pero, además, la evidencia de que la Revolución Libertadora se había convertido poco a

poco en un oxímoron. Del otro lado, y ante esa misma evaluación del golpe de estado,

la izquierda iba recomponiendo sus materiales ideológicos a partir de la lectura de

Sartre, deslizándose progresivamente hacia posturas revolucionarias con grados

crecientes de violencia a medida que se adentraba en los sesenta. Señala Terán:

"Fue así como la recomposición que operó el golpe de 1955 sobre la escena
política acarreó efectos profundos en las vinculaciones de la intelectualidad de
izquierda con la élite liberal, con la cual había mantenido relaciones ineludibles
en su mutua oposición al régimen peronista. Aun en la primera y fugaz etapa
del nuevo gobierno de la llamada Revolución Libertadora (y dentro de un
proyecto que según el planteamiento de Mario Amadeo identificaba la
`liquidación' del peronismo con su asimilación para resolver el divorcio entre
el pueblo y esas clases dirigentes dentro de las cuales el mismo Amadeo se
incluía), era evidente que para los triunfadores de la hora el régimen depuesto
estaba signado por la ilegitimidad" (Terán, 1991:45).

Tanto el problema de la legitimidad de las clases gobernantes como el de la relación de

esas clases con sus gobernados no eran únicamente coyunturales. En principio, porque

el peronismo (que todos los sectores habían insistido en leer como un fenómeno

pasajero, pese a que hacia el momento del golpe formaba parte de la vida política del

país desde hacía doce años) había demostrado tener una pertinaz habilidad para

sobrevivir. Aun con Perón exiliado, aun cuando había negociado con sus ex-camaradas

de armas una salida muy poco honrosa de la presidencia, seguía siendo un emblema, un

espacio donde amplias capas de los sectores medios y bajos de la población sentían
reconocidas y apreciadas sus problemáticas9. Esas adhesiones crearon profundas

fracturas en la percepción que los grupos intelectuales tenían tanto de su papel en la

sociedad como de su interpretación de los fenómenos sociales. Pero, además, el

autoritarismo y la bárbara represión ejercida por los golpistas contribuyeron a un clima

en donde la interpretación del peronismo y las alineaciones generadas por ellas ya no

podían encuadrarse en la oposición al fascismo, como había sucedido cuando Perón

estaba en el gobierno. En este sentido, un texto como Operación masacre (1957) de

Rodolfo Walsh (1927-1977?) es ejemplificador del tipo de divisiones que empiezan a

quebrar la unanimidad en la oposición al peronismo.

Esos quiebres afectaron de manera diversa tanto a los grupos liberales (que no

lograron tomar una postura unánime frente a los hechos) como a las franjas de la

izquierda (que tampoco lograron esa ansiada homogeneidad y que, a diferencia del

sector liberal, entablaron una serie de polémicas que astillaría toda posibilidad de

diálogo en los años siguientes). Como consecuencia, la revisión del pasado y la

postulación de una lectura que contemplara los hechos de modo más objetivo, se

convirtió en un imperativo del quehacer intelectual de esos años.

La interpretación que haría la izquierda sobre el fenómeno peronista,

amalgamaba una serie de elementos que provenían tanto de la lectura que había hecho

9. El peronismo convocó, además, a otros sectores: los grupos nacionalistas vinculados a las fuerzas
armadas, cierto sector del catolicismo que veía en el peronismo una regeneración de la verdadera
identidad nacional, sectores tradicionalistas que sentían que a través del peronismo se recuperaba el
sentido de las alianzas simbólicas con el campesinado, un sector de la izquierda que veía que finalmente
había llegado la revolución... El peronismo, como bien decía el propio Perón era "un movimiento y un
sentimiento". Su capacidad para aglutinar sectores antagónicos de la sociedad fue su mayor virtud y lo
que le permitió, durante mucho tiempo, neutralizar parte de la crítica.
el liberalismo como de la necesidad de reconectar a la intelectualidad con las masas

obreras que la izquierda partiendo de Marx y de Gramsci, especialmente, veía como el

vehículo para realizar la revolución. En este sentido, Terán explica la posición más

difundida dentro de la izquierda:

"... vista desde el ideal de un futuro socialista para la Argentina, como


precipitado final de este proceso el legado no podía ser más desalentador: al
abortar el ascenso combativo de los trabajadores mediante la canalización por
vía estatal de sus demandas, Perón simultáneamente constituyó un sector obrero
caracterizado por su quietismo y su conservadurismo. ¿Cómo pudo ocurrir este
desvío del proletariado con respecto al sentido que le dictaba su propia
naturaleza de clase? La respuesta era perfectamente plegable al módulo
interpretativo que Gino Germani había desarrollado: la emergencia de un nuevo
proletariado proveniente del interior rural, con escasa participación sindical y
política, había colocado en la escena argentina a una masa en disponibilidad apta
para ser capturada por un líder carismático que al reconocerla la llevó a
desconocer su misión histórica en tanto clase intrínsecamente revolucionaria"
(Terán, 1991:45).

Prescindiendo del cariz revolucionario que le daba la izquierda a las masas peronistas,

el tipo de discurso interpretativo que hacía el liberalismo no era demasiado diferente. La

Revista de la Universidad de Buenos Aires, en aquel entonces bajo la dirección de José

Luis Romero, decía en 1956 que:

"luego de los graves acontecimientos sucedidos desde 1943 hasta entonces,


`ahora la Nación y la Universidad vuelven rápida y firmemente a la tradición
argentina' filiada en Mayo y proseguida en Caseros. Se trata pues de retomar
el sendero extraviado mediante una restauración que vuelve a colocar el
peronismo como un fenómeno exógeno, perverso y pasajero" (Terán, 1991:44).

El instrumental simbólico utilizado en ambos casos permite reconocer un tronco

interpretativo común que Terán, llamativamente, pasa por alto en su análisis de las

distintas posturas frente al peronismo. No dudamos que en aquellos años y al calor de


serios debates en los cuales se había puesto en juego mucho más que un análisis de

materiales discursivos, las urgencias de la hora polarizaron visiblemente el campo

cultural y político. Pero ahora, más de treinta años después, el relevamiento de datos

empieza a mostrarnos una trama oculta cuyos dobleces y trampas harían sentir sus

nefastos efectos en los años siguientes, especialmente en la década del setenta.

El sector liberal mantuvo una firme postura de oposición al peronismo sobre

todo porque éste representaba un alejamiento de los proyectos de Estado y Nación

establecidos en el siglo XIX. En este sentido, Sur sostuvo una perspectiva doble, a

veces ambigua y contradictoria. Por una parte, estaba la cuestión del anclaje concreto

del peronismo desde el punto de vista historiográfico: si Perón representaba la

continuación del proyecto rosista, para quienes se consideraban hijos legítimos de la

gesta sarmientina y producto de la civilización, el apoyo al peronismo era inconcebible.

Por otra parte, su oposición al fascismo europeo les hizo ver en el peronismo una réplica

local de aquel movimiento. Para los intelectuales ligados a esta revista, el nacionalismo

sólo podía convertirse en un factor aislante para la Argentina, y por ello lo rechazaron

violentamente10. No era ésta su única razón, sin embargo: la interpretación también fue

hecha en función de su propia colocación social y de su voluntad de mantenerse como

élite ilustrada en un país que rápidamente ingresaba en la era del consumo masivo y los

10. Lo cual, tampoco significa que a veces no tuvieran actitudes francamente contradictorias con esa
postura. Por ejemplo, el reconocimiento dado a Rabindranah Tagore venía, sobre todo, por una lectura
esencialista de sus textos. Otros casos aparecen, más tarde, en los textos tradicionalistas que H. A.
Murena publicara en sus páginas. Es una posición vacilante, a medio camino entre el tradicionalismo en
el cual se apoyan (no hay que olvidar el origen social de muchos de los integrantes de la revista) y la
voluntad de internacionalismo cultural.
medios de comunicación. Esa postura se convirtió en una anticuada y muy poco

operativa manera de "leer" los hechos sociales. El horror a la masificación que

representaba para ellos el peronismo tenía mucho de una interpretación elitista del rol

del intelectual en la sociedad. Este último punto se traduciría más tarde en la izquierda

como una adhesión más o menos generalizada (aunque no siempre absoluta) al

foquismo y al vanguardismo revolucionario de los años sesenta: evidentemente, en

ningún caso se estaba hablando de una democratización participativa de la sociedad.

Por su parte, la izquierda, en especial la izquierda ligada al grupo de Contorno, y

luego sus herederos, especialmente en revistas como Pasado y Presente, se veían ante la

muy compleja tarea de reelaborar las posturas de este sector frente al peronismo, en

vistas de lo que había significado el régimen de facto en el período posterior al golpe.

Dice Terán:

"Buena parte de esa relectura ocurrió mediante un peculiar entrelazamiento de


categorías nacional-populares, sartreanas y marxistas. En principio, porque el
Edipo que pudiera resolver el enigma peronista se buscó también en las razones
de los propios peronistas, esos humillados y ofendidos que la razón de los
intelectuales ignoró, con la misma clave que Simone de Beauvoir revelaría que
había sido la aplicada por Sartre: [...] la verdad de la opresión es el oprimido"
(Terán, 1991:54)

Es desde esta perspectiva que la izquierda y el liberalismo pasan a enfrentarse de

manera abierta en el campo de la historiografía. Si en efecto, como decía Sartre, la

opresión se reconoce por la presencia de los oprimidos, no quedaba más remedio que

alinearse con el grupo social que históricamente había sido dominado y que llevaría

adelante la revolución. Para ese grupo social, la intelectualidad debía representar una
vanguardia política y cultural, rol que el liberalismo no podía tomar debido a sus

posiciones antipopulistas y cosmopolitas. Así, el liberalismo se convierte en el enemigo

común de la izquierda y, notablemente, de la derecha.

Las relecturas de la historia nacional llevadas adelante a partir de los años

cincuenta se harían desde un nacionalismo y un tradicionalismo que tenía su origen en

el rechazo del "cosmopolitismo extranjerizante" y en la "ceguera" del liberalismo para

registrar la legitimidad de los anhelos y de las reivindicaciones populares que el

peronismo había puesto en escena: desde espacios muy distintos Raúl Scalabrini Ortiz

(1898- 1959) y Juan José Hernández Arregui (1913-1974) habían coincidido en los años

cuarenta en un reconocimiento que la izquierda intentaba reelaborar, más de diez años

después. Por este lado empezará a tejerse una larga serie de temas comunes que harían

eclosión en los años setenta.

A partir de los años sesenta, Sur y el paradigma liberal que de alguna manera esa

revista parecía representar, empiezan a perder su larga hegemonía en el campo cultural.

Los síntomas de ese desplazamiento se dieron en su forma más visible a través de una

renovación modernizadora que intentaba la franja izquierdista tanto en el aparato

estético como en el político. Aún cuando fue una experiencia rechazada por la izquierda

por su frivolidad y, por el liberalismo que reconocía su incapacidad para entenderlo, uno

de los exponentes más importantes de este tipo de operaciones sería la actividad

desarrollada en el instituto Di Tella. Señala Oscar Terán:

"... se ha visto hasta dónde el grupo de Sur demostró una marcada incapacidad
para analizar la experiencia peronista, y más tarde su crítica a la revolución
cubana fortalecerá el distanciamiento respecto de la franja intelectual de
izquierda. Pero también desde el punto de vista cultural es visible el desfasaje de
la publicación dirigida por Victoria Ocampo para atender a las nuevas temáticas
y perspectivas teóricas conectadas incluso con la crítica literaria [...] En junio de
1963, la propia Victoria Ocampo vuelve a utilizar este tipo de referentes para
argumentar --en años invadidos por los acontecimientos políticos-- en favor de
un distanciamiento entre política y sabiduría que rescate la serenidad del
intercambio de ideas de esta última en desmedro de la para ella inútil querella
política" (Terán, 1991:87).

El análisis no logra desprenderse de cómo esos acontecimientos deben haber sido

percibidos por el entonces muy joven Terán quien, poco tiempo después fundaría, junto

con otros, la revista Pasado y Presente, donde se llevaría a cabo la renovación

ideológica más importante de la izquierda. Sin embargo, esa perspectiva juvenil de

Terán nos entrega ciertos elementos de análisis. En primer lugar, no es que la izquierda

fuese más capaz de analizar el peronismo. Desde su propio paradigma ideológico, el

hecho de no haber podido integrarse a un movimiento de masas con semejante

magnitud de convocatoria y movilización se percibía como un error que debía ser

rectificado: esa postura y las polémicas desarrolladas a su alrededor son centrales en los

debates de la izquierda a partir de entonces y sus efectos son visibles hoy en día, a

cuarenta años de los hechos. Los intelectuales de izquierda se sentían en una situación

contradictoria que sólo podía superarse si se analizaba el fenómeno peronista desde una

perspectiva distinta a la del liberalismo, del cual, a todas luces, querían separarse. En

esto es probable que deba haber jugado un factor fundamental el triunfo de la

Revolución Cubana, así como la resistencia que ofrecía Vietnam a la invasión

norteamericana. Por otra parte, como bien señala Terán, tanto Ezequiel Martínez Estrada
(1895- 1964) como H. A. Murena (1923- 1975) apoyaron a los cubanos, sobre todo en

la primera etapa, cosa que no hicieron los peronistas sino hasta fines de la década del 60

y entonces sólo a través de la franja que integraban los sectores de la izquierda más

radicalizada. Además, lo que la izquierda interpretó como un "desfasaje" en la

construcción del paradigma estético de la revista sería, más tarde, duramente criticado a

fines de los sesenta por escritores como Juan José Saer (1937- 2005), para quien la

figura de Jorge Luis Borges debía ser necesariamente rescatada, al menos desde esa

perspectiva, aun cuando Sur no fuera "más que un soplo del pasado puesto que los

grandes debates culturales y políticos ya no pasaban por sus páginas"11. Tampoco es

completamente justificada la apreciación de Terán que señala una falta de perspectiva

teórica de la literatura en Sur ya que críticos como Enrique Pezzoni (uno de los

profesores más importantes, complejos y desafiantes que tendría la Facultad de

Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires al caer la dictadura de

1976) formó parte del círculo más joven de la revista. Ciertamente sus intentos de

renovación teórica fueron limitados, pero no inexistentes.

En este marco de polémicas y desplazamientos, el horizonte político y cultural

sobreimprimía dos polarizaciones: la generacional y la modernizadora. Los años sesenta

se inician con una expectativa renovada, de puro optimismo, que contrasta

notablemente con los veinte años anteriores. Las nuevas camadas no conformaron un

11. Juan José Saer: El río sin orillas, Buenos Aires: Alianza Singular, 1991; p.154. Las citas corresponden
a esta edición.
grupo homogéneo, ni en sus puntos de partida ideológicos y políticos, ni en sus

objetivos. Sin embargo, la herencia de Contorno empezaba a hacerse sentir. Al respecto

señala Silvia Sigal12 :

"En 1960 el marxismo comienza a convertirse en la lingua franca de anchas


franjas de la intelectualidad progresista que, poco a poco, comunican con
quienes, como Ramos o Puiggrós, venían proclamando la posibilidad de unificar
revolucionariamente marxismo y nacionalismo. Al mismo tiempo, el país entra
en esa aceleración del tiempo histórico de los sixties, ampliando el foco de
mirada tanto cultural como política [...] En poco tiempo lo que habían sido
preocupaciones de un estrato limitado de intelectuales pasaron a ser
certidumbres en un espacio cultural ampliado, y sus conflictos suministraron
lemas a la juventud movilizada y a fracciones importantes de las clases
educadas. Todo esto no es, sin duda, exclusivamente argentino, pero la
articulación de la expansión de los '60 con el deseo de los intelectuales de
encontrar su lugar junto a un pueblo peronista tuvo, en cambio, un sentido y
consecuencias específicas" (Sigal, 1991:192).

La doble modernización cultural y política se inicia en esta década a través de

elementos tan diversos como los cambios en el proceso de profesionalización de los

intelectuales, como la aparición de nuevas instituciones y fundaciones, como las

transformaciones de los paradigmas estéticos, y finalmente como la incorporación a

nivel masivo del vocabulario psicoanalítico, primero, y de la sociología más tarde, que

serían indicadores del ansia de devorar y asimilar nuevas corrientes de pensamiento (y

que volvería inmensamente exitoso el estructuralismo en la Argentina). Estos elementos

dejaron una profunda huella en las relaciones entre campo cultural y campo de poder: el

primero ya no podría definirse sino en los términos provistos por el segundo.

12. Silvia Sigal: Intelectuales y poder en la década del sesenta, Buenos Aires: Puntosur Editora, 1991.
Todas las citas corresponden a esta edición.
2.b. Murallas de agua

La década del sesenta está marcada por una profunda politización de la vida

cotidiana. Aunque prácticas políticas y culturales eran entendidas como dos cosas

distintas y separadas, hay una convergencia de elementos que tiñe la praxis en uno y

otro campo. Ejemplos claros de este tipo de operaciones aparecen en textos clave de

esos años como Rayuela (1963) y Libro de Manuel (1973) de Julio Cortázar

(1914-1984) que marcan los extremos del arco trazado por esas politizaciones. El

intelectual como individuo, como sujeto social, se convertía en esos textos, en la bisagra

que unía las vanguardias sociales y políticas en un mismo gesto fundacional, marcando

que la

"pertenencia a una comunidad ideológica --campo popular o campo de


revolución--, otorgaban a la obra la autonomía indispensable para inquirir,
luego, sobre su calidad o, eventualmente, sobre su valor subversivo propiamente
cultural" (Sigal, 1991:197).

De ningún modo pretendemos señalar que hubo respuestas unánimes o fórmulas

homogéneas, sino que en la diversidad de propuestas hay ciertas inflexiones comunes

que subrayan las búsquedas políticas de los intelectuales.

Al mismo tiempo que se producían estos cambios, los elementos nacionalistas

que habían encontrado nuevo vigor a través del peronismo atravesaban una renovación

o, más bien, una transformación en sus modos de interpretar lo social. Silvia Sigal

analiza cómo la Revolución Cubana se convirtió en el punto de convergencia del

nacionalismo, la izquierda y el peronismo, cuando cada uno de estos sectores reconocía


en la Cuba de Castro la alianza de los movimientos nacionales de base obrera (cosa

bastante llamativa si se recuerdan las apuestas por el lumpen- proletariado del castrismo

en esos mismos años) con las vanguardias revolucionarias. Según esa formulación,

Fidel y Perón se convertían en dos figuras análogas. A fines de la década del sesenta,

esas formulaciones coincidirían con corrientes nacionalistas y populistas de tono mucho

más radicalizado, que serían la base ideológica de los grupos armados surgidos en ese

período. David Rock13 dice que "La primera mitad de la década del 60 ilustró la

facilidad con que los grupos de extrema derecha se inclinaron hacia la extrema

izquierda" (p.213). Este pasaje del nacionalismo de ultraderecha a la ultraizaquierda

que, a la vez, mantenía un enfrentamiento violento entre sí y con otros sectores del

campo político, creó una situación de profundas tensiones que ya a principios de los

años setenta, se traducían en enfrentamientos armados, atentados, secuestros y

asesinatos en una escalada de violencia que vio su pico a partir del regreso de Perón a la

Argentina en 1973. Hacia fines de la década, el surgimiento de diversos grupos armados

dentro del peronismo, señalaría el punto de máxima tensión y eficacia de esas

transformaciones, pero también el clima de irracionalidad de aquellos años.

Esta situación provocó que diversos sectores políticos, sociales y culturales

(incluyendo amplios sectores dentro del Partido Justicialista en el poder) caracterizaran

la situación nacional como "caótica e ingobernable", concluyendo en la necesidad de

13. David Rock: La Argentina autoritaria. Los nacionalistas, su historia y su influencia en la vida pública,
Buenos Aires: Ariel, 1993. Todas las citas corresponden a esta edición.
establecer un cierto criterio de "orden social" que permitiera una solución a la violencia

y al caos. La violencia social y política por una parte y, por otra, la percepción de una

falta (real o aparente)14 de legitimidad institucional en amplios sectores de la vida social

se convirtieron en dos factores centrales en el desencadenamiento del golpe de estado.

Este se produjo el 24 de marzo de 1976. Los casi dos años entre la muerte de Perón y el

golpe de estado inauguran una etapa de cambios que se desarrollarán durante los

siguientes diez años, y cuyas consecuencias todavía no han dejado de sentirse.

Señalan Palermo y García Delgado15 que como respuesta al caos social, diversos

sectores vinculados a la oligarquía y al capital financiero, intentaron reponer un orden

cuyas raíces ideológicas estaban en la tradición decimonónica de la formación del

Estado nacional argentino:

"Este intento de imponer una racionalidad formal a la esfera pública, el


mecanismo autorregulador del mercado como único árbitro del conflicto social,
[...] presupone la recuperación de la concepción antropológica del
individualismo posesivo inscripta en la tradición política de Hobbes y del
utilitarismo de Bentham y J. Mill. Esta modernización dependiente asumía como
filosofía pública el darwinismo social que justificaba la eliminación de todo lo
no competitivo e ineficiente. El establecimiento de una lógica que no reparaba
en los costos sociales y que debía ser concebida -siguiendo la metáfora

14. Durante el último año del gobierno de Isabel Martínez de Perón se habló frecuentemente en los
medios y en las cámaras legislativas sobre este problema, al punto que se llegó a pedir un juicio político
que nunca llegó a realizarse.

15. Daniel R. García Delgado y Vicente Palermo: "Cultura política y partidos en la sociedad argentina:
1976-1986", en Daniel R. García Delgado (Comp.): Los cambios en la sociedad política (1976-1986),
Buenos Aires: CEAL, 1987. Todas las citas corresponden a esta edición.
organicista del momento- como la dolorosa y purificadora operación de una
sociedad 'enferma'" (García Delgado y Palermo, 1987:46)16 .

La “cura” tomó la forma de un progresivo endurecimiento de la represión que

apuntó a la liquidación de la izquierda peronista en particular y a una política coercitiva

sobre los sectores populares en general así como a la desarticulación del poder de los

sindicatos, el desprestigio y la limitación de las instituciones parlamentarias, la

suspensión de los derechos civiles, etc. 17 La dictadura sustentó una compleja política

económica de tipo monetarista18 que permitió la unificación de los sectores dominantes

alrededor del gobierno militar, al menos en una primera instancia. Señala Juan

Villarreal19:

"El intento de homogeneización de la sociedad por arriba se desplegó poniendo


en juego una amplia gama de recursos y en circunstancias coyunturales que
habían creado condiciones favorables para la unificación de los intereses
sectoriales" (Villarreal et al, 1985:238).

Sin embargo, el intento sólo se sostuvo hasta fines de los setenta, apoyado en la

"la estratificación obrera, la desindustrialización, el crecimiento de sectores como los

16. Para un estudio sobre la metáfora de la sociedad como cuerpo enfermo que aparece en la dictadura se
debe consultar:
Hernán Vidal (ed.): Fascismo y experiencia literaria: reflexiones para una recanonización,
Minneapolis: University of Minnesota Press, 1985; y
Frank Graziano: Divine Violence. Spectacle, Psychosexuality and Radical Christianity in the
Argentine "Dirty War", Boulder: Westview Press, 1992.

17. Marcelo Cavarozzi: Autoritarismo y democracia (1955-1983), Buenos Aires: CEAL, 1987. Todas las
citas corresponden a esta edición.

18. Esta política permitió la incorporación de Argentina al sistema de reajustes de la economía mundial de
los años setenta y ochenta.

19. Juan Villareal: "Los hilos sociales del poder", en Eduardo Jozami, Pedro Paz y Juan Villarreal: Crisis
de la dictadura Argentina Argentina. Política económica y cambio social (1976-1983), Buenos Aires:
Siglo XXI Editores, 1985)
empleados terciarios, los independientes y los marginales..." (Villarreal, 1985:263) lo

cual provocó un cambio en la organización de la sociedad: de un país agrícola-

ganadero, Argentina pasó a ser un país de prestación de servicios. Como consecuencia,

y muy tempranamente, la dictadura misma perdió su pretendida cohesividad interna: esa

ruptura se manifestó primero por los intentos de distanciamiento de la política

económica llevada a cabo por Martínez de Hoz a partir de 1976, y más tarde por la

creciente inestabilidad política que permitió la apertura de un diálogo tripartito entre el

gobierno, la Iglesia y ciertos sectores sobrevivientes de los sindicatos. Las oscilaciones

del discurso del Proceso estaban íntimamente sujetas a sus rupturas internas, y en

consecuencia, la capacidad de respuesta de distintos sectores sociales y culturales fue

diferente a lo largo del tiempo y se vio afectada en gran medida por el grado de

fragmentación interno del régimen. Desde la perspectiva cultural, la crítica ha

coincidido en señalar en toda la producción del período, un esfuerzo por penetrar los

espacios porosos del discurso oficialista en el contexto del colapso de la esfera

pública20 : tanto la resistencia y la alienación como las nuevas propuestas programáticas

ofrecen una idea del rango de posibles respuestas demarcadas, a su vez, por los

20 Ese colapso se traduce en la desaparición de la sociedad civil de la actividad pública, que es


característica de todo régimen autoritario. Debería añadirse el funcionamiento del terror como forma
coercitiva de legitimación del poder autoritario. Así, el terrorismo de estado permite que la clausura de la
esfera pública sea absoluta, dando al poder autoritario (y por ende, a los discursos que emite) una
apariencia sólida y compacta que no admite respuesta ni crítica ni siquiera dentro de su propio seno.
Como señala Garzón Valdes: "Esta argumentación se basa en dos premisas: a) la afirmación de la
existencia de verdades absolutas en la moral, y b) la creencia en la necesidad moral de hacer valer los
propios ideales, basados en estas verdades, aún cuando ello lesione los intereses de los demás. De aquí se
infiere la licitud moral de la intolerancia frente a quienes pongan en duda a) o se opongan a la puesta en
práctica de b)" (Garzón Valdes, 1989:50).
resquicios y vacíos referenciales y discursivos que dejó la dictadura militar. Dicen

Palermo y García Delgado:

"Si consideramos cultura al movimiento general de un pueblo que genera un


universo propio con valores que lo animan y disvalores que lo debilitan reunidos
en una misma conciencia colectiva, esta reelaboración va a generar un proceso
de características ambiguas. En una primera dimensión, la de los valores
expresados en las actitudes y orientaciones hacia el sistema político, y ya en un
período de constitución incipiente de propuestas alternativas al autoritarismo
esto se expresaría [a través de la revaloración de la democracia, la valoración de
la participación y el rechazo del militarismo como fuerza reguladora del orden
social]" (Palermo et al., 1987:48).

Este fue un proceso doble, ya que el debilitamiento del sistema dictatorial, abrió el

abanico de opciones en las respuestas al fracaso o a las crisis que se produjeron en su

seno. Tanto el golpe de estado de 1976, como los continuos cambios de presidentes y de

gabinetes, así como las elecciones de 1983, representan momentos de desequilibrio,

crisis y cambios políticos a los cuales el discurso intelectual no dio siempre respuesta

directa, pero que aparece como parte de la reflexión de los programas políticos que se

debaten en las novelas.

El proceso de transición hacia la democracia se inicia formalmente con la

manifestación popular contra el gobierno el 30 de marzo de 1982. Tras la derrota en la

Guerra de Malvinas (1982), se produjo una recomposición de las fuerzas políticas, en

tanto que aparecieron sectores que intentaron crear espacios para el continuismo (por

ejemplo, Massera desde los grupos militares, o el Frente Federalista Popular --

FUFEPU-- desde sectores civiles). Además, se produjo un re- alineamiento de los

partidos políticos y los sindicatos que recuperaron la legalidad hacia finales de 1982.
Lentamente volvieron a ponerse en ejercicio las instituciones democráticas y se

recuperaron ciertas garantías constitucionales. Como consecuencia de la presión social

se realizaron elecciones generales en 1983, marcando el final del Proceso de

Reorganización Nacional y el regreso a la vida democrática. Aún cuando el nuevo

gobierno radical (encabezado por Raúl Alfonsín) contó en este período con amplio

apoyo de distintos sectores sociales, se considera esta etapa como de "transición a la

democracia": la estabilidad del gobierno era relativa, y éste debió enfrentarse con

sectores de poder vinculados a la dictadura que todavía manejaban grupos de influencia

y tenían capacidad de presión institucional. El gobierno de Raúl Alfonsín terminaría en

1989 con el traspaso del mando presidencial a otro presidente elegido

democráticamente.

Si bien éste es un resumen muy reducido e incompleto de lo sucedido en el

período 1974-1989, sirve para señalar una serie de puntos importantes. En primer lugar,

que la dictadura militar iniciada en 1976 representa, en cierta medida, la continuidad de

proyectos económicos y sociales de grupos instalados en el poder con anterioridad al

golpe. En segundo lugar, que las prácticas represivas de la dictadura no fueron

exclusivas de la misma, sino que se inician en el período anterior. Su virulencia alcanzó

su punto máximo entre 1976 y 1978, y luego se fue atenuando. Por último, puede verse

que quienes ejercieron el poder durante este período no formaban un grupo compacto ni

homogéneo y por eso mismo, su capacidad de maniobrar política e ideológicamente fue

resquebrajándose con los años. Estos datos son de capital importancia para comprender
tanto los cambios discursivo-ideológicos del gobierno, como la falta o no de porosidad

de su discurso a lo largo del tiempo, y finalmente para rastrear el tipo de preguntas qué

en esa situación se plantean en el campo cultural. Más aún: surge toda una serie de

interrogantes sobre los usos que se hicieron de los materiales simbólicos e ideológicos

ya existentes dentro del campo cultural, sobre qué elementos ideológicos pervivieron y

cómo, y sobre qué modelos intelectuales y políticos emergen en el campo intelectual de

esos años.

Si en efecto, como dice Juan Linz 21, la dictadura en Argentina invade el espacio

político anulando el funcionamiento de la esfera pública, cabe preguntarse qué

sobrevivió: la imagen de un Balbastro imaginario en la televisión de fines de los

ochenta es inconcebible sin esos sustratos. Aunque autoritario22 , el Proceso tendió a

reproducir en su seno elementos utópico-fundacionales que también aparecen en otros

discursos: la dictadura militar no se apoyó en una doctrina ideológica única23 o en un

21. Juan Linz: "Totalitarian and Authoritarian Regimes", en Fred I. Greenstein y Nelson W. Polsby (eds.):
Handbook of Political Science. Macropolitical Theory, Massachusetts: Addison Wesley, Reading, 1975;
vol.3:175-411. Seguimos aquí tanto este trabajo como Hannah Arendt: Totalitarianism, San Diego:
Harvest Book, 1979

22. El funcionamiento del terrorismo de estado como método de control social implicó que no se le
reconocía a los ciudadanos ni derecho moral, ni derecho judicial ni individual, puesto que toda actividad
debe someterse a los objetivos políticos de la dictadura (por eso puede hablarse de un colapso del espacio
público), que a su vez, intentaba re- fundar el estado nacional a partir de una política de tabula rasa.
Decía el General Videla en mayo de 1976 que: "Por eso es nuestra intención, en nuestra acción de
Gobierno, afirmar los valores tradicionales que hacen a la esencia del ser nacional y ofrecer estos valores
como contrapartida a toda ideología extraña que pretenda suplantar estos valores, y más aún
inculcarlos" (Cavarozzi, 1987:131). Como vemos en este ejemplo, los elementos nacionalistas del
discurso de la dictadura conforman su raíz doctrinaria. Ese mismo nacionalismo aparecería de manera
más elaborada y con signo contrario en las novelas de los años setenta.

23. Caracterizar de fascista a la dictadura no es totalmente correcto: si bien sus prácticas pudieron serlo,
su ideología no se corresponde exactamente con esa tendencia, especialmente en la parte económica. La
dictadura, como ya hemos señalado, representa un conglomerado de intereses sociales y económicos muy
diferentes, que fueron, finalmente, la causa de su fragmentación.
solo grupo. Habría que hablar más bien, de la puesta en práctica de doctrinas

económicas vinculadas al capital financiero nacional e internacional sumado al apoyo

de los sectores más conservadores de la oligarquía tradicional. Los intereses políticos

divergentes y las contradicciones internas de cada sector empiezan a hacerse notables a

partir de los años ochenta. Precisamente, la falta de un sistema fijo a imponer sobre la

sociedad es lo que permite caracterizar a la dictadura como autoritaria, y no como

totalitaria, a pesar de los muchos rasgos que la acercaron a este último tipo de régimen.

Señalan O'Donnell y Schmitter24:

"They are regimes that practice dictatorship and repression in the present while
promising democracy and freedom in the future. Thus they can justify
themselves in political terms only as transitional powers, while attempting to
shift attention to their inmediate substantive accomplishments - typically, the
achievment of `social peace' or economic development" (O'Donnell y Schmitter,
1986:15).

De ahí la esquizofrenia de su propio discurso que se traduce en una porosidad cuyos

blancos pueden ser llenados por otras voces. En estas circunstancias, la apertura política

de la dictadura involucra la movilización de grandes grupos que retoman el espacio

público desde lo discursivo primero, y en acciones populares (marchas, protestas,

huelgas, reorganización de partidos y sindicatos, etc.) luego. Aún cuando a nivel masivo

el resultado de la represión sea una amplia despolitización, el momento de la apertura es

siempre de una intensa actividad política (que más tarde puede disminuir), en el cual se

retoma y reconstruye el espacio público:

24. Guillermo O'Donnel y Philippe C, Schmitter: Transitions from Authoritarian Rule. Tentative
Conclusions about Uncertain Democracies, Baltimore: The Johns Hopkins University Press, 1986
"Usually, artists and intellectuals are the first to manifest public opposition to
authoritarian rule, often before the transition has been launched [...] With the
relaxation of censorship that accompanies the opening, these critiques become
explicit and, with enthusiastic public acceptance, their articulation becomes
immensely popular -and profitable, to the point that opposition to authoritarian
rule can became a highly commercialized 'growth industry' and therefore more
difficult to suppress" (O'Donnell y Schmitter, 1986:49).

Una vez abierta una brecha en el sistema discursivo de poder, este es considerado un

espacio ganado por la sociedad civil. Señala James C. Scott 25:

"the hidden transcript is continually pressing against the limit of what is


permitted on stage, much as a body of water might press against a dam. The
amount of pressure naturally varies with the degree of shared anger and
indignation experienced by subordinates. Behind the pressure is the desire to
give unbridled expression to the sentiments voiced in the hidden transcript
directly to the dominant" (Scott, 1990:196).

Esta presión se expresa en la cultura a través de un sistema de claves en donde el

lenguaje se resemantiza de una forma reconocible por la sociedad como una réplica al

discurso de poder. En muchos casos, las respuestas que se crean aparecen ocultas por el

velo de "lo aceptable" en los términos impuestos por el poder autoritario que

generalmente hace uso de formas discursivas y de representación que son tomadas por

los grupos dominados y resemantizadas desde su propia pespectiva: esta es la causa por

la cual la capacidad de respuesta del discurso de poder es poco efectiva o lenta, y

permite la interferencia de otras voces. Cuanto mayor sea la porosidad del discurso

autoritario, más transparentes serán las claves, y en consecuencia, serán más legibles

para mayores sectores de la sociedad. La codificación del lenguaje permite tanto "decir"

25. James C. Scott: Domination and the Arts of Resistance. Hidden transcripts, New Haven: Yale
University Press, 1990
aquello que no puede ser dicho, como proteger la capacidad de expresión de los grupos

dominados. Esta ha sido la postura más generalizada de la crítica literaria que considera

que no es posible leer la literatura de la Argentina de los años del Proceso sin tenerlo en

cuenta. Tras un período de fuerte represión donde pareció casi imposible enfrentar

política y discursivamente a la dictadura, se sucedieron momentos de disolución del

orden autoritario que se tradujeron en las múltiples transiciones políticas que la

resquebrajaron y por donde pudo colarse un discurso-otro cuyas claves apuntaban a

distintas formas de resistencia. Dice Scott:

"the realities of power for subordinate groups mean that much of their political
action requires interpretation precisely because it is intended to be cryptic and
opaque. Before the recent development of institutionalized democratic norms,
the ambiguous realm of political conflict was -short of rebellion- the site of
public political discourse" (Scott, 1990:137).

En sociedades como la Argentina de la dictadura, donde el espacio público ha

colapsado, la expresión política se desarrolla en espacios alternativos. La aparición de

nuevos movimientos sociales26 que recanalizan los reclamos sociales a través de

espacios no-tradicionales son una clara muestra de este reacomodo. La literatura, como

tantos otros medios de expresión, también se convierte en un espacio altamente

politizado, aún cuando estas no sean las intenciones de los autores y a pesar de los

textos mismos.

La función política de los textos se vuelve dominante en el contexto de una

sociedad reprimida pues vienen a llenar el vacío que dejan las instituciones

26. Elizabeth Jelin (comp.): Los nuevos movimientos sociales: mujeres rock nacional, derechos humanos,
obreros, barrios, Buenos Aires: CEAL, 1989
tradicionales. En este sentido, la literatura "lee" los espacios porosos que deja el

discurso autoritario, se apropia de sus vacíos y puede resemantizarlos, pero también

instala su discurso como un espacio alternativo, sino de las instituciones en forma

directa, de los proyectos institucionales. De esta manera, la operación de la literatura es

doble: a la vez que se opone al discurso de poder en un nivel, en otro construye un

proyecto propio. De la construcción de ese proyecto y de los vaivenes discursivos

conque ese programa se vuelve explícito, nos ocuparemos en este trabajo.

El enfrentamiento de programas de nación y estado es una constante lucha por la

apropiación de espacios de interpretación y lectura de la realidad, de la Historia y de los

mitos generados por la sociedad. La politización del discurso literario en este contexto

es siempre una lucha estratégica por el desplazamiento de los límites de lo permitido.

Por esta razón, los momentos en los cuales se hacen evidentes tales tácticas son las

transiciones: en la turbulencia las normas se vuelven frágiles y distintos sectores

intentan reacomodarse y reorganizarse. Es entonces, cuando las voces silenciadas por el

discurso autoritario pueden hacerse oír, al menos a través de un sistema de claves, cuya

opacidad es directamente proporcional al grado de represión del poder. Las claves y

códigos se construyen en torno a temas puntuales reconocibles por grupos cerrados

primero, y por amplias capas sociales a medida que la normativa se resquebraja, dando

lugar a formas de resistencia cada vez más evidentes. En el caso de la literatura, las

respuestas que se dan a los discursos de poder, esa claridad se puede observar en la

aparición de narraciones que reflexionan directamente sobre la experiencia vivida bajo


el régimen militar, y en las cuales los códigos desaparecen y son reemplazados por un

discurso más directo. Aún así, hay una permanencia del aparato simbólico que nos

resulta particularmente interesante.

Una vez caída la dictadura, hay un período en el cual la lucha por el espacio

público es un enfrentamiento a nivel simbólico (además de político) por una nueva

legitimidad. En la etapa de transición a la democracia, el enfrentamiento entre fuerzas

entrantes y salientes del poder pone en evidencia el intento de recomposición del campo

cultural desde lo político. Lo que legitima está asociado a las experiencias individuales

de la resistencia al nivel de los actores sociales, y a la capacidad de re-crear los códigos

en el ámbito de los textos:

"If narratives are accounts of agents whose character or destiny unfolds through
actions and events in time, then the existence of narratives presupposes a social
order of meaning in which significant action by moral agents is possible.
Narrative requires a political economy and collective psychology in which a
sense of lived connection between personal character and public conduct
prevails"27.

Esto sucede en parte, como señalaría Arendt, porque al haber colapsado la esfera

pública, lo privado se convierte en público, lo cual es característico de todo gobierno

autoritario: al momento de la recomposición de la sociedad civil, ambas esferas

superponen sus funciones (las propias y las adquiridas) creando un espacio de ambigua

coexistencia. Se puede decir, entonces que para estudiar la literatura del período

1975-1985, es preciso reconocer que el sistema de transformaciones políticas de la

27. Richard Harvey Brown: Society as Text: Essays on Rhetoric, Reason and Reality, Chicago: The
Chicago University Press, 1987
democracia a la dictadura (y a través de ella) y nuevamente a la democracia afecta el

sistema de producción en el campo cultural tanto a escala discursiva como productiva:

la relación entre el discurso de poder y el discurso de la resistencia es un sistema

dialéctico.

2.c. Pensar la Patria

El debate en torno a la crisis de los paradigmas ideológicos ha sido una

constante en el campo intelectual por lo menos durante los últimos treinta años. En las

muchas agendas de discusión abiertas en estos años aparecen constantemente problemas

tales como la colocación y recolocación de los intelectuales en el campo cultural, las

definiciones ideológicas de diversos sectores, la transformación de la esfera pública,

posibles definiciones en torno a cómo comprender la posmodernidad, la revolución

técnica e informativa, etc. En el caso particular de Argentina, estas problemáticas han

señalado hitos en la relación entre campo cultural y campo de poder. Es por eso que el

programa del Monitor Argentino abre este libro: en la biografía intelectual de Balbastro

se condensan no sólo los núcleos principales de reflexión del campo cultural sino la

hipótesis de la continuidad y contigüidad de proyectos que muchas veces parecen

disímiles y, a pesar de todo, están íntimamente conectados a través de materiales y

búsquedas comunes.

Esas relaciones mediadas, conflictivas, discontinuas, fueron jalonando la

percepción de la vida pública y de la posición de los intelectuales en la sociedad


argentina. Durante los años setenta, especialmente, la violencia política y social del país

puso en tela de juicio todo el sistema de referencias y tradiciones de una intelectualidad

que, mayoritariamente, se consideraba a sí misma heredera directa de la generación del

Salón Literario de 1837 (lo cual no siempre fue contradictorio con la adhesión al

federalismo de Rosas, como veremos en algunos textos). Las apuestas políticas e

ideológicas hechas en los distintos momentos del período 1974-1989 dibujan un sistema

de recomposiciones cuyos resultados marcarían más tarde las agendas de debate de las

que hablábamos antes. Son las contradicciones, entredichos y supuestos de las capas

intelectuales vinculadas a la literatura lo que es de particular interés para nuestro

trabajo. En este sentido, aquí consideraré los núcleos alrededor de los cuales se mantuvo

abierto el debate intelectual, además de ofrecer una hipótesis de por qué y en qué

contextos surgieron ciertos "núcleos narrativos" y no otros. Al ser un estudio

comprensivo del período, se podrá ver la evolución del campo cultural en su narrativa,

sin lo cual, no podrían entenderse ni las transformaciones ideológicas de ciertos grupos

intelectuales, ni el surgimiento de nuevas tendencias a mediados de los años ochenta.

A efectos de ver ese desarrollo se ha dividido el trabajo en dos partes. La

primera parte (Evoluciones paralelas) rastrea qué proyectos políticos aparecen en los

textos hasta el Golpe de Estado de 1976 y en qué forma se presentan. Aquí indago cómo

los intelectuales se vieron a sí mismos basados en la tradición literaria argentina, a

caballo entre los modelos novecentistas y los proyectos de Estado y de cambio social,

en sus diversas vertientes. Una vez establecidos los modelos, sondeo cómo se
despliegan dentro de una misma línea de razonamiento las contradicciones, puntos

polémicos y problemáticas que esos mismos argumentos presentan las novelas a medida

en que la reflexión ideológica sobre los años setenta se modificó en los ochenta. A fin

de acotar el rango de problemáticas, me he centrado en aquellas que son recurrentes en

un muestro amplio de textos, pero tomando como ejemplo sólo aquellos que marcan

momentos de máxima tensión en el trazado del arco de posiciones políticas que

aparecen en este período. Esos tema son la composición de la figura de intelectual, los

proyectos de Nación y Estado y la construcción de las relaciones familiares en las

novelas.

La segunda parte del trabajo (Un agujero negro de palabras) enfoca la reflexión

que la novela hace sobre la Historia, partiendo de la hipótesis de que, durante la

dictadura del ’76, la intelectualidad argentina se encuentra ante una situación inédita: es

desplazada de los proyectos de Estado y Nación y tiene que reestructurar su función en

una situación de represión y exilio. Desde esta perspectiva, se estudiarán novelas que

leyeron los momentos constitutivos de la Nación y el Estado (la Revolución de Mayo,

Rosas y la Generación del '37, los proyectos de la Generación del '80) dentro de las

tradiciones de la historiografía liberal y del revisionismo, a fin de ver cómo los

intelectuales se reconocen (o no) herederos de estos proyectos, y cómo esas lecturas se

transformaron durante el Proceso, que también asumió como propios ciertos aspectos

del discurso liberal, pese a su profunda raigambre nacionalista. Considerando la gran

cantidad de textos que trabajan con la Historia y la política inmediata de la vida


argentina, esta suposición teórica será revisada y se intentará ver cómo fue

construyéndose a lo largo del tiempo, especialmente por su enorme importancia

operativa, después de la caída del regimen militar, en la recomposición del campo

cultural, en la reorganización del canon y en la reapertura de las polémicas literarias en

torno a la función de la literatura y de los intelectuales de fines de los años ochenta.

Para hacer esta lectura estudiaremos qué tipo de construcciones narrativas (míticas,

épicas) se hacen alrededor de esos momentos clave de la historia nacional.

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