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MENCIONES DE FE: MARÍA EN LOS EVANGELIOS

1. Marcos, considerado el primer Evangelio en ser escrito, se enfoca en narrar el ministerio


de predicación de Jesús y sus dificultades en la Palestina del entonces. Por eso, solo
menciona en dos situaciones particulares a la madre de Jesús: 1) La gente sabe que Jesús
es hijo de un padre artesano y de María y, por esto, por sus orígenes, rechazan su
predicación y su obrar. Él es uno como cualquiera, nazareno sin privilegios, un humano
(Marcos 6,1-6). 2) A propósito de una visita que la madre hace a su hijo Jesús — pues
decían que estaba fuera de sí —, el Evangelio presenta una enseñanza: «¿Quiénes son mi
madre y mis hermanos? El que cumple la voluntad de Dios» (Marcos 3,33.35). Y María,
según el Evangelio de Lucas, es la que ha dicho al ángel de Dios: «Hágase en mí según
tu Palabra» (Lucas 1,38). En definitiva, mirada desde estos dos escritos, María no es
solo la madre de quien predica el Reino de Dios, sino la que cumple el querer de Dios.
2. Mateo se interesa más por el origen judío de Jesús y, entonces, ofrece un retrato de
María más detallado, humano, como parte de una familia. La nombra preferencialmente
con el título de «madre», la esposa de José, que dará a luz a la criatura que viene del
Espíritu Santo (1,18-25); la que está con el niño mientras los Magos vienen a adorarlo
(2,1-12); la que huye con José para salvar la vida del hijo de la mano asesina de Herodes
(2,13-23); la madre del nazareno que predica en Nazaret y a quien no le creen.
3. Lucas dedica más tiempo y palabras a describir el papel de la madre en la historia de
Jesús, dándole centralidad (la hace protagonista de los relatos de la infancia en 1,5—
2,52). Además, el interés del Evangelio se enfoca en la llamada y formación de los
discípulos y, María, es descrita desde esta realidad: «Mi madre y mis hermanos son
quienes escuchan la Palabra de Dios y la cumplen» (8,21), afirma el evangelio, para
indicar quién es discípulo. De hecho, a diferencia de los demás, Lucas nos permite
escuchar la voz de María que dice «sí» a Dios, cambiando el temor por una confianza
absoluta (1,26-38) y ora, sintiéndose pequeña, sierva (1,46-56). El inicio de su
discipulado parte de esta respuesta que la lleva a viajar por la geografía de su Palestina,
para aprender, como todo discípulo, que para Dios no hay nada imposible: ve a su
pariente, anciana, antes estéril, ahora llena de vida en su vientre (1,39-45). Luego, viaja
encinta a Belén para dar a luz en medio de las imposibilidades (2,1-7). María hace
camino, como más tarde lo harán los discípulos de Jesús. Ella, como ellos, aprenderá a
hacer silencio para escuchar, para meditar conservando en el corazón (2,19.51).
Admirará lo que se dice de su hijo por quien también sufrirá (2,33-35) y se angustiará,
como madre (2,48-50). Toda su vida, en este Evangelio, es una apertura, un sí a quien la
ha encontrado llena de Gracia.
4. Juan es el evangelio de los testimonios. La intención de este evangelio es llevar a la fe y,
para esto, es imprescindible recibir el testimonio de Jesús y de quienes han creído en Él.
Es así, desde esta perspectiva, que el evangelista nos presenta a la madre, sin llamarla
«María», acompañando a su hijo y a sus discípulos en dos momentos esenciales que la
hacen testigo para ayudar a gestar la fe de otros: 1) en las Bodas de Caná, la madre
invita a confiar en lo que Jesús dice. Cuando sucede esto, los discípulos creen Él (2,1-
12). Se trata del primer signo cumplido por Jesús ante ellos. La madre, entonces,
provoca el gesto necesario para el nacimiento de la fe del discípulo, es decir, el
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escuchar, el confiar. 2) En la cruz, en el momento central del relato, el evangelista junta
a la Madre y al discípulo: son los testigos privilegiados de la gloria de Jesucristo, quien
no se guarda la vida sino que la entrega. Allí, a la mujer a punto de quedarse sin hijo, Él
le da uno para que siga siendo madre, más allá de los lazos de la sangre: una familia
cuyo vínculo es el creer en Aquel que ha amado hasta el extremo. Y de este amor, hasta
el extremo, ha sido testigo la madre, al ver al Hijo en la cruz entregándole al discípulo
como nuevo hijo, al lado de ella (19,25-27).

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