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Sciascia sostiene que es imposible que Heisenberg y Majorana no hablaran de

energía nuclear durante sus conversaciones a solas en Leipzig en 1933 y que


es imposible que esas conversaciones no influyeran en el retraimiento
posterior de Majorana y su desaparición en Nápoles. Sciascia señala también
que la afinidad entre Heisenberg y Majorana había evolucionado del plano
científico al humanista. Hay unas palabras muy significativas escritas por
Heisenberg en esos años sobre el problema de lenguaje que enfrentaban él y
sus colegas: “Los físicos modernos enfrentan el mismo problema que
enfrentaban los místicos antiguos. Ambos desean comunicar su conocimiento,
pero cuando lo hacen con palabras, sus argumentos se vuelven paradójicos y
llenos de contradicciones lógicas. Estas paradojas son características del
misticismo. Y, desde principios de este siglo, también de la física”.

Sciascia explora esas paradojas hasta sus últimas consecuencias para ponernos
frente a frente con los científicos que intentaban hacer la bomba atómica y los
que intentaban no hacerla, durante la Segunda Guerra Mundial, y nos muestra
que los supuestamente buenos estaban trabajando para el mal y que los
supuestamente malos trabajaron para el bien. Lo hizo, como ya he dicho,
desde las páginas de un diario. Incluso podría decirse desde las páginas
veraniegas de un diario: se publicó a lo largo del mes de agosto italiano, que
es el mes de la inactividad por excelencia en la península. Sin embargo, con
cada entrega sucesiva de su folletín, Sciascia logró que toda Italia terminara
hablando de ese ser olvidado llamado Ettore Majorana, y que su desaparición
y su genio científico pasaran a formar parte del santoral popular a partir de
entonces.

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