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ALFAGUARA INFANTIL

© Del texto: 2009, Geraldine de Santis


© De las ilustraciones: 2009, Kilia Llano

© De es­ta edi­ción: Juan José y el videojuego


2010, Gru­po San­ti­lla­na
Ca­lle Juan Sán­chez Ra­mí­rez No. 9, Gas­cue Geraldine de Santis
Apar­ta­do Pos­tal 11-253 • San­to Do­min­go, Re­pú­bli­ca Do­mi­ni­ca­na Ilustraciones de Kilia Llano
Te­lé­fo­no 809-682-1382 • Fax 809-689-1022
www­.san­ti­lla­na­.com­.do

Alfaguara es un sello editorial del Grupo Santillana.


Éstas son sus sedes:

Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica,
Ecuador, El Salvador, España, Estados Unidos,
Guatemala, México, Panamá, Perú, Puerto Rico,
República Dominicana, Uruguay y Venezuela.

ISBN: 978-9945-429-23-7
Re­gis­tro le­gal: 58-347
Impreso en República Dominicana

To­dos los de­re­chos re­ser­va­dos. Es­ta pu­bli­ca­ción


no pue­de ser re­pro­du­ci­da, ni en to­do ni en par­te,
ni re­gis­tra­da ni tras­mi­ti­da por un sis­te­ma de
re­cu­pe­ra­ción de in­for­ma­ción, en nin­gu­na for­ma
ni por un me­dio, sea me­cá­ni­co, fo­to­quí­mi­co,
elec­tró­ni­co, mag­né­ti­co, elec­troóp­ti­co, por
fo­to­co­pia, o cual­quier otro, sin el per­mi­so
pre­vio es­cri­to de la edi­to­rial.
Es el último día de clases antes de las vacaciones
de Navidad. Juan José se despide de sus compañeros
y maestros. Recorre el parque del vecindario, llega
a su casa, sube veloz a su cuarto y arroja su mochila
debajo de la cama.
No puede ocultar la felicidad que siente al saber
que durante algunas semanas no tendrá que ver los
cuadernos y libros de la escuela. Abre su armario y
empieza a sacar los juegos de mesa que le han rega-
lado en años anteriores. Ya es hora de llamar a sus
amigos y ponerse a jugar sin descanso.

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Además de compartir exquisitas meriendas, agotan las horas
al frente de los tableros del juego de monopolio, damas chinas y
Los días pasan en medio de una gran algarabía. Mañana y parchís. Los que van perdiendo se enfadan, pero al final saben que
tarde Juan José se reúne con Carmen, Aníbal y Conrado, sus al otro día tendrán la revancha. Por ello, apenas amanece ya están
inseparables amigos. Cuando el sol no está fuerte van al parque pensando en el reencuentro con sus compinches.
y montan en sus bicicletas y pati-
nes. Mientras se deslizan a toda
velocidad calle abajo, se sien-
ten como aves que vuelan
libres, pero cuando el calor
se vuelve insoportable se
refugian en alguna de sus
casas hasta que la tempe-
ratura refresque.

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Hoy es Nochebuena. A la hora de despedirse, el
cuarteto de amigos ha hecho la promesa de verse al
día siguiente a primera hora en el parque: allí com-
partirán los regalos que Santa Claus les dejará en sus
casas.
Una vez finalizada la abundante y exquisita cena
navideña que su mamá ha preparado, Juan José ayuda a
recoger raciones para compartirlas al día siguiente con
los más necesitados. Luego se va a dormir, reflexivo,
con la ilusión de que a la mañana siguiente descubrirá
qué le ha traído Santa Claus este año.
Apenas amanece, Juan José corre al árbol de Na-
vidad que ha decorado con su abuela y descubre una
llamativa caja envuelta en papel rojo. Sorprendido
pregunta si será el regalo que había pedido a Santa. Sus
padres, que se han despertado al escucharlo descender
raudo las escaleras, asienten animados y lo invitan a
abrir el misterioso regalo.

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Antes de rasgar la envoltura, Juan José
sopesa la mediana caja con sus manos.
Quiere adivinar qué contiene. Pero lo vence
la curiosidad y retira con fuerza el rojo
envoltorio. Sus ojos no pueden creerlo,
su boca queda abierta:
allí está el añorado videojuego con el
que había soñado noche tras noche
desde que lo viera en la vitrina de
uno de los almacenes del centro
comercial cercano a la casa
de su madrina.
Juan José está tan feliz
como alguien que se acaba de
ganar la lotería.

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En segundos ha convencido a su
padre de que conecte la consola del
videojuego al televisor del estudio. Las
manos le sudan al tocar los controles.
Sus dedos empiezan a adivinar el mo-
mento exacto de oprimir los relucientes
botones para que las figuras que salen
en la pantalla alcancen el mayor puntaje
posible.
Por un instante piensa en lo que sus
amigos disfrutarán con ese regalo… pero
no hay tiempo que perder, ya ha pasado
al siguiente nivel del juego de turno.
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Luego de recorrer una y
otra vez el parque en la pa-
tineta que Santa Claus le ha
traído a Carmen, de encestar
en el aro numerosas veces el
reluciente balón de balon-
cesto que orgulloso exhibe
Aníbal y de turnarse el bate
y el guante que Conrado ha
recibido, los tres amigos de-
ciden ir hasta la casa de Juan
José. Están inquietos por su
ausencia, pero más sorprendi-
dos quedan cuando la madre
de éste, les dice que Juan José
no quiere atenderlos.

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Era un día precioso, con un cielo de una claridad per-
fecta, pero Juan José ni se enteraba. Ante el afligido rostro
de los tres niños, la apenada mamá sólo atina a decirles que
Juan José está totalmente absorto por el videojuego que
Santa Claus le ha regalado, pero les añade que pueden estar
tranquilos, que en pocos días Juan José volverá a ser el niño
de siempre y no perderá oportunidad para jugar con ellos.

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Carmen, Aníbal y Conrado se despiden de la
preocupada señora y desconsolados retoman el ca-
mino hacia el parque. Aunque no lo comentan, a sus
respectivas mentes llegan los recuerdos de aquellos
compañeros de colegio que una vez tienen un video-
juego nunca vuelven a ir a la piscina, no aceptan una
invitación a merendar, sus calificaciones en las distin-
tas asignaturas bajan de manera significativa, y sólo
hablan de las nuevas cintas que pueden instalar en sus
consolas de juego.
¡Qué horror! Su querido Juan José está a punto de
ser devorado por los fantasmas de los videojuegos…

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Molesto, él insiste en pulsar una
y otra vez el gastado botón rojo del
control del videojuego. No puede ser
posible que cuando se anticipaba a imponer
un nuevo récord, sólo perciba un olor a
quemado proveniente del tomacorriente.
A lo lejos escucha una voz desconocida que
insiste en que se ha producido un cortocircuito.
Intenta desconectar el videojuego pero sus dedos no respon-
den, lo único que saben hacer es oprimir los botones de los
En la casa de Juan José, de un momento a controles de juego.
otro, la pantalla del televisor se ha oscurecido.
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Con gran dificultad desciende la escalera de su casa y
sale a la calle. Por poco y los rayos del sol lo dejan ciego.
No recuerda hace cuánto no va al parque. Confía en que
allí estén sus amigos de siempre. Tal vez pueda convencer
a alguno de ellos para que instalen la consola del video-
juego en su casa y así pasar al siguiente nivel.
Pero ¿dónde estarán sus amigos?, no hay rastro de
Carmen, Aníbal y Conrado. Unos niños desconocidos
son los que ahora saltan el trúcamelo y juegan a la pelota.

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Menos mal la casa de Conrado queda cerca
del parque, así que hacia allí encamina sus pasos.
Le llama la atención la elevada verja que han
instalado frente a ella. No recordaba haberla
visto en su última visita. Por fortuna distingue
un botón similar al de sus controles de juego.
Lo oprime varias veces hasta que una voz le
pregunta:
—¿Qué quiere?
Sorprendido observa las distintas ventanas
de la casa para descubrir de dónde proviene la
voz, pero no localiza rostro alguno. La voz ocul-
ta vuelve a preguntarle:
—¿Qué quiere?
Finalmente descubre una pequeña rejilla
por donde pareciera que salen las palabras, así
que acerca su rostro y a su vez dice:
—¿Está Conrado?
—¿Quién?
—Conrado.
—Aquí no vive nadie con ese nombre.
Por unos segundos se queda mudo. Y cuan-
do intenta preguntar una vez más por su amigo,
nadie responde.

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Desconcertado Juan José
regresa al parque. Seguramente sus
amigos le están gastando una broma. Quizás era el día de
los Santos Inocentes y él no se había enterado. Espera allí
un buen tiempo y al no reconocerlo en los niños que van y
vienen como pequeños trenes con sus patines y bicicletas,
decide probar suerte dirigiéndose a la casa de Carmen.
Recuerda el amplio estudio en el que suelen jugar
monopolio. Allí hay un inmenso televisor en el que sería
muy agradable superar las pruebas del último videojuego
que ha llegado a sus manos.
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Afortunadamente frente a la
casa de Carmen no han instala-
do verja alguna. Así que puede
golpear directamente en la puer-
ta. Nadie responde.
De nuevo en el parque,
ansioso por tener un control en
las manos, piensa en regresar a
su casa. Tal vez el cortocircuito
ya ha sido reparado y el televisor
y la consola vuelvan a funcio-
nar como siempre. No se siente
cómodo estando fuera de casa;
de caminar esas pocas cuadras se
siente cansado.
De repente escucha su
nombre.

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—¿Y tú quién eres?
—Juan José, ¡qué pregunta es esa! Soy Aníbal, tu
amigo de infancia.
—Juan José, viejo amigo. ¡Cuántos años sin
verte! —¿Quién será ese señor que lo saluda tan
efusivamente? ¿Será un amigo de sus papás?— ¿Estás
recordando los viejos tiempos, cuando jugábamos
aquí con Carmen y Conrado? —¿Cómo es posible
que sepa los nombres de sus amigos?— Juan José,
¡cuántas mañanas y tardes nos quedamos esperán-
dote para jugar!
—Y ahora, ¿a qué hora juegan? —se atrevió a
preguntar.
—¿Que a qué hora jugamos? Juan José, no has
perdido el sentido del humor: Conrado es un pres-
tigioso abogado que trabaja en la Suprema Corte
de Justicia; Carmen está al frente de una expedi-
ción de arqueólogos en Egipto; y yo trabajo por
la mañana en el hospital y por la tarde atiendo mi
consulta particular, soy médico pediatra.

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Con un nudo en la garganta, Juan José camina
hasta su casa, sube las escaleras y en lugar de diri-
girse a su santuario de videojuegos, se refugia en el
baño de su cuarto. Con gran temor enciende la luz y
lentamente gira su rostro hacia el espejo. Sus llorosos
ojos no distinguen el arrugado rostro que horroriza-
do lo observa desde el fondo del cristal.

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Hasta que descubre que la mano que intenta secar las lágri-
mas que mojan las mejillas de ese extraño rostro, es la suya. Esas
mismas manos con las que él oprime los botones de los controles
de su videojuego, tocan ahora la piel marcada por los años. Juan
José piensa en el tiempo que jamás volverá a recuperar y en los
momentos que no llegó a compartir con sus seres queridos.

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Geraldine de Santis
Nací en Santo Domingo, en el año1980. Mi padre era italiano y
mamá es dominicana, por lo que crecí entre dos culturas. Por esto,
suelo pensar en varias alternativas cuando me enfrento ante nuevas
situaciones. También tengo el privilegio de adaptarme fácilmente a
cualquier lugar y conservar el ojo curioso de una visitante ocasional.
Me encanta poder ver el mundo desde distintos puntos de vista.
Estudié Ciencias económicas en la PUCMM de Santo Domingo.
Luego cursé una maestría en Comunicación en Italia. Trabajé en mi
carrera por un tiempo, pero seguía pensando en mi verdadera vo-
cación: enseñar a niños. Por esto volví a estudiar, cursando estudios
breves de Educación y seminarios en Estados Unidos. Cuando ense-
ño, siento que tengo una conexión con los niños, que recibo de ellos
mucho más de lo que doy, porque me muestran, sin darse cuenta,
cómo valorar las pequeñas cosas y cómo mejorar como persona.
Mis autores infantiles favoritos son Gianni Rodari y Patricia Polacco.
Me gustan también los poemas de Pablo Neruda, Roberto Juarroz y
Alfonsina Storni.

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Juan José y el videojuego se terminó de imprimir en marzo de 2010, en ............
....................., Santo Domingo, República Dominicana.
Cuidado de la edición: Ruth Herrera.

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