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Diario del año de la peste

Era año nuevo y parecía que las cosas iban a mejorar. Las preocupaciones, los problemas, los miedos,
todo había desaparecido. Un nuevo inicio. Los fuegos artificiales se elevaban hasta explotar en el cielo
aquella noche. La gente se abrazaba soñando con sus planes y promesas para el 2020. En la otra parte
del mundo, la cepa de un nuevo virus altamente contagioso que causaba una extraña neumonía en
Wuhan, China, acababa de ser identificada: Se trataba del Coronavirus N 19, el año que iniciaba ya no
sería el mismo para nadie en el mundo.

El 6 de marzo el presidente Vizcarra informó sobre el “paciente cero” en el Perú. Hasta entonces las
informaciones sobre el nuevo mal nos llegaban de forma seguida en los noticiarios, “Otra exageración
de los medios” pensaron muchos, dado el continuo morbo con el que los noticieros del mundo suelen
tratar este tipo de noticias. Sin embargo, hasta ese día había sido algo distante, algo que no nos tocaba a
nosotros, sin embargo, las personas seguían con bastante escepticismo, pensaban que algo así no
llegaría a un lugar como Huancayo, “Es una fiebre para ricos” decían. Grave error.

Sin embargo, los mismos incrédulos no tardarían en mostrar su lado más insensible. Mientras
minimizaban el problema y recibían las noticias de los primeros casos en el Perú los huancaínos entraron
en un estado de pánico y total egoísmo: Golpes, empujones, la imagen de un niño cayéndose fuera de
una tienda, un anciano sin poder comprar sus productos de primera necesidad porque una señora
acaparaba todo lo que podía, quizá pensando que así no se contagiaría. La escasez de productos como el
papel higiénico o el alcohol tópico hacían sentir la desesperación en el aire.

La enfermedad crecía en forma desigual los primeros días, 5 casos nuevos aparecieron al día siguiente
del anuncio presidencial, solo uno nuevo el 8 de marzo, el conteo oficial era anunciado a diario en los
tweets del Ministerio de Salud, aún no había ningún caso en Huancayo. Las cifras variaban ligeramente
de día a día, pero era obvio que la tendencia a un mayor número de casos no disminuiría por lo pronto,
como en un juego chino de go perdido de antemano, unas cuantas fichas volverían negro todo el tablero
demasiado pronto.

Como si fuese un mal augurio fue un viernes 13 en que las cosas comenzaron a empeorar en el
continente, el conteo de casos ya crecía exponencialmente, y un rumor importante comenzó a surgir en
las redes sociales, primero como idea suelta y comentarios luego como fotografías de documentos
enviados a las comisarías dando órdenes sobre una inmovilización general, se rumoreaba una
cuarentena total en Perú, “Eso es algo que nunca ha pasado en Perú” algunos se burlaron de la idea,
pero a estas alturas eso ya sonaba como una risa nerviosa.

La cuarentena y el cierre de las fronteras se anunció el día 15 de marzo en la noche en un mensaje a la


nación. Los rumores se hicieron ciertos, y la enfermedad toco la vida cotidiana de hasta el más
indiferente. Ya no era algo que pudiésemos minimizar de alguna forma. Las medidas de emergencia

Las semanas siguientes estuvieron llenas de noticias que pintaban de cuerpo entero a muchísimos
peruanos, nuestra mentalidad criolla de pensar en solo nosotros, en minimizar o burlarnos de los riesgos
mientras no nos tocan, “A nosotros nunca nos va a llegar” Dijo una muchacha, resumiendo esa
mentalidad, antes de entrar en una fiesta.

Pero las violaciones de la ley incurrían en un peligro no solo para aquellos que las minimizaban, como,
por ejemplo, el primer caso reportado en Apurímac el 2 de abril fue el de un hombre que viajo
escondido dentro de un camión desde Lima desobedeciendo las instrucciones del gobierno central,
volviéndose un riesgo para los miembros de su familia y comunidad.

Los días de la cuarentena han pasado lentos y llenos de incógnitas para todos nosotros, desde la gran
mayoría de informales que viven de lo que ganan día a día hasta los estudiantes con una fecha de inicio
de clases incierta. las promesas de bonos de alimentos, retiro de ciertos fondos de las AFPs, suenan
como paliativos temporales ante la tormenta económica que se avecina, añadida a la catástrofe de la
peste.

A la fecha de esta crónica sumamos hay más de catorce mil casos en el Perú y 348 muertos, es difícil
saber en que punto de la tan mencionada curva de contagios nos encontramos, y si es seguro que la vida
pueda volver a algo cercano a la normalidad en algún futuro próximo. La cuarentena se ha extendido
dos veces y el temor de una segunda ola de contagios ha hecho que toda actividad masiva este
prohibida por el resto del año.

El presidente y sus mensajes del mediodía se convirtieron en compañeros de almuerzo de muchos


peruanos, de aquellos que aún no han apagado el televisor o cerrado el periódico, quizá por el peso de
esta realidad tan agobiante. En la era de la modernidad y las promesas de progreso eterno de la
civilización el anuncio de una enfermedad sobre la que tenemos pocas certezas suena demasiado duro.

Numerosas obras se han basado en la tragedia de las pandemias y las epidemias, Ya en 1722 Daniel
Defoe, escribió su famoso “Diario del año de la peste” y Camus su obra “La peste” basados en tragedias
del pasado, no sabemos si la actual crisis del coronavirus y el confinamiento de la cuarentena
engendrará al menos alguna obra de calidad parecida, así que solo nos queda observar estas lecciones y
aprender algo de lo que nos enseñan sobre la solidaridad humana en los momentos más difíciles. John
Donne compuso un famoso poema que nos lo recuerda.

"Nadie es una isla,


completo en sí mismo;
cada hombre es un pedazo de continente,
una parte de la tierra.
Si el mar se lleva una porción de tierra,
toda Europa queda disminuida,
como si fuera un promontorio,
o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.

La muerte de cualquier hombre me disminuye,


porque yo estoy ligado a la humanidad y,
por consiguiente,
no preguntes por quién doblan las campanas:
doblan por ti ".

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