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Memoria y Tiempo Presente.

Prof. Esp. Guillermo Ortiz

2018

“La noción de memoria puede definirse como una operación de dar sentido al pasado por parte de
personas y de actores (…) en un presente enmarcado social político, cultural e histórico
determinado.” (Ayala p. 3)

Según la perspectiva de Elizabeth Jelin las memorias deben entenderse como “procesos subjetivos,
anclados en experiencias y en marcas simbólicas y materiales” y es necesario “reconocer a las
memorias como objeto de disputas, conflictos y luchas, lo cual apunta a prestar atención al rol
activo y productor de sentido de los participantes en esas luchas, enmarcados en relaciones de
poder”. Finalmente agrega que hace falta “reconocer que existen cambios históricos en el sentido
del pasado, así como en el lugar asignado a las memorias en diferentes sociedades, climas
culturales, espacios de luchas políticas e ideológicas” (Ayala p. 8). El dinamismo de los marcos
sociales de la memoria “históricos y cambiantes” la conceptualiza más como una reconstrucción
que como un recuerdo. Ayala reproduce una cita de Van Alphen, contenida en una obra de Jelin:
“…La memoria, entonces, se produce en tanto hay sujetos que comparten una cultura, en tanto hay
agentes sociales que intentan “materializar” estos sentidos del pasado en diversos productos
culturales que son concebidos como, o que se convierten en, vehículos de la memoria…” Esto
habilita a pensar en memorias múltiples “en permanentes disputas y negociaciones por el sentido
del pasado en diversos escenarios y contextos” (Ayala p. 10).

En el mismo sentido el texto de Crenzel explora las dimensiones de la memoria en el problema de la


violencia política y la represión durante la década de 1970 y principios de los 80. En su trabajo se
observan diferentes abordajes al problema y la relación con el contexto histórico en el que estas
perspectivas se desenvolvieron.

En primera instancia, el problema aparece condicionado por la naturaleza de los crímenes de


estado cometidos, ya que el ocultamiento y eliminación de pruebas son una parte estructural del
mismo, y la información disponible es limitada, de difícil acceso y conviviente con el accionar de
distintos actores que, en el caso de la cantidad de desaparecidos por ejemplo, “juegan enarbolando
sus propias cifras en la esfera pública y los contextos políticos que enmarcan las disputas posibles
por este dato” (Crenzel, p. 131). En este sentido, la caracterización de las víctimas de la represión
provee una muestra del dinamismo del proceso de la memoria como reconstrucción, y brinda
además un ejemplo del elemento central de la Historia del tiempo presente enunciado por
Bédarida: “…considerar como tiempo presente el tiempo de la experiencia vivida. Un tiempo
signado por los procesos y rupturas histórica que constituyen el presente” (Ayala, p.5). Así, resulta
pertinente destacar que estas caracterizaciones de las víctimas, formuladas en contextos históricos
diferentes, alimentan todavía hoy distintas visiones en torno al problema: En un primer momento,
la caracterización de las víctimas por parte de la dictadura como guerrilleros exclusivamente,
habilitó el pensar a los desaparecidos como caídos en combate, como prácticas de la “subversión”
(entrecomillado en el original) o como excesos aislados en la represión. Frente a esto, los familiares
de desaparecidos y los organismos de DDHH dieron a conocer una serie de categorías que
apuntaban a restituir la “humanidad negada a los desaparecidos” y a resaltar “el carácter amplio e
indiscriminado de la violencia del “Estado terrorista” y la “inocencia” de sus víctimas, ajenas a todo
compromiso político, en especial el guerrillero” (Crenzel, p. 133). El establecimiento de lazos entre
los denunciantes y las organizaciones internacionales de DDHH cristalizó con la llegada de una
misión de la CIDH, que influyó en la promulgación de la ley de presunción de fallecimiento de las
personas desaparecidas y el surgimiento de la consigna “aparición con vida” central para las Madres
de Plaza de Mayo desde entonces.

El colapso del régimen militar luego de la derrota de Malvinas y el desprestigio generalizado de las
instituciones castrenses, dieron paso a un nuevo escenario en el que las luchas por la
reconstrucción de la memoria giraron en torno a la búsqueda de justicia, plasmada en la
incorporación de la consigna “juicio y castigo a todos los culpables”. Los sentidos más salientes que
emanaron de este proceso fueron la conformación de la CONADEP, el correspondiente informe
titulado Nunca Más y la difusión de la Teoría de los Dos Demonios, según la cual, la sociedad
aparecía como víctima inocente de la violencia desplegada por dos fuerzas enfrentadas, y el
accionar represivo del Estado como una respuesta a la guerrilla. Crenzel señala varias críticas al
informe de la CONADEP, entre otras su ahistoricidad, que ignora las intervenciones represivas
anteriores a 1976, su representación de la sociedad civil como ajena y víctima de la violencia de
Estado, y el postulado de la condición de víctimas inocentes de los desaparecidos. Al respecto,
Crenzel destaca que la denuncia de los derechos violados “se asentó en la condición moral de las
víctimas y no en el carácter universal de estos derechos” (Crenzel, p. 136). No obstante, “… el
decreto de juzgamiento a las Juntas y a las cúpulas guerrilleras y el Nunca más fueron los marcos
políticos de la acusación y sus límites para interrogar el pasado” (Crenzel, p. 137). Finalmente, las
sublevaciones militares de 1987/88 cuestionaron los Juicios y dieron lugar a la sanción de leyes que
limitaron su alcance.

El proceso experimentó un reflujo en 1989, cuando Menem se propuso resolver la “cuestión


militar” indultando a militares y guerrilleros procesados. Además, conjuntamente se impulsaron
medidas de reparación económica para víctimas y familiares, y se incorporaron con rango
constitucional varios tratados internacionales de protección y defensa de los DDHH. El tema volvió a
surgir hacia 1995, a raíz de la confesión de un militar arrepentido y de las declaraciones del
entonces jefe del Ejército, que realizó una autocrítica de la intervención militar en la vida política.
Asimismo, la interrupción de los procesos judiciales “habilitó el surgimiento de las memorias de
militancia, en especial la armada” (Crenzel, p. 141). Crenzel destaca también que se incorporó a los
manuales escolares el relato de la historia reciente y la asociación de la dictadura con la
implantación de un modelo económico regresivo y excluyente, a la par que se presentó a los
desaparecidos como sujetos de derecho y militantes políticos. La conformación de HIJOS, que desde
sus orígenes discutió la perspectiva del Nunca Más, constituyó un traspaso generacional de la lucha
humanitaria.

Hacia 2003 se inició una nueva instancia que Crenzel define como “estatalización de la memoria”
(Crenzel, p. 144). Se derogaron las leyes de punto final y obediencia de vida, lo que habilitó a la
reanudación de los juicios, y surgió la caracterización de genocidio para los crímenes de la
represión. Esto último constituye para Crenzel una radicalidad aparente, pues “reproduce la
despolitización de los desaparecidos y tergiversa la historia argentina reciente, asimilándola al
genocidio nazi” (Crenzel, p. 145). En estas circunstancias se reeditó el Nunca Más con un nuevo
prólogo que rescata el pasado militante de las víctimas y extiende el “nunca más” hasta la
desigualdad social. Las iniciativas oficiales abarcaron la creación de “lugares de memoria” y se
instauró el feriado del 24 de marzo como Día Nacional de la Memoria por la Verdad.
Adicionalmente, el presidente Kirchner impugnó la teoría de los dos demonios y realizó una
autocrítica por parte del Estado por el silencio en torno al tema en veinte años de democracia. No
obstante, Crenzel señala la “pérdida de autonomía del movimiento de derechos humanos al diluir
su distancia con el Estado” (Crenzel, p. 147). Por su parte, desde las perspectivas apologéticas del
accionar represivo, surgió la organización Memoria Completa, que impulsa la caracterización de
“presos políticos” para los condenados por delitos de lesa humanidad.

El capítulo finaliza con una breve alusión a la actual administración de gobierno, durante la cual se
evidencia un retroceso en las políticas de memoria, verdad y justicia, con el desmantelamiento total
o parcial de áreas que investigaban las responsabilidades corporativas con los crímenes de la
dictadura.

En la conclusión Crenzel afirma que: “A cuarenta años del comienzo de la última dictadura militar
en la Argentina, la memoria social sobre sus crímenes permanece viva. La historización de sus
memorias revela la coexistencia y lucha permanente (…) entre diversos sentidos y
representaciones, y la relación entre estas luchas con los diversos contextos políticos que las fueron
modelando y modificando.” (Crenzel, p. 148)

Bibliografía:

CRENZEL, Emilio (2018), “Enfrentando el retroceso. Justicia, verdad y memoria en la Argentina


reciente”, en Gabriela Águila, Laura Luciani, Luciana Seminara y Cristina Viano (Compiladoras), La
Historia Reciente en Argentina. Balance de una historiografía pionera en América Latina, Buenos
Aires, Imago Mundi, 2018, pp. 129-149.

AYALA, Mario (2018), “Los usos de la historia oral: epistemología de la historia del tiempo
presente y la historia de la memoria”, en: Módulo 5. Investigar el pasado vivo: la
metodología de la historia oral, Diplomatura Virtual: Caja de herramientas: la metodología
de investigación en humanidades, FFyL-UBA.

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