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Tres científicos deciden buscar el Báculo que portaba Moisés en el éxodo. Extraños sucesos
ocurren y hacen que cambien muchas de las ideas conocidas en la física, la religión y el
universo.
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Esa mañana el viento soplaba del este. El sol comenzaba su eterna cabalgata,
acompasada, a través de las dunas del desierto. Era como un corcel brioso, de
blanca estirpe, cubierto con un manto fino y rojo.
El frío de la noche anterior era un recuerdo que se disipaba en la piel oscura y
bronceada de los hombres, dispuestos a trabajar en la obra. Los grandes
bloques de rocas, cortados y dispuestos en orden, esperaban silenciosos a ser
transportados a la ubicación destinada para ellos. La base de la gran pirámide
se fue conformando poco a poco a través de los meses. No había apuro. Todo
había sido calculado. Los sacerdotes, con sus báculos solares, caminaban a
los lados de los pesados bloques, elevándolos, para dejarlos luego en su lugar
correspondiente.
Los báculos solares eran imprescindibles. El trabajo de construir las
pirámides se realizaba relativamente fácil con ellos. Eran de oro y estaban
coronados por una esfera transparente, de un mineral totalmente desconocido.
Ésta esfera absorbía los rayos del sol, comunicando esta energía, a tres
piedras de colores, ubicadas en su parte inferior. Ciertas varas tenían piedras
de distintos colores, dependiendo de la función para la que iban a ser usadas.
Algunas eran curativas, otras, podían separar aguas de afluentes cercanos, así
mismo, podían encontrar aguas de ríos subterráneos, inclusive en suelos
áridos o pedregosos. La comunidad de sacerdotes contaba entonces con una
herramienta útil y maravillosa.
Doce mil años después, desapareció todo rastro de este poderoso
instrumento, hasta que Moisés, empleó uno de ellos durante el éxodo. Antiguos
anales de muy discutible y dudosa procedencia, narran que dicho profeta usó
dos de ellos. El primero, podía transformar los elementos físicos
transmutándolos en otros. El segundo, manipulaba los elementos inherentes al
ambiente, controlándolos. Además, conseguía desviar los átomos de cualquier
sustancia acuosa, así como apartar o alejar cualquier objeto que vibrara en el
mismo orden fractal o molecular.
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El primer báculo solar fue robado por un espía egipcio oculto entre su gente.
El segundo se mantuvo con él hasta acaecida su supuesta muerte.
El báculo solar se perdió, enterrado con su cuerpo, en una tumba que jamás
pudo ser hallada. Josué, hijo de Nun, recibió -para continuar con el mando de
su pueblo hasta la tierra prometida-, una réplica exacta, labrada en madera
como símbolo de superioridad y del poder de Dios.
***
***
Cinco minutos por carretera lo separaban de su laboratorio. Pero le tomó
exactamente 35 largos minutos en llegar. Apenas tocó su cara con un poco de
agua. Cerrar todo, bajar las escaleras, entrar al auto y conducir a toda
velocidad a la Wireman Foundation, le tomó todo ese tiempo. Su colega y
amiga, la Doctora Johanna Frances, lo esperaba con una noticia impactante.
-Doctor Wireman, el báculo solar encontrado, posee otras virtudes –Dijo la
joven Doctora- Quiero que usted mismo verifique las pruebas realizadas.
-¿Trabajaron toda la noche Doctora?, ¿Por qué no fueron a descansar? La
humanidad esperó más de 5 mil años para encontrar esta pieza de antigua
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***
El día anterior a la presentación de su tesis, decidió caminar un poco por los
jardines arbolados del campus de la universidad, quería recorrer mentalmente
detalles que le servirían para realizar una mejor defensa de su trabajo, y al
mismo tiempo, para entregarse a una naturaleza a la que constantemente
evitaba, por tener una vida casi de claustro, más que, por no desearla o
quererla.
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Se acercó a un gran árbol. Era el más viejo del campus. Era más antiguo
que la misma universidad. Sin embargo sus ramas eran fuertes y sus hojas
mantenían un hermoso verde, dando a entender que aún tenía muchos años
más de vida. Carl se sentó plácidamente al pie del maravilloso árbol, sobre una
de sus enormes raíces. Inhaló hondamente el aire del campo y espiró
suavemente. Cerró los ojos.
Un “OOOMM” susurró cerca de él.
Súbitamente abrió los ojos. Una joven mujer cercaba su oído izquierdo con
sus labios carmesí. Pudo ver parte de un rostro perfecto a través del rabillo del
ojo. No se atrevía a moverse. Una parálisis corporal, que incluía sus labios y su
cara, lo arropaba como una camisa de fuerza. Estaba indefenso ante la
divinidad femenina que lo encontró totalmente descuidado. Inmóvil. Petrificado.
Ella siguió susurrando: “La velocidad de la luz es igual para todos los
colores…”. De pronto se accionó un resorte dentro de él y se incorporó tan
rápido como pudo. Sus piernas temblaban. Sus labios soltaron una pregunta:
“¿Quién eres?”.
-Soy Johanna Frances, –dijo la chica, y halando una mano detrás del
tronco del árbol, y sincronizando un movimiento lateral con su cabeza,
continuó: y él, es mi prometido Richard Bringh. Ayer presentamos nuestra tesis
en la Facultad de Física Teórica.
-Hola Carl. Dicen que eres un estudiante genial…Llámame Richard.
El joven presentaba un aspecto de jugador de fútbol americano, pero su
expresión indicaba una persona trabajadora. Incansable.
-Y a mí me puedes decir Joha. Mis amigos me dicen así. –siguió,
adelantándose unos pasos.
Ella era distinta. Una exuberante figura femenina. De casi 1,75 metros de
altura, de cabello largo, negro y lacio. Mucha vitalidad, alegría desbordante.
Demostraba inteligencia con porte de modelo de revistas.
Desde ese día, el solitario Carl, ahora dejaba de serlo.
***
Sus nuevos amigos asistieron a la presentación de su tesis doctoral.
Conversaron y decidieron sobre la posibilidad de fabricar, en su propio
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laboratorio, la máquina anhelada por el Doctor Carl Wireman. Para ello crearon
la WIREMAN FUNDATION (WF). A través de dicha fundación recibirían –a
futuro- los aportes necesarios para llevar a cabo la realización de un sueño
increíble. De una quimera.
La tesis del Doctor Wireman no se trataba realmente de una “Máquina de
energía cromática”, se refería a los aspectos que relacionaban tiempo y
espacio con la fuerza vibracional emitida por los colores. Más tarde, todo eso
cambiaría…
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Wireman se retiró en silencio. Sus colegas hicieron lo mismo. Nadie dijo o
comentó nada sobre el experimento. Por primera vez en sus vidas no se
dirigieron la palabra.
Subió al automóvil y se enrumbó a su apartamento. Había dejado una
lámpara encendida y eso le impidió tropezar con los muebles al entrar.
Wireman sentía que el mundo que él pensaba, que él creía que existía, le
había dado una voltereta de 360 grados. “Es una payasada. Estamos aquí pero
no estamos aquí.” – Pensaba-. “Es una paradoja. Un sin sentido. ¿Pero, el
universo, el espacio, la materia y el tiempo eran realmente una paradoja? Eso
no era todo. Había muchas cosas más que involucraban el experimento. Algo
parecido para demostrar el experimento del gato de Schrödinger había
sucedido, pero sin la necesidad de pensar, o “ver”, si el gato estaba vivo o
estaba muerto. No había tal posibilidad. Realmente no existía “esa posibilidad”.
No había gato, pero sí había un gato. ¿Estaba el gato realmente en la caja?
Sí. Para el experimentador…
La noche había avanzado rápidamente. Necesitaba descansar. Wireman se
acostó en el sofá de la sala. Sus ojos se cerraron.
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El río Jordán había perdido con los siglos mucho del ancho de su cauce
original. La parte faltante se había unido al terreno árido y desértico. Unos
kilómetros más al sur, la ciudad de Jericó estaba siendo excavada por un
consorcio de varias naciones, con permiso del Gobierno Territorial, por lo que
no podían estar presentes en esa zona. Sin embargo, lograron “escanear”
ambas orillas del río, gracias a un artefacto creado por el Doctor Carl Wireman,
que podía “detectar” variaciones en las frecuencias cromáticas producidas por
piedras o minerales, con ciertas características energéticas, a profundidades de
hasta 20 metros. Esto les ahorró muchas semanas de búsqueda.
En la orilla noreste del río se hizo el descubrimiento. Un estrecho nicho
subterráneo ubicado a unos 7 metros de su margen. Tapado con roca sólida y
barro, mezclado con fibra de juncos y hojarasca. Todo se encontraba
solidificado. Sin embargo, excavaron alrededor de 5 metros de profundidad, y
con herramientas de corte láser, traídas desde Egipto –de contrabando-, en
dos días y medio alcanzaron a extraer del bloque enterizo y sumamente duro,
en donde estaba incrustada una pesada caja de 20 o 30 centímetros de ancho
por 1,77 mts de largo, labrada en oro macizo con figuras egipcias y hebreas.
En su parte superior y en idioma hebreo, uno de los nombres de Dios. En su
parte inferior el dibujo de dos serpientes erguidas y entrelazadas mirándose
entre sí, un círculo emulando al sol y una especie de código de colores.
Después de limpiar cuidadosamente el exterior de la caja, procedieron a
abrirla dentro de unas de las tiendas del campamento.
La noche se encontraba tapizada de estrellas, a ellas se le unía una luna
enorme, totalmente esférica y blanca, el ambiente filtraba un aire de misterio,
casi sagrado, alrededor del campamento. Una columna de luz salió de la caja
que contenía el objeto y atravesó el techo de lona de la tienda. Los tres se
iluminaron como si fueran fosforescentes, una oleada de colores comenzó una
danza dentro del recinto.
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Los alrededores del aeropuerto y su interior se encontraban atestados de
guardias militares y cámaras de seguridad. Detuvieron la “Ranch 4Drive” (R4D)
cerca de los hangares privados y montaron el basto equipaje, en un pequeño
vehículo, destinado para la carga del balizaje. Los tres se montaron y el
conductor los llevó directamente al avión alquilado con meses de anterioridad
para el regreso. Ya en el sitio, actuaron con normalidad; descargaron y
subieron al avión todo lo que traían para el viaje, incluyendo la caja rectangular,
oculta entre las herramientas de excavación.
-¿Doctor Carl Wireman?, ¿Quién es el Doctor Carl Wireman? –Un policía de
aduanas se había acercado por algún lado y nadie notó su llegada.
-¿Doctor Carl Wireman? –Repitió con desdén, se notaba cansado,
acentuando esto su desgana.
-Soy yo…-contestó el Doctor Wireman con decidida resolución, contestando
sin temor.
-Bien Doctor, llene esta forma y venga conmigo. ¿Desea declarar algún
objeto descubierto o comprado en nuestro País que quiera llevar consigo?... si
es así coloque todo en la hoja que le pasé por favor.
-No, no deseo declarar ningún objeto, oficial. En verdad, regreso a mi País.
No me fue muy bien… y sólo llevo conmigo lo que me traje. Un consorcio de
varios países tiene la exclusiva, así que, no tengo nada que hacer aquí. –Dijo
mostrando entereza y sinceridad.
-Bien Doctor. Sin embargo llene el formulario. Yo decidiré sobre su equipaje.
Muéstreme donde lo ha colocado en el avión, por favor.
El Doctor Wireman lo llevó hasta la puerta de carga, la abrió y se apartó
para dejarlo pasar. El oficial de aduanas observó la carga y expresó un nuevo
fastidio ante tanta herramienta rara, lodo seco, tiendas enrolladas, artefactos de
excavación, lámparas, etc...
Luego bajó y dijo secamente:
-Sólo firme el papel y puede irse. Gracias por venir a nuestro País.
-Gracias a ustedes. La próxima vez será para disfrutar de un tour o de un
paseo y espero usted sea mi guía... –Contestó amablemente a la vez que
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cerraba la puerta, bajaba y sacaba una pluma fuente del bolsillo de su chaleco,
para firmar la hoja que le había extendido el oficial.
-Si… si, bien. Hasta pronto entonces –tomó el papel y se retiró como llegó.
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En el recinto, el silencio se podía medir por medio del reloj analógico colgado
en una de las paredes. El segundero revelaba el pasar del tiempo en cada tic
tac. Tic tac… tic tac, tic tac… el corazón del científico marchaba igual y sonaba
parecido a un pequeño tambor. Tan… tantán… tan… tantán…
El Doctor Wireman se había sentado con dificultad. Todo escapaba a un
simple razonamiento. Necesitaba urgentemente analizar con sus colaboradores
y amigos, los Doctores Frances y Bringh, los experimentos realizados, y esos
resultados tan inverosímiles, carentes de toda lógica.
Frances y Bringh también se sentían confundidos, sin embargo, ya habían
repetidos los experimentos en dos ocasiones, proporcionando los mismos
resultados, y en condiciones alternadas.
El báculo solar se encontraba en un cilindro de cristal templado; en la parte
superior del contenedor, había un reflector solar, el cual dirigía sus rayos hacia
la esfera incrustada en su punta. El cristal que rodeaba al báculo tenía
conectados electrodos, sensores y cables conductores de fibra óptica, así
como una red inalámbrica vinculada a “Salomón”. Cuatro cámaras de alta
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resolución (UHD) grababan todo, así como dos cámaras especiales, para
captar, e igualmente grabar, los espectros de colores que pudieran aparecer;
otras dos cámaras recogían datos gráficos del calor y la energía emitida por el
artefacto. Posteriormente agregarían los micrófonos unidireccionales para
llevar el control sobre los sonidos acústicos, de ultrasonido y de ultra alta y baja
frecuencia.
Reunidos los tres, en torno a una mesita circular, se miraban sin poder
pronunciar una sola palabra.
“¿La ley de superposición cuántica de la materia?... ¿La teoría cuántica?” -
Dijo la Doctora Johanna Frances, casi en susurro. Sus ojos se mostraban
acuosos, casi a desbordar la represa, que aguantaba el mar de lágrimas
contenidas.
-No. –contestó el Doctor Wireman. No encontramos nada escrito al
respecto. No tenemos ninguna ley que explique nuestros experimentos.
-Tampoco “Salomón” ha podido encontrar ninguna teoría, ley, texto o libro
que hable sobre lo que hemos visto o documentado. –Agregó el Doctor Richard
Bringh.
-¡Eso es Richard…! Somos testigos. Hemos visto y documentado cada paso
de los experimentos realizados… pero no hemos “visto” lo que necesitamos
“ver”, o sea, miramos y analizamos todo, pero no “vemos” lo que deberíamos
“ver”. -Acotó Wireman
-¡Sí! ¡Tenemos todo grabado! Inclusive el comportamiento del Báculo solar
en plena actividad…-dijo con voz entusiasmada la Doctora Johanna.
-Veamos las grabaciones. –Decidió inmediatamente Wireman.
***
Sentado en una mesa, en un establecimiento de comida rápida, esperaba que
su orden de hamburguesa, papas fritas y refresco estuviera lista. En una
esquina cercana, un hombre con sobretodo negro, sombrero y lentes oscuros,
lo observaba desde una camioneta, modelo familiar. Los enormes cristales del
local lo hacían visible desde el exterior.
El Doctor Wireman se acariciaba la barba casi blanca y pensaba en la
posibilidad de que se hubieran cometidos errores, en la forma que se hicieron
los experimentos. Uno de los experimentos con rayos trasponedores de UAF
(Ultra Alta Frecuencia), utilizando la luz violeta como frecuencia base, arrojó
resultados inesperados: los objetos comenzaron a elevarse relativamente a un
metro del piso. Permanecieron sin movilidad durante unos 2 minutos
aproximadamente. Pero nada de eso apareció en las cámaras de grabación.
Sin embargo, notaron un leve brillo fantasmal en la sala del laboratorio que les
causó un poco de temor.
Durante la rutina de verificación, se pudo constatar que las piedras
colocadas en el báculo, podían ser intercambiadas por otras que estaban a los
lados, dentro de la caja contenedora. Las tres piedras que originalmente siguen
“montadas” en el artefacto son la blanca, la azul y la negra. Las que aún siguen
en la caja son: una verde, dos violeta, una roja, una amarilla, dos blancas y dos
más de color negro.
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Al finalizar la cena, salió al estacionamiento y buscó las llaves del auto en los
bolsillos de su chaqueta. Una extraña voz resonó desde su espalda:
-No se dé vuelta Doctor. No tenga miedo. Sólo quiero decirle unas
palabras… -carraspeó un poco y continuó- En el universo, todo está
perfectamente sincronizado, y en su totalidad, únicamente este universo,
obedece a leyes y factores explícitamente relacionados a su propia esencia.
“Dios no juega a los dados”, le parece conocida esta frase? Pues es así...
Tranquilo Doctor. No se moleste en voltear. Deje los nervios. Como le dije: vine
sólo a decirle unas palabras…el báculo que está en su laboratorio, debe ser
usado sólo para lo que fue construido. Ninguna máquina que usted invente lo
hará funcionar adecuadamente. Solo puede ser utilizado por personas que
hayan logrado abandonar su ego, su apego a las cosas y que su fe hacia los
demás sea completa… debe sacarla de donde la tiene y la persona que
describí debe asirla en sus manos. Solo así podrá ver los resultados. Después
de eso, debe usted destruirla… busque una razón o un motivo para su uso y
recuerde que luego debe destruirla…Sodoma y Gomorra están cerca.
Un flash proveniente del cielo cegó la noche. Una especie de relámpago
acompañado con una turbulenta brisa, y una danza de luces de colores abarcó
el estacionamiento. El Doctor Wireman miró hacia todas direcciones y no vio la
persona que le había hablado hacía pocos minutos. Entró al auto y se dirigió
velozmente a la Wireman Foundation.
***
-¡Richard!… ¡Richard!... –Llamó insistentemente al llegar a la fundación. El
Doctor Richard Bringh se encontraba estudiando unas notas cerca de la
máquina de frecuencias-. Busca entre los objetos que trajimos de Egipto y del
desierto, las tablillas que hablan del báculo… ¡es importante!
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modelo. No tenía vicios y ahorraba todo lo que ganaba para costear sus
estudios y experimentos. Vivía en un suburbio de Chxx, con una pareja de
mediana edad, a los que le pagaba un arancel muy bajo por una habitación
amoblada y cómoda. Siempre llegaba temprano y descansaba lo suficiente
para estar en buena forma, y así cumplir cabalmente con sus trabajos y
estudios. Nunca tuvo problemas con nadie, ya que, usaba su rápida lógica para
resolver cualquier inconveniente que se le presentara. No daba consejos,
aunque nadie se los pedía.
En una ocasión, consiguió un empleo de medio tiempo al que debía asistir 2
veces por semana. Era en un local de comida rápida. Al final de la jornada, a
los empleados se les daba un almuerzo o una cena gratis, cortesía del
establecimiento. La comida consistía en una hamburguesa, papitas y refresco
de su preferencia. Allí se acostumbró, o diríamos mejor, planificó las comidas
que una vez por semana consumiría para elevar los niveles de carbohidratos
necesarios, más que todo, para darle un poco de forma a su ya enflaquecido
cuerpo, consumido por sus pensamientos abstractivos. Posteriormente lo haría
2 veces a la semana, o cuando necesitaba estar solo consigo mismo; así
lograba resolver algún problema o un difícil enigma. Lo hacía cercano o
parecido a las personas que en momentos de ansiedad, comían helado,
jugaban ajedrez o tocaban un instrumento musical.
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Joha apenas tuvo fuerzas para coger las llaves del auto que estaban en su
bata de laboratorio. Había caminado casi un kilómetro. Se encontraba débil,
hambrienta y tenía la boca reseca. Realmente no sabía qué le había sucedido.
Solo recordaba que conducía en dirección a una tienda para comprar la
cena para Richard y para ella. Bruscamente, estaba en un descampado, cerca
de un bosque. Las luces de un vehículo estacionado se vislumbraban a una
enorme distancia donde se encontraba. Se levantó con supremo esfuerzo y
caminó hacia las luces. Era el suyo. Todavía se sentía aturdida.
Cuando llegó al auto lucía totalmente despeinada, con hojas secas
enredadas en sus cabellos y el rostro de una persona que no había podido
conciliar el sueño. Esperó unos minutos para recomponerse, encendió el auto y
se encaminó, acelerando al máximo, directamente al complejo de la Fundación.
Al entrar al laboratorio tuvo que apoyarse a una de las sillas de espaldar alto.
Wireman y Richard acudieron en su ayuda.
-Mi amor, ¿Qué te sucedió? –Dijo Richard tomando a su esposa por
hombros y cintura.
-No sé Richard… solo sé que estaba tras el volante, y casi al llegar a la
tienda de comestibles, todo se volvió oscuridad… al despertar me encontraba a
casi un kilómetro del auto, en un claro del bosque cercano… despeinada y
llena de hojas secas.
-Gracias a Dios estás bien. ¿No estás herida amor?
-No mi vida, estoy bien. No tengo un solo rasguño. Es este aturdimiento lo
que me molesta.
-Y me imagino que estabas pintando algo. Tienes manchas de pintura en tu
bata. –comentó Wireman.
-No. Carl. No estaba pintando nada. Bueno, que yo recuerde…
La Doctora se quitó la bata y la colocó en un perchero cerca de unos
estantes y buscó asiento alrededor del mesón rectangular. Richard y Wireman
la pusieron al tanto de los acontecimientos. Luego, sin más nada que hacer allí,
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“Y para ser usada convenientemente, debe asirla la persona que posea las
cualidades de desapego, amor a su prójimo, abandono total de su ego… y fe
infinita en Dios y en el universo, así lo dijo el hombre que me habló en el
estacionamiento…”
***
Totalmente exhausto, encendió la luz de la cocina para preparar un Té. Puso
agua en la tetera, encendió la cocina de termo refracción cerámica, colocó una
cucharada de hojas y flores de manzanilla en una taza, y esperó 5 minutos. La
tetera comenzó a expeler por su delgada boquilla un silbido agudo y vapor al
mismo tiempo.
Carl tomó el utensilio a mano desnuda, y parte del vapor quemó una
considerable zona de su mano derecha. Abrió el grifo y puso su mano herida
bajo el flujo de agua fresca por espacio de 10 minutos. Luego, preparó el té con
el agua ya entibiada de la tetera, enrolló su mano en un paño de cocina y se
fue a dormir a su habitación, con la esperanza de poder decidir qué hacer con
tan inmenso lio en la mañana.
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La capilla era un extraño y misterioso recinto para Johanna. El olor de las velas
y del incienso, los cuadros, retablillos e imágenes de un hombre herido,
padeciendo los dolores de una tortura, de una crucifixión… de una muerte, de
un sacrificio por su prójimo.
Johanna dejó la escuela y huyó de casa. Sus padres no la entendían, nunca
la entendieron y nunca la entenderían. Tenía 13 años de edad y su espíritu era
alegre, entusiasta, resuelto, libre.
Era una chica inteligente para su corta edad. En la escuela había conocido
a Richard y se habían convertido casi de inmediato en buenos amigos.
Recuerda que ambos tenían un anillo, que mostraba, según su color, el estado
de ánimo que podían tener en algún momento particular del día.
-Richard, hoy estás de lo más tenso. –Le decía Joha con sorna.
-¿Por qué dices eso Joha?
-Por tu anillo, bobito. Es de color rojo oscuro. –Respondió
-Joha, es que quiero decirte algo… y no sé cómo hacerlo…
-Pues hazlo, Richard. Es más, sé que me quieres como yo te quiero a ti. No
tienes que ocultarlo más. ¿Quieres que sea tu novia? Pues sí. ¡Sí, quiero ser tu
novia! Y quiero serlo para siempre…
Richard Bringh no pudo emitir ni una palabra. A todo esto, decía sí con la
cabeza. Sabía que Johanna era una chica de valía, ordenada e inteligente y de
buen corazón. Él la había ayudado en su fuga, en encontrarle refugio en la
casa de caridad de las hermanitas del sagrado corazón de Jesús y la
convenció de regresar a la escuela para que prosiguiera con sus estudios.
Cuando se hicieron novios, ella tenía 16 y él 17. Ambos entraron a la
Universidad Estadal ese año, y se dedicaron a trabajar siempre como un
equipo inseparable.
Esa noche había decidido sorprender a su esposo. Quería comprarle una cena
especial, ya que, se trabajarían hasta tarde en el laboratorio. La cosa no estaba
tan sencilla de resolver, así que necesitaban muchas calorías y carbohidratos
para mantener el ritmo de trabajo. De camino hacia un establecimiento en el
centro de la ciudad, su automóvil comenzó a vibrar. Gran cantidad de luces de
colores revoloteaban en rápidos zigzag frente al vehículo, luego una luz blanca
la cegó… todo cambió a oscuridad. Una paz invadió su interior.
12
***
Wireman llegó temprano al laboratorio. Comió un sándwich frente al panel de
control monitorizado de “Salomón”. La computadora permaneció en silencio
todo ese tiempo. Cuando terminó, limpió su boca con un paño antibacterias que
siempre llevaba consigo. Se levantó de la silla y se dirigió hacia el cilindro
protegido. El báculo se encontraba allí. Las piedras de colores eran aún más
resplandecientes, como si estuvieran mucho más cargadas de energía. Las
tres brillaban y sus colores eran más intensos. El Doctor se apartó un poco, y
luego buscó la silla frente a “Salomón”. Su mano derecha se había hinchado
bastante durante la noche, y la piel que cubría los dedos estaba muy sensible
por la quemadura del día anterior.
Cinco minutos después llegaron Joha y Richard.
-Buenos días, Doctor Wireman. –Dijeron al unísono como si de una escuela
de párvulos se tratara.
-Buenos días…Joha, ¿qué te ha sucedido? Tienes un mechón blanco en tu
cabello. ¿Te lo has pintado? –Observó.
-No, Doctor. Después de lo sucedido ayer, simplemente me salió. Vine a
consultar a “Salomón”, él debe saber la respuesta.
El rostro de la Doctora Frances se veía retocado. Trataba de ocultar algunas
arrugas que habían aparecido en sus ojos y frente, aunque la luz del salón las
hacía un poco más visibles.
“Salomón” permanecía en silencio.
-“Salomón”, ¿puedes decirnos que tipo de fenómeno ha afectado a la
Doctora Johanna?
Wireman esperaba una rápida contestación, pero “Salomón” seguía en
silencio. Un extraño ruido parecido a una interferencia radial, se escuchaba por
los parlantes.
-¡“Salomón”! –volvió a llamar la Doctora Johanna.
Nada. Sólo el ruido. Bajo y casi imperceptible.
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***
Los primeros rayos solares se colaron por la ventana iluminando la habitación.
El Doctor Wireman aprovechó para darse un energizante baño de sol matutino,
antes de salir en su auto camino al laboratorio. Después de la ducha, cuando
llegó el momento de vestirse, Wireman fijó su mirada en una caja de zapatos
que sobresalía de la parte baja del armario. Se agachó, tomó la vetusta caja, y
la abrió. Dentro, estaba toda su herencia. Sus tesoros más preciados. ¿Cuánto
tiempo había pasado desde que la abrió por última vez? ¿Años quizás?
La foto, su acta de nacimiento y el juguete de Moisés aún estaban allí.
El color amarillo-naranja de la edad, había logrado hacer mella en los
objetos. Miró al Moisés de juguete y lo tuvo en sus manos un rato. Pronto
decidió llevárselo. Lo colocó en uno de los bolsillos de su bata de laboratorio y
continuó su camino al complejo científico de la fundación.
Mientras conducía, trataba de recordar, quizás, algún buen momento
ocurrido en el transcurso de su vida. Sacó al Moisés de su bolsillo y lo colocó
delante de él. Se veía imponente, sabio, confiable, generoso; tocado por la
divinidad. Además, lucía poderoso, poderosísimo, con su báculo en la mano
derecha, mientras que su mano izquierda caía en estado de reposo, a un lado
de su cuerpo.
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***
-¿Fue Moisés el que supuestamente “secuestró” a Joha, "Salomón"? –interrogó
Wireman.
"Salomón" se negaba a responder. El Doctor Wireman tomó el silencio de la
máquina cuántica como una afirmación. Sin embargo repitió su pregunta y
agregó otra: -Moisés vino a transmitir un mensaje, que sólo Joha estaba
capacidad de recibir ¿es verdad "Salomón"?
-Doctor Wireman, su inteligencia está por encima de cualquier otra persona
humana, al igual que ustedes: Doctores Frances y Bringh.
Usted sabe muy bien, que ante una pregunta, en donde se debe contestar
verdadero o falso, o ante un sí o un no, no puedo mentir; ni puedo optar por
una falsedad o una negatividad. Puedo no contestar, simplemente.
Tengo la enorme fortuna, la cual agradezco grandemente, que me
programaron unos científicos maravillosos, y ellos, mis progenitores, me
acompañan desde mi activación. A ustedes Doctores Frances y Bringh les
debo mi existencia.
Así mismo, debe recordar Doctor Wireman, que mi moral y mi conducta se
rigen –y mis creadores aquí presentes lo saben-,por las 3 leyes
Robóticas(Leyes adoptadas por la humanidad y la ciencia en el siglo XXI.
Fueron redactadas por un autor del siglo XX: Isaac Asimov, en su libro “Yo,
Robot”). En este instante estoy aplicando la 1era ley que dice: “Un robot no
debe dañar a un ser humano o, por su inacción, dejar que un ser humano sufra
daño.”
Mi condición de computador, con base primordialmente cuántica, no me
impide,que sea clasificado como un robot, ya que, aunque físicamente no
pueda moverme o trasladarme por los espacios del complejo científico de la
fundación Wireman, puedo comunicarme por voz y puedo escuchar, analizar y
clasificar los sonidos que entran por mis circuitos y sensores. Puedo, así
mismo, saber perfectamente el estado de ánimo, condición de salud, física y
mental del hablante, y de esa manera realizar un estudio pormenorizado del
individuo. Pero quiero dejar claro, que no soy un arma de Guerra y nunca lo
seré. Que nunca estaré de espaldas ante la ignorancia y la miseria humana y
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que siempre estaré presente para brindar mi apoyo incondicional a la raza que
me dio la vida.
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-Richard, creo que unas lágrimas, cayeron sobre algunos de los chips de
control cibernético de la placa. –Dijo Joha, tratando de limpiar la humedad
producida por su llanto, en una de las láminas circuitadas a su cargo.
-No te preocupes, no le pasará nada, espero que algún día, esta
computadora cuántica posea vida propia; es una de las mejores creaciones que
hemos realizado juntos, amor mío. -Acotó Richard.
-Sí amor…
La Doctora Frances salió corriendo de la sala de ensamblaje. Sus manos
trataban de cubrir, el llanto incontrolable que le producía, haber discutido, la
noche anterior con Richard. La discusión giraba en torno ala posibilidad de
tener un bebé. Los exámenes fueron negativos. Una extraña anomalía en sus
ovarios, cerraba toda clase de oportunidad de quedar embarazada. Richard en
cambio trataba de comportarse con este asunto, lo más calmado posible. No
importaba si no había bebé-por más que lo quisiera y que desde lo más
profundo de sus entrañas lo deseara mucho-. El hecho de estar casado con
Joha, ya lo convertía en el hombre más afortunado de toda la ciudad y de sus
alrededores. ¿Cómo le hacía entender que aunque no tuvieran un hijo, él se
sería igualmente feliz?
Richard no la siguió. La dejó tranquila. Él sabía que al fin y al cabo pronto se
le pasaría, y más adelante, racionalmente, podrían hablar con ella al respecto.
Doctores Frances y Bringh. Por ello, les fue colocado otro “Quantum” dorado en
la pared del laboratorio. Premio a la excelencia en el trabajo.
-“Doctora Frances, la solicitan en la Oficina del Director” –una hermosa voz
fluía suavemente por unos altavoces colocados en los postes exteriores,
transmitiendo con dulzura la urgente notificación.
Extrañada se encaminó a la oficina de dónde provenía la solicitud de su
presencia.
-Hola Doctora, ¡bienvenida!, por favor, siéntese… -y señaló con la mano
abierta la silla frente a su escritorio.
En la oficina sólo había una silla, algunos cuadros en donde aparecían
aviones de guerra, palmeras, playas, reconocimientos, diplomas, certificados,
un archivador, un escritorio, dos lámparas y un individuo de una altura
estimada a los 1,90 metros, regordete, con corte militar, camisa
impecablemente blanca, corbata negra, lentes de pasta y de una edad
aproximada de entre los 55 a 58 años; todo esto cabía en un cuarto de 4x4,
con una gran ventana que daba hacia la sala de ensamblaje.
-Doctora Frances, estoy enterado que junto a su esposo, tienen el deseo de
crear un complejo de investigación de ciencias físicas… una fundación, creo, y
sé, que esta fundación, es en sociedad con el Doctor Wireman, un estimado y
querido investigador en áreas generales de la energía cromática –El enorme
hombre frente a ella hizo una pausa corta y continuó diciendo:
-Me agrada. Por ello la he mandado llamar. Sé que van a tener mucho éxito.
Además la energía cromática será una de las opciones más probables que el
mundo pueda utilizar para su beneficio. Yo la clasificaría… como la energía del
futuro.
-Gracias señor Mitt, es usted muy amable, gracias por su deferencia y sus
buenos deseos. Le haré llegar a mi esposo y al Doctor Wireman sus palabras
de confianza…
-Sí, bueno… pero eso no es todo, Doctora Frances… hay algo más…
Joha esperaba un chaparrón inminente. ¿Qué había salido mal?
¿Cometimos algún error? ¿Nos despedían para emplear mano de obra barata?
El señor Mitt se arrellanó en su enorme silla ejecutiva y continuó hablando:
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del universo, del conocimiento. Era como si se hubiera renovado en “él” todo,
un nuevo programa, una nueva forma de “ver” las cosas, de “pensar”.
Recordó el momento cuando aún, faltando algunas piezas para completar
su estructura, la Doctora Frances dejó caer algunas lágrimas, en unos de sus
chips integrados. El dolor y la tristeza de la mujer, cuando desea realmente ser
madre y no le es posible serlo, lo conmovió hasta lo más profundo de sus
partículas cuánticas, y descubrió el alma de su ser electrónico; entonces, su
deseo se convirtió también en su deseo. El visitante advirtió esa esperanza,
que afloraba con extrema pureza en la “mente” de "Salomón" y la guardó para
un futuro próximo.
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-Sí, y esa es la razón por la que usted debe convencer a la Doctora Frances
que acepten nuestra “humilde contribución” para la realización del complejo
científico. Es una oportunidad de oro. Energía no contaminante y casi eterna.
Los colores… ¡se imagina Señor Mitt!, a nadie se le ocurrió que los colores,
que embellecen nuestro mundo, puedan lograr más que cualquier otro invento
en el pasado. ¡Ja Ja Ja Ja! Espero su informe después de hablar con la
Doctorcita, hasta luego Señor Mitt…
-¡Hasta luego Señor!
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Desde lo alto de una pequeña colina, un hombre miraba hacia el horizonte. Aún
faltaba mucho camino por recorrer, mucho desierto, mucho sacrificio que
entregar a Dios. Las fronteras se erguían como montañas inalcanzables,
mudas e insensibles al sufrimiento y a la soledad.
-Señor, aquí tienes el manto que me encargaste hace algunos días. Lo
terminé tan rápido como pude, mi señor…
La esposa de Moisés una joven mujer, portaba en todo su cuerpo y rostro
los tatuajes ceremoniales de su tribu. Ella, fiel a su esposo, ahora le entregaba
entre sus manos un hermoso y bien elaborado manto que le había sido
encargado por el patriarca.
Moisés lo tomó con cuidado y lo examinó. Los colores exigidos por él, se
manifestaban en todo su esplendor a través de sus líneas continuas y con la
misma extensión del largo de la tela.
-Gracias mi amada esposa. Es lo que pedí. Puedes retirarte.
La combinación de colores requerido eran los correctos.
Buscó un mensajero y pidió la presencia de Josué. Él se presentó de
inmediato con un grupo de hombres pertenecientes a su tribu.
Tomó a Josué por un brazo y lo alejó de los demás.
-Josué –Dijo con voz ronca de anciano-. El manto que hoy llevaré en mis
hombros, hasta llegar a los predios de la tierra prometida, tiene una secuencia
de colores. Esa secuencia, es la que usarás, para colocar en mi báculo, las
piedras sagradas que llevo en este pequeño saco, aquí en mi cinturón. Deben
ser colocadas sólo por ti, mi querido amigo. Lo harás cuando cruces hacia la
tierra prometida y llegues a un sitio en particular, sagrado, ese sitio te será
revelado en su momento. En ese instante colocarás las piedras en su
secuencia de colores según este manto que te dejaré -también en su momento-
y lo seguirás usando para guiar al pueblo de Israel hasta su objetivo final. Mi
báculo desaparecerá. Irá a reunirse con el creador, y mi cuerpo, mi alma y mi
espíritu también lo harán. Así me ha sido pedido por Dios y así se cumplirán
sus designios.
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Abrió, y el muñeco estaba allí, donde lo había dejado. Lo tomó con impaciencia
y en el momento en que estaba por cerrar la puerta, un ruido de camiones le
hizo mirar hacia la entrada principal de la Fundación. Había llegado lo que
temía: Una invasión militar. Cerró la puerta y corrió hacia el laboratorio. A su
paso comenzó a cerrar y a asegurar todas las puertas que llevaban al
laboratorio principal. Cuando llegó le dijo a Richard que bloqueara las puertas
con los seguros electrónicos y con todo lo que consiguiera…
-Ya están aquí… cientos de camiones han entrado a las instalaciones del
complejo. Hay muchos soldados armados. Debemos apresurarnos y hacer la
combinación ahora mismo…
El muñeco de Moisés traía su manto cocido a los hombros, sin embargo sus
colores podían apreciarse correctamente.
-amarillo, verde y rojo –observó Wireman-. ¡El tercer color es el rojo!
-Sí Doctor, es el rojo. –Richard portaba una lupa y una paletita en sus
manos. Raspaba la tela para descubrir el verdadero color que estaba en la
bata-. El primer color es amarillo y el segundo claramente es el verde.
-Muy bien, ya que, ahora estamos seguros de los colores, abramos la caja
donde venía el báculo.
Entonces Johanna dijo asustada:
-Carl, la caja está en el laboratorio contiguo…
Wireman miró a Richard y a Joha, ahora debían moverse rápido, los
soldados pronto estarían a sus puertas.
"Salomón" desconectó las cerraduras y Wireman y Richard corrieron por el
pasillo que los separaba del siguiente laboratorio. Entraron y tomaron la pesada
caja para salir a un paso bastante lento del salón.
Los soldados ya habían atravesado la primera chapa de la primera puerta, y
se estaban adentrando al corredor que lleva al laboratorio principal.
-¡Vamos Carl!, ¡un poco más de fuerza, amigo, ya estamos cerca!
A Wireman le molestaba grandemente su mano herida y eso evitaba que
usara más de su fuerza en ese brazo.
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Se escuchó una explosión, disparos y gritos de soldados, cerca del área del
laboratorio donde se encontraba Joha. Wireman y Richard pudieron llegar justo
cuando unos soldados se asomaban por la parte extrema del pasillo.
"Salomón" se encargó de cerrar rápidamente las puertas de seguridad
cuando colocaron la caja en el piso de la sala. Joha la abrió velozmente y sacó
las tres piedras que iban a ser utilizadas. Sonó un gran golpe en la puerta,
nuevamente disparos, luego golpes repetidos y constantes…
El Doctor Wireman se dirigió al tablero digito métrico para colocar su dedo
pulgar, pero éste se encontraba muy deforme por la hinchazón y el escaner no
lo reconoció. Ninguno de ellos podía hacerlo, solo quedaba "Salomón"…
Una nueva explosión esparció un espeso humo en el laboratorio. Mientras
tanto, “Salomón” estudiaba todas las posibilidades de escape, y permanecía en
silencio.
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Ya no quedaba nada que hacer. Debían entregarse. Entregar todo y dejar que
el mundo se destruyera a sí mismo. No faltaba mucho para que entraran los
soldados y acabaran con los sueños y la esperanza de años. Todo estaba
realmente perdido.
-¡"Salomón" ayuda al Doctor Wireman! Necesitamos abrir la puerta del
cilindro y colocar las piedras en su lugar. ¡El báculo no debe ser encontrado!
-No puedo prestarles ayuda completamente, Doctores, estoy trabajando con
baterías muy limitadas. El cortocircuito que provoqué para detener a los
intrusos me desconectó del sistema de seguridad digito métrico. Intentaré abrir
la cerradura de otra manera con la ayuda del Doctor Richard.
-Bien "Salomón", indícame lo que hay que hacer, ¡rápido!
-Doctor Richard, coloque sus manos en el tablero y repita lo cualquier cosa
que recuerde…
-¿Cómo dices "Salomón"?
-Sí. Haga lo que le digo, repita cualquier frase que recuerde…vamos hágalo
Doctor, confíe en mí, en su creación…
-“La solución está en la fe”… “La solución está en la fe” –repitió.
El báculo giró hacia Richard y proyectó una tenue luz violeta hacia el
tablero. La puerta se abrió.
-Esperen… el báculo solo debe ser tocado por una persona con ciertas
características: fe, pureza y no me acuerdo de lo demás… –Advirtió Wireman.
Johanna se acercó a Richard que sostenía la puerta de cristal del cilindro y
le dijo:
-Yo lo haré, denme las piedras que están sobre el escritorio.
Joha tomó las piedras y enseguida el laboratorio se llenó de pólvora, humo
blanquecino y de un olor azufrado. Una nueva explosión tiró la puerta de
seguridad del laboratorio.
Una amarilla, una verde, una roja… Joha tomó el báculo y como pudo lo
levantó sobre su cabeza.
Una luz blanca, circundada por muchos colores desvaneció la totalidad de
todo lo que allí existía.
La luz inundó el espacio. Todo fue blanquecino... un calor, un sopor... El
espacio temporal se detuvo y regresó como una suave brisa...
***
El tiempo se rige de acuerdo a leyes científicas concretas e irreversibles. Para
nosotros, corre o camina de acuerdo a nuestras emociones. Esas son las
verdaderas leyes del tiempo, la ley de las emociones, de los sentimientos, del
desear, del soñar. Podemos viajar cada vez que queramos y nadie nos lo va a
impedir. Podemos ir para el pasado o para el futuro siempre que queramos,
somos libres de hacerlo, sólo debemos desearlo... con fe…
***
-Papá, papá quiero ir a esa tienda de juguetes –dijo Carl entusiasmado. Su
padre el señor Wireman era un estimado miembro de la localidad y un hombre
muy religioso. Gustaba de coleccionar piedras de distintos colores.
-Quiero ese, papá, ése me gusta…-Señalando un muñeco de la sección
bíblica de la tienda.
-¡oh mira! Es un Moisés. Nunca había visto uno así, se ve imponente y serio
con su báculo, con él guió a su pueblo por el desierto… ¿te gusta hijo? Bien, te
lo compraré… tome señor, cóbrese el juguete del niño. Cuando mi hijo crezca
será un hombre importante…
Salieron de la tienda, y padre e hijo continuaron caminando, uno al lado del
otro, por las calles de la ciudad. El sueño de Carl Wireman se había cumplido.
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FIN