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Cuando la taza se queda sin agua, entra aire por el sifón que desactiva la
cadena y produce ese sonido de gorgoteo que también nos resulta muy
familiar. El paso crucial es llenar el sifón y la gravedad hace el resto gracias a
las fuerzas cohesivas de los líquidos. Estas fuerzas aprovechan las moléculas
del agua para arrastrar todo lo que hay en la taza y dejarlo caer desde el punto
más alto del sifón.
La velocidad que lleva esa cantidad de agua activa el sifón, que empuja el agua
y los desperdicios cañería abajo. La válvula de nivel que ha estado flotando
desde que se tiró de la cadena, vuelve a su sitio cuando la cisterna se queda
sin agua. De este modo, cierra el desagüe y la cisterna vuelve a estar lista para
rellenarse. La presión del agua mantiene la válvula en su sitio hasta la próxima
vez.
Cuando la cisterna se vacía, un flotador cae hasta la base de la cisterna y
acciona una válvula de llenado. Cuando el flotador cae, la válvula se abre. La
válvula de llenado envía el agua en dos direcciones: hacia la cisterna y hacia la
taza. A medida que la cisterna se llena, el flotador se va elevando hasta que
llega un punto en el que la válvula de llenado se cierra.
De hecho, el retrete consume más del 30% de todo el agua que se usa en una
casa. Consume más que cualquier otro aparato doméstico. A lo largo de los
años, el diseño de los retretes se ha ido refinando para reducir la cantidad del
agua necesaria para un buen desagüe y para que sean más respetuosos con el
medio ambiente. En el año 1960 el retrete consumía 20 litros de agua cada vez
que se utilizaba, pero hoy en día, sólo necesita de cinco a seis litros. Dicho
avance es gracias al uso de la fuerza del efecto sifón.