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VI JORNADAS DE TRABAJO sobre HISTORIA RECIENTE

8 al 10 de agosto de 2012
Sede: Facultad de Humanidades y Ciencias de la
Universidad Nacional del Litoral
Santa Fe - República Argentina

Eje temático Problemas conceptuales y metodológicos de la Historia y la Memoria


del pasado reciente
Título del trabajo: La reconstrucción del pasado reciente desde una memoria local o
“subterránea”. El relato de un grupo de sobrevivientes del terrorismo de Estado de
Junín
Autores: Zapata Mariángeles (Maestranda en Historia y Memoria UNLP) José María
Banfi (UBA)

Términos claves: Memoria dominante – memoria subterránea – pasado reciente –


Coordinadora de Arte (COART).

Se autoriza la publicación del trabajo.

El concepto de memoria encierra en sí una pluralidad de significados, coexistente y no


siempre excluyente uno de otro. Por un lado hace referencia a la capacidad cognitiva del
ser humano para recordar y conservar ideas o hábitos, pero también refiere a un
subcampo disciplinar específico, que busca dar cuenta del proceso activo de
construcción simbólica y elaboración de sentidos sobre el pasado (Franco – Levín,
2007), lo cual lo vincula con la disciplina histórica en particular y con las ciencias
sociales en general, y le otorga el carácter de una problemática sociológica (Halbwachs,
2005 [1950]). Por otro lado, encierra una doble dimensión: tiene su origen en lo
individual pero, dado que todo individuo es un ser social y su memoria se origina en
entornos y circunstancias socio-históricas definidas, la memoria es siempre construida
socialmente, sólo puede ser pensada en términos de relaciones sociales, como una
memoria colectiva (Halbwachs, 2005 [1950]).
Toda memoria es selectiva, y en esa selección intervienen tanto el recuerdo
como el olvido, y el silencio. Sin embargo éstas son categorías relacionadas y no
opuestas, no existe la producción de memorias sin olvidos y sin silencios (Todorov,
1998; Pollak, 2006; Le Breton, 2006). Por lo tanto hay que pensarlas como categorías
permeables y porosas y no como categorías de fronteras. Este proceso de selectividad de
la memoria está atravesado por la dialéctica entre presente y pasado. Es el presente el

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que provoca la estabilidad de la memoria al resignificar e interpelar constantemente al
pasado; este último no está allí intacto, sino que es reconstruido y reelaborado desde el
presente.
La década de 1970 marcó el inicio de la sistematización del campo de estudios
de la memoria en el ámbito académico del mundo occidental, en particular en el
contexto europeo y estadounidense en íntima vinculación con las experiencias dejadas
por la Segunda Guerra Mundial, especialmente con la Shoá.
En Argentina la preocupación por pensar el pasado trazando una vinculación
entre historia y memoria comenzó a partir de los primeros años de la década de 1980,
durante la transición democrática, en relación con la experiencia del terrorismo de
Estado perpetrado por la última dictadura militar.
De esta manera, desde el regreso de la democracia a fines de 1983, hasta la
actualidad se presentaron y coexistieron diferentes modos de resignificar el pasado, y de
construir o legitimar ciertas políticas de la memoria, impulsadas ya sea por el propio
Estado, por actores sociales vinculados a los organismos de Derechos Humanos, o por
quienes continuaron defendiendo el accionar de los militares durante el período 1976-
1983. Esto permite entender a la memoria como un campo de disputa entre diferentes
agentes que lucharon y luchan por imponer su relato en el espacio público (Pollak,
2006). A lo largo de estos últimos veintiocho años sus voces se erigieron en relatos que,
dependiendo de la coyuntura socio-política, pueden ser analizados ya sea como
memorias oficiales, subterráneas o denegadas.
Michel Pollak utiliza y homologa la categoría de memoria oficial, a la noción de
memoria nacional o dominante, y las define como “memorias encuadradas”, sostenidas
e impuestas por los sectores sociales dominantes mediante un proceso de estatización de
un determinado discurso o relato, con el fin de “mantener la cohesión interna y defender
las fronteras de aquello que un grupo tiene en común” (Pollak, 2006: 25). Frente a estas
memorias, y en oposición a ellas, el autor plantea la existencia de las “memorias
subterráneas” que son aquellos relatos subyacentes, sostenidos por grupos sociales
minoritarios o excluidos que ponen en cuestionamiento a la memoria dominante. “Esas
memorias subterráneas prosiguen su trabajo de subversión en el silencio y de manera
casi imperceptible afloran en momentos de crisis a través de sobresaltos bruscos y
exacerbados” (Pollak, 2006: 18).
Ludmila Da Silva Catela (2009), en un trabajo reciente en el cual analiza la
construcción de la memoria en la Argentina en torno a los sentidos otorgados a la

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violencia política de los años setenta, distingue y establece una relación entre tres tipos
de relatos: las memorias dominantes y cortas, que se construyen a partir de un proceso
de estatización y restringen los recuerdos a la violencia al golpe de Estado de 1976; las
memorias subterráneas y largas, sostenidas por grupos locales del interior del país, que
no anclan en la dictadura, sino que se remontan a otras etapas más lejanas, trazando una
continuidad entre la represión dictatorial y la violencia largamente ejercida por las elites
locales; y por último, las memorias denegadas, aquellas sostenidas por quienes se
oponen a las memorias dominantes y pretenden incorporar sus memorias al relato
nacional.
Retomando las categorías analíticas mencionadas de Pollak (2006) y Da Silva
(2009), y partiendo de una descripción de cada una de las etapas por las cuales ha
atravesado la construcción de la memoria de la última dictadura en Argentina, en este
trabajo analizaremos un relato local sobre el pasado dictatorial, sostenido por un grupo
de sobrevivientes del terrorismo de Estado de la ciudad del noroeste bonaerense de
Junín. Estas personas se hallaban vinculadas entre sí por pertenecer a una asociación
artística local denominada COART (Coordinadora de Arte), o mantener relaciones de
amistad o parentesco con algunos de sus miembros. Intentaremos mostrar que este
relato resignifica el pasado reciente de acuerdo a la trayectoria y vivencia personal de
los propios actores sociales que lo sostienen, y le confiere a la dictadura límites
temporales porosos y flexibles que van más allá de su duración histórica concreta, por
lo cual, ante la existencia de una memoria dominante y estatizada que concibe a 1976
como punto de ruptura, su relato puede ser concebido analíticamente a modo de
memoria subterránea.

Historia de la memoria en Argentina. Los diferentes relatos en torno a la última


dictadura militar.

Con el regreso de la democracia, la conformación de la Comisión Nacional sobre


la Desaparición de Personas (CONADEP) y la concreción del juicio a las cúpulas de las
Fuerzas Armadas y de las organizaciones armadas instituyeron una memoria anclada en
lo jurídico, cuyo fin último era consolidar en el futuro los valores y prácticas de una
sociedad democrática. El libro Nunca Más, a través del cual se difundió toda la
investigación llevada a cabo por la Conadep, hizo eco de este anhelo y se constituyó en
expresión de repudio a las prácticas terroristas del pasado reciente, explícitamente al

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terrorismo de Estado perpetrado por la dictadura, pero también de modo implícito
impugnaba el accionar de los grupos armados en la etapa previa al golpe de Estado de
1976 (Vezzetti, 2002). Asimismo se convirtió en una consigna: Nunca Más a tanto
horror, Nunca Más se debería repetir en la historia esa tragedia, y para que esa
repetición no se diera, era necesario recordar, con lo cual, el Nunca Más actuaba
también a modo de “memoria ejemplar” (Todorov, 1998). Tanto el Nunca Más como el
juicio a las Juntas militares y a los cabecillas de los grupos armados se convirtieron en
el sostén de la memoria hegemónica del período, basada en la impugnación a todo tipo
de violencia, y reflejada popularmente en la teoría de los dos demonios. Esta última
postulaba la imagen de un enfrentamiento bélico, entre dos extremos políticos: la
derecha y la izquierda, al interior del país en el medio del cual la sociedad civil aparecía
como una víctima pasiva e inocente; se silenciaba y encubría así el apoyo y la
legitimidad que amplios y diversos sectores sociales otorgaron a la dictadura en su
momento. Este manto de inocencia cubría también a las víctimas del terrorismo de
Estado, particularmente a los desaparecidos, quienes fueron despolitizados, es decir, su
identidad político-ideológica y militante fue obviada o negada, tanto por el Nunca Más
como durante los juicios. Como corolario de ello, como sostiene Vezzetti (2002), esta
imagen de inocencia contribuyó a forjar una identificación con los afectados de la
dictadura en razones que eran más emocionales que políticas.
El relato hegemónico basado en la teoría de los dos demonios y en la inocencia
y victimización de la sociedad, se impuso públicamente a partir de diferentes medios:
televisivos – la transmisión del juicio oral y público a las Juntas – cinematográficos –
las películas “La Historia Oficial” y “La noche de los lápices” –, entre otros, los
cuales actuaron a modo de vehículos transmisores de una determinada memoria oficial.
Los medios de comunicación instituyeron y difundieron también una imagen del
“horror” generado por la dictadura, mostrando la apertura de fosas comunes donde se
encontraban cadáveres NN, publicando y dando a conocer testimonios e historias de la
represión con tonos melodramáticos y relatados siempre en tercera persona, como si se
tratara de un drama individual, ajeno a la sociedad. Esto justifica la afirmación de
Cerruti (2001), quien sostiene que en esta etapa de la memoria social sobre la dictadura,
“los pensamientos y las ideas fueron reemplazados por consignas, y al duelo se le
anticipó la fetichización”. (pp.18)
Durante los primeros años de la transición democrática esta memoria
hegemónica convivió con otras subterráneas, o silenciadas, como la sostenida por los

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militares o sus allegados, quienes continuaban defendiendo el relato basado en la
“guerra sucia”, que amparaba la represión perpetrada durante la etapa dictatorial, y
justificaba la necesidad de cerrar el pasado. En las antípodas de esta postura, comenzó a
emerger otro relato, sostenido e impulsado principalmente por las Madres de Plaza de
Mayo, quienes fueron tomando una posición cada vez más radical frente al gobierno, a
la par que comenzaron a defender públicamente una identidad hasta entonces negada o
invisibilizada de la figura de las víctimas y desaparecidos: su perfil político y militante.
Entre fines de 1986 y mediados de 1995 la confluencia de una serie de
levantamientos militares y de decisiones tomadas desde la esfera estatal, en medio de un
contexto de crisis económica y desestabilización política, contribuyeron a forjar una
nueva etapa en la construcción de la memoria social sobre la dictadura, basada en una
política de reconciliación nacional anclada en el postulado de olvido y superación del
pasado reciente.
Al levantamiento “carapintada”, liderado por el teniente coronel Aldo Rico, en
semana santa de 1987, continuaron en los años siguientes tres levantamientos militares
más y un ataque guerrillero al cuartel de La Tablada, llevado a cabo por un grupo de
militantes de izquierda. La respuesta del gobierno ante el primer levantamiento militar
fue la sanción de la Ley de Obediencia Debida que eximía a los militares por debajo del
grado de coronel de la responsabilidad de los delitos cometidos bajo mandato castrense,
por haber actuado en virtud de una obediencia debida. La aprobación de esta ley
reforzaba la Ley de Punto Final sancionada anteriormente, la cual establecía un plazo de
caducidad en las causas judiciales de los militares implicados en la represión dictatorial.
Estos hechos, acaecidos en el marco de una hiperinflación económica y
debilitamiento político, reavivaron en la sociedad civil el clima de temor y sentaron en
la conciencia social colectiva la necesidad de una reconciliación con el pasado,
postergando toda política estatal de búsqueda de justicia. Esta amnesia colectiva fue
reforzada con la promulgación de los indultos a los militares y jefes de la guerrilla,
impulsada por el presidente Menem, poco tiempo después de haber asumido el cargo.
Esta nueva forma “oficial” de mirar al pasado permitió la emergencia de voces
reivindicativas de los sectores militares las cuales durante la etapa anterior, si bien se
habían dejado oír, carecieron de legitimidad ante la eclosión de la memoria social
anclada en lo judicial.
Quienes no sucumbieron ante este “eclipse relativo de la memoria” (Vezzetti,
2004), fueron los grupos de Derechos Humanos los cuales, repudiando tanto los

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indultos como las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, continuaron su lucha
exigiendo verdad y justicia. Durante este período su poder de convocatoria decreció
notablemente, por lo cual sus memorias ya no encontraron asidero en la vida pública,
convirtiéndose más bien en memorias subterráneas.
De manera dialéctica, en el contexto de esta política oficial de la memoria
basada en la “reconciliación nacional” y como respuesta a ella, el año 1995 abrió un
clivaje en la forma de resignificar el pasado reciente, dando paso a la consolidación de
una nueva memoria colectiva hegemónica basada en la impugnación pública de la
dictadura y en el pedido de verdad y justicia por parte de los afectados o familiares de
víctimas de la represión. Esto permitió la apertura de una nueva etapa caracterizada por
una cierta inflación conceptual de la “memoria” que naturalizaría la asociación de este
concepto con la etapa dictatorial y lo tornaría un lugar común en el imaginario social
colectivo. Este “boom de la memoria” (Cerruti, 2001) dio paso a una recuperación
pública, política y jurídica de la memoria del pasado reciente pero anclada en otros
parámetros discursivos y basada en una resignificación del pasado muy diferente a la
que imperó durante los años de la transición democrática.
En 1995, las confesiones del capitán Scilingo sobre los vuelos de la muerte,
junto a la autocrítica del General Balza, reconociendo la represión durante la dictadura,
marcaron un punto de inflexión dentro del discurso sostenido por las propias Fuerzas
Armadas y rompieron el pacto de silencio que los miembros de éstas habían forjado. Al
mismo tiempo muchos jóvenes, hijos de padres perseguidos, exiliados o desaparecidos
por la dictadura se unieron y conformaron la agrupación H.I.J.O.S (Hijos por la
Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio). Más allá de ciertas discrepancias,
ellos comenzaron a compartir con Madres de Plaza de Mayo la defensa de la identidad
militante y política de sus padres así como el tono combativo de la protesta, lo cual se
manifestó en la práctica de los “escraches” a represores como forma de denuncia
pública y de construcción social de un deber de memoria. Estos hechos coincidieron con
el vigésimo aniversario del golpe de Estado. El 24 de marzo de 1996 encontró a las
Madres de Plaza de Mayo (Línea Fundadora), junto con los miembros de la
organización H.I.J.O.S y de otros grupos de Derechos Humanos, acompañados por
amplios sectores de la sociedad civil, en una marcha multitudinaria, bajo el lema y el
pedido de “Memoria, Verdad y Justicia”.
Los medios de comunicación hicieron eco de estos relatos y comenzaron a
difundir un discurso condenatorio de las prácticas represivas. A ello contribuyó también

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una amplia producción de Films, documentales, libros y monumentos, que a la vez que
denunciaban la práctica del terrorismo de Estado recuperaban, a través de testimonios
de sobrevivientes y familiares de desaparecidos, la identidad militante de las víctimas de
la represión. La recuperación de la militancia de las víctimas incluía una relectura de los
años inmediatamente anteriores al golpe de Estado, una reivindicación de los proyectos
políticos y revolucionarios de los grupos armados de fines de los años sesenta y
principios de los setenta, en los cuales habían participado muchos de ellos.
Ante este panorama de demanda social, la justicia se vio impelida a reabrir
causas contra los represores y dar respuestas a los familiares de desaparecidos, para
esclarecer las condiciones de sus secuestros y muertes e indagar sobre el paradero de sus
hijos nacidos en cautiverio. En esta línea se inscribieron los “Juicios por la Verdad”,
que posibilitaban el derecho de los familiares de conocer la suerte corrida por los
desparecidos, más allá de la imposibilidad de llevar a cabo cualquier acción punitiva
contra los represores, quienes se encontraban amparados por la vigencia de las leyes de
Obediencia Debida y por los indultos. Las Abuelas de Plaza de Mayo, por su parte,
impulsaron la búsqueda de los hijos de desparecidos secuestrados junto a sus padres o
nacidos en los campos de detención y entregados en adopción de manera ilegal. Dado
que estos delitos no estaban amparados por las leyes que impedían la acción legal contra
los represores, los juicios por la apropiación de niños permitieron llevar a varios
militares nuevamente a prisión. Incluso fue a partir de una causa por sustracción de
menores que el juez Cavallo dictó, en marzo de 2001, la primera nulidad de las leyes de
Punto Final y Obediencia Debida, al concebir jurídicamente a este delito como
“crímenes de lesa humanidad”, y por lo tanto no prescriptivos en el tiempo ni
susceptibles de ser amparados por leyes de amnistía.
Paralelamente, desde mediados de los años noventa las demandas de justicia
traspasaron las fronteras de Argentina cuando gobiernos y jueces de otros países,
contando con el apoyo de los organismos de derechos humanos, abrieron causas contra
los represores argentinos, exigiendo en muchas ocasiones la deportación de los
involucrados para ser juzgados en el extranjero, pedido al que tanto el entonces
presidente Menem como su sucesor De la Rúa respondieron siempre negativamente.
Tanto esta apertura de causas en el extranjero como la amplia difusión que
cobraron los relatos de sobrevivientes y familiares de víctimas del terrorismo de Estado,
junto a la extensa producción fílmica y literaria, cimentaron en la cultura occidental una
“internalización de la memoria” de la dictadura (Vezzetti, 2004). Incluso a partir de este

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boom de la memoria, el término “desaparecidos” cobró tanta significancia que, además
de pronunciarse en castellano a nivel mundial, el propio Estado argentino lo instituyó
para designar una categoría de personas diferentes.
El vigor que cobró el discurso condenatorio de la dictadura permitió también
comenzar a indagar en la relación entre Estado y sociedad civil durante la etapa
dictatorial, para dar cuenta del consenso y legitimación que amplios sectores del
espectro social otorgaron al proyecto militar. En este sentido, desde el ámbito
académico y periodístico, comenzaron a llevarse a cabo investigaciones sobre el rol
jugado por la Iglesia, la prensa, los intelectuales y partidos políticos durante el período
1976-1983. Simultáneamente, desde fines de los años noventa, se comenzaron a instituir
ciertos “lugares de la memoria” – monumentos, archivos, placas en los centros
clandestinos de detención – como espacios destinados a preservar “material, simbólica y
funcionalmente” la memoria de la represión, con el objeto de “bloquear el trabajo del
olvido” (Nora, 1993) para que experiencias como esas no vuelvan a repetirse. Ejemplo
de ello fueron la creación del Museo de la Memoria en Rosario y la Comisión
Provincial por la Memoria en La Plata.
No obstante la fuerza que tomara en el espacio público el relato impugnador de
la dictadura, ciertos acontecimientos, como por ejemplo la elección de Domingo Bussi -
una figura implicada en el Operativo Independencia y en la represión dictatorial - como
gobernador de Tucumán en 1995, y el apoyo que un grupo minoritario de personas
brindaron públicamente a Videla, al congregarse frente a su domicilio en marzo de
2001, demostraron que las voces condescendientes con la dictadura aún se dejaban oír,
aunque de modo subyacente.
A partir de la asunción de Néstor Kichner a la presidencia, en 2003, el relato
condenatorio de la dictadura fue asumido como propio por el Estado. Diferentes
medidas tomadas desde el poder ejecutivo y judicial, como la derogación del decreto
presidencial firmado por el ex presidente De la Rúa que impedía la extradición de
militares para ser juzgados en el extranjero, la anulación de las leyes de perdón,
Obediencia Debida y Punto Final, cimentaron la construcción de una memoria oficial
impugnadora del pasado dictatorial. Asimismo el apoyo que el gobierno obtuvo por
parte de los organismos de Derechos Humanos y los actos simbólicos en repudio del
terrorismo de Estado que llevaron a cabo conjuntamente, forjaron en la esfera pública la
hegemonía de esa memoria. Ello fue acompañado de una relectura oficial del pasado
que excedía los límites temporales del período dictatorial, y se sustentaba en una

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reivindicación de la militancia setentista, lo cual generó diversos debates sobre el
accionar ético-político de los grupos armados en el período previo al golpe de Estado.
Desde la esfera oficial, con la implementación de ciertas políticas de Estado, se buscó
generar un recuerdo aleccionador a partir de la experiencia traumática que significó la
última dictadura, con el fin de crear una conciencia colectiva y, a modo de “lucha contra
el olvido” (Jelin, 2000), impedir la repetición de una experiencia similar en el futuro. En
este sentido se crearon específicamente lugares de la memoria, espacios reales o
simbólicos de cristalización y sacralización de la memoria (Nora, 1984), como
vehículos de transmisión de la misma: apertura da archivos militares de la dictadura,
reconstrucción de la ESMA como espacio de homenaje a las víctimas de la represión,
incorporación de la historia reciente a los diseños curriculares del sistema educativos;
desde una esfera simbólica, también se pueden contar las conmemoraciones, actos y
aniversarios en homenaje a las víctimas y en repudio al golpe y a los victimarios, así
como las causas judiciales contra represores. Ejemplo de ello fueron la designación de
Eduardo Luis Duhalde – un referente de la lucha contra la dictadura – como Secretario
de Derechos Humanos, las indemnizaciones y medidas de reparación para víctimas, la
retirada del Colegio Militar de la Nación de los retratos de Videla y Galtieri, la
institucionalización del 24 de marzo como “Día Nacional por la Memoria, la Verdad y
la Justicia” como un feriado nacional inamovible, así como los multitudinarios y
múltiples actos conmemorativos a los 30 años del golpe en marzo de 2006. La
importancia que revistieron estos últimos demuestran que “las fechas y aniversarios son
coyunturas de activación de la memoria” (Jelin, 2000: 11).
Como sostiene Nora (1984) esto se da en una coyuntura histórica en la que “la
conciencia de la ruptura con el pasado se confunde con el sentimiento de una memoria
desgarrada, pero en el que el desgarramiento despierta aún bastante memoria para que
pueda plantearse el problema de su encarnación”.
Esta forma de resignificar el pasado y construir un relato sobre el mismo es la
que continúa en el presente, plasmada como una memoria hegemónica y oficial. La
fuerza que tiene en la esfera pública el discurso condenatorio de las prácticas del
terrorismo de Estado, ha llevado a que quienes continúan legitimando el accionar
dictatorial sean considerados como políticamente incorrectos, y por lo tanto sus relatos,
si bien encuentran ecos en ciertos ámbitos sociales reducidos, actúan a modo de
memorias denegadas (Da Silva Catela, 2009).

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La “memoria subterránea” de un grupo de sobrevivientes del terrorismo de
Estado de la ciudad de Junín. El caso de los integrantes de COART.

Junín está ubicada en el noroeste bonaerense. En los años setenta era sede de la
Subzona 13 del Ejército – que incluía a 25 partidos del norte y noroeste de la provincia
– y del Comando de Artillería 101; contaba con una amplia densidad de población –
alrededor de los setenta mil habitantes – en comparación con el resto de las ciudades y
pueblos de la región y poseía una fuerte tradición sindical, dada la relevancia en
términos cuanti y cualitativos de los talleres ferroviarios, los cuales contaban con un
número significativo de empleados y operarios – alrededor de 5.000 – dotados de un
fuerte poder de sindicalización. Durante prácticamente todo el período dictatorial el
gobierno municipal estuvo a cargo de Antonio Sahaspé, un capitán retirado del Ejército,
quien se mantuvo como intendente hasta junio de 1982.
En la madrugada del 24 de enero de 1977 un grupo de tareas integrado por
militares dependientes del Comando de Artillería 101 y respaldado por policías y
paramilitares, secuestró a once ciudadanos juninenses entre los que se contaban siete
representantes de los movimientos artísticos nucleados en una Coordinadora de Arte
(COART), y otras cuatro personas que mantenían vínculos de amistad con el grupo. Fue
el único secuestro masivo que se produjo en la ciudad durante la dictadura.

La historia de COART

La Coordinadora de Arte local – COART – surgió a mediados de 1966, con el


fin de nuclear a todas las disciplinas artísticas locales y organizar mancomunadamente
el quehacer cultural en la sociedad juninense. Así, se incorporaron a COART grupos
teatrales, musicales, escritores, titiriteros, poetas, fotógrafos, pintorees y escultores del
ámbito local. Al carecer el municipio de una Secretaría o Dirección de Cultura, los
integrantes de COART (la mayoría de ellos militantes y simpatizantes del MID) fueron
designados por el entonces Intendente municipal para organizar el quehacer cultural en
la comuna, tarea que desempeñaron entre 1966 y 1973. Todos ellos eran personas
mayores de veinticinco años, la mayoría de profesión liberal – abogados, docentes,
empleados de servicios públicos y privados – en ejercicio de actividades, y algunos de
ellos también padres o madres de familia. A pesar del clima de censura que predominó
durante el “onganiato” (Avellaneda, 1986), los miembros de COART pudieron

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representar en las instalaciones del teatro municipal “La Ranchería”, que ellos
administraban amparados por un decreto municipal, una serie de obras teatrales de
autores como Eduardo “Tato” Pavlovsky, Griselda Gambaro y Carlos Gorostiza, entre
otros que, inscriptas en el cruce entre neovanguardismo y realismo reflexivo (Pelleteri,
1989 y 2003), constituían una crítica velada al régimen. Cabe aclarar que si bien hacia
fines de los años sesenta el gobierno municipal creó la Dirección de Cultura, COART
siguió manteniendo su posición hegemónica en el campo cultural juninense.
El movimiento artístico desplegado por COART fue prolífico hasta mediados de
1973, cuando ante la asunción del intendente Venini – FREJULI – asumió la Dirección
de Cultura Municipal una profesora de música allegada al ala derecha del peronismo,
quien comenzó a centralizar la administración y gestión del ámbito cultural,
desplazando paulatinamente del mismo a los integrantes de la Coordinadora.
Al mismo tiempo, desde la asunción del gobierno del FREJULI, en mayo de
1973, fueron cobrando importancia grupos de jóvenes militantes que, nucleados en la
Juventud Sindical Peronista – JSP – comenzaron a desarrollar un accionar violento,
convirtiendo a COART en su blanco predilecto.
El 27 de julio de 1973, miembros de la JSP – cuyo líder además era el hijo de la
Directora de Cultura – interrumpieron, portando armas, un espectáculo poético musical
que estaba llevando a cabo COART en las instalaciones de “La Ranchería”, aduciendo
que se trataba de un espectáculo de corte marxista. El propio líder de la JSP lo
formulaba en los siguientes términos:

“Los motivos que nos impulsaron a tomar dicha determinación fueron los siguientes:
1°) El cometido del recital no cumplía ninguna función social o cultural acorde al
momento en que vive el país que es de unidad y reconstrucción nacional.
2°) El contenido de las canciones era de protesta y de corte marxista. Creemos que la
protesta no cabe porque desde el 11 de marzo nuestro pueblo es gobierno y no podemos
aceptar ideologías extrañas confabuladas con la sinarquía internacional ajenas a nuestras
tradiciones y religión.”1

1
Carta de la Juventud Sindical Peronista enviada al diario local “La Verdad” , publicada bajo el título
“Los sucesos ocurridos en la Ranchería”, “La Verdad” 29/07/1973.
Un informe detallado sobre este acontecimiento se encuentra a su vez en un memorando de la DIPBA del
31/07/73. Archivo de la Comisión Provincial por la Memoria.

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A esta embestida se sumó la emisión de panfletos amenazantes que, entregados en
manos a los transeúntes de las principales calles de la ciudad por parte de los militantes
de la JSP, acusaban a muchos ciudadanos locales –entre los que se cuentan varios
miembros de COART – de pertenecer a agrupaciones trotzco-marxistas.2 Asimismo, de
los informes de la DIPBA, se desprende que estos integrantes de COART estaban
también siendo blanco de investigación de esta agencia estatal, debido a los incidentes
antes mencionados con los miembros de la JSP.
Estas intimidaciones, junto a la mayor centralización del ámbito artístico en la
figura de la Directora de Cultura, sesgaron paulatinamente a COART del rol que había
desempeñado como articulador y gestor de las actividades artísticas en la década
anterior, y abrieron el camino para la implantación de la política represiva perpetuada a
partir del golpe de Estado de 1976.
Ni la confrontación pública de los miembros COART con algunos de los
funcionarios del gobierno local durante el tercer peronismo, ni las estrechas relaciones
que habían mantenido con los gobiernos de facto del período anterior, pudieron evitar el
secuestro y desaparición temporaria de los principales miembros de la institución, en
enero de 1977.
A pesar del reconocimiento del que gozaban estas personas en una comunidad
de medianas dimensiones, como era Junín en ese entonces, por el término de una
semana, ninguno de los diarios locales dio cuenta de dichas desapariciones. Recién el
1° de febrero apareció en uno de los matutinos locales un comunicado oficial del
Comando de la Subzona 13, dando a conocer la nómina de detenidos. Dicho
comunicado se expresaba en los siguientes términos3:

“1° Luego de profundas investigaciones y gracias a la colaboración espontánea de la


población, ha sido posible detectar en la ciudad de Junín una organización de extrema
izquierda relacionada con la banda de delincuentes subversivos autodenominada ERP.”

2° La mencionada organización utilizando los nombres de diversas asociaciones


culturales: música, arte, poesía, teatro, etc. encubría su actividad de proselitismo y
adoctrinamiento agrupándose por rama cultural.

2
Memorando DIPBA N° 917 08/11/1973. Archivo de la Comisión Provincial por la Memoria
3
Diario “La Verdad” 1 de febrero de 1977.

12
3° Para el trabajo en superficie utilizaron como instrumento abierto a una organización
política de orden nacional, el MID, a fin de pasar desapercibidos en sus verdaderas
funciones.”

A continuación, el comunicado enunciaba con nombre, apellido y cédula de identidad a


todas aquellos individuos que “formaban parte de la organización subversiva”,
adjudicándoles toda una serie de hechos delictivos. En la lista de detenidos, aparecían
además de los once ciudadanos secuestrados durante la madrugada del 24 de enero, el
nombre de tres personas más, que fueron interceptadas en los días posteriormente
inmediatos a esa fecha. Entre esas tres personas, vinculadas también a COART por
lazos de amistad, cobra importancia la figura de Benito Gorgonio de Miguel, oriundo de
Junín pero con residencia en Buenos Aires, quien en ese momento era el referente
provincial del MID y a su vez había sido recientemente nombrado Gerente General de
Racing Club de Avellaneda. La figura de De Miguel es vital para entender el devenir de
los miembros de COART.
Él fue secuestrado en el mediodía del 25 de enero; sin embargo, alertado por la
esposa de uno de los detenidos, recorrió en esa mañana las principales instituciones de
la ciudad – desde los cuarteles hasta la municipalidad, pasando inclusive por el Club
Social – con el objetivo de que alguna de las autoridades pudiera dar cuenta de lo
sucedido la noche anterior con sus amigos. Cuando lo secuestraron, lo trasladaron a la
que es hoy la Unidad Penitenciaria N°13, que en ese momento aún estaba en
construcción, y servía, al igual que la Comisaría 1° de centro clandestino de detención.
Allí se encontró con el resto de los detenidos la noche anterior.
El secuestro de esta persona marcó un punto de inflexión en el operativo del
régimen local. La siguiente cita amerita su extensión dada la relevancia del testimonio
en primera persona, el cual fue cotejado con otros testimonios de sobrevivientes, no
habiéndose encontrado mayores discrepancias entre ellos.

“Yo no estaba de ninguna manera en los planes del operativo de los secuestros, tal es así
que ni ellos mismos tenían idea de que mi detención eliminaba el secreto de que la
operación quedara confinada al cerco informativo del Comando de la Subzona 13. Lo
de la Gerencia General de Racing, aunque parezca exagerado, me daba en ese momento
un grado de cierta notoriedad, porque la presidencia de Rodríguez Larreta había iniciado
un camino espectacular en términos de adquisiciones futbolísticas y Racing estaba en la

13
plana mayor de todos los diarios y al mismo tiempo se trataba de una institución con
una enorme legión de simpatizantes social, económica y políticamente muy importante.
Además yo estaba dentro, por así decirlo del estado mayor nacional desarrollista, lo que
motivó la intervención directa de Frondizi. Mi hermano viajó a Buenos Aires y a las
pocas horas, Don Arturo tomó conocimiento e inmediatamente habló con Suárez
Mason, Jefe del Primer Cuerpo con jurisdicción en la Subzona 13. Estas Subzonas
actuaban de forma autónoma [...] La intervención de Frondzi y Suárez Mason dio lugar
al envío de una auditoría a la unidad militar de Junín, con un teniente que, si no me
equivoco, se llamaba Herrero y que determinó el carácter irresponsable del
operativo”.4

A los diez días aproximadamente de la emisión del comunicado, los catorce


secuestrados de la ciudad fueron puestos a disposición del Poder Ejecutivo.5 Esto lleva
a pensar que la detención de De Miguel y la inmediata intervención de Frondizi fueron
los hechos que posibilitaron la legalización de la situación de los secuestrados. De otra
manera resulta incomprensible que, habiéndoles endilgado a estas personas, la
pertenencia al ERP, y la responsabilidad de una serie de atentados en la localidad,
demostrando su alta peligrosidad para la familia juninense; a los pocos días, los hayan
puesto a disposición del PEN.
Luego de una semana de torturas y suplicios en la mencionada U.P 13, estas
personas fueron trasladadas a la Comisaría 1°. Esta también debe figurar como un
centro clandestino de detención, pues aún no se había legalizado la situación de los
secuestrados.
El blanqueamiento de dicha situación no impidió, sin embargo que acabaran los
traslados con sus consecuentes correlatos de tortura e interrogatorios; muy por el
contrario, una vez legalizados, los detenidos fueron trasladados a la Unidad
Penitenciaria Nº 3 de San Nicolás, y luego a la Unidad Penal9 de La Plata. Por último,
fueron recuperando su libertad por tandas. La mayoría en un lapso no superior a los
cuatro meses, y otros casi un año después.
El año 1977 marcó el punto de inflexión definitivo en la vida de COART. Los
testimonios de los propios sobrevivientes dan cuenta de la situación de desamparo en la
que se encontraron una vez devueltos a la libertad. El silencio cómplice que había

4
Benito Gorgonio de Miguel. Testimonio extraído del libro “El orden de las Tumbas” del autor local
Héctor Pellizi, Ed. Las tres lagunas, Junín, 2007, pp 234. El subrayado es nuestro.
5
“La Verdad” 12 de febrero de 1977.

14
mostrado la sociedad ante su desaparición, pasó a convertirse en marginación; la mayor
parte de los integrantes del grupo se encontró sin trabajo, y despojados de sus bienes
materiales, merced al saqueo de sus propiedades por parte de los militares. Esta
situación, junto al trauma psicológico producto de las torturas y vejaciones que vivieron
durante el período de secuestro y detención, erosionaron la posibilidad de poder
reencauzar las actividades artísticas en el corto plazo, lo cual conllevó a la disolución
definitiva de COART.
Sólo tiempo después, hacia 1987, algunos de sus miembros intentaron volver a
conformar un movimiento artístico, a partir de la creación del grupo “Juglares”, sin
embargo las condiciones en las que se desarrolló este grupo distó mucho de las que
habían caracterizado a COART. En primer lugar, la adhesión con la que contó por parte
de los grupos artísticos fue prácticamente efímera, sólo unos pocos ex -integrantes de la
Coordinadora se plegaron a esta nueva agrupación, la cual se limitó a la programación
de “Café Concert” y a organizar esporádicas obras teatrales; en segundo lugar, el
problema mayor provino de que ya no tenían un lugar físico en el cual poder realizar
estas actividades; la carencia de un local o sala teatral, los llevó a tomar como lugar de
reunión la propia casa de uno de sus impulsores; esto determinó que la capacidad
espacial del lugar fuera sumamente reducida lo que condicionó de antemano la cantidad
de público presente.

La “memoria subterránea” de los integrantes de COART

La memoria dominante y hegemónica actual, sostenida desde el Estado, impugna al


terrorismo de Estado perpetuado por la última dictadura, y reivindica la militancia
revolucionaria de los años setenta, pero omite abrir franca y ampliamente el debate
sobre las responsabilidades estatales, civiles y militares en las acciones de violencia y
desapariciones previas al golpe de Estado de 1976. Para ella 1976 marca un punto de
inflexión, un corte abrupto con el pasado. Contrariamente a ella, aunque compartiendo
la misma impugnación hacia las prácticas terroristas impuestas por la dictadura, el relato
que sostienen los integrantes de COART secuestrados y desaparecidos temporariamente
en 1977, no reconoce al golpe de Estado de 1976 como un corte abrupto con el pasado,
sino como la continuidad de un proceso represivo que para ellos comenzó en 1973.
Esta memoria local o subterránea, discute también con la historiografía nacional
sobre el período. El relato nacional ha considerado al retorno de Perón – y

15
concretamente al episodio de Ezeiza del 20 de junio de 1973 – como la fecha a partir de
la cual “los jefes sindicales encabezaron la ofensiva contra la juventud combativa” (De
Riz, 2000: 140) y por lo tanto, la brevedad del gobierno de Cámpora ha sido definida
por antonomasia, como “la primavera camporista”
Los sobrevivientes pertenecientes a COART, a través de sus testimonios
vinculan la experiencia de su secuestro y desaparición de 1977 con la persecución de la
que fueron objeto en 1973, durante el gobierno camporista, y reconocen entre sus
torturadores a algunos de los miembros de la Juventud Sindical Peronista que actuó en
Junín durante ese último año.
El siguiente testimonio da cuenta de la continuidad que ellos trazan entre lo acontecido
a partir de 1973, con la represión abierta a partir del golpe de Estado.

“Febrero de 1977 fue el telón que nos acabó a todos...una historia violenta que
arranca el día que se hace razzia en el Teatro de la Ranchería [en 1973]...esos
tilingos después nos entregaron a los milicos...se tomaron revancha...”6

Algo parecido aparece en el testimonio de otro de los miembros de COART cuando se


le pregunta si dentro de su experiencia personal ocurrió algún hecho particular que
pueda ser considerado como un resumen de la época del Proceso, a lo cual el
entrevistado respondió:

“Podría ser la intolerancia hacia los artistas, por ejemplo hacia la cultura.
Nosotros habíamos hecho un espectáculo musical-poético [en julio de 1973], y
llega una patota de esas que estaban en Junín [...] interrumpe el espectáculo y
nos trata de comunistas, de bolches [...] y ese fue el tono de una época
intolerante […] uno se sentía vigilado, controlado. ”7

A partir de los testimonios de estos sobrevivientes se puede dilucidar que en


gran parte la represión de la que fueron objetos a partir de 1977, respondía a las
actividades culturales desarrolladas tiempo atrás por COART, y a las cuales todos los
detenidos estaban directa o indirectamente vinculados:

6
Testimonio de Imelde Sans de Peris. Poeta miembro de COART. Entrevistada por los autores en el mes
de septiembre de 2006 y en septiembre de 2008.
7
Testimonio de Rubén Américo Liggera. Escritor y cantautor miembro de COART. Entrevistado por los
autores en el mes de septiembre de 2006.

16
“Me decían que la música, la cultura, el cantar, el que hacía teatro... bueno, todo lo que
fuera cultura estaba mal visto. Que era subversión” 8

“A mí me decían: ‘Así que tocás el pianito’ y me golpeaban ferozmente, me hicieron


un desastre en mi mano izquierda. Hoy, a raíz de eso hay algunas obras que no puedo
tocar por dificultades técnicas...”9

El siguiente y último testimonio, en sintonía con los anteriores, muestra cómo ellos
asocian la violencia represiva con los primeros años de la década de 1970, y la
continuidad que ven, para el caso juninense entre la asunción del FREJULI y los grupos
nacionalistas o “peronistas de derecha” y el accionar llevado a cabo por los militares a
partir de 1976.

“La violencia por parte de esta gente [los grupos nacionalistas] era moneda común
hacia la década del setenta, provocaban siempre… cuando gana el FREJULI ganan
poder…entraban en los cuarteles como panchos por su casa… todos los sabíamos…
sabíamos que nos seguían… eso era muy bravo… por alguna filtración familiar que
trabajaba en los servicios nos enteramos que nos estaban haciendo una ambientada, es
decir, una investigación que hacían los servicios para ver con quién andabas, qué hacías,
dónde vivías…..esto confirma cómo actuó la feroz la dictadura.”10

Estos testimonios, dan cuenta de un relato local y subterráneo que, aunque comparte con
el relato oficial la impugnación a la dictadura, a diferencia de éste no le confiere límites
precisos, sino que la concibe como una continuidad de la violencia perpetrada a partir
de la asunción del FREJULI al poder, en mayo de 1973. Paradójicamente, para quienes
sostienen este relato, la violencia en Junín comenzó en el regreso a la democracia en
1973 y se extendió sobremanera a partir del golpe de Estado de 1976.

Reflexiones finales

8
Testimonio de Ana María Rinaldi, sobreviviente y novia en ese entonces de uno de los integrantes de
COART.
9
Testimonio de Armando Álvarez, miembro de COART. Extraído del libro “El orden de las tumbas” de
Héctor Pellizi. Pp 208.
10
Testimonio de Rubén Liggera. Entrevista con los autores, en el mes de septiembre de 2006.

17
Habiendo partido de un análisis y descripción de las etapas por las cuales ha atravesado,
desde el regreso de la democracia en 1983, la construcción de la memoria de la última
dictadura en Argentina, en este trabajo hemos analizado un relato local sobre el pasado
dictatorial, sostenido por un grupo de sobrevivientes del terrorismo de Estado de la
ciudad del noroeste bonaerense de Junín. Para ello hemos retomado las categorías
analíticas propuestas por Pollak (2006) y Da Silva (2009) de “memorias dominantes” y
“memorias subterráneas”; siguiendo a Pollak (2006) las primeras son aquellas
sostenidas e impuestas en la esfera pública por los sectores sociales dominantes
mediante un proceso de estatización de un determinado discurso o relato; mientras que
las segundas refieren a aquellos relatos subyacentes sostenidos por grupos sociales
minoritarios o excluidos que, de algún modo, ponen en cuestionamiento a la memoria
hegemónica o dominante. Da Silva (2009) por su parte, al analizar la construcción de la
memoria en la Argentina en torno a los sentidos otorgados a la violencia política de los
años setenta, sostiene que las memorias dominantes restringen los recuerdos de la
violencia al golpe de Estado de 1976, mientras que las memorias subterráneas,
sostenidas por grupos locales del interior del país, no anclan en la dictadura sino que se
remontan a otras etapas más lejanas, trazando una continuidad entre la represión
dictatorial y la violencia largamente ejercida por las elites locales.
Utilizando estas categorías, intentamos mostrar cómo frente a la memoria
dominante actual que condena al terrorismo de Estado, y que considera al golpe de
Estado de 1976 como punto de inflexión y de partida, el relato de los sobrevivientes del
terrorismo de Estado de la ciudad bonaerense de Junín, adscriptos a una Coordinadora
de Arte (COART), puede ser entendido analíticamente como una memoria subterránea,
ya que le otorga a la dictadura límites más porosos y flexibles que la exceden incluso
cronológicamente.
Creemos que este tipo de relatos anclados en una esfera micro-social o local,
permiten además de echar luz y complejizar los relatos nacionales sobre el período,
comenzar a pensar a la dictadura más en términos de cambios y continuidades que de
rupturas totales y tajantes, sin que ello implique dejar de condenar el terrorismo de
Estado perpetrado durante ese período.

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Bibliografía citada

- Cerruti Gabriela (2001) “La historia de la memoria”, en Revista Puentes año 1


N° 1
- Da Silva Catela Ludmila (2009) “Pasados en conflictos. De memorias
dominantes, subterráneas y denegadas”.
- Halbwachs, Maurice (2004 (1950)) La memoria colectiva. Zaragoza, Prensas
Universitarias de Zaragoza.
- Jelin, Elizabeth (2000) “Memorias en conflicto” en Revista Puentes, año 1 N° 1
La Plata, 2000.
- Jelin, Elizabeth (2002), Los trabajos de la memoria. Madrid, Siglo XXI España
y Argentina Editores.
- Le Breton David, (2006) El silencio. Aproximaciones. Madrid. Sequitur
- Pollak, Michael (2006), Memoria, olvido y silencio. La producción social de
identidades frente a situaciones limite. La Plata, Al Margen Editora.
- Vezzetti Hugo (2002). Guerra, dictadura y sociedad en la Argentina. Buenos
Aires, Siglo XXI.
- Vezzetti Hugo (2004) “Conflictos de la memoria en la Argentina” en revista
Lucha armada año 1 N° 1, 2004.

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