A lo largo de su vida, Ricardo Silva-Santisteban (Lima, 1941) ha mantenido un
incansable compromiso con la literatura y, especialmente, con la poesía. Poeta, traductor y profesor universitario, Ricardo es el editor literario más importante de los últimos años. Ha rescatado, prologado y preparado muchas de las ediciones de poesía y literatura peruana más relevantes de este siglo. Y, dentro de ellas, la traducción literaria ha tenido un lugar fundamental. Además de sus propias traducciones, ha publicado la Antología general de la traducción en el Perú que consta de cinco volúmenes, con varios otros de aparición próxima. Preocupándose no solo de rescatar canónicas traducciones peruanas, también ha difundido varias de las más representativas de la región hispanoamericana. La colección El manantial oculto, su paso por la Biblioteca Abraham Valdelomar y, en los meses más recientes, su labor editorial como presidente de la Academia Peruana de la Lengua son claras muestras de la importancia de todo su trabajo.
En el transcurso de dicha trayectoria, Breve historia de la traducción en el Perú (2012)
puede ser vista como una parada necesaria para su autor, pues en ella ha historiado sus propios procesos y paulatinos descubrimientos. A rigor, el libro es uno de los resultados a largo plazo de los caminos personales por los que Ricardo Silva- Santisteban ha optado, preguntándose siempre por la presencia, importancia y distintos grados de alcance de la traducción en nuestro país. Breve, conciso, después de los estudios de Estuardo Núñez (1908-2013), el panorama trazado por Ricardo Silva- Santisteban es el primer intento de historiar la presencia de los traductores en el Perú. Dividido en dos partes, el libro presenta una breve historia de sus principales hitos y, seguidamente, un aporte bibliográfico para su difusión y consolidación como campo de estudio e investigación. En la primera parte el autor nos muestra que traducir no es meramente un hecho literario. Desde un inicio nos sugiere que la traducción es una posibilidad de diálogo y, por ende, de negociación entre los participantes y sus capacidades interpretativas, siendo la primera de ellas, la política.
Abriendo el ensayo, el autor señala la genealógica necesidad de la traducción. Los
conquistadores españoles requirieron de un intérprete para comunicarse y empezar a conocer la cultura del “otro”. En ese contexto, antes que un oído, unos ojos y una mente dadas a traducir, el traductor era un oidor, aquel “juez” con el poder de interpretar y la otorgada potestad de ofrecer sentidos, incluso, al punto de imponerlos. Así, antes que un hecho estético —en tanto oficio literario— la traducción fue un hecho social. Surcar la incomprensión refiere al acto político de interpretar y transmitir en otra lengua la sensación de lo percibido en una primera. Esta misma razón implica optar, preferir y determinar las posibilidades del sentido o sentidos en aquello escuchado, pensado, vivido a través de otras lenguas. Al igual que con la Malinche en México, de esta genealógica necesidad nace la traducción en el Perú con el caso de Felipillo. Aunque no entra en nombres ni detalles, el aporte de Silva-Santisteban comienza desde esta primera página. Identifica en la lengua —y las formas culturales de vida que en ella se encuentran— cómo se trastocan las distintas dimensiones de la capacidad humana de crear y, más aún, la de interpretar.
Luis Fernando Lara: El Símbolo, El Poder y La Lengua, En: Senz, Silvia/Alberte, Montserrat: El Dardo en La Academia. Barcelona: Melusina, 2011, Vol. 1, 315-341.