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Aquel pirata tan acostumbrado a la aventura y al exceso ya sentía que estaba

exhausto, cansado sin ganas de continuar, perfectamente se podría decir que


era el otoño del patriarca.
En su juventud fue un gran viajero que nada lo detenía nómada y sin límites,
“galopeador contra el viento”, pero ahora se cernía sobre él la crónica de una
muerte anunciada.
Nació en un pueblo alejado y que no es posible hallar en el mapa, allí se
enamoró por primera y única vez, la afortunada o eso creía él, era la señorita
Isabel McClean, acaudalada heredera de la gran fortuna de su prestigiosa
familia, el por su parte era un huérfano que había quedado al cuidado de su
tío.
Como todas las mañanas en su natal pueblo Edward veía la vida transcurrir
sin mayor emoción, sin embargo, ese día sería diferente porque de la nada el
mar comenzó a golpear más fuerte, la hojarasca chocaba contra todo lo que
se le atravesara, Edward sintió como el miedo recorría todo su ser, sensación
que nunca olvidaría.
Pasado este amargo suceso Edward se dirigió a trabajar en la plantación de
azúcar de su tío como cada día, de pronto de la nada surgió un voceador
gritando la noticia de un secuestro, esto hizo que Edward se estremeciera
una vez más, trato de pasar por alto el bullicio de este pregonero, pero una
duda le asalto, ¿Quién sería la persona que habría sufrido aquel agravio tan
brutal?
Llego a donde estaba su tío, este le dijo:
- ¿Mijo si supo lo que le pasó a su disque amada? -con aquel tono cantado
que lo caracterizaba.
Le respondí: No tío, cuénteme usted. -Ay mijo le dije que aprendiera a leer,
compré el periódico y lo averiguará, además parece que viviera en las nubes
si ayer fuimos asediados- dijo el tío.
Es en este momento sin importarme nada salí a comprar el periódico, busqué
y busqué sin hallar nuevamente al voceador, ya arto de andar, fui a investigar
con el ebrio y chismoso del pueblo, pensé, este en todo está metido, de
seguro sabrá que paso.
Sabía que lo encontraría en la taberna del pueblo, sosteniendo su clásico
letrero que rezaba: “me alquilo para soñar”, lo mire y le hablé.
- Buenas don Ramiro, dicen las malas lenguas que usted da las crónicas y
reportajes cuando el periódico no lo hace.
- ¿Qué le digo yo? Mucho se habla de mí, pero yo hablo mucho más de ellos.
¿qué lo trae por aquí joven Edward? ¿acaso quiere escuchar los doce cuentos
peregrinos?
- Uh no señor, eso déjelo para la mala hora, yo vengo a preguntarle ¿qué
paso esta mañana, a quién secuestraron?
- Primero respóndame usted joven Edward: ¿Cómo se cuenta un cuento?
- Dejé los rodeos señor Ramiro y la bendita manía de contar para otro menos
sagaz.
- Tampoco se ponga bravo don Edward, ¿Qué quiere que le cuente?
-Don ramiro ¿a quién secuestraron ayer?
-Me extraña que no lo sepa joven Edward, pues a su querida, a la señorita
Forbes.
- ¡¿Cómo?!
- Sí, ayer unos piratas atracaron en el puerto y asaltaron el pueblo, la joven
lleva en ese barco de endemoniados ya una noche, ojalá este bien.
Edward sintió como hervía su sangre, del amor y otros demonios.
-Joven Edward no se desespere- me dijo don Ramiro, yo salí del bar como
alma que lleva el diablo, tenía los ojos de perro azul, solo pensaba en ella, no
hallaba que hacer en mi corazón experimente cien años de soledad en tan
solo un segundo.
Esto era definitivamente el amor en tiempos de cólera, no sabía cómo actuar
ni hacia donde ir me temblaban las piernas sudaba frío que sería de mi
amada Isabel, si esos hombres le hacían algo les daría una paliza que no
podrían vivir para contarla.
Me arme de valor y fui corriendo hasta el pueblo, allí indague en el puerto
principal, efectivamente en ese lugar estaba el barco pirata que ondeaba su
oscura bandera.
Como mi abuelo lo menciono era muy poco lo que sabía leer, sino hubiera
sido por mi Isabel que me enseño algo de lo que era leer y escribir no habría
sido capaz de esa noche sobrevivir.
Llegué hasta ese barco no había ni Dios ni ley, habían arrasado con todo la
noche anterior, el motivo del secuestro de Isabel era que el capitán de esta
nave quería subyugar al gobernador Robert, quien era el padre de la mujer
que me quitaba el sueño, aunque sabía que no era de los amores del
gobernador decidí ir y ofrecer mi ayuda, corrí y golpee durante varios
minutos la puerta del palacio, nadie salió.
Cuanto estaba ya para marcharme, el gobernador hablo desde el balcón:
- ¿Qué busca joven? ya Isabel no está, ya les pertenece a esos sucios piratas,
nunca cederé ante sus chantajes.
-Pero señor Gobernador es su hija ¿qué clase de ser humano es usted? -le
respondí.
- ¡Sí!, lo es y la amo, incluso más que usted, si es que alguien tan inferior
puede saber qué es eso, pero el bien común supera este sentimiento
primitivo-dijo don Robert.
-Por arrogante está solo y vacío, ni aunque llegar a tener todo el poder sobre
el mundo sería capaz de un solo instante ser feliz – vocifere.
Decidí ir solo a enfrentarme a los piratas, comencé a gritar en frente de la
nave, forme un gran barullo yo solito, me metí al barco repartiendo golpes a
diestra y siniestra, sin embargo, era un iluso, basto con el negro que hizo
esperar a los ángeles me mandara a mi infierno de un solo sopetón.
Cuando desperté estaba amarrado al mástil, me dolía todo, de pronto se me
acerco el terrible dueño de la embarcación apodado el coronel y en tono de
interrogación me dijo:
- ¿Quién es usted? ¿Qué hace aquí?
-Vengo por mi amada y ni usted ni nadie me detendrá – temblaba de miedo
en cada palabra.
-Me respondió con tono burlón: ¿usted cree que una dama como esas fijaría
en usted?
Bajé la cabeza y pensé rápidamente que debía hacer, como todo pirata su
debilidad debía ser el dinero, que obviamente yo no tenía, pero mi tío que ya
estaba viejo… sí; solo había una forma de liberar a Isabel y era entregando
todo lo que poseía mi tío que me había criado, claro que estaba dispuesto a
darlo todo por ella.
En tono arrogante respondí:
-Aunque me vea así mal trecho tengo mucho dinero y lo daré todo por esa
mujer.
El coronel me miro y dijo: sí es tanto como dice puede reclamar a su mujer.
-Yo no cabía del gozo, entregué todo lo poco que tenía por ella, pero cuando
la liberaron, me miró con despreció, en realidad solo me había embaucado
para un día quedarse con lo que era de mi tío, ya no existía ningún interés
por mí.
En este momento me sentí como la diatriba de amor contra un hombre
sentado: monologo de un acto, ardía mi alma, todo mi amor se consumía en
llamas de desesperación.
El coronel viendo semejante espectáculo mando asesinar a Isabel y a mí; a
ella por ser un ser tan despreciable y a mí por ser alguien tan débil, cuando la
espada acabo con la vida de ella, pensé, que bueno es no volver a imaginar a
Isabel viendo llover en Macondo, la espada ahora se aproximaba a mí ya
estaba resignado a recibir la muerte, pero de la nada surgió una mujer del
navío y grito -no lo mate recuerde que el coronel no tiene quien le escriba, la
increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada se
dibujaba en su ojos, era la mujer más hermosa que había visto, Isabel ya no
existía.
Odie y ame a esa mujer al instante no quería morir, aunque sabía que lo
merecía, le había quitado todo el fruto del trabajo a mi tío y la mujer que
amaba había muerto.
Sin embargo, esos ojos le dieron luz a mi vida, incluso pensé en algún día
luchar por un país al alcance de los niños, me enliste en este barco desde el
cual escribí tanto tiempo, tenga claro que yo no vengo a decir un discurso,
sino a relatar como una mujer nos hace mal y otra nos hace luchar.
A medida que viví en este barco me fui enamorando más de ella, era todo lo
que soñé, quizás un poco más, pero como pirata me oculte y mimetice tan
bien que la aventura de Miguel Littin, clandestino en chile no era nada, no
tuve una esposa falsa, sino miles de amantes para complacerme, al fin o al
cabo era un pirata.
Pero esto no es de contar la memoria de mis putas tristes, sino de cómo en
una noche de dura batalla que suelen haber en el mar caribe se formó un
motín dentro del navío yo comande la rebelión después de tantos años en el
mar ya quería descansar al lado de mi amor que no valoraba, me encanto
cuando andaba de viaje por los países socialistas, pero ya no más.
Es así como con mi espada atravesé al coronel, convirtiéndome en el general,
sin saber que el general y su laberinto estarían por acabar, después de esa
noche quise llevar a toda mi embarcación a puerto seguro, pero no lo logre,
sino que encallamos y quedamos a la deriva, no obstante, varios pudimos
sobrevivir y mi amada Katherine y yo fuimos unos de aquellos que vimos la
luz nuevamente.
Hoy me encuentro a la orilla del mar en el mismo lugar donde sentí esa vieja
hojarasca contemplado desde el palacio el verano feliz de la señora Forbes,
dejando el amargo amor y las oscuras historias que viví desde ese día, lo que
un día fue para mí el rastro de tu sangre en la nieve, hoy es mi felicidad
gracias aquella mujer que no dejo que con una espada dieran fin a mi vida.
Pero como negar que hay días que extraño cuando era feliz e
indocumentado, ahora solo me queda ver a chile, el golpe y los gringos,
mientras que cuento esta historia como el relato de un náufrago, que llora en
los funerales de la mamá grande, ahora me despido dejando esta historia con
mi puño y letra, pero no crean que esta es la única historia de Edward
Teach.

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