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El antagonismo es la actitud más notoria del vanguardismo. Surge como orden histórico y orden social.
El espíritu anárquico presupone la rebelión individualista del “único” contra la sociedad. Parecería que
el artista se define por la ruptura con todo lo que ha precedido, mediante una lenta y voluntaria
conquista de sí mismo, pero cada uno tiene conquistas personales que lo separan de su ambiente
específico. Este ambiente específico está determinado por el ambiente familiar y social. El artista puede
tomar actitudes tanto plebeyas como aristocráticas, como el artista dandy y el artista bohemio,
manifestaciones iguales y contrarias de un estado de ánimo idéntico y de una misma situación social.
Si la vanguardia tiene un código de conducta, este consiste en una subversión del código de conducta
convencional, de las reglas de urbanidad y las buenas maneras. Las normas de conducta están
invertidas. Excentricidad y exhibicionismo no son más que formas ruidosas, pero no ciertamente
enérgicas, de antagonismo, que quedan en un estado de desafío. Pero el desafío es también
provocación.
La actitud antagonista se revela con gran frecuencia inclusive en la terminología crítica corriente. Por
ejemplo, cuando la crítica literaria no se limita a refutar textos sino a condenarlos como “falacias” y los
marca como “herejías”. Es evidente su relación con el culto moderno de la violencia política. Exige una
exaltación teórica e ideológica. Se oponen a una vieja generación, que es la de los padres. Hay una clara
antítesis entre “padres” e “hijos”, “vieja generación” y “nueva generación”. La exaltación excesiva de la
juventud lleva a una actitud regresiva: de la frescura del joven se pasa a la ingenuidad del adolescente.
Esto produce el “infantilismo” que encontramos en ciertos aspectos del arte y en los movimientos de
vanguardia, no solo en el plano psicológico sino estético. Hay una “modernolatría”, ya que el artista de
vanguardia tiene una predilección por hablar sobre ciertas formas y artefactos de la vida moderna,
como si fueran juguetes. Esto hace que el arte sea visto como una diversión. Hay una estética del arte
como juego. El mismo nombre de dada es definido como una onomatopeya infantil. Es cierto que el
mayor antagonismo que existe entre los niños hacia los adultos es la actitud de oposición a través del
lenguaje. La vanguardia sigue fielmente tal ejemplo, manifestando el antagonismo frente al público, las
convicciones que lo caracterizan y las instituciones. Tienen una jerga casi privada. Esto recuerda a lo
que Nietzsche hablaba sobre la metáfora, ya que afirmaba que era una especie de “lenguaje secreto”
hecho por los jóvenes en oposición a las generaciones de los ancianos. Esto les da un carácter de
autoridad.
Es entonces que el hermetismo lingüístico, formal y estilístico caracteriza a la vanguardia. El idioma casi
privado de la lírica indica también un fin social y serviría de correctivo a la corrupción lingüística
característica de toda cultura de masas.
Es paradójico el hecho de que las vanguardias pretendan ser anti convencionales y por otro lado su
alejamiento de la norma es tan fácil de deducir que se convierte en un hecho regular y previsible. El
desorden se convierte en regla.
En la vanguardia hay un momento de nihilismo, que aparece como un estado de ánimo. Es alcanzar la
inacción a través de la acción, esto es trabajar no para construir, sino para destruir. No hay movimiento
de vanguardia donde esta tendencia no se manifieste al menos en parte. La tendencia nihilista obró
como condición psíquica primordial en el Dadaísmo. El gusto por la destrucción parece ser innato en el
niño. La tendencia nihilista alcanza su estado más puro en el Dadaísmo. El nihilismo también se
encuentra en el movimiento surrealista. Dentro de sus reflejos estéticos encontramos la “imagen
denigrante”. Asumen a un tiempo diversos aspectos de la reacción y de la evasión: reacción contra la
degradación moderna de la función del arte a la cultura de masas y al arte popular; evasión a un mundo
tan remoto de la realidad cultural dominante, del arte vulgar y común, como para disolver arte y
cultura en un nuevo y paradójico nirvana. Así, el arte burgués se desintegra bajo la presión de dos
fuerzas que derivan ambas de una misma característica de la cultura burguesa. De un lado está la
producción para el mercado, vulgarizada, comercializada; de otro la hipótesis de la obra de arte como
finalidad del proceso estético y la importancia exclusiva dada a la relación entre el individuo y su obra.
Esto lleva necesariamente a una disolución de aquellos valores sociales que hacen del arte una relación
social, y produce el efecto de que la obra de arte deje de ser tal y se convierta en una simple fantasía
privada. Como resultado, el arte se hace cada vez más informe, personal e individualista, culminando
en el Dadaísmo, en el Surrealismo y en el Steinismo.
La tendencia psicológica del “agonismo” también se encuentra en el arte de la vanguardia. Este es más
patético que trágico. La actitud agónica no es un estado de ánimo pasivo, sino una tentativa de
transformar en milagro la catástrofe misma. Hay una imagen hiperbólica. El artista aparece como un
héroe-víctima. El sacrificio agónico llega a ser sentido como fatal deber del individuo artista. La
tendencia agónica parece representar en la psicosis vanguardista el impulso masoquista, así como la
tendencia nihilista parece representar el impulso sádico.
La poética moderna es una verdadera y auténtica metafísica de la metáfora. La imagen es el vínculo del
humor. La metafísica de la imagen encontró más intensa y consciente expresión en el Surrealismo y el
Dadaísmo. La imagen moderna es una figura-cosa, independiente del objeto-pretexto en otros
términos, una metáfora de la que subsiste un término solo. La analogía en la que se basa la metáfora
moderna es una afinidad hermética y oculta. Para la poesía moderna la palabra no es sonido-sentido,
sino idea-cosa; en su visión el Verbo no es espíritu que se hace carne, sino carne que se hace espíritu.
La mística moderna de la pureza, con su aspiración de abolir el elemento discursivo y sintáctico, a
liberar el arte de todo vínculo con la realidad psicológica y empírica, a reducir toda obra a las leyes
íntimas de la propia esencia expresiva o a los datos absolutos del propio género o medio es, en sentido
literal de esos términos, ultraísmo o hiperbolismo, una extensión del espíritu agónico a las regiones del
estilo y de la forma.
La “poética del sueño” dentro del Surrealismo combina los estados de sueño y realidad, en una especie
de realidad absoluta, la superrealidad. La poética del sueño trasciende toda norma y postula la
alucinación misma como fin y medio de la visión artística.