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Teoría del Arte de Vanguardia, Renato Poggioli

El antagonismo es la actitud más notoria del vanguardismo. Surge como orden histórico y orden social.
El espíritu anárquico presupone la rebelión individualista del “único” contra la sociedad. Parecería que
el artista se define por la ruptura con todo lo que ha precedido, mediante una lenta y voluntaria
conquista de sí mismo, pero cada uno tiene conquistas personales que lo separan de su ambiente
específico. Este ambiente específico está determinado por el ambiente familiar y social. El artista puede
tomar actitudes tanto plebeyas como aristocráticas, como el artista dandy y el artista bohemio,
manifestaciones iguales y contrarias de un estado de ánimo idéntico y de una misma situación social.

Si la vanguardia tiene un código de conducta, este consiste en una subversión del código de conducta
convencional, de las reglas de urbanidad y las buenas maneras. Las normas de conducta están
invertidas. Excentricidad y exhibicionismo no son más que formas ruidosas, pero no ciertamente
enérgicas, de antagonismo, que quedan en un estado de desafío. Pero el desafío es también
provocación.

La actitud antagonista se revela con gran frecuencia inclusive en la terminología crítica corriente. Por
ejemplo, cuando la crítica literaria no se limita a refutar textos sino a condenarlos como “falacias” y los
marca como “herejías”. Es evidente su relación con el culto moderno de la violencia política. Exige una
exaltación teórica e ideológica. Se oponen a una vieja generación, que es la de los padres. Hay una clara
antítesis entre “padres” e “hijos”, “vieja generación” y “nueva generación”. La exaltación excesiva de la
juventud lleva a una actitud regresiva: de la frescura del joven se pasa a la ingenuidad del adolescente.
Esto produce el “infantilismo” que encontramos en ciertos aspectos del arte y en los movimientos de
vanguardia, no solo en el plano psicológico sino estético. Hay una “modernolatría”, ya que el artista de
vanguardia tiene una predilección por hablar sobre ciertas formas y artefactos de la vida moderna,
como si fueran juguetes. Esto hace que el arte sea visto como una diversión. Hay una estética del arte
como juego. El mismo nombre de dada es definido como una onomatopeya infantil. Es cierto que el
mayor antagonismo que existe entre los niños hacia los adultos es la actitud de oposición a través del
lenguaje. La vanguardia sigue fielmente tal ejemplo, manifestando el antagonismo frente al público, las
convicciones que lo caracterizan y las instituciones. Tienen una jerga casi privada. Esto recuerda a lo
que Nietzsche hablaba sobre la metáfora, ya que afirmaba que era una especie de “lenguaje secreto”
hecho por los jóvenes en oposición a las generaciones de los ancianos. Esto les da un carácter de
autoridad.

Es entonces que el hermetismo lingüístico, formal y estilístico caracteriza a la vanguardia. El idioma casi
privado de la lírica indica también un fin social y serviría de correctivo a la corrupción lingüística
característica de toda cultura de masas.

El espíritu de vanguardia es eminentemente aristocrático. La impopularidad está unida no solo al factor


de la oscuridad del lenguaje sino también a su actitud diferente de la clásica y humanista. La
impopularidad se puede dar también por una difusión fracasada, o impopularidad de comprensión. La
popularidad puede ser inmediata o mediata. La vanguardia es considerada arte impopular por
antonomasia, mientras que el Romanticismo sería popular. El culto de novedad y de extravagancia,
sobre el que se basa la impopularidad sustancial y no accidental del arte de la vanguardia, es un
fenómeno más bien romántico que vanguardístico. El Romanticismo apeló más bien al juicio del pueblo
que al gusto del público culto. El Romanticismo y la vanguardia, más que en un estado de oposición
recíproca, van tomados como estados unánimes, porque reaccionan de modo paralelo ante la posición
humanista y clásica. El desdén del artista de vanguardia se dirige hacia el público que pretende
representar mejor la civilización de la época, actitud que lo aparenta, más que con los primeros
románticos, con aquel grupo de altivos sacerdotes de la religión del arte que aparecieron en el tercero y
último cuarto del siglo pasado. El Romanticismo es el hijo primogénito de la democracia. Algunos
Romanticismos son más impopulares que las vanguardias, como el Romanticismo alemán. Tanto el arte
del Romanticismo como el de vanguardia son culturas de minoría, ambos con cierto interés por la masa
(positivo o negativo). Las diferencias sociológicas que existen entre arte romántico y de vanguardia son
solamente diferencias de grado. El Romanticismo es, en cierto punto, un vanguardismo en potencia.

El futurismo italiano recibió el nombre de “antipasatismo”. Tiene un antagonismo frente a la tradición.


Ningún movimiento de vanguardia fue tan polémico como este. Casi no existe una manifestación de
vanguardia que no sea una nueva variante de la antitradición. El repudio del pasado y de la tradición es
fenómeno contemporáneo de la formación de las primeras vanguardias. El antipasatismo de las
vanguardias no difiere radicalmente del romántico, del cual, en el fondo, no representa más que una
variante extremada.

Es paradójico el hecho de que las vanguardias pretendan ser anti convencionales y por otro lado su
alejamiento de la norma es tan fácil de deducir que se convierte en un hecho regular y previsible. El
desorden se convierte en regla.

Entre las tendencias de las vanguardias encontramos el experimentalismo, la deshumanización,


cerebralismo, abstracción, estética del sueño y poética de la magia, estética del juego y mística de la
pureza.

En la vanguardia hay un momento de nihilismo, que aparece como un estado de ánimo. Es alcanzar la
inacción a través de la acción, esto es trabajar no para construir, sino para destruir. No hay movimiento
de vanguardia donde esta tendencia no se manifieste al menos en parte. La tendencia nihilista obró
como condición psíquica primordial en el Dadaísmo. El gusto por la destrucción parece ser innato en el
niño. La tendencia nihilista alcanza su estado más puro en el Dadaísmo. El nihilismo también se
encuentra en el movimiento surrealista. Dentro de sus reflejos estéticos encontramos la “imagen
denigrante”. Asumen a un tiempo diversos aspectos de la reacción y de la evasión: reacción contra la
degradación moderna de la función del arte a la cultura de masas y al arte popular; evasión a un mundo
tan remoto de la realidad cultural dominante, del arte vulgar y común, como para disolver arte y
cultura en un nuevo y paradójico nirvana. Así, el arte burgués se desintegra bajo la presión de dos
fuerzas que derivan ambas de una misma característica de la cultura burguesa. De un lado está la
producción para el mercado, vulgarizada, comercializada; de otro la hipótesis de la obra de arte como
finalidad del proceso estético y la importancia exclusiva dada a la relación entre el individuo y su obra.
Esto lleva necesariamente a una disolución de aquellos valores sociales que hacen del arte una relación
social, y produce el efecto de que la obra de arte deje de ser tal y se convierta en una simple fantasía
privada. Como resultado, el arte se hace cada vez más informe, personal e individualista, culminando
en el Dadaísmo, en el Surrealismo y en el Steinismo.
La tendencia psicológica del “agonismo” también se encuentra en el arte de la vanguardia. Este es más
patético que trágico. La actitud agónica no es un estado de ánimo pasivo, sino una tentativa de
transformar en milagro la catástrofe misma. Hay una imagen hiperbólica. El artista aparece como un
héroe-víctima. El sacrificio agónico llega a ser sentido como fatal deber del individuo artista. La
tendencia agónica parece representar en la psicosis vanguardista el impulso masoquista, así como la
tendencia nihilista parece representar el impulso sádico.

La manifestación futurista representa la fase profética y utópica, el estadio, si no de la revolución, de


agitación y de la preparación de la revolución agitada. Hay una idea de transición. El hoy es un proceso
de transición, que se destaca del ayer para ir hacia el mañana.

Decadentismo: El espíritu decadentista se manifiesta mediante una posición de hostilidad hacia la


civilización contemporánea. Una actitud negativa frente al impaciente futurismo de las vanguardias. Se
le reconoce parentesco con el Romanticismo pero se duda que se trate de un movimiento de
vanguardia.

El experimentalismo se encuentra en las vanguardias tanto en el sentido técnico y formal. Encontramos


un verso liberado y verso libre, el poema en prosa y las palabras en libertad, la prosa polifónica y el
monólogo interior. El Cubismo recibe el nombre genérico de arte abstracto. El vanguardismo
arquitectónico, no tienen más designaciones que subrayas su carácter experimental, como, por
ejemplo, funcionalismo y arquitectura racional.

Cientificismo: El artista de vanguardia es particularmente sensible al mito científico. El cientificismo


vanguardista queda como sinónimo significativo hasta cuando nos damos cuenta que no se trata más
que un uso puramente alegórico y emblemático de la expresión científica.

Humorismo: Se manifiesta en formas burlonas y grotescas. La ironía vanguardista es muchas veces


provocada por el sentimiento de la vanidad de aquellos milagros que la ciencia parece prometer. Culto
hacia los títulos extravagantes, que muchas veces no significan nada.

La poética moderna es una verdadera y auténtica metafísica de la metáfora. La imagen es el vínculo del
humor. La metafísica de la imagen encontró más intensa y consciente expresión en el Surrealismo y el
Dadaísmo. La imagen moderna es una figura-cosa, independiente del objeto-pretexto en otros
términos, una metáfora de la que subsiste un término solo. La analogía en la que se basa la metáfora
moderna es una afinidad hermética y oculta. Para la poesía moderna la palabra no es sonido-sentido,
sino idea-cosa; en su visión el Verbo no es espíritu que se hace carne, sino carne que se hace espíritu.
La mística moderna de la pureza, con su aspiración de abolir el elemento discursivo y sintáctico, a
liberar el arte de todo vínculo con la realidad psicológica y empírica, a reducir toda obra a las leyes
íntimas de la propia esencia expresiva o a los datos absolutos del propio género o medio es, en sentido
literal de esos términos, ultraísmo o hiperbolismo, una extensión del espíritu agónico a las regiones del
estilo y de la forma.

La “poética del sueño” dentro del Surrealismo combina los estados de sueño y realidad, en una especie
de realidad absoluta, la superrealidad. La poética del sueño trasciende toda norma y postula la
alucinación misma como fin y medio de la visión artística.

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