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Roberto Quiroz Pizarro: En el caminar de los estoicos
M
arcas en el contexto histórico-vital
Una idea de base de cuando se mira a los filósofos helenistas2
es preguntarse si su pensamiento fue una puesta en marcha bajo
presión, por así decirlo, o bien si fue un esfuerzo que fue siendo entretejido
según las fibras del contexto histórico-social -en donde todo contexto supone
ya amenazas, riesgos o dificultades en lo inmediato-, y que por lo tanto, sus
afanes teóricos serían una especie de respuesta a las necesidades del momento
imperante pero a la vez manteniendo un cierto orden y vigor histórico del
propio pensamiento. Desde la Carta VII, o desde la Política aristotélica, se ven
los intentos filosóficos por resguardar la vida de la polis, por salvaguardar la vida
ciudadana, lo cual pone como en evidencia que hay una crisis de la ciudad. El
movimiento de los sofistas por el siglo V, también esparció una contribución
de escepticismo y relativismo cultural que de alguna manera tenía que afectar
al ciudadano ateniense. Con el paso del tiempo hay imperios que surgen y
que caen, y esto lo ejemplifica el propio Alejandro Magno, quien despertó una
nueva conciencia, el cosmopolitismo cultural. El sueño del estratega macedonio
golpeó la seguridad misma que tenían las ciudades griegas locales por una visión
de mundo universal -el mundo se expandió increíblemente para el ciudadano
griego-, lo cual puso en un primer plano de atención tanto la dimensión
2
Una escuela histórica diría que Grecia en el tiempo son sus héroes, sus grandes hombres o sus
estrategas visionarios, y otros intentarían retratar el “color local”, la época, las obras de la cultura,
las particularidades, la identidad propia o mirar las individualidades del pueblo sin formular
juicios de valor culturales, es decir, ni superior ni inferior, sino grupos humanos diferentes. En sus
comentarios de Alejandro Magno, el historiador Droysen es de los que ponen el acento no en el
mundo clásico como tal sino en los siglos postclásicos, pero también asume una postura intermedia
finalmente, aludiendo a que cada período posee su “propio principio histórico”. En tal sentido,
después de la Gracia clásica Drysen recuperó la palabra Hellenismus. Su uso técnico del término
indicaba el modo de ser y de pensar de todas aquellas poblaciones que habrían sido conquistadas
por Alejandro. Para Droysen el helenismo es un período de transición y confluencia entre la Grecia
clásica y el cristianismo, una etapa de evolución y crisis del paganismo que gracias al contacto
de la cultura griega con culturas orientales, movió al cristianismo. Según Droysen estaríamos en
presencia de una “nueva cultura” y no frente a una supuesta decadencia de la cultura clásica.
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II, comenzaron los espectáculos romanos del coliseo, donde hombres y fieras se
enfrentaban por igual, haciendo de la muerte un espectáculo cotidiano, llevando
la banalización de la muerte a otros contextos de exterminio, mostrando que la
vida humana no valía nada. A su vez, el crisol religioso empezaba a demarcar
tendencias y movimientos cuya fuerza ideológica se entrecruzaría a ratos con una
intención de diálogo, pero también fue provocando una polarización entre fe y
razón, entre monoteísmo y paganismo, entre cristianos y filósofos. En cuanto
a estos contactos de fe y filosofía, señala Rivaud que en relación “al naciente
cristianismo, el estoicismo se mantiene como una de las últimas fortalezas de
la sabiduría antigua, del paganismo en trance de muerte. Junto a los escépticos
y epicúreos, lucha desesperadamente contra la nueva fe. Pero hay frecuentes
interferencias entre el estoicismo y el cristianismo, que debe más de un préstamo
a la tradición estoica”5.
Como se ha señalado, quizá sea esa sensación de amenaza oculta en el mundo,
o ese sentimiento de no pertenencia a nada, acompañado de la sensación de que
el individuo se ve lanzado a un cosmopolitismo universal y desconocido, lo que
no dejará a nadie indiferente, y esto pudo permitirle a la filosofía ganar terreno,
ganar adeptos. Así debió ser en el caso del estoicismo que pasó a ser una escuela de
pensamiento y de vida que pudo atraer a personajes tan dispares como lo pueden
ser un emperador, Marco Aurelio, un intelectual, Séneca y un esclavo liberado,
Epicteto. Esto hace pensar que la filosofía de la Stoa se presentaba como una
enseñanza válida para todo el mundo, y que la crisis espiritual abarcaba a todos
los estratos de la sociedad. Pero tampoco puede circunscribirse la orientación de
la filosofía helenística exclusivamente a ser la resultante de los factores y fuerzas
que pudieron actuar en ella, sino que ya en la temprana sensibilidad filosófica
se decantaron esos alcances terapéuticos propios y legítimos de un pensamiento
original y crítico ante la sociedad. En efecto, tanto al Sócrates ateniense como
a los estudiantes de la Stoa, por ejemplo, les parecerá que para vivir más
humanamente o sanamente, se pueden aplicar unos criterios que combinan
aspectos conjuntivos del ser humano, tal como la virtud, la felicidad y la idea de
una naturaleza en armonía con la racionalidad, y por todo eso es que la filosofía
será vista bajo un alcance medicinal, y en cierto sentido, como un horizonte
terapéutico no menor al soteriológico.
Dentro de esa trayectoria expansiva que se incorpora al movimiento
cultural del helenismo naciente, resulta pertinente tomar en cuenta el rico
5
Rivaud, A. (1962): Historia de la filosofía. Argentina: Kapelusz, p. 313.
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con la que tales escrituras hablan a sus destinatarios o discípulos7. Asimismo, los
textos de Epicteto deambulan en una prosa libre y de lenguaje directo con escenas
cotidianas, sin caer en definiciones conceptuales o demostraciones silogísticas
tan propias de los filósofos más tradicionales. Sin embargo, no por ello vaya a
creerse que su mensaje o contenido es menos racional, menos estructurado. A
pesar de ese ropaje de lenguaje simple, más coloquial y de las palabras en uso
común, las reflexiones narrativas o de estilo más sentencial no significan que
para Epicteto las cosas mismas sean tan evidentes, o que las verdades mismas
caminen con los mismos pies del sentido común, porque precisamente estas
escuelas helenísticas quisieron expresarse libremente para desestructurar varias
cosas a la vez, comenzando por la atenuación de la severidad del propio discurso
filosófico, de los valores de la convencionalidad y las voces de la autoridad civil
y cultural. Entre los estoicos, Epicteto, Marco Aurelio, son de los autores que
ejemplifican esta actitud intimista de la filosofía, donde hay una desmitificación
en el modo de hacer filosofía, y una especie de acuerdo en que su propio texto no
tiene otra autoridad más que sí mismo, lo cual concuerda perfectamente con el
título original de las Meditaciones, A sí mismo.
Entre estos autores del estoicismo se percibe una especie de giro esotérico en el
sentido de que ya no buscan legitimar su discurso en función de una fuente en el
lenguaje de otra autoridad o maestro, más bien buscan otra estructura alternativa
a la del maestro-discípulo en donde el discípulo iniciado recibe pasivamente
desde fuera de sí un criterio o una guía, y que sea la propia existencia de esa
figura mentora, la del maestro, la que le otorga validez y valor a su conocimiento
o ejercicio personal. A esto nos referimos en las palabras de Andrea Lozano,
“contrariamente a lo planteado sobre el epicureísmo, Marco Aurelio postula un
ejercicio autónomo, individual en el que no hay más médico que él mismo,
sin más maestro que su propia razón”8. Hay un requisito de autonomía que se
plantea, y no un sometimiento a otra fuente de autoridad, y se busca que salga
a relucir la individualidad, la iniciativa de cada sujeto, y eso le otorga mayor
responsabilidad al sabio estoico, porque “es el despliegue de la razón misma la
7
Las escuelas helenísticas heredan ese universalismo de Alejandro Magno, y su mejor ejemplo es el
caso de otra escuela rival, los epicúreos, donde esta literatura pasó a ser públicamente exhibida,
en la famosa estela de Eonanda.
8
Lozano Vásquez, A.: (2011) “Sobre la filosofía como ejercicio espiritual en Marco Aurelio”,
Studia Philologica Columbiana I, Universidad de los Andes y otras, Bogotá: Universidad de
La Sabana, p. 291.
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que dirige el ejercicio, por lo que la autoridad del maestro pierde todo sentido”9.
No busca el sabio estoico un saber enciclopédico, erudito, como al estilo de hacer
filosofía de los platónicos o aristotélicos, no requiere de un maestro experto en
saberes dispersos, sino que más bien el discurso estoico prefiere la sencillez y la
evidencia del propio lenguaje y la de sus imágenes concretas, realistas, tal como
lo hacen Epicteto y Marco Aurelio.
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la vita grata, sino el sobrio razonamiento que indaga las causas de toda elección
y rechazo, y expulsa las opiniones por las cuales se posesiona de las almas la
agitación más grande”12. Al mismo tiempo, curiosamente, es el mismo Epicuro
quien hace alusión a que su doctrina ha sido malentendida, y por lo tanto, tal
efecto no parece ser un caso aislado en la lectura que se hace de su filosofía.
En apariencia y a partir de estos fragmentos, la elección de vida estoica se ve
muy lejana de la de la vía anunciada por Epicuro. Pero a veces nuestra afinación
actual de las palabras puede ser la que ve menos caminos de los que hay, y así
puede ser en el caso del concepto de felicidad entre los antiguos. Epicuro busca
esa felicidad dorada pero en ella se percibe un cierto antídoto para las penurias
humanas, un calmante si se quiere, y entonces, ya no es el placer en bruto. En otras
palabras, el sabio epicúreo le interesa que esa tal felicidad tenga una dimensión
filosófica, le ayude a lidiar con los embates del mundo, y esta es una actitud que
irradia a los otros sabios, estoicos, cínicos, socráticos en general. Señala Epicuro
que “vana es la palabra del filósofo que no remedia ningún sufrimiento humano.
Porque así como no es útil la medicina si no suprime las enfermedades del cuerpo,
así tampoco la filosofía, si no suprime las enfermedades del alma”13, y ante tal
declaración de principios esas críticas contemporáneas del hedonismo a ultranza,
del placer por el placer, pierden un tanto su asidero. Hay otro enfocamiento
de fondo. Es como si hubiera una dimensión de la felicidad que pudiera dar
esa tranquilidad de ánimo, aquello que buscan las diferentes escuelas helenistas.
Asimismo, sabemos que el placer existe, es una experiencia humana más, y es
parte de las posibilidades que el hombre posee. Al placer hay que elegirlo, no
depende del hombre, y entonces, Epicteto, encuentra que ahí está el valor de
la belleza moral estoica, en donde el hombre puede ser protagonista y tener
contacto con ese flujo de libertades que colisiona con las necesidades y los azares
que no dependen de la voluntad humana. En cambio, esa belleza moral sí que se
alimenta de las acciones elegidas por el ser humano, y esto le parece a Epicteto
que define mejor lo que es bueno para el hombre, aquello que si depende de su
voluntad, que sea fruto de una decisión. Esto implicaría que aquello que depende
del destino o del azar no es bueno para el hombre, sino que lo realmente valioso
para el hombre es su acto inteligente y visionario, su actuar hacia un fin de
contenido propio y que sea controlado y no un fruto de la casualidad. Porque del
gesto humano sí cabe decir que puede ser bueno o malo, mejor o peor, liberador
12
Epicuro, Carta a Meneceo, Santiago: Centro de Estudios Griegos-Ediciones Tácitas, p. 21.
13
Epicurea, frag. 221.
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La acción liberadora
Desde la primera reflexión con que comienza el Enquiridion16
se da a entender el matiz predominante de la acción humana misma, puesto que
se nos habla del control y no control de las cosas (nº1)17: “Hay cosas que están
bajo nuestro control y otras que no lo están. Bajo nuestro control se hallan las
opiniones, las preferencias, los deseos, las aversiones y, en una palabra, todo lo
que es inherente a nuestras acciones. Fuera de nuestro control está el cuerpo,
las riquezas, la reputación, las autoridades y, en una palabra, todo lo que no
es inherente a nuestras acciones […] Recuerda, pues, que te perjudicarás si
consideras libre y tuyo lo que por naturaleza es servil y ajeno”. Esta es una idea
rectora fundamental, la cual divide toda la acción o acontecer de las cosas en
dos variantes: una acción propiamente humana, y otro campo de acciones del
cual el hombre es un testigo, no un actor, como cuando se dice que son cosas
que le suceden al hombre, que las recibe o padece. Desde su primer parágrafo
(nº 1), Epicteto advierte que el hombre puede dañarse, que provocarse un mal o
desviarse de lo correcto en la vida, y esta sola referencia a esa negatividad adversa
pone de manifiesto que hay en su discurso una preocupación por el bienestar
humano, una terapéutica en camino.
Otra forma de expresar lo señalado por Epicteto es decir que hay cosas
que dependen de nosotros, y otras que no dependen. En tal sentido habría
16
Epicteto, Enquirion. Para nuestro comentario usaremos la traducción de Dennes Marthos, en
versión electrónica.
17
Esta numeración indica la ordenación canónica de los fragmentos y pensamientos que componen el
Enquiridion o Pequeño manual que sabemos que pertenece a Epicteto pero que no fue escrito por él
mismo. Es el mismo fenómeno de la agrafía socrática, en donde un discípulo o alumno, en este caso
Arriano, es quien deja un registro escrito de la obra.
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creencias que nos mueven tienen una ponderación prudencial, una racionalidad
hegemónica, y que las acciones que realizamos o no, sean localizadas en uno de
esos dos ámbitos, cosas/acciones que se controlan y las que no se controlan como
la enfermedad. Nuestra libertad propiamente real sólo está en el ámbito de nu
estoico hay un acuerdo tácito, a priori, entre lo que sucede universalmente y las
acciones que realiza el sujeto humano concreto. La naturaleza cósmica tiene la
última palabra respecto a los resultados de una acción humana, pero el individuo
se queda satisfecho luego de que ha puesto todo su empeño, toda su voluntad,
toda su libertad para conseguir algo, y lo que sucede es que el sabio estoico confía
en los dictámenes de la naturaleza, a un punto tal en que los resultados del éxito
o de la derrota, le son indiferentes. El sabio estoico es un atleta de la virtud, y
eso se refleja en la buena voluntad que alienta todo su actuar moral. También la
pequeña libertad humana, aún cuando no logre su cometido ante un objetivo o
ante un deseo puntual, tiene la posibilidad de pensar que desde una perspectiva
macro el universo ha actuado rectamente, y que su visión de los hechos es una
visión limitada, acorde a su posición dentro del universo.
Esa libertad de lo humano puede aposentarse ya sea en la actitud que el
individuo asume ante los eventos, ante el desapego de algo, ante las cosas que
lo atraen, y también en ese destino de las cosas que el hombre no domina, y eso
sería lo que nos transmite Séneca, tomando una frase latina de Cleantes: “Fata
volenten ducunt, nolentent trahunt”. Así, para Epicteto como para sus otros
aliados de escuela, resulta inútil rebelarse o protestar contra lo inevitable, pero
aún así, el hombre posee su libre albedrío que lo señala como un ser que es parte
de un orden racional superior. Quizá sea una mezcla de esto, de libre arbitrio con
amor fati a la vez.
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En medio del camino estoico aparece la virtud del sabio, la cual es la única cosa
buena a conseguir de esta vida, la cual proporciona paz espiritual, buen ánimo
y una entrega consciente al transcurrir de la vida, tal como sería un andar con la
liviandad de vestimentas que no oprimen, como cuando tenemos la sensación
de lo contrario. Un hombre lleno del caos emocional es más bien su esclavo, usa
vestimentas que lo desgastan, no tiene un equilibro de las propias vivencias sino
que está cerca de la anarquía, sujeto al temor. La virtuosidad va a ser entonces,
un vivir conforme a la naturaleza, a la racionalidad misma. Esto le permite al
sabio estoico aceptar con resignación y con visión de cuidar de sí mismo, lo que
ha de suceder en el mundo y que no puede cambiar o intervenir. Sabe que ante
el temor, ante el peligro de algo inevitable como la muerte nada más puede sino
volver sobre su actitud y experimentar un cambio, un aprendizaje, aceptar que
nada más puede cambiar su actitud interior y en ello cifra sus esfuerzos de todo
tipo. Epicteto nos enseña al respecto:
“Debo morir. Pero ¿he de morir lamentándome? Debo estar encarcelado. Pero
¿tengo que gemir también? ¿Puede alguien impedirme entonces que vaya con una
sonrisa y con buen ánimo y en paz? Dime el secreto, Me niego a decirlo, es mío.
Pues te encadenaré. ¿Qué hablas compañero? ¿Encadenarme? Sí, encadenarás mi
pierna, pero no mi voluntad. Ni siquiera Zeus lo puede hacer.
Si comprendemos que la virtud es el único verdadero bien veremos que
ningún mal real puede sobrevivirnos. Piensa que te has de conducir en tu vida
como en un convite. ¿Sabes que has de hacer ahí? ¿Te llega a ti algo de lo que se
reparte? Extiende la mano y tómalo modestamente. ¿Pasó de largo? No quieras
arrebatarlo”.
El sabio estoico alguna vez ha debido experimentar el miedo, fue un
aprendizaje lo que lo ha llevado a desafiarlo. Epicteto nos dice que tenemos una
libertad incluso ante el miedo, que se puede elegir el vivir una vida sin miedos,
pero que es un camino de mucha presencia de ánimo y de vigilancia sobre sí.
Uno podría incluso sostener que con Sócrates se nos da uno de los primeros
ejemplos para superar el miedo humano, y que todas estas escuelas helenísticas
de alguna manera no pueden dejar de lado semejante acto de valor. ¿Llega el
estoico a convencerse de su postura de superar el miedo? Unos dicen que no
hay valientes y que lo que hace el hombre es disimular su miedo. Pero si el sabio
estoico modifica su idea acerca de lo que le causa un miedo, por ejemplo, de
la muerte, entonces, si se convence como el viejo Sócrates de que en su punto
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crítico no sabemos lo que sea la muerte, sería un tanto absurdo, irracional, dejarse
llevar por el temor ante algo que se desconoce. Queda el argumento de los que
dan validez al miedo a lo desconocido, y que sería una emoción tan humana que
se naturaliza en toda persona. Hay una aversión a lo desconocido, pero esa es
otra idea cultural o instalada por la irracionalidad misma que lleva a creer que lo
desconocido como tal es motivo de miedo, pero más bien el sabio sabe que no es
más que una reacción, un movimiento de ánimo.
De alguna manera el miedo se ha hecho parte de las religiones, del ancestral
temor a los dioses, lo cual ha pasado a ser visto como algo natural. Pero quién
quiere dioses para temerles, para sentirse esclavo de la voluntad divina. Sólo basta
recordar lo que Epicteto nos dice sobre que ni Zeus tiene el poder de poder
arrebatarnos nuestro último libre albedrío, y esa es la filosofía terapéutica del
estoicismo, que procura impedir que el miedo se convierta en una forma de
percibir el mundo. Las palabras de Epicteto en su pequeño texto nos permiten
meditar sobre la filosofía estoica en su grado más humano ante el temor, pues
quien se atreve a gritarlo a los cuatro rincones es un hombre que llegó a nacer
bajo la esclavitud misma, sin ninguna posibilidad de elección ante eso. Hay una
valentía de vivir que se difunde en las líneas epicteteas, como si el cautiverio
que sufrió le hubiera hecho comprender que el miedo es como la esclavitud:
no permite vivir. Quizá cuando era un ser humano hecho esclavo por voluntad
de otros, lo que Epicteto más quería sería vivir por encima de toda esclavitud,
incluida una de las peores, el miedo.
Con esta libertad rectora de lo humano y eje central, uno podría pensar en
el oriente, en la literatura religiosa que muestra una aspiración de la liberación
ante todo lo terrenal, pero cayendo en un sesgo despreciativo, calumniador del
mundo como diría Nietzsche. El sabio estoico con su ataraxia, imperturbabilidad,
¿quiere llegar a tanto? Para algunos la búsqueda estoica de la serenidad a como dé
lugar, les parece un poco a falsa modestia. Esto sucede cuando Séneca le dice a
su discípulo Lucilio que el sabio deberá considerar que “el cautiverio, los azotes,
los grilletes, la miseria, los miembros desgarrados, sea por la enfermedad, sea
por la crueldad de los hombres y todas las calamidades que quieras, son terrores
imaginarios. Son los medrosos los que han de temer esas cosas”. Como dice
Marina18, “tomarse en serio la negación del yo es harina de otro costal”, y no es
que el sabio estoico pretende un nihilismo del yo.
18
Marina, J.: (2006): Anatomía del miedo, Barcelona: Anagrama, p. 230.
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Es un trabajo al estilo del examen propuesto por Marco Aurelio, una forma
de ver la vida y de poner distancia con las cosas, una forma de fortalecimiento y
de autoafirmación en la libertad personal, y ver que las cosas hasta cierto punto
no son determinantes.
En tal sentido, el Enquiridion nos da advertencias, propone ejercicios
espirituales para orientar la propia acción y fortalecer a la persona ante los
aconteceres de la vida, promete un grado de libertad personal que es la única
felicidad que el sabio siente al sentirse dueño de sí mismo mediante su fuerza
racional y volitiva. Ese ejercicio de autoexperimentación es un ponerse a prueba
ante la vida y todo el movimiento impredecible de las cosas que pasan. El
estoico desarrolla una especie de confianza de acero en sí mismo, cree que puede
neutralizar lo que el factor psicológico o mental le pueden causar de daño o error.
Epicteto en toda esa larga lista de recomendaciones y ejemplos, pone de
manifiesto la ignorancia socrática con que viven los hombres, porque si no fuera
así no sufrirían de todo lo que sucede, serían más libres. Su mensaje es cómo
valorar las cosas y cómo comportarse ante ellas de modo positivo y liberador.
Uno recuerda ya en esa metáfora del drama universal (nº17) la condición del
hombre como actor, y por lo tanto, su Enquiridion es un conjunto de imágenes
que invitan al hombre a actuar éticamente consigo mismo, a desempeñar bien su
papel impuesto pero aceptado.
Hay instancias en donde la vida del hombre parece alcanzar una satisfacción
personal, una íntima felicidad que sería saber que no es un juguete de los dioses
y que puede apoyarse en sí mismo para actuar y existir, y ese apoyo es la razón.
Una de sus fuerzas de apoyo es esta razón, una razón que “permea” en toda la
realidad y que se hace eco en todo el universo. La sabiduría estoica busca unir esa
racionalidad personal con todo el acontecer del universo porque en el fondo hay
un continuum de un mismo elemento que se manifiesta en la realidad y que es
la razón. Obedecer a su propia racionalidad le permite al sabio estoico ser parte o
entrar a esa armonía cósmica y reino natural de la razón. Aquí, en esta proeza de
concebir que su razón es la propia razón del universo que actúa a través de él, es
en donde radica su posibilidad de felicidad y de virtud ética. “El primer carácter
del sabio es que se deja llevar por esa gran corriente de la vida universal, sin
colocarse en oposición al orden natural. El “transcurso feliz” de la vida individual
sólo puede provenir de la virtud, idéntica a la felicidad. Aunque lleva implícitas
las virtudes tradicionales, sabiduría, temperancia, valor y justicia, la virtud del
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Referencias bibliográficas
Catón, De finibus
Epicteto, Enquiridion,
Discursos
Epicuro, Carta a Meneceo
Marco Aurelio, Meditaciones
Dodds, E.: (1975): Paganos y cristianos en una época de angustia, trad. J. Valiente
Malla, Madrid: Ediciones Cristiandad.
Droysen G. J.: (2004) Alejandro Magno, trad. Wenceslao Roces Suárez Madrid:
FCE.
Epicuro, Carta a Meneceo, Santiago: Centro de Estudios Griegos-Ediciones
Tácitas. Traducción Pablo Oyarzun.
Güell, M.: (1998) Sólo sé que nada sé, Barcelona: Ariel.
Imáz, M. -Gual, C.: (2007) La filosofía helenística, Madrid: Síntesis.
Levi, A.: (1949) Historia de la filosofía romana, trad. Héctor Pozzi, Buenos Aires:
Eudeba.
Lozano Vásquez, A.: (2011) “Sobre la filosofía como ejercicio espiritual en
Marco Aurelio”, Studia Philologica Columbiana I, Universidad de los Andes,
VVAA, Bogotá: Universidad de La Sabana.
20
Imáz, M. - Gual, C.: op.cit. p. 135.
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