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INDEPENDENCIA NACIONAL,

CAMPAÑAS MILITARES
Y PARTICIPACIÓN POPULAR

JUAN DE LA CRUZ

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PRÓLOGO

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La independencia de un pueblo es la consumación de un complejo proceso de

intelección de lo nacional, donde los sectores con mayor conciencia de la necesidad de tener

un Estado-Nación libre e independiente son los que mayores esfuerzos y sacrificios

despliegan en aras de la consecución de ese propósito altruista y redentorista.

La República Dominicana antes de constituirse en Nación libre e independiente el 27

de Febrero de 1844, había estado definiendo de forma sistemática y progresiva su identidad

social e histórico-cultural, pero sin poder ver hecho realidad su más ardiente anhelo de

libertad absoluta, mediante su constitución en república libre e independiente ante diferentes

potencias y/o naciones extranjeras.

El esfuerzo desplegado en esa dirección por Ciriaco Ramírez, Cristóbal Húber

Franco, Salvador Féliz y Manuel Jimenes, primero contra la dominación francesa y luego

contra el estatus colonial en que envolvió Juan Sánchez Ramírez a la parte oriental de la Isla

de Santo Domingo ante España, así como las luchas encabezadas posteriormente por Manuel

del Monte, Fermín García y José Núñez de Cáceres contra el dominio español, son tan sólo

algunas muestras de la más clara y decidida disposición de los habitantes de Santo Domingo

a constituirse en una Nación libre y soberana.

La independencia dominicana alcanzada a partir del 27 de Febrero de 1844 tiene la

peculiaridad de que no fue el resultado de una lucha contra una potencia colonialista sino

frente a un pueblo que tan sólo hacía 40 años había superado su condición de esclavo y de

colonia dependiente de Francia, para luego pasar, en principio por legítima defensa y luego

por ambición desmedida de sus gobernantes, a la reprochable condición de nación

dominadora de la parte oriental de Santo Domingo: la hermana República de Haití.

En ese contexto, varios jóvenes inquietos comienzan a desplegar acciones

propagandísticas contra el gobierno de turno y visualizan la necesidad de formarse y formar


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a otros en función de un ideal redentorista, al tiempo que entienden que la única vía para

alcanzar plenamente su propósito era aprender el arte de la guerra, para lo cual deciden

integrarse al ejército haitiano, donde algunos llegan a obtener el rango de oficiales.

El punto más luminoso de ese proceso se produjo cuando uno de esos jóvenes, que

había estudiado en el extranjero y conocía de otras experiencias organizativas -como la de

Los Numantinos, del poeta romántico español José Espronceda-, entendió que no era

conveniente continuar excitando al pueblo sin ofrecerle un instrumento organizativo que

permitiera canalizar su descontento y hacerlo servir a un fin esencialmente práctico y

trascendental. Es así como ese joven con apenas 25 años de edad, de nombre Juan Pablo

Duarte y Díez, encabeza la formación de la Sociedad Secreta La Trinitaria el 16 de Julio de

1838, bajo el principio de la Santísima y Augustísima Trinidad de Dios Omnipotente y bajo

el lema sacrosanto e inmortal de Dios, Patria y Libertad.

Aunque en principio los trinitarios fueron vistos como simples muchachos idealistas

y soñadores, por parte de algunos políticos zorrunos que antes habían servido a diferentes

causas, luego se dieron cuenta de que la vía adoptada por ellos era la más conveniente para

lograr la separación definitiva de Santo Domingo frente al gobierno haitiano. En consonancia

con ese propósito, los trinitarios despliegan múltiples esfuerzos para alcanzar alianzas con

todos los sectores que pudiesen colaborar de forma parcial o total con la causa

independentista. Es así como logran el apoyo del cura peruano Gaspar Hernández en el

ámbito de la formación filosófica, que era de tendencia pro-hispánica; se alían con los

reformistas haitianos para derrocar al dictador haitiano Jean Pierre Boyer, al tiempo que se

integran al gobierno provisional de la parte oriental de la Isla, bajo el nombre de Junta Popular

de Santo Domingo; incorporan a Tomás Bobadilla y a los hermanos gemelos Ramón y Pedro

Santana, al proyecto independentista, para aprovechar sus experiencias políticas y militares


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y obtener su apoyo financiero a la causa, aunque conocían de su tendencia pro-francesa, al

tiempo de ampliar y profundizar sus contactos con diferentes sectores sociales, políticos y

eclesiásticos a lo largo y ancho del país.

Cuando su trama conspirativa es descubierta y los principales líderes son apresados o

se ven compelidos a exilarse, algunos con gran experiencia política y militar logran darle

continuidad al proyecto independentista hasta que se produjese el advenimiento de mejores

condiciones para tomar el poder político por asalto. El Manifiesto del 16 de Enero de 1844

firmado por figuras prestantes del país, casi un mes antes de la acción decisiva, anunciaba

los nuevos aires libertarios que les sobrevendrían al país.

La noche del 27 de Febrero de 1844 fue el momento escogido para anunciar al mundo

la configuración de un Estado-Nación libre e independiente, que llevaría por nombre

República Dominicana con una bandera integrada por cuartos encarnados y azules, separados

por una cruz blanca. La Puerta de la Misericordia, en la actualidad situada en la calle Palo

Hincado esquina calle Arzobispo Portes, fue el lugar acordado para juntarse aquella noche,

donde el patricio Ramón Matías Mella disparó un trabucazo para templar el ánimo de los

presentes, desde donde se dirigieron a la Puerta del Conde de Peñalba, hoy Altar de la Patria,

para consumar, al filo de la media noche, el propósito redentorista.

Tras izar la bandera tricolor en el Baluarte del Conde, los patriotas se dirigieron a la

Fortaleza Ozama y al Palacio de Gobierno, tomándolos por asalto, para luego dejar

constituida la Junta Gubernativa Provisional, que pasó a dirigir Francisco del Rosario

Sánchez. Pero varios días después los sectores conservadores encabezados por Tomás

Bobadilla se constituyeron en mayoría y pasaron a presidir lo que se dio en llamar la Junta

Central Gubernativa.

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Los sucesivos presidentes haitianos, desde el general Charles Riviére Hérard en 1844

hasta el emperador Faustino Soulouque en 1856, durante 12 años consecutivos intentaron

revertir la decisión mayoritaria del pueblo dominicano de configurarse en Nación libre e

independiente, sin poder lograr su propósito. Con esas acciones, los dominicanos

reafirmaron, de manera firme e indeclinable, su decisión de vivir de forma totalmente libre y

soberana, como lo había concebido el Padre Fundador de la República Dominicana: Juan

Pablo Duarte.

Sin embargo, cinco años después, una facción miserable, constituida por los

“orcopolitas”, “ciudadanos del infierno”, “Iscariotes” o “malos dominicanos”, como

indistintamente los denominó Duarte, encabezada por el general Pedro Santana, quien nunca

vio como una posibilidad real la independencia de la República Dominicana y a quien lo

único que le animaba era un odio desmedido hacia el pueblo haitiano, el 18 de marzo de 1861

llevó a cabo la anexión de nuestro país a España. Todo esto sin contar con el voto aprobatorio

de la mayoría del pueblo dominicano, el cual dos años después iniciaría una guerra popular

de liberación nacional que culminaría el 11 de julio de 1865 con la derrota y el retiro

vergonzoso de las tropas del Ejército Realista Español y de sus epígonos locales.

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CAPITULO I

INDEPENDENCIA NACIONAL Y PARTICIPACION POPULAR

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La proclamación de la República Dominicana como nación libre e independiente se

produjo el 27 de febrero de 1844, como resultado de un largo proceso de lucha, emprendido

por los elementos más avanzados de nuestro pueblo en pos de lograr la identidad nacional e

independencia total de la parte oriental de la Isla de Santo Domingo, cuyo trayecto histórico

se puede situar desde finales del siglo XV hasta mediados del siglo XIX.

Juan Pablo Duarte, Presidente de la Sociedad Secreta La Trinitaria y Padre Fundador de la República

Dominicana.

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Pero es sólo con la formación de la Sociedad Secreta La Trinitaria, el 16 de julio de

1838, bajo la presidencia de Juan Pablo Duarte, que el ideal de independencia nacional

absoluta adquiere su máximo esplendor. De esta manera, los ideales revolucionarios

separatistas cobran una fuerza enorme, lo que le puso en condiciones de hacer alianzas con

los reformistas haitianos para derrocar al dictador haitiano Jean Pierre Boyer, lo que

consiguieron. Pero las cosas no quedaron ahí, sino que los trinitarios tenían claro que ese era

sólo un paso para avanzar hacia una etapa superior, la independencia total, de lo cual se dio

cuenta el presidente provisional de Haití, general Charles Riviére Hérard, quien se planteó

acabar con el movimiento subversivo que crecía como la verdolaga en todos los rincones de

la parte Este de la Isla de Santo Domingo.

Los trinitarios siembran la semilla de la separación mediante una intensa y sistemática

propaganda desplegada entre los habitantes de todos pueblos del Sur, del Cibao y del Este;

asimismo, establecen Juntas Populares en todas las localidades de la parte oriental de la Isla

de Santo Domingo, con lo cual logran un número considerable de adeptos para la causa

nacional.

Los revolucionarios independentistas participan en las Asambleas Electorales

responsables de elegir a los miembros de los Colegios Electorales responsables de

seleccionar, a su vez, a los diputados que participarían en la Asamblea Nacional

Constituyente Haitiana, obteniendo en ese proceso una victoria aplastante sobre los sectores

haitianos y pro haitianos. Al decir del historiador José Gabriel García, los trinitarios “se

adueñaron de casi todas las municipalidades”, lo cual “vino a demostrar que la separación

estaba ya hecha y que no faltaba sino darle forma: es decir, proclamarla como lo exigieran

las circunstancias” (José Gabriel García, Tomo II, 1982:197).


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Toda esta situación favorable tuvo su menoscabo cuando el general Riviére Hérard

avanzó por entre los principales pueblos del Cibao hasta llegar a la Capital, desplegando allí

un amplio operativo persecutorio contra todos aquellos individuos considerados opositores

al régimen haitiano y partidarios de la separación de la parte oriental de la Isla de Santo

Domingo, siendo encarcelados diecisiete dirigentes de La Trinitaria; otros se vieron

precisados a esconderse -como fueron los casos de Francisco del Rosario Sánchez y Vicente

Celestino Duarte-, mientras que los más conocidos tuvieron que disfrazarse y embarcarse

clandestinamente a Curazao, entre ellos Juan Pablo Duarte, Pedro Alejandrino Pina y Juan

Isidro Pérez, para no caer en mano del gobernante haitiano.

Cuando el general Riviére Hérard se retiró de la parte española de la Isla, los

separatistas -ahora encabezados por Francisco del Rosario Sánchez, Vicente Celestino

Duarte, Manuel Jimenes y José Joaquín Puello- no vacilaron en ponerse de acuerdo y

constituir en la Capital el centro revolucionario que, comenzando por establecer

comunicación con Juan Pablo Duarte y los demás iniciadores del movimiento, que se

encontraban tanto dentro como fuera del país, debía concluir por concertar el

pronunciamiento de los diferentes pueblos en favor de la separación, labor a la que

contribuyeron significativamente Ramón Matías Mella, Tomás Bobadilla, Juan Evangelista

Jiménez, Gabino Puello y Juan Contreras, entre otros.

Después de concitar el apoyo de casi todos los pueblos del país en favor de la causa

separatista; de lograr la incorporación de ciertos sectores conservadores y obtener una

cantidad considerable de pertrechos militares para la conspiración patriótica, en virtud de la

donación ejemplar y desinteresada hecha por Duarte, su madre, hermanos y hermanas de la

fortuna dejada por don Juan José Duarte y el aporte que hicieron los demás trinitarios

siguiendo ese ejemplo imperecedero.


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El 27 de febrero de 1844 -al filo de la medianoche-, después que Ramón Matías Mella

disparó el trabucazo en la Puerta de la Misericordia, el cual sonó en todos los rincones de la

amurallada ciudad de Santo Domingo, los patriotas dominicanos se dirigieron a la arcada de

la Puerta del Conde de Peñalba, donde el patricio Francisco del Rosario Sánchez procedió a

izar la bandera tricolor.

Con esta acción simbólica se dejó sellada formalmente la proclamación de la

Independencia Nacional y la constitución de la República Dominicana, en presencia de

Mella, Manuel Jimenes, Vicente Celestino Duarte, Tomás Bobadilla y Briones, José Joaquín

Puello y más de un centenar de patriotas y ciudadanos identificados con la causa nacional.

Lograda la independencia nacional, Duarte y sus compañeros fueron mandados a

buscar al exterior en la goleta Leonor, dirigida por el almirante Juan Alejandro Acosta,

recibiendo, a su llegada por el Puerto de Santo Domingo, una ovación multitudinaria y

obteniendo el primero de ellos, desde entonces, el título mayor de la República: Padre de la

Patria Dominicana.

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La Puerta de la Misericordia, lugar emblemático de la Cuidad Colonial de Santo

Domingo donde se juntaron Los Trinitarios para dejar iniciado el proceso

independentista con el trabucazo disparado por el patricio Ramón Matías Mella.

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La Puerta del Conde de Peñalba, entrada principal a la amurallada ciudad de Santo

Domingo, donde fue izada por primera vez la Bandera Tricolor Dominicana

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Una réplica de la goleta Leonor que trajo a Duarte desde Curazao y ondeó la bandera

tricolor por vez primera en el exterior.

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El almirante Juan Alejandro Acosta, quien capitaneó la goleta Leonor que

trajo a Juan Pablo Duarte desde Curazao.

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Sin embargo, el poder tanto económico, político como militar quedó en mano de los

sectores conservadores y enemigos de la patria, lo que le llevó a maquinar en contra de la

independencia plena de la República Dominicana y, de esa manera, vender el país al mejor

postor. Esta actitud fue combatida por Duarte y los demás trinitarios por distintos medios

hasta llegar al extremo de sublevarse contra la Junta Central Gubernativa el 9 de junio

de1844, para mostrar su desacuerdo con el intento de protectorado francés que pretendieron

consumar Bobadilla, Santana, Báez y demás facciosos.

La Junta pasó a ser presidida nuevamente, desde entonces, por el general Francisco

del Rosario Sánchez; la Plaza de Armas de Santo Domingo fue comandada por el general

Juan Pablo Duarte y la Plaza de Armas de Santiago de los Caballeros, por el general Ramón

Matías Mella.

El general Pedro Santana, que se sentía amenazado por la situación conflictiva que se

daba en Santo Domingo, aprovechó que Duarte estaba en el Cibao calmando los ánimos de

quienes lo proclamaban por doquier Presidente de la República y se dirigió hasta Baní, desde

donde envió un emisario por ante el cónsul francés en el país, Eustache de Juchereau de Saint

Denys, para que intercediera por ante el Presidente Sánchez y le permitiera entrar a la ciudad

Capital bajo el pretexto de deponer las armas.

En principio, Sánchez se resistió, pero ante la amenaza del cónsul francés de que

retiraría su legación diplomática del país si no se le permitía la entrada a Santo Domingo al

general Santana, aquel accedió. Una vez en la Ciudad Primada, Santana tomó los puntos

estratégicos de ésta y procedió a dar un golpe de Estado al presidente Sánchez, ante lo cual

no reaccionó el general de brigada José Joaquín Puello, a quien Duarte había dejado al frente

de la Plaza de Armas de Santo Domingo, bajo el pretexto de no causar un baño de sangre

entre dominicanos.
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Al enterarse de la situación, los pueblos del Cibao intentaron sublevarse contra la

nueva Junta Central Gubernativa presidida por el general Santana, pero los resultados fueron

infructuosos, ya que fueron sofocados inmediatamente y los trinitarios, perseguidos

tenazmente, encarcelados o expatriados a perpetuidad, al tiempo fueron declarados

injustamente traidores a la Patria. Desde entonces, el poder de la República Dominicana

quedó de forma absoluta en las manos del dictador Pedro Santana y de los demás traidores

de la Patria.

Eso no detuvo la lucha de estos y otros titanes de la libertad en favor de la

independencia nacional. Así lo demuestra la trama conspirativa de María Trinidad Sánchez,

Andrés Sánchez, Nicolás de Barias, José del Carmen Figueroa, Feliciano Martínez, Blas

Berroa y Eugenio Contreras- de la que se presume fue mentor el entonces Ministro de Guerra

y Marina, general Manuel Jimenes, al que no quiso delatar la tía de Sánchez, por entender

que éste era más útil que ella a la causa de la República-, cuyo propósito esencial era lograr

el retorno de los trinitarios, meses atrás desterrados del país.

Por el retorno de los trinitarios habían intercedido ante el general Santana diferentes

personalidades del país, incluidos el general Manuel Jimenes y María Trinidad Sánchez, pero

el dictador siempre argumentaba que algunos ministros que le acompañaban se resistían a

esa posibilidad, con quienes debía contar como titular del Poder Ejecutivo para tomar una

decisión de esa naturaleza, conforme lo establecía la Constitución del 6 de Noviembre de

1844, y que tal acción sólo podía llevarse a cabo si él tenía en sus manos el poder absoluto

del país.

En esa trampa cayó la heroína de febrero quien, junto al general Manuel Jimenes y

otros militares identificados con la causa independentista, se enfrascaron en una conspiración

orientada a destituir a Tomás Bobadilla como superministro del gobierno santanista, con el
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propósito de allanarle el camino a Santana para que pudiera implantar su dictadura militar

absolutista y, de esa manera, estuviera en capacidad de disponer el regreso de los expatriados.

Nada más ingenuo, ya que era el propio Santana el máximo responsable del destierro de los

trinitarios, lo cual se puso en evidencia, una vez más, cuando se enteró de la trama en contra

de sus ministeriales y, después de un juicio sumario a María Trinidad Sánchez, Nicolás de

Barias, José del Carmen Figueroa y Andrés Sánchez, procedió a su fusilamiento el 28 de

febrero de 1845, un día después de cumplirse el primer aniversario de la Independencia

Nacional. En ese sentido, es importante ver lo que establece el acta de defunción, que yace

en el Archivo de la Catedral, en torno a estos cuatro destacados patriotas:

“En la ciudad de Santo Domingo, el día 28 de febrero del corriente año (1845), yo el

infrascrito cura di sepultura conduciéndolos al patíbulo en compañía del Señor Vicario

General y del Cura de San Carlos, a Nicolás de Barias, María Trinidad Sánchez, José del

Carmen Figueroa y Andrés Sánchez. Recibieron los Santos Sacramentos”.

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Una imagen que muestra la forma vil en que fueron fusilados los cuatro patriotas febreristas.

La disposición de los trinitarios de devolverle al país su soberanía también se puso de

manifiesto entre los meses de mayo y julio de 1861, con la acción emprendida por el patricio

Francisco del Rosario Sánchez en la zona de Elías Piña, San Juan de la Maguana y Neiba. Sánchez,

tras retornar del exilio a partir de la amnistía general decretada por el presidente Manuel Jimenes en

1848 y luego de haber colaborado con los gobiernos del general Pedro Santana y Buenaventura Báez

entre 1849 y 1857, se vio compelido a salir nuevamente al exilio a Saint Thomas tras la toma de la

ciudad de Santo Domingo en el marco de la Revolución de Julio de 1857. Desde entonces Sánchez

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se distanció del general Santana de forma definitiva, al enterarse de sus planes anexionistas, los que

concluirían con la anexión de la República Dominicana a España el 18 de marzo de 1861.

Sánchez, después de haber sido herido en las ingles en la comunidad de Juan Santiago,

próximo a El Cercado, fue capturado y trasladado junto a 22 compañeros de armas a San

Juan de la Maguana, al ser traicionado por el general Santiago de Oleo, quien se había unido

días antes al Patricio y posteriormente efectuó una emboscada en su contra. Una vez llevados

a la ciudad de San Juan de la Maguana, los patriotas fueron juzgados por una corte militar

designada por el general Pedro Santana y todos fueron condenados a la pena de muerte.

Es, asimismo, muy importante destacar la lucha llevada a cabo por los restauradores

entre los años 1863-1865 para devolverle al país la independencia perdida a mano de España,

destacándose en esa contienda bélica Santiago Rodríguez, Gregorio Luperón y Gaspar

Polanco, entre otros, quienes, junto al pueblo dominicano, lograron hacer que ondeara

nuevamente la enseña tricolor.

Al enterarse de la anexión del país a España y del fusilamiento de su compañero

trinitario Francisco del Rosario Sánchez por parte de Pedro Santana, Duarte regresó a la patria

con la clara disposición de “luchar con las armas en la mano contra la anexión a España

llevada a cabo a despecho del voto nacional por la superchería de ese bando traidor y

parricida”, el 25 de marzo del año 1864, teniendo para entonces 51 años de edad.

Posteriormente, los portadores del ideal trinitario han sabido mantener encendida la

antorcha de la lucha independentista, siendo los hechos más significativos: la acción

desarrollada por el movimiento revolucionario del 25 de noviembre de 1873 contra los

esfuerzos desplegados por Buenaventura Báez en procura de incorporar el país a los Estados

Unidos de América en el gobierno de Ulises Grant, a cambio de beneficios políticos,

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económicos y militares; el enfrentamiento tanto cívico como militar del pueblo dominicano

contra las dos intervenciones militares norteamericanas en 1916 y 1965, siendo los

movimientos y figuras más destacadas de los mismos: la Batalla de la Barranquita, “Los

Gavilleros”, la organización patriótica Unión Nacional Dominicana, Gregorio Urbano

Gilbert, Américo Lugo, Emiliano Tejera, Félix Evaristo Mejía, Federico García Godoy,

Fabio Fiallo, Rafael Justino Castillo, Francisco Henríquez y Carvajal, Federico Henríquez y

Carvajal, Pedro Henríquez Ureña, Max Henríquez Ureña, Ercilia Pepín, Movimiento

Constitucionalista Enriquillo, coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez, coronel

Francisco Alberto Caamaño Deñó, capitán Mario Peña Taveras, contralmirante Manuel

Ramón Montes Arache, mayor Agustín Núñez Nogueras, capitán Quirós Pérez y coronel

Juan Manuel Lora Fernández, entre otros.

Para la concretización del ideal de los trinitarios en las circunstancias presentes es

necesario que todos/as los/as dominicanos y dominicanas con sentimientos patrióticos se

unan monolíticamente para hacer efectiva la consumación definitiva de una independencia

nacional verdaderamente integral, que no se quede exclusivamente en el aspecto político,

sino que contemple también los aspectos económico, social, científico-técnico, militar e

ideológico-cultural.

Esa independencia integral debe ser totalmente incluyente, donde sean tomados/as en

cuenta todos/as los/as dominicanos y dominicanas, pero cuyo soporte fundamental sean los

sectores populares y la juventud, quienes mediante sus diferentes instrumentos organizativos

estarían en capacidad de regir los destinos del país y ejercer el poder político sin

intermediarios. Esto quiere decir que la nueva independencia nacional deberá estar sustentada

en verdaderos poderes populares locales, los cuales a su vez deben servir de base a la

constitución de un Poder Popular Central.


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La independencia nacional de la República Dominicana, en las actuales

circunstancias, asume la característica singular de Poder Popular: única garantía de que ella

sea el resultado de la construcción colectiva del pueblo y de sus diferentes expresiones

organizativas, donde la soberanía nacional absoluta, la democracia participativa, la libertad

en todas sus expresiones, la justicia social plena, la equidad social y de género, el respeto a

la multiculturalidad, así como el reconocimiento a la diversidad, a la creatividad y al

surgimiento de diferentes escuelas de pensamiento, sean tan sólo algunas de sus nuevas

formas de manifestarse.

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CAPITULO II

CAMPAÑAS MILITARES POR LA DEFENSA

DE LA SOBERANÍA NACIONAL (1844-1856)

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Las batallas y acciones bélicas realizadas por el pueblo dominicano y su ejército entre

los años 1844 y 1856, encaminadas a rechazar las constantes incursiones militares de las

tropas haitianas al territorio dominicano y a defender la Independencia Nacional proclamada

el 27 de febrero de 1844, han sido distorsionadas por los sectores dominantes de ambas

naciones, con el claro propósito de enemistar a los dos pueblos que comparten la Isla de Santo

Domingo y al mismo tiempo desarrollar un sentimiento anti haitiano y anti dominicano tanto

en la República Dominicana como en la República de Haití, con el fin expreso de dividirlos

y sacar provecho de esa situación.

En estas campañas militares y en otros hechos históricos ocurridos en el país

(ocupaciones haitianas de 1801, 1805 y 1822), los sectores dominantes dominicanos han

fundamentado su antihaitianismo irracional. Esta aberración logró en la Era del dictador

Rafael Leónidas Trujillo una fundamentación ideológica profunda a través de investigaciones

históricas distorsionadas realizadas por intelectuales de la categoría de Manuel Arturo Peña

Batlle, Emilio Rodríguez Demorizi, Joaquín Balaguer Ricardo, Manuel Antonio Machado

Báez y Ramón Marrero Aristy, entre otros. De esa manera, rechazaban y obviaban los

orígenes africanos de la cultura dominicana y su vínculo directo o indirecto con el desarrollo

histórico de Haití, al tiempo que resaltaban nuestros orígenes hispánicos y nuestra

descendencia indígena, con el sólo objetivo de darle fundamentación a nuestra identidad a

partir de un bovarismo artificial, que nada tiene que ver con nuestras verdaderas raíces

antropológicas e histórico-culturales.

Igual actitud han asumido las clases dominantes haitianas, a partir del estudio

prejuiciado de la historia de ambos países y de los distintos hechos históricos ocurridos, como

fueron los casos de las batallas patrióticas de la Primera República, la matanza de haitianos

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realizada por Trujillo en 1937, el antihaitianismo desarrollado por las clases dominantes

dominicanas y el trato recibido por los braceros y trabajadores haitianos en los sectores

azucarero, agrícola y de la construcción, en diferentes gobiernos, lo que ha servido de excusa

para promover entre el pueblo haitiano un antidominicanismo irracional, que nada tiene que

ver con el verdadero y noble sentimiento del pueblo haitiano, quien tuvo el honor de salir de

la esclavitud más vil para pasar a constituirse en el ejemplo vivo de la lucha por la libertad y

el decoro.

Todo esto se hace con el sólo propósito de mantener a los dos pueblos que habitan la

Isla de Santo Domingo separados, para seguir dominándolos, sin mayores dificultades. Sin

embargo, es importante destacar que los poderosos de ambos países se comunican

permanentemente, hacen negocios, se protegen y son solidarios entre ellos. Una muestra

inequívoca de ello son los “asilos” que diferentes gobiernos dominicanos han dado a políticos

haitianos de diferente catadura, como son los casos del golpista Henry Namphi, el presidente

ilegítimo Leslie François Manigat, el ex alcalde de Puerto Príncipe y líder de los tontons

macoutes, Franck Romain, así como el golpista y líder paramilitar Guy Philippe, entre otros.

Los historiadores que responden a los intereses clasistas de los sectores dominantes

de Haití y de la República Dominicana denominan Guerra Dominico-Haitiana a las diferentes

batallas y acciones bélicas escenificadas en el territorio dominicano durante el período 1844-

1856, con el único e inconfesable objetivo de hacer aparecer como enemigos a dos pueblos

que comparten la Isla de Santo Domingo, que tienen enemigos poderosos comunes, y, del

mismo modo, también tienen anhelos y destinos comunes. Dos pueblos que se han dado la

mano solidaria en momentos cruciales de sus respectivas historias –como la alianza de los

reformistas haitianos y los trinitarios dominicanos para derrocar al dictador haitiano Jean

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Pierre Boyer en marzo de 1843; el apoyo de varios gobiernos haitianos -muy especialmente

el de Fabré Geffrard- a Francisco del Rosario Sánchez, Santiago Rodríguez, Gregorio

Luperón y a otros patriotas que lucharon contra la anexión del país a España, por la

Restauración de la Independencia Nacional y contra la anexión de Buenaventura Báez a los

Estados Unidos; así como la participación de combatientes haitianos en la Guerra Patria de

Abril de 1965 contra la segunda intervención militar norteamericana, como fueron los casos

del poeta Jacques Viau Renaud y del exilado y posteriormente desaparecido antiduvalierista

Luis Samuel Roché.

El pueblo dominicano y su ejército lucharon por defender la soberanía nacional

dominicana ultrajada, no contra el pueblo haitiano, el cual no estaba de acuerdo con esas

incursiones militares a nuestro territorio, sino contra los sectores dominantes haitianos y su

ejército, quienes querían seguir beneficiándose de las riquezas naturales y de los sistemas

productivos del país, a como diera lugar y a cualquier precio.

En lo que concierne a la República Dominicana, justo es destacar que los militares

que recogieron los lauros de aquellas contiendas bélicas por la dignidad, la libertad y la

soberanía nacional, no fueron necesariamente los que más se esforzaron por obtener la

victoria frente al ejército expedicionario haitiano, sino aquellos que siempre estuvieron

esperando el apoyo militar de una gran potencia, como Francia, para poder dar las batallas

que vendrían a consolidar una independencia nacional mediatizada. Por eso, no sin razón, el

patricio Juan Pablo Duarte nos dice lo siguiente: “Un 19 de marzo triunfó la cruz y los

Iscariotes, escribas y fariseos proclaman triunfador a Santana”. Aquí Duarte se refiere al

triunfo del Ejército Dominicano sobre las tropas haitianas que estaban bajo el mando del

presidente haitiano general Riviére Hérard el 19 de marzo de 1844. Esa ocasión la

aprovecharon los partidarios de Santana para atribuirle la victoria de forma absoluta,


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desconociendo con ello que los verdaderos adalides de esa acción militar fueron el general

Antonio Duvergé y los oficiales Francisco Soñé, José del Carmen García, Feliciano Martínez,

Juan Esteban Roca, Manuel de Regla Mota, Manuel Mora, Juan Esteban Ceara, José Leger,

Vicente Noble, Matías de Vargas, Marcos Medina, Lucas Díaz, Nicolás Mañón, Juan

Contreras y Lorenzo Araujo, así como otros cientos de oficiales, clases y soldados.

Los lauros inmerecidos atribuidos a Santana, les sirvieron para ser proclamado con

los galardones tampoco merecidos de “Libertador de la Patria” y “Jefe Supremo de la

República”. Calidad esta última con la que asume la Presidencia de la República, tras

desplazar a los trinitarios del poder y declararlos injustamente traidores a la patria, para poder

cometer impunemente todos sus crímenes y desmanes en contra del país y su gente más

sensata.

Los principales crímenes y desmanes cometidos por el general Pedro Santana contra

la República Dominicana y sus patriotas más fieles al ideal de una nación totalmente libre e

independiente, son los siguientes:

1. El fusilamiento de María Trinidad Sánchez y sus compañeros de armas el 28 de

febrero de 1845 –un día después de cumplirse el primer año de la Independencia

Nacional- por reclamar el retorno de los trinitarios deportados.

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El general Pedro Santana, hatero del Seibo que colaboró con la Independencia Nacional, luego declaró

traidores a la Patria a los fundadores de la República Dominicana y se alzó con el poder absoluto.

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2. El destierro de los parientes más cercanos de Duarte -su madre Manuela Díez y sus

hermanos y hermanas-, en el mes de marzo de 1845, con lo cual quiso darle una estocada

final al fundador de la República.

3. El fusilamiento de los hermanos José Joaquín y Gabino Puello, después de éstos haberle

servido incondicionalmente al General Pedro Santana. Estos fueron acusados de convictos y

juzgados por una supuesta conspiración para derrocar al Presidente Santana. Fueron

sentenciados a muerte y fusilados el 23 de diciembre de 1847.

4. El apresamiento del una y mil veces glorioso defensor de la frontera, General Antonio

Duvergé, el 9 de mayo de 1849 en Azua, por desaprobar las incitaciones del general Pedro

Santana encaminadas a derrocar al presidente general Manuel Jimenes y en su lugar colocarse

él, y al responderle gallardamente, con honorabilidad y sentido patriótico, de la siguiente

manera: “General: Yo sólo empleo mis armas para pelear contra el haitiano; pero nunca

tomaré parte en discordias civiles; en este caso haré mucho con ser neutral”.

5. El sometimiento del General Duvergé a un Consejo de Guerra en la ciudad del dictador,

El Seibo, al ser acusado por el General Santana de ser el responsable de la derrota sufrida por

las tropas dominicanas en varias batallas, como fue el caso de la de Azua los días 5 y 6 de

abril de 1849, siendo descargado posteriormente por el tribunal militar de las imputaciones

que se les hicieron.

6. El fusilamiento en el patíbulo del General Antonio Duvergé, sus hijos Alcides y Daniel,

los patriotas coroneles Tomás de la Concha y Juan María Albert, así como también al

ciudadano español Pedro José Dalmau, el 11 de abril de 1855, al ser acusados de planear una

conspiración revolucionaria contra el gobierno del General Santana.

32
7. El fusilamiento en el patíbulo de Francisco del Rosario Sánchez y sus compañeros de lucha

e infortunio, en San Juan de la Maguana, el 4 de julio de 1861, entre otros.

Con toda razón, Duarte consideraba a Pedro Santana, Tomás Bobadilla, Buenaventura

Báez y Manuel María Gautier, entre otros, como “ciudadanos del infiernos” y como parte de

la “facción miserable” que “ha sido, es y será siempre todo menos dominicana”. Igualmente,

“representante de todo partido antinacional y enemiga nata por tanto de todas nuestras

revoluciones”.

En cuanto al pueblo haitiano, podemos expresar que este no estuvo de acuerdo con

las incursiones armadas llevadas a cabo por “déspotas y enfermos” del hermano país, tales

como Hérard, Pierrot, Guerrier y Soulouque, entre otros. Decimos esto, porque esas acciones

significaban desangrar el magro presupuesto nacional para invertir los pocos recursos que

percibía la República de Haití en una guerra sin sentido. Esta guerra trajo consigo la

profundización de la miseria y la pobreza, así como una gran inestabilidad política en Haití,

cuya repercusión negativa tienen su impronta aún en el presente.

Es por todo lo expuesto, que en este estudio se hace un gran esfuerzo por analizar de

forma objetiva los episodios más importantes escenificados por el pueblo dominicano en su

lucha decidida por defender y reafirmar su soberanía nacional. Asimismo, se busca establecer

con meridiana claridad el rol jugado por cada uno de los actores que participaron en las

diferentes acciones bélicas, con el único propósito de derribar mitos y establecer verdades

que sirvan de ejemplo a las presentes y futuras generaciones.

33
34
CAPÍTULO III:

PRIMERA CAMPAÑA MILITAR TRAS LA PROCLAMACIÓN DE LA

INDEPENDENCIA NACIONAL (1844)

35
El 27 de febrero de 1844 -al filo de la medianoche-, después que Ramón Matías Mella

disparó el trabucazo en la Puerta de la Misericordia, el cual sonó en todos los rincones de la

amurallada ciudad de Santo Domingo, los patriotas dominicanos se dirigieron a la arcada de

la Puerta del Conde, donde el patricio Francisco del Rosario Sánchez procedió a izar la

bandera tricolor. Con esta acción simbólica se dejó sellada formalmente la proclamación de

la Independencia Nacional y la constitución de la República Dominicana, en presencia de

Mella, Manuel Jimenes, Vicente Celestino Duarte, Tomás Bobadilla y Briones, José Joaquín

Puello y más de un centenar de patriotas y ciudadanos identificados con la causa nacional.

Inmediatamente después de proclama la Independencia Nacional y dejar constituida

la República Dominicana con una nueva perspectiva revolucionaria, se procedió a crear la

Junta Gubernativa Provisional, presidida por el patricio Francisco del Rosario Sánchez e

integrada por Ramón Matías Mella, Manuel Jimenes, José Joaquín Puello, Remigio del

Castillo y Tomás Bobadilla.

El 28 de febrero fue el día de más intensa y angustiosa agitación para la Junta recién

instalada, ya que el eco del trabucazo disparado por Mella no se había disipado aún entre los

habitantes de la ciudad de Santo Domingo, lo que obligó a tomar medidas perentorias que

garantizaran la permanencia y profundización del nuevo estado de cosas, como fueron: la

conformación y movilización de las tropas dominicanas, para que, sin demora, salieran a

contener la esperada incursión de tropas haitianas por diferentes puntos del territorio

nacional; la organización del nuevo Gobierno de acuerdo a lo pautado en la Manifestación

del 16 de Enero de 1844, así como garantizar los pronunciamientos públicos de los diferentes

36
pueblos de la parte Este de la Isla de Santo Domingo en favor de la recién creada República

Dominicana.

Las personas designadas por la Junta Gubernativa Provisional para garantizar los

pronunciamientos de adhesión de los diferentes pueblos de la República Dominicana a la

Independencia Nacional, fueron: Tomás Bobadilla y Briones, quien fue enviado a Monte

Plata, Bayaguana y Sabana Grande de Boyá; Manuel Jimenes al Sur; Remigio del Castillo al

Este y Pedro Ramón de Mena, al Cibao.

Las heroicas poblaciones de San Cristóbal y Baní se adelantaron a la misión de

Manuel Jimenes, procediendo a proclamar su adhesión al nuevo orden revolucionario. Algo

similar hicieron los pueblos de Monte Plata, Bayaguana y Sabana Grande de Boyá, quienes

se adelantaron a la misión de Tomás Bobadilla y se adhirieron a la recién proclamada

República Dominicana. Igual actitud asumieron los distintos pueblos del Cibao de la naciente

República, con lo cual la causa independentista logró una aplastante victoria frente a las

pretensiones del general Charles Riviére Hérard de mantener su dominio sobre la parte

oriental de la Isla de Santo Domingo.

Mientras tanto, en San Cristóbal, ciudad involucrada desde hacía varios años en los

trabajos revolucionarios, los oficiales Antonio Duvergé, José Esteban Roca y Juan Álvarez

organizaban la contribución de la Villa a la importante y abnegada empresa de constituir el

Ejército Dominicano, de manera que estuviera en condiciones de hacer frente a las huestes

de las tropas haitianas que el propio presidente Riviére Hérard encabezaba.

Haciendo caso omiso de las múltiples comunicaciones que el gobierno dominicano

había enviado a las autoridades haitianas, donde se les informaba del proceso que habían

37
seguido los revolucionarios febreristas y la firme resolución del pueblo dominicano de

constituirse en una Nación libre e independiente de toda dominación extranjera, el 9 de marzo

de 1844 el presidente haitiano general Riviére Hérard invade la República Dominicana al

mando de un ejército expedicionario de aproximadamente 30,000 efectivos militares bien

armados y entrenados con el propósito de someter a sus habitantes a la obediencia.

Ese ejército fue dividido en tres columnas: la primera, al mando del propio Riviére

Hérard, que salió por el camino de Las Caobas con destino a Azua; la segunda, bajo las

órdenes del general Agustín Souffrant, por el camino de Neiba, la que debía unirse a la

primera en Azua; y la tercera, dirigida por el general Jean Louis Pierrot, marchaba sobre

Santiago y Puerto Plata, con el objetivo de encontrarse con ambas en la ciudad de Santo

Domingo. De esta forma, se inicia la Primera Campaña de Resistencia del Pueblo

Dominicano y su ejército por la defensa de la soberanía nacional frente a las autoridades

haitianas y su ejército invasor.

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Mapa que representa la ruta seguida por el ejército haitiano durante la

Primera Campaña Militar del Sur que concluyó con su derrota en Azua.

39
3.1. ACCIONES DE LA FUENTE DE RODEO, LAS CABEZAS DE LAS MARÍAS Y

LAS HICOTEAS

El primer encuentro entre las tropas dominicanas y las tropas haitianas fue el que se

escenificó en La Fuente del Rodeo, considerado por el historiador José Gabriel García

(1888:3) como “el verdadero bautismo de sangre de la República”. En ese encuentro el

ejército invasor fue derrotado por las tropas dominicanas capitaneadas por el teniente coronel

Fernando Taveras, quien sufrió una herida de gran consideración, razón por la cual fue

sustituido en el mando por los tenientes Vicente Noble, Dionisio Reyes y Nicolás Mañón.

Las tropas haitianas se vieron obligadas a retirarse en busca de refuerzo.

En el segundo encuentro, que se produjo en Las Cabezas de las Marías, le tocó la peor

parte a las tropas dominicanas, las cuales, al no avanzar inmediatamente sobre Neiba, dieron

tiempo a que el coronel haitiano Louis Auguste Brouard fuera en busca de auxilio y,

encontrando en Las Barbacoas (actual municipio de Villa Jaragua) a los regimientos 20 y 21,

volvió de nuevo a la carga con el objetivo de dominar la situación. Fue así como las tropas

al mando de Brouard lograron derrotar a las tropas dominicanas, teniendo éstas que

replegarse, pasando de esta manera el ejército haitiano a posesionarse de Neiba,

manteniéndola ocupada hasta que llegó el general Souffrant.

La vanguardia de la columna al mando del general Souffrant marchó sin dificultad, el

18 de marzo, hasta Las Hicoteas, al este de la Sierra Martín García, donde encontró,

cubriendo el camino real, un batallón capitaleño, comandado por el capitán Manuel Mora, y

40
otro banilejo, comandado por el teniente coronel Manuel de Regla Mota. La vanguardia

dominicana al mando de los comandantes José María Cabral y Francisco Soñé, derrotó a la

vanguardia haitiana de Souffrant, obligándola a pernoctar allí e impidiéndole participar en la

batalla del 19 de marzo que se escenificó en Azua.

Después de varias emboscadas y no pudiendo resistir la superioridad numérica del

enemigo, los dominicanos se vieron precisados a abandonar el campo de batalla y tuvieron

que replegarse al Cuartel General instalado en la ciudad de Azua, del que estaba encargado

el general Pedro Santana, quien había recibido orden de la Junta Central Gubernativa de

marchar al encuentro del ejército invasor.

El 21 de marzo llegó el general Souffrant a la cabeza de su columna, que tenía tres

días de retardo a causa de las emboscadas dominicanas que debió combatir, casi diariamente,

desde su salida de Neiba. Esos combates y emboscadas fueron las acciones de guerras de

guerrillas libradas por las fuerzas dominicanas de avanzada como parte de la defensa flexible

adoptada por el entonces coronel Antonio Duvergé desde Azua, encargado del Cordón

Defensivo del Sur, que tenía como objetivo desgastar y dilatar las fuerzas enemigas en su

avance, mediante acciones móviles, cediendo terreno, hasta lograr anular el impulso de su

marcha e impedir, tal como sucedió, que la división del general Souffrant llegara a tiempo

para participar en la batalla librada el 19 de marzo. La retaguardia del general Riché,

integrada por toda la caballería con que contaba Riviére Hérard, llegó retrasada y demasiado

tarde, al igual que la columna del general Souffrant.

41
3.2. LA BATALLA DEL 19 DE MARZO EN AZUA

En el momento en que las tropas dominicanas eran desalojadas de Neiba, el general

Riviére Hérard desalojaba de San Juan de la Maguana a las pocas fuerzas con que el

comandante Luis Álvarez había dejado ocupada la Plaza. Después, el general haitiano siguió

su marcha a paso redoblado, incorporando a sus filas de forma obligatoria a todos los

dominicanos que encontraba en el camino.

Una carta del general Pedro Santana, enviada a su íntimo amigo don Abraham Cohen,

de fecha 17 de marzo de 1844, cuando se dirigía con sus tropas por el camino de Azua, dos

días antes de la significativa batalla que habría de escenificarse en aquella gloriosa ciudad,

refleja el gran temor y desconcierto que apesadumbraba al Jefe del Ejército del Sur ante la

pronta llegada del ejército haitiano. En ella le solicita interceder por ante el cónsul general

de Francia en República Dominicana, Eustache Juchereau de Saint Denys, para que el

gobierno galo pusiera a disposición del pueblo dominicano tropas que le ayudaran a

contrarrestar al enemigo poderoso que se avecinaba, dando seguridad de que garantizaría en

todas sus partes un convenio de protección y unión entre ambas naciones, el cual estaba

dispuesto a cumplir a su entera satisfacción, aún en perjuicio de la Patria por la que decía

luchar.

42
Veamos los términos de la referida comunicación:

“Camino de Azua y marzo 17 de 1844.

Muy sor. mío y amigo:

En este momento que serán las cuatro de la mañana, en marcha para Azua, acabo de

recibir un expreso de Azua con la noticia positiva que los haitianos marchan sobre nosotros

y además que los habitantes de San Juan, Las Matas e Hincha se mantienen en inacción y

sin pronunciarse, reunidos.

En esta virtud, mi buen amigo, yo espero de su actividad y patriotismo que sin pérdida

de tiempo V. hable con el Cónsul de Francia y vea si hay posibilidad de poner a mi

disposición las tropas francesas que necesitamos para contrarrestar los enemigos para

cuando yo les avise.

En fin mi amigo, yo espero de V. que este asunto lo tratará con la atención y la

brevedad que merece.

Yo digo a V. y V. puede ofrecer al Cónsul que mis proposiciones convenidas entre

nosotros de protección y unión, las garantizo yo en todas sus partes y a su satisfacción

Saludo a V. con amistad,

Pedro Santana” (Emilio Rodríguez Demorizi, 1957:396).


43
Monumento a los héroes de la Batalla del 19 de Marzo, erigido en el parque oeste de Azua.

44
El 18 de marzo, las avanzadas dominicanas que ocupaban el paso del río Jura, al

mando del teniente Lucas Díaz, las que habían sido enviadas al lugar en una misión de

reconocimiento, hacen una emboscada con varios fusileros a las tropas del presidente Riviére

Hérard. Después de efectuar varias descargas sobre el enemigo, las tropas dominicanas se

repliegan hacia Azua de Compostela, despertando así el interés de las tropas haitianas de

realizar un ataque importante sobre esta ciudad.

Las tropas dominicanas, desde antes de aparecer el alba, estaban listas para entrar en

combate. Se encontraban situadas en el frente oeste de la ciudad de Azua, formando una línea

de defensa que iba desde el camino del Barro por el norte hasta el camino de Los Conucos

por el sur.

La milicia dominicana ascendían a 2,500 soldados, que estaban constituidos por

alrededor de 1,000 hateros y monteros que formaban el ejército con que arribó el general

Pedro Santana, los cuales procedían del Seibo, Hato Mayor, El Cuey y Los Llanos, expertos

en el manejo de la lanza y el machete; alrededor de 500 jóvenes azuanos, entrenados por

Antonio Duvergé y Francisco Soñé, en la finca de este último en Las Yayitas; dos compañías,

una de gendarmería y una de caballería, con alrededor de 200 neiberos, comandados por

Vicente Noble y Nicolás Mañón; dos regimientos que arribaron en barco desde la ciudad de

Santo Domingo, al mando del capitán Manuel Mora; la tropa banileja al mando del teniente

coronel Manuel de Regla Mota, ascendente a 300 soldados; una tropa de San Cristóbal, con

alrededor de 300 soldados, comandada por Lorenzo Araujo y José María Cabral, así como

un cuerpo de caballería al mando del coronel Buenaventura Báez.

45
Una escena de la heroica Batalla del 19 de Marzo de 1844, realizada en la ciudad de Azua.

46
La distribución de esas tropas en la línea de defensa era la siguiente: en el flanco

derecho de la línea defensiva, cortando el camino del Barro, estaba la fuerza de fusileros

azuanos al mando del teniente coronel Valentín Alcántara y el capitán Vicente Noble, así

como un contingente de macheteros pertenecientes a las tropas entrenadas por el coronel

Antonio Duvergé. En la retaguardia se encontraba el destacado combatiente Nicolás Mañón,

al mando de 200 hombres en las inmediaciones del Cerro de Resolí.

Hacia el sur, bloqueando el camino de San Juan de la Maguana, se encontraba

emplazada en el centro una pieza de artillería de 24 libras, dirigida por Francisco Soñé, siendo

jefe de la pieza José del Carmen García. Alrededor de este cañón, se encontraban emboscados

en sus inmediaciones, para protegerlo, tropas de a pie, hateros y monteros, comandados por

Juan Esteban Ceara, Lucas Díaz y Luís Álvarez.

En el flanco izquierdo, bloqueando el paso hacia Los Conucos y Las Clavellinas, en

las inmediaciones del Convento Viejo, se encontraba otra pieza de artillería de pequeño

calibre, así como una fuerte línea de fusileros al mando de Matías de Vargas, José Leger y

Feliciano Martínez. El coronel Antonio Duvergé, el hombre más activo en la defensa, en su

papel de jefe de la línea, por ser el oficial más familiarizado con la plaza de armas y un gran

conocedor del terreno de operación, se movía incansablemente en todo el perímetro de la

defensa, de acuerdo a como lo requiriera la situación. El general Pedro Santana, en su calidad

de Comandante en Jefe, tenía su Cuartel General en la retaguardia de la posición del centro,

junto al coronel Buenaventura Báez, Felipe Alfau y Lorenzo Santamaría, quienes estaban en

calidad de asesores, respaldados a su vez, por los hateros de a caballo y por el cuerpo de

caballería de Báez.

47
Mapa que presenta los detalles de la Batalla del 19 de Marzo en Azua.

48
A las 7:30 de la mañana, el general Riviére Hérard atacó vigorosamente a Azua con

el grueso de sus tropas, ascendente a 8,000 soldados, por el camino que conduce a Puerto

Príncipe. Su columna estaba formada por soldados procedentes de los dragones de la Guardia

Nacional de Port Repúblicaine, de los cazadores y granaderos de los regimientos segundo,

sexto, noveno y décimo noveno, así como por otras unidades de la Guardia Nacional de

Verrettes de L’Arcahaie y Mirebalais. La vanguardia estaba comandada por el experimentado

general Thomás Héctor, secundado por los coroneles Therlonge Perpiñag y Brunet Brise,

entre otros.

Entrada la mañana del 19 de marzo, el presidente haitiano Riviére Hérard divide su

ejército en tres columnas: la primera fue enviada por el camino del Barro; la segunda por el

camino de San Juan y la tercera por el camino de Los Conucos. Desprovistos de artillería y

pensando que el general Souffrant se encontraba en posición, las tropas haitianas avanzaron

sobre las posiciones dominicanas. La vanguardia del General Thomás Héctor, encabezada

por los antiguos dragones de la caballería del ex presidente Boyer, fue quien inició el ataque

por el camino de San Juan de la Maguana, en formación cerrada. Aprovechando esta

imprudencia del enemigo, el oficial Francisco Soñé disparó su pieza de artillería sobre

aquella masa enorme de soldados, logrando así crear una gran baja al ejército haitiano. Ante

ese hecho, el coronel Therlonge Perpiñag ordenó abrir las filas, siendo ya demasiado tarde,

ya que los comandantes Lucas Díaz, Juan Esteban Ceara y José del Carmen García,

ordenaron cerradas descargas de fusilería y carga de machetes desde sus posiciones en torno

a la pieza de artillería.

49
El presidente haitiano Charles Hérard Riviére, quien encabezó las tropas haitianas que entraron

por la Frontera Sur de la República Dominicana y fueron derrotadas en la ciudad de Azua.

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El ala derecha haitiana, compuesta por los regimientos noveno y décimo noveno, se

dispuso a atacar, bordeando el bosque y tomando el camino de Los Conucos. La posición

izquierda de los patriotas dominicanos, situada en las inmediaciones del antiguo Convento,

con una pieza de pequeño calibre y una certera fusilería al mando de Matías de Vargas, José

Leger y Feliciano Martínez, logró exterminar a los comandantes de los dos regimientos

haitianos, coronel Vincent del noveno y coronel Jean Gilles del décimo noveno. Ante este

desenlace trágico, las tropas de ambos regimientos se replegaron en gran desorden. Mientras

esto ocurría, el general Thomás Héctor ordena al ala izquierda, compuesta por el segundo y

sexto regimientos, que avanzaba por el camino del Barro, a que hiciera un movimiento

envolvente. Pero en ese momento tropieza con los macheteros azuanos de Antonio Duvergé,

quienes apoyados por los fusileros de Nicolás Mañón, que habían bajado del Fuerte Resolí,

irrumpieron de sus filas, en un heroico asalto de machetes, sembraron el terror y la muerte

en esta ala del ejército del presidente Riviére Hérard. Esta columna se retiró presa del pánico

ante la mortandad ocasionada por las armas blancas, completando así, después de tres horas

de combate, la total retirada del ejército haitiano, que fue perseguido y hostigado en su

retirada, dejando tras de sí un saldo de alrededor de 300 bajas, entre muertos y heridos,

incluidos varios coroneles, oficiales y soldados.

Los patriotas dominicanos que más se destacaron en esta batalla fueron: Antonio

Duvergé, Francisco Soñé, José del Carmen García, Matías de Vargas, Feliciano Martínez,

Lucas Díaz, Vicente Noble, Nicolás Mañón, Marcos Medina, Juan Esteban Ceara, Manuel

Mora, Manuel de Regla Mota, José Leger, Luís Álvarez, Lorenzo Araujo y cientos de

oficiales, suboficiales, clases y soldados, meritorios en toda la extensión de la palabra, aunque

51
bisoños en su mayoría. Sin embargo, quien se arrogó todos los honores y lauros obtenidos

fue el general Pedro Santana, quien opacó con su autocrática personalidad a los verdaderos

adalides de esta trascendental gesta patriota.

La Batalla del 19 de Marzo, aunque representó una victoria espectacular, espléndida

y gloriosa para los dominicanos, se vio disminuida en su trascendencia cuando el general

Pedro Santana ordenó en horas de la noche de ese mismo día, el retiro de los campos de

batalla de las tropas bajo su mando para instalarse en Sabana Buey, Baní. El general Santana

sólo dejó en las inmediaciones de Azua la retaguardia del ejército dominicano, encabezada

por el coronel Antonio Duvergé, por el temor que le embargaba de que las tropas encabezadas

por el General Souffrant, procedentes de Neiba, pudieran derrotarle, en virtud de su

superioridad numérica.

Las tropas haitianas dirigidas por el presidente Riviére Hérard, reforzadas con las de

la segunda división del general Souffrant y con hombres reclutados a la fuerza en las zonas

de Las Caobas, Las Matas de Farfán, San Juan de la Maguana y Neiba, tras comprobar el

abandono de la ciudad por parte de las tropas dominicanas, se posesionaron de Azua el 21 de

marzo, procediendo así a ocupar la Plaza de Armas, a enterrar sus muertos y hacerle prometer

a sus hombres que no descansarían en su accionar hasta llegar a la ciudad de Santo Domingo.

52
Veamos tan sólo algunos párrafos de la Proclama del presidente Riviére Hérard, tras

su retorno a Azua, en su marcha sobre la parte oriental de la Isla de Santo Domingo, donde

se mofa del ejército dominicano bajo el mando del general Pedro Santana por haberse retirado

de la ciudad y revela las intenciones de algunos “malos dominicanos” de buscar el apoyo en

una potencia extranjera para la concretización de sus planes:

“Haitianos: Nuestras disensiones afligían al país y algunos pérfidos, ante el

espectáculo de la postración en que parecía sumido, soñaron con fraccionar el territorio,

constituir en Estado independiente a la población extraviada del Este. Y para colmo de su

criminal empresa, buscaron el respaldo del extranjero y se mostraron dispuestos a aceptar

el funesto obsequio de su intervención. Insensatos! Insensatos que, blandiendo las antorchas

de la guerra civil, se han atrevido a amenazar la Patria con envolverla en sus fuegos, en

sangre y en matanzas! Ya lo sabéis, ciudadanos.

Rápido como el rayo, volé al encuentro de ellos. En Las Caobas, en Las Matas, en

San Juan, aparecieron las columnas republicanas y su sola presencia bastó para restablecer

el orden, la tranquilidad. Se presentan ante Azua, y los rebeldes que se jactaban de

detenernos allí, tan pronto como descargaron su artillería, esa artillería que de terrible no

tiene más que el ruido, buscaron despavoridos la salvación en la huida, abandonando sus

provisiones, su pólvora, sus lanzas, sus cañones aún cargados. Ese día del 19 de marzo ha

revelado el delirio que impulsa a esos insensatos a la rebelión. Nos presagia grandes y

prontos éxitos. Unos días más, y el baluarte de la rebelión, ese soberbio Santo Domingo,

verá sus muros abiertos para nuestras columnas victoriosas. ¿Podrá, efectivamente, con sus

53
traidores y sus fugitivos, contener el esfuerzo de un ejército impaciente por alcanzar nuevos

triunfos al que anima el sagrado amor a la Patria poderosa e indivisible?” (Emilio

Rodríguez Demorizi, 1957:368-369).

Como se ha podido ver en la Proclama del presidente, general Riviére Hérard, tan

sólo se muestran dos verdades bastantes claras, pero que adornadas de tantas mentiras,

justificaciones y subterfugios, tienden a opacarlas y a quitarle peso: la primera verdad está

relacionada con los esfuerzos desplegados por los sectores conservadores de la Junta Central

Gubernativa y del Ejército Dominicano de obtener el protectorado de Francia a cambio de la

entrega de la Bahía y Península de Samaná, y la segunda verdad está relacionada con el error

cometido por el general Pedro Santana de no perseguir a las tropas haitianas en su retirada

hasta diezmarlas y, por el contrario, haber tomado la decisión de retirarse de Azua, dejándole

la Plaza de Armas libre al enemigo.

En cambio, el historiador haitiano Thomas Madiou, es más objetivo cuando evalúa

en sus detalles los acontecimientos del 19 de marzo de 1844 en la ciudad de Azua.

Observemos:

“El general Riviére se presentó frente a Azua el 19 de marzo; sus tropas se componían

de la infantería y la caballería de la antigua guardia de Boyer, que era la suya; de los

regimientos 2º, 6º y 19º; de las guardias nacionales de Verettes, de L’Arcahaie de Mirebalais

y de la caballería de la guardia nacional de Port-au-Prince. Santana, general en jefe del

ejército dominicano, había llegado a Azua la víspera de la aparición de las tropas haitianas

54
frente a esa ciudad. Apenas había tenido tiempo de tomar algunas disposiciones militares;

no tenía bajo sus órdenes sino cerca de mil hombres, la mayor parte del Seibo e Higüey.

Hizo colocar a la entrada del pueblo dos piezas de cañón, una de a 24 y otra de pequeño

calibre, y colocó para protegerlas algunos hombres armados de fusiles. Los haitianos se

excitaron el 19 de marzo, el mismo día de su llegada, para penetrar en la ciudad, a cuya

entrada estaban perfectamente ocultos los dos cañones. Eran ocho mil hombres. Fueron

recibidos con tiros de cañón y metralla y se vieron obligados a replegar, batiéndose en

retirada un poco en desorden. Los dominicanos lanzaron contra ellos sus escasos fusileros

que los inquietaron hasta una legua de la ciudad. Nuestras tropas perdieron una cincuentena

de hombres, muertos o heridos, oficiales subalternos, superiores y soldados, entre otros el

coronel Vincent del 9º, muerto heroicamente a la cabeza de su regimiento y el coronel Jean

Gilles del 19º, gravemente herido. Las pérdidas de los dominicanos fueron insignificantes.

Juzgando que no podía resistir a la superioridad numérica de los haitianos, bien armados y

equipados, Santana evacuó la ciudad de Azua del 19 al 20 de marzo, llevándose las

municiones de guerra y de boca que pudo acarrear. El no ignoraba que la columna mandada

por el general Souffrant se acercaba a marchas forzadas y podía llegar de repente y asaltarlo

por la parte del Sur. Se retiró a Sabana Buey, a ocho leguas de Azua, y se atrincheró allí. El

día 20 tomó el general Riviére Hérard posesión de Azua. Encontró la Plaza abastecida

todavía de algunas municiones, muchas mercancías secas y de una gran cantidad de azúcar

en serrones. Todos los habitantes la habían evacuado: los haitianos no vieron sino dos

mujeres, de las cuales una era loca y la otra de edad muy avanzada, y algunos animales. El

21 llegó el general Souffrant a la cabeza de su columna, que tenía tres días de retardo a

causa de las emboscadas que se había visto obligado a combatir, casi diariamente, desde su

salida de Neiba” (Emilio Rodríguez, 1957:368-369).


55
El general Antonio Duvergé, principal héroe de las diferentes batallas que se escenificaron en la

región sur de la República Dominicana.

56
El general Antonio Duvergé, principal héroe de las diferentes batallas que se escenificaron en la

región sur de la República Dominicana.

57
Encontrándose acorralado por todas partes y abrumado por la superioridad numérica

del enemigo, el coronel Antonio Duvergé secundado por el capitán Vicente Noble,

permaneció en la ciudad de Azua con la misión de cubrir la retirada de las tropas

dominicanas. En esas circunstancias, Duvergé se vio obligado a retirarse hacia las zonas del

Fuerte Resolí y Las Yayitas, desde donde luego pasó a operar con sus guerrillas en las sierras

del Maniel (San José de Ocoa).

El historiador José Gabriel García (1982, Tomo II: 235-236), refiriéndose a la

decisión adoptada por el general Pedro Santana de replegarse a Sabana Buey, Baní, expresa

lo siguiente:

“Si el general en jefe hubiera estado a la altura del papel que representaba, habría

comprendido que para coronar tan espléndida victoria, lo procedente era destacar alguna

fuerza, de caballería o de infantería, que picara la retaguardia al enemigo; y si esto no era

posible porque estuvieran escasos los pertrechos, designar una compañía para que

observara sus movimientos, estableciendo el servicio ordinario de vigilancia. Pero como no

tenía conocimientos técnicos, ni práctica todavía en el arte de la guerra, lo que es

disculpable siendo el primer lance en que se encontraba, lejos de hacerlo así, no pensó,

abrumado con el peso de la responsabilidad que tenía sobre sí, sino en levantar el campo,

sin que hubiera sospechas inminentes de un nuevo ataque, ni falta absoluta de medios de

resistencia, pues que a más de no haber dado el enemigo señales de vida, hubo de

incorporarse al campamento en el curso del día, un cuerpo procedente de San Cristóbal, a

58
las órdenes del coronel Lorenzo Araujo. Este no obstante, consecuente con el fin que se

proponía, convocó a los oficiales superiores a una junta de guerra, y aunque en ella hubo

opiniones contradictorias, la inexplicable retirada se llevó a cabo durante la noche, con tan

poco orden, que los dos panaderos de la tropa, sargentos Jacinto Gatón y Félix Coliet, y

algunos más, entre ellos el sargento Segundo Rodríguez, lo supieron al amanecer, porque se

encontraron solos en el pueblo, y la guardia de La Playa vino a saberlo por casualidad, no

porque recibiera orden de reunirse a sus banderas. Andando el tiempo, el mismo general

Santana, al hacerle cargos a Báez en 1853, le atribuyó el haber instado a su hermano Ramón

a que le aconsejara la retirada ‘y dejase entrar a los haitianos a la capital’, con cuyo motivo

hizo aquel en su defensa la siguiente revelación: ‘Santana me imputa haber aconsejado en

esta ocasión (después de la batalla de Azua): mentira atroz, puesto que fui de los pocos que

creyeron segura la victoria, si se empleaba en oportunidad la excelente caballería que yo

mismo había reunido; y fue por esto que para hacer triunfar en la junta de guerra su

pensamiento de retirarse a Baní, me despachó a la capital en solicitud de municiones’. Lo

que indica, que la operación no es tan justificable, ni fue correcta, cuando su autor trató de

rehuir la responsabilidad de ella ante la historia, que no puede dejar de reprocharla desde

luego que está comprobado que el ejército haitiano no se acampó en el Jura sino en orden

de marcha, pero que a los tres o más días, al ver que no le iban a atacar, ni le molestaban

de ninguna manera, fue que se decidió a explorar el campo, y no encontrando en él

obstáculos qué superar, hizo contramarcha y avanzó a tambor batiente y banderas

desplegadas sobre la plaza abandonada, que ocupó con todas sus existencias, para

establecer en ella su campamento en orden de batalla”.

59
Esa decisión del general Santana generó contradicciones al interior de la Junta Central

Gubernativa, pero al ser predominante el sector conservador en la misma no fue posible

lograr su destitución, sino la adopción de una posición intermedia tendente a reforzarlo con

la presencia del patricio Juan Pablo Duarte. El mismo día en que las tropas haitianas ocuparon

la ciudad de Azua, el 21 de marzo de 1844, la Junta Central Gubernativa designó al general

Juan Pablo Duarte en calidad de “oficial superior” que pudiera reemplazar a Santana en caso

de que faltare o necesitare ayuda o cooperación para defender a la Patria de la agresión

haitiana. Veamos la comunicación mediante la cual fue designado el general Duarte:

“DIOS, PATRIA Y LIBERTAD

REPÚBLICA DOMINICANA

Santo Domingo, Marzo 21 de 1844, y 1º. de la Patria

La Junta Central Gubernativa

Al General de Brigada J. Pablo Duarte,

Comandante del Departamento de Santo Domingo y miembro de la misma

corporación.

60
El General de Brigada y Comandante del Departamento de Santo Domingo, Juan Pablo Duarte.

61
Compañero y amigo: Siendo de necesidad en la armada expedicionaria del Sur, que

además del Jefe expedicionario General Santana, haya otro oficial superior que pueda

reemplazarle en caso de falta y que le ayude y coopere con él a la defensa de la Patria en la

agresión que nos han hecho los haitianos, Ud. se dispondrá a marchar inmediatamente para

el cuartel general con la división que sale hoy bajo sus órdenes, y se pondrá de acuerdo con

dicho General Santana para todas las medidas de seguridad y defensa, procurando que sean

en armonía con nuestra resolución de ser libre o morir y según los principios que hemos

proclamado.

Saludamos a Ud. afectuosamente,

El Presidente de la Junta: Bobadilla.- C. Moreno.- Félix Mercenario.- Valverde.-

Medrano.- Abreu.- Caminero.- S. Pujol” (José Gabriel García, 1890:7).

Sin embargo, los generales Pedro Santana y Juan Pablo Duarte no lograron ponerse

de acuerdo, ya que tenían posiciones y percepciones totalmente diferentes en torno a qué era

lo más oportuno y favorable para la recién creada República Dominicana, si una postura

defensiva ante un ejército numeroso y bien armado y entrenado, hasta recibir apoyo militar

de una potencia amiga, como Francia (posición que defendía el general Santana) o una

postura ofensiva que permitiera colocar al ejército haitiano de aquel lado de la frontera

dominico-haitiana con las fuerzas con que contaba el país para mantener la soberanía

nacional y lograr la tranquilidad del pueblo dominicano (posición asumida por el patricio

Juan Pablo Duarte).

62
Ante el desacuerdo surgido entre ambos generales, el patricio Duarte opta por

dirigirse a la Junta Central Gubernativa reiteradamente para solicitar su anuencia para

avanzar sobre las tropas haitianas al frente de las tropas dominicanas, dispuestas para tales

fines. En la tercera ocasión, en fecha del primero de abril de 1844, le expresa:

“DIOS, PATRIA Y LIBERTAD

REPÚBLICA DOMINICANA

Cuartel General de Baní, 1º. de Abril de 1844

A los miembros de la Junta Central Gubernativa.

Es por la tercera vez que pido se me autorice para obrar solo con la división que,

honrándome con vuestra confianza, el 21 del pasado, pusisteis bajo mi mando para que, en

todo de acuerdo con el General Santana, tomara medidas de seguridad y defensa de la

Patria.

Hace ocho días que llegamos a Baní, y en vano he solicitado del General Santana

que formemos un plan de campaña para atacar al enemigo, que sigue en su depravación

oprimiendo a un pueblo hermano que se halla a dos pasos de nosotros.

La división que está bajo mi mando sólo espera mis órdenes, como yo espero las

vuestras, para marchar sobre el enemigo, seguro de obtener un triunfo completo, pues se

halla diezmado por el hambre y la deserción.

Dios guarde a Vds. muchos años. Juan Pablo Duarte”. (José Gabriel García, 1890:8).

63
La respuesta recibida por el general Juan Pablo Duarte de parte de la Junta Central

Gubernativa, dominada por los socios del general Pedro Santana no se hizo esperar, la cual

fue tan breve o lacónica como decepcionante:

“Santo Domingo 4 de Abril de 1844 y 1º. de la Patria.

La Junta Central Gubernativa

Al General de Brigada J. Pablo Duarte.

Compañero y amigo: Al recibo de ésta se pondrá Ud. en marcha, con sólo los

oficiales de su estado mayor, para esta ciudad donde su presencia es necesaria, avisándoselo

al General Santana.

Saludamos a Ud. afectuosamente.

El presidente de la Junta: Bobadilla.- Echavarría.- Fco. Sánchez.- Delorve.-

Jimenes.- Félix Mercenario.-

El Secretario de la Junta, S. Pujol” (Clío, Santo Domingo, Nov.-Dic., 1935: 164).

Por actitudes y decisiones como esas, fue que, transcurridos varios meses, el general

Pedro Santana se salió con las suyas, al contar con el apoyo mayoritario de la Junta Central

Gubernativa. Fue así como, en complicidad con el cónsul francés en la República

64
Dominicana, Juchereau de Saint Denis, la emprendió contra el patricio Juan Pablo Duarte y

los demás defensores de ideal trinitario.

3.3. LA BATALLA DEL 30 DE MARZO EN SANTIAGO DE LOS CABALLEROS

Las acciones de Talanquera (Dajabón) y Escalante (Guayubín-Montecristi),

realizadas por la avanzada de las tropas dominicanas dirigidas por el general Francisco

Antonio Salcedo con apenas 500 soldados, permitieron distraer en su camino hacia Santiago

de los Caballeros a la fuerza superior de las tropas haitianas comandadas por el General Jean-

Louis Pierrot, de aproximadamente 10,000 soldados. Los patriotas dominicanos lograron su

propósito, al conseguir que las tropas haitianas en lugar de llegar en dos o tres días a Santiago

lo hicieran en diez días, dándole el tiempo requerido a la Comandancia General para

organizar la defensa de esa importante ciudad del Cibao.

Después de cambiar en reiteradas ocasiones al comandante de la Plaza de Armas de

Santiago, se hizo cargo de la misma el general José María Imbert, quien había sido jefe del

movimiento independentista en Moca y sobre quien recayó la responsabilidad de organizar

la resistencia frente a las numerosas tropas enemigas, ya que en ese momento, los delegados

gubernamentales en el Cibao, generales Ramón Matías Mella, Pedro Ramón de Mena y

Francisco Vásquez, se encontraban, junto al capitán José Desiderio Valverde, en San José de

las Matas, reclutando tropas y organizando las defensas en la Sierra (lado norte de la

Cordillera Central), ya que se esperaba que la invasión haitiana se produjera por el camino

de la montaña.

65
Monumento erigido a los héroes y mártires de la Batalla del 30 de Marzo.

66
El general José María Imbert, máximo líder militar del ejército dominicano en la Batalla del 30

de marzo.

67
Desde el 27 de marzo de 1844, el general Imbert había iniciado el proceso de

organización de la defensa de la Plaza de Armas de Santiago, acogiendo la recomendación

del ciudadano británico -nacionalizado dominicano-, Teodoro Stanley Heneken, quien había

arribado al país desde Cabo Haitiano con importantes informaciones sobre la disposición de

la ofensiva haitiana y le sugirió que era necesario concentrar la mayor fuerza posible para

resistirla en Santiago a toda costa, ya que las fuerzas dominicanas de Talanquera y Escalante

no habían tenido éxito en aplicar el método de guerra de guerrillas para detener su avance.

A pesar de haber logrado la República Dominicana un triunfo convincente el 19 de

marzo de 1844 en la ciudad de Azua frente a las tropas haitianas del presidente Riviére

Hérard, la situación de los patriotas dominicanos en Santiago de los Caballeros era

sumamente angustiosa. Así lo revela un documento inédito fechado el 29 de marzo de 1844

enviado por la Junta Central Gubernativa -bajo la firma de los sectores conservadores que la

integraban- al Cónsul de Francia en Santo Domingo, Eustache Juchereau Saint Denys, en los

siguientes términos:

“DIOS, PATRIA Y LIBERTAD

Santo Domingo, 29 de marzo de 1844.

La Junta Central Gubernativa al Sr. Cónsul de Francia en esta ciudad.

Señor:

68
En las actuales circunstancias, estando nuestras fronteras del Sud y del Norte

invadidas por los ejércitos haitianos que no conocen sino el pillaje y la devastación, y

sabiendo que el Almirante(1) se encuentra a bordo de la fragata que ha anclado esta mañana,

pensamos que es indispensable, si la magnánima nación francesa quiere venir en ayuda de

nuestra noble causa, dar curso a nuestras iniciadas negociaciones, para detener los

criminales propósitos de nuestros opresores, que no llegarían sino en último extremo a

exterminar toda la población de Santo Domingo.

En esta perplejidad, nosotros deseamos tener hoy con Ud. y con el Sr. Almirante

explicaciones que podrían ser útiles a su nación y a la nuestra.

Nosotros esperamos etc. etc.

El Presidente de la Junta, (firmados) Bobadilla, Jimenes, Moreno, Echavarría,

Delorve, Mercenario, Caminero, Valverde, Medrano. El Secretario de la Junta, Pujol”

(Emilio Rodríguez Demorizi, 1957:396-397).

Como puede apreciarse, la situación era muy grave para las autoridades de Santo

Domingo. El general Santana no daba un solo paso, dada su táctica defensiva de repliegue y

de búsqueda de apoyo militar en una potencia extranjera, que en este caso era, sin lugar a

dudas, Francia. En tanto que el presidente haitiano Riviére Hérard se hacía cada vez más

fuerte en Azua. Cuando el Almirante francés Alphonse de Moges visita a Riviére Hérard en

(1).- La Junta Central Gubernativa se refiere al Almirante francés Alphonse de Moges, quien era
la máxima autoridad del gobierno francés para Las Antillas en cuanto a fuerzas marítimas.

69
su Cuartel General de Azua, el primero de abril, y le invita a hacer la paz con los dominicanos,

éste le muestra al militar francés su formidable ejército y le expresa que en cuestión de días

estaría tomando la Plaza de Santo Domingo.

En comunicación enviada por el Almirante, desde la Bahía de Ocoa, al Cónsul francés

en Santo Domingo, Saint Denys, le expresa que Riviére Hérard se pondría en camino hacia

Santo Domingo para tomarlo con su ejército de 12,000 efectivos entre oficiales y soldados,

que debían ser aumentados con una división de Leogane. Estas son las noticias alarmantes

que llegan a la consternada ciudad de Santo Domingo, en virtud de la desconfianza que cubría

como un gran manto a sus principales líderes políticos y militares, quienes no creían posible

que con el concurso activo del pueblo dominicano en el proceso bélico se pudiera garantizar

una nación libre e independiente de toda dominación extranjera.

El 29 de marzo, el general Jean Louis Pierrot, que venía avanzando hacia el Este por

el camino de Dajabón al frente de su columna expedicionaria, llega a las inmediaciones de

Santiago, donde divide su ejército en dos columnas de ataque: la izquierda bajo el mando del

general St. Louis y la del Sur comandada por él mismo. Antes del amanecer, las tropas

invasoras se atrincheran en Gurabito. Después de haber cruzado el río Yaque del Norte y

atrincherarse, el ala derecha se dirige hacia el camino de La Herradura.

70
El general Jean Louis Pierrot, quien comandaba las tropas haitianas cuando se produjo la

Batalla del 30 de Marzo de 1844 en la ciudad de Santiago de los Caballeros.

71
De su lado, el general José María Imbert ordena al coronel Pedro Eugenio Pelletier,

salir a la cabeza de 400 hombres de infantería, para establecer una avanzada, apoyada por

100 hombres de la caballería procedentes de San Francisco de Macorís. Simultáneamente el

general Imbert ordena ultimar los detalles estructurales de la defensa, consistente en la

fortificación de los Fuertes Dios, Patria y Libertad, la terminación de los fosos de tiradores y

trincheras, así como el emplazamiento táctico de la media brigada de artillería de que

disponía, lo que se hizo en presencia suya. Asimismo, manda a buscar al capitán José María

López que había sido apresado injustamente en la ciudad de La Vega y lo pone al frente de

la artillería. Envía como exploradores al comandante Manuel María Frómeta y al doctor

Bergés para que averiguaran el paradero de las tropas haitianas, al tiempo que intensifica los

trabajos de defensa y dispone un conjunto de medidas que le ganan la confianza del pueblo

y de sus tropas.

Al amanecer, regresaron al Cuartel General de Santiago, las patrullas de

reconocimiento que encabezaban Frómeta y Bergés, trayendo el alerta de que el enemigo se

encontraba cerca, acampado en el suroeste, en La Otra Banda, cerca del Paso de la Canoa, y

en el noroeste, en Gurabito, a orillas del río Gurabo. La situación era sumamente grave; no

había tiempo que perder.

72
Mapa con los detalles de la Batalla del 30 de Marzo de Santiago de los Caballeros

73
Inmediatamente, el general Imbert toma medidas urgentes: designa al coronel

Pelletier, jefe de la línea o recinto; hace bajar los cañones a los fuertes Dios, Patria y Libertad;

nombra al capitán López, jefe de artillería; coloca en los fosos de los fuertes y en las

trincheras a toda la gente de que podía disponer; designa al general Francisco Antonio

Salcedo y a otros oficiales al frente del fuerte de San Luis, como retaguardia; hace cubrir

todos los caminos con cuerpos de guardias, y, al capitán Fernando Valerio con su compañía

de Los Andulleros, lo coloca como avanzada junto al cementerio viejo, siguiendo el camino

que conduce al río Yaque del Norte.

Aún el general Imbert no había concluido totalmente su plan de defensa, cuando se

presentaron las tropas haitianas en columnas cerradas atacando la ciudad de Santiago. Sin

embargo, lo esencial estaba combinado y las tropas dominicanas estaban muy en sobre aviso.

Alrededor de las once de la mañana, el ala derecha haitiana se puso en movimiento, cruzó el

río Yaque del Norte por el paso de La Otra Banda y escogió la Sabana (lo que es hoy el barrio

de La Joya) para realizar el despliegue de sus fuerzas, formadas como para un desfile, se

dirigió rápidamente, en buen orden y con las armas al hombro, precedida de un cuerpo de

caballería, hacia el flanco izquierdo de las tropas dominicanas, que era su punto más débil.

74
El general Fernando Valerio, quien estuvo al frente de los andulleros de Villa González en la Batalla del

30 de Marzo de 1844.

75
El coronel Pelletier, por órdenes de Imbert, hizo transportar, a la velocidad de un rayo,

la mitad de sus hombres para reforzar el lado izquierdo de las tropas dominicanas, poniendo

al frente al comandante Archille Michell. Fue tanto el entusiasmo de las tropas criollas, que

los hombres que custodiaban la batería del centro, al ver que sus compañeros se iban a la

izquierda, se precipitaron también, dejando esa posición casi sola. Pero al instante, el general

Imbert ordenó al coronel Pelletier su reemplazo por otro destacamento.

En estas circunstancias se desarrolló el combate entre las tropas dominicanas y las

tropas haitianas: inició con una fusilería bastante intensa; ante la respuesta contundente de

los criollos, el enemigo se atemorizó y retrocedió, quedando algunos de los soldados

haitianos muertos por acción de las lanzas y machetes dominicanos. Sin embargo, las tropas

haitianas volvieron al ataque con mucha mayor intrepidez, a columna cerrada, siendo

detenidas por el fuego de metralla de las piezas de artillería, provocando una mortandad que

le hizo detener al instante en su marcha. De igual manera, su caballería se retiró y no volvió

a aparecer más en toda la acción. Tiempo después, el enemigo volvió a la carga a columna

cerrada y con el mismo vigor fue recibido por las tropas dominicanas con las piezas de

artillería, las cuales causaron tantas muertes que renunciaron a hacer nuevos esfuerzos de ese

lado, y se retiró para juntarse con la otra columna.

Las tropas haitianas, habiendo reunido todas sus fuerzas, atacaron por el lado derecho

tan furiosamente que una docena de ellos fueron a morir al pie de la batería de la derecha, a

mano de los dominicanos. Esa pieza de artillería le hizo sufrir grandes pérdidas al enemigo,

que, aunque rechazado una y otra vez, se presentó varias veces en buen orden.

76
Por última vez, las tropas haitianas se presentaron en columna cerrada, y la artillería

dominicana le dejó avanzar de frente, al tiempo que la pieza de la derecha descargó su

metralla sobre esa masa compacta, haciendo al centro un claro espantoso. Lo mismo hizo la

pieza de la izquierda, ocasionándole al enemigo una destrucción humana en igual proporción

que la anterior. Las tropas haitianas fueron diezmadas con esa acción, que los soldados

dominicanos de la batería de la derecha acabaron a tiro de fusil. Fue así como el enemigo

perdió enteramente su ánimo y cesó toda tentativa de ataque. El combate había comenzado

alrededor de las doce del mediodía y concluyó al filo de las cinco de la tarde.

Entonces, las tropas haitianas al mando del general Pierrot enviaron un parlamentario

por ante las tropas dominicanas, que se presentó por ante el coronel Pelletier y varios oficiales

más. El general Pierrot solicitó una suspensión del fuego para recoger a sus muertos y

heridos, al tiempo que pidió garantías para retirarse a su país sin ser asediado por las tropas

dominicanas, momento que aprovecharon éstas para informarles a aquellas que el general

Riviére Hérard había muerto en los combates de Azua. Ante esa información, el general

Pierrot no esperó la respuesta de rigor del general José María Imbert y se retiró en el mayor

desorden, dejando tras de sí a sus muertos y heridos, sus calderos, tambores, víveres y un

conjunto de objetos más, ya que vio en ésta la oportunidad de ser presidente de la República

de Haití. En su retirada, las tropas haitianas fueron atacadas en varios puntos por las tropas

dominicanas de la Sierra que comandaba Ramón Matías Mella, las cuales no tenían

información sobre la rendición de las mismas, perdiendo soldados en todas partes.

Los personajes más destacados en todo el trayecto de la Batalla del 30 de Marzo de

Santiago de los Caballeros fueron: general José María Imbert, general Francisco Antonio

Salcedo, coronel Pedro Eugenio Pelletier, coronel Ángel Reyes, coronel Toribio Ramírez,

77
capitán Fernando Valerio López, capitán José María López, comandante de ingenieros

Archielle Michell, comandante Manuel María Frómeta, así como los oficiales Ciprián Mallol,

Juan Luis Franco Bidó, Ramón Franco Bidó, José Nicolás Gómez, Lorenzo Mieses, Dionisio

Mieses y Marcos Trinidad López, entre otros.

3.4. LA BATALLA DEL MEMISO

Las tropas haitianas intentaron atacar El Maniel (San José de Ocoa) el 13 de abril de

1844 y fueron esperadas por el General Antonio Duvergé y sus tropas en las sierras de El

Memiso, lugar ubicado en el trayecto por donde debía cruzar el ejército invasor en su marcha

hacia el cuartel de Sabana Buey (Baní), donde permanecía el general Pedro Santana inactivo

con sus tropas, a la espera del “socorro de Ultramar” de la gran nación francesa.

Al día siguiente (14 de abril de 1844), el general Pedro Santana, sin tener ninguna

información confiable de parte de los oficiales y soldados que participaron en la acción, se

apresuró a enviar una comunicación al presidente de la Junta Central Gubernativa, Tomás

Bobadilla y Briones, en la que evidenciaba un total desconocimiento sobre lo que pretendía

informar, así como una falta de confianza absoluta en las aguerridas tropas dominicanas. Las

mismas que venían de la recién concluida jornada heroica y exitosa, conocida como la batalla

del 19 de marzo en Azua, pero empañada por la decisión del general Santana de abandonar

esa Plaza. Este puso de manifiesto una vez más su impericia en un arte tan complejo como el

arte de la guerra, demostrando con ello que no conocía ni siquiera su ABC. Veamos lo que

decía el general Santana al respecto:

78
“DIOS, PATRIA Y LIBERTAD

REPÚBLICA DOMINICANA

Cuartel General de Baní, a 14 de abril de 1844.

Al ciudadano Tomás Bobadilla.

Dilectísimo amigo: Por la carta que dirijo a la Junta en esta fecha se impondrá V. de

que los haitianos han atacado ayer El Maniel, y aunque a esta fecha no tengo los detalles

los suponemos hoy posesionados de aquel punto. Ignoro sus intenciones; las velaré y obraré

en consecuencia.

Estoy asegurado que en la fuerza que los siguen hay una multitud de españoles; y

posesionados ellos de seis pueblos españoles, nos harán la guerra con los nuestros y a

nuestras expensas, en tanto que nosotros nos arruinamos, con nuestros trabajos todos

paralizados y con la fatiga de un arte tan penoso como el de la guerra y a que los nuestros

no están acostumbrados; y así es que a mi modo de pensar inter más dure la lucha, más

incierta tenemos la victoria.

Si como hemos convenido y hablado tantas veces, no nos proporcionamos un socorro

de Ultramar…V. tiene la capacidad necesaria para juzgar todo lo que yo le puedo querer

decir, y para no hacerse ilusiones y conocer que debemos agitar esas negociaciones con que

al juicio de todo hombre sensato sólo podremos asegurar la victoria. Le estimaré me conteste

dándome una noticia positiva del estado de esos asuntos; y si acaso están paralizados

79
agítelos V. por cuantos medios estén a su alcance, pues a nosotros toca, en circunstancias

tan delicadas, hacer esfuerzos por la felicidad pública y por hacer triunfar nuestra causa.

Soy de V. con toda consideración, su verdadero amigo.

Pedro Santana” (José Gabriel García, 1890:14; negritas mías, JDC).

Como se puede apreciar, esta carta fue escrita bajo una impresión totalmente

aventurada, más bien desventurada, falsa y prematura, partiendo de su visión derrotista y sin

esperar las informaciones confiables y de primera mano que en los próximos días debían

llegarle de parte de los oficiales implicados en la acción, para así ofrecer un panorama real y

objetivo de lo que pasó en las sierras de El Memiso, situadas al Norte de la comunidad de

Las Charcas, Azua.

80
Un dibujo alegórico a la Batalla de El Memiso, acción militar escenificada en las serranías

ubicadas al Norte de la comunidad de Las Charcas, Azua.

81
La realidad era que, lejos de haber caído en el poder de los haitianos- como afirmó el

general Santana en la comunicación citada precedentemente-, El Maniel fue defendido

heroicamente por el general Antonio Duvergé y sus tropas, el día 13 de abril de 1844, con

todos los recursos que le prodigó la naturaleza, en las serranías de El Memiso.

El general Duvergé derrotó a las tropas haitianas en El Memiso, aprovechándose de

las ventajas que le ofrecían la orografía accidentada de las sierras y los recursos naturales de

defensa que le proporcionó la agreste zona. Fue así como, ante el empuje de la soldadesca

haitiana que hacía uso de fusiles y de diferentes piezas de artillería, los soldados dominicanos

bajo el mando de Duvergé, a falta de pertrechos militares suficientes, tuvieron que recurrir al

derrumbe de grandes peñascos para detener el avance de las tropas enemigas, al tiempo que

utilizaron armas primitivas como el machete, rocas de gran tamaño, troncos de árboles y

tizones encendidos, lo que puso de manifiesto una vez más la creatividad y el valor

indiscutible de los dominicanos en su decisión indeclinable de afirmar la soberanía nacional

de la naciente República Dominicana.

El general Santana al tiempo que denomina impropiamente “españoles” a los

ciudadanos dominicanos y “pueblos españoles” a los pueblos de Neiba, Elías Piña, Las Matas

de Farfán, San Juan de la Maguana, Azua y El Maniel (San José de Ocoa), que habían

abrazado la causa de la independencia nacional desde antes de su proclamación el 27 de

febrero de 1844, refleja varias situaciones más: primero, la poca fe que tenía en el triunfo de

la causa nacional, con el abandono de la ciudad de Azua; segundo, que tenía no sólo

conocimiento, sino participación directa en los planes relacionados con el proyecto de

anexión o protectorado francés; y tercero, que la idea del golpe de Estado del 12 de julio de

82
1844 contra el ideal de los trinitarios de una patria absolutamente libre e independiente y

contra sus auténticos ideólogos e impulsores, germinó desde muy temprano en su cabeza.

En una comunicación del 5 de mayo de 1844, el propio general Santana tuvo que

tragarse sus palabras derrotistas de su carta anterior, en la que informa a Tomás Bobadilla,

sobre la posesión de El Maniel, de la manera siguiente:

“Compañero y amigo: Noticio a V. que estamos en pacífica posesión del Maniel; que

el enemigo se retiró de allí en desorden; está repuesto el cantón en El Portezuelo; hay una

avanzada en Cañada Cimarrona; y una fuerte guarnición en el camino de La China. Con

todas estas precauciones y descalabro que sufrió el enemigo en su empresa sobre estos

puntos, creo imposible repitan sus ataques, pues deben estar desengañados de lo difícil que

le es posesionarse de El Maniel, tanto por lo inaccesible del mismo sitio, cuanto por la

energía con que está defendido” (Emilio Rodríguez Demorizi, 1957:118).

Sin embargo, ni esa victoria ni las del 19 y 30 de marzo le genera la confianza

necesaria en que el pueblo dominicano es un pueblo valeroso, dispuesto a honrar la enseña

tricolor con su sangre, si fuese preciso. Es por ello que, recibiendo la información de un

prisionero de guerra del combate de El Maniel sobre la disposición del presidente Hérard de

marchar sobre Santo Domingo en cuanto le llegaran unos buques que estaba esperando, el

general Santana se atemoriza y expresa en dicha carta que para “oponerle una resistencia

vigorosa” a los haitianos, requiere de los miembros de la Junta Central Gubernativa “hacer

83
marchar a este cantón cuantas tropas pueda reunir, a fin de no arriesgar la acción y

destruirlo de una vez si se decidiere a acometernos” (Emilio Rodríguez Demorizi, 1957:118).

Asimismo sigue pendiente de todo lo que ocurre a lo largo del territorio nacional y de

la prometida ayuda militar francesa en virtud del anticipado Plan Levasseur que desde antes

de nacer la República Dominicana habían firmado con el Cónsul francés en Haití los

diputados ante la Asamblea Nacional de la República de Haití, Buenaventura Báez y Manuel

María Gautier, razón por la cual el general Santana, de forma solapada, se refiere nuevamente

al tema del protectorado francés, cuando en esa misma comunicación del 5 de mayo de 1844

dirigida al presidente de la Junta Central Gubernativa, Tomás Bobadilla, le dice:

“Deme V. cuantas noticias pueda sobre el verdadero estado de las cosas, tanto en el

interior como en el exterior, para saberme gobernar con acierto. Por esta misma ocasión

escribo a mi hermano diciéndole lo mismo. Vds. se comunicarán como siempre para marchar

de acuerdo en lo que debemos obrar, pero yo creo de necesidad que Vds. no me dejen ignorar

nada, teniéndome al corriente de todas las circunstancias que puedan ocurrir, para que mi

cooperación a la perfección de la obra que nos hemos propuesto construir sea justa y

acertada” (Emilio Rodríguez Demorizi, 1957:119; negritas mías, JDC).

Todo lo anterior es tan sólo una pequeña muestra de la actitud de descaro,

desvergüenza, entreguismo absoluto y cero confianza en el destino independiente de la

República Dominicana, expresados en las gestiones proditorias contra la soberanía nacional

llevadas a cabo por el bando traidor y parricida de que hablaba siempre nuestro patricio Juan

84
Pablo Duarte y que dirigían pérfidamente Pedro Santana, Tomás Bobadilla y Buenaventura

Báez.

3.5. BATALLA NAVAL DE TORTUGUERO

La Batalla Naval de Tortuguero, en la provincia de Azua, constituye el primer

combate naval librado por las tropas dominicanas frente a las pretensiones de las tropas

haitianas de intentar recuperar la parte Este de la Isla de Santo Domingo y querer dejar sin

efecto la proclamación de la República Dominicana como nación libre e independiente.

Los detalles de ese combate fueron publicados por la Junta Central Gubernativa en

un comunicado dirigido al pueblo dominicano y al ejército, el 23 de abril de 1844, donde se

expresa, entre otras cosas, las siguientes:

“Al corriente, poco más o menos, de las fuerzas sutiles que los haitianos podían tener

en el puerto de Azua, resolvimos armar algunos buques, formar la expedición marítima que

marchó sobre ellos con el objeto de atacarlos, y las Playas de Tortuguero se han

inmortalizado con la victoria que obtuvieron nuestras goletas La Separación Dominicana y

la María Chica.

85
Monumento erigido en homenaje a los héroes de la Batalla Naval de Tortuguero, en Azua

86
El 13 por la noche, salieron nuestros buques de Agua de Estancia, y el 14 al amanecer

divisaron fondeados en el Tortuguero un bergantín, una goleta y una balandra a la vela, que

parecía venir al puerto a traer víveres a los enemigos. Al instante emprendieron nuestras

fuerzas sutil marcha sobre ellos, y al anochecer, habiéndola perdido de vista por su ligereza

y la distancia que se hallaba, supusieron que se había aproximado a tierra y bajado sus

velas. Volvieron los nuestros a fondear a Ocoa, y a las ocho del día siguiente, es decir, el

15, se hicieron a la vela, de nuevo, y a las once del día avistaron en el mismo puerto de Azua

el mismo bergantín, la misma goleta y la balandra que el 14 en la noche se les había

escapado. Se aproximaron al puerto, a tiro de cañón, tremolando el pabellón dominicano, y

el bergantín se hizo a la vela para entrar en combate; pero fue tan activo el fuego de cañón

de la goleta La Separación Dominicana, que le obligó a varar en tierra, en un lugar donde

probablemente no saldrá jamás.

Las trincheras que nuestros enemigos tenían en tierra con algunos cañones, tiraron

sobre nuestros buques un fuego vivo, pero afortunadamente, no hemos tenido ni un muerto

ni un herido.

La goleta La Separación Dominicana, junta con María Chica, dirigiendo sus bordos

sobre tierra, hicieron con mucha viveza fuego a los enemigos con bala y metralla, y es

probable que haya habido en ellos porción de muertos y heridos, y los dos buques que

quedaban en el puerto vararon cerca de tierra.

Los nuestros, después de tres horas de combate, se retiraron a la boca de la Caldera

donde esperaban órdenes del General en Jefe del Ejército del Sud, Pedro Santana, para

maniobrar de nuevo sobre los enemigos.

87
Tal ha sido el resultado del primer encuentro por la mar y como nuestra causa es

justa y aceptada a los ojos del Señor, él nos protege, y el triunfo completo sobre nuestros

opresores, es indudable” (José Gabriel García, 1890:16).

La goleta La Separación Dominicana, que enarbolaba la bandera de corneta, estaba

dirigida por el comandante Juan Bautista Cambiaso, fundador de la Marina de Guerra

Dominicana. En tanto que la goleta María Chica tenía como jefe al comandante Juan Bautista

Maggiolo, italiano de nacimiento que se nacionalizó dominicano, quien puso al servicio de

la República Dominicana no sólo su persona, sino también una goleta que poseía el nombre

de María Luisa.

La marcha del presidente haitiano general Riviére Hérard hacia la ciudad de Santo

Domingo fue detenida, en primer lugar, en virtud de las dos derrotas consecutivas sufridas

por las tropas bajo su mando en el cantón de El Maniel y en el Combate Naval de Tortuguero,

a mano de las tropas dominicanas al mando del general Antonio Duvergé y de los

contralmirantes Juan Bautista Cambiaso y Juan Bautista Maggiolo, respectivamente, y, en

segundo lugar, en virtud de la destitución de que fue objeto en Haití de la Presidencia de la

República por una revolución que estalló en Puerto Príncipe el 3 de mayo de 1844, pasando

a ser su sucesor el general Philippe Guerrier.

88
Juan Bautista Maggiolo y Juan Bautista Cambiaso fueron los dos almirantes dominicanos más

destacados de la Batalla Naval de Tortuguero en Azua.

89
Cuando el general Riviére Hérard recibió la noticia de su destitución como presidente

de Haití, se vio obligado a retirar sus tropas de Azua el 7 de mayo de ese año, procedió a

incendiar esta ciudad y las demás poblaciones ocupadas por su ejército, al tiempo que se llevó

como prisioneros de guerra al sacerdote Ramón Pichardo, al señor Lucas Gibbes y al valiente

oficial dominicano Francisco Pimentel.

3.6. ACCIÓN PATRIÓTICA CONTRA LOS SECTORES ENTREGUISTAS DE LA

JUNTA CENTRAL GUBERNATIVA

La contradicción entre los patriotas trinitarios, fundadores de la República

Dominicana, y los sectores conservadores, que se unieron a última hora a la causa nacional,

afloró prácticamente desde que se instaló la Junta Gubernativa Provisional el 28 de febrero

de 1844 y su posterior sustitución por la Junta Central Gubernativa.

Ese choque frontal se puso de manifiesto en el interés de los sectores conservadores

de controlar la Presidencia de la Junta Central Gubernativa desde los primeros días en que se

proclamó la independencia nacional y desplazar a los verdaderos forjadores de la

nacionalidad dominicana para poder actuar libremente en aras de concretizar un protectorado

o una anexión del país con respecto a la nación francesa, bajo la excusa de buscar apoyo

militar para enfrentar a las tropas expedicionarias haitianas.

90
La contradicción se reveló nuevamente cuando el general Pedro Santana en lugar de

perseguir a las tropas haitianas hasta la frontera dominico-haitiana, después del triunfo de la

batalla del 19 de marzo, lo que hizo fue replegarse con sus tropas hasta Sabana Buey, Baní,

permitiendo de esa manera que el presidente haitiano, general Riviére Hérard, se posesionara

dos días después de la ciudad de Azua. Esta polarización de fuerzas se evidenció también en

la designación que hizo la Junta Central Gubernativa del General Juan Pablo Duarte como

oficial superior adjunto al General Pedro Santana en el Ejército Expedicionario del Sur para

calmar los ánimos de los sectores patrióticos allí representados ante la metida de pata del

hatero del Seybo, de retirarse de Azua tras vencer a las tropas haitianas. Pero ante la solicitud

reiterada de autorización por parte de Duarte a la Junta Central Gubernativa para que le

permitiera actuar con la División que comandaba para perseguir a las tropas haitianas hasta

la misma frontera por la negativa del general Santana de diseñar “un plan de campaña para

atacar al enemigo”, la respuesta dada por el máximo organismo de dirección gubernamental

fue la de mandarlo a buscar bajo la falsa excusa de que “su presencia es necesaria” en la

ciudad de Santo Domingo.

La profundización de esta rivalidad se da cuando el general Juan Pablo Duarte,

preocupado por el curso de los acontecimientos tanto en el Sur como en el Cibao, mediante

carta dirigida a la Junta Central Gubernativa el 9 de mayo de 1844 “manifiesta el deseo de ir

a Santiago para prestar sus servicios a la Patria en la expedición que debe salir de ese lugar

para San Juan y los demás de esa parte, por el camino de Constanza”, con el propósito de

atacar al general Riviére Hérard y su ejército por la retaguardia, lo cual le fue negado en la

comunicación del 15 de mayo de ese año bajo la excusa de que creían “sus servicios en este

Departamento más útiles” (Emilio Rodríguez Demorizi, 1957:121-122), y en su lugar fue

91
designado el general Ramón Matías Mella, quien tomó contacto con Santana y designó al

comandante Durán para hostilizar al enemigo y proteger a las ciudades ocupadas de Azua y

Neiba que estaban en las manos de los oficiales Antonio Duvergé y Fernando Taveras,

respectivamente.

La contradicción adquiere grandes dimensiones cuando la Oficialidad del Ejército de

Santo Domingo solicita a la Junta Central Gubernativa, el 31 de mayo de 1844, que lleve a

cabo ascensos militares en beneficio de los patricios Juan Pablo Duarte, Francisco del

Rosario Sánchez y Ramón Matías Mella, así como para el general Toribio Villanueva,

quienes eran Generales de Brigada y se le pedía que fueran ascendidos al grado de Generales

de División. En tanto que para el coronel José Joaquín Puello se pedía que fuera elevado al

grado de General de Brigada. De igual manera, se solicitó la emisión de una corta cantidad

de billetes para pagar a las tropas hasta se produjera la reunión de la Asamblea Constituyente,

que dispondría lo que fuera más conveniente para el país. La carta íntegra de la Oficialidad

del Ejército de Santo Domingo a la Junta Central Gubernativa dice así:

“A la Junta Central Gubernativa.

Compañeros y amigos:

Atendiendo al mérito conocido de los Generales Duarte, Sánchez y Mella y el celo

que manifiesta en el desempeño de su cargo el Coronel Joaquín Puello, hemos convenido en

pedir a la Junta Central: que el primero sea elevado al grado de General de División,

Comandante en Jefe del Ejército, y creemos no ser injusta esta promoción, pues ha sido el

hombre que desde muchos años está constantemente consagrado al bien de la Patria, y por

92
medio de sociedades, adquiriendo prosélitos y públicamente regando las semillas de

Separación, ha sido quien más ha contribuido a formar ese espíritu de libertad e

independencia en nuestro suelo; en fin, él ha sufrido mucho por la Patria, y su nombre fue

invocado inmediatamente después de los nombres DIOS, PATRIA Y LIBERTAD, siempre

considerado como el Caudillo de la Revolución. Verdad es que en el momento del

pronunciamiento no estuvo con nosotros, pero eso prueba que más encarnizada fue la

persecución que hubo contra él; el tiempo de su expatriación lo empleó en solicitar auxilios

para la Patria, pero necesario era que antes hubiese un pronunciamiento, y no pudo

conseguir lo que anhelaba.

El segundo, el constante y valeroso General Sánchez, que desde un estrecho aposento

vencía todas las dificultades que se presentaban para la consecución de la noble empresa y

que se puso a la cabeza de los bravos del 28 de febrero, junto a los beneméritos Jimenes,

Mella y Puello, queremos sea elevado al grado de General de División.

Al General Mella, cuyas disposiciones para la guerra son conocidas y cuya

consagración a la causa le ha sido tan favorable, que también sea elevado al grado de

General de División. El mismo grado merece el muy distinguido General Villanueva.

Por último, el Coronel Joaquín Puello, públicamente adherido a la Revolución y cuyo

celo en el desempeño del mando de la Plaza merece un ascenso por premio, queremos sea

elevado al grado de General de Brigada.

También pedimos a la Junta: que tome la providencia sobre la emisión de una corta

cantidad de billetes para pagar a las tropas, durante el tiempo que media para la reunión

de la Constituyente, que dispondrá lo que convenga.

93
Tal es el voto que la oficialidad somete a la Junta, y cuya aprobación espera.

Nos suscribimos obedientes servidores de la Junta, Santo Domingo y Mayo 31 de

1844 y 1º de la Patria. J. A. Acosta.- R. Rodríguez.- Feliciano Martínez.- Eugenio Aguiar.-

W. Guerrero.- Andrés Piñeyro.- P. Valverde.- P. Martínez.- Eusebio Puello.- Por Pedro

Aguiar, Jacinto Concha.- Marcos Rojas.- Ciriaco Prado.- Salazar.- Carlos García.- José

Paraboy.- Antonio Díaz.- Miguel Dezapes.- Leandro Espinosa.- Ventura Gneco.- R.

Echavarría.- Pablo Miniel.- Silvestre García.- Vito Díaz.- Barbarín Martínez.- Jesús Arias.-

Pedro Díaz y Castro.- Juan de Dios Díaz.- J. A. Sanabia.- Hipólito de los Reyes.- Dionisio

Roja.- Juan Erazo.- Jacinto de la Concha.- Pedro Celestino Fajardo.- Santiago Barriento.-

Alexandre D. Batigni.- Feliciano Berroa.- C. Rodríguez.- J.B. Alfonseca.- Pedro Agapito.-

L. Deborde.- M. Moscoso.- Por José Girón, Ventura Gneco.- Hipólito Derravite.- Florencio

Chacón.- Manuel ascensión.- A. Guillot.- Fabián Ríos.- Mauricio Brea.- José Álvarez.-

Joseph Pupon.- Pablo García.- Troncoso.- G. Martínez.- Salustiano González.- Francisco

Garijo” (Emilio Rodríguez Demorizi, 1957:127-129).

La respuesta no se hizo esperar, ya que esta petición de ascensos militares fue

entendida como una insubordinación de la Oficialidad del Ejército de Santo Domingo contra

la Junta Central Gubernativa, en virtud de que se pretendía otorgarle posiciones preeminentes

en el orden militar a los sectores liberales de la Revolución, lo que ponía en peligro el

predominio del sector conservador tanto en el máximo organismo del poder estatal como en

las filas militares. Ese mismo día, el 31 de mayo de 1844, la Junta Central Gubernativa se

reunión y tomó una decisión orientada a dividir la alta Oficialidad del Ejército de Santo

94
Domingo, con el fin de salirse con la suya y mantener el predominio político y militar.

Veamos:

“La Junta Central Gubernativa

Despáchesele al Coronel Joaquín Puello el nombramiento de General de Brigada,

en atención a los servicios y méritos que ha contraído después del Pronunciamiento, y

respecto a que los Generales Sánchez, Mella, Duarte y Villanueva, han sido altamente

recompensados de los servicios que han hecho a la causa de la Independencia, en

circunstancias en que era preciso combatir a nuestros enemigos, habiendo cesado por ahora

las hostilidades, no ha lugar el aumento de grado, que varios oficiales solicitan en su favor,

reservándoseles mayor recompensa, cuando el Gobierno definitivo esté legítimamente

instalado; pues aquel atenderá a los constantes servicios que hagan a la causa pública, y la

Junta declara que no nombrará en adelante más oficiales generales, para estar en armonía

con los principios del manifiesto del 16 de Enero del presente año.

En cuanto a la emisión que se solicita de papel moneda, atendiendo a lo que está

dicho en el mismo manifiesto, y a que este asunto es de grande importancia y trascendencia

pública, el Gobierno que se ocupa en las medidas de sustituir otra moneda a la haitiana que

está en circulación (tomará) la decisión que crea conveniente.

El Presidente de la Junta: Camineros.- C. Moreno.- Bobadilla.- José T. Medrano.-

Echavarría.- Félix Mercenario.

95
Santo Domingo, Mayo 31 de 1844 y 1º de la Patria” (Emilio Rodríguez Demorizi,

1957:129-130).

Esta decisión desafiante de la Junta Central Gubernativa no fue del agrado de la alta

Oficialidad del Ejército de Santo Domingo, quien al enterarse de los planes secretos que

venía poniendo en práctica el gobierno para lograr el protectorado con Francia a cambio de

la entrega de la Bahía y Península de Samaná, y que salieron a la luz pública cuando fue

aprobada la resolución el 8 de junio de 1844. Esta disposición acogía el denominado Plan

Levasseur, que había sido negociado seis meses antes por los antiguos representantes ante la

Asamblea Constituyente de Puerto Príncipe, Buenaventura Báez y José Joaquín del Monte,

con el auspicio del zorro político Tomás Bobadilla y Briones, con el Cónsul francés en Haití

Monsieur Levasseur el 15 de Diciembre de 1843. Ante este hecho de lesa patria se levantó

en armas junto a los Generales de Brigada, Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario

Sánchez, Ramón Matías Mella, Toribio Villanueva y los hermanos José Joaquín Puello,

Eusebio Puello y Gabino Puello, toda la oficialidad, logrando destituir dicha Junta el 9 de

Junio de 1844.

96
Urnas donde yacen los restos mortales de los Padres de la Patria de la República Dominicana:

Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez y Ramón Matías Mella.

97
El Altar de la Patria, situado en el Parque Independencia de la Ciudad Colonial, lugar que aloja

los restos mortales de los Padres de la Patria Dominicana.

98
La nueva Junta Central Gubernativa pasó ser controlada totalmente por los trinitarios,

quienes procedieron a designar a Francisco del Rosario Sánchez como General de División,

Presidente de la Junta Central Gubernativa y Oficial Superior Adjunto del Ejército

Expedicionario del Sur, que hasta ese momento estaba bajo la dirección del General Pedro

Santana; a Juan Pablo Duarte como General de División, Jefe de Estado Mayor del Ejército

y Comandante de la Plaza de Armas de Santo Domingo; a Ramón Matías Mella como

General de División y Comandante de la Plaza de Armas de Santiago; a Toribio Villanueva

como General de División; a José Joaquín Puello como General de Brigada y Oficial

Superior Adjunto de la Plaza de Armas de Santo Domingo y a Manuel Jimenes como General

de Brigada y Comandante del Distrito.

El 3 de julio de 1844, el general Pedro Santana se dispuso a delegar provisionalmente

el mando en el coronel José Esteban Roca hasta tanto llegara el general Francisco del Rosario

Sánchez, quien había sido designado el 23 de junio de 1844 como segundo al mando del

Ejército Expedicionario del Sur. El argumento esgrimido por él era que había solicitado

permiso para retirarse a Santo Domingo por algunos días para restablecerse en su salud y

para ponerse al frente de los negocios de su fenecido hermano Ramón Santana.

Sin embargo, en un acto de insubordinación jamás visto, las tropas y sus oficiales

tomaron la decisión de acompañar a Pedro Santana a Santo Domingo, al expresar que:

“De ninguna manera consentían en que se separase de ellas el General Pedro

Santana, que con él habían venido y con él debían retirarse, cuando ya hacían cuatro meses

que estaban con las armas en las manos, fuera de sus familias y que la República tenía mucha

99
gente con qué reemplazarlos para ir ellos a descansar, y que estaban firmemente resueltos

a no separarse de su General, al que seguirían constantemente donde quiera que la llevase”

(Emilio Rodríguez Demorizi, 1957:130-132).

Fue así como el General Santana y el coronel Juan Esteban Roca se pusieron de

acuerdo en suspender la ceremonia para dar cuenta a la Junta Central Gubernativa de la

decisión de las tropas y sus jefes, dirigiéndose así a Santo Domingo, quien -por intermedio

del Cónsul Francés Saint Denys- pidió entrar a la ciudad para supuestamente entregar el

mando militar y deponer las armas, aprovechando que el General Juan Pablo Duarte se

encontraba en el Cibao calmando los ánimos de quienes lo habían proclamado Presidente de

la República. Ante la negativa del Presidente Sánchez de permitir la entrada del General

Santana con su ejército, Saint Denys amenazó con retirar su legación diplomática francesa

del país, si no la Junta no variaba su decisión. Veamos las palabras textuales del Cónsul

Francés en Santo Domingo, Saint Denys, sobre este episodio de nuestra historia en

comunicación que enviara al Ministro de Relaciones Exteriores de Francia, François Pierre

Guillaume Guizot, el 10 de julio de 1844:

100
“Santo Domingo, 10 de julio 1844.

Señor Ministro,

Desde mi último despacho, la situación de esta ciudad sigue siendo igual de crítica.

La anarquía nos amenaza por todos lados; estamos a merced y a la discreción de los negros,

que buscan sublevarse contra nosotros y cuyas fuerzas y audacia aumentan cada día.

Estos desdichados, víctimas de su desconfianza instintiva, llegan de todas partes a la

ciudad, llamados secretamente y, sin la participación de la Junta Central, por su astuto

corifeo, el General Joaquín Puello.

Una imagen de la Fortaleza Ozama antes de ser restaurada.

101
Este dictador improvisado, sin miramientos de las representaciones de sus jefes, puso

inmediatamente en sus manos la Fortaleza (la ciudadela)2, el arsenal y todos los puntos

fortificados de la plaza que el comanda. No se habla más que de masacre y de pillaje. Los

extranjeros, los franceses sobre todo, están cada vez más expuestos a las injurias e insultos

de esos hombres feroces. Yo mismo, si debo dar fe a los informes secretos que

caritativamente me son ofrecidos cada noche, yo debo ser la primera víctima, por haber

dado asilo y protección a aquellos que ellos consideran como sus más implacables enemigos,

porque estos, según afirman, han vendido el país a Francia, alienando la libertad de todos

los antiguos esclavos por la módica suma de tres escaleras por cabeza (alrededor de 75

céntimos). Estas son, Señor Ministro, las sabias combinaciones de algunos anarquistas

ciegos por una ambición desmesurada y sin embargo sus absurdas y ridículas invenciones

encuentran crédito ante una casta tan ensombrecida como ignorante.

Así como le hice saber a Su Excelencia en mi precipitado despacho anterior, el

bienestar y el porvenir del país descansa hoy día en el patriotismo brillante y la energía

probada del bravo Pedro Santana, el vencedor de los haitianos e ídolo del ejército y del

pueblo. Después de la muerte de su hermano Ramón, Santana solicitó y obtuvo su


3
llamamiento a la Junta. Un coronel español fue designado para reemplazarlo

provisionalmente en la frontera.

(2).- Se refiere a la Fortaleza Ozama.

(3).- Se refiere al patriota dominicano Juan Esteban Roca.

102
La consternación y el desaliento reinaban en la ciudad al momento en que se recibió

la noticia que este comandante en jefe del ejército dominicano acaba de salir de la frontera

de las Matas y marchaba con su armada a salvar la capital, que había caído bajo el yugo

más tiránico y humillante que aquél que tan gloriosamente acababa de derrocar. El ejército

no había querido separarse de su verdadero padre, el bravo general que lo había conducido

al enemigo y a la victoria, y por decisión espontánea, lo había seguido en masa y proclamado

jefe supremo de la República Dominicana, título que Santana no quiso aceptar. El

entusiasmo es tan grande, que, a pesar de haber salido de San Juan con un puñado de

soldados, Santana tenía a su alrededor cuando llegó a Azua, más de tres mil hombres

armados. Al llegar al poblado de San Cristóbal, donde se encuentra ahora, cuenta con unos

5000. San Cristóbal queda apenas a siete leguas de distancia de Santo Domingo.

Desde la primera noticia de la salida y de la próxima llegada de Santana, la Junta

Central, actuando bajo la influencia del General Puello y herida en su amor propio y en su

dignidad como cuerpo, porque los amigos imprudentes de Santana dijeron públicamente que

él venía a darles una lección, decidió que este general sería recibido si se presentaba solo,

pero que sería rechazado a golpe de cañón, si pretendía entrar en la ciudad con sus tropas.

Grandes preparativos se hicieron secretamente desde hacía varios días con ese objetivo; los

cañones de la Fortaleza (ciudadela) apuntaron de nuevo hacia la ciudad, los de la Puerta

del Conde y los de la muralla apuntaban hacia el camino de Baní y Azua. La alarma era

general, los numerosos partidarios de Santana corrían en búsqueda de armas. El

derramamiento de sangre era inminente. Nuestra situación era realmente crítica.

Los intereses de nuestros nacionales cuya seguridad se encontraba comprometida,

me obligaron a trazarme la línea de conducta que ya había seguido en estas circunstancias.

103
No dudé de intervenir ante la Junta para propiciar la concordia, la unión y el mantenimiento

del orden; amenacé incluso de retirarme junto a mis nacionales si se persistía en recurrir a

la fuerza para rechazar a Santana. Esta acción de mi parte provocó una viva sensación en

la ciudad y no fue poco lo que contribuyó a llevar a la Junta y al mismo General Puello a

sentimientos más moderados y de mayor conciliación.

El General Sánchez, Presidente de la Junta, después de haber tenido una larga

conversación conmigo sobre el asunto, se dirigió inmediatamente a Baní a encontrarse con

Santana, para presentarle sus cumplimientos y llegar con él a acuerdos para los

preparativos de su llegada a Santo Domingo. Todo felizmente fue resuelto y la satisfacción

fue general.

Santana debe hacer su entrada triunfal en la ciudad mañana o pasado mañana. Una

verdadera ovación fue preparada para recibirlo. Sus partidarios se proponen proclamarlo

Jefe Supremo de la República, disolver la Junta y confiar, sin retraso, la dirección de las

elecciones a los municipios existentes. Todo hace creer que el gobierno definitivo no tardará

en ser organizado y constituido.

Nuestro barco de vapor ‘Styx’, llegó hoy mismo desde Puerto Príncipe, está en

nuestra rada con la corbeta la ‘Naïade’ y el ‘Euryale’. La ‘Naïade’ fue llamada a toda prisa

a Puerto Príncipe, zarpará en algunas horas.

La presencia de los dos barcos que nos quedan, contribuirá, eso espero, al

mantenimiento del orden que la efervescencia de los partidos y la exasperación feroz de la

guarnición africana que nos rodea, podrían arriesgarse de nuevo, antes de la entrada del

General Santana.

104
Con respeto…

E. de Juchereau de Saint Denys.

PS. El General Duarte, salió de aquí hace algunos días hacia Santiago, y allí se hizo

proclamar Presidente por algunos soldados a quienes ha ganado o engañado. Los delegados

de la Junta Central que llegaron a esta ciudad ayer mismo, me dieron algunos detalles

curiosos sobre este suceso sin importancia, a pesar de que se refiere a una separación entre

el Norte y el Sur de la República Dominicana.

La generalidad piensa que con la llegada de Santana a Santo Domingo todas las

provincias españolas reconocerán la unidad gubernamental, tan torpemente comprometida

desde hace algún tiempo, por el régimen subversivo de los golpes de estado militares”

(Emilio Rodríguez Demorizi, 1996: 157-160).

El 12 de julio de 1844 el general Santana entró a Santo Domingo, procedió a tomar

todos los puntos claves de la ciudad y le propinó un golpe de Estado al Presidente de la Junta

Central Gubernativa, general Francisco del Rosario Sánchez, sin que fuera defendido -como

se esperaba- por el general José Joaquín Puello, a quien Duarte había dejado al frente de la

Plaza de Armas de Santo Domingo, quien para justificar su actitud entreguista y cobarde

argumentó que no quería propiciar un baño de sangre entre hermanos. Su actitud posterior

puso de manifiesto claramente que se plegó más a los dictámenes de un poder pasajero y

lisonjero, como el que encabezaría Santana, en detrimento de la defensa genuina de los

intereses de la Patria. Así lo confirma Saint Denys, cuando en comunicación del 29 de julio

de 1844 dirigida al Ministro Guizot, refiere:

105
“El Comandante del distrito (General Jimenes), el comandante de la plaza (el

General Joaquín Puello), a la cabeza de un numeroso estado mayor, salieron por la mañana

a su encuentro, llegando hasta una gran distancia de la ciudad. Una fuerte lluvia, que caía

desde hacía más de dos horas, no hizo que se perdiera el entusiasmo de esta ovación

popular…El General Joaquín Puello, siempre dispuesto y humilde ante la fuerza, se puso

inmediatamente a la disposición de Santana, de quien no se separa ni un minuto desde ese

momento. Santana, por política y por necesidad, lo trata con mucho respeto y atención y

parece dispuesto, por lo menos hasta nuevo aviso, a conservarle el comando de la plaza de

Santo Domingo” (Emilio Rodríguez Demorizi, 1996: 165-166).

De esa manera, el general Pedro Santana se alza con el poder, establece una dictadura

militar, declara traidores a la Patria a los verdaderos forjadores de la nacionalidad

dominicana, apresa a la mayor parte de los trinitarios y a los principales líderes los destierra

a perpetuidad a Inglaterra y Hamburgo, Alemania, quienes luego se establecerían en

Venezuela y en las Antillas Holandesas.

3.7. TOMA DE LA FORTALEZA EL CACHIMÁN

El 4 de diciembre de 1844, el general Antonio Duvergé y sus tropas tomaron la

fortaleza El Cachimán, fuerte construido por los haitianos sobre los límites entre las

106
poblaciones de Las Caobas y Las Matas de Farfán, lugar donde estaba situada la principal

fuerza de aprovisionamiento del mercenario ejército haitiano, en la zona oeste de la frontera

de la República Dominicana con Haití. La toma de esta fortaleza significó un duro golpe para

el enemigo, ya que en ella guardaba todas las provisiones que les servían para abastecer sus

fuerzas en combate en el territorio nacional. En este combate tuvo una participación

destacada como comandante el coronel Elías Piña, nombre con que sería honrada

posteriormente la demarcación geográfica en que se celebró esa acción militar.

Para conocer los pormenores de la toma de la fortaleza El Cachimán, leamos lo que

nos dice el propio general Duvergé en una comunicación que envió al Presidente, general

Pedro Santana, el 6 de diciembre de 1844, para fines de información:

“Dios, Patria y Libertad.- República Dominicana.

Cuartel General de las Matas, 6 de Diciembre de 1844 y 1º. de la Patria.

Antonio Duvergé, General de Brigada, Comandante de la Provincia de Compostela

de Azua y provisionalmente Encargado del Ejército Expedicionario en la Frontera del Sud.

Al General Pedro Santana,

Presidente de la República.

Respetable Presidente.

107
Una escena de la toma de la Fortaleza de Cachimán por parte de Antonio Duvergé y su ejército.

108
Doy conocimiento a usted cómo me resolví a quitar al enemigo una fortaleza en que

encerraba todas sus provisiones, para lo cual nombré una fuerza como de ciento cincuenta

hombres de infantería y setenta de caballería; y poniéndome a su cabeza, marchamos sobre

el lugar nombrado ‘El Cachimán’, donde estaba la principal fuerza de Las Caobas, como

llave al fin de su territorio. Conocí a mi llegada que era de toda necesidad el tomar aquel

punto, así por su excelente situación, como por el modo con que estaba fortificado,

amurallado todo su circuito, sin más entrada que tres pequeñas portañolas, que sólo

permitían la entrada de a un hombre a la vez; pero confiado en la justicia de la causa que

defendemos y en los valientes que me rodeaban, dispuse dividirlos en tres columnas para

atacar el fuerte por tres puntos diferentes. Comenzó el fuego por todos tres, pero resistido

vigorosamente por los enemigos, estuvo indecisa la victoria de diez a doce minutos; más al

fin los bravos militares, mezclando con el ruido de sus tiros los viva a la Patria y a nuestro

Presidente Santana, redoblaron su ardor, y acometieron a montar el fuerte, lo que visto por

mí, ordené el asalto, a cuya voz volaron los valientes y se apoderaron del espaldón de la

trinchera. Al mismo tiempo los enemigos saltaron los muros, precipitándose a una profunda

cañada, y al cabo de veinticinco o treinta minutos se vio tremolar sobre dicha fortaleza el

pabellón de la cruz blanca. En esta acción se distinguió el tercer batallón azuano, y aunque

perdimos dos de los nuestros, el uno oficial de mi Estado Mayor y el otro que lo era de la

tercera compañía del tercer batallón de Azua, y ocho o nueve heridos, pero no de muerte, la

pérdida del enemigo fue por lo menos triple. Como a las cuatro de la tarde ordené al

comandante Juan Evangelista Batista, al teniente José Soto, que quedasen con la infantería

de guarnición, y hasta la fecha no ha ocurrido novedad” (José Gabriel García, 1890: 24).

109
Esas informaciones reflejan el empeño y denuedo de nuestros oficiales

independentistas, encabezados por el General de Brigada y Encargado del Ejército

Expedicionario en la Frontera del Sur, Antonio Duvergé, por mantener a raya al ejército

invasor haitiano en sus mismas fronteras, tal como lo había planteado Duarte cuando fue

designado como General Adjunto de la Armada del Sur, lo que no prosperó por la

complicidad mostrada por la mayoría de los miembros de la Junta Central Gubernativa con

la pasividad y actitud defensiva mostrada por el general Pedro Santana frente a las tropas

haitianas, a la espera de la ayuda militar de Francia, la cual nunca llegó.

¡La gloria del General Antonio Duvergé y sus tropas patrióticas se pusieron de

manifiesto una vez más, lo que no deja lugar a dudas acerca de su entrega total a la causa de

la naciente República Dominicana, bajo las palabras sacrosantas e inmortales de Dios, Patria

y Libertad!

110
CAPÍTULO IV:

SEGUNDA CAMPAÑA MILITAR EN EL PRIMER

AÑIVERSARIO DE LA INDEPENDENCIA NACIONAL (1845)

111
En el momento mismo en que el Congreso Nacional aprobaba las leyes adjetivas y

orgánicas que vendrían a complementar la recién aprobada Constitución de la República

Dominicana del 6 de Noviembre de 1844, se producían enfrentamientos constantes entre las

tropas haitianas y dominicanas, unas veces entre las avanzadas haitianas y las guerrillas

dominicanas que salían a explorar el campo; y otras, entre las avanzadas dominicanas y las

guerrillas haitianas, que hacían el servicio de reconocimiento de objetivos y de exploración.

El presidente haitiano entre el 3 de mayo de 1844 y el 15 de abril de 1845 fue el General

Philippe Guerrier y entre el 16 de abril de 1845 y el 1 de marzo de 1846 lo fue el General

Jean-Louis Pierrot, mientras que el presidente dominicano en todo ese trayecto histórico lo

fue el dictador, general Pedro Santana.

Los enfrentamientos más importantes de esa naturaleza fueron los que se produjeron

en Comendador, Bánica, Cachimán, El Puerto, Las Caobas, Hondo Valle, Los Pinos y

Oreganal, entre otros, en los cuales las tropas dominicanas comandadas por el general

Antonio Duvergé obtuvieron sucesivas victorias sobre las tropas haitianas entre el 25 de

marzo y el 13 de julio de 1845.

En esas acciones también tuvieron roles muy destacados el general Felipe Alfau; los

coroneles Gabino Puello, Elías Piña, Aniceto Martínez, Bernabé Sandoval, Bernardino Pérez,

Francisco Domínguez, Nolasco de Brea, Merced Marcano, José Esteban Roca, Juan

Contreras y Remigio del Castillo; los tenientes coroneles Fernando Taveras, José Tomás

Ramírez, Pascual Ferrer y Francisco Pimentel; los capitanes Mariano del Castillo, Marcos de

Medina y Dionisio Reyes; los comandantes Pedro Florentino, Juan Segundo Félix y Lino

112
Peralta; así como los oficiales Marcos Mercedes, José María Aybar, Celedonio del Castillo,

Pedro de Sena, José Paraboy, Silvestre García, Gabino Simonó, Valentín Marcelino y

Gregorio de Tapia, junto a las tropas bajo sus respectivas responsabilidades.

Las tropas haitianas en esos combates casuales o irregulares, como resultado de la

labor de reconocimiento o inteligencia, sufrieron sensibles pérdidas, con la muerte en

combate en la común de Comendador del coronel Augusto Brouard; así como un saldo de

más de mil muertos, miles de heridos y cientos de prisioneros de guerras, entre ellos oficiales,

clases y soldados de las diferentes divisiones militares.

El 22 de julio de 1845, el Fuerte de Cachimán, en posesión de los dominicanos, es

atacado por las tropas haitianas en un número considerable, al mando del general Lambert

Deschamps, el cual fue rechazado heroicamente por las tropas dominicanas al mando de los

coroneles Bernabé Sandoval, Bernardino Pérez y Francisco Domínguez, a pesar de la

superioridad numérica del enemigo.

La acción duró tres horas y media de combates, después de las cuales el enemigo

derrotado huyó en el mayor desorden, dejando el campo lleno de cadáveres. Sin embargo, en

su retirada hacia la retaguardia por el camino que conduce hacia Veladero, las tropas haitianas

comenzaron a reorganizarse, al contar con el refuerzo del grueso del ejército que comandaban

los generales Toussaint y Morissette. Es así como el 23 de julio el enemigo realiza un nuevo

ataque de gran envergadura, el cual enfrentan las tropas dominicanas, pero al ser envueltos

completamente, creyeron que lo más conveniente era la retirada. En esa ocasión, las tropas

dominicanas, al mando de los referidos coroneles, abandonan el lugar y se retiran hacia Las

113
Matas. Las tropas haitianas aprovechan la situación y se apoderan de los tres fortines de El

Cachimán.

El general Antonio Duvergé, al recibir refuerzo de Santo Domingo de los regimientos

1ro. y 2do. (antiguos 31 y 32), al mando del general José Joaquín Puello, instala su Cuartel

General en la ciudad de San Juan de la Maguana, con el claro propósito de resistir la

embestida de las tropas haitianas e impedir su avance hacia Azua y Santo Domingo.

Meses después, el 17 de septiembre y el 27 de octubre se producen las dos más

importantes batallas de la Segunda Campaña por la Consolidación de la Independencia

Nacional, que fueron la Batalla de la Estrelleta en Las Matas de Farfán y la Batalla de Beler

en la línea noroeste, cuyos detalles se ofrecen a continuación.

4.1. LA BATALLA DE LA ESTRELLETA

Cuando las tropas haitianas avanzaban por la frontera del Suroeste hasta la sabana de

Santomé, el general José Joaquín Puello llegó con una División de Auxilio a la que tenía bajo

su mando el general Antonio Duvergé, Comandante General del Ejército del Sur. Estos se

pusieron de acuerdo para maniobrar en combinación contra el enemigo, que marchaba sobre

la ciudad de San Juan de la Maguana con tropas en las diferentes ramas: infantería, artillería

y caballería.

El ejército haitiano, al mando de los generales Toussaint, Morissette y Samedí, se

replegó hacia La Estrelleta, al darse cuenta que los dominicanos instalados en San Juan de la

114
Maguana habían recibido refuerzos, por considerar que era un lugar con una topografía muy

accidentada, a la cual le podría sacarle mayor provecho. Es así como las tropas dominicanas

recuperan nuevamente la población de Las Matas de Farfán y hacen un recorrido por la

población de Matayaya, al mando del teniente coronel José María Albert. En igual medida,

el teniente coronel José María Cabral desalojó a las tropas haitianas de Los Jobos, ya que

ellas se encontraban acampadas allí. Es por esa razón, que, teniendo noticias el general José

Joaquín Puello de que las tropas haitianas volverían a avanzar sobre territorio dominicano,

dio inmediatamente disposiciones de prevención.

El general Puello mandó a informar al general Duvergé, quien se encontraba en la

sabana de Santomé, a fin de que tratara de reunirse con él para combinar un plan de acción.

Sin embargo, las demostraciones del enemigo le hicieron entender que no había tiempo para

ver coronado su deseo de que el general Duvergé cooperase con la acción. Esto le lleva a

pasar revista a sus tropas el 16 de septiembre de 1845 a las 6 de la tarde y procede a comunicar

las órdenes necesarias a los oficiales para que éstos a su vez las comunicaran a sus

subalternos.

115
Monumento a la Batalla de La Estrelleta, acción bélica realizada en los actuales

territorios de Las Matas de Farfán y Elías Piña.

116
El general José Joaquín Puello, militar que lideró la batalla de La Estrelleta.

117
Siendo las dos de la mañana del 17 de septiembre de 1845, el general José Joaquín

Puello con el toque de llamada a las armas puso a sus tropas en pie de guerra, le pasó revista

nuevamente y organizó su ejército en dos columnas, una compuesta por seis batallones al

mando de los coroneles Valentín Alcántara y Bernardino Pérez, la cual avanzaría por el

camino de Bánica, pasando por el Chacahueque y Los Jobos, para luego atacar por el flanco

izquierdo del enemigo y bajar a la sabana de La Estrelleta después de bordear la loma de

Potro Blanco por su ladera norte.

La otra columna, con seis batallones más, bajo las órdenes directas del general Puello,

compuesta por el 1ro. y 2do. Regimientos de Santo Domingo, mandados respectivamente por

el coronel Bernabé Sandoval y los tenientes coroneles José María Cabral, Juan María Albert,

José María Pérez y Pascual Ferrer, apoyados por dos piezas de artillería, bajo la

responsabilidad de los sargentos Andrés Gatón e Hilario Sánchez, avanzaría hacia la sabana

de La Estrelleta, bañada por las cañadas de La Estrelleta y Mesa de los Guaos, afluentes del

río Matayaya. Este avance se haría por el camino real que iba a Comendador.

Con esa disposición, el general Puello ordenó la marcha del ejército dominicano.

Próximo hacia su objetivo, ya en las alturas de Matayaya, la columna bajo sus órdenes la

subdividió a su vez en dos columnas: una seguiría por el camino para atacar el flanco derecho

del enemigo, al mando del coronel Bernabé Sandoval y los tenientes coroneles José María

Pérez y Pascual Ferrer; mientras que la otra, atacaría el centro, al mando de los tenientes

coroneles José María Cabral y Juan María Albert, avanzando hacia la sabana de La Estrelleta

por la ladera sur de Potro Blanco.

118
Los haitianos se habían instalado en las colinas que dominan la sabana de La

Estrelleta, con dos piezas de artillería: una emplazada a la entrada sur de la sabana por el

cruce del camino de Comendador, sobre el río Matayaya, y otra hacia la entrada norte, en la

confluencia del río Matayaya con el río de Macasías. Sus cañones estaban protegidos por

regimientos de infantería desde las alturas de los cerros. Su flanco izquierdo estaba limitado

por el río Macasías, mientras que su flanco derecho era cubierto por su caballería, quien se

encontraba en el camino de Comendador.

Al amanecer las columnas dominicanas de la izquierda y del centro llegaron a orillas

del río Matayaya. El general José Joaquín Puello, que avanzaba en la columna del centro, vio

al otro lado del río, posesionado de los cerros, al enemigo formado en orden de batalla, razón

por la cual mandó a tocar la generala, y se dispuso a vadear el río convergiendo a la derecha,

entrando así a la sabana.

A las ochos de la mañana, las tropas haitianas recibieron a las tropas dominicanas a

fuego de metralla con sus dos cañones, concentrando sus tiros sobre la posición izquierda de

la columna que dirigía el coronel Bernabé Sandoval, la cual estaba protegiendo el flanco

izquierdo de las tropas del general Puello, que no se habían lanzado aún al ataque en espera

de que la columna derecha de los coroneles Bernardino Pérez y Valentín Alcántara cayera

sobre el valle, luego de recorrer el trayecto de su accidentado camino. Cuando esta columna

apareció por el norte, rompió el fuego sobre el flanco izquierdo de las tropas haitianas.

La maniobra de ambos flancos de las tropas dominicanas empezó a ganar terreno,

muy a pesar de que el fuego de artillería de las tropas enemigas no había podido ser

contrarrestado en igual medida. Esto se debió al hecho de que las dos piezas de artillería

119
dominicanas no habían podido participar en el combate, ya que la crecida de un arroyo le

obstruyó totalmente el camino. Con el propósito de frenar esta maniobra, los haitianos

lanzaron su caballería sobre el avance del centro dominicano, pero los regimientos de Santo

Domingo al mando de José María Cabral y Juan María Albert, formándose en cuadro y

calando bayonetas arremetieron sobre la carga de la caballería haitiana, poniéndola en total

fuga.

Para explotar el éxito de esa acción, el batallón que dirigía José María Pérez asaltó la

pieza de artillería del flanco derecho haitiano, saltando él mismo sobre el cañón enemigo,

exponiéndose a perder la vida en ese hecho temerario. Las tropas de Valentín Alcántara y

Bernardino Pérez, por el lado derecho, le arrebataron de igual manera la pieza de artillería de

su flanco izquierdo, quedando así los regimientos haitianos casi aislados en las colinas de la

sabana de La Estrelleta.

Aprovechando la situación de desconcierto de las tropas haitianas, el general Puello,

al toque de corneta, ordenó el asalto general sobre las posiciones haitianas, causando de esa

manera gran baja a las fuerzas enemigas. Fue así como, bajo un intenso tiroteo y sin la ventaja

de sus dos piezas de artillería, los haitianos abandonaron sus posiciones y se dieron a la huida,

retirándose hacia el oeste por el camino que conduce al fuerte de Cachimán, que fungía como

su Cuartel General, dejando en el campo una gran cantidad de pertrechos militares, sus dos

piezas de artillerías, así como una gran cantidad de muertos, heridos y prisioneros.

El parte oficial enviado por el general José Joaquín Puello al presidente de la

República, general Pedro Santana, narra los hechos relativos a la batalla de La Estrelleta del

modo siguiente:

120
“Cuartel General de Las Matas,

17 de septiembre de 1845, año 2º de la Patria.

José Joaquín Puello, General de División de la Plaza de Armas de Santo Domingo y

Comandante de la Primera División en las fronteras del Sur.

Señor Presidente:

Tengo el honor de comunicaros: que habiendo sido informado ayer por los espías y

prácticos que el enemigo se hallaba acampado en la ribera derecha del río Mata-Yaya, como

a tres leguas de este cuartel, di inmediatamente disposiciones de prevención, y al mismo

tiempo oficié al General Duvergé, que se encontraba en Santomé, a fin de que tratase de

reunirse conmigo para combinar el plan de acción; pero las demostraciones del enemigo me

hicieron conocer que no había tiempo para efectuar mi deseo de que ese digno general

cooperase a la acción. A las seis de la tarde pasé revista a mis tropas y comuniqué las

órdenes necesarias a los oficiales. A las dos de la mañana de este día, al toque de llamada,

todas las tropas a mi mando estaban sobre las armas.

Hice dividir nuestro ejército en dos divisiones, formando el ala derecha seis

batallones bajo el mando de los coroneles Bernardino Pérez y Valentín Alcántara, que

destaqué en el camino de ‘Los Jobos’ a caer a Estrelleta, por donde se decía que debía

dirigirse la columna enemiga a ocupar el camino de Bánica: la división que formaba el ala

izquierda, compuesta igualmente por seis batallones, y cuyo mando me reservé, se dirigió

por el camino real que va a Comendador.

121
Al llegar a las alturas de Mata-Yaya percibimos al enemigo en la ribera opuesta al

río, y militarmente posesionado de una cordillera de cerros situados en la sabana de

Estrelleta, cubierta sus dos únicas entradas con piezas de artillería y un trozo de caballería

avanzado, bastante distante de su cantón general. Inmediatamente avistaron la columna bajo

mi mando, tocaron generala y se dispusieron a esperarnos: le contesté con nuestra batería

y me preparé a entrar en acción, que era todo mi anhelo, esperando sólo que el ala derecha

hiciese la señal concertada. En efecto, al cuarto de hora de mi llegada rompió ésta el fuego,

siendo las ocho en punto de la mañana, y la columna bajo mi mando, volando con la rapidez

del rayo, se lanzó sobre los enemigos, burlándose de sus balas y metralla. En un instante se

posesionaron de la pieza de artillería y rompieron la división enemiga: lo mismo ejecutó el

ala izquierda; y después de dos horas de un vivo combate, derrotamos a los haitianos,

quedando en nuestro poder las dos piezas de artillería, pertrechos, cajas de guerra, algunos

fusiles y el campo sembrado de innumerables cadáveres y otros tantos heridos, no habiendo

de nuestra parte sino tres heridos levemente.

Por esta acción verá usted que la Divina Providencia nos ha manifestado hoy más

que nunca cuán dispuesta está a obrar milagros en nuestro favor, pues teniendo el enemigo

más ventajosa posición, triple fuerza a la nuestra y dos piezas de artillería, ha sido derrotado

por nosotros, que, entre otras desventajas, tuvimos la de que nuestra artillería no pudo

obrar, en razón de que un arroyo tenía totalmente obstruido el camino.

No podré en esta acción señalar a usted los que más se distinguieron, porque todo el

ejército, a porfía, se disputaba el honor de volar al peligro y de obligar la victoria a coronar

sus esfuerzos.

122
A mí me queda el placer de haber derrotado al ejército y a los tres generales haitianos

que tenía a la cabeza, y eran Morissette, Toussaint y Samedí.

Quedé tan satisfecho de las tropas, que a nombre del Gobierno les ofrecí una paga

extraordinaria en recompensa por su loable conducta.

Tan luego como ocurra algo de particular me apresuraré a comunicarlo a usted.

Intertanto, ruego a Dios conserve largos años su existencia.- Firmado: Puello” (Emilio

Rodríguez Demorizi, 1957: 183-185).

A pesar de que el general José Joaquín Puello en el parte oficial asegura que todos

los oficiales y soldados dominicanos se destacaron con igual disposición y arrojo en la Batalla

de La Estrelleta, lo cierto es que hubo algunos que se destacaron más claramente que otros.

Entre los oficiales que más se distinguieron en esta acción están: el propio general Puello,

quien tuvo a su cargo la elaboración y puesta en marcha del plan de acción de guerra y

procedió a formar la retaguardia con el batallón de Higüey; el coronel Valentín Alcántara y

Bernardino Pérez, quienes estaban a cargo del flanco del ala derecha; los coroneles José

María Cabral y Juan María Albert, quienes iban en el centro con el 1er. Regimiento

Dominicano y el 2º. Regimiento del Ozama y marcharon de frente desplegados en columnas,

apoyándose en el ala izquierda; el coronel Bernabé Sandoval, quien estaba a cargo del flanco

del ala izquierda; el comandante Pascual Ferrer, quien prestó grandes servicios con su pericia

en el combate; el comandante José María Pérez Contreras, quien se cayó del caballo al tomar

con su batallón una pieza de artillería y casi se asfixia por una bala de fusil que le cortó la

respiración.

123
Entre los clases y soldados se destacaron: el sargento primero Florencio Soler,

abanderado del batallón de Higüey, quien amenazado de muerte por un soldado haitiano

corpulento, se apoyó en el asta de la bandera nacional que llevaba y tirando de su machete lo

partió en dos de un solo golpe; el sargento primero Lorenzo Deogracia Martí, abanderado del

1er. Regimiento, a quien tuvo que llamar la atención personalmente del general Puello, por

la impetuosidad con que obligaba a avanzar el batallón a que pertenecía, rodeado siempre de

su guardia de bandera, formada por los cabos furrieles Leo Polanco, Clemente Yépez, Juan

González y Gregorio de Peña; en el cuerpo de caballería se distinguió el capitán Basilio de

Soto, quien trabó un combate singular con un haitiano de tantos bríos que, probablemente

habría perecido en sus manos, si el valiente Juan Valera, posteriormente teniente general del

ejército español, no se lo hubiera quitado de encima con la punta de su lanza.

4.2. LA BATALLA DE BELER

La Batalla de Beler se efectuó el 27 de octubre de 1845 en las fronteras del norte,

donde los integrantes del ejército dominicano pusieron de manifiesto una vez más su clara

disposición a ser libre o morir en el campo del honor.

La Batalla de Beller estuvo precedida por dos acciones muy reñidas: una en Las

Pocilgas y otra en Capotillo. En ambas acciones se distinguió el batallón de Dajabón, bajo

las órdenes del comandante Marcelo Gonzalo Carrasco, donde trató de disputar el paso a las

fuerzas haitianas del norte, las que pasaron el río limítrofe entre ambos países y ocuparon a

Dajabón.

124
A las siete de la mañana del 27 de octubre de 1845 las tropas dominicanas afrontaron

al ejército haitiano en el espacioso campo de Beler, donde la artillería de éste diezmaba en

principio a las fuerzas de los patriotas dominicanos con certeros tiros. Sin embargo, éstos

contestaron con las tres piezas de artillería que poseían y avanzaron a paso de carga hacia el

Fuerte El Invencible. A pesar de lo pesado del terreno por las copiosas lluvias que habían

caído el día anterior para rodar las armas de gran calibre, los dominicanos vencieron el fuego

enemigo y luego de cinco horas de combate lograron apoderarse de dicho Fuerte.

El enemigo perdió casi todo el regimiento 28 que guarnecía el Fuerte con su jefe

Seraphin, a pesar de los grandes sacrificios que implicó esto para el ejército dominicano.

Dueños del campo, los patriotas criollos pasaron a dominar la común de Dajabón, huyendo

hacia la frontera los generales haitianos Denis, Hilaire y Mitil, con fuerzas a su mando,

quienes no se atrevieron a venir en auxilio de los suyos que sucumbían en Beler. Los

dominicanos tampoco permitieron que el enemigo le hiciera daño con su gruesa artillería, ya

que la mayor parte de ella fue llevada a la costa por temor a un desembarco de la fuerza naval

dominicana que estaba situada frente al pueblo de Mari-Barú, bajo la comandancia de Juan

Bautista Cambiaso.

Del ataque feroz del ejército dominicano, se logró hacer 10 prisioneros y se tomaron

como trofeos de esa victoria: banderas, fusiles, cañones, instrumentos de música, cajas de

municiones de guerra, hachas y otros artefactos. Asimismo, fueron destruidos los fosos y

atrincheramientos del Fuerte Invencible y quemados los obstáculos puestos por los haitianos

a la entrada del Fuerte.

125
Monumento erigido en conmemoración de la heroica Batalla de Beler .

126
Luego de enterrar a sus muertos, así como recoger y auxiliar a los heridos, el ejército

dominicano se retiró a las 2 p.m.

La figura central en la conducción de las acciones militares de la Batalla de Beler

contra el ejército haitiano, lo fue el General de División Francisco Antonio Salcedo, quien

era Comandante en Jefe de las Fronteras del Nord-Este y Jefe Político de la Provincia de

Santiago.

El parte oficial de la Batalla de Beler remitida por el general Salcedo al presidente de

la República, General Pedro Santana, reporta los detalles de la distribución de las fuerzas en

la lucha contra el enemigo, relata los pormenores de los combates y el saldo para las tropas

tanto dominicanas como haitianas. Veamos lo que nos dice al respecto el General Salcedo:

“Cuartel General de Boca de Guayubín,

A 28 de octubre de 1845, año 2º. de la Patria

Francisco Antonio Salcedo, General de División, Comandante en Jefe de las

Fronteras del Nord-Este y Jefe Político de la Provincia de Santiago.

Al presidente de la República.

Señor Presidente: El viernes 24 de corriente salí de este cantón con las tropas de

infantería y caballería y tres piezas de artillería dirigidas por el comandante José María López

y Lorenzo Mieses. Hice alto en Escalante para racionar la tropa, y a causa de las lluvias

127
permanecí en aquel lugar hasta el domingo 26 después del mediodía, que continué la marcha;

a las ocho de la noche acampamos en Macabón; a las tres de la madrugada del lunes 27

volvimos a emprender la marcha; a las seis de la mañana hicimos alto en Sabana Santiago,

donde dividí la infantería en tres columnas: la de la derecha, con una pieza de artillería, al

mando del coronel Pelletier; la de la izquierda, con otra pieza, al mando de los comandantes

José Silva y Andrés Tolentino; y la del centro, con la tercera pieza, al mando del coronel José

Nicolás Gómez y del comandante Gonzalo Carrasco. Asimismo dividí la caballería en dos

columnas, una para la derecha, al mando del comandante Juan Gómez Mayor, y otra para la

izquierda, al mando del comandante Juan Luís Richard, marchando yo con el general Imbert

y nuestros Estados Mayores en la columna del centro. En este intervalo fuimos percibidos

por una guardia avanzada que tenía el enemigo en las márgenes de Guajaba, tiró tres

cañonazos de alarma e hice contestar con un golpe general de los tambores y trompetas a mi

mando; di la orden de marcha, y apenas nos presenta en la limpia y espaciosa Sabana de

Beler, cuando percibimos que el enemigo se hallaba posesionado de la altura del Coco de

Beler, donde tenía un castillo perfectamente construido, amurallado y fosado, dos piezas de

artillería y una numerosa guarnición al mando del coronel Seraphin.

Recorría yo las diferentes columnas dando mis órdenes, después de haber

recomendado al general Imbert la inspección del ejército, cuando al llegar a la columna de la

izquierda lanzó nuestra tropa un ¡Viva la República! ¡Viva el general Salcedo!, y apenas fue

oído este viva, el enemigo rompió el fuego disparando una culebrina de a 12 sobre el mismo

lugar donde yo me hallaba. Di la orden de ataque, y después de un fuego imponderable de

hora y media, y de una resistencia tenaz de parte del enemigo, entramos en el dicho castillo

sable en mano y a pocos momentos se vio tremolar el estandarte de la Cruz Dominicana, en

128
el mismo lugar que se hallaba la bandera enemiga; quedando en el fuerte y su recinto más de

trescientos cincuenta cadáveres enemigos, víctimas de nuestras lanzas y machetes, más de

diez prisioneros, algunos de estos gravemente heridos y que se encuentran en este cantón.

En el pueblo de Dajabón se hallaban acampados los generales Dénis, Hiler y Mitil,

con un trazo de caballería y un batallón de infantería; pero apenas se presentó nuestra

caballería, huyeron cobardemente y en el mayor desorden lograron escaparse, a pesar del

ahínco con que fueron perseguidos por los nuestros, que mataban cuanto lograban alcanzar,

siendo numerosos los heridos de parte del enemigo.

En dicho castillo del Coco de Beler cogimos una culebrina de a 12, que por estar muy

vieja y maltratada por nuestra artillería, la hice tumbar, clavar y tapar; un famoso cañón de

bronce de a 4, perfectamente montado, que hice conducir a este cantón; más de doscientos

fusiles, tres banderas, de las cuales le remito dos y dejo una para memoria; ocho cajas de

guerra; los instrumentos de música del regimiento 28 y varios pertrechos y muebles de

diferentes calidades.

Dajabón fue reducido a cenizas; nuestra bandera fue enarbolada en nuestros límites,

con imponderable regocijo y entusiasmo del ejército, y después de haber contemplado más

de dos horas nuestro magnífico estandarte levantado sobre la arrogancia de nuestros

enemigos, dispuse replegarme al cantón general, sin pasar a Juana Méndez, para no

comprometer mi gente, que ciega de coraje sólo quería volar en pos de combates y victorias,

y ya la hora no era nada oportuna.

Por nuestra parte tuvimos 16 muertos y 25 ó 30 heridos, pero la mayor parte muy

levemente.

129
He dado gracias al Dios de los ejércitos por la victoria de nuestras armas, pues estando

el enemigo tan ventajosamente posesionado es imponderable la resolución de nuestras tropas

y la pérdida del enemigo, pues en el castillo corría la sangre como arroyos y toda la espaciosa

sabana está sembrada de cadáveres.

No puedo señalar particularmente a ninguno de los que me acompañan, porque todos,

sin distinción, cumplieron con su deber; todos merecen mi gratitud y a todos los recomiendo

a la Nación.

En fin, el coronel Domingo Mallol, portador de la presente, y que estuvo a mi lado en

esta acción, dirá a usted verbalmente los pormenores que usted crea conveniente informarse.

Dios guarde a usted muchos años.- Francisco A. Salcedo” (José Gabriel García, 1890:

33).

La Batalla de Beler contó con el apoyo desde el mar de la flotilla nacional que dirigía

con gran acierto el coronel Juan Bautista Cambiaso, integrada por la fragata Cibao, bajo las

órdenes del comandante José Naar; la goleta General Santana, dirigida por el comandante

Juan Alejandro Acosta; el bergantín San José comandada por Juan Evertsz; el bergantín

Libertad, bajo las órdenes del comandante Ramón González; la goleta Merced, al mando del

comandante Simón Corso; la goleta Separación Dominicana, bajo la dirección del

comandante Juan Bautista Maggiolo; de la goleta 27 de Febrero, bajo las órdenes del

comandante José Antonio Sanabia; la goleta María Luisa, bajo la dirección del comandante

Joaquín Orta; la goleta 30 de Marzo, comandada por Alejandro Belén; y la goleta Esperanza,

dirigida por el comandante Julián Balduin.

130
Dibujo que representa una escena de la Batalla de Beler.

La incursión de la flota nacional en territorio haitiano un día antes de producirse la

Batalla de Beler fue de suma trascendencia para la victoria de las tropas dominicanas el 27

de octubre de 1845. Es importante destacar que aunque el coronel Cambiaso tenía órdenes

de no pasar de la ciudad de Montecristi, estando los buques fondeados en la Bahía de

Manzanillo convocó una junta de guerra con todos los comandantes de fragatas, goletas y

bergantines, en la que propuso recorrer la costa norte hasta llegar frente a Cabo Haitiano, lo

131
que fue aceptado por unanimidad. Terminada la junta levantaron ancla, incursionaron en

territorio haitiano y atacaron durante la noche a Fort Liberté, antigua Bayajá. Con el objetivo

de alarmar la población, echaron al agua tablas alquitranadas y abrazadas en candela, por

cuyo motivo les respondieron con fuego desde la tierra, lo que contestaron descargando su

coliza, después de lo cual siguieron corriendo en popa para abajo.

Esa operación fue providencial y dio un resultado maravilloso, pues temiendo el

Gobernador de Fort Liberté de que se tratara de un desembarco, detuvo una poderosa

columna que iba a reforzar la guarnición del fuerte de Beler, denominado por el general

haitiano Morissette bajo el nombre de El Invencible. Al día siguiente fue que se produjo el

ataque del general Salcedo al fuerte de Beler, razón por la cual el triunfo se consiguió con

mayor facilidad y a un costo mucho menor de lo previsible, debido a la detención de las

tropas enemigas que venían desde Fort Liberté en auxilio de los haitianos que estaban

combatiendo en la sabana de Beler. De esta manera, las tropas dominicanas se coronaron de

lauros y gloria una vez más.

Además del general Francisco Antonio Salcedo, también se distinguieron los

siguientes oficiales: el general José María Imbert, lugarteniente del general Salcedo; el

coronel Fernando Valerio, al mando del Tercer Regimiento de la Línea de Santiago; el

coronel Nicolás Gómez, al mando del Batallón de La Vega; el coronel Pedro Eugenio

Pelletier, quien dirigía la columna de la derecha integrada por tropas de Puerto Plata y

Montecristi, tenía como jefe de artillería al capitán Benito Martínez; el teniente coronel

Marcelo Gonzalo Carrasco, al mando del Batallón de Dajabón; el teniente coronel Lorenzo

Mieses, dirigía la pieza de artillería de la columna del centro; los comandantes José Silva y

Andrés Tolentino, dirigían la columna de la izquierda, con otra pieza de artillería, dirigida

132
por el teniente coronel José María López; los comandantes José Gómez Mayor y Juan Luis

Richard, quienes estuvieron a cargo de las columnas de caballería de la izquierda y de la

derecha, respectivamente, y como segundo al mando, el comandante Alejandro Rubiera.

Otros oficiales, clases y soldados que tuvieron una importante participación en la

Batalla de Beler fueron: coronel José Díaz, comandante Casimiro Díaz, Santiago Bobadilla,

Santiago Pichardo, José Peña, Estanislao Aranda, Manuel de Jesús Carabana, Nepomuceno

Abreu, José Jiménez, Francisco Rodríguez, Ramón de Peña, Mateo del Rosario, Diego Pérez,

Ramón Castro, José Aybar, Juan Capellán, Pedro Santos, José Gutiérrez, Joaquín Gutiérrez,

Francisco Santiago, José García, Pedro Rodríguez, Manuel María Abreu, Benedicto Rosario,

Ramón Tavárez, Domingo Pacheco, Bruno del Rosario y Lorenzo Fermín, entre otros.

133
134
CAPÍTULO V:

TERCERA CAMPAÑA MILITAR DE RESISTENCIA

POR LA DEFENSA DE LA SOBERANÍA NACIONAL (1848-1849)

135
El 4 de agosto de 1848, el general Pedro Santana, Jefe del Ejército y Presidente de la

República, renuncia del Poder Ejecutivo aduciendo problemas de salud. Pasa a dirigir los

destinos del país, de forma provisional, el Consejo de Ministros-Secretarios de Estado, quien

convoca para el 25 de agosto de 1848 a elecciones indirectas, mediante la convocatoria de

los Colegios Electorales, para que eligieran a un nuevo presidente de la República.

Con la presencia de la mayoría constante de los miembros de los Colegios Electorales

de las diferentes provincias del país, que sumaban unos dieciséis, el presidente del Colegio

Elector declaró abierta la sesión extraordinaria y una vez concluida la elección dio lectura a

los resultados de las elecciones celebradas, resultando electo como nuevo presidente de la

República, el general Manuel José Jimenes y González, quien hasta entonces había ocupado

el cargo de Ministro de Guerra y Marina.

El proceso de votación puede resumirse del siguiente modo: dieciséis votos a favor

del general Manuel Jimenes, procedente de la provincia de Santo Domingo, un voto por cada

uno de los señores representantes Damián Ortiz, José María Pérez, Francisco Ortiz, Domingo

Moreta y Pedro Florentino, de la provincia de Azua; Wenceslao de la Concha, Juan Manuel

Tineo, general Francisco Antonio Salcedo (Tito) y Domingo Pichardo, de la provincia de

Santiago; José Bernal, José Portes, Ildefonso Mella y José Taveras, de la provincia de La

Vega; así como Vicente del Pozo, Juan Rijo y Juan Rosa Herrera, de la provincia de El Seibo.

El presidente Jimenes tomó posesión el 8 de septiembre de 1848, prestando el

juramento de ley ante el Congreso Nacional, el cual se encontraba reunido de forma

136
extraordinaria. Jimenes mantuvo, sin variación, el mismo gabinete de que se había rodeado

el general Pedro Santana, el cual estaba constituido por Félix Mercenario como Ministro de

Interior y Policía; Domingo de la Rocha, Ministro de Justicia, Instrucción Pública y

Relaciones Exteriores; doctor José María Caminero, Ministro de Hacienda y Comercio, y el

propio Manuel Jimenes, Ministro de Guerra y Marina.

El 11 de septiembre de 1848 el presidente Jimenes convoca al Congreso Nacional

para que continúe ejerciendo sus tareas legislativas y para que dentro de sus prioridades

considerara aspectos que contribuyeran a la prosperidad pública, como el impulso a la

agricultura, auxiliada de una adecuada policía rural, y una restructuración del ejército

nacional.

Doce días después, el 23 de septiembre de 1843, el Congreso Nacional aprueba un

decreto-ley, mediante el cual se declara una amnistía general para todos los exiliados

políticos, el cual especificaba los nombres de los fundadores de la República Juan Pablo

Duarte, Francisco del Rosario Sánchez y Ramón Matías Mella, así como el de los patriotas,

Vicente Celestino Duarte, padre e hijo, Pedro Alejandrino Pina, Juan Isidro Pérez y Juan

Evangelista Jiménez, y fue promulgado sin objeción por el presidente Jimenes el 26 de

septiembre de ese mismo año.

137
El general Manuel Jimenes, Presidente de la República entre 1848 y 1849, quien emitió un decreto-ley de

amnistía general para los trinitarios y otros políticos deportados por el general Santana.

138
Ahora se procede a transcribir textualmente el Decreto-Ley de Amnistía General,

aprobado por el Congreso Nacional y refrendado por el Poder Ejecutivo:

“El Consejo Conservador y la Cámara del Tribunado, reunidos en Congreso.

Usando de la excelsa facultad que le concede el artículo 25 de la Constitución

Política del Estado, previas tres lecturas constitucionales.

Considerando: Que todos los Gobiernos civilizados del orbe han contemplado la

amnistía, no sólo como una medida eminentemente filantrópica, sino como el medio

saludable de cubrir con el velo impenetrable del olvido toda especie de encono y

animadversión entre miembros de una misma familia.

Considerando: Que la Patria no es una Deidad feroz a quien deleitan los acentos del

dolor y la agonía, y sí una madre tierna en cuyo regazo deben agruparse todos los

dominicanos unidos, felices y satisfechos.

Considerando: Que una fusión sincera y generosa entre todos los dominicanos, y la

conformidad y buena fe en sus operaciones es una necesidad imperiosa en todas

circunstancias, el medio saludable de dar estabilidad a la República y de transmitir íntegro

a las generaciones futuras el sagrado depósito de las libertades públicas.

Considerando: Que esta perspectiva halagüeña es el voto más ardiente de la

Representación Nacional.

139
HA VENIDO EN DECRETAR Y DECRETA:

Art. 1ro. Se declara solemnemente la amnistía a favor de los Señores Francisco

Sánchez, Ramón Mella, Juan Pablo y Vicente Celestino Duarte, padre e hijo, Pedro A. Pina,

Juan E. Jiménez y Juan Isidro Pérez.

Art. 2do. Desde el momento de la publicación de este decreto tienen, los

comprendidos en él, la libre facultad de desembarcar en cualquier puerto de la República.

Art. 3ro. Todos los dominicanos que se hallan fuera del territorio, sin que pese sobre

ellos sentencia alguna, sino en virtud de facultades extraordinarias, y quieran regresar al

país natal, podrán hacerlo, previo el salvo conducto del Poder Ejecutivo.

Artículo 4to. El presente decreto será comunicado cuanto antes a los agraciados a

diligencia del Sr. Ministro Secretario de Estado encargado de la Cartera de Relaciones

Extranjeras, y a todas las autoridades locales en la extensión del territorio por el de lo

Interior y Policía” (José Antonio Jimenes Hernández, 2001:157-158).

Esta disposición, que permitía el retorno al país de los patricios Juan Pablo Duarte,

Francisco del Rosario Sánchez, Ramón Matías Mella, Juan Isidro Pérez, Pedro Alejandrino

Pina y Juan Evangelista Jiménez, trajo gran regocijo entre las diferentes clases sociales y

sectores con elevados sentimientos patrióticos, por el amplio alcance que tenía para todos los

exiliados. A esta medida se acogieron inmediatamente Francisco del Rosario Sánchez,

140
Ramón Matías Mella, Juan Isidro Pérez, Pedro Alejandrino Pina y Juan Evangelista Jiménez,

quienes encontraban exiliados en islas del Caribe próximas a la República Dominicana, como

Curazao y Saint Thomas, lo que no ocurrió con el patricio Juan Pablo Duarte, quien estaba

exiliado en Venezuela y que, por encontrarse trabajando en lugares próximos a las selvas

amazónicas, no pudo enterarse de esta importante providencia.

Otro decreto-ley muy importante aprobado por el Congreso Nacional y promulgado

por el Poder Ejecutivo el 24 de octubre de 1848 facultaba al presidente Manuel Jimenes a

organizar el ejército y la armada, disminuirlo y aumentarlo según fuese necesario o hubiese

un inminente peligro, movilizar las guardias cívicas y ponerlas en pie de guerra, bajo el

imperio de las leyes penales, según la gravedad de las circunstancias por las que atravesara

la República. Veamos íntegramente lo que expresa ese decreto-ley:

“El Consejo Conservador y la Cámara del Tribunado, reunidos en Congreso.

Visto el artículo 94 de la Constitución, en su décimo quinto inciso; y considerando:

que durante el receso de los Cuerpos Colegisladores, la seguridad pública podría

comprometerse, si el Poder Ejecutivo se circunscribiese a las solas facultades

extraordinarias, aunque responsables: que a pesar de la tranquilidad interior de que goza

el Estado, debe preverse el caso de que se turbe y comprometa el orden público: que todos

los ciudadanos están obligados a defender la Patria con las armas cuando sean llamados a

sostenerla.

Considerando: que la angustiosa situación del país exige providencias y medidas

prontas, enérgicas, tanto en economía como en agricultura, y que existiendo leyes que

141
arreglan el servicio civil y militar, y el ejercicio de toda clase de industria en el país,

entorpecerían la marcha del Gobierno o serían quebrantadas por la imperiosa ley de la

necesidad.

DECRETAN:

Artículo 1ro. El presidente de la República está ampliamente autorizado para formar

y organizar el ejército y armada, disminuirlo y aumentarlo en caso de necesidad o inminente

peligro, movilizar las guardias cívicas o ponerlas en el pie de guerra, bajo el imperio de las

leyes penales militares, según la gravedad de las circunstancias, tanto para las exigencias

de aquella, como para el servicio interior de las comunes. En el primer caso, serán pagadas

y racionadas; en el segundo, tendrán derecho a ración. Así mismo está facultado a tomar

todas aquellas medidas que sean necesarias para la defensa y seguridad de la República, y

de que dará cuenta al Congreso tan luego como se reúna.

Art. 2do. En caso de conmoción interior a mano armada, de conspiración u otro plan

subversivo del orden, dará las órdenes, providencias y decretos que estime indispensables

para mantener o restablecer la tranquilidad pública, y que el grande interés social exija,

respetando, en cuanto sea posible, los derechos y garantías de los dominicanos y las formas

de los juicios.

Art. 3ro. Se faculta al Poder Ejecutivo para que tome y ponga en práctica todas las

medidas de economía que exige el Estado actual del país: en consecuencia, hará en el

personal de las Secretarías de Estado, oficinas administrativas, aduanas, hospitales,

almacenes del Estado, arsenales u otro establecimiento remunerado por la Nación, las

142
supresiones, reemplazos y demás modificaciones que estime convenientes, dictando los

reglamentos necesarios para el buen servicio de las oficinas.

Art. 4to. El Poder Ejecutivo establecerá el sistema de agricultura que juzgue más

adecuado en las actuales circunstancias: perseguirá la holganza y vagabundaje con las

medidas más coercitivas, pudiendo al efecto crear una policía urbana y rural que promuevan

la una y persigan la otra, nombrando, donde sea necesario, comisionados o encargados de

la vigilancia, con la competente retribución, pudiendo conferir a las Comandancias de

Armas y Ayuntamientos respectivos las facultades que a bien tenga: dictando las

providencias y medidas que sean en su opinión más convenientes a la pública prosperidad,

y dando cuenta al Congreso en su próxima reunión, para su aprobación o reforma.

UNICO. La ley de 23 de Junio sobre agricultura, quedará sin efecto en cuanto sea

contraria a las disposiciones que en virtud de la autorización precedente tomare el Poder

Ejecutivo.

Art. 5to. Se faculta al Poder Ejecutivo para disponer el canje o extrañar del país, o

darle la ocupación y destino que a bien tenga, a los prisioneros de guerra actualmente en el

territorio de la República, con las excepciones que crea convenientes.

Art. 6to. Las facultades extraordinarias que por el presente le confiere el Congreso

Nacional al Poder Ejecutivo, se limitan hasta la próxima reunión de los Cuerpos

Colegisladores, en cuya época dará cuenta detallada del uso que de ellas ha hecho.

El Congreso Nacional, en nombre de la República Dominicana, ejecútese el decreto

que da facultades extraordinarias al Poder Ejecutivo, durante el receso de los Cuerpos

143
Colegisladores, que le será enviado para su promulgación dentro del término

Constitucional.

Dado en la ciudad de Santo Domingo, Capital de la República, a los 24 días del mes

de Octubre de 1848, y 5to. de la Patria.-

El Presidente del Congreso.- J.N. Tejera.-Los Secretario: Juan Curiel.-M.E.

Márquez.-José M. Morales.

Cúmplase, comuníquese y circule en todo el territorio de la República Dominicana

el decreto del Congreso Nacional que da facultades extraordinarias al Poder Ejecutivo

durante el receso de los Cuerpos Colegisladores.

Dado en el Palacio Nacional de Santo Domingo, a los 24 días del mes de Octubre de

1848, y 5to. de la Patria. El Presidente de la República.-Jimenes.-Refrendado:-El Secretario

de Estado de Interior y Policía, Félix Mercenario” (José Antonio Jimenes Hernández,

2001:159-161).

Posterior a la emisión de este decreto-ley, el presidente Manuel Jimenes tomó la

decisión de eliminar los cuerpos de infantería de línea, refundiéndolos en los de artillería que

tenían menor dotación, con el propósito de enviar una gran cantidad de hombres al campo

con el propósito de hacer renacer la agricultura, que había caído en una virtual ruina como

consecuencia de las constantes guerras que libraba el país contra las recurrentes incursiones

militares haitianas a territorio dominicano. Esta medida trajo consigo grandes disgustos y

desavenencias entre los hombres de armas, lo que se reflejaría en las posteriores luchas contra

144
las invasiones del ejército haitiano, donde las tropas dominicanas sufrieron significativas

derrotas.

Es importante traer a colación un aspecto que ha sido incorrectamente enfocado por

la historiografía dominicana, a propósito de una comunicación malintencionada y aviesa del

Agente Especial de los Estados Unidos en la República Dominicana, Benjamín E. Green, al

Secretario de Estado de su país, John Midletton Clayton, el 27 de septiembre de 1848, en la

que le decía: “El presidente Jimenes pasaba todo el tiempo peleando, acicalando, ‘topando’

y jugando gallos, al extremo de que más de una vez fue necesario llevarle a la gallera

documentos oficiales que requerían su aprobación y firma” (José Antonio Jimenes

Hernández, 2001:162).

En primer lugar, es importante destacar que el Agente Especial Green fue nombrado

por el presidente norteamericano Zachary Taylor el 13 de junio de 1848 y llegó de forma

inesperada al país a finales de agosto de 1848, con el encargo de verificar la certidumbre de

los rumores de que la República Dominicana había cedido la Península de Samaná a Francia

o a Inglaterra y que a cambio de ello se había producido una especie de protectorado. Esto

significa que cuando Green escribió esa comunicación apenas tenía un mes en el país, lo cual

da a entender que el contenido expresado en la misiva debió proceder de comentarios que

había recogido de personas contrarias a Jimenes y no de informaciones obtenidas de forma

directa por el diplomático estadounidense.

En segundo lugar, es importante destacar que el presidente Jimenes se reunía dos

veces por semana con el Consejo de Ministros y tenía audiencia particular un día a la semana

con cada uno de los titulares de los diferentes ministerios. A esto hay que agregar las

145
diferentes actividades en que debía participar diariamente en su calidad de Presidente de la

República, lo que nos lleva a colegir que las responsabilidades cotidianas que se derivaban

del cargo que ostentaba muy difícilmente les permitieran a Jimenes visitar regularmente sus

fincas de Higüero y Montegrande.

Ahora bien, esto no quiere decir que como ser humano y como buen dominicano de

la época, a Jimenes no le gustaran las trabas de gallos y que ocasionalmente asistiera a las

galleras a disfrutar de las peleas de gallo, que, sin lugar a dudas, era por entonces el deporte

nacional. Pero afirmar de manera irresponsable que desatendía sus obligaciones palaciegas y

que “más de una vez fue necesario llevarle a la gallera documentos oficiales que requerían

su aprobación y firma”, es, sin duda alguna, una calumnia que no debe ser tolerada ni repetida

incesantemente por los estudiosos de la historia dominicana, sopena de ser calificados de

parciales del santanismo.

En tal virtud, se podrían considerar como extremadamente exageradas y

desconsideradas las afirmaciones del comisionado Green, ya que las múltiples ocupaciones

en que estaba inmerso el presidente Jimenes, no les permitían estar “todo el tiempo” ligado

al absorbente oficio de las trabas de gallos y de las galleras.

146
5.1. LA INVASIÓN DE SOULOUQUE Y LAS PRIMERAS ACCIONES MILITARES

El 1º. de febrero de 1949 las tropas haitianas atacan la guarnición dominicana de Las

Matas de Farfán y son rechazadas por las tropas al mando del general Antonio Duvergé. El

6 de marzo de 1849 el Presidente de Haití, general Faustino Soulouque, inicia una nueva

campaña militar contra la República Dominicana, al frente de un ejército de 18,000 hombres.

Otro ejército numeroso, comandado por el general Bobo, penetró por Hincha a territorio

dominicano. El 9 de marzo, las tropas haitianas llegan a Las Caobas. Soulouque divide su

ejército en columnas, bajo la dirección de los generales Thomás Héctor, Louis Michel, Fabré

Geffrard, Bobo, C. Vincent y Geannot Jean-François.

El 14 de marzo el general Soulouque sale de Las Caobas. El 19 de marzo, el general

Duvergé se repliega a Azua e instala en esta ciudad su Cuartel General, para hacerle frente a

la vanguardia haitiana que avanzaba “impetuosa y envalentonada” sobre las posiciones

dominicanas, después del poderoso ataque de que fueron objeto por parte de las tropas al

mando del general Fabré Geffrard.

147
El general Faustino Soulouque, quien era presidente de Haití en 1849, cuando invadió la

República Dominicana con las tropas haitianas.

148
El 20 de marzo el presidente haitiano Faustino Soulouque instala su Cuartel General

en la ciudad de San Juan de la Maguana. El 22 de marzo el general Soulouque y su ejército

salen de San Juan y se dirigen a la ciudad de Azua. El 31 de marzo, el ejército haitiano fue

emboscado por una avanzada de las tropas dominicanas a orillas del río Yaque del Sur, a la

altura de la actual comunidad de Los Bancos, entre San Juan y Azua. Al día siguiente, la

vanguardia haitiana comandada por los generales Geannot Jean François y Fabré Geffrard,

fue emboscada nuevamente en las inmediaciones del río Tábara por una tropa dominicana

dirigida por los generales Ramón Matías Mella y Valentín Alcántara.

El 2 de abril de 1949, el Ministro de Estado de Guerra y Marina, general Ramón

Franco Bidó, envía un oficio al general Pedro Santana, donde le ordena, por disposición del

Congreso Nacional, ponerse bajo las órdenes del presidente Manuel Jimenes, trayendo del

Seybo la mayor cantidad de tropas que pudiese reunir y definiendo un plan de guerra que

permitiese detener el avance de las tropas invasoras haitianas. Ese mismo día, después de

ingentes esfuerzos por restablecer, con su presencia, el orden de las tropas dominicanas, el

presidente Jimenes abandona la plaza tras organizar la defensa de Azua, donde el General

Duvergé, ayudado por el patricio Ramón Matías Mella, quedó a cargo de una defensa

materialmente imposible, al tiempo que se empeñaba en tranquilizar los ánimos alborotados

de los soldados dominicanos.

El 3 de abril el Congreso Nacional llama a todos los dominicanos a tomar las armas

para hacer frente a la invasión del general Soulouque. Ese mismo día el general Pedro

Santana llega a Santo Domingo, procedente del Seybo con tropas de su región, atendiendo el

llamado del Congreso de la República. Ese día, las tropas haitianas llegan a las inmediaciones

de Azua, después de haber rebasado el obstáculo de Tábara.

149
5.2. LA BATALLA DE AZUA DEL 5 Y 6 DE ABRIL DE 1849

El presidente Soulouque dividió su ejército del siguiente modo: la columna del

general Fabré Geffrard avanzaría por el centro, por el camino de Los Jovillos hasta Azua; la

columna de los generales Geannot Jean François, C. Vicent y Luis Michel avanzaron por el

sureste para atacar el flanco izquierdo de las tropas dominicanas. El 4 de marzo el Ministro

de Guerra y Marina de la República Dominicana, Franco Bidó, le ordena al general Santana

marchar sin pérdida de tiempo hacia el frente Sur.

La disposición de la defensa de la ciudad de Azua, ante el seguro ataque del ejército

haitiano, organizada por el presidente Jimenes fue la siguiente: utilizar un total de 5 mil

hombres para la defensa de Azua, apoyados por dos brigadas de artillería con doce cañones

de diferentes calibres, comandadas por los generales siguientes: Antonio Duvergé, Jefe del

Ejército del Sur; Juan Contreras, comandante de la Plaza; así como por Ramón Matías Mella,

Valentín Alcántara, Santiago Sosa, Remigio del Castillo y Bernardino Pérez.

En el flanco sur, en la ribera oeste del Arroyo Salado había una tropa de 1,000

hombres, pertenecientes al Batallón Azuano, comandados por el coronel Juan Batista,

reforzado a su vez por 300 hombres de San Cristóbal, bajo las órdenes de los tenientes

coroneles Juan María Albert y Eusebio Pereyra. Estas tropas tenían como misión contener el

impulso del ataque haitiano en esa zona y replegarse hacia Los Conucos, donde debían hacer

la guerra de guerrillas al enemigo.

150
En el flanco derecho, en el Cerro de Resolí, se encontraba el general Juan Contreras,

quien era a la vez comandante de la Plaza. Al frente de una avanzada móvil, en el mismo

flanco derecho, se encontraba el coronel Santiago Basora al mando del Batallón Higüeyano,

y el coronel Wenceslao Guerrero en el Higüerito con la guardia cívica de la capital, asesorado

por el coronel Buenaventura Báez, con la misión de machacar el flanco izquierdo del invasor.

El coronel Feliciano Martínez ocupaba el Fuerte San José como reserva. La

retaguardia la constituía la Loma de Los Cacheos, al mando del teniente coronel Emilio

Palmentier.

Después de cinco días de operaciones, las tropas haitianas habían logrado ocupar, por

el noroeste, los parajes de El Higüerito y La Altagracia; por el sur, las secciones de Jura,

Palmarejo, Clavellina y Los Tramojos. El enemigo realizó un doble envolvimiento, atacando

por el sur las posiciones defendidas por el coronel Juan Batista, quien se vio forzado a

retirarse ante el ímpetu del ataque de los haitianos, quienes procedieron a ocupar Los

Conucos.

La defensa dominicana, a pesar de su magnitud, se había tornado débil por las pugnas

y los desacuerdos que se expresaban entre sus jefes. Para el 5 de abril, día del ataque, cinco

de los siete generales habían tomado criterios diferentes, insubordinándose las tropas que

ocupaban El Higüerito, las cuales se concentraron en la ciudad de Azua.

El general Juan Contreras ocupó el Cerro de Resolí, declarando su inconformidad con

el general Antonio Duvergé, quien había variado la dirección de la artillería, sin su

consentimiento. No obstante, la resistencia dominicana fue encarnizada, muchos hombres se

destacaron por su valor y entrega a la causa de la Patria, quienes, muchas veces abandonados

151
a sus propios esfuerzos y con escasa dirección, salían voluntariamente a enfrentarse con las

tropas enemigas.

Las tropas haitianas ganaron terreno, pero en virtud de los grandes sacrificios

realizados por las tropas dominicanas, el propio general Fabré Geffrard resultó herido en la

pierna izquierda, no pudiendo efectuar la toma de la Plaza el día 5 de abril.

Al día siguiente, a las seis de la mañana, los dominicanos realizaron una desesperada

contraofensiva, saliendo a batirse al pie de las trincheras. Esta acción la efectuaron el coronel

Santiago Basora con las compañías de Monte Grande, el coronel Eusebio Pereyra con su

Batallón de San Cristóbal, el capitán Matías de Vargas con parte del Batallón Azuano y el

coronel Wenceslao Guerrero con la Guardia Cívica de Santo Domingo, a parte del Batallón

Higüeyano, de quien se dice hizo prodigio de valor y sufrió pérdidas de consideración. En

tanto que el general Antonio Duvergé, acudió con sus hombres al camino de El Barro para

atajar una columna haitiana que intentó hacer un envolvimiento por ese lado. Mientras que

las tropas de Neiba se disputaron palmo a palmo el camino de la Playa, por Los Conuquitos,

sufriendo, de esa manera, numerosas bajas.

Entrado el día, las tropas haitianas que habían desalojado los batallones de los

coroneles Juan Batista, Juan María Albert y Eusebio Pereyra, avanzaron hasta tomar la falda

del Cerro de Los Cacheos, movimiento que envolvió a las tropas dominicanas. Ante estas

circunstancias atenuantes, el general Antonio Duvergé se vio compelido, como Jefe del

Ejército Dominicano del Sur, a convocar una Junta de Guerra para decidir el destino de la

defensa. En dicha reunión las posiciones no podían ser más disímiles: los generales Duvergé

y Alcántara eran de opinión que no se podía abandonar la plaza; los generales Mella y Sosa

152
coincidían en la idea de preservar el Ejército para futuros combates más favorables; el general

Contreras era del parecer que las tropas dominicanas debían abrirse paso por entre las tropas

haitianas a sangre y fuego; en tanto que el general Bernardino Pérez y los demás oficiales

coincidían en la idea de que mantener la defensa no tenía objeto, que era necesario retirarse

de la ciudad de Azua para un lugar más seguro. Este último parecer se generalizó en las

tropas, quedando en espera del día siguiente para organizar la retirada. Pero era tal el

desorden y la falta de coordinación, que la mayoría de los miembros del ejército dominicano

se retiró por su cuenta y riesgo, sin esperar las órdenes de sus superiores: unos tomaron la

dirección noroeste, hacia el Maniel (San José de Ocoa), mientras que otros se dirigieron por

el camino de Estebanía, Hatillo y Boca de la Palmita.

No se produjo el descalabro total del ejército, ya que las tropas azuanas, neiberas y

barahoneras no abandonaron el lugar, sino que se quedaron en los alrededores reuniendo las

reliquias del ejército al mando de los generales Antonio Duvergé, Juan Contreras y Santiago

Sosa, así como de los coroneles Francisco Domínguez y Feliciano Martínez, quienes se

aprestaron a hacer un nuevo cordón que iba desde el mar, en Boca de la Palmita, al sur de

Hatillo, hasta el paso de Portezuelo, al sur del Memiso, para defender los caminos que

atravesaban esos lugares y dificultar el avance de las tropas enemigas, en caso de que

decidieran continuar hacia Santo Domingo.

Así las cosas, las tropas del general Geffrard se limitaron a tomar la ciudad de Azua,

estableciendo allí su Cuartel General, donde esperaban ser abastecidos por mar, para de esa

forma continuar su avance hacia Santo Domingo. Sin embargo, la flotilla dominicana, al

mando del general Juan Bautista Cambiaso, integrada por la fragata Cibao, buque insignia

que comandaba él mismo, que estaba provista de 20 cañones; el bergantín 27 de Febrero,

153
capitaneado por el coronel Juan Alejandro Acosta, con cinco cañones; la goleta General

Santana, comandada por Simón Vicioso, y la goleta Constitución, comandada por Ramón

González, armada cada una con doce cañones, se encargaron de dificultar ese abastecimiento,

bloqueando el puerto de Tortuguero, al tiempo que impedían con su artillería el tránsito

terrestre por el camino de Playa Grande. Para evitar la posibilidad de ser fulminado en la

costa por la batería de estas embarcaciones dominicanas, el general Geffrard internó su

ejército por las zonas montañosas de Estebanía que conducen a los desfiladeros de El

Número.

El 8 de abril de 1849, el Ministro de Guerra y Marina, general Ramón Franco Bidó,

envió al general Bernabé Sandoval el oficio No. 108, donde se le ordenaba, con aprobación

del Consejo de Ministros, hacerse cargo de la Plaza y la Comandancia General de Santo

Domingo, de manera provisional, en virtud de que el general Francisco del Rosario Sánchez,

titular de la misma, había salido para Baní. Ese mismo día, el general Faustino Soulouque

dirigió a sus soldados una efusiva proclama donde expresaba su satisfacción por la toma de

la ciudad de Azua en los combates de los días 5 y 6 de abril.

El 9 de abril el Ministro de Guerra y Marina, general Franco Bidó, envió sendos

oficios a los generales Pedro Santana y Antonio Duvergé, donde al primero le ordenaba

dirigirse a las fronteras del Sur para que, de acuerdo con el segundo, obrara en todas las

operaciones concernientes a la defensa y seguridad de ellas, mientras que al general Duvergé

le informaba de la decisión adoptada.

El 10 de abril se procedió a la distribución de la nueva línea defensiva dominicana,

instalando el general Antonio Duvergé su Cuartel General en Sabana Buey, Baní, el cual

154
estaba resguardado por los generales Ramón Matías Mella, Manuel de Regla Mota y

Francisco Sosa junto a otros 300 soldados. El general Bernardino Pérez se estableció en la

Boca de la Palmita al frente de 300 hombres; el general Santiago Sosa en el puesto de El

Número con 300 hombres; el coronel Francisco Domínguez con 300 fusileros en el Paso de

las Carreras; el general Juan Contreras en el Portezuelo de El Maniel con 300 veteranos. En

Las Lagunas, sobre las montanas inmediatas a los desfiladeros de El Número, estaba el propio

general Antonio Duvergé con el grueso de las tropas, las que procedió a distribuir por donde

esperaba pasaría el ejército haitiano en su intento de abrirse camino por las laderas y los

desfiladeros para alcanzar la ciudad de Santo Domingo.

Ese mismo día el general Pedro Santana salió de Santo Domingo con una fuerza de

600 hombres, a pie y de a caballo, con destino a Sabana Buey, cuya avanzada de 300 hombres

la comandaba el general Antonio Abad Alfau. Al día siguiente, llegó Santana y su ejército a

Sabana Buey, donde se entrevistó con el presidente Manuel Jimenes y el general Antonio

Duvergé para coordinar las operaciones de la defensa dominicana frente al avance de las tres

columnas del ejército del general Faustino Soulouque.

5.3. LA BATALLA DEL NÚMERO

El 12 de abril salió el general Duvergé con destino a las lomas de El Número, ya que

el general Santana le había ordenado la defensa de esa posición mediante el método de guerra

de guerrillas, para que hostigara a las tropas haitianas en los desfiladeros de ese lugar, para

impedir su avance hacia Santo Domingo. Luego de hacer una evaluación exhaustiva de la

155
situación en los días siguientes, envía un oficio al Cuartel General de Sabana Buey, en el que

le solicita al general Pedro Santana el envío de municiones.

La Flotilla Nacional, después de llevar provisiones y pertrechos militares al Ejército

Expedicionario del Sur, se formó en orden de batalla frente al camino de la playa, por donde

se supone debían avanzar las tropas haitianas, para con sus baterías hostigar fuertemente al

enemigo y retrasar su avance hacia Santo Domingo, siguiendo las disposiciones que al

respecto había dado el presidente Manuel Jimenes, quien había instruido al almirante Juan

Bautista Cambiaso establecer un bloqueo desde el Puerto de Azua hasta la Bahía de Ocoa,

para impedir que el ejército haitiano se pudiera abastecer por vía marítima y pudiera auxiliar

a las tropas de tierra en las operaciones que la invasión requiriera.

Entre tanto, el general Duvergé, posesionado desde el día 12 de abril de El Número,

preparó una emboscada con los comandantes Santiago Sosa, José María Cabral y el teniente

coronel Francisco Domínguez. De su lado, el general Juan Contreras cumplía igual cometido

en los cerros de Portezuelo y el general Bernardino Pérez ocupaba con sus hombres la defensa

de Boca de la Palmita. Según los cálculos de los estrategas dominicanos, por cualquiera de

esos tres puntos podrían avanzar las tres columnas del ejército haitiano, comandadas por los

generales Thomás Héctor, Luis Michel, Fabré Geffrard y Geannot Jean François. Sin

embargo, el hecho de que la flotilla de la Marina de Guerra Dominicana se encontrara en

línea de batalla frente al camino de la playa, a tiro de cañón, hizo que éstos se desviaran,

internándose por los desfiladeros de El Número.

156
Monumento erigido en honor a los héroes de la Batalla de El Número, del 17 de abril de 1849.

157
El 17 de abril, la vanguardia del general Duvergé avistó las tropas que comandaba el

general Geffrard, las cuales ascendían lentamente por las sierras y los desfiladeros de El

Número, donde los esperaban muy bien posicionados y con una emboscada hábilmente

planeada con los 300 fusileros del general Santiago Sosa, quienes desde la altura batieron a

tiro dos de los tres cuerpos haitianos que cayeron en la emboscada.

Protegidos por los árboles y los pliegues rocosos de las serranías, las tropas del

general Duvergé ocasionaron enormes pérdidas al ejército haitiano, que, al verse sangrado

por la fusilería dominicana, se dispersó con el mayor desorden. Esto fue aprovechado por los

duchos macheteros dominicanos para arrollarlos con sucesivas descargas de armas blancas.

Varias filas de soldados haitianos se precipitaban cuesta abajo, impidiendo de esa

manera el ascenso de aquellos que se proponían avanzar para sustituir a los que caían en

combate. La confusión fue tan grande que el general Geffrard abandonó el campo de batalla

sin tiempo para recoger a sus muertos y heridos y organizar la retirada. Ese combate se

produjo a la once de la mañana del 17 de abril. La derrota fue de tal magnitud que el general

Juan Contreras, que se encontraba en los cerros de Portezuelo, informó que vio pasar ese día,

desde las alturas que ocupaba, muchas tropas haitianas en precipitada fuga. Las bajas del

enemigo fueron cuantiosas y las bajas dominicanas considerables.

158
Una escena de la Batalla del Número, efectuada en los desfiladeros de El Número, Azua.

159
Varias filas de soldados haitianos se precipitaban cuesta abajo, impidiendo de esa

manera el ascenso de aquellos que se proponían avanzar para sustituir a los que caían en

combate. La confusión fue tan grande que el general Geffrard abandonó el campo de batalla

sin tiempo para recoger a sus muertos y heridos y organizar la retirada. Ese combate se

produjo a la once de la mañana del 17 de abril. La derrota fue de tal magnitud que el general

Juan Contreras, que se encontraba en los cerros de Portezuelo, informó que vio pasar ese día,

desde las alturas que ocupaba, muchas tropas haitianas en precipitada fuga. Las bajas del

enemigo fueron cuantiosas y las bajas dominicanas considerables.

Terminados los combates, el general Duvergé escribió el parte oficial de su gloriosa

victoria en El Número, donde decía no saber cuál era la determinación del enemigo y donde

expresaba que se mantendría firme en la defensa de aquel punto. Así reza el parte enviado

por el general Duvergé al general Pedro Santana:

“Puesto del Número 17 de abril de 1849.-

Antonio Duvergé, General de División y Comandante de las fronteras del Sur.

Al Sr. General Pedro Santana, Comandante en Jefe de las mismas.

Sr. General:

En este momento, como a las once del día, hemos hecho replegar al enemigo, que

dejó en nuestros campos de batalla sus muertos que no pudieron cargar.

La pérdida de los nuestros fue un poco considerable entre heridos y muertos.

160
Hasta ahora no sabemos la determinación del enemigo, pero nosotros nos

mantendremos firmes en sostener el punto.

Apresúreme usted las municiones que en mi anterior oficio le pedí.

Dios guarde a usted muchos años.

Firmado: Duvergé”. (Emilio Rodríguez Demorizi, 1957:231)

Geffrard acampó, con las tropas que sobrevivieron a la derrota de El Número en la

ladera occidental de las serranías de ese macizo montañoso, quien compelido por la necesidad

de abastecer de agua a sus soldados y asegurar su retirada hacia la ciudad de Azua, dispuso

una parte de sus efectivos en las colinas que bordean el río Ocoa.

De su lado, el general Duvergé, tras su resonante victoria, estableció en el puesto de

El Número una guarnición de 300 hombres al mando del teniente coronel José María Cabral,

acorde con lo expresado en el parte del 17 de abril de que conservaría firmemente aquel punto

estratégico para el triunfo de la causa nacional.

El 18 de abril en la mañana el general Duvergé sale de la posición de El Número y se

dedica a inspeccionar los demás puntos que estaban bajo el control de las tropas dominicanas

en la extensa línea de batalla que anteriormente había definido para asegurarse de que todo

estaba en orden. Entre los lugares que visitó estaba el Paso de Las Carreras, el cual había sido

reforzado por orden del general Pedro Santana con tropas recién llegadas, bajo las órdenes

del general Merced Marcano. En horas de la tarde, Duvergé hizo entrega del mando del

cantón de Las Carreras al general Antonio Abad Alfau.

161
Cayendo la tarde retorna a Las Lagunas, lugar donde había establecido su centro de

operaciones a principios de mes. El 19 de abril se reunió con el teniente coronel Cabral y le

dejó disposiciones de acudir al día siguiente con sus tropas al primer lugar en que escuchara

algún tiroteo. Posteriormente, montó un puesto de observación en Monte La Guardia y

ordenó al coronel Marcelo Carrasco que se instalara con cincuenta fusileros en uno de los

cerros situados en las proximidades de los que ocupaban las tropas haitianas.

El 20 de abril en horas de la mañana, el general Duvergé se puso de acuerdo con el

oficial Cabral en el Monte La Guardia para enfrentar al ejército de ocupación y propinarle un

golpe demoledor a los focos de resistencia que aún mantenía el general Geffrard en las

serranías de El Número y en las inmediaciones del río Ocoa. El combate se produjo en la

parte seca del lecho del río Ocoa, en un enfrentamiento cuerpo a cuerpo, donde las fuerzas

combinadas del general Duvergé y el teniente coronel Cabral arremetieron simultáneamente

contra el enemigo en una mortal carga de machetes. La acción tuvo tal efecto en las tropas

haitianas que el general Pierre Carpentier, imposibilitado de contener el pánico que se

apoderó de sus huestes, se vio precisado a abandonar el campo de batalla por encima de los

cadáveres de los granaderos de su regimiento que habían caído ante el empuje de los

dominicanos. El oficial José María Cabral fue quien mostró más pericia en el manejo del

machete y al mismo tiempo puso de manifiesto un valor que rayaba en la temeridad, causando

grandes estragos en las filas del ejército invasor.

162
5.4. LA BATALLA DE LAS CARRERAS

El general Pedro Santana se traslada a Las Carreras, en compañía del escuadrón de

caballería de su escolta, en donde lo esperaba el general Antonio Abad Alfau y procede a

dictar importantes providencias para la constitución de la defensa dominicana. En horas de

la tarde, el general Santana subdivide al Ejército Dominicano a su mando en cuatro

divisiones, dándole el mando de éstas a los siguientes oficiales: al coronel Francisco

Domínguez y a los tenientes coroneles Blas Maldonado, Marcos Evangelista y Antonio Sosa,

respectivamente. Asimismo, encarga a los generales Antonio Abad Alfau y Bernardino Pérez

del mando superior de las tropas, al general Merced Marcano lo nombró Comandante de

Armas y al coronel Pascual Ferrer lo designa al mando de la caballería. Después de haber

impartido instrucciones y organizado el ejército en el puesto de Las Carreras, olímpicamente

y de forma irresponsable el general Santana vuelve al Cuartel General de Sabana Buey a

esperar noticias sobre la actividad del enemigo.

A las tres de la tarde, la avanzada de las tropas haitianas se presenta al cantón de Las

Carreras con el propósito de informarse sobre la situación del ejército dominicano,

encontrándose a su paso con la división que estaba al mando del coronel Domínguez, la cual

se batió con el enemigo y lo hizo retirarse hacia las lomas.

En la madrugada del 21 de abril, el general Santana recibe en su campamento de

Sabana Buey un parte oficial del coronel Domínguez, donde le informa sobre las

particularidades del combate sostenido el día anterior. El general Santana se pone en marcha

163
de inmediato, llegando al amanecer a Las Carreras, situando su puesto de mando al norte de

esa posición.

El 21 de abril las cuatro unidades dominicanas se encontraban en la margen oriental

del río Ocoa, frente al paso de Las Carreras, formadas en orden de batalla y alertadas por el

ataque que había hecho el ejército haitiano a esa posición dos días atrás. El ejército

dominicano estaba compuesto por tropas de infantería y caballería, pero no contaba con

ningún apoyo de artillería. En cambio, las tropas haitianas formadas por numerosas unidades

de infantería con abundante apoyo de artillería, se encontraban en la margen occidental del

río Ocoa, posesionadas de ventajosas alturas y estribaciones.

Siendo alrededor de las cuatro de las tarde, los haitianos comenzaron a cañonear las

posiciones dominicanas con una pieza de a doce emplazada en el cerro. Después de un surtido

fuego de ablandamiento, el enemigo bajó de las estribaciones tres piezas de campaña, dos de

bronce y una de hierro, que emplazaron frente al paso del río, para con su fuego sistemático

apoyar el avance de sus tropas de infantería y caballería que intentaban forzar el paso. Sin

embargo, a pesar de la evidente superioridad de las tropas haitianas, un cerrado tiroteo se

mantuvo de ambas partes por espacio de una hora, no pudiendo la ofensiva enemiga alcanzar

la orilla opuesta del río Ocoa.

Luego, se produce el contraataque de las tropas dominicanas, consistente en un asalto

de arma blanca y una carga de la caballería que comandaba el coronel Pascual Ferrer. Viendo

el general Santana en ese movimiento la clave de la victoria, ordenó a su escolta atacar,

haciéndose cargo personalmente de esta operación. Frente a esta sorpresiva respuesta a su

ataque, los haitianos abandonaron el campo en precipitada fuga. Dos regimientos del

164
enemigo, el 2do. y el 30mo., sucumbieron casi por completo, bajo la embestida de las tropas

dominicanas, dejando allí sus banderas y dos de las tres piezas de artillería le fueron

arrebatadas a filo de machetes.

Una escena de la Batalla de Las Carreras, dirigida por el general Pedro Santana.

165
El general Santana en los dos partes oficiales que envió al Ministro de Guerra y

Marina, general Ramón Franco Bidó, sobre la batalla del 21 de abril informa que los haitianos

perdieron tres generales, dos de División y uno de Brigada, así como una infinidad de

oficiales, según las insignias que llevaban y que lograron recoger las tropas dominicanas.

Frente a ese desastre, las tropas haitianas se retiraron, buscando refugio en las alturas de las

lomas, ya que la oscuridad de la noche impidió que los dominicanos persiguieran al enemigo

que iba en desbandada.

Veamos los detalles de los dos partes oficiales enviados por el general Pedro Santana

en fecha 21 y 22 de abril de 1849. El primero, fechado del 21 de abril, dice lo siguiente:

“Puesto avanzado de Las Carreras y Abril 21.

Pedro Santana, General de División y Comandante en Jefe del Ejército del Sur.

Al Ministro de Guerra.

Sr. Ministro:

En el mismo momento que son las cinco y media de la tarde, hemos principiado el

ataque y de tres piezas que tenía el enemigo le quitamos dos, las más grandes, y lo

derrotamos completamente; no ha habido de nuestra parte ningún muerto, y sólo tres

heridos.

Dios guarde a usted muchos años. 160

166
Firmado: Santana” (Emilio Rodríguez Demorizi, 1957: 232).

El otro parte oficial de guerra, fechado el 22 de abril de 1849, reza del modo siguiente:

“Cantón de Las Carreras y Abril 22.

Pedro Santana, General de División y Comandante en Jefe del Ejército del Sur.

Al Ministro de Guerra.

Sr. Ministro:

Ayer, a las cinco y media de la tarde, di parte muy sucintamente del ataque que tuvo

lugar, porque en aquel momento no se había aún explorado el campo y quise adelantarle la

noticia de nuestra victoria, pero ahora daré a usted los detalles siguientes:

En primer lugar el enemigo principió por cañonear con una pieza de a 12 que tienen

montada en una altura, el puesto que ocupamos para descubrir el campo, y después de haber

echado una porción de balas sobre nosotros bajaron las otras tres piezas, dos de bronce y

una de hierro, y puestas en batería, principiaron por atacar el ejército que estaba apostado

a las márgenes del río, y que había yo arreglado y dividido el día 18 en la tarde en cuatro

divisiones, mandadas una por el coronel Francisco Domínguez, otra por el teniente coronel

Blas Maldonado, otra por el teniente coronel M. Evangelista y la cuarta por el teniente

coronel Antonio Sosa; los generales de brigada A. Alfau, B. Pérez y M. Marcano, a quienes

167
el mismo día 18 entregué este puesto, los dos primeros como encargados del ejército en

movimiento y el tercero haciendo funciones de Comandante de Armas, corrieron al instante,

se pusieron a la cabeza de las mencionadas cuatro divisiones e inmediatamente principiaron

el ataque.

Después de cerca de una hora de un combate tan desigual, nuestras tropas, con sus

beneméritos jefes a la cabeza, cargaron sobre la artillería enemiga, y metiendo mano al

arma blanca se apoderan de ella al mismo tiempo que llegué yo con la caballería que estaba

al mando del coronel Pascual Ferrer.

Tanto de los jefes superiores, subalternos, como de todo el ejército en general, no

tengo que hacer sino elogios de su patriotismo y valor, pues todos me han acompañado con

entusiasmo y están dispuestos a perecer primero que a sucumbir.

La pérdida del enemigo ha sido considerable, y dentro de los muertos hemos cogido

y enterrado, en el hato La Carrera, de la propiedad del Dr. Caminero, lugar del ataque, dos

generales, uno de división y otro de brigada, según las insignias que tenían; y otro que murió,

también de división, por ser cerca de noche, se quedó en el campo y se lo llevó el enemigo;

también perecieron infinidad de oficiales, según todas las insignias que ha cogido la tropa,

las que remito a usted junto con las de los generales, y dos banderas, una del regimiento 2 y

la otra del 30, para que las vean y me las conserven ahí, a fin de devolvérselas a los que las

cogieron, según se lo he ofrecido. Los fusiles y demás despojos de que se apoderó la tropa,

cada uno conserva los suyos.

Dios guarde a usted muchos años.

Firmado: Santana” (Emilio Rodríguez Demorizi, 1957: 232-233).

168
Como se puede observar, en el primer parte se dieron informaciones parciales sobre

el enfrentamiento del 21 de abril, mientras que en el parte siguiente se dieron todos los

detalles sobre el ataque enemigo, sobre la disposición de las fuerzas de defensa del ejército

dominicano y sobre los resultados finales del combate armado, donde, sin duda alguna, las

tropas dominicanas resultaron ser las vencedoras.

En lo que concierne a los resultados del combate del 22 de abril entre las tropas

haitianas y dominicanas, el parte enviado por el general Santana al general Franco Bidó el

23 de abril de 1849, expresa lo siguiente:

“Cantón de Las Carreras y Abril 23.

Pedro Santana, General de División y Comandante en Jefe del Ejército del Sur.

Al Ministro de Guerra

Sr. Ministro:

Ayer como a las dos de la tarde, viendo la pertinacia del enemigo, después del

sangriento ataque que tuvo lugar el día 21 a las cinco y media de la tarde, y de la

considerable pérdida que tuvieron, pues su campo se encuentra sembrado de muertos y

sepulturas de los que pudieron enterrar, bajo el fuego que incesantemente nos hacían sobre

nuestro puesto con las dos piezas de cañones que les quedaban en las alturas de que estaban

posesionados, determiné (porque no podíamos permanecer en un estado de inacción)

despachar guerrillas sobre las montañas a derecha e izquierda de su puesto, según que ellos

169
pretendieron hacerme, para atacarlos en los puestos avanzados de guarniciones que tenían

en ambas salas, y conseguir por este medio no solamente inquietarlos, sino también

apercibirme de sus operaciones para haberlos atacado hoy en brecha.

En efecto, nuestras guerrillas salieron de aquí ayer a la hora mencionada y como a

las cuatro y media principiaron a hacerles un fuego tan vivo por ambos lados que la guerrilla

del ala derecha, mandada por el comandante Aniceto Martínez, llegó hasta las piezas de

cañón de tal modo, que a su vuelta y sin pérdida de ningún hombre y sólo un herido, a pesar

del cañoneo tesonero con que los batían, sostuvo el fuego y consiguió coger dos potes de

metralla y no las piezas de cañón porque las fuerzas no eran suficientes; la del ala izquierda,

mandada y dirigida por el capitán Bruno Aquino y Bruno del Rosario, como prácticos del

lugar, le hizo tanto estragos sobre las alturas, que a nuestra vista misma les veíamos cargar

los muertos.

Estas guerrillas, según las órdenes que tenían, así que vieron que el enemigo quedó

aterrorizado, se retiraron como a las seis de la tarde.

El enemigo, incontinentemente, principió desde su altura a cañonear este puesto

según se ha visto, para efectuar su retirada, que la ha hecho tan lleno de terror, que dejó las

dos piezas de artillería con que nos batían y hasta los caballos de sus dragones no podían

hacer marchas forzadas en su retirada.

En esa virtud, hoy, a las seis de la mañana, he tomado posesión del puesto del

Número, y encomendándoselo con una guarnición suficiente al teniente coronel Marcos

Evangelista, habiendo mandado espías que sigan los pasos de los haitianos para saber su

paradero; por consiguiente, me ocupo en este momento en dar mis órdenes para dejar una

170
guarnición aquí, que auxilie al comandante Evangelista en caso necesario, y marchar con

el resto del ejército por el lado de Sabana-Buey para las playas, en donde por las pocas

tropas que tenía, sólo se encontraba una fuerza de 150 hombres, reservándome dar cuenta

a usted de cualquier resultado que haya después.

Dios guarde a usted muchos años.

Firmado: Santana” (Emilio Rodríguez Demorizi, 1957:233-234).

Este parte de guerra pone de manifiesto que no hubo un choque frontal el día 22 de

abril entre las tropas haitianas y las tropas dominicanas, sino tan sólo una escaramuza con un

saldo a favor de las fuerzas patrióticas, donde las guerrillas que hostilizaban al enemigo

lograron desmoralizar aún más a un ejército invasor ya de por sí desmoralizado, que no

defendía una causa justa y que sus soldados y oficiales la veían, a todas luces, perdida, ya

que era el resultado de la obstinación de un gobernante haitiano paranoico y con ínfulas de

grandeza. Así lo revela su posterior proclamación y juramentación como emperador, bajo el

ridículo apelativo de Faustino I.

En lo que al general Santana concierne, es importante destacar que no hubo tal toma

de posesión del puesto de El Número, ya que éste estaba en manos de las tropas dominicanas

desde el momento mismo de la victoria obtenida por el general Antonio Duvergé y su ejército

el 17 de abril recién pasado. Lo único que hizo el general Santana fue sustituir a los oficiales

y soldados dejados por el general Duvergé y colocar en sus respectivos lugares a

comandantes y soldados leales a su persona.

171
Otro aspecto importante de este parte oficial a resaltar es el siguiente: sin haber tenido

aún noticias fidedignas sobre el paradero del enemigo de parte de los supuestos “espías” que

había enviado, se retira una vez más al Cuartel General de Sabana-Buey, permitiendo así que

nuevamente las tropas haitianas incendiaran la varias veces heroica y no menos trágica ciudad

de Azua.

Así lo confirma el propio general Santana en su parte del 24 de abril de 1849, cuando

informa al general Franco Bidó sobre el incendio de que fue objeto la ciudad de Azua ese

mismo día. Veamos:

“Cuartel General de Sabana-Buey, 24 de Abril.

Pedro Santana, General de División y Comandante en Jefe del Ejército del Sur.

Al Ministro de Guerra

Sr. Ministro:

A la cuatro y media de la tarde salimos para el cantón de la Boca de la Palma, a fin

de dar allí mismo la disposición de desembarcar las dos piezas que me remitieron de Santo

Domingo que aún permanecen a bordo; pero como a la media hora después de nuestra

llegada tuvimos el dolor de ver aparecer las llamas que brotaba del desgraciado pueblo de

Azua, pues parece que el enemigo, al sentir que nuestras avanzadas se acercaban,

escarmentando ya de nuestras valerosas tropas, tomó la bárbara disposición, para librarse

de ellas, de incendiar, con desprecio del derecho de gentes; por consiguiente, allí mismo se

determinó que las tropas de Palma se embarcaran inmediatamente para llegar a Azua

172
mañana temprano, y que las de otros cantones hicieran lo mismo por tierra, como también

que el general Duvergé pasara a Azua a encargarse del ejército hasta mi llegada, que será

mañana en la tarde.

Dios guarde a usted muchos años.

Firmado: Santana” (Emilio Rodríguez Demorizi, 1957:234-235).

Aunque el general Santana trata de buscar una justificación sobre las razones que

tuvieron las tropas haitianas para incendiar la ciudad de Azua, lo cierto es que hubo un

descuido olímpico de su parte en tanto Comandante en Jefe del Ejército del Sur, porque él en

lugar de perseguir junto a sus tropas al ejército haitiano en retirada hasta colocarlas de aquel

lado de las fronteras, lo que hizo fue retirarse a su Cuartel General de Sabana-Buey, sin pensar

en las consecuencias que ello podía acarrear.

Pero no conforme con ello, cuando ve las llamas en que ardía la ciudad de Azua, en

lugar de tomar la iniciativa de ponerse al frente de sus tropas y de las del cantón de Boca de

la Palmita, lo que hace es enviar al general Duvergé como encargado del ejército hasta que

él llegara al día siguiente en la tarde, ya que él tenía probablemente cosas más urgentes que

hacer y no podía posponerlas para otra ocasión para ir en auxilio de los azuanos y perseguir

hasta la frontera a las tropas haitianas en retirada.

Como se puede colegir de todo lo observado, la denominada Batalla de Las Carreras,

de la que tanto se ufanaron Pedro Santana y sus participantes, no pasó de ser una serie de tres

escaramuzas contra la retaguardia de un ejército haitiano deshecho y en desbandada por los

173
golpes certeros que había recibido en los desfiladeros de El Número, bajo la conducción del

general Antonio Duvergé, tal como aseveran historiadores del talante de José Gabriel García,

Emiliano Tejera, Joaquín Balaguer, Juan Daniel Balcácer y Roberto Cassá.

El historiador nacional, José Gabriel García, expresa que el general Santana adquirió

preponderancia política en el país, no por las victorias militares obtenidas en las Batallas del

19 de Marzo y Las Carreras, sino por las asonadas militares que urdió contra todos los

gobiernos que tenían como principal divisa la institucionalidad del país, con el único fin de

instaurar gobiernos autocráticos, unipersonales y entreguistas para servirse de los mismos.

Veamos:

“La preponderancia política que alcanzó Santana en el país no se la dieron las

victorias de Azua y Las Carreras, sino el movimiento reaccionario del 12 de julio de 1844;

el alzamiento del 9 de mayo de 1849; la contrarrevolución del 27 de julio de 1858; y el golpe

de Estado del 18 de Marzo de 1861; hechos inauditos de que se derivaron las hecatombes

del 27 de febrero de 1845, del 23 de diciembre de 1847, del 11 de abril de 1855, del 12 y 18

de octubre de 1859, y la más horrorosa de todas, el 4 de julio de 1861; promovidas a más

de otras causas, por la imposición al congreso constituyente de San Cristóbal del artículo

210 de la Constitución de 1844; por la violenta suplantación de la Constitución del 27 de

Febrero de 1854 con la del 24 de diciembre del mismo año; por el desconocimiento

impolítico de la Carta dada en Moca el 19 de febrero de 1858; por las expulsiones

arbitrarias y crueles de 1844, 1849, 1857 y 1858, y en última, por la funesta anexión de la

174
República a España” (“Controversia histórica entre José Gabriel García y Manuel de Jesús

Galván” en José Gabriel García, 2010: 157).

En tan sólo unas palabras está sintetizada la biografía política del déspota Pedro

Santana, quien tomó siempre la patria como pedestal para lucrarse de ella, más no como ara

o altar, a la que siempre se ha de estar dispuesto a honrar, idolatrar, respetar y servir.

El historiador Emiliano Tejera, en una nota al pie de la carta que envió el general

Pedro Santana al sitiado presidente general Manuel Jimenes, de fecha 25 de mayo de 1849,

destaca la importancia de la Batalla de El Número y minimiza la trascendencia histórica de

la Batalla de Las Carreras, en cuanto al retiro de las tropas haitianas que dirigía en persona

el presidente Faustino Soulouque. Sobre este asunto Tejera se expresa en los términos

siguientes:

“El Gral. Santana falta a la verdad en todo lo que dice del Gral. Duvergé. Este, en

unión del Coronel Francisco Domínguez, peleó heroicamente en El Número i quizás esta

resistencia fue la causa de la orden de retroceso del Ejército haitiano. El General Duvergé

desde el 44 hasta 49 peleó infinidad de veces contra los haitianos, i casi siempre triunfó.

Puso su pie victorioso en donde nunca lo puso Santana: En el territorio que Haití retuvo

después de la proclamación de la independencia dominicana. Al contrario Santana en los

13 años de guerra activa contra Haití sólo oyó los tiros del enemigo dos veces: En Azua, de

donde se derrotó después de haber vencido, exponiendo con esto la independencia de la

175
República, i en Las Carreras, en donde peleó con la retaguardia de un ejército que se

retiraba” (César A. Herrera, 1985:50).

El doctor Joaquín Balaguer se identifica con este punto de vista, cuando califica la

Batalla de Las Carreras de “mito” y de “una serie de tres escaramuzas”. Veamos en detalle

los que nos dice Balaguer al respecto:

“‘Las Carreras’ no fue una batalla campal sino una serie de tres escaramuzas cuya

importancia, desde el punto de vista militar, fue evidentemente secundaria. El ejército de

Soulouque, cuando se posesionó de los cerros que rodean las llanuras inmediatas al río

Ocoa, se hallaba semidestruido por los golpes que recibió en El Número, y se batía en plena

retirada. El propio Santana ha descrito, en los partes de guerra que dirigió al General

Ramón Franco Bidó, Ministro de Guerra y Marina, las tres escaramuzas que los

historiadores han reunido después bajo la denominación de ‘Batalla de las Carreras’… No

existió, pues, si no mienten los partes oficiales firmados por Santana, la batalla de Las

Carreras. Las tres escaramuzas conocidas con ese nombre fueron después abultadas, con

fines exclusivamente políticos, para glorificar a Santana y ofrecerle, bajo la impresión de un

triunfo espectacular, el premio que siempre persiguió en sus campañas militares: poder,

riqueza y honores” (Joaquín Balaguer, 1995: 127-129).

176
En esa misma perspectiva se inscribe el historiador Juan Daniel Balcácer cuando nos

dice que los méritos del triunfo de la Batalla de Las Carreras no corresponden exclusivamente

al general Pedro Santana, sino también al general Antonio Duvergé. En ese sentido expresa

que si el ejército dominicano no hubiese propinado un golpe contundente a las tropas

haitianas en El Número, es poco probable que lo hubiese derrotado en Las Carreras.

Observemos el punto de vista de Balcácer, al respecto:

“Concerniente a la batalla de ‘Las Carreras’ existen, también, contradicciones, pues

aunque muchos historiadores afirman que Santana es el héroe de esa contienda, lo cierto es

que el mérito del triunfo no sólo le pertenece a él sino a Duvergé, quien derrotó las tropas

haitianas antes de que se enfrentaran a las del hatero-cortador de madera. Santana, no

obstante, se echó sobre sí toda la victoria y se empeñó en restarle brillo a la obtenida por

Antonio Duvergé en el paso de ‘El Número’. La controversia que luego se originó en torno

a quién pertenecía el mérito suscitó en Santana y sus prosélitos mucha ambición; y puede

afirmarse, sin temor a equivocarnos, que el triunfo de Duvergé y su negativa para luego

tornar sus armas contra el presidente Jiménez (como se lo había sugerido el mismo Santana),

se convirtieron en los elementos necesarios para que el futuro Marqués de Las Carreras lo

antagonizara; antagonismo éste que como es sabido culminó con el fusilamiento del valiente

Duvergé…El ejército haitiano en retirada con que se batió Santana ya había sido

previamente derrotado por Duvergé. De manera que el futuro Marqués peleó con tropas

exhaustas, vencidas, y lo que es más sorprendente: ni siquiera logró batirse con el ejército

entero, sino con su retaguardia. Como se ve, la victoria de Las Carreras fue un mito creado

para glorificar al caudillo Santana. Porque parece ser ley infalible de los caudillos el

177
erigirse en héroes sobre bases falsas, sobre acciones libradas por otros, sobre victorias

ganadas por mejores soldados. Y ese fue el caso del Santana militar” (Juan Daniel Balcácer,

1974: 113-114).

En un tono menos concluyente, pero coincidiendo en lo esencial con la mayor parte

de los criterios esbozados por los demás historiadores, el investigador Roberto Cassá expresa

lo siguiente:

“Al margen de la interpretación que se ofrezca sobre lo verdaderamente acontecido,

no cabe duda de que Las Carreras no hubiera sido posible sin la acción previa en El Número,

relación que ha sido objeto de manipulación con el fin de enaltecer a Santana. Tan es así

que el primer encuentro en Las Carreras, el día 19, antes de que apersonara Santana, lo

dirigió el coronel Francisco Domínguez, de origen venezolano, dejado por Duvergé al

mando de la tropa cuando decidió retirarse a descansar a Baní. Domínguez se había situado

en Las Carreras, a orillas del río Ocoa, a fin de aprovisionar de agua a la tropa. Existe la

versión, recogida por García Lluberes, de que en Baní se produjo una tensa entrevista entre

Santana y Duvergé, en que el primero le expresó a éste: ‘Usted es más valiente que yo; pero

yo soy más militar que usted’” (Roberto Cassá, 1999:37).

Es más que evidente, que la saña desarrollada por el general Pedro Santana contra el

insigne guerrero Duvergé, defensor permanente de la frontera sur, tiene su razón de ser en el

178
prestigio que éste había acumulado al interior del ejército y en toda la República, debido a

sus constantes triunfos frente al ejército invasor haitiano -y que logró una vez más en los

desfiladeros de El Número-. Santana temía que ese liderazgo indiscutible pudiera opacarle la

gloria, el poder y el dinero que pretendía alcanzar con el desteñido triunfo de las tres

escaramuzas que luego recibieron el nombre de Batalla de Las Carreras.

A lo anterior hay que agregar, la decisión del espartano general Duvergé de no

participar en las disputas civiles en contra el presidente Manuel Jimenes, en que quiso

involucrarlo el general Santana. Es por esa razón que, pretendiendo inhabilitarlo y quitarlo

de su camino, lo apresa y lo somete a un juicio militar bajo la acusación de ser cómplice del

general Valentín Alcántara -a quien se le acusaba de una supuesta componenda con el

presidente Soulouque cuando fue hecho prisionero por tropas haitianas en la frontera y

canjeado posteriormente por el gobierno dominicano-, lo que le llevaría a perder varias

acciones de guerra en Las Matas de Farfán y San Juan de la Maguana, para terminar con la

derrota de la Batalla de Azua de los días 5 y 6 de abril.

Las declaraciones de todos sus compañeros de armas, inclusive de los adeptos a

Santana, descargan al general Duvergé de toda sospecha de traición, saliendo impoluto ante

los ojos de toda la República Dominicana, que siguió con atención los resultados de ese

proceso.

Seis años más tarde, tras sufrir todo tipo de vejámenes y escarnios por parte de los

gobiernos de los caudillos Pedro Santana y Buenaventura Báez, hacia el 11 de abril de 1855

fueron fusilados el general Duvergé y sus dos hijos, Alcides y Daniel, por su firme actitud de

independencia y su indeclinable decisión de no postrarse ante los pies del caudillo seibano.

179
180
CAPÍTULO VI:

CUARTA CAMPAÑA MILITAR OFENSIVA (1849-1850)

181
Tras asumir la presidencia de la República el 24 de septiembre de 1849, Buenaventura

Báez instruye a la flota marítima dominicana a desarrollar una guerra ofensiva contra las

tropas haitianas para “ir a buscarles a su propia casa y hacerles sentir el peso de la guerra

en sus personas y propiedades”. Asimismo, con ello se da por concluido el período que vivió

la República de seis años de guerra defensiva, que había inspirado en los enemigos una falsa

idea de la fuerza con que contaba el país, además de la inmensa ventaja que se le otorgaba de

escoger a su conveniencia los momentos en que efectuaban sus hostilidades y el teatro de

operaciones en que escenificarían los combates. De igual manera, con esta guerra ofensiva

se buscaba no tener que agotar los recursos de la Patria en continuos preparativos para repeler

el ataque periódico de los haitianos.

6.1. ACCIÓN NAVAL DE L’ANSE A PITRE Y SALE TROU

Al dar a conocer los resultados de la acción militar llevada a cabo por la flota

dominicana el 14 de noviembre de 1849 contra los territorios haitianos de L’Anse a Pitre y

Sal Trou, el presidente Báez en un mensaje del 15 de noviembre informa al país de los

resultados de dicha acción. Veamos:

“DIOS, PATRIA Y LIBERTAD

REPÚBLICA DOMINICANA

182
BUENAVENTURA BÁEZ

Presidente de la República

Dominicanos! Seis años de guerra defensiva han inspirado a nuestros enemigos una

falsa idea de la fuerza de la República, y dándoles la inmensa ventaja de escoger a su antojo

los momentos de hostilizarnos, y el teatro de los combates. Además de esto, no es de la

dignidad nacional agotar nuestros recursos en continuos preparativos para repeler a los

haitianos, cuando podemos ir con tanta facilidad a buscarles a su propia casa y hacerles

sentir el peso de la guerra en sus personas y propiedades.

Convencido el Gobierno de esto, y apenas desembarazado de los obstáculos que le

legara la pasada administración, dispuso la salida de los buques del Estado, bergantín 27

de Febrero y goleta Constitución al mando del comandante J.C. Fagalde, con el fin de cruzar

sobre las costas del Sur de la Isla, y hostilizar al enemigo por mar y tierra. Esta pequeña

expedición ha sido coronada con el feliz éxito que era de esperarse:

El pueblo de L’Anse a Pitre incendiado; la población de Sale Trou puesta en fuga

con pérdida, en ambos puntos, de algunos hombres y ganados; la goleta haitiana cargada

de provisiones, apresada a su salida de los Cayos; una balandra y seis barquichuelos más,

tomados y echados a pique; veinticinco muertos y diez y ocho prisioneros que acaban de

entrar en esta Capital: tal es el resultado de nuestros primeros pasos en la guerra ofensiva.

Dominicanos! La Divina Providencia protege visiblemente nuestra causa;

perseverad unidos, seréis invencibles; perseverad unidos y confiad en el Gobierno, que

conoce toda la extensión de sus deberes, y está dispuesto a cumplirlo a todo trance.

183
Viva la República!

Viva la Religión!

Viva la Libertad!

Dado en el Palacio Nacional de Santo Domingo, a los 15 días del mes de Noviembre

de 1849 año 6º. de la Patria.

Buenaventura Báez.

Refrendado: El Ministro del Interior y Policía, Medrano” (Buenaventura Báez,

1853:7).

Al día siguiente, 16 de noviembre de 1849, el presidente Buenaventura Báez lanza

una Proclama al Pueblo Haitiano, en la que expresa que hace seis años que los dominicanos

se separaron de los haitianos, recuperando su independencia, y que a pesar de las falacias que

se han propalado a través de proclamas deben estar persuadidos al presente de que esa

separación es eterna.

Al mismo tiempo le manifiesta que ambos pueblos permaneciendo libres cada uno

bajo su bandera, podrían convivir perfectamente como buenos vecinos, razón por la cual los

invita a buscar la paz que reclaman sus vidas, su reposo y sus intereses. En ese sentido les

recuerda que quienes los gobiernan han preferido arrancarlos de sus hogares, de sus

labranzas, para ponerlos a cargar armas y municiones y después de obligarlos a marchar

contra los dominicanos los mandan a recibir la muerte en Azua, en Santiago y en Las

Carreras. Aprovecha la ocasión para recordarle la última campaña en que el general Pedro

184
Santana terminó de un modo tan glorioso, al tiempo que le dice: “ved la confianza que podéis

tener en los hombres que os presentaron vuestra cruel derrota como una victoria” (Emilio

Rodríguez Demorizi, 1957: 240).

A renglón seguido expresa su esperanza en que un día los haitianos imiten la

moderación del pueblo dominicano, ya que nunca se ha querido atacarlos en su propia casa,

limitándose hasta ahora a repeler sus agresiones, pero toda paciencia se agota y como no han

querido la paz, le toca ahora su turno de soportar todo el peso de la guerra tanto en sus

propiedades como en sus personas.

Luego les recuerda que cuando los dominicanos se decidan a atacarlos conocerán muy

bien cuáles son sus ventajas y sus debilidades. En ese orden le dice que “por mar y en vuestras

playas podemos haceros cuanto mal nos convenga” (Emilio Rodríguez Demorizi, 1957:

241). En tal virtud les recuerda que la República Dominicana tan sólo tenía tres ciudades en

la costa: Santo Domingo, Puerto Plata y Samaná, que sus fortalezas y murallas las protegen

de cualquier ataque. En tanto que sus costas, por el contrario, están cubiertas de innumerables

haciendas, aldeas, villas y ciudades, construidas de madera, sin defensa y expuestas al pillaje

y al incendio, sin ningún tipo de riesgos para quien lo hiciere. Al respecto, pone de ejemplo

las incursiones recientes realizadas por la flotilla dominicana en L’Anse-a-Pitre, Sale-Trou,

Asquin y Los Cayos, al tiempo que les advierte que no está lejos el día de ver realizada la

amenaza que tantas veces habían hecho a los dominicanos sin llegar a cumplirla: “vuestras

ciudades van a desaparecer y la Nación irá a refugiarse en las selvas” (Emilio Rodríguez

Demorizi, 1957: 241).

185
El presidente Buenaventura Báez desarrolló varias acciones marítimas ofensivas contra Haití en

L´Anse a Pitre, Sale Trou, Petite Riviére, Dame Marie y Le Cayé.

186
El presidente Báez les informa a los haitianos que la flota dominicana está bien

armada y equipada, al tiempo que bien mandada, con un número de tropa de desembarco, la

cual ha salido para tomar sus costas y destruir su marina, razón por lo cual le advierte que en

lo adelante deben velar día y noche en el Norte, en el Oeste y en el Sur. De igual manera, le

pide que retiren a sus mujeres e hijos a los montes, abandonen las labores para hacer centinela

con armas en los brazos en la inclemencia y que al retornar a sus casas las hallarán

incendiadas, todo lo cual sintetiza con la frase lapidaria: “Una vez que os dejáis imponer la

guerra por los que os gobiernan, tiempo es que sepáis lo que cuesta la guerra” (Emilio

Rodríguez Demorizi, 1957: 241).

Al mismo tiempo le recuerda que es a causa de la guerra que sus hijos sufren, que sus

mujeres lloran y que no hay ningún bienestar entre ellos. Sostiene, en fin, que es por culpa

de la guerra que tantos desgraciados de los suyos han venido, como si no tuvieran bastante

terreno, a buscar su tumba en territorio dominicano. Pero le dice que en lo adelante tendrán

que sufrir el nuevo género de guerra que ha comenzado, donde en la medida en que la flota

dominicana captura sus caboteros, aumentará la miseria que los devora cruelmente, con la

miseria del poco comercio que les ha dejado el monopolio.

En igual sentido les advierte que, si para vengar los ataques, los gobernantes haitianos

quieren arrastrarlos a una nueva expedición por tierra, deben decirles que en la parte Este no

hay más que una sola familia, unidos por la sola resolución tanto de defenderse a todo trance

como atacar decididamente al enemigo. En tal virtud le pide encargarle a sus gobernantes

que tengan mucho cuidado con no despertar al León del Seibo.

187
De igual manera le recuerda que ambos pueblos que componen la Isla de Santo

Domingo, podrían vivir mejor intercambiando, con recíproco beneficio, el ganado y el tabaco

dominicanos por su café. En ese orden les dice: “Del mismo modo podíamos navegar

tranquilamente y sin temor alguno por los mares tan hermosos que no diera la DIVINA

PROVIDENCIA, los que os gobiernan no han querido dejarnos gozar de estas ventajas y

han preferido la guerra. Pues bien que los males de la guerra recaigan sobre su cabeza y

sobre vosotros que no sabéis obligarlos a hacer la paz” (Emilio Rodríguez Demorizi,

1957:242).

6.2. ACCIÓN NAVAL DE PETITE RIVIERE, DAME MARIE Y LE CAYE

El 2 de enero de 1850 el presidente Báez informa al país de un nuevo ataque marítimo

llevado a cabo el 1ro. de enero contra los poblados de Petit Riviére, Dame Marié y Le Cayé,

a través de una Proclama. Veamos lo que dice el parte oficial de guerra:

“DIOS, PATRIA Y LIBERTAD

REPÚBLICA DOMINICANA

BUENAVENTURA BÁEZ

Presidente de la República

PROCLAMA

188
Dominicanos: Días ha que anhelaba por dar cuenta a la opinión pública de la

segunda expedición marítima sobre las costas de Haití; días ha que para el Gobierno, el

éxito no era dudoso; pero esperaba la llegada del corsario 27 de febrero que aún se mantenía

acechando las velas enemigas. Desde ayer está reunido en este puerto con los demás

corsarios dominicanos: contémplese ahora los hechos.

La Flotilla dominicana, mandada por el Comandante Fagalde, fue por segunda vez

a las costas de Haití, se fondeó en la Petit Riviére; desembarcó su gente poniendo en fuga la

guarnición, tomándoles dos banderas; redujo a cenizas el pueblo, y dispersó a cañonazos a

los habitantes de Dame –Marie; a su retorno, los tres corsarios, el Santana, la Constitución

y el 27 de Febrero, dieron un combate desigual en las aguas de los Cayos: pero el valor es

siempre más fuerte que el número; pues ni de éste pudo aprovecharse el enemigo: cinco de

sus buques sufrieron la vergüenza de verse acosados por dos más, y su pérdida hubiera sido

inevitable ; ni la Merced ni el Cibao llegaron a tiempo detenidos por la calma. El valor

acompañaba a los nuestros, a los enemigos la proximidad de las costas.

Sus fuerzas eran dobles; con todo, muy maltratados algunos de sus buques, y con

pérdida de mucha gente, buscaron todos, su salvación en el puerto de los Cayos.

Ya lo veis, dominicanos, tanto error inspira el que ataca sin contar el número de sus

enemigos; tanto puede el que tiene el sentido del sentimiento de su honor, de la justicia de

su causa, y lo que es más, de su fuerza, una profunda convicción.

Así lo comprendió el Gobierno cuando desde sus primeros pasos pensó en tomar la

ofensiva. Que los valientes hagan el último esfuerzo, que la unión reine entre nosotros, y

salvaremos la República.

189
Viva la Religión!

Viva la libertad!

Viva la República Dominicana!

Dado en el Palacio Nacional de Santo Domingo, Capital de la República, a los dos

días del mes de Enero de 1850 y 6º. de la Patria.

Buenaventura Báez

Refrendada: el Ministro Secretario de Estado de los Despachos de Guerra y Marina,

J. E. Aybar” (José Gabriel García, 1890:50).

La guerra ofensiva que desarrolló Buenaventura Báez contra Haití con varias

embarcaciones de combate, no fueron más que varias escaramuzas para diferenciarse de los

gobiernos que habían encabezado Pedro Santana y Manuel Jimenes, en cuanto al tipo de

guerra defensiva que habían implementado. De esa forma se planteó intimidar a los haitianos

y a su emperador Faustino I, lo que consiguió, al lograr que las grandes potencias sirvieran

de mediadoras en la firma de un acuerdo de paz que duró alrededor de seis años, tras emitir

el Manifiesto Al Mundo Imparcial el 27 de Febrero de 1850, justo al cumplirse el sexto

aniversario de la Independencia Nacional, tiempo que aprovechó para consolidar su liderazgo

caudillista frente al del general Pedro Santana y diferenciar sus prácticas políticas con ciertos

tintes liberales de las prácticas políticas conservadoras y autocráticas del caudillo del Seibo.

190
CAPÍTULO VII:

ÚLTIMA CAMPAÑA DE RESISTENCIA DEL PUEBLO DOMINICANO

ANTE LA INVASIÓN DEL EJÉRCITO HAITIANO (1855-1856)

191
Entre los años 1850 y 1855 el gobierno dominicano, con la mediación de las tres

grandes potencias que tenían representación diplomática en la República Dominicana

(Inglaterra, Estados Unidos y Francia) logra imponer al gobierno haitiano un “Tratado de paz

definitiva o sino una tregua de diez años entre el Imperio de Haití y la República

Dominicana”, el cual nunca quiso firmar formalmente el emperador haitiano Faustino

Soulouque, pero ante la decisión de Inglaterra y Estados Unidos de garantizar el cese de la

guerra entre ambas naciones, sin mengua de la soberanía nacional, se logró que durante cinco

años no hubiesen hostilidades de gran significación.

Las hostilidades que llevó a cabo el gobierno haitiano contra la República

Dominicana en este período de relativa calma, se limitaron a pequeñas escaramuzas o

incursiones en la Caleta, Cachimán y Postrer Río, así como constantes presencias de

maroteadores haitianos en territorio dominicano, lo que fue rechazo tenazmente por las tropas

dominicanas apostadas en la zona fronteriza entre ambos países.

Sin embargo, el 10 de diciembre de 1855 el emperador haitiano Faustino Soulouque

rompe la prolongada tregua de cinco años e invade el territorio dominicano con un

contingente de 30,000 hombres, que divide en cuatro columnas: la primera por el Norte, al

mando del general Decayette, quien había sido nombrado por el gobernante haitiano Conde

de Jimaní; la segunda, por el centro, a cargo del propio emperador Soulouque; y la tercera,

por el Sur, al mando del general Garat, Conde de Roseaux.

El 18 de diciembre de 1855, la columna del ejército haitiano dirigida por Soulouque,

es dividida en cuatro brigadas al mando de los generales Miltón, Therlongue, Víctor Joseph

192
y Antoine Pierre, la cual desalojó, después de un fuerte tiroteo, a las avanzadas dominicanas

que ocupaban La Meseta, y se posesionaron del Fuerte de Cachimán, amenazando al coronel

Aniceto Martínez, situado con fuerzas dominicanas en el cantón de Comendador, que al no

poder resistir el empuje de los invasores se ve obligado a replegarse bajo fuego sobre Las

Matas de Farfán.

7.1. LA BATALLA DE SANTOMÉ

En los últimos días del mes de diciembre de 1855, el general José María Cabral había

sido designado por el presidente de la República, general Pedro Santana, como Jefe Superior

de la Línea Fronteriza Sur, siendo segundo al mando el coronel Eusebio Puello y estando

bajo sus órdenes el también coronel Aniceto Martínez. La carta entregada por el general

Santana al general Cabral rezaba así: “Desgraciado de usted, General, si los haitianos beben

el agua del río San Juan”. Esto significaba, para el general Cabral, una clara sentencia de

muerte.

Los espías enviados por el ejército dominicano a la frontera sur daban cuenta de la

aglomeración de tropas haitianas en las comunes de Hincha y Las Caobas. Ante lo cual, el

general Cabral comprendió que se trataba de una invasión poderosa del ejército haitiano, por

lo cual se apresuró a tomar las medidas que demandaban las circunstancias del momento,

procediendo a concentrar las pocas fuerzas de que disponía en los puntos por donde suponía

el enemigo podría atacar y las tropas dominicanas estaban en capacidad de defender. Esto le

llevó a informar al Gobierno sobre lo que pasaba en la frontera sur.

193
Monumento erigido en honor de los héroes y mártires de la Batalla de Santomé.

194
El Gobierno Dominicano no perdió tiempo, procediendo a embarcar para Azua los

regimientos de infantería al mando de los coroneles José María Pérez Contreras y Juan

Ciriaco Fafá; puso a la media brigada de artillería bajo las órdenes del coronel José Leger.

También hizo un llamado a las armas a todo el país, para que estuviera presto a defender a la

República Dominicana de una nueva invasión, fruto de la demencia y el delirio de grandeza

del general Faustino Soulouque. De igual manera, las tropas de la provincia del Este y los

batallones de San Cristóbal y Baní desfilaban también en aquellos momentos hacia las

fronteras, nombrando al general Juan Contreras, Jefe Superior de Operaciones.

El ejército dominicano hostigado por el gran número de soldados del ejército haitiano

venía retrocediendo. Luego del combate de Las Matas de Farfán, sostenido por las tropas

dominicanas, bajo las órdenes del general Juan Contreras, el mando fue tomado directamente

por el general Cabral, quien escogió el campo de batalla que le pareció más propicio para la

defensa de aquella llanura: el ala derecha estaba cubierta con el fundo de Pepe Herrera; el ala

izquierda estaba situada en el camino que conduce a Chalona; mientras que su centro se

extendía por la parte oriental del arroyo de Lora.

Tres mil hombres del ejército dominicano debían resistir el ataque de doce mil

quinientos que integraban el contingente de las tropas haitianas, al mando del emperador de

Haití, general Faustino Soulouque. A las ocho de la mañana del 22 de diciembre de 1855, las

avanzadas de ambas tropas comenzaron a tirotearse, procediendo a generalizarse el combate

tiempo después. Los cañones haitianos tronaban furiosos sin interrupción, al tiempo que doce

mil quinientos fusiles descargaban su metralla sobre los defensores de la patria, quienes

resistieron heroicamente, al comprender lo que significaría una derrota para el país.

195
El general José María Cabral, principal líder militar de la Batalla de Santomé.

196
El general Cabral, atento a las emergencias de aquel combate decisivo, va en auxilio

de su ala derecha, que flanqueaba ante la embestida continua del enemigo, llevando como

refuerzo el batallón de San Cristóbal. Cabral desalojó tres veces a los haitianos del fundo de

Pepe Herrera y tres veces éstos volvieron a ocuparlo, y siguió combatiendo, dejando a los

haitianos en posesión del mismo.

A las once de la mañana las tropas dominicanas comenzaron a retroceder en buen

orden, haciendo acto de heroísmo donde quiera que la oscilación del terreno lo permitiera,

aunque fuera una débil defensa. A pesar del heroísmo de los jefes Juan Contreras, José María

Pérez, Blas Maldonado, José Leger, Bernardino Sandoval, Eusebio Puello, Santiago Suero,

Aniceto Martínez y el general José María Cabral, así como muchos otros que se disputaron

palmo a palmo el terreno, era imposible resistir aquella avalancha de fuego que los diezmaba

sin ninguna esperanza de triunfo.

En esas circunstancias, el general Cabral se acerca a su amigo el coronel Eusebio

Puello y le dice: “Se aproxima la hora de morir; si tú sobrevives, cumple lo que te voy a

encargar...”. Eran la una de la tarde cuando el ejército se replegaba en buen orden,

guareciéndose en el borde del monte que separa la sabana de Santomé del río San Juan,

teniendo allí un corto respiro.

El general Cabral había enviado a un ayudante suyo horas antes a buscar el batallón

de Baní, que ese mismo día había despachado para Neiba a dar refuerzo al general Santiago

Sosa, encontrándolo en el paraje de La Culata, situado a varios kilómetros de la ciudad de

San Juan de la Maguana. Eran las dos y media de la tarde cuando el batallón de Baní llegó,

197
momento en que entraban las tropas haitianas por los distintos caminos que conducen a la

sabana de Santomé.

El general Cabral se encontraba preparado para ese momento. El ejército dominicano

recibe al ejército haitiano con una lluvia de fuego, procediendo a encenderse el pajón de la

sabana, al tiempo que el viento arrojaba el humo y la candela sobre las tropas haitianas. Y

Cabral, que había jurado triunfar o morir en aquella jornada, teniendo muy fija la idea de que

“no estoy aquí para cuidar mi vida, sino para salvar la independencia nacional”, empuña una

bandera y le grita a sus soldados: “¡Adelante, amigos míos, la Virgen de las Mercedes está

con nosotros, el triunfo es nuestro!”, y encaminó su caballo hacia el enemigo.

En ese momento el abanderado del batallón de Baní, Hipólito Caro, se precipita

delante de Cabral y clava su bandera casi entre los pies del enemigo. El batallón se lanza en

pos de su bandera, y el ejército entero, como movido por un resorte, sale del bosque, entra en

la ceniza candente de la paja quemada y se arroja sobre los haitianos con una fiereza jamás

vista.

Las tropas haitianas retroceden ante el primer empuje, pero vuelven a rehacerse y a

combatir. Sin embargo, los dominicanos, que tienen más confianza en el filo de sus machetes

que en las balas de sus fusiles, avanzan siempre, con el propósito de entrar al arma blanca y

sembrar el terror en las filas enemigas, lo que logran de buena gana, segando vidas haitianas

al terrible golpe de sus aceros. Los haitianos intentaron resistir el ímpetu furioso con que se

les atacaba, pero fue totalmente imposible, ya que allí todo era confusión, estrago, sangre y

muerte, hasta que finalmente el ejército haitiano, completamente mutilado, se desbandaba en

todas direcciones, siguiéndole el ejército dominicano a muy corta distancia, porque el

198
cansancio le impidió ir más lejos en la persecución. Entonces, el general Cabral, viendo que

la noche se le venía encima, persigue a los derrotados con algunos oficiales de su Estado

Mayor, ya que la caballería se había extraviado en esos momentos decisivos.

Como en su trayecto, el general Cabral hacía prisionero a todos los soldados haitianos

que encontraba y los enviaba con algún oficial de su Estado Mayor al campamento, se fue

quedando casi solo y al llegar al arroyo de Lora se encontró con el Conde de Tiburón, general

Antoine Pierre, que era el jefe de las tropas haitianas, empeñado en contener la derrota de los

suyos. En ese momento el general Pierre descarga su carabina sobre el general Cabral y éste

a su vez descarga la suya sobre la cabeza del general haitiano, quien cae bañado en sangre,

desmontándose Cabral inmediatamente del caballo para hacerle prisionero. Pero Pierre,

valiente y astuto oficial, se hace el muerto y le echa mano a la espada del general Cabral ante

un descuido suyo, pero el oficial dominicano, con la prontitud de la situación, aplasta la

cabeza del general haitiano con la culata de su carabina. Gracias al estupor de los soldados

haitianos aglomerados frente al cadáver del general Pierre, el general Cabral pudo montar a

caballo y arrastrarle consigo hacia la sabana de Santomé, lugar en el que posteriormente sería

enterrado, y donde se encontraba aún el victorioso ejército dominicano, el cual habría de

dormir allí después de un día tan fatigoso.

El emperador Soulouque pasó la noche en el cercano cerro de Punta Caña, próximo

al poblado de Pedro Corto, donde se fortificó con una gran trinchera, teniendo que retirarse

el día siguiente con una gran derrota sobre sus espaldas.

Fue así como el 22 de diciembre de 1855 las tropas dominicanas, al mando del general

José María Cabral, lograron un triunfo completo sobre el ejército haitiano, el cual fue

199
derrotado y puesto en vergonzosa fuga en la sabana de Santomé. En esta batalla el ejército

invasor pierde 695 efectivos, entre ellos el general Antoine Pierre, oficiales, clases y

soldados, así como también 85 cajas de tiros y un abundante equipo militar. Entretanto, las

tropas dominicanas solo perdieron 20 soldados y tuvieron un saldo de 37 heridos.

Los oficiales, clases y soldados que más se destacaron en la Batalla de Santomé fueron

el general José María Cabral, que tenía a su cargo la jefatura y la vanguardia del ejército

dominicano; el general Juan Contreras, quien iba en el centro de las tropas que se enfrentaron

en esta acción bélica; el general Bernardino Pérez, que, aunque mandó a tocar retirada en un

momento del combate creyendo que las fuerzas dominicanas habían sido derrotadas, luego

se reintegró con gran arrojo en la etapa final del combate; el coronel Santiago Suero, quien

estaba al mando de los cuerpos de Las Matas y San Juan de la Maguana; el coronel José

María Pérez, quien estaba al mando del 2do. regimiento del Ozama; el comandante Miguel

Suberví, quien estaba al mando del batallón de Higüey; el comandante Juan Ciriaco Fafá,

jefe del 1er. regimiento dominicano; el oficial Pedro Contreras, encargado de llevar el parte

oficial del triunfo; el sargento de granaderos Marcos Jimenes, encargado de hacer las

exploraciones del terreno y el sargento de tambores Julián Belis, quien tocó fuego y ataque,

haciendo caso a su jefe inmediato, en lugar de tocar retirada, como había ordenado el jefe

superior.

200
7.2. LA BATALLA DE CAMBRONAL

El ejército haitiano que marchaba sobre Neiba estaba dividido en tres columnas

fuertes, cada una compuesta de dos mil hombres. La primera estaba dirigida por el Duque de

Jacmel, general Toussaint Pierre, que operaba del lado de Petitrou para caer al Rincón; la

segunda, estaba bajo las órdenes del Conde de Roseaux, general Pierre Riviere Garat, quien

venía del lado de Jimaní, y la tercera, al mando del general Rebecca, marchaba por la

Descubierta.

Las instrucciones que tenían los generales haitianos era atacar simultáneamente a

Neiba, ocuparla, y allí el general Toussaint Pierre tomaría el mando en jefe hasta llegar a

Azua, donde se pondrían nuevamente bajo las órdenes del emperador Faustino Soulouque.

El 18 de diciembre fueron sorprendidas las avanzadas dominicanas de Postrer-Río,

Baitoa y Las Damas, sin poder resistir el primer empuje de las numerosas fuerzas enemigas,

y temiendo ser envueltas por la columna que venía por la Descubierta, el jefe del regimiento

de los Neiberos, coronel Lorenzo de Sena, tomó la decisión de replegarse hacia la ciudad de

Neiba, salvar las familias y abandonar la población, para bloquearla después de ocupada por

las fuerzas enemigas. Así se produjo, y en la tarde del 19 de diciembre de 1855, las tres

divisiones haitianas entraron a Neiba, encontrándola totalmente desierta.

Recibiendo el general Santana informaciones sobre estos sucesos, envió tropas desde

su Cuartel General de Azua para auxiliar al regimiento de los Neiberos, con los siguientes

201
refuerzos: un batallón seibano, al mando del coronel Eugenio Miches; un batallón azuano, al

mando del comandante Elías Jimenes; un batallón de Llaneros, al mando del comandante

Elías Flores. Estas fuerzas llegaron el día 21 de diciembre de 1855 a Barranca, lugar ubicado

entre Azua y Neiba, donde tenía su centro de operaciones el general Francisco Sosa.

Una vez el general Sosa tomó la decisión de atacar las tropas haitianas, el comandante

del regimiento Neiberos, coronel Lorenzo de Sena, se acercó al oficial y le dijo: “General

Sosa, nosotros bastamos para defender nuestro pueblo contra Haití. Aguárdese aquí con los

refuerzos que manda el Presidente; pues queremos que la primera tajada sea de los Neiberos”.

Esa misma noche, 400 neiberos marcharon sobre el pueblo, y al amanecer el 22 de diciembre

se presentaron frente a las trincheras, desafiando a los 6,000 haitianos que las defendían.

Como a las ocho de la mañana, salió a atacarlos la división que dirigía el general

Garat: los Neiberos fingieron estar derrotados para atraer el enemigo a Cambronal, espacio

angosto ubicado a dos leguas al Este de Neiba, lo que consiguieron. Eran las once de la

mañana cuando se produjo el combate y con los primeros tiros cayó muerto el general Garat,

de una bala que le atravesó las sienes. El soldado que lo mató era un joven de apenas 18 años,

quien se apoderó del caballo y de la carabina que Garat siempre llevaba consigo y con la

cual, según la historia, había asesinado al Emperador Dessalines en 1806, con tan sólo 17

años de edad.

202
El mayor general Senneville fue quien reemplazó a Garat, quien apenas salió al frente,

animando a sus soldados ya desmoralizados, cayó herido de una bala en el pecho que le

atravesó la placa de condecoración que llevaba. Eran alrededor de la dos de la tarde, cuando

las primeras líneas haitianas acometidas por el machete de los dominicanos, comenzaron a

retirarse, siendo tal la confusión que se creó a causa de la estrechez del terreno, que

finalmente se convirtió en una retirada en completa fuga.

Los valientes de Neiba quedaron dueños del campo de batalla, que cubrían más de

trescientos muertos y heridos del ejército haitiano, quedando en su poder 27 prisioneros, gran

número de carabinas, águilas, cajas de guerras, municiones y condecoraciones. De la parte

dominicana, tan sólo hubo la pérdida lamentable de cinco personas y trece heridos, la mayoría

de los cuales muy levemente. Esa misma noche las fuerzas auxiliares, engrosadas con las de

Barranca, Rincón y Fundación, marcharon para unirse al regimiento de los Neiberos, que

estaban acampados en Las Marías.

El 24 de diciembre por la mañana, cien neiberos, al mando del coronel Lorenzo de

Sena, destrozaron dos compañías haitianas que cubrían la entrada de la población por el lugar

de Manason, y allí se instaló la avanzada del ejército dominicano. Esa tarde se supo en el

campamento de la victoria obtenida por las tropas dominicanas en la Batalla de Santomé. Y,

como a eso de las once de la noche, mientras el general Francisco Sosa instruía que al

amanecer se ocupara el cementerio para cortar la retirada del enemigo, los espías informaron

que éste ya comenzaba a desalojar la plaza en completo desorden. Fue entonces cuando

salieron 200 hombres de Barbacoa al mando del comandante José Perdomo a picarle la

203
retaguardia. Esos hombres regresaron al día siguiente en la tarde cargados del botín, llevando

entre otros objetos uno de los baúles del Duque de Jacmel y conduciendo hacia el

campamento una gran cantidad de prisioneros.

7.3. LA ACCIÓN DE LAS MATAS

El 23 de diciembre de 1855 se llevó a cabo la acción bélica de Las Matas de Farfán.

En el parte informativo enviado por el coronel Aniceto Martínez a los generales Juan

Contreras y Bernardino Pérez, jefes de las operaciones del Sur, el 24 de diciembre, expresa

lo siguiente:

“Participo a ustedes que anoche hemos llegado frente al pueblo de Las Matas, donde

se hallaba posesionado el enemigo; nos hemos apoderado del fuerte, le hicimos fuego con

una pieza de artillería, y al momento desocupó la población de Las Matas en una completa

derrota, sin haber tiempo de incendiarla, como acostumbra. Nuestras tropas van en su

persecución, hasta ponerlo fuera de nuestros límites” (Emilio Rodríguez Demorizi, 1957:

308).

Esto pone de manifiesto una vez más la clara disposición de las tropas dominicanas a

expulsar del territorio nacional a todas aquellas tropas del ejército expedicionario haitiano

que pretendiera mancillar nuestra soberanía, para despejar la más mínima duda en torno a la

firme determinación del pueblo dominicano de configurarse como nación libre e

independiente de toda dominación extranjera.

204
7.4. LA ACCIÓN DE SABANA MULA

El 24 de diciembre de 1855 las tropas haitianas son derrotadas vergonzantemente en

Sabana Mula, Bánica, en vista de lo cual el emperador, general Faustino Soulouque, se dirige

hacia Juana Méndez, lugar donde establece su Cuartel General.

En el camino fusila un gran número de oficiales para justificar su derrota, bajo el

pretexto de que abandonaron el campo de batalla. Entre los generales y oficiales fusilados en

el poblado fronterizo de Bánica estuvieron los generales Voltaire Castor y Alexis Toussaint,

así como los coroneles Belliard y Bramante.

7.5. LAS BATALLAS DE SABANA LARGA Y JÁCUBA

El 24 de enero de 1856 se llevan a cabo las batallas de Sabana Larga y Jácuba, en las

fronteras norte de la República Dominicana, donde el ejército invasor del obstinado

emperador, general Faustino Soulouque, recibió por premio sendas derrotas vergonzantes

que les servirían de escarmiento para los tiempos por venir.

Tanto en Jácuba como en Sabana Larga el comandante en jefe de las tropas haitianas

era el general Paul Decayette y tenía como segundo en el mando al general Prophette. El

primero era del parecer que el ejército haitiano no debía empeñarse en la acción y el segundo

205
era partidario de ese mismo sentir; sin embargo, el general Cayemite era de opinión contraria.

Las opiniones de aquellos no influyeron tanto en el emperador Faustino Soulouque como las

de éste, razón por la cual la noche anterior a las batallas les dio severas órdenes para se

empeñaran en la acción al amanecer. Debían atacar simultáneamente el general Prophette por

un lado y el general Cayemite por el otro; pero cuando el primero vino a romper el fuego, ya

el segundo estaba desbaratado y en derrota completa, habiendo perdido, junto con la artillería,

mucha gente.

Cuando los haitianos pasaron el río y ocuparon el pueblo de Dajabón, ya el ejército

dominicano los esperaba dividido en dos cuerpos: uno acampado en Talanquera, al mando

del general Fernando Valerio, y otro en El Llano, punto más avanzado a las órdenes de los

coroneles José Hungría y Antonio Batista. De manera que al anunciarse la marcha del ejército

haitiano, ambos cuerpos se pusieron en movimiento y se adelantaron a su encuentro.

Los coroneles Hungría y Batista llegaron a ocupar el Paso de Macabón, pero atacados

por una columna haitiana, se vieron precisados a replegarse. Así lo comprendió el general

Juan Luís Franco Bidó por la aproximación del fuego; y, aunque otra columna haitiana

amenazaba la división del general Valerio, tomó la decisión de sacar de ella una columna

para mandarla en auxilio de los coroneles empeñados, operación arriesgada que encomendó

al capitán José Antonio Salcedo, asignándole como práctico del lugar al teniente Benito

Monción, quienes obraron con tanta actividad, que llegando antes de que la retirada de los

defensores del Paso de Macabón se convirtiera en derrota, los pusieron en actitud, no sólo de

tomar de nuevo la ofensiva atacando con vigor al enemigo, que derrotaron y persiguieron

hasta Guajabo, quitándole una pieza de artillería, sino también de contribuir al triunfo

espléndido de la Batalla de Sabana Larga.

206
Al darse cuenta los coroneles Hungría y Batista que la división que dirigía el general

Valerio estaba empeñada en una batalla, dispusieron marchar con todas las fuerzas hacia el

lugar en que oían fuego, procurando atacar al enemigo por la retaguardia. Así lo hicieron,

coincidiendo su llegada con el inicio de la retirada del ejército invasor haitiano, que al verse

envuelto por todas partes, se declaró en confusa derrota, dejando abandonada una culebrina

y el campo sembrado de cadáveres. Por la oportunidad del servicio que prestaron en la

operación militar referida, en la que cooperó también el capellán del ejército, presbítero

Dionisio Moya, fueron ascendidos en el acto, el capitán José Antonio Salcedo a comandante

y el teniente Benito Monción a capitán.

En esta acción se distinguieron el capitán Monción Gregorio de Lora, como jefe de

una compañía, y los batallones que estaban bajo las órdenes de los comandantes Juan Suero

y Juan Rodríguez. En esta batalla también se destacó por su bravura y arrojo una mujer de

nombre Petronila Grau, natural de Monte Llano, jurisdicción de Sabaneta. Esta heroína se

distinguió por su patriotismo a toda prueba en la guerra contra el ejército haitiano, del mismo

modo que lo había hecho Juana Saltitopa, natural de La Vega, en la heroica batalla del 30 de

marzo de 1844 en Santiago de los Caballeros, por cuya destacada participación recibió el

nombre de “La Coronela” departe de sus compañeros de lucha.

207
Monumento a la Batalla de Sabana Larga, erigido en la provincia de Dajabón.

208
La alocución dirigida por el general Juan Luís Franco Bidó a sus soldados, después

de la batalla del 24 de enero en los campos de Jácuba, nos da una idea de lo ocurrido en la

frontera norte del país:

“Compatriotas: Después de la gloriosa jornada del 24 en los campos de Jácuba, en

que las armas de la República han obtenido un triunfo tan completo sobre las huestes

enemigas, que buscando nuevos escarmientos, osó invadir estas provincias, cumplo con los

deseos del Gobierno y los impulsos más sinceros de mi corazón en deciros que habéis

merecido bien de la Patria y que tanto los jefes que habéis tenido en la cabeza como yo,

hemos quedado satisfechos de vosotros.

Soldados: Siete horas de rudo combate en que habéis tenido que reñir con un enemigo

obstinado y fuerte, de 8,000 hombres, disputándoos el terreno palmo a palmo, con toda clase

de armas, debe probaros las ventajas del valor y la disciplina. Dos piezas de artillería,

muertos sin cuento, varias banderas, todo el equipaje del ejército invasor y la total

destrucción de éste, ha sido el premio de vuestro valor.

Soldados: Acordaos siempre de este memorable día y conservadlo en nuestra

memoria como momento imperecedero de los laureles que recogen los que luchan por la

libertad y el premio que reciben los que obedecen los ciegos dictados de un déspota.

Jefes y soldados: El General Felipe Alfau, representante del Gobierno y actualmente

en este cantón, os felicita por tan brillante suceso. Recibid, pues, esta felicitación y la mía

como la más pública aprobación de vuestra conducta y el justo premio de vuestros esfuerzos.

209
La Patria agradecida se enorgullecerá de llamaros sus hijos y de haber visto nacer

en su seno tan defensor denodado de la libertad.

¡Viva la República! ¡Viva la Independencia! ¡Viva el Libertador! ¡Viva el bravo

Ejército Dominicano!

Cuartel General de Talanquera, 26 de Enero de 1856.

El General en Jefe,

Juan Luis F. Bidó” (Emilio Rodríguez Demorizi, 1957: 325-326).

De igual modo, el parte preliminar enviado por el General Juan Luis Franco Bidó,

General en Jefe del Ejército del Cantón de Talanquera, nos informa parcialmente sobre lo

ocurrido en Sabana Larga. Veamos:

“En este momento, que son las ochos de la noche, acabamos de llegar de terminar la

campaña de hoy, y me apresuro a participarle cómo nuestras armas han sido coronadas en

este día con un triunfo completo.

Aunque el enemigo atacó nuestro flanco izquierdo y el frente, por ambas partes fue

completamente batido, derrotado y perseguido en la fuga, después de un fuego sostenido

desde las siete y media hasta las cuatro de la tarde, dejando por resultado el campo

sembrado de cadáveres enemigos desde Sabana Larga hasta la sabana de Dajabón, en tan

gran número, que me parece imposible contarlos. En nuestro poder se encuentran dos piezas

210
de grueso calibre, muchos prisioneros, oficiales y soldados, cajas de guerras, banderas,

caballos, fusiles y otros bagajes militares. Mañana daré a usted un parte lo más

circunstanciado que me sea posible, e intertanto me cabe la satisfacción de hacerle saber

que todo el ejército bajo mi mando se han comportado con el mayor valor y decisión.-

Firmado: J. L. Bidó” (Emilio Rodríguez Demorizi, 1957: 327).

En la batalla de Sabana Larga, el Ejército Dominicano fue dividido en tres columnas:

una al mando de los coroneles José Hungría y Antonio Batista, por el flanco izquierdo; otra

por el flanco derecho, bajo las órdenes de los generales Pedro Florentino y Lucas de Peña; y

al centro, los santiagueros, al mando del general Fernando Valerio.

A la nueve de la mañana del 24 de enero de 1856 una división haitiana atacó la

división de los coroneles Hungría y Batista, quienes estuvieron batiéndose por dos horas y al

fin el enemigo tuvo que salir en retirada por el mortífero fuego de las tropas dominicanas,

que fueron reforzadas con una columna dirigida por el capitán José Antonio Salcedo.

En esta jornada, los dominicanos le quitaron a las tropas haitianas una pieza de a 4 de

bronce, quedaron en poder del ejército vencedor un coronel, un comandante, muchos

prisioneros de distintas gradaciones y alrededor de 500 muertos.

Tan pronto cesó el fuego en esa parte, los integrantes de esta división se presentaron

a Sabana Larga, donde las tropas dominicanas rompieron el fuego y las tropas haitianas en

retirada se plantaron en el Cerro de la Plata. Más allá de Macabón, en la espaciosa sabana de

Jácuba, quedó el campo sembrado de cadáveres, desde Sabana Larga hasta la ceja de

211
Guajaba, próximo a Dajabón. Allí se les quitó otra pieza de artillería de hierro de a 8. La

cantidad de muertos era tan grande que sobrepasaba el millar, entre los cuales había varios

coroneles y oficiales de distintos rangos; se tomaron varias banderas, algunas de ellas con el

águila imperial; muchas cajas de guerras y una gran cantidad de fusiles, así como caballos,

mulos y alrededor de setenta y cinco prisioneros.

Los generales Florentino y Peña le salieron por la retaguardia a los haitianos en la

sabana de Jácuba y la mortandad fue terrible. A las cuatro de la tarde cesó el fuego y entonces

el general Valerio llevó al ejército haitiano hasta sus límites, el río de Dajabón. El saldo

lamentable de las tropas dominicanas, aunque parece increíble, fue de apenas 25 soldados,

entre muertos y heridos.

7.6. LAS ACCIONES DE CACHIMÁN Y EL PUERTO

Las acciones de Cachimán y El Puerto, efectuadas en los primeros días del mes de

febrero de 1856, constituyen los últimos intentos del ejército haitiano por ocupar territorios

correspondientes a la República Dominicana.

Un parte oficial enviado por el presidente de la República, general Pedro Santana, al

Ministro de Guerra, anuncia que encontrándose los haitianos entre El Puerto y Las Caobas,

no tan sólo ocupando esos puntos, sino con sus avanzadas posesionadas del Fuerte de

Cachimán, ordenó que un número considerable de tropas pasase a enfrentarlos, a fin de

hacerlos desalojar esos puntos.

212
En efecto, las tropas dominicanas marcharon con su acostumbrada decisión de atacar

esos puntos en los cuales se encontraban atrincherados los haitianos, quienes de haberlo

querido habrían podido ofrecer alguna resistencia, por las ventajas en número que llevaban.

Pero bajo la impresión del miedo que le habían causado en el pasado reciente las derrotas

sufridas a mano de los dominicanos, el enemigo, sin esperar ser atacado, emprendió

precipitadamente la fuga, abandonando el puesto de Cachimán. Los soldados dominicanos

se apoderaron del fuerte, pusieron fuego a las barracas, cuarteles y trincheras, y continuaron

su marcha persiguiendo al enemigo.

En el lugar conocido como El Puerto las tropas haitianas trataron de combatir,

confiadas en la superioridad que sobre el Ejército Dominicano le daba la naturaleza de su

posición, pero después de un corto tiroteo, los soldados dominicanos le asaltaron, y los

haitianos emprendieron de nuevo la fuga. Allí también se les destruyó todo lo que habían

construido: trincheras, cuarteles, ranchos…, y una vez concluido el objeto del destacamento

expedicionario, se hizo contramarcha, hasta llegar las tropas al cantón de Las Matas de Farfán

el 5 de febrero de 1856, sin novedad alguna.

El general Pedro Santana dispuso a partir del 6 de febrero de 1856 que las tropas

dominicanas realizaran rondas periódicas sobre las comunidades de Bánica, Hincha y Las

Caobas, de manera que no hubiese la más mínima oportunidad de que las tropas haitianas

pudieran asediar algún punto del territorio nacional o intentaran invadir nuevamente la

República Dominicana.

A partir de entonces no hubo más intentos de los sucesivos gobiernos haitianos de

invadir la República Dominicana para someterla a sus designios imperialistas o

213
expansionistas. Muy al contrario, en lo adelante se desplegarían esfuerzos conciliatorios de

paz o niveles de apoyo a causas nobles como aquellas desarrolladas por el patricio, general

Francisco del Rosario Sánchez entre mayo y julio de 1861 y los patriotas restauradores de la

soberanía nacional en acciones como la de febrero de 1863 en Sabaneta, el izamiento de la

bandera nacional el 16 de agosto de 1863 en el cerro de Capotillo y demás formas de

solidaridad expresadas durante la rebelión generalizada de los dominicanos contra la fatídica

anexión a España, llevada a cabo por el entreguista general Pedro Santana el 18 de marzo de

1861, a despecho del sentimiento nacionalista de la mayor parte de los sectores que

integraban al pueblo dominicano de entonces, y que culminaría con la vergonzante derrota

de las tropas realistas españolas y su posterior retiro del territorio dominicano el 11 de julio

de 1865.

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