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Castigos Eternos y Aislamiento Social.

Emilio del Barco

La prohibición de disidencia y la amenaza de castigos eternos, mantienen unidos


los sistemas de creencias. El “no matarás” islámico, como el cristiano, o el judío,
aunque sea condicional en la práctica, pues, excluye, explícitamente, los casos que
se consideren de justicia. Entre ellos, todos los que sean en defensa de la religión
propia. Es decir, no es igual matar a un creyente propio, que a un ‘infiel’: el resto de
la Humanidad. Semejantes valoraciones encuentran numerosos parangones en la
Biblia. Más bien, tienen en ella su fuente de vida.

Todo ser vivo tiene un punto de luz, que se ha de encontrar. De él depende, que su
luz se avive, siendo todo luz, o se apague, quedando en tinieblas. Cada acto
generoso, nos hace avanzar en nuestra marcha; toda acción egoísta, nos añade
peso en el camino.

Las prohibiciones son diversas para civilizaciones distintas. Entre musulmanes, está
prohibido tocar El Corán a quienes sean considerados impuros, tales como los
infieles. Tampoco podrá tocar el Libro Sagrado, quien no se haya lavado antes las
manos. Esto es válido en todas las religiones con escrituras sagradas. En la antigua
China, hombres y mujeres no podían andar por la misma acera. Con frecuencia,
algunas prohibiciones están faltas de toda lógica. Pretenden sólo fijar la potestad
de los jefes religiosos de hacerse obedecer. Estar presente en cada acto de la vida.

El valor eterno de las creencias, es relativo. Los textos sagrados, van cambiando,
paulatinamente, la prioridad de interpretación, en un sentido u otro. El
mandamiento de ‘no matar’ deja de aplicarse, tácitamente, en tiempos de guerra.
Cuando el difunto haya sido considerado enemigo de la doctrina juzgadora, el
asesino puede pasar, fácilmente, a la categoría de héroe.

Analizar las motivaciones que puedan inducir a describir las mismas acciones
como actos heroicos, criminales, o traicioneros, según sean sus creencias, o
proximidad a unos u otros, es prolijo. La unión del poder político con el religioso, ha
dado siempre lugar a la gestación de las peores dictaduras.

Sea cual fuere la religión de que se trate. A veces, ideas que han estado ahí, toda
la vida, tienen recodos que no habíamos visto, pero que, iluminados con luz nueva,
nos indican salidas de viejos laberintos.

Me temo, que los dioses tampoco son justos. No hay más que leer cualquier tratado
religioso, para comenzar a pensar que, lo más frecuente, en cuanto a juicios de
intenciones, es la parcialidad total. El disidente nunca tiene razón. Al menos,
siempre se le niega.

Todas las doctrinas imperialistas, han sido forjadas y justificadas con razones que
terminan en la sinrazón de la fe. De cualquier fe. El humano nunca es un juez
imparcial. Y, aún menos, si aduce razones de creencias. Emilio del Barco. 24/07/10

emiliodelbarco@hotmail.com

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