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Si
tienes la suerte de guardar recuerdos de la niñez seguramente te acuerdes de lo
largos que se hacían los veranos. Una vez entras en el agitado periodo de la
adolescencia, los meses y años todavía parecían mantener un compás lento. Y para
cuando pasas la veintena ya puedes aprovechar, que en un soplo llegarán los 30,
los 40 y los 50.
Así es la vida. Pasa tan rápido que ni siquiera somos conscientes, y mucho más en
un mundo hiperconectado en el que lo que sucedió ayer ya parece formar parte de
un pasado remoto. La ciencia ha dado respuesta a esta sensación tan amarga a partir
de una ley matemática descubierta en 1834 por Ernest Weber, pionero de la
psicología experimental. Se trata de una función logarítmica que atiende a dos
variables: la intensidad y la sensibilidad.
Los diez primeros años de vida de un niño pasan lentamente debido a que todavía no
está acostumbrado a ese concepto relativo llamado "tiempo", el cual establece una
división a partir de segundos, minutos, horas, días meses y años. Pero a
medida que va pasando, cuerpo y mente se van acostumbrando a este sistema
métrico. Una nueva investigación científica parece contradecir esta teoría, y apela
directamente a la edad de tu cerebro.
Adrian Bejan, profesor de ingeniería mecándica de la Universidad de Duke y autor del
estudio, sugiere que nuestra percepción de las experiencias vitales puede verse
alterada a medida que envejecemos, ya que el cerebro necesita más tiempo para
procesar nuevas imágenes mentales. Antes, cuando éramos más jóvenes, el
cerebro es capaz de adquirir muchísima más información en menos tiempo, lo que
producía la sensación de que los días pasaban más lentos.