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Me lo dijo el río…

Por Constanza Cabrera.

constanza.cabrera.d@gmail.com

"Cuando iniciamos la lucha contra Agua Zarca”, contaba la activista hondureña Berta Cáceres,
“yo sabía lo duro que iba a ser (...), pero también sabía que íbamos a triunfar, me lo dijo el río”.

Con estas palabras Bertita, como le decían sus más cercanos, se refirió a la extensa oposición
que ha protagonizado el pueblo Lenca de la Aldea Río Blanco, en el Departamento de Intibucá,
durante 10 años en contra de la instalación del Proyecto Hidroeléctrico Agua Zarca (PAHZ) en
el río Gualcarque y que después del asesinato de la ambientalista en 2016, la concesión de 50
años otorgada por el Estado a la empresa Desarrollo Energéticos S.A (DESA) para intervenir
el río, aún sigue en pie.

La ola de violencia y persecución que ha padecido el pueblo Lenca por defender “los bienes
comunes de la naturaleza”, tuvo repercusiones en su diario vivir. Nada de lo anterior podría
explicarse si no fuera por el Golpe de Estado ocurrido en 2009 que permitió una inaudita
apertura de venta de agua a través de la promulgación de la Ley General de Aguas,
estableciendo un nuevo marco regulatorio del “recurso hídrico” que se convirtió en la base para
las “concesiones a capitales extranjeros y nacionales”.

Desde Chile, la historia de Berta Cáceres parece aislada, pero no lo es. El Atlas Global de
Justicia Ambiental (EjAtlas por sus siglas en inglés) informa que existen más de 3 mil
conflictos socioambientales a nivel mundial relacionados a proyectos hidroeléctricos, mineros,
petroleros, nucleares, entre otros. De ellos, el 30% se concentra en América Latina y el Caribe
y 47 conflictos se registran en el territorio nacional.

Incansablemente activistas, abogad@s, geólog@s, antropólog@s e integrantes de pueblos


indígenas nos han advertido, en sus propias formas y términos, de las consecuencias para la
vida humana, flora y fauna de la actual explotación de recursos naturales, ligado a un sistema
económico que está provocando una aceleración del cambio climático sin precedentes. Pero
cuando las personas alzan la voz para proteger la tierra, muchos son amedrentados y en última
instancia asesinados: la defensa de los territorios costó la vida de 321 personas a nivel mundial
en 2018 según un informe de la ONG irlandesa Front Line Defenders, y el 77% de los casos
ocurrió en esta región.

Estas cifras no son casuales y tienen relación con los procesos políticos y sociales que
atraviesan los países en esta región, las legislaciones débiles o insuficientes en torno al clima,
la desprotección que enfrentan los defensores (especialmente de esta parte del mundo) y las
constituciones (sobre todo las que se gestaron durante dictaduras militares) y los ordenamientos
jurídicos que derivan de ellas. En el caso particular de nuestro país, el modelo de desarrollo
basado en el Estado Subsidiario establece que la actividad económica la desarrollan y deciden
los privados y por ende en la actualidad “no existe ningún instrumento legal para frenar el
desarrollo de cualquier actividad económica”, como lo explicó la académica de la Facultad de
Derecho U.Chile, Pilar Moraga.

Por ejemplo el Código de Aguas (establecido en 1981), reconoce al agua como un bien nacional
de uso público y al mismo tiempo, como un elemento que puede ser mercantilizado por
privados, lo que genera un impacto en su distribución y agrava los escenarios de escasez y
sequía hídrica. La legislación de aguas vigente tiene una lógica de abundancia y no está pensada
para el escenario actual de crisis climática.

Las campañas generadas desde el gobierno no son lo suficientemente profundas ante la


emergencia hídrica, responsabilizan el ahorro de agua a la vida diaria de las familias y sí, las
acciones individuales pueden ser fundamentales desde la perspectiva de la educación para
prepararnos en escenarios con menos agua (adaptación), pero se tiene que traducir en políticas
públicas que se hagan cargo de una situación que es cambiante, como lo explicó el Dr. Rodrigo
Fuster en el módulo cuatro.

Entonces, en cuanto a la interrogante sobre el ODS N°13 que señala que “los gobiernos, el
sector privado y la sociedad civil deben actuar de manera coordinada”, uno de los mecanismos
que podría utilizarse para contribuir a ese objetivo es la redacción de una nueva constitución
que establezca que la propiedad privada y la libertad económica no estén por sobre “el derecho
a vivir en un medioambiente libre de contaminación”.

Para eso, diferentes personas deben ser parte de la discusión constituyente, para que no haya
un desequilibrio de derechos: comunidades, organizaciones, expertos y pueblos originarios
deben estar sentados a la par para discutir en el devenir del país y asegurar el futuro de los que
están por nacer.

Un desarrollo sostenible que satisfaga las necesidades del presente, pero al mismo tiempo que
proteja el sistema de soporte vital de la tierra. Se deben generar transformaciones profundas
que cuenten con la participación de distintos actores sociales y el respaldo a la comunidad
científica con financiamiento para que sigan investigando y generando conocimiento, porque
el saber liberará a los pueblos de la ignorancia.

Han transcurrido cuatro años desde la muerte de Berta Cáceres y su ausencia nos lleva a
refugiarnos en la memoria. Berta Cáceres, la lideresa Lenca, vive en todas las almas de los
hondureños, en cada acto de resistencia, en cada río, mientras sus compañeros siguen luchando
contra el proyecto hidroeléctrico que se encuentra detenido, pero que puede volver a reactivarse
a futuro.

Al igual que el pueblo Lenca, muchos defensores de esta región se encuentran disputando sus
territorios. Pero Latinoamérica, ese continente saqueado y magullado por la historia va triunfar.
Me lo dijo el río.

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