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CIENCIA Y TECNOLOGÍA

Lo tengo en la punta de la lengua: cómo y dónde almacenamos las palabras


Las palabras se organizan en redes: cuando aprendemos una nueva, no se queda aislada
en medio del cerebro, sino que se coloca en su sitio y establece vínculos con otras
unidades léxicas que ya estaban en nuestra memoria.

Mamen Horno
02 octubre 2019

A mediados del siglo XX, los pocos investigadores que se preguntaban sobre cómo se
almacenan las palabras en nuestro cerebro pensaban en un listado a modo de diccionario en
el que se vinculaban los sonidos o las letras con los significados. Esa es la imagen que
muchos todavía tienen sobre cómo se guarda el léxico en nuestra memoria. A partir de la
década de los ochenta, sin embargo, las investigaciones de autores como Aitchison
descubrieron que la realidad es muy diferente.
Por lo que sabemos, las palabras, lejos de formar listados, se organizan en múltiples redes.
Una gran tela de araña que hace que cuando escuchas o piensas en una palabra concreta
(por ejemplo, camión), detrás, como tiradas por hilos mágicos, asoman otras: las del hilo
del significado (tráiler, furgoneta, autopista), las del hilo de los sonidos (jamón, talión,
cañón), las del hilo cultural (Loquillo, feliz, pecho, tatuado), las de los hilos que han creado
nuestras experiencias personales... Esto explica lo que nos pasa cuando tenemos una
palabra en la punta de la lengua y nos van viniendo otras que no son, pero que se relacionan
con ella de una u otra manera: a esta la trae el hilo del sonido, a esta otra el del
significado...
Esta red explica también que, cuando aprendemos una palabra, esta no se queda aislada en
medio del cerebro, sino que se coloca en su sitio y establece vínculos con otras unidades
léxicas que ya estaban en nuestra memoria. La nueva pieza se une firmemente a otras y son
precisamente estos enganches los que afianzan el aprendizaje. De ahí que cuantas más
palabras tengamos, más sencillo resultará aumentar nuestro vocabulario.
Claro que en nuestras telas de araña mentales no todas las palabras son iguales. En un
trabajo reciente, Stella y sus colaboradoresencontraron que algunas forman una red tan
densa que todas ellas están relacionadas entre sí directa o indirectamente en cada uno de los
niveles estudiados. Estas palabras hiperrelacionadas normalmente las hemos aprendido
pronto (antes de los siete años), su uso es más frecuente y son más rápidamente
identificadas en las tareas de laboratorio. Tiene sentido. Como decíamos antes, aprender
palabras significa crear relaciones.
Por tanto, cuanto antes hayamos aprendido una palabra, más tiempo habrá tenido para
entablar relaciones y más fácil será que acuda a nuestra mente al hablar. Por eso son más
frecuentes y presentan tiempos de reacción más rápidos en el laboratorio (se reconocen
antes). Y aún hay más: según el estudio de Cuetos y colaboradores, estas unidades son las
más resistentes al olvido, por lo que son las últimas en desaparecer en los procesos de
degeneración neuronal (por vejez o por demencia). Moraleja: si tienes una gran red densa
de palabras en tu cerebro, estarás más protegido para afrontar la vejez sin olvidar las más
frecuentes.
Hasta aquí hemos hablado de cómo se almacenan las palabras en el cerebro. Hablemos
ahora de dónde están. Para contestar a esta pregunta, tenemos que reformularla en dos
sentidos. En primer lugar tenemos que decir que, en neurociencia, no se trata de encontrar
las palabras dentro del cerebro, sino los circuitos neuronales que utilizamos cuando usamos
las palabras. Para ello, nos servimos de las técnicas de neuroimagen que muestran las
neuronas en funcionamiento cuando el sujeto realiza una determinada actividad. En
segundo lugar, debemos saber que los circuitos que vamos a utilizar no son los mismos
siempre, sino que dependerán de las palabras en concreto que estemos procesando.
Durante siglos, las palabras se consideraron elementos simbólicos, materia prima del
pensamiento abstracto, que se vinculaban a la realidad solo indirectamente. Sin embargo,
distintas pruebas de laboratorio presentan un panorama distinto. Por lo que parece, procesar
una palabra implica poner en marcha un proceso de simulación por el que hablar es, más
que nunca, “simular que vivimos”.
Pondré algunos ejemplos que recoge Valenzuela: el procesamiento de palabras que
expresan movimiento pone en funcionamiento las mismas redes neuronales del córtex
motor que usamos cuando realmente nos estamos moviendo. De hecho, se activarán
concretamente las neuronas que activan los músculos implicados en cada caso (los de la
mano en golpear, los del pie en andar, etc.). Del mismo modo ocurre cuando procesamos
palabras de la percepción visual como mirar (que activa el córtex visual), de la olfativa
como oloroso (que activa el córtex olfativo), etc. La pregunta sobre dónde están las
palabras tiene una respuesta sorprendente: las neuronas que las procesan son las mismas
que utilizamos al experimentar lo que las palabras cuentan.
El lenguaje es maravilloso. Racimos de palabras han colonizado nuestro cerebro y al pensar
en ellas nuestras neuronas simulan estar viviendo. Tenemos suerte. Gracias a las palabras,
podemos tener mil vidas.

Mamen Horno
(Madrid, 1973) es profesora de lingüística en la Universidad de Zaragoza y
miembro del grupo de investigación de referencia de la DGA
Psylex. En 2002 publicó el ensayo 'Lo que la preposición esconde' (Prensas
Universitarias de Zaragoza).

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lengua-como-y-donde-almacenamos-las-
palabras?fbclid=IwAR0bzywJfzzAG9hGCU5Jvxij_wQr9G44Z7CO5GNGB9vzOGL99Dd
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