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-Porque yo –contestó Daniel- no adoro a un ídolo hecho por los hombres sino
al Dios vivo. Creador del cielo y de la Tierra.
El rey replicó:
-¿Y tú crees que no vive el dios Bel, que todos los días come y bebe? A lo que
respondió Daniel sonriéndose:
-No vivas engañado, oh rey. Bel es de barro por dentro y de bronce por fuera,
y no come nunca.
Eran los sacerdotes de Bel setenta y no les preocupó la amenaza del rey,
porque estaban persuadidos de que ninguno conocía sus secretos. Así que
contestaron tranquilos:
-Nosotros saldremos del templo y tú, oh rey, harás poner en él las ofrendas y
cerradas las puertas, las sellarás. Si a la mañana siguiente Bel no lo hubiese
comido, nos matarás a todos, y si acontece lo contrario, morirá Daniel.
Llamó entonces Darío a los sacerdotes y les obligó a que le revelasen dónde
estaba el paso secreto por el que penetraban durante la noche en el templo
para llevarse y comerse las ofrendas. E indignado, los condenó a muerte. Y
entregó el ídolo al poder de Daniel, que lo destruyó junto con el templo.
Daniel y el dragón
-No negaré que vive, pero sí que sea Dios. Si tú me lo permites lo mataré sin
palo ni espada.
Consistió el rey. Tomó entonces Daniel pez, sebo y pelos, hizo cocer todo esto
en una olla y luego que estuvo cocido lo echó en la boca del dragón que murió
inmediatamente.
Habacuc y el ángel
Pero Dios no abandona jamás a sus fieles siervos. Vivía en Judea un hombre
llamado Habacuc, el cual había preparado la comida para sus segadores y se la
llevaba al campo.
Al llegar el séptimo día, el rey fue a la fosa de los leones a llorar la muerte de
Daniel, pero con gran admiración le encontró sentado tranquilamente. Lo
mandó sacar y dio orden que se arrojara en él a los autores de la sedición,
devorándolos al instante las fieras.
El rey publicó después la siguiente ley: Adoren todos mis súbditos al Dios de
Daniel. Dios salvador, que hace grandes prodigios maravillas sobre la Tierra.