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Profetas 15 de Abril 2020
Profetas 15 de Abril 2020
Quizás podamos fechar durante su reinado la profecía de Nahún. Sus pocas páginas
contienen no sólo la condena de Nínive, capital de los asirios, sino también la crítica
velada a la política asirófila de este rey. Pero es a finales del siglo VII cuando volvemos
a encontrar un grupo de grandes figuras: Sofonías, Habacuc, Jeremías.
Los profetas que vamos a estudiar (sobre todo Jeremías) se mueven en dos períodos
muy distintos, separados por el año 609, fecha de la muerte del rey Josías. Los años
que preceden a este acontecimiento está marcados por el sello del optimismo: la
independencia política con respecto a Asiria abre paso a una prosperidad creciente y a
una reforma religiosa. Los años que siguen constituyen un período de rápida
decadencia: Judá se verá dominada primero por Egipto, luego por Babilonia.
1.- AMÓN
(642-640)
2.- JOSÍAS
(640-609)
3.- Joacaz 4.- JOAQUÍN 6. SEDECIAS
(3 meses) (609-598) (597-586)
5.- Jeconías
(3 meses)
Los números indican el orden en que reinaron. Joacaz, Joaquín y Sedecías eran
hermanos. Joacaz y Jeconías aparecen en minúsculas dada la brevedad de su reinado.
La muerte de Manasés (año 642) abrió un período de crisis en la historia de Judá. Este
rey despótico, cruel e impío había gobernado durante 55 años, siguiendo una política
asirófila. Su sucesor, Amón, fue asesinado dos años más tarde (640). Entonces, un
sector de la población salva a la monarquía matando a los conspiradores y nombrando
rey a Josías, hijo de Amón, que sólo cuenta 8 años de edad (cf. 2R 21,23s).
Josías está en desacuerdo con la situación que le ha legado su abuelo Manasés. Hacia
el 632 comienza una reforma que culminará 10 años más tarde con el "descubrimiento
del libro de la Ley" (consultar las reformas hechas en 2R 23,4-24 y 2Cro 34-35).
Posiblemente, hacia el 626-625 tuvo lugar la invasión de los escitas (pueblos bárbaros
de la franja oriental de Europa y occidental de Asia). Por otra parte, medos (Media era
una provincia asiria en Asia) y babilonios están decididos a terminar con Asiria. Así lo
hacen y, con ello, la gran potencia que había deportado a Israel y dominado a Judá
durante un siglo, desaparece de la historia. Judá no podrá celebrarlo; el año 609 muere
Josías en la batalla de Meguido (2R 23,29s). Esta derrota supone el fin de un breve
período de esplendor. Comienza el "viaje de un largo día hacia la noche".
Al morir Josías, el pueblo nombra rey a su hijo Joacaz. Su gobierno dura sólo tres
meses. El faraón Necao lo destituye, impone a Judá un tributo y nombra sucesor a
Joaquín (Yoyaquim), hombre despótico, incrédulo, que se ganaría la animadversión del
pueblo y, sobre todo, del profeta Jeremías.
Los primeros años de Sedecías transcurren en calma. Pero en el 588 niega el tributo.
Nabucodonosor declara la guerra y asedia Jerusalén. Tras año y medio de resistencia,
la capital se rinde (19 de julio del 586). Sedecías y los jefes militares huyen, pero son
capturados en Jericó y llevados a la presencia de Nabucodonosor que manda ejecutar a
los tres hijos de Sedecías; a éste lo ciega y lo destierra a Babilonia (2R 25,1-7). Un mes
más tarde tiene lugar el incendio del templo, del palacio real y de las casas; las murallas
son derruidas y se produce la segunda y más famosa deportación.
2.2. Sofonías
La extensa genealogía del comienzo del libro, significa que el redactor quiere liberar al
profeta de toda sospecha de ascendencia extranjera, por eso se remonta hasta su
bisabuelo y agrega tres nombres de claro contenido yahvista (Godolías, Azarías,
Ezequías). Parece, entonces, que Sofonías era judío, predicó en Jerusalén y actuó
durante el reinado de Josías (639-609), de acuerdo con el título del libro (1,1).
Cuando sube al trono Josías (639), Judá necesita una seria reforma desde todos los
puntos de vista: político, social, religioso. Fue Sofonías quien promovió ese cambio.
Dado que su predicación ataca el sincretismo religioso (1,4-5) y amenaza con el castigo
a Nínive (3,13-15), parece justo situar su actividad en los primeros años de Josías, entre
el 639 y el 630. Hay otro hecho significativo: cuando se descubre el Libro de la Ley (622)
y Josías decide consultar a un profeta a propósito de su contenido (cf. 2R 22), no será
Sofonías el consultado, sino la profetisa Julda. Esto hace suponer que para el 622
Sofonías ya había muerto.
2.3. Habacuc
El redactor omite el lugar de nacimiento, el nombre del padre y el período en que este
profeta vivió. Este desarraigo del lugar de origen, la familia, la época, es bien curioso,
porque el profeta aparece en sus páginas como un hombre profundamente enclavado
en la historia. De tal manera, este olvido parece casi voluntario y adquiere una
significación: este hombre, superando su momento histórico, se sumerge en la
problemática de la historia en cuanto tal y de la acción de Dios en ella.
5.4. Jeremías
Aparentemente es el profeta del cual tenemos más datos. Muchos textos nos hablan de
las vicisitudes por las que pasó. Además, no se limitó a transmitir la Palabra de Dios,
sino que también dejó su palabra, sus dudas, inquietudes y temores. De este modo, su
personalidad aparece como una de las más sugestivas del Antiguo Testamento.
El título del libro (1,1), indica que Jeremías era hijo de Jelcías, "de los sacerdotes
residentes en Anatot". Pero Jeremías nunca actuó como sacerdote. Todavía joven
recibió la vocación profética (1,4-10). No se siente atraído por ella. Como Moisés, siente
miedo, se considera incapaz y no preparado. Pero Dios no admite excusas y
encomienda a su mensajero la tarea más difícil: transmitir su palabra en unos años
cruciales y trágicos de la historia de Judá. La introducción del libro afirma de manera
indiscutible que su actividad comenzó en el año trece del reinado de Josías (1,2; 25,3).
Es frecuente fechar su vocación en el año 627/626, lo que supone unos dieciocho años
de actividad durante el reinado de Josías, que murió en el 609.
Al reconstruir la actividad del profeta en esta época, conviene recordar que su vocación
ocurrió durante la reforma religiosa y política de Josías, que comienza tímidamente en el
año 632 y que culminará en el 622 con el descubrimiento del libro de la Ley.
Desde el punto de vista religioso, el Reino del Norte fue siempre muy adicto a los cultos
cananeos, como lo demuestran los relatos del profeta Elías (1 R 18-19) y el libro del
profeta Oseas. Esto implica un abandono de Dios, un cambiar las fuentes de aguas
vivas por aljibes agrietados (2,13). El problema religioso lo trata Jeremías sobre todo en
los capítulos 2-3, donde habla del pecado y la conversión.
Para exhortar al pueblo a la conversión, ese mismo año dicta a su secretario Baruc las
antiguas profecías y las últimas palabras recibidas del Señor, a fin de que las lea en el
templo. El volumen será leído tres veces: ante el pueblo, ante las autoridades, ante el
rey. Pero Joaquín, a medida que lo escucha, va rompiendo el escrito y tirándolo al
fuego. Luego manda arrestar al profeta y a su secretario, pero consiguen escapar y
permanecen ocultos (cap. 36).
Es mucho más importante y necesario resumir la predicación del profeta en estos años.
Dios está descontento de Judá y Jerusalén. Se trata de un pueblo pecador (9,1-10). Si lo
examinamos a fondo, nadie permanece fiel al Señor (cap. 5-6). Por eso invita
continuamente a convertirse (7,3; 25, 3-6; 36,7). De lo contrario, tendrá lugar un castigo
terrible: habrá una invasión enemiga (cap. 4), el templo y la ciudad quedarán desolados
(7,1-15). Jerusalén será como una vasija que se rompe (cap. 19).
En estos años, Jeremías denuncia con especial fuerza el olvido de Dios, que se
manifiesta en el rechazo de los profetas (5,12-13; 6,16-17) y de su palabra (6,10); en el
falso culto (6,20; 7,21-28) y en la falsa seguridad religiosa (7,1-15); en la idolatría,
concretada en el culto a la Reina del Cielo (7,16-20), a Baal y a Moloc (7,29-34; 19,3-5);
en las injusticias sociales (5,26-28; 12,1-5), de las que es especialmente responsable el
rey (22, 13-19); en las falsas seguridades humanas, el poder y el dinero (17,5-13).
Para el profeta, los principales responsable de esta situación calamitosa son las
personas importantes (5,5), el rey (21,11-12; 22,13-19), los falsos profetas (14,13-16;
23,9-22) y los sacerdotes (6,13; 23,11).
Esta situación es intolerable para Dios y atrae el castigo. Así ocurrió en el 597, cuando
Nabucodonosor deporta a un número considerable de judíos, entre ellos Jeconías,
sucesor por poco tiempo de Joaquín. En este momento se sitúan las palabras del
profeta contenidas en 22,24-30 y quizá también 13,15-19.
Los primeros años son relativamente tranquilos desde el punto de vista político. Pero se
debate en ellos un grave problema religioso: el de los desterrados. La deportación del
597 ha causado profundo impacto. Ha quedado claro que Dios no defiende a su pueblo
de forma incondicional. Esta verdad, tan dura para un judío, intenta suavizarse con una
escapatoria: los desterrados no constituyen el verdadero pueblo de Dios, son los
culpables de la situación precedente, son impíos. Por el contrario, los que permanecen
en Jerusalén y Judá son los buenos, aquellos en los que Dios se complace.
Jeremías sale al paso de esta interpretación, tan simplista como injusta, en la visión de
los dos cestos de higos (cap. 24; cf. 29,16-20). Simultáneamente dirige una carta a los
desterrados (cap. 29), advirtiéndoles que el exilio será largo, que deben vivir
normalmente y aceptar su destino.
El año 593 está a punto de producirse un nuevo cambio. En Jerusalén se celebra una
conferencia internacional para unir fuerzas contra Babilonia. El profeta se opone a la
coalición, convencido de que Dios ha entregado el dominio del mundo a
Nabucodonosor. Para transmitir su mensaje utiliza la famosa acción simbólica del yugo
(cap. 27-28). No sabemos los motivos por los cuales Sedecías rechazó la idea de
rebelarse (¿influencia de Jeremías?). Pero cinco años más tarde (588), presionado
quizá por el partido egiptófilo, niega el tributo a Babilonia, lo cual provoca el asedio
inmediato de Jerusalén por parte de Nabucodonosor.
Durante los acontecimientos que van desde el 5 de enero del 587 hasta el 19 de julio del
586 (año y medio de asedio), Jeremías es encarcelado una vez más, acusado de traidor
a la patria (37,11-16), e incluso se pondrá en grave peligro de muerte (38,11-13).
Durante esta etapa tiene lugar la compra del campo a su primo Hanamel (cap. 32).
Desde el patio de la guardia sigue animando la rendición. No tiene éxito y se produce la
caída de la ciudad (39,1-10).
El 19 de julio del 586, tras abrir brecha en las murallas, entran los jefes babilonios y
dividen al pueblo en tres grupos: los que quedarán libres, los que serán deportados y los
que deben ser juzgados personalmente por Nabucodonosor.
La conversión abarca para Jeremías aspectos muy diversos: cultuales, sociales, cambio
de mentalidad y de actitud. Pero no debemos olvidar el más duro, el que le causó
mayores persecuciones: el político. Aceptar el yugo de Nabucodonosor fue para el
profeta el signo más evidente de vuelta al Señor y de reconocimiento de su voluntad.
Como en todos los profetas anteriores al destierro, la llamada a la conversión va unida
en Jeremías al anuncio del castigo en caso de que el pueblo no cambie.
Reducir el movimiento profético en el siglo VII a los tres personajes anteriores, resulta
injusto. Es muy posible que, especialmente en el reinado de Josías, haya habido
personajes anónimos, trabajadores incansables, incluso grandes creadores, a los que
debamos grandes avances en la redacción de los libros proféticos.
Muchos autores sitúan en este momento la redacción del que llegaría a ser un gran
texto mesiánico, Is 8,23-9,6. Su anuncio de liberación, de final de guerra y opresión, su
esperanza de un reino de paz y de justicia, encajan muy bien en este período. Es quizá
en este momento cuando el "Memorial de la guerra siro-efraimita", dejado por Isaías,
adquiere un colorido nuevo, exaltando la figura del Emmanuel, que podríamos identificar
con Josías.
En relación con las ansias de reunificación de las tribus del Norte y del Sur (tema tratado
a propósito de la época de Jeremías), se entiende muy bien Os 2,1-3.
Es posible que en el siglo VII se hayan añadido a los oráculos auténticos de Amós,
algunos oráculos contra países extranjeros (Damasco, Filistea, Amón, Moab) y otros
textos (2,8-12; 3,1-8; 3,13-15; 4,4-13; 5,21-27; 6,8-14), las cuatro primeras visiones y el
relato biográfico sobre el enfrentamiento de Amós con Amasías (7,1-8,3).
Se puede decir que el estadio más genuino de Amós, sus oráculos auténticos, estaban
dirigidos a un público concreto, expresados en forma directa e irónica y aparecían como
autónomos. En un estadio posterior de redacción y, casi seguramente en esta época,
sufrió muchos retoques y añadidos.
Revela claras huellas de redacción judía. Ya en el capítulo primero, al hablar del nombre
de la hija, "incompadecida", añade una glosa: "Pero de Judá me compadeceré y lo
salvaré, porque soy el Señor, su Dios. No lo salvaré con arco, ni espada, ni batalla, ni
caballos, ni jinetes" (Os 1,7). Esta frase no encaja en el texto original y es difícilmente
imaginable en un profeta del Norte. En el capítulo 3, también tenemos un verso de
origen judío, que habla de la vuelta de los israelitas "al Señor, su Dios, y a David, su rey"
(3,5).
Es difícil datar este texto, pero quizá debamos atribuirlo a la época de Josías, como
propaganda religiosa en favor de la reunión del Norte y del Sur. Otros indicios de
redacción judía quizá se encuentren en 4,5 y 12,1.
Es posible que durante la época de Josías hayan sufrido procesos de reelaboración las
colecciones isaianas. En todo caso, lo que sí es cierto es que el mensaje de los profetas
era releído y reinterpretado en siglos posteriores.
TRABAJO DE LOS ESTUDIANTES PARA EL CURSO DE PROFETAS
MIÉRCOLES 15 DE ABRIL DE 2020
GRACIAS