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A.G. Howard, 3# Ensnared PDF
A.G. Howard, 3# Ensnared PDF
Traductoras
Nikky Marie.Ang Fany Stgo.
Sofía Belikov Josmary Jasiel Odair
Alessandra Wilde Elle Andreeapaz
Miry GPE Vane hearts Mary
Jane KarlaSt Adriana Tate
Beatrix Zafiro Vani
Val_17 Lauu LR Jenni G.
Sandry MaJo Villa
Correctoras
Amélie. Paltonika Sofía Belikov
Laurita PI Daniela Agrafojo Mary
Helena Blake Miry GPE Fany Stgo.
Mire Jasiel Odair Sandry
NnancyC Elle SammyD
Marie.Ang Kora Melii
Jane Adriana Tate
Una vez pensé que los recuerdos eran mejor dejarlos atrás…
Relojes de bolsillos paralizados que podrías volver a ver por valor
sentimental, pero era más una indulgencia que una necesidad. Eso fue
antes de que me diera cuenta que los recuerdos podrían ser la clave
para avanzar, para recuperar el destino y el futuro de todos los que
amas y atesoras más que a nada en el mundo.
Me encuentro afuera de la brillante puerta roja de una habitación
privada en el tren de los recuerdos. Thomas Gardner está grabado en la
placa extraíble insertada dentro de los soportes.
—Una innecesaria formalidad, ya que él está aquí en carne y
hueso —dijo el conductor, un escarabajo alfombrado aproximadamente
de mi tamaño, cuando primero pedí la placa de identificación. Le
disparé una mirada furiosa, luego insistí que hiciera lo que le pedí.
Ahora, mientras presiono mi frente con fuerza contra el latón,
dejando que el metal relaje mi piel, considero el nombre de papá, lo
mucho que significa más de lo que alguna vez pude haberme
imaginado… como él en sí mismo es más de lo que alguna vez pude
haber soñado.
Casi lo seguí dentro de la habitación cuando llegamos. Se
encontraba tan débil, incluso antes de que hubiéramos aterrizado en
Londres.
¿Quién no lo estaría? Reducido al tamaño de un insecto, volando
por el océano en la parte de atrás de una mariposa monarca. Todavía
puedo saborear el residuo del aire salado. Al amanecer, cuando papá
comenzó a aceptar que en realidad estuviéramos cabalgando en
mariposas, nos deslizamos a través de un agujero en la base de un
puente gigante de hierro y aterrizamos al lado de un tren de juguete
oxidado en un túnel subterráneo. El hecho de que fuéramos lo
suficientemente pequeños para entrar en el tren hizo que los ojos de
papá se agrandaran, pensé que se saldrían de su cara.
Quiero protegerlo, pero no es débil. No lo trataré como si lo fuera.
Ya no más.
Tenía nueve años, sólo dos años mayor que Alice, cuando
deambuló por el País de las Maravillas y fue atrapado por una peligrosa
araña guardiana, sin embargo, de alguna manera sobrevivió. Mejor
enfrentaba ese recuerdo solo. De otra manera, podría intentar
protegerme. Y no necesito protección más de lo que él la necesita.
Hizo falta que me volviera loca para ganar mi perspectiva. Si eso
es lo que se necesita para mi papá, también, que así sea.
Las puntas de mis dedos tiemblan cuando trazo las letras: T-h-o-
m-a-s. Papá descubrirá su verdadero nombre hoy, no el que le dio su
mamá. Todas las revelaciones, todas las monstruosidades que vivió
cuando era niño, esas experiencias nos llevarán a CualquierOtroSitio, el
mundo del Espejo donde los exiliados del País de las Maravillas están
desterrados. Una cúpula de hierro lo cubre, manteniéndolos prisioneros
y deformando de alguna manera su magia, deberían usarla mientras
están adentro. Los caballeros Rojos y Blancos siguen vigilando las dos
puertas de CualquierOtroSitio.
Mis propios caballeros, Jeb y Morfeo, están atrapados allí. Un
mes ha pasado desde que fueron tragados. Quiero creer que todavía
están vivos.
Tengo que hacerlo.
Y luego está mamá, varada en un País de las Maravillas en
ruinas, de rehén de la misma araña rencorosa, criatura que una vez
tuvo a papá en su telaraña en cautiverio. La madriguera del conejo y el
portal hacia el reino del Inframundo, han sido destruidos por mi mano.
CualquierOtroSitio es la única forma de entrar ahora.
Estamos en una misión de rescate, y los recuerdos de papá es la
clave para todo.
Arrastro mis pies embarrados de lodo a lo largo de las baldosas de
color rojo y negro, dirigiéndome hacia el asiento del copiloto. Mis
músculos duelen por cabalgar a una mariposa monarca durante
veinticuatro horas. Nos habría llevado mucho más tiempo si no
hubiéramos sido cogidos por una tormenta y alzados varios metros en el
aire, cubriendo cientos de kilómetros en cuestión de minutos, una loca
cabalgada que mi papá y yo no olvidaremos pronto.
Mi cabello adorna mis hombros en un desordenado enredo de
rubio platino, lacio por la lluvia. La maraña es apropiada, ya que así es
como me siento por dentro: caótica, además agotada. La mitad
Inframundo de mi corazón se hincha para liberarse de las emociones
humanas atrapadas allí. No habrá tregua hasta que hayamos
encontrado a mis seres queridos y hecho las cosas bien en el País de las
Maravillas.
Incluso en ese entonces, sé que ninguno de nosotros jamás será
el mismo de nuevo.
Media docena de criaturas extrañas ocupan los asientos de vinilo
blanco. No están esperando para reunirse con los recuerdos perdidos.
Están aquí porque también están varados. Ya que la madriguera del
conejo se ha ido, no tienen forma de regresar al País de las Maravillas,
su casa.
Una criatura es un pálido humanoide con la cabeza en forma de
cono, cuyo cráneo se abre esporádicamente para que ella pueda discutir
con una versión suya más pequeña. Luego, la versión más pequeña de
su cráneo se abre para revelar uno incluso más pequeño. El más
pequeño es un hombre con una larga nariz. Golpea su homóloga
femenina con un rodillo de cocina pequeñito antes de esconderse de
nuevo. Es como ver una versión horripilante de mamushka1 de Punch y
Judy, un programa de marionetas de época que estudié durante las
clases de drama en la escuela.
Los otros dos pasajeros son duendes, y me pregunto si eran parte
de un grupo que conocí el año pasado en el cementerio del País de las
Maravillas. Se ven diferentes sin sus cascos de mineros: con cabezas
calvas y escamosas con mechones de cabello plateado. Una bolsa de
plástico suena entre ellos mientras toman turnos para tirarle
cacahuetes a la criatura con cabeza de cono incitando más discusiones.
Los rabos de los duendes se crispan y sus rostros de mono-araña
se distorsionan en expresiones estudiosas cuando me encuentro con
sus miradas plateadas. No tienen pupilas o iris, y sus pestañas
parpadean verticalmente como cortinas de teatros.
Se susurran el uno al otro cuando ahueco una mano sobre mi
nariz, para suprimir el hedor a carne podrida que rezuma de la baba
plateada de sus pieles.
—Alice, habladora brillante —dice uno en una voz entrecortada,
cuando entro en una distancia audible—. ¿No ostlay isthay esta vez?
El dialecto es una extraña mezcla de latín de los cerdos2 y sin
sentido. Quiere saber si estoy perdida esta vez.
1 Las mamushkas son unas muñecas tradicionales rusas creadas en 1890, cuya
originalidad consiste en que se encuentran huecas por dentro, de tal manera que en
su interior albergan una nueva muñeca, y ésta a su vez a otra, y ésta a su vez otra, en
un número variable que puede ir desde cinco hasta el número que se desee.
2El latín de los cerdos es un juego con el idioma inglés, donde se invierte el principio
de la palabra según las reglas y se agrega “ay” al final.
—No es Alice, estúpideto —murmura el otro antes de que yo
pueda responder—. Y sólo los filósofos ostlay aquí. Los filósofos y
omentsmays.
Continúo por el pasillo, demasiado absorbida en mis problemas
como para entablar una conversación con alguien.
El escarabajo conductor garabatea algo en un portapapeles
mientras habla con los últimos tres pasajeros. Éstos son redondos y
peludos, con ojos anclados a las coronillas, altas y rizadas, que se ven
más como orejas de conejos que las cuencas de los ojos. Me observan
cuando paso, sus pupilas se dilatan con cada rotación de sus orejas.
El más gordo estornuda en respuesta a la pregunta que le hace el
conductor, y una nube de sucio sale de su piel.
—Condenados conejos sucios —brama el escarabajo, y arrastra
una aspiradora desde una funda en su cintura, procediendo a aspirar el
sucio de su piel alfombrada.
Me acomodo en un asiento desocupado en la fila del frente y me
encorvo cerca de una ventana, esperando por el conductor. Se suponía
que chequeara o algo así, los recuerdos que necesito ver. No son míos.
Estaré espiando los momentos perdidos de alguien más.
Mamá se sintió culpable por visitar los recuerdos perdidos de
papá a sus espaldas. Su sabiduría me hace cautelosa. Pero aquella
cuya mente estaré violando no merece mi respeto. Es despiadada y
vengativa. Casi robó mi cuerpo, y se las arregló para destrozar mi vida y
la mayoría del País de las Maravillas.
Morfeo siempre dice que todo el mundo tiene una debilidad. Si él
estuviera aquí, me diría que encontrara la suya, así cuando la enfrente
de nuevo pueda aplastarla.
Mi intención es hacer justamente eso.
La aspiradora del escarabajo alfombrado chilla, sofocando la
discusión, los estornudos y los mandatos a callar a mí alrededor. Me
echo hacia atrás y levanto la mirada hacia los candelabros hechos de
luciérnagas, cada una de la mitad del tamaño de mi brazo, unidas por
arneses de latón y cadenas. Los brillantes insectos agachados y
sumergidos, pintando pinceladas de color amarillo claro a través de las
paredes de terciopelo rojas. Inclino mi cabeza para mirar por la
ventana. Más luciérnagas iluminan la oscuridad, rodando por el techo
del túnel como ruedas de la fortuna brillantes.
Suprimo un bostezo. Estoy exhausta, pero demasiada
emocionada como para cerrar los ojos. Pareciera que no puedo
establecerme en el tiempo y lugar. Ayer mismo, me encontraba en una
mesa en el patio soleado del manicomio, engañando a mi papá para
comer un champiñón que lo encogería. Eso parece que fue hace una
eternidad atrás, pero no casi tan atrás como ha sido desde que abrecé a
mamá… discutí con Morfeo… besé a Jeb. Extraño el olor de mamá,
cómo huele después de trabajar en el jardín, como a tierra removida y
flores. Extraño la forma en que el ojo adornado con piedras preciosas de
Morfeo brilla a través de un arcoíris de emociones cuando me reta, y
extraño la expresión guardada que Jeb siempre solía usar cuando
pintaba.
Las cosas más insignificantes que una vez tomé por sentadas se
han convertido en tesoros invaluables.
Mi estómago gruñe. Papá y yo no hemos desayunado, y mi cuerpo
me dice que es la hora del almuerzo. Meto mi mano en el delantal atado
sobre mi bata de hospital cubierta con una capa de lodo tiesa, y ruedo
los champiñones que quedan entre mis dedos. Estoy lo suficientemente
hambrienta como para considerar comerme uno, pero no lo haré. La
magia en ellos que nos hace lo suficientemente pequeños como para
cabalgar mariposas nos harán grandes una vez que terminemos aquí.
Necesito preservarlos.
Mi contorno se refleja desde el cristal de la ventana: vestido azul,
delantal blanco, cabello rubio hecho polvo con una mecha de color
carmesí por un lado.
El primer duende tenía razón. Soy la personificación de Alice.
Una pesadilla de Alice.
Una Alice que se ha vuelto loca, quien tiene sed de sangre.
Cuando encuentre a la Reina Roja, me rogará que pare cuando
llegue a su cabeza.
Resoplo ante la tonta rima3, luego me pongo seria cuando el
escarabajo apaga su aspiradora unida a él. Se acomoda su sombrero
negro de conductor y menea dos de sus seis patas ramificadas. Los
otros dos pares le sirven como brazos, sosteniendo un portapapeles.
—¿Y bien? —le pregunto, mirándolo.
—Encontré tres recuerdos. De hace mucho tiempo atrás, cuando
ella era joven y soltera. Antes de que fuera… —mira alrededor y baja la
voz a un susurro—. “La reina”.
—Perfecto —le respondo. Comienzo a levantarme pero me
acomodo en mi asiento de nuevo cuando él empuja mi hombro con un
brazo espinoso.
—Primero arruinaste la única forma de regresar al País de las
Maravillas, convirtiéndome en una niñera de sucios conejos y de
duendes malolientes. Ahora quieres que ponga en peligro mi vida al
mostrarte… —Estudia los pasajeros detrás de mí, sus mandíbulas
entrecruzadas tiemblan— sus recuerdos privados. —Hay un sonido de
chasquido envolviendo su susurro, como dedos chasqueando.
3 En el original dice: “When I find Queen Red, she’ll beg me to stop at her head.” En
inglés Red rima con head.
Rechino mis dientes. —¿Desde cuándo los habitantes del
Inframundo respetan la privacidad de alguien? Eso no está en tu código
ético. De hecho, la mayoría de ustedes no saben qué es la ética.
—Sé todo lo que necesito saber. Sé que ella no va a perdonar esto.
—Está evitando su nombre, manteniéndola en anonimato.
Sigo su ejemplo. —Ella nunca sabrá que me los mostraste.
El conductor hojea páginas en su portapapeles y garabatea algo
con su bolígrafo, entreteniéndose. —Hay otro asunto de qué
preocuparse —dice en voz alta esta vez—. Los recuerdos están
repudiados.
—¿Qué significa eso?
—Ella no fue obligada a olvidar. Eligió hacerlo. Tomó una poción
para olvidar.
—Mejor aún —le digo—. Tiene miedo de ellos por alguna razón.
Eso es una ventaja para mí.
El sonido de chasquido se hace más fuerte cuando sus
mandíbulas se estremecen. —Lo ideal, sería que puedas usarlos como
un arma. Los recuerdos repudiados están contaminados con magia
emocional volátil. Quieren venganza en contra de quien los hizo y los
desechó. Pero tendrás que llevárselos, mantenerlos inactivos en tu
mente. Al ser una mestiza, no eres lo suficientemente fuerte.
Me enfurezco ante su condescendencia. —Los Mortales tienen
su propia forma de hacer que los recuerdos estén inactivos. Los
escriben, así el pasado no preocupa sus pensamientos. Todo lo que
necesito es un diario.
Sostiene su bolígrafo a centímetros de mi nariz. —Eso no
funcionará con recuerdos hechizados, menoscabar tu libro está lleno de
papel hechizado para ocultarlos. Tristemente, nunca he escuchado de
tal diario mágico. ¿Y tú?
Lo miro en silencio.
—Pensé que no. —El escarabajo golpea su nariz con la punta de
su bolígrafo.
Gruñendo, se lo quito y lo meto en mi bolsillo, retándolo a
recuperarlo.
—Chica tonta. Cuando los recuerdos repudiados hacen su nido
dentro de una mente, se convierten como en canciones pegajosas,
reproduciéndose una y otra vez a un grado doloroso. En el mejor de los
casos, provocan simpatía con su presa por lo que eres inútil contra
ellos. En el peor de los casos, te vuelven loca. ¿Estás dispuesta a
arriesgar perder tanto?
Froto mis manos a lo largo de mis rodillas dobladas, luego meto el
exceso de tela de mi bata de hospital debajo de mis caderas. No importa
cuán aterrador es de imaginar los recuerdos hostiles de alguien más
comiéndose mi mente, encontrar la debilidad de la Reina Roja es la
única forma de derrotarla.
—Ya he perdido todo y ya me he vuelto loca. —Me encuentro con
su bulbosa mirada—. ¿Necesitas una demostración?
Múltiples párpados parpadean por sus ojos multiusos. Los
insectos no se suponen que tengan párpados o pestañas, pero él no es
un típico insecto. Es un insecto del Espejo, o rechazado, dependiendo si
eliges la terminología de Carroll o la del escarabajo alfombrado.
El escarabajo fue tragado por La Madera de tulgey y abandonado
en la puerta de CualquierOtroSitio. Fue entonces entregado como un
mutante. Lo cuál es exactamente lo que casi le pasó a Jeb y Morfeo.
Afortunadamente, fueron aceptados en el mundo del Espejo, aunque la
idea de ellos solos allí abre un completo nuevo nivel de horror. Morfeo
no será capaz de usar su magia debido a la cúpula de hierro, y Jeb es
sólo humano. ¿Cómo siquiera uno de ellos tiene una oportunidad en
una tierra de asesinos habitantes del Inframundo exiliados?
Un silencioso grito de frustración arde dentro de mis pulmones.
Bajo mi voz para que sólo el conductor pueda escucharme. —
Solía coleccionar insectos. Los sujetaba con un alfiler en una pizarra de
corcho. Los tenía enyesados por todas mis paredes. He estado pensando
en retomar ese hábito. Quizás te gustaría ser mi primera pieza.
El conductor hace una mueca de dolor o frunce el ceño, una
decisión difícil con todos esos rasgos faciales en movimiento. Señala el
pasillo. —Por aquí, señorita.
Nos dirigimos hacia las habitaciones privadas. Dos puertas más
abajo de la de papá, el escarabajo se detiene, mira por encima de su
hombro para asegurarse de que no fuimos seguidos, y deja caer una
placa de identificación en su lugar: Reina Roja.
Mi ala surge hormigueando, queriendo liberarse. Una mezcla de
magia e ira hierve a fuego lento justo debajo de mi piel. Lista,
esperando.
El conductor comienza a abrir la puerta, luego se detiene. —Asistí
a una fiesta al aire libre en su palacio una vez. —Está susurrando otra
vez—. La observé afeitar la piel de un amigo del Door Mouse… a ese
sujeto, la Liebre.
Me estremezco, recordando cuando vi por primera a la Liebre en
la fiesta del té hace un año, cómo parecía estar al revés. —¿March
Hairless? ¿De piel rojiza?
El escarabajo asiente tan frenéticamente que su sombrero casi se
le cae. —Lo atrapó mordisqueando los pétalos de las rosas. Por
supuesto, fueron planteadas en honor a su padre muerto. Aun así. Usó
un azadón para hacerlo, como un pelador de verduras… desolló su
pellejo. La sangre roció a todos los invitados. Arruinó el mejor traje
blanco de todo el mundo y todas las margaritas. ¿Alguna vez has
escuchado a un conejo gritar? No olvidarás un sonido como ese.
Estudio los párpados del escarabajo. Está perdiendo su valentía.
Siento simpatía, habiendo estado en el extremo receptor de la violencia
de la Reina Roja en persona. Una vez usó la sangre de mis venas como
cuerdas de marionetas, la mayor experiencia físicamente dolorosa de mi
vida. Incluso dejó una huella en mi corazón… una que todavía puedo
sentir, una presión distinta.
Últimamente, es más que una simple presión. Desde aquella
noche fatal cuando todo salió mal en el baile, cuando abracé mi locura,
la presión sobre mi corazón ha evolucionado a una punzada de dolor
recurrente, como si algo en mi interior lentamente se está
desmoronando.
No le he dicho a papá. Estaba ocupada practicando mi magia,
trazando mi plan. Mis seres queridos necesitan que gane esta batalla,
que sea más fuerte que la Reina Roja definitivamente esta vez.
No me puedo dar el lujo de conseguir una cita médica. Y no
ayudaría de todas maneras. Lo que sea que está mal conmigo fue
provocado con magia. La magia de la Reina Roja. Mi instinto lo sabe. Y
voy hacer que ella lo arregle antes de que termine con su patética
existencia para siempre.
Más decidida que antes, agarro la llave que el conductor está
sosteniendo.
Él la mete debajo de su sombrero y luego juega con la placa de
identificación, intentando sacarla de la ranura. —He cambiado de
opinión —dice a través de sus mandíbulas temblorosas—. Un insecto
está acostumbrado a hacer eso, a veces.
—No. —Agarro su brazo con forma de ramas. Sería tan fácil
romperlo. Una palpitante tentación nubla mis pensamientos,
tentándome a ser feroz, pero retrocedo y coloco una palma sobre mi
pecho, prometiendo—: Juro por mi vida mágica, que nunca le diré a ella
que me mostraste.
—Será mejor que tomes asiento y esperes a tu padre —dice el
conductor. Buscando a tientas debajo de la pelusa que cubre su tórax,
saca un paquete de cacahuetes y me lo da—. Debes tener hambre
después de tu viaje. Para que almuerces.
—No me voy a mover hasta que vea sus recuerdos, insecto en una
alfombra. —Dejo caer los cacahuetes a mis pies y presiono mi espalda
contra la puerta, bloqueando la placa de identificación.
El escarabajo hace un sonido de gorgoteo enojado. —No importa
si mi cuerpo está hecho de alfombras. Mi mente funciona también como
la tuya.
—Obviamente no. Has olvidado lo que te dijo Morfeo. Yo soy de la
realeza.
—Ah, pero Morfeo no está aquí, ¿verdad?
Me cuesta pensar en una respuesta, pero el recuerdo de por
qué Morfeo no está aquí me congela, convirtiendo mi lengua tan
incompetente como una tajada de carne congelada.
—No eres nada más que un verdadero dolor de cabeza —se burla
el conductor—. ¿Estás consciente que estamos debajo de un puente de
hierro? La magia de los habitantes del Inframundo es limitada aquí. Es
por eso que guardamos los recuerdos perdidos en este lugar, para
mantenerlos a salvo. Así que, no puedes obligarme a hacer nada. Y no
seré aplastado por el dedo pulgar de la Reina Roja por una mestiza
flacucha sin poderes.
Un caliente destello de orgullo pulsa a través de mí,
descongelando mi lengua. —Quizás deberías preocuparte más por estar
atrapado que ser aplastado.
Le hago un llamado a las luciérnagas de candelabros sobre mi
cabeza, imaginándolas como gigantes medusas de metal. Cadenas
suenan y tornillos se desprenden del techo. Los arneses se abren,
liberando las luciérnagas en cautiverio. Emocionadas de estar libres, los
brillantes insectos rebotan y espiran alrededor del auto como un
espectáculo de planetarios con esteroides. Los otros pasajeros chillan y
se entierran debajo de sus asientos.
Gritando, el conductor intenta retroceder cuando los artilugios de
candelabros vienen hacia nosotros a través del aire, sus tentáculos
metálicos las impulsan en un espectáculo elegante pero perturbador.
Me agacho y las cadenas capturan al insecto, tumbando su sombrero y
tirándolo contra una pared. Los tornillos lo mantienen fijo allí y forman
un gigante nido metálico. Está sujetado dentro, lo suficientemente alto
como para que sus piernas cuelguen del suelo.
Las luciérnagas revolotean y lanzan un suave resplandor.
Con los dientes apretados, tomo la llave de debajo del sombrero
caído del conductor junto con la bolsa de cacahuetes. —Hay una nueva
reina en la cuidad. —Lo miro fijamente—. Y debido a mi sangre humana
contaminada, mi magia no se ve afectada por el hierro. Así que, no
tengo nada que envidiarle a la Reina Roja. —Comienzo a caminar hacia
la puerta de la Reina Roja.
—Espere —ruega el escarabajo—. Perdone mi impertinencia, Su
majestad. Tiene mucha razón. Pero yo soy el conductor. Debo proteger
las reservas de los recuerdos perdidos de los polizones. ¡Bájeme, se lo
suplico!
Giro sobre mis talones para mirar a los otros. Se asoman de
debajo de sus asientos, comiéndome con la mirada, los rabos caídos, los
cabellos encrespados, chillando y temblando de miedo.
El conductor gime cuando le tiro la bolsa de cacahuetes. Se
engancha dentro de una de las cadenas cerca de sus brazos izquierdos.
—Está en su hora de almuerzo —le digo a los pasajeros—. Quien
quiera que salga de sus asientos por cualquier razón tendrá que lidiar
conmigo. ¿Estamos claro?
Los polizones responden con un asentimiento colectivo y con
cautela se instalan en sus lugares. Un bucle de satisfacción se
despliega en mi interior.
Sonriendo con suficiencia, deslizo la llave en su lugar, y abro la
puerta hacia el pasado de mi enemiga.
2
Descendiendo
Traducido por Alessandra Wilde
Corregido por Laurita PI
***
5 Humpty Dumpty.
—Es la única pista que tengo sobre el paradero de mi familia. Era
mi casa aquí.
—Aquí, ¿cómo en Londres?
—Como en este mundo. La posada de Humphrey es una especie
de refugio entre los amables magos y los reinos mortales. Está oculta
bajo tierra.
Su reconocimiento absoluto de otro mundo mágico me deja
tambaleando. Quizás me equivoque sobre él siendo ajeno al tratar con
habitantes del Inframundo. Quizás incluso ya lo sospechaba, pero aun
así es difícil comprender cuan profundamente el País de las Maravillas
corre por mi sangre—en ambos lados de mi familia.
Ese pensamiento desencadena otras salpicaduras de recuerdos de
Roja. Flaqueo en el lugar.
Papá me estabiliza. —¿Estás bien?
—Sólo un dolor de cabeza —respondo mientras la sensación se
calma. Tendré que hacer un esfuerzo conjunto para no pensar en mi
tátara-tátara-tátara-abuela hasta que pueda encontrar una manera de
suprimir estos episodios—. Me estabas hablando de la posada.
—Sí. Está en algún lugar en Oxford.
—¿De verdad? Ahí es donde Alice Liddell creció. Donde conoció a
Lewis Carroll.
Papá se frota la barba en su barbilla. —De alguna manera,
profundamente la línea, los Skeffingtons estaban relacionados con los
Dodgsons, que era el apellido de Carroll antes de que tomara un
seudónimo. Espero conseguir más detalles una vez que encontremos la
posada.
No sigo presionando. No puedo imaginarme la sobrecarga de
información que está experimentando.
A lo lejos, los monarcas que proporcionaron nuestros viajes están
colgando en las paredes del túnel, alas aleteando lentas y relajadas. Las
luciérnagas de candelabros reflejan sus anaranjadas y negras marcas.
Me recuerdan a los tigres que se deslizaban por las siluetas de los
árboles de la selva durante un espectáculo de la naturaleza.
Las mariposas susurran: Conocemos el camino a la posada de
Humphrey. ¿Quieres una escolta, pequeña reina flor?
Se me ponen los pelos de punta cuando pienso en empujar a
través de otro episodio de viento y lluvia. No es miedo. Es anticipación
electrificada—como estar parada en la fila de una montaña rusa
favorita. Mis alas se animan a surgir. La de la derecha no está
completamente sanada aún. Tal vez puedo dejarla salir mientras monto,
ejercitar mis alas sin peligro de caer.
Sí, por favor llévennos. Envío la silenciosa respuesta de regreso a
las mariposas.
—¿Están hablando contigo ahora? —pregunta papá cuando me
pilla mirándolas.
Trago. Es difícil acostumbrarse a no fingir con alguien que he
estado engañando durante toda mi vida. —Ajá.
Me estudia, su tez casi verde en la penumbra. Me pregunto si ya
lo ha golpeado que permitiéramos a mamá ser encerrada en un
manicomio por algo que realmente estaba sucediendo y no una ilusión.
—Las mariposas saben dónde está la posada —digo.
Papá hace un sonido de disgusto. —Después de que lleguemos
allí, ¿podemos por favor volver a nuestro tamaño normal?
—Seguro. Tengo justo lo que necesitamos. —Palmeo mi bolsillo
donde los champiñones esperan, sorprendida de sentir el bolígrafo del
conductor junto a ellas. Me había olvidado de que todavía lo tengo.
Papá desliza su billetera y examina cuidadosamente recibos,
dinero y fotos. Hace una pausa en el retrato de la familia que hicimos
hace unos meses y delinea el contorno de mamá con un dedo
tembloroso. —No puedo creer lo que hizo por mí —murmura, y me
pregunto si se suponía que escuchara, o si es un momento privado.
Nunca he dudado de cuan fuerte es el amor de papá por ella, pero sólo
recientemente me enteré de cuan fuerte es su amor por él.
Tengo curiosidad por lo mucho que ha recordado, si entiende que
ella iba a ser reina antes de que lo encontrara.
La mandíbula de papá se tensa mientras desliza la imagen de
nuevo en su estuche. —No tenemos la moneda correcta. Tendremos que
utilizar mis tarjetas de crédito. Debería ser la hora de cenar cuando
lleguemos. Mientras comemos, vamos a discutir las cosas. —Luce
cansado, sin embargo más alerta de lo que lo he visto en años—.
Planearemos nuestro próximo movimiento. Pero es importante pasar
desapercibidos e intentar no llamar la atención sobre nosotros.
Teniendo en cuenta la profesión de mi familia, podrían haber hecho
algunos enemigos muy peligrosos.
Un incómodo nudo se forma en mi garganta. —¿Qué profesión?
Mete su billetera en su bolsillo. —Porteros. Son los guardianes de
CualquierOtroSitio.
Mis rodillas se tambalean. —¿Qué?
—Eso es suficiente discusión por ahora. Aún lo estoy procesando.
Su brusquedad pica. Pero ¿qué derecho tengo a sentirme herida?
Le hice esperar diecisiete años para saber la verdad sobre mí.
—Está bien —sofoco una disculpa y estudio mi vestido
andrajoso—. No va a ser fácil estar bajo el radar, mientras use la ropa
del manicomio. Tendrás que cambiarte también.
—¿Alguna idea? —pregunta papá, entonces levanta una mano—.
Y antes de que lo digas, no estamos robando algo de un tendedero.
Es como si hubiera leído mi mente. —¿Por qué no? La motivación
siempre justifica el crimen. —Reprimo mi lengua. Ese es el
razonamiento de Morfeo, no el mío. Es a la vez aterrador y liberador que
su lógica este comenzando a tener sentido.
Papá estrecha sus ojos. —Dime que no acabas de decir eso.
Empujo lejos el deseo de discutir mi punto. Justificar los
crímenes puede ser la ley de la tierra del reino del Inframundo, pero eso
no significa que sea legal para mi padre en este momento. —Solo quería
decir que sería un préstamo, si compramos ropa nueva después y
devolviéramos la otra.
—Demasiados pasos. Necesitamos una solución rápida. Ropa
improvisada.
Ropa improvisada. Si solo Jenara estuviera aquí con sus talentos
de diseño. La extraño más que nunca. Durante el mes pasado en el
manicomio, no se me permitía otro visitante que no fuera papá. Pero
Jen envió notas, y papá siempre veía que las obtuviera. Jen no me
culpaba por su hermano desaparecido, a pesar de los rumores de que
yo estaba en un culto que lo victimizaron a él y a mamá. Se negó a creer
que estaría involucrada en algo que pudiera herir a cualquiera de ellos.
Si solo me mereciera su fe.
Me gustaría que estuviera aquí. Sabría qué hacer con la ropa.
Jenara puede hacer trajes de nada. Una vez, para un proyecto de
mitología, transformó una Barbie en Medusa por pintar con aerosol la
muñeca de plata y elaborar un vestido de "piedra" de una tira de papel
de aluminio y tiza blanca.
Muñecas...
—¡Oye! —Grito hacia la más cercana rueda-de-la-fortuna-
luciérnaga araña—. ¿Podrían chicos darnos un poco de luz, por favor?
Ruedan por el techo y se detienen por encima, iluminando
nuestro alrededor. Este lugar fue una vez un pasadizo ascensor donde
los pasajeros del tren esperarían por viajes hasta el pueblo después de
llegar en él. Distraídos padres y descuidados niños dejaron atrás
juguetes que son similares a nuestro tamaño: bloques de madera que
podrían hacer de cobertizos de jardín, un molinillo de viento que podría
pasar por un molino de viento, y algunas tomas de goma más grandes
que las plantas rodadoras que he visto rebotar junto a las carreteras en
Pleasance, Texas.
Un letrero cuelga sobre los juguetes. Las palabras PERDIDO Y
ENCONTRADO se han marcado y reemplazado por TREN DE LOS
RECUERDOS.
Pasando una pila de mohosos libros ilustrados, hay una maleta
redonda de niña apoyada por lo que la parte delantera está visible. El
estilo es retro—rosa, vinilo acolchado con una chica de coleta de pie
delante de un avión. Su vestido desteñido fue azul en un momento.
Bajo el cierre, garabateado con marcador negro, está la escritura de una
niña: Tienda de Vestidos de Emily. Tumbada sobre el suelo al lado de la
maleta está una Barbie clásica semidesnuda.
—Ropa de muñecas —susurro.
Papá le da un vistazo. —Necesitamos cosas que nos sirvan
cuando estemos de tamaño normal, Allie.
—Crecen y se encogen contigo. Es parte de la magia.
Baja la mirada a su fangoso y rasgado uniforme de trabajo. —Oh.
Correcto...
—Vamos. —Agarro su mano y zigzagueamos con dirección a la
maleta, reprimiendo aullidos mientras el terreno rocoso se clava en mis
pies. Papá se detiene el tiempo suficiente para quitarse los zapatos y
ayudarme a entrar en ellos.
Son demasiado grandes, por supuesto, pero el gesto cariñoso me
recuerda los tiempos cuando solía pararme en la punta de sus zapatos
para que pudiéramos bailar juntos. Sonrío. Me devuelve la sonrisa, y
soy su pequeñita de nuevo. Entonces, su expresión cambia de asombro
a decepción, como si estuviera reconociendo otra vez lo que soy, lo que
mamá es, y cuanto tiempo lo mantuvimos oculto de él.
Mi estómago se siente como si fuera a explotar. ¿Por qué le
quitamos una parte muy importante de nosotras mismas? ¿Una parte
esencial de él? —Papá, lo sien...
—No. Allie. No puedo oír eso aún. —Su párpado izquierdo
comienza a temblar y aparta la mirada, sus pies encalcetinados
cautelosamente tanteando los escombros.
Sigo y sorbo, diciéndome que es el polvo haciendo que me lloren
los ojos.
Cuando llegamos a la maleta con ropa de muñeca, que es tan alta
como un edificio de dos pisos, y el carro del cierre es del largo de mi
pierna.
—¿Cómo se supone que vamos a abrir esta cosa? —pregunto.
—Una mejor pregunta: ¿Cómo se supone que cabrás dentro de su
ropa? —Papá señala a la muñeca cubierta de polvo. —Apenas eres del
tamaño de su cabeza.
Los iris de la muñeca están pintados como si estuvieran mirando
hacia un lado. Junto con su malicioso maquillaje, parece estar
burlándose de mí. Exasperada, meto mis manos en los bolsillos de mi
delantal. Mi nudillo empuja el bolígrafo del conductor. Cavando más a
fondo, golpeo los champiñones y una idea se forma en mi mente. —
Vamos a sentarnos contra la maleta.
Papá me lanza una mirada de desconcierto, pero no duda. Agarra
sus hombros y yo tomo sus tobillos. Una araña amarillenta del tamaño
de un perro pequeño se escabulle, refunfuñándonos por haber
arruinado su telaraña. Desapareciendo en la pila de libros. Una vez que
tenemos a la Barbie sentada y erguida, me acomodo a su lado.
Le doy a papá un champiñón y me saco sus zapatos para que
pueda ponérselos de nuevo. Enseguida, tomo uno para mí y mordisqueo
el lado manchado. Aprieto los dientes contra la incomodidad de los
tendones prolongándose, huesos agrandándose, piel y cartílagos
expandiéndose. El entorno encogiéndose mientras continúo comiendo
hasta estar cabeza a cabeza con la muñeca.
Papá sigue mi ejemplo, mordisqueando su champiñón hasta que
los dos somos lo suficientemente grandes como para abrir el cierre de la
maleta y usar la ropa de la moda de los años cincuenta de Barbie y Ken
que se deslizan fuera.
Empujo a un lado un pantalón de campana plateado y un traje de
baño a rayas blanco y negro, descubriendo una malla y un tutu atado a
juego del mismo verde aguado que los ojos de Jeb en aquellos
momentos en que está molesto. El color exacto de cuando me atrapó
besándome con Morfeo en mi habitación antes del baile.
Remordimiento carcome mi estómago. Todas estas semanas, Jeb
ha estado pensando que lo traicioné. El último momento que
compartimos juntos en el baile, agarró el colgante en mi cuello —un
grumo de metal que una vez fue mi llave al País de las Maravillas, su
medallón de corazón, y su anillo de compromiso— y me besó. Prometió
que nos encontrábamos lejos de terminar. Incluso después de que
destruí su confianza, todavía quería luchar por mí.
Una sensación de cosquilleo lleva mi atención hasta mi tobillo
donde una tela de araña cuelga de los bordes de mi tatuaje de alas. Lo
tengo hace meses para camuflar mi marca de nacimiento del
Inframundo. Aquí, en las sombras, me doy cuenta lo mucho que el
tatuaje realmente se parece a una mariposa nocturna, igual como
Morfeo siempre ha dicho. Casi puedo ver sus labios curvándose en
engreído deleite ante la aceptación.
Ese extraño dolor desenredándose carcome en mi pecho otra vez.
Golpea más a menudo cuando estoy oscilando entre mis dos mundos.
¿Qué me hizo Roja?
Roja...
Sus recuerdos repudiados gritando a través de mi cráneo, una vez
más. Gimo suavemente.
—¿Dijiste algo, Allie? —papá levanta la mirada de la ropa de Ken
que está revisando.
Luego de frotar mis sienes, saco un vestido camisero sin mangas
con broches en la parte delantera y un estampado de una cereza con un
tallo verde que combina con la malla. —Solo que creo que encontré algo.
—Lo sostengo para la inspección de papá.
—Luce bien. Estaré por aquí. —Papá toma su paquete y va al otro
lado de la maleta.
Me quito mi ropa del manicomio, cuidadosamente no dejando que
los champiñones se derramen desde el bolsillo del delantal. Tendré que
encontrar otra forma de llevarlas.
Antes de desvestirme, busco un poco de lencería de encaje. He
estado usando lencería de algodón genérico desde que he estado en el
manicomio. Algo bonito estaría bien. Incapaz de encontrar alguna cosa,
me conformo con lo que tengo puesto y me deslizo en la malla verde. La
mejor característica de la ropa de ballet es la parte de atrás abierta. Eso
hará que liberar mis alas sea más fácil. La tela satinada huele a
crayones y gominola, haciéndome desear mi infancia antes de que
mamá fuera internada.
Luego, me encojo de hombros hacia el vestido camisero y abrocho
los broches de metal a lo largo del corpiño de estampado de cereza,
dejando la falda abierta para mostrar los tres niveles de malla verde que
se inflan por encima de mis rodillas.
Una cinta fucsia sirve como cinturón. Medias rosas completan el
atuendo. Encajan perfectamente desde mis muslos hasta mis
pantorrillas, pero en los dedos están puntiagudas. Doblo el exceso por
debajo antes de deslizarme en un par de blandas, botas rojas hasta la
rodilla.
Botas rojas. Recuerdos de Roja golpean contra mi cráneo hasta
que siento tanta tristeza por ella que me dejo caer sobre el montón de
ropa sobrante. Apuño mis manos contra mi cabeza hasta que pasa.
Cuando abro mis ojos, estoy medio enterrada en zapatos y accesorios de
Barbie, como si me hubiera retorcido medio consciente.
—¿Todo bien por ahí? —pregunta papá desde su lado de la
maleta.
Gruño suavemente, quitando todo de mí. —Teniendo problemas
con mis medias. —Quizás robar los recuerdos de Roja fue un gran error
después de todo. Voy a terminar vistiendo una camisa de fuerza de
nuevo—esta vez de verdad.
Mientras me paro, mi pie patea un diario del tamaño para una
Barbie con una llave que debe ser un cuarto del tamaño de un alfiler
para un humano normal.
El conductor dijo que necesitaría papel encantado para contener
recuerdos repudiados. Hace un año, en el cementerio del País de las
Maravillas, Hermana Uno me dijo que los juguetes del reino humano
fueron utilizados para atrapar almas en la guarida de su hermana
gemela.
Dijo que cuando los juguetes más amados son abandonados, ellos
quieren esas cosas que una vez les llenaron y calentaron. Se vuelven
solitarios y anhelan lo que tuvieron. Y si alguien les da esas cosas, se
aferran a ellas con cada parte de su fuerza y voluntad.
Hojeo el diario. Algunas de las pequeñas páginas han sido
escritas —corazones, iniciales y flores, ya que escribir palabras reales
de este tamaño sería difícil para cualquier niño. Las últimas dos
terceras partes de las páginas están desnudas.
Quizás este diario se ha perdido ser escrito.
El mismo Morfeo dijo que los juguetes albergan los restos del
amor inocente de un niño, la magia más deslumbrante del mundo. Si
eso es verdad, entonces tal vez estas páginas están lo suficientemente
encantadas para contener los recuerdos de Roja, para mantener los
lazos emocionales fuera de mi mente.
Muerdo mi labio inferior. Mira eso, insecto en la alfombra. Acabo
de encontrar un diario mágico.
—¿Casi terminas? —papá se mueve alrededor en el otro lado de la
maleta, como si estuviera caminando de un lado al otro.
—¡Solo un segundo! —Me doy prisa para encontrar el delantal que
llevaba antes y saco el bolígrafo del bolsillo.
—La lógica de los habitantes del Inframundo se encuentra en la
borrosa frontera entre la razón y las tonterías. —Articulo las palabras
de Morfeo así papá no escuchará.
Anoto los recuerdos de Roja en las páginas restantes, escribiendo
tan rápido como puedo. Las emociones fluyen desde mí hasta la página,
una experiencia liberadora, como mi diario para suavizar el golpe de
algo trágico.
Cuando termino, cierro el libro. Se retuerce en mis manos,
abriéndose lo suficiente para que el papel cruja. Los recuerdos están
intentando liberarse. Apretando mis dedos fuertemente alrededor de los
forros, junto el cerrojo, lo cierro con la llave y el contoneo se detiene.
Mi cabeza se siente mejor, mis pensamientos más claros, y mi
compasión es leve. La conexión debe de haber funcionado. Aun puedo
recordar el pasado olvidado de Roja, pero se sienten como sucesos que
le ocurrieron a otra persona, ninguno que experimenté y sentí. Los
recuerdos se hacen lejanos, silenciando el empático rugir en mi cabeza.
—Allie, tenemos que irnos.
—Estoy buscando algo para mantener los champiñones a salvo —
esquivo.
Mientras cavo, aparece una bolsa de ballet rosa con un cordón
ajustable. Meto el diario dentro y pongo una pieza de cuerda a través de
la llave del diario para crear un collar. Desde el desastre del baile, me
he sentido perdida sin mi llave del País de las Maravillas. Esta no es con
punta de rubí y no abrirá otro mundo. Aun así, es un consuelo tenerla
colgando de mi clavícula.
Dejando a un lado dos champiñones para papá y para mí, meto el
resto en la bolsa junto al diario, tiro del cordón ajustable para cerrarla,
atándola firmemente, luego la cuelgo encima de mi hombro.
Con un cepillo de plástico, resuelvo la maraña y trenzo mi cabello
a ambos lados. Me quedo mirando un gorro a crochet y bufanda hecha
de suave hilo purpura y escarlata, probando si los recuerdos de Roja se
quedan ocultos. Tengo que estar segura antes de irnos. No puedo correr
el riesgo de perder el control cuando este a miles de kilómetros en el
aire.
Cuando no pasa nada, me pongo la bufanda y el gorro.
Camino alrededor hasta el frente del maletín. Papá está
esperando en un traje de Ken: chaqueta a cuadros blancos y negros,
pantalones plisados de franela gris y camisa de vestir blanca.
Acaricio la piel debajo de mis ojos, preocupada de que mis marcas
del Inframundo se estén mostrando después de toda la magia que he
realizado. —¿Me veo bien?
—Te ves hermosa, Mariposa —dice. La punta de su dedo delinea
los bordes de mis ojos, siguiendo un patrón fantasmal que solo puede
significar que mis marcas están en todo su esplendor.
El uso de mi apodo me llena de gratitud. Está intentando
aceptarme con todas mis peculiaridades, a pesar de que ha sufrido una
gran conmoción.
Enderezo su collar y quito el polvo de su chaqueta. —¿Lo mejor
sobre estas ropas? Sabemos que somos las primeras personas en
ponérselas —bromeé.
Papá resopla. El sonido hace eco en el túnel mientras
mordisqueamos nuestros champiñones —los lados lisos— hasta que
nos encojemos lo suficiente para quedar bien en las espaldas de las
mariposas otra vez. Subimos sobre nuestras monturas aladas,
aleteando a través del agujero de la base del puente, que nos llevará al
cielo por Oxford.
4
Carne & Sangre
Traducido por Sofía Belikov
Corregido por Mire
***
***
6Quiere decir que deje las cosas como están. Además, hace un juego de palabras en
donde refiere a “lie” como dormir y mentir.
Haciendo caso omiso de la punzada detrás de mi esternón,
arrastro la lona del hombro de papá. Está tan ocupado observando el
número de habitaciones que no me nota reorganizando botellas de
agua, paquetes de proteína, mezcla de frutos secos, frutas, artículos de
primeros auxilios, bengalas, y armas de hierro surtidas para poder
meter la tela robada debajo de ellos.
Tela prestada. Cuando vuelva, devolveré la ropa encantada con
una disculpa.
Mi respiración se detiene cuando me doy cuenta de que no hay
un “cuando” en nuestro escenario a partir de ahora. Antes que papá y
yo podamos enfrentar el mundo del espejo y rescatemos a los chicos, o
ayudemos a mamá y reparemos el País de las Maravillas, tenemos que
primero llegar al portal y la puerta.
Todo, nuestras vidas, nuestros amores, nuestros futuros,
dependen de una sola palabra: SI.
***
***
Queridísima Alyssa:
Estoy enviando disculpas por no darte hoy la bienvenida
apropiadamente. Quería levantarte encima mío y balancearte en círculos
hasta que los dos estuviéramos mareados y riendo. Quería besar tus
labios y compartir tu aliento. Y quería vestirte con ropas propias de una
reina. Esta noche, me conformaré con los humildes comienzos hasta el
vestuario real. Me imagino que lo que llevas debajo de tus prendas es tan
indigno de ti como la mismísima ropa. Pero sé que un día te daré
armarios llenos de encajes, satén y terciopelo cuando reines el País de
las Maravillas. Todo lo que necesitas hacer es preguntar.
Tu lacayo leal,
Morfeo.
7 Gravitron: Juego mecánico compuesto por paneles ordenados en círculo que usa la
fuerza centrífuga para generar una fuerza equivalente a tres veces la fuerza de
gravedad.
La polilla bate sus alas, lento y perezoso en su posadero. Al
mismo tiempo, la sensación de labios suaves baja por mi nuca. Placer
no bienvenido florece a través de mí por su toque. —¿Cómo estás en dos
lugares a la vez?
—Ilusión óptica —responde su voz desde atrás. Me acerca más
con sus manos invisibles alrededor de mi cintura.
Manos invisibles.
—Los simulacrum. —Arrastro mis dedos a lo largo de sus brazos
invisibles—. Es por eso que los trajes no estaban en la bolsa de lona.
Los robaste.
—Y lo hiciste todo posible al robarlos primero. Tú, sabia y
malvada chica.
Por más que trato de luchar contra ello, la criatura del
Inframundo en mí brilla ante su alabanza. Mi piel brilla como la luz de
las estrellas, que se refleja en pequeños prismas sobre el terreno y los
árboles.
Morfeo me engatusa hacia él y se quita la capucha del
simulacrum de su cabeza. Su salvaje cabello se mueve en la brisa, las
joyas en las puntas de las marcas de sus ojos brillan con un
apasionado púrpura, y la sonrisa que me muestras es a la vez salvaje y
juguetona. El resto de su cuerpo está a la vista cuando la realidad se
filtra a través del espejismo del simulacrum —una chaqueta plateada
sobre una camiseta, pantalones negros, corbata azul, y magníficas alas
plegadas contra su espalda.
Poso mi palma sobre su pecho para asegurarme de que no es una
alucinación. —Tomaste los trajes para poder colarnos más allá de los
guardias de grafiti después de que Jeb se fue.
Da un paso atrás, se quita la tela encantada, y hace una
reverencia.
—Fue un buen plan —admito mientras él endereza su ropa y
libera sus alas—. Pero no tenemos un medio para que vueles, o
encuentres el camino de vuelta.
Sonríe de nuevo. —Por supuesto que sí, tontita. ¿No sabes que
siempre pienso en todo? —Con las manos en mis hombros, me gira
hacia la polilla gigante reposando sobre el hongo—. Mira a través de tu
vista del Inframundo.
Me reenfoco y encuentro que no es una sola polilla. Son cien o
más, entrelazadas para imitar una más grande. Estas son las polillas
que escoltaron a Morfeo aquí bajo la dirección de Jeb. Y el hongo no es
típico tampoco. Su parte superior está ahuecada, con una pequeña
puerta en su lado y un arnés conectado a la polilla.
—¿Ese iba a ser tu transporte? —le pregunto en un susurro.
—Nuestro transporte. —Morfeo aplaude. Alas gigantes agitan
ráfagas a nuestro alrededor cuando la polilla tira de la seta liberándola
desde el suelo. Juntas se elevan, como un globo de aire caliente y su
canasta, elegante y majestuosa. Las ramas de los árboles se abren para
permitir que el artilugio escape lejos, muy arriba en el cielo.
Me asombro ante su ascenso.
—Y —dice Morfeo—, contamos con servicio de té previsto para el
viaje. Los espíritus de la naturaleza han ido a buscarnos algunos
víveres.
—Pero... ¿cómo? El hongo no puede existir fuera del entorno de
Jeb aquí, ¿verdad?
Morfeo desliza unos sedosos guantes azules en sus manos. —
Puede, ahora que lo he reasignado.
—¿Qué?
—Las creaciones de Jebediah son una mitad magia, la otra mitad
visión artística. Así que, aunque no puedo cambiar sus obras maestras
a otra forma, son convencibles, si uno siquiera les imagina un nuevo
propósito. Por supuesto, funciona mejor en las pinturas que no tienen
ningún comando específico suyo. Los hongos de aquí no tienen otras
asignaciones excepto lucir bonitos. Y su instrucción para las polillas de
mantenerme ocupado fue demasiado abierta. Aceptaron cualquier
escenario que me imaginara, siempre y cuando, de hecho, me
mantuviese ocupado.
Sacudo la cabeza. El maestro de la manipulación de las palabras
ataca de nuevo.
La polilla trasporte rebota encima de las corrientes de aire,
llevando mi curiosidad a las nuevas alturas. —Pero eres una criatura
del Inframundo de sangre pura. No sabes cómo utilizar tu imaginación.
—Al contrario. Sí lo hago. Gracias a ti. Seguí tu ejemplo en
nuestra infancia. Lo absorbí sin siquiera darme cuenta. Luego, cuando
me quedé atrapado aquí, privado de mi magia, tuve que encontrar algo
para pasar esas semanas y horas. Tal vez ese era el rayo de esperanza
en toda este debacle. La falta de la magia es lo que lleva a los humanos
a fantasear en primer lugar. Y Alyssa, qué fuerza maravillosamente
poderosa puede ser la imaginación.
Su expresión es de asombro, exactamente de la manera que solía
mirarme durante nuestras aventuras infantiles. Cuan inconcebible, que
yo fuera su maestra también. Una vez me dijo que lo era, pero nunca
comprendí a qué se refería hasta ahora.
Las palabras de Ivory de hace semanas sobre el País de las
Maravillas se elevan y rebotan en el viento, al igual aparato volador de
Morfeo: “Durante mucho tiempo, la inocencia y la imaginación no tenían
lugar allí... Morfeo experimentó esas cosas a través de ti... A través de tu
hijo... nuestra descendencia se convertirá en niños de verdad una vez
más; aprenderán a soñar de nuevo. Y todo estará bien con nuestro
mundo”.
Morfeo siempre ha tenido el poder de manipular los sueños; es
diferente a cualquier otro habitante del Inframundo en ese aspecto.
Ahora que ha aprendido a aprovechar la imaginación, también, eso lo
vuelve la única criatura pura sangre del Inframundo que podría
engendrar un niño soñador.
El diario se calienta contra mi pecho. Tal niño caería directo en el
plan de Roja. Malestar pica en mi garganta, y tengo una revelación: Ella
ha tenido tantos peones alineados en su tablero de ajedrez. Su esposo,
su hermana. Rabid White, Carroll, Alice, mamá, yo. Y Morfeo. Por
encima de todo, Morfeo.
“¿La quieres para ti?”. Las palabras de la Reina Roja resurgen en
mi memoria de ese momento angustioso hace más de un año, cuando
Roja habitaba mi cuerpo y trató de hacer que Morfeo le ayudara a
romper mi voluntad.
“Demasiado…” había dicho él.
“Entonces haz lo que te pido. Ella será tuya físicamente, y después,
su corazón y su alma le seguirán en el tiempo. Puedes hacerte camino a
su corazón. Tendrás toda una eternidad para ganarla”.
Roja estuvo utilizando a Morfeo incluso entonces. Sostenía todas
las cartas. No sabía sobre el niño en ese momento. No fue hasta que vio
la visión de Ivory hace apenas unos meses. Ivory especificó aquello, y de
todos los habitantes del Inframundo, creo en su honestidad al máximo.
Pero, ¿cómo puede un niño que Morfeo y yo compartimos darle
poder a Roja?
—¿Alyssa?
Debo estar boquiabierta de nuevo, porque empuja mi barbilla,
cerrando mi boca.
—¿A dónde vagó tu mente en este momento? —pregunta.
Tengo que decirle que he visto a nuestro hijo en una visión.
Necesito su opinión sobre cómo esto podría encajar en la venganza de
Roja. Pero tengo que analizar la solemnidad de mi voto hacia Ivory.
Debe haber alguna manera de eludirla... alguna manera de hacerle
saber a Morfeo sin decirle.
Los tintineantes espíritus de la naturaleza regresan y dejan caer
un paño de seda en la parte superior de mi cabeza. Morfeo me lo quita y
sostiene lo que parece ser una bolsa de ropa. Le frunce el ceño a los
espíritus. Ellas aplauden y dan vueltas en el aire, como si hubieran
descubierto un tesoro enterrado.
—Pequeños espíritus traviesos —Morfeo las amonesta—. Eso no
es lo que les dije que te trajeran. Les pedí una cesta de picnic, ¿no?
Revolotean alrededor de mi cabeza, apuntando hacia mí, sus
mejillas volviéndose gordas y rojas a medida que lanzan rabietas aéreas.
—Bueno, supongo que este es el momento de dárselo —
reconoce—. Pero debo ser el que lo abra.
Los espíritus se unen en una ola y empujan la bolsa hacia mí.
—Está bien. —Con un suspiro, Morfeo me la entrega.
—¿Qué es esto? —pregunto.
—Solo ten cuidado —instruye.
Aflojo el cordón y miles de finas alas monarcas se presionan
contra la abertura. ¡Es un tesoro de moscas escorpión!
Un grito estalla de mi garganta.
Morfeo toma la bolsa de nuevo mientras la risa de los espíritus
resuena en mis oídos, una melodía de cascabeles burlones.
—Te dije que tuvieras cuidado —me regaña, y abre la bolsa por
completo. Las alas no están pegadas a los bichos en absoluto; son parte
de un vestido, cada ala meticulosamente cosida a mano para formar
hileras. Piernas de ciempiés con joyas están bordadas a lo largo de sus
puntas afiladas para garantizar su seguridad al tacto. La franja añade
un deslumbrante brillo verde al rojo, naranja y negro del vestido. El
corpiño es sin mangas y ajustado, mientras que la falda es abultada
con su dobladillo hasta la rodilla.
Las hileras brillan en la brisa y producen un tintineo metálico
como un centenar de pequeñas cadenas.
No puedo creer lo que veo. —¿Tú hiciste esto? ¿Para mí?
Morfeo se pasa una mano por el pelo, dejando que varios
mechones azules se levanten como las ramas de los árboles que nos
rodean. —Sabía que vendrías a vencer a Roja. Esperaba que lo usaras
para enfrentarla. Es la única capa de armadura digna de tu peligrosa
belleza.
—¿Armadura? —No puedo dejar de mirar a su cabello
despeinado—. Esto es increíble. ¿Cuántas veces arriesgaste tu vida para
hacerlo?
—Oh, vamos, Alyssa. Sé que cómo utilizar una aguja e hilo. El
coser difícilmente es fatal.
Me río, recordando nuestra infancia, cuando hacía cadenas con
los cadáveres de las polillas y sujetaba los morbosos hilos a sus
sombreros para la decoración. Un hábito excéntrico que practica hasta
este mismo día. —En serio. Podrías haber terminado como una estatua
de piedra. O en pedazos. ¿Cuántas alas tomaste?
Se encoge de hombros. —Perdí la cuenta después de mil
setecientos veintidós. —Una sonrisa torcida se forma en sus labios.
Sonrío. Todavía hay algo en la bolsa. Arrastro un par de botas
hasta la rodilla de cuero color carmesí, junto con guantes hasta los
hombros y polainas a juego. —¿Estas son pintadas?
—Oh, son muy reales. Hechas completamente de la piel de un
murciélago. Las criaturas son bastante enormes una vez completamente
desarrolladas. Hice que mi grifón atrapara uno. —Guarda todo y luego
cierra la bolsa de ropa y se la entrega a los espíritus.
Retuerzo mis manos sobre mi minifalda mientras las tintineantes
criaturitas del Inframundo desaparecen entre los árboles de nuevo. —
Nunca sé con qué otra cosa me vas a salir.
Me sorprende al pasar un brazo alrededor de mi cintura. —
Entonces voy a tener que modificar mi estrategia. Mi intención era
hacer que te desmayaras.
Antes de saber lo que está haciendo, me levanta, mis botas
rozando sus espinillas. Nos hace girar tanto, envolviéndonos en sus alas
hasta que estoy mareada y riendo.
—Quería levantarte por encima de mí y hacerte girar en círculos
hasta que los dos estuviésemos mareados y riendo —murmura contra
mi cuello mientras nos caemos al suelo, atrapados bajo sus alas
tendidas.
Me duele el cuerpo por el impacto, pero se trata de un delicioso
dolor. Apenas puedo respirar con el peso de sus costillas cubriendo las
mías, con el olor de su tabaco rodeándome, asfixiándome y
embriagándome. La curva de su boca sonriente se desliza a lo largo de
mi clavícula y grito de asombro ante la sensación aterciopelada. Hago
que alce su cabeza para que pueda mirarlo… romper el hechizo.
Desliza la diadema enjoyada de mi pelo, barriendo su hilo suelto
de mi cara. Sus guantes rozan con astucia las marcas en mis ojos.
—Quisiera besar tus labios y compartir tu aliento —dice en voz
baja mientras se inclina, acercándose.
Me impacta que esté cumpliendo el deseo que figuraba en la nota
que envió junto con la lencería.
Recuerdo el último beso que compartimos, el sabor de su lengua,
la forma en que hizo que mi espíritu se elevara pero que pisoteó el de
Jeb en el suelo.
Jeb, quien anda por ahí con papá, tratando de allanar el camino
para que podamos llegar a mamá. Incluso con el odio de Roja
filtrándose a través de él, todavía está poniendo en peligro su vida para
ayudarme.
Empujo los hombros de Morfeo. —Yo… no estoy lista.
Levanta mis manos sobre mi cabeza y las mantiene contra la
hierba fosforescente, fijándome en mi lugar. Su agarre es lo
suficientemente suave como para que pueda liberarme en cualquier
momento.
—Viniste aquí para destruir a Roja —dice—. Lo que significa que
estás lista… lista para reclamar tu trono porque has aceptado tu amor
por el País de las Maravillas. Y no te olvides, pertenezco a él. Igual que
tú. —Incluso en el eclipse de sus alas, las chispas de mi piel iluminan
su rostro. Él me empuja a esa mirada oscura enmarcada dentro de
largas pestañas, arrastrándome a la deriva por la locura y la belleza
escondida allí.
—Jebediah ha renunciado a ti, pero yo nunca lo haré. Te puedo
ofrecer la seguridad que deseas. Si fueras mía, tu corazón siempre sería
resguardado bajo mi cuidado. Sí, vamos a pelear sin cesar y luchar por
el dominio. Y sí, habrá arrebatos de pasión, pero también habrá
momentos de suave calma. Eso es lo que somos juntos. Nunca tendrás
miedo de que tu amor no sea correspondido. Porque, aunque me has
hecho sentir cosas para las que no estoy preparado... no puedo dejar de
sentirlas. —Su barbilla tiembla—. Has abierto la caja de Pandora dentro
de mí. Soltando la imaginación y las emociones de un hombre mortal. Y
no se cerrará nunca más. —Las joyas bajo sus ojos se contraen entre
morado oscuro y azul—. Por mucho que aborrezco ser nada parecido a
humano, Alyssa, no me atrevería a tratar de cerrarla. Porque eso
significaría perderte.
La confesión es encantadora y brutal, dicha con una honestidad
que no sólo se escucha en el tono áspero de su voz, sino que la siento
en el temblor de sus músculos mientras sostiene las manos sobre mi
cabeza.
—Crees que soy egocéntrico e incapaz de ser sincero —continúa,
entrelazando nuestros dedos de modo que las cicatrices debajo de mi
encaje se presionan a sus manos enguantadas—. Es verdad. Tu
caballero mortal estaba dispuesto a morir por ti de forma desinteresada.
Tenía la espada Vorpal cuando dejé que el Bandersnatch me llevara en
tu lugar; yo sabía que tenía un medio de escape. Tal vez eso hizo que el
sacrificio de Jebediah fuera mayor. Pero también he hecho sacrificios.
Me alejé por mucho tiempo, después de nuestra infancia, después de
que tu madre fuera al manicomio, para que pudieras vivir tu vida.
—Porque le habías hecho una promesa sobre tu vida mágica, no
tenías opción... —Me detengo antes de decirle que sé muy bien lo
vinculantes que pueden ser esas promesas.
—Sí. Pero te dejé ir de nuevo, el año pasado después de que
fueras coronada. Y todas esas noches que te traje al País de las
Maravillas en tus sueños, a pesar de que me dolía que abandonaras
nuestros paisajes oníricos y regresaras al reino de los mortales; te dejé
ir cada mañana a vivir tu realidad allí. Puede que no parezca mucho, en
comparación con la galantería de tu mortal. Pero para mí, tan egoísta,
arrogante, pedante como soy, esa es la forma más sincera de sacrificio.
Dejarte ir. ¿Qué no lo ves?
La empatía se abre camino a través de mí. Me esfuerzo por
encontrar alguna palabra de gratitud o disculpa, pero nada parece
suficiente. Todo lo que puedo hacer es asentir.
Como si estuviera esperando esa señal, libera mis manos, acuna
mi cara, y susurra en mi oído: —Mi preciosa Alyssa, comparte tu
realidad conmigo. Dame tu para siempre. Vamos a causar hermosos
estragos juntos.
La tentación brilla a través de mi sangre, una muestra de poder
eterno y pandemónium. Sus suaves labios se deslizan por mi
mandíbula. Estoy deslumbrada por su toque, drogada por sus
promesas, cayendo más y más en él. Antes de que llegue a mi boca, cojo
sus manos y lo ruedo hasta que es él el que está de espaldas, sus alas
ya no son un escondite, sino unas sedosas piscinas negras a lo largo del
suelo.
Apoyo la mitad superior de mi cuerpo por encima del suyo, así
tengo el control. —No puedo pensar —le susurro—, me estás volviendo
loca.
—La locura es la claridad más prístina. —Enrolla una pierna
alrededor de mis caderas y me derriba hacia él—. Ábrele las puertas a la
locura. Deja que sea tu guía. —Una esquina de su boca se levanta en
una sonrisa infantil.
Me sostengo sobre mis codos. No lo he visto así de relajado desde
que éramos compañeros de juego: trozos de hierba esparcidos por su
pelo, la ropa sucia y arrugada. Incluso su camiseta esta fuera del
pantalón. Él se extiende lánguidamente debajo de mí, y la cicatriz
plateada de su abdomen atrapa la luz, es la marca de la Hermana Dos
cuando peleó con ella en de Hilos de la Mariposa hace apenas unas
semanas.
Cuando estuvo a punto de morir por ayudarnos a escapar a mí y
a Jeb. Pero no lo dejé morir, porque no podía imaginar un mundo sin él.
No me puedo imaginar un futuro sin él tampoco. Ya no.
Siguiendo un instinto oscuro y un deseo aún más oscuro, toco la
cicatriz. Su piel tensa se contrae y él sostiene un suspiro.
Retiro la mano.
Él agarra mi brazo y me arrastra hacia abajo de manera que
nuestras narices se tocan. —Es hermoso —dice, su aliento fragante y
afrutado—. La marca dejada por tu amor cuando me salvaste la vida.
Coincide con la de tus palmas, de la primera vez que me salvaste. Una y
otra vez, tus acciones rinden homenaje a tus verdaderos sentimientos.
Pero quiero oír las palabras. —Sus labios acarician mi mandíbula y se
detienen en mi oído—. Dilas.
Su voz baja y ronroneante electriza mi piel. La reina del País de
las Maravillas cobra vida. Arroja luz sobre el sentimiento escondido
dentro de los rincones más oscuros de mi corazón, hasta que ya no lo
puedo negar.
Busco sus ojos, extasiada por la profundidad de las emociones
que albergan. —Me preocupo por ti… —Es una respuesta poco
profunda e inadecuada. La verdad más profunda se congela en mi
lengua: La habitante del Inframundo en mí te ama apasionadamente.
Estas palabras son demasiado escalofriantes, frágiles, y
extraordinariamente únicas como para liberarlas; podrían desvanecerse
como los copos de nieve si se exponen al calor de la realidad muy
pronto.
Pero Morfeo se cansa de esperar. Me arrastra más cerca,
presionando mis labios con los suyos y besándome con golpes calientes
y exquisitos.
Sucedió muy rápido. Nunca lo vi venir.
Oh, pero mi lado de habitante del Inframundo sí lo hizo, y ella
arroja mi armadura humana a un lado.
Ella guía mis manos, anudando mis dedos por su pelo, se burla
de su lengua con la de ella. Ella no me deja alejarme, porque quiere
estar allí de nuevo. En el País de las Maravillas, a donde sus besos con
sabor a tabaco siempre nos llevan…
Porque las cosas que detesto son las cosas que ella adora: Sus
comentarios mordaces, su condescendencia exasperante. Su dominio
amenazante de medias verdades y acertijos. La forma en que me
empuja en la cara del peligro, me obliga a mirar más allá de mis miedos
y alcanzar todo mi potencial.
Más que nada, porque me anima a creer en la locura... en ella... el
lado más oscuro de mí misma: la reina que nació para reinar sobre el
reino Rojo y para dar al País de las Maravillas un legado de sueños e
imaginación.
Sus manos enguantadas buscan la curva de la cintura, el arco de
mis caderas. Él me mueve encima de él, tan cerca que no hay suficiente
espacio para una brizna de hierba entre nosotros. Sus besos crecen
insistentes, desesperados. Su sabor llega hacia mí, a fruta y a humo y a
tierra, y otras cosas que nacen de las sombras y tormentas... cosas a
las que no puedo ponerle nombre.
Soy transportada lejos, a un lugar donde las llamas lamen en mi
piel, cegada por naranja, amarillo y blanco. Calor sofocando mis fosas
nasales.
Estoy en el sol. No es un sol terrenal, sino del País de las
Maravillas. Morfeo está conmigo, con una corona de rubíes. Juntos,
estamos bailando el vals en el interior del núcleo de fuego, sin ser
afectados por el infierno arremolinándose a nuestro alrededor,
conscientes sólo de nuestra danza. Brasas doran nuestras alas. Mi
vestido rojo, de rosas y encajes, captura una chispa y se quema. Su
hermoso traje carmesí hace lo mismo, dispersándose como ceniza.
Nuestros espíritus reflejan nuestra carne, todos los secretos y deseos al
descubierto. Somos libres, cara a cara, en pie de igualdad... sin ningún
lugar donde escondernos sino dentro del otro. Abre los brazos y voy con
él, sin reservas.
La imagen se desvanece. Estoy encima de Morfeo de nuevo, quien
se encuentra completamente vestido en la hierba. Debe haber sido una
visión, como la que tuvo Ivory de un banquete y un niño, una visión de
un futuro legado a mí por mi corona mágica.
La profundidad me llena, pero no puedo olvidar mi humanidad y
mi amor por un hombre mortal que pintó una habitación llena de
hermosos sueños, un hombre que ha perdido su camino y me necesita
ahora más que nunca.
Esa presión sobre mi corazón pulsa través de mi pecho,
robándome el aliento. Me libero y trago oxígeno mientras me apresuro a
ponerme de pie
—Jeb —murmuro.
Morfeo gruñe y se pone de pie, arreglándose la camisa. Sacude
hierbas de las perneras del pantalón y se endereza el lazo al cuello. —
Esa fue una proclamación de amor muy decepcionante. Tal vez lo
harías mejor si escribieras un soneto, preferiblemente omitiendo las
letras J, E y B.
—Lo siento. —Muelo un nudillo en mi esternón para aliviar el
escozor ardiente—. Tengo que hacer lo correcto, para todo el mundo. No
sé qué es lo correcto. Lo único que sé, es que todo el mundo necesita
algo diferente. Tú, Jeb, mis padres, el País de las Maravillas. Quiero
separarme en dos… ser dos seres totalmente.
Morfeo frunce el ceño. —No vuelvas a decir eso, Alyssa. Es
peligroso desear tales cosas.
—¿Por qué? No puedo cambiar que tengo dos lados de mi
corazón. No importa lo mucho que lo desee.
—No deberías siquiera pensar eso nunca. La única forma de
encontrar la paz es si tus dos lados aprenden a coexistir. No serías la
chica con la que compartí la infancia sin ellos dos.
Su admisión conmovedora hace que considere algo que aún no
había pensado. —La chica a la que ayudaste a moldearse en una reina.
—Miro al cielo, ahogándome en mi propia indecisión—. Siempre me
dijiste que yo era lo mejor de los dos mundos. Me enseñaste a abrazar
tanto mi magia y mi imaginación. Ahora, tengo dos voces internas a las
que seguir. Cada una señala a una vida diferente en un mundo
diferente. Le estoy haciendo daño a todos, porque estoy confundida. Y lo
odio. —Me dirijo a él—. Tal vez eso es lo que me da ganas de odiarte.
Estudia mis facciones, silencioso y estoico, y me pregunto si al fin
se lamenta todo lo que me enseñó, a todo aquello a lo que me condujo.
Rozo mis dedos por las joyas centelleantes de tonalidades
sombrías en todo su rostro. —Pero odio es lo menos que siento por ti.
La cosa más alejada.
Él atrapa mi mano y presiona mi palma cubierta de encaje en su
pecho, arrastrando el pulgar por mis nudillos.
Hago a un lado el tierno momento para dar riendas sueltas a mi
mente. —Dijiste que vamos a limpiar a Jeb de la Reina Roja para que
pueda destruirla, para siempre. ¿Cómo se supone que vamos a hacer
eso sin hacerle daño?
Morfeo se inclina para recoger mi tiara, devolviéndola a mi pelo.
—Eso, amor, requerirá el mayor sacrificio de todos. —Su pulgar sigue
las cadenas en mi cuello—. Y tú eres la que va a tener que hacerlo.
No tiene oportunidad de explicarse antes de que la puerta de la
habitación sea abierta, revelando a Jeb en el umbral. A pesar de que él
ha insistido en que hemos terminado, el déjà vu hace ecos a través de
mi conciencia, como si hubiera sido atrapada traicionándolo de nuevo.
Esa preocupación se desvanece una vez que me doy cuenta de su
apariencia: la sangre que gotea, el pelo revuelto, la cara pálida, y la
expresión ansiosa. Las plumas en su traje han caído como si fuera un
pájaro que apenas sobrevivió a un ciclón. Lo peor de todo, papá no está
con él.
—Jeb, ¿dónde…?
Su mirada nos perfora con una luz de otro mundo. —Ustedes dos.
Vengan conmigo. De prisa.
14
Agua & Piedra
Traducido por Elle
Corregido por Laurita PI
8 Movimiento ocular rápido, fase del sueño durante la cual se presenta mayor
intensidad de las llamadas oníricas (sueños). En inglés: REM; rapid eye movement.
Morfeo frunce el ceño y deja de limpiar la cara de Jeb. —¿Dónde
está CC ahora?
—Me protegía para que pudiera escapar con Thomas —responde
Jeb—. Los guardias lo capturaron.
Murmurando un juramento, Morfeo lanza la esponja en la cubeta.
Después de secarse las manos en el paño, arrastra su chaqueta y
camina hacia la entrada, donde dejó su sombrero. Se lo pone, las alas
marchitas detrás de sí.
—Necesitamos un plan para obtener el antídoto. —Se pone los
guantes—. Cualquier esperanza para el elemento sorpresa está
arruinada. Roja sabe que Alyssa se encuentra en CualquierOtroSitio.
Ahora tienen a CC, quien conoce el modo de entrar a nuestra montaña.
Jeb da un puñetazo en la mesa. —Iré esta noche, antes de que
puedan intentar encontrarnos. Traeré a CC y al antídoto. Sanaremos a
Thomas y lo enviaremos a él y a Al a través de la puerta antes de que
pase cualquier cosa.
Sacudo la cabeza. —No nos vamos sin ustedes dos. ¿Lo
entienden?
—¿Y cómo entrarías, si no te importa elaborar en el asunto? —
pregunta Morfeo a Jeb, ignorando mi intento de dar órdenes.
Jeb se deja caer al suelo y se quita el traje de pájaro. Una camisa
azul marino y vaqueros desteñidos se ajustan a él, arrugados y
crepitando con estática por estar bajo el disfraz. —Tal vez pueda agitar
un poco las cosas. Estrujar un par de torretas y tumbar un muro o dos.
—Ya intentamos eso una vez —contradice Morfeo—. Tu magia es
limitada al terreno natural. Las cosas construidas por las manos de
otros están más allá de tu capacidad para alterarlas. —Se ajusta el
sombrero, y las polillas naranjas se mecen en el ala. Me mira—. Hart
arregló una carrera de conjurados mañana para elegir a un rey oficial.
Usamos el simulacrum… vamos a primera hora de la mañana cuando
las puertas se encuentren abiertas.
—Todos los prisioneros estarán preocupados —razono, frotando la
mano de papá.
Jeb inclina la cabeza pensativo. —Ayudaría el tener un plano.
Sabríamos exactamente a dónde ir por la cura, sin desvíos.
Morfeo asiente. —Podríamos enviar a alguien esta noche, alguien
suficientemente pequeño para deslizarse por los huecos existentes en el
muro. Mientras ellos exploran, podemos descansar, prepararnos, y
planificar.
Nikki alza la cabeza desde el otro lado de la sala donde ella y
Chessie han estado fastidiando a las grullas que ocupan el biombo
japonés. Revolotea hacia nosotros. —Envíenme a mí —insiste, su voz
tintineante mientras se señala.
Su bravura me conmueve. —Nikki es fuerte. Podría traer el
antídoto si lo encuentra.
—No lo sé —dice Jeb—. Es tan pequeña. ¿Y si…?
—Nikki es ideal —interrumpe Morfeo—. La diseñaste para que
tuviera libertad en este mundo. Es pequeña y rápida, y está en buenos
términos con tus pinturas. Si CC es enviado para guiar a los guardias
aquí, ella puede distraerlo. Chessie y yo podemos acompañarla hasta
las puertas del castillo, esperar por ella a escondidas hasta que termine
la expedición.
Jeb se pasa una mano por el cabello, dejándoselo despeinado.
Obviamente está preocupado por su espíritu de la naturaleza. —De
acuerdo, pero fui yo quien lo jodió. Si ella no es capaz de obtener la
cura, yo debería ir a esta cosa de la carrera mañana. No tú y Al.
Comienzo a objetar, pero Morfeo me gana. —Aquí te necesitan. Tú
mandas sobre las creaciones. Estás mejor preparado para proteger a
Thomas en caso de que la montaña sea atacada. Chessie sería nuestro
mensajero si algo sale mal por nuestra parte.
Jeb asiente, resignado.
Morfeo envuelve el paño alrededor de papá y lo pone en una
posición de sentado. —Necesita estar en un sitio seguro, en caso de que
la montaña sea penetrada.
—Lo llevaré al faro —ofrece Jeb—. Al, te puedes quedar con él
toda la noche.
—De acuerdo —murmuro. Me asusta estar sola, aunque sea mi
propio padre. No sé qué haré si empeora—. ¿Y si se despierta?
—No debería. El hechizo bajo el que está durará hasta que
Jebediah y yo lo deshagamos.
Me recuerdo que se supone que una reina debe ser valiente, y
accedo.
Jeb balancea a papá sobre su hombro. Haciéndome a un lado
para dejarlo pasar, Morfeo agarra mi brazo antes de que pueda
seguirlos por el corredor.
Espera hasta que Jeb se encuentra fuera del alcance del oído y
me mira. —Jebediah no puede ir al castillo bajo ninguna circunstancia.
—Observa la puerta—. Es muy peligroso para él.
No estoy segura de si le creo su preocupación. —¿Por qué?
—Es un recipiente en el cual todos podemos derramar nuestra
magia en una tierra de hadas sin poder. Semejante producto no tiene
precio. Un arma a temer y deseada por todos. Casi lo destruyó el
intentar dominar su poder y el mío. Los habitantes de este sitio… la
Reina de Corazones, Manti y sus matones… todos son despiadados sin
alma. Si alguna vez se dan cuenta de lo que él es, lo llenarían hasta el
borde con su magia. Se lo comerían como un cáncer hasta que no
quedara nada. No podrías tener de vuelta a tu mortal después de que
ellos terminaran.
La lógica en sus palabras pesa en mi ya cargada cabeza. —Así
que de veras lo has estado protegiendo todo este tiempo, ¿no?
¿Manteniéndolo escondido aquí?
Sus manos se deslizan hacia mi muñeca en una afirmación sin
palabras.
—Gracias. —Aprieto sus dedos en los míos.
Morfeo hace un gesto a Chessie y Nikki, dirigiéndolos hacia el
pasillo para cuidar a Jeb. —No te pongas sentimental. No lo hice por él.
Lo hice porque no puedo tenerte torturada por la culpa de que hubiera
terminado así. Habrías culpado tus elecciones en la noche del baile de
graduación por la tragedia. Eso habría arruinado tu fe en tu habilidad
para reinar. Serías una reina inútil si no pudieras confiar en tu propio
juicio.
La explicación hastiada está en la misma línea del razonamiento
de un hada solitaria. Por supuesto que es por el bien mayor del reino
que él ama. Pero aun así, hizo lo correcto, y Jeb se encuentra vivo por
ello. No lo olvidaré. —Entonces, ¿qué propones que hagamos? ¿Decirle a
Jeb qué papel juega Roja en su magia?
—Absolutamente no. Se le meterá en la cabeza alguna idea
descabellada de enfrentarse a ella si hacemos eso. Tenemos que sacarlo
de este reino antes de que lo descubran.
—Pero no se quiere ir —murmuro, incapaz de enmascarar la
derrota en mi voz—. ¿Cómo proteges a alguien que no quiere ser
protegido?
—Se marchará si tomas la fuente de su poder. Haremos un trato
con Roja a cambio del antídoto. Ella aborrece este sitio. Así que le
ofrecemos una ruta de escape. Puede que comparta el cuerpo de Hart,
pero Roja es más astuta sin duda. Conseguimos la cura para tu padre,
y a cambio, sacamos a Roja de CualquierOtroSitio. Jebediah se verá
forzado a seguirnos para quedarse atado a la magia de la que se ha
hecho dependiente. Sentirá la atracción instintivamente, justo como la
siente hacia mí. Una vez de vuelta en el País de las Maravillas, el efecto
magnético del hierro se revertirá. La magia retornará a sus recipientes
adecuados, y Jebediah volverá a ser humano.
¿Por qué Morfeo haría semejante sacrificio? ¿Arrastrar no solo a
Roja de vuelta a su amado reino, sino a otra reina empecinada en la
destrucción, solo por ayudar a un par de mortales?
Giro sobre mis talones y suprimo mi sospecha, intentando creerle.
—Los guardias… no dejaran que la Reina de Corazones atraviese la
puerta. Incluso si mi papá está lo suficientemente bien, no será capaz
de convencerlos. Roja se encuentra dentro de ella, y Hart es una
prisionera. Ambas pertenecen aquí.
Morfeo da un golpecito al diario en mi cuello. —Por eso mismo la
Reina de Corazones debe quedarse atrás. Debemos contrabandear a
Roja bajo las narices de los guardias.
—No es como que pudiéramos meterla dentro de un simulacrum.
Es un espíritu… —El horror me golpea antes de que pueda terminar de
rodar el razonamiento por mi lengua. La críptica afirmación de Morfeo
de antes cuando le pregunté cómo sacaría a Roja del sistema de Jeb:
“Eso, amor, requerirá el mayor sacrificio de todos, y tú eres quien tendrá
que hacerlo”.
Esto era lo que pretendía desde el principio, cuando formó un
majestuoso transporte de polillas para llevarnos, cuando dijo que me
ayudaría a formar un plan.
Nunca fue mi plan. Era el suyo. Que yo fuera al castillo, dejara
que el espíritu de Roja me habitara, y sacarla de este reino.
—No —digo, el pulso martilleándome con tanta fuerza en las
mejillas que puedo ver su movimiento bajo mi piel con esta luz tenue—.
Vine aquí a terminar con ella, no a darle acceso a mi… —Ni siquiera
puedo decirlo en voz alta. Ya ella le hizo algo a mi corazón que necesita
reparación. No la volveré a dejar entrar.
Todo lo que sucedió hoy… las habitaciones, mis epifanías, la
seducción de Morfeo, el estado de amenaza para papá… todo eso me
retiene como humo, haciendo que sea difícil respirar. Mareada y
sobrecalentada, me balanceo. Morfeo me empuja a la mesa.
—Ahora, no podemos dejar que te pase algo. —Me abraza y
recorre mi cabello, un gesto tierno que se siente fuera de lugar gracias a
sus palabras de regaño—. Este es el plan perfecto. —Su voz retumba en
su pecho junto a mi oído, suave y melódica—. Es lo menos peligroso
para todo el mundo, sobre todo Jebediah. —Cierro los ojos, dejando que
su rítmico palpitar golpee mi mejilla—. La parte más complicada será
engañar a Hart para que deje ir al espíritu de Roja. Pero en lo que
respecta a Roja, ni siquiera tendremos que negociar; es todo lo que
siempre ha querido, ser parte de ti.
Ser parte de ti. La bilis me sube a la garganta. ¿Y si fue Roja a
quien vio Ivory en la visión… viviendo a través de mi cuerpo? ¿Y si es su
futuro con Morfeo y no el mío? Si eso es cierto, el niño de Morfeo y mío
le pertenecerá a ella. Ella será su madre.
Me aferro a las solapas de Morfeo. ¿Es que no se da cuenta de lo
que puede pasar si no puedo derrotarla una vez que esté dentro de mí?
¿No entiende el peligro? No solo para él, sino también para nuestro hijo
futuro.
—No la voy a dejar usarme como recipiente —digo contra él—. No
de nuevo.
Se echa hacia atrás y recorre un enguantado dedo por mi sien. —
¿Ni siquiera por tu mortal? ¿Y por el padre que te necesita? Tienes sus
memorias para derrotarla en el momento en que crucemos la frontera y
Jebediah esté limpio de su poder.
Agarro el diario pequeñito como si fuera un salvavidas, pero me
siento hundir. —No puede ser que sea el único modo.
—Lo es; el único modo de salvar lo que amamos.
Mis nervios pican. —¿Nosotros amamos? No te importa Jeb. Tú
mismo lo dijiste.
Sus labios se aprietan. —Él tiene sus méritos. Suficientes como
para merecer vivir, justo como tu padre todos esos años atrás. —Luce
sincero, pero el flujo de color en sus joyas lo delata. Finalmente he
aprendido a leerlo.
Mi fuerza se rebela. —No. Mientes. Esta no es la única manera de
sacar a Jeb.
Morfeo presiona ambas manos sobre la mesa detrás de mí,
acorralándome. —Como dijiste, él no tiene deseos de marcharse.
Lo empujé hacia atrás. —Puedo convencerlo.
—¿Qué? ¿Seduciéndolo? —se burla Morfeo—. Tengo medio en
mente dejar que lo intentes. Lo que sea para sacarte al chico del
sistema de una vez y por todas.
Un latido enojado pulsa en mi sien. —Tienes razón. Tienes solo
media mente si crees que tu “permiso” tiene algo que ver.
Su arrogante sonrisa responde. —Entonces, adelante. Borraré el
recuerdo de su toque, y no necesito una poción de olvido para ello.
Tengo fe en mis habilidades para sobrepasar cualquier cosa que ese
mortal pueda hacer por ti, o a ti. —Arrastra la punta de los dedos por
mi cintura, recordándome lo que sucedió entre nosotros en su
habitación un poco más temprano—. ¿Por qué estamos discutiendo, eh?
—ronronea—. No tiene sentido. Ustedes pasaron la mañana juntos.
Pintó sobre tu cuerpo semi desnudo, el bastardo afortunado. Si ese
hubiera sido mi trabajo, tus ropas hermosas nunca habrían sido
creadas. Él ya no te desea.
Esa verdad me marca, pero no voy a dejar que un ego herido
descarrile mi resolución.
—Hay algo más en esta cosa con Roja, y si no me lo dices, me
pondré un traje de simulacrum, me iré sola a buscar la cura de papá, y
le pondré final a ella de una vez y por todas.
Su complexión de alabastro palidece. —No seas tonta. Para entrar
al castillo se necesita trabajo en equipo, y tenemos que estar armados
con un plan de escape. Lo más importante es que necesitas dormir,
apenas si puedes mantenerte en pie.
Me alejo de entre él y la mesa, acercándome a la puerta. —¿Por
qué necesitaría estar de pie? Puedo volar, y ni tú ni Jeb pueden
detenerme. —Con un chasquido de mis omóplatos, mis alas se liberan,
apresurando otra corriente de poder a través de mis venas.
Morfeo recorre mis alas con sus ojos. Filamentos de luz nocturna
caen desde arriba, iluminando su expresión embelesada. —Es una
demostración impresionante, amor, pero no te atrevas a confundir mi
veneración con la rendición.
Comienza a acercase a mí, su expresión se desvanece a un ceño
fruncido. He provocado uno de sus humores oscuros y combativos. No
me importa, porque mi imaginación es más refinada que la suya, y él
me ha revelado el secreto para manipular las pinturas de Jeb.
Antes de que pase frente al biombo japonés, mentalmente llamo a
las grullas. Cesan de picotear contra su prisión de papel de arroz y
centran su atención en mí. Les asigno un nuevo rol: tejedoras de encaje,
y la luz de la luna es su hilo.
Graznidos como de clarín explotan de sus gargantas al tiempo en
que salen de las pantallas y se dejan caer frente a Morfeo con una
forma completamente tridimensional. Titubeando sobre escamosas
patas grises, el dúo crotora y se desliza por el suelo, aprendiendo a
balancearse por primera vez. Entonces, con alas extendidas, alzan sus
elegantes cuellos en toda su altura, alcanzando la barbilla de Morfeo.
Él se retira, sus joyas destellando amarillo verdoso, signo de
fascinación cautelosa.
Las grullas capturan la luz de la luna en sus picos como si fueran
hebras tangibles. Tensándolas desde el techo, las tejen en una red de
encaje brillante con velocidad de otro mundo. Un parpadeo, y el panel
ya está sobre el pecho de Morfeo.
Intenta agacharse, pero los pájaros ajustan su trayectoria,
haciendo círculos, torciendo, y trenzando la red para que alcance sus
pantorrillas. Apenas tiene tiempo para retirarse antes de que la barrera
lo lleve hacia el borde de la esquina más lejana de la habitación… una
cerca de gasa de piso a techo. Tan pronto como terminan el primer
panel, comienzan otro, crotorando los picos.
—Bien jugado —dice Morfeo desde el otro extremo, enroscando los
dedos a través de las hebras irrompibles. La admiración destella en sus
ojos oscuros—. Soy tu prisionero, aunque siempre lo he sido.
Nos miramos mutuamente en silencio. La única cosa innata en
ambos es nuestro miedo a ser retenidos. Recuerdo su hermosa y
agonizante confesión de unas semanas atrás: “Nada puede romper las
cadenas que tienes sobre mi corazón”. En la visión que tuve, cuando
bailamos sobre el sol, éramos libres e iguales en todo sentido. Eso es lo
que deseo para él; para ambos.
—Nunca he querido que seas mi prisionero —insisto.
Hace una floritura con sus brazos. —Y aun así, aquí estoy, en
una jaula de tu autoría.
—Si pudieras aprender a ser honesto, los muros caerían.
Aprieta la mandíbula.
—Estás usando a Jeb para influenciar mis elecciones. De nuevo.
Esta vez no voy a caer en la trampa. ¿Por qué quieres liberar a Roja?
¿Hay algo entre ustedes dos? —Hago una pausa en el umbral,
esperando.
—¡No! Odio a la bruja. —Su rostro, atravesado por sombras de
encajes, aumenta en seriedad—. La odio con la misma pasión sin
cambios con que te amo.
La confesión es dulce en su simplicidad, recordándome que las
emociones que siente le son completamente extrañas; siendo una
criatura solitaria, no comprende lo profundamente entrelazado que se
encuentra el amor con la confianza. —¿Quieres que crea en tu amor?
Entonces no más secretos. Si vamos a ser iguales, tenemos que trabajar
juntos. Estás acostumbrado a estar solo, no sabes cómo confiar en
alguien más que en ti mismo. Eso tiene que cambiar. La humana en mí,
necesita confianza. Ten fe en que te entenderé y no te juzgaré; en que
puedo encontrar un modo de ayudarte, puede que incluso uno mejor.
Su obstinado silencio se burla de mí, así que doy media vuelta
para marcharme.
—¡No hay un modo mejor! —La desesperación en su voz hace que
me gire y lo enfrente—. Si la hubiera, nunca te pediría esto. Roja puso
el hechizo sobre el País de las Maravillas. Solo su magia puede revocar
la decadencia y regresar su esplendor original. Sin ella, el Inframundo
caerá en las ruinas, y nada redimirá nuestro mundo, nuestro hogar, tu
reino. Por eso tenemos que contrabandearla y sacarla… y el único modo
es dentro de ti. Tú eres de su linaje, y la única con la fuerza suficiente
para manejar su magia y usarla para el bien una vez que crucemos la
frontera.
Tentáculos helados se arremolinan en mi espina dorsal. —
¿Esperas que la deje vivir dentro de mí para siempre?
Se aferra de nuevo al encaje. —Por supuesto que no. Solo hasta
que estén hechas todas las reparaciones. Entonces nos deshacemos de
su decadente existencia de una vez por todas.
Chessie y Nikki entran explosivamente en la habitación,
revolviendo pequeñas ráfagas de viento por mi pelo al tiempo que van
directo hacia la prisión de encaje. Vuelan en picado hacia las grullas,
intentando distraerlas.
Jeb me pasa en la puerta. Su brazo roza mi ala, y un cosquilleo
irradia desde la punta hasta mi espalda. Debe haber recorrido todo el
camino hasta la puerta de diamante para darse cuenta de que no lo
seguía. Antes de que pueda preguntar, se dirige al muro, donde papá
está en una posición sentada, durmiendo profundamente.
Jeb estudia el espectáculo de las grullas siseantes, Chessie, y
Nikki, todos enredados en el trabajo de encaje. Se vira hacia mí.
Encojo un hombro a medias por toda respuesta.
Sacude la mano, y el muro de gasa desaparece, regresando las
hebras de luz lunar y liberando a todos sus prisioneros. Ordena a sus
pájaros de vuelta a sus pantallas. Ellos graznan, se meten dentro, y
vuelven a aplanarse como adornos una vez más.
Nikki revolotea y se mete en el cabello de Jeb, ofreciendo un
tintineante gracias, y revolviendo las ondas sedosas a su alrededor
como si fuera un vestido.
Chessie se posa en el hombro de Morfeo y este camina hacia mí.
—Alyssa, debes ver lo crucial que es esto.
Jeb lo detiene con una mano en el pecho de Morfeo. —Aguanta un
momento, hueso de polilla. Cuando regresaba por el pasillo, escuché
que esperabas que Al dejara que ese monstruo la poseyera nuevamente.
No hay manera de que eso pase.
Morfeo gruñe. —Esto no te concierne. Preferirías romper el
corazón de Alyssa antes que renunciar al poder que anhelas y enfrentar
al mundo real. Así que no tienes voz ni voto. Es su elección para tomar.
Su reino está en peligro. —Me mira mordazmente—. Más que su reino.
Jeb lo empuja y su pelea aumenta de nivel. Nikki zumba,
intentando arbitrar.
Miro a mi alrededor: magia retorcida donde quiera, cuartos llenos
de pesadillas, mi padre apoyado contra una pared, en estado comatoso
para que no se convierta en piedra.
¿Jeb se quiere quedar aquí?
No. Este lugar es veneno. Tenemos que salir. Todos, incluso
cuando la única forma de convencer a Jeb es capitalizar su adicción al
poder…
Chessie me ve mirando, y flota sobre la pelea de Morfeo y Jeb
como una bola de un naranja brillante y cenizas grises. Sus ojos anchos
y sabios me hablan, forzándome a enfrentar lo que será de él; lo que
será de los caprichosos y extraños habitantes del Inframundo,
atrapados dentro del tren de la memoria en el reino humano; lo que
será de aquellos en el País de las Maravillas. Me obliga a reconciliarme
con lo que les sucederá a todos ellos una vez que su hermoso y bizarro
hogar se pudra bajo sus pies; lo perdidos que estarán.
Un fragmento de dolor se desliza a través del helado encofre de mi
coraje y lo corta con precisión. No hay dudas en lo que debe hacerse.
—Lo haré. —Aunque mi voz suena como poco más que un
chillido, detiene la pelea a gritos de Morfeo y Jeb.
Ambos se giran hacia mí, terriblemente silenciosos.
Alzo los hombros para que mis alas se extiendan. —Haré
cualquier cosa para salvar el País de las Maravillas —para salvar a
todos los que amo— porque soy responsable. Fui débil. No lo seré otra
vez.
Juntando manos y patas, Chessie y Nikki se alzan en vuelo en
vueltas de celebración.
—Alyssa… —El comportamiento de Morfeo es pura reverencia—.
Siempre supe que tenías el corazón de una reina.
Jeb agarra la camiseta de Morfeo, rechinando los dientes. —Si la
amas como proclamas que lo haces, dejarías que esa bruja te poseyera
a ti.
Morfeo lo mira fijamente. —No tenemos el mismo linaje. Y aunque
pudiera, solo Alyssa ha logrado sobrepasar a Roja. Está escrito que la
saque y la venza de una vez por todas.
—Jeb, por favor. Ya he tomado mi decisión. —Me duele la
garganta aun cuando estoy susurrando. Estoy tan cansada—. Papá
necesita ropa, y un sitio en el que acostarse.
Jeb deja ir a Morfeo y se dirige al salón. Su expresión es furia
contenida cuando carga a papá sobre su hombro. —Asumo que esta vez
vendrás —gruñe, luego comienza a caminar por el largo corredor una
vez más.
Temblando en el umbral, miro a Morfeo. —Ella casi me sacó las
entrañas una vez. Su marca todavía está ahí, la siento. —No le digo el
resto: que es como si las hebras de mi corazón se estuvieran dividiendo,
que estoy convencida de que es un efecto mágico de su posesión, y que
cada día parece romperse un poco más—. No estoy segura de tener la
fuerza para arrancarla otra vez. No si matarnos a ambas.
Su expresión cambia a algo cercano a la preocupación, me
congela el aliento. Mira hacia el diario. —Ahora tienes un arma. Sus
recuerdos te dan una ventaja que no esperará. La debilitarán.
—Ni siquiera sabemos si funcionará —susurro.
—Lo hará —dice—. Tiene que hacerlo. La preocupación en las
insondables profundidades de sus ojos contradice la confianza en sus
palabras. Por primera vez en la vida, él comparte mis dudas.
Nos quedamos así por incontables segundos, mirándonos
fijamente el uno al otro.
Cuando extiende un brazo para consolarme, me retiro hacia el
pasillo. Sin decir otra palabra, sigo a Jeb, incapaz de sacudirme la
ansiedad que se ha envuelto alrededor de mi cuello en forma de diario:
un juguete infantil que me salvará la vida, o que la estrellará
definitivamente.
15
Mareas del destino
Traducido por Vane hearts, KarlaSt & Zafiro
Corregido por Kora
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