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Staff
Moderadora
Melii

Traductoras
Nikky Marie.Ang Fany Stgo.
Sofía Belikov Josmary Jasiel Odair
Alessandra Wilde Elle Andreeapaz
Miry GPE Vane hearts Mary
Jane KarlaSt Adriana Tate
Beatrix Zafiro Vani
Val_17 Lauu LR Jenni G.
Sandry MaJo Villa

Correctoras
Amélie. Paltonika Sofía Belikov
Laurita PI Daniela Agrafojo Mary
Helena Blake Miry GPE Fany Stgo.
Mire Jasiel Odair Sandry
NnancyC Elle SammyD
Marie.Ang Kora Melii
Jane Adriana Tate

Lectura Final Diseño


Melii Mae
Indice
Sinopsis Capítulo 14
Capítulo 1 Capítulo 15
Capítulo 2 Capítulo 16
Capítulo 3 Capítulo 17
Capítulo 4 Capítulo 18
Capítulo 5 Capítulo 19
Capítulo 6 Capítulo 20
Capítulo 7 Capítulo 21
Capítulo 8 Capítulo 22
Capítulo 9 Capítulo 23
Capítulo 10 Epílogo
Capítulo 11 Agradecimientos
Capítulo 12 Sobre el autor
Capítulo 13
Sinopsis
Después de sobrevivir a la desastrosa batalla del baile de fin de
curso, Alyssa ha aceptado su locura y ha ganado mucha perspectiva.
Está decidida a salvar sus dos mundos y a la gente y las criaturas de
las profundidades a quien ella quiere. Aunque eso suponga desafiar a la
Reina Roja a una batalla definitiva de deseos y engaños...Y aunque el
único camino hacia el País de las Maravillas, ahora que la madriguera
del conejo está cerrada, es el mundo a través del espejo- una dimensión
paralela llena de mutantes y sádicas criaturas de las profundidades
proscritas.
En la última entrega de la trilogía Susurros, Alyssa y su padre
viajan al corazón de la magia y el caos en busca de su madre y para
arreglar todo lo que está mal. Junto con Jeb y Morfeo deben salvar el
País de las Maravillas de la decadencia y la destrucción en que se
encuentra atrapado. Pero aunque tengan éxito y salgan vivos, ¿podrán
tener todos su final feliz?
Splintered #3
A mi mamá.
Te extraño. Gracias por darme el coraje de volar alto y atrapar mis
sueños, y por ser el viento bajo mis alas.
1
Recuerdos de la banda mística
Traducido por Adriana Tate
Corregido por Amélie.

Mala memoria, la que sólo funciona hacia atrás.


—Lewis Carroll, A través del espejo y Lo que Alicia encontró allí.

Una vez pensé que los recuerdos eran mejor dejarlos atrás…
Relojes de bolsillos paralizados que podrías volver a ver por valor
sentimental, pero era más una indulgencia que una necesidad. Eso fue
antes de que me diera cuenta que los recuerdos podrían ser la clave
para avanzar, para recuperar el destino y el futuro de todos los que
amas y atesoras más que a nada en el mundo.
Me encuentro afuera de la brillante puerta roja de una habitación
privada en el tren de los recuerdos. Thomas Gardner está grabado en la
placa extraíble insertada dentro de los soportes.
—Una innecesaria formalidad, ya que él está aquí en carne y
hueso —dijo el conductor, un escarabajo alfombrado aproximadamente
de mi tamaño, cuando primero pedí la placa de identificación. Le
disparé una mirada furiosa, luego insistí que hiciera lo que le pedí.
Ahora, mientras presiono mi frente con fuerza contra el latón,
dejando que el metal relaje mi piel, considero el nombre de papá, lo
mucho que significa más de lo que alguna vez pude haberme
imaginado… como él en sí mismo es más de lo que alguna vez pude
haber soñado.
Casi lo seguí dentro de la habitación cuando llegamos. Se
encontraba tan débil, incluso antes de que hubiéramos aterrizado en
Londres.
¿Quién no lo estaría? Reducido al tamaño de un insecto, volando
por el océano en la parte de atrás de una mariposa monarca. Todavía
puedo saborear el residuo del aire salado. Al amanecer, cuando papá
comenzó a aceptar que en realidad estuviéramos cabalgando en
mariposas, nos deslizamos a través de un agujero en la base de un
puente gigante de hierro y aterrizamos al lado de un tren de juguete
oxidado en un túnel subterráneo. El hecho de que fuéramos lo
suficientemente pequeños para entrar en el tren hizo que los ojos de
papá se agrandaran, pensé que se saldrían de su cara.
Quiero protegerlo, pero no es débil. No lo trataré como si lo fuera.
Ya no más.
Tenía nueve años, sólo dos años mayor que Alice, cuando
deambuló por el País de las Maravillas y fue atrapado por una peligrosa
araña guardiana, sin embargo, de alguna manera sobrevivió. Mejor
enfrentaba ese recuerdo solo. De otra manera, podría intentar
protegerme. Y no necesito protección más de lo que él la necesita.
Hizo falta que me volviera loca para ganar mi perspectiva. Si eso
es lo que se necesita para mi papá, también, que así sea.
Las puntas de mis dedos tiemblan cuando trazo las letras: T-h-o-
m-a-s. Papá descubrirá su verdadero nombre hoy, no el que le dio su
mamá. Todas las revelaciones, todas las monstruosidades que vivió
cuando era niño, esas experiencias nos llevarán a CualquierOtroSitio, el
mundo del Espejo donde los exiliados del País de las Maravillas están
desterrados. Una cúpula de hierro lo cubre, manteniéndolos prisioneros
y deformando de alguna manera su magia, deberían usarla mientras
están adentro. Los caballeros Rojos y Blancos siguen vigilando las dos
puertas de CualquierOtroSitio.
Mis propios caballeros, Jeb y Morfeo, están atrapados allí. Un
mes ha pasado desde que fueron tragados. Quiero creer que todavía
están vivos.
Tengo que hacerlo.
Y luego está mamá, varada en un País de las Maravillas en
ruinas, de rehén de la misma araña rencorosa, criatura que una vez
tuvo a papá en su telaraña en cautiverio. La madriguera del conejo y el
portal hacia el reino del Inframundo, han sido destruidos por mi mano.
CualquierOtroSitio es la única forma de entrar ahora.
Estamos en una misión de rescate, y los recuerdos de papá es la
clave para todo.
Arrastro mis pies embarrados de lodo a lo largo de las baldosas de
color rojo y negro, dirigiéndome hacia el asiento del copiloto. Mis
músculos duelen por cabalgar a una mariposa monarca durante
veinticuatro horas. Nos habría llevado mucho más tiempo si no
hubiéramos sido cogidos por una tormenta y alzados varios metros en el
aire, cubriendo cientos de kilómetros en cuestión de minutos, una loca
cabalgada que mi papá y yo no olvidaremos pronto.
Mi cabello adorna mis hombros en un desordenado enredo de
rubio platino, lacio por la lluvia. La maraña es apropiada, ya que así es
como me siento por dentro: caótica, además agotada. La mitad
Inframundo de mi corazón se hincha para liberarse de las emociones
humanas atrapadas allí. No habrá tregua hasta que hayamos
encontrado a mis seres queridos y hecho las cosas bien en el País de las
Maravillas.
Incluso en ese entonces, sé que ninguno de nosotros jamás será
el mismo de nuevo.
Media docena de criaturas extrañas ocupan los asientos de vinilo
blanco. No están esperando para reunirse con los recuerdos perdidos.
Están aquí porque también están varados. Ya que la madriguera del
conejo se ha ido, no tienen forma de regresar al País de las Maravillas,
su casa.
Una criatura es un pálido humanoide con la cabeza en forma de
cono, cuyo cráneo se abre esporádicamente para que ella pueda discutir
con una versión suya más pequeña. Luego, la versión más pequeña de
su cráneo se abre para revelar uno incluso más pequeño. El más
pequeño es un hombre con una larga nariz. Golpea su homóloga
femenina con un rodillo de cocina pequeñito antes de esconderse de
nuevo. Es como ver una versión horripilante de mamushka1 de Punch y
Judy, un programa de marionetas de época que estudié durante las
clases de drama en la escuela.
Los otros dos pasajeros son duendes, y me pregunto si eran parte
de un grupo que conocí el año pasado en el cementerio del País de las
Maravillas. Se ven diferentes sin sus cascos de mineros: con cabezas
calvas y escamosas con mechones de cabello plateado. Una bolsa de
plástico suena entre ellos mientras toman turnos para tirarle
cacahuetes a la criatura con cabeza de cono incitando más discusiones.
Los rabos de los duendes se crispan y sus rostros de mono-araña
se distorsionan en expresiones estudiosas cuando me encuentro con
sus miradas plateadas. No tienen pupilas o iris, y sus pestañas
parpadean verticalmente como cortinas de teatros.
Se susurran el uno al otro cuando ahueco una mano sobre mi
nariz, para suprimir el hedor a carne podrida que rezuma de la baba
plateada de sus pieles.
—Alice, habladora brillante —dice uno en una voz entrecortada,
cuando entro en una distancia audible—. ¿No ostlay isthay esta vez?
El dialecto es una extraña mezcla de latín de los cerdos2 y sin
sentido. Quiere saber si estoy perdida esta vez.

1 Las mamushkas son unas muñecas tradicionales rusas creadas en 1890, cuya
originalidad consiste en que se encuentran huecas por dentro, de tal manera que en
su interior albergan una nueva muñeca, y ésta a su vez a otra, y ésta a su vez otra, en
un número variable que puede ir desde cinco hasta el número que se desee.
2El latín de los cerdos es un juego con el idioma inglés, donde se invierte el principio
de la palabra según las reglas y se agrega “ay” al final.
—No es Alice, estúpideto —murmura el otro antes de que yo
pueda responder—. Y sólo los filósofos ostlay aquí. Los filósofos y
omentsmays.
Continúo por el pasillo, demasiado absorbida en mis problemas
como para entablar una conversación con alguien.
El escarabajo conductor garabatea algo en un portapapeles
mientras habla con los últimos tres pasajeros. Éstos son redondos y
peludos, con ojos anclados a las coronillas, altas y rizadas, que se ven
más como orejas de conejos que las cuencas de los ojos. Me observan
cuando paso, sus pupilas se dilatan con cada rotación de sus orejas.
El más gordo estornuda en respuesta a la pregunta que le hace el
conductor, y una nube de sucio sale de su piel.
—Condenados conejos sucios —brama el escarabajo, y arrastra
una aspiradora desde una funda en su cintura, procediendo a aspirar el
sucio de su piel alfombrada.
Me acomodo en un asiento desocupado en la fila del frente y me
encorvo cerca de una ventana, esperando por el conductor. Se suponía
que chequeara o algo así, los recuerdos que necesito ver. No son míos.
Estaré espiando los momentos perdidos de alguien más.
Mamá se sintió culpable por visitar los recuerdos perdidos de
papá a sus espaldas. Su sabiduría me hace cautelosa. Pero aquella
cuya mente estaré violando no merece mi respeto. Es despiadada y
vengativa. Casi robó mi cuerpo, y se las arregló para destrozar mi vida y
la mayoría del País de las Maravillas.
Morfeo siempre dice que todo el mundo tiene una debilidad. Si él
estuviera aquí, me diría que encontrara la suya, así cuando la enfrente
de nuevo pueda aplastarla.
Mi intención es hacer justamente eso.
La aspiradora del escarabajo alfombrado chilla, sofocando la
discusión, los estornudos y los mandatos a callar a mí alrededor. Me
echo hacia atrás y levanto la mirada hacia los candelabros hechos de
luciérnagas, cada una de la mitad del tamaño de mi brazo, unidas por
arneses de latón y cadenas. Los brillantes insectos agachados y
sumergidos, pintando pinceladas de color amarillo claro a través de las
paredes de terciopelo rojas. Inclino mi cabeza para mirar por la
ventana. Más luciérnagas iluminan la oscuridad, rodando por el techo
del túnel como ruedas de la fortuna brillantes.
Suprimo un bostezo. Estoy exhausta, pero demasiada
emocionada como para cerrar los ojos. Pareciera que no puedo
establecerme en el tiempo y lugar. Ayer mismo, me encontraba en una
mesa en el patio soleado del manicomio, engañando a mi papá para
comer un champiñón que lo encogería. Eso parece que fue hace una
eternidad atrás, pero no casi tan atrás como ha sido desde que abrecé a
mamá… discutí con Morfeo… besé a Jeb. Extraño el olor de mamá,
cómo huele después de trabajar en el jardín, como a tierra removida y
flores. Extraño la forma en que el ojo adornado con piedras preciosas de
Morfeo brilla a través de un arcoíris de emociones cuando me reta, y
extraño la expresión guardada que Jeb siempre solía usar cuando
pintaba.
Las cosas más insignificantes que una vez tomé por sentadas se
han convertido en tesoros invaluables.
Mi estómago gruñe. Papá y yo no hemos desayunado, y mi cuerpo
me dice que es la hora del almuerzo. Meto mi mano en el delantal atado
sobre mi bata de hospital cubierta con una capa de lodo tiesa, y ruedo
los champiñones que quedan entre mis dedos. Estoy lo suficientemente
hambrienta como para considerar comerme uno, pero no lo haré. La
magia en ellos que nos hace lo suficientemente pequeños como para
cabalgar mariposas nos harán grandes una vez que terminemos aquí.
Necesito preservarlos.
Mi contorno se refleja desde el cristal de la ventana: vestido azul,
delantal blanco, cabello rubio hecho polvo con una mecha de color
carmesí por un lado.
El primer duende tenía razón. Soy la personificación de Alice.
Una pesadilla de Alice.
Una Alice que se ha vuelto loca, quien tiene sed de sangre.
Cuando encuentre a la Reina Roja, me rogará que pare cuando
llegue a su cabeza.
Resoplo ante la tonta rima3, luego me pongo seria cuando el
escarabajo apaga su aspiradora unida a él. Se acomoda su sombrero
negro de conductor y menea dos de sus seis patas ramificadas. Los
otros dos pares le sirven como brazos, sosteniendo un portapapeles.
—¿Y bien? —le pregunto, mirándolo.
—Encontré tres recuerdos. De hace mucho tiempo atrás, cuando
ella era joven y soltera. Antes de que fuera… —mira alrededor y baja la
voz a un susurro—. “La reina”.
—Perfecto —le respondo. Comienzo a levantarme pero me
acomodo en mi asiento de nuevo cuando él empuja mi hombro con un
brazo espinoso.
—Primero arruinaste la única forma de regresar al País de las
Maravillas, convirtiéndome en una niñera de sucios conejos y de
duendes malolientes. Ahora quieres que ponga en peligro mi vida al
mostrarte… —Estudia los pasajeros detrás de mí, sus mandíbulas
entrecruzadas tiemblan— sus recuerdos privados. —Hay un sonido de
chasquido envolviendo su susurro, como dedos chasqueando.

3 En el original dice: “When I find Queen Red, she’ll beg me to stop at her head.” En
inglés Red rima con head.
Rechino mis dientes. —¿Desde cuándo los habitantes del
Inframundo respetan la privacidad de alguien? Eso no está en tu código
ético. De hecho, la mayoría de ustedes no saben qué es la ética.
—Sé todo lo que necesito saber. Sé que ella no va a perdonar esto.
—Está evitando su nombre, manteniéndola en anonimato.
Sigo su ejemplo. —Ella nunca sabrá que me los mostraste.
El conductor hojea páginas en su portapapeles y garabatea algo
con su bolígrafo, entreteniéndose. —Hay otro asunto de qué
preocuparse —dice en voz alta esta vez—. Los recuerdos están
repudiados.
—¿Qué significa eso?
—Ella no fue obligada a olvidar. Eligió hacerlo. Tomó una poción
para olvidar.
—Mejor aún —le digo—. Tiene miedo de ellos por alguna razón.
Eso es una ventaja para mí.
El sonido de chasquido se hace más fuerte cuando sus
mandíbulas se estremecen. —Lo ideal, sería que puedas usarlos como
un arma. Los recuerdos repudiados están contaminados con magia
emocional volátil. Quieren venganza en contra de quien los hizo y los
desechó. Pero tendrás que llevárselos, mantenerlos inactivos en tu
mente. Al ser una mestiza, no eres lo suficientemente fuerte.
Me enfurezco ante su condescendencia. —Los Mortales tienen
su propia forma de hacer que los recuerdos estén inactivos. Los
escriben, así el pasado no preocupa sus pensamientos. Todo lo que
necesito es un diario.
Sostiene su bolígrafo a centímetros de mi nariz. —Eso no
funcionará con recuerdos hechizados, menoscabar tu libro está lleno de
papel hechizado para ocultarlos. Tristemente, nunca he escuchado de
tal diario mágico. ¿Y tú?
Lo miro en silencio.
—Pensé que no. —El escarabajo golpea su nariz con la punta de
su bolígrafo.
Gruñendo, se lo quito y lo meto en mi bolsillo, retándolo a
recuperarlo.
—Chica tonta. Cuando los recuerdos repudiados hacen su nido
dentro de una mente, se convierten como en canciones pegajosas,
reproduciéndose una y otra vez a un grado doloroso. En el mejor de los
casos, provocan simpatía con su presa por lo que eres inútil contra
ellos. En el peor de los casos, te vuelven loca. ¿Estás dispuesta a
arriesgar perder tanto?
Froto mis manos a lo largo de mis rodillas dobladas, luego meto el
exceso de tela de mi bata de hospital debajo de mis caderas. No importa
cuán aterrador es de imaginar los recuerdos hostiles de alguien más
comiéndose mi mente, encontrar la debilidad de la Reina Roja es la
única forma de derrotarla.
—Ya he perdido todo y ya me he vuelto loca. —Me encuentro con
su bulbosa mirada—. ¿Necesitas una demostración?
Múltiples párpados parpadean por sus ojos multiusos. Los
insectos no se suponen que tengan párpados o pestañas, pero él no es
un típico insecto. Es un insecto del Espejo, o rechazado, dependiendo si
eliges la terminología de Carroll o la del escarabajo alfombrado.
El escarabajo fue tragado por La Madera de tulgey y abandonado
en la puerta de CualquierOtroSitio. Fue entonces entregado como un
mutante. Lo cuál es exactamente lo que casi le pasó a Jeb y Morfeo.
Afortunadamente, fueron aceptados en el mundo del Espejo, aunque la
idea de ellos solos allí abre un completo nuevo nivel de horror. Morfeo
no será capaz de usar su magia debido a la cúpula de hierro, y Jeb es
sólo humano. ¿Cómo siquiera uno de ellos tiene una oportunidad en
una tierra de asesinos habitantes del Inframundo exiliados?
Un silencioso grito de frustración arde dentro de mis pulmones.
Bajo mi voz para que sólo el conductor pueda escucharme. —
Solía coleccionar insectos. Los sujetaba con un alfiler en una pizarra de
corcho. Los tenía enyesados por todas mis paredes. He estado pensando
en retomar ese hábito. Quizás te gustaría ser mi primera pieza.
El conductor hace una mueca de dolor o frunce el ceño, una
decisión difícil con todos esos rasgos faciales en movimiento. Señala el
pasillo. —Por aquí, señorita.
Nos dirigimos hacia las habitaciones privadas. Dos puertas más
abajo de la de papá, el escarabajo se detiene, mira por encima de su
hombro para asegurarse de que no fuimos seguidos, y deja caer una
placa de identificación en su lugar: Reina Roja.
Mi ala surge hormigueando, queriendo liberarse. Una mezcla de
magia e ira hierve a fuego lento justo debajo de mi piel. Lista,
esperando.
El conductor comienza a abrir la puerta, luego se detiene. —Asistí
a una fiesta al aire libre en su palacio una vez. —Está susurrando otra
vez—. La observé afeitar la piel de un amigo del Door Mouse… a ese
sujeto, la Liebre.
Me estremezco, recordando cuando vi por primera a la Liebre en
la fiesta del té hace un año, cómo parecía estar al revés. —¿March
Hairless? ¿De piel rojiza?
El escarabajo asiente tan frenéticamente que su sombrero casi se
le cae. —Lo atrapó mordisqueando los pétalos de las rosas. Por
supuesto, fueron planteadas en honor a su padre muerto. Aun así. Usó
un azadón para hacerlo, como un pelador de verduras… desolló su
pellejo. La sangre roció a todos los invitados. Arruinó el mejor traje
blanco de todo el mundo y todas las margaritas. ¿Alguna vez has
escuchado a un conejo gritar? No olvidarás un sonido como ese.
Estudio los párpados del escarabajo. Está perdiendo su valentía.
Siento simpatía, habiendo estado en el extremo receptor de la violencia
de la Reina Roja en persona. Una vez usó la sangre de mis venas como
cuerdas de marionetas, la mayor experiencia físicamente dolorosa de mi
vida. Incluso dejó una huella en mi corazón… una que todavía puedo
sentir, una presión distinta.
Últimamente, es más que una simple presión. Desde aquella
noche fatal cuando todo salió mal en el baile, cuando abracé mi locura,
la presión sobre mi corazón ha evolucionado a una punzada de dolor
recurrente, como si algo en mi interior lentamente se está
desmoronando.
No le he dicho a papá. Estaba ocupada practicando mi magia,
trazando mi plan. Mis seres queridos necesitan que gane esta batalla,
que sea más fuerte que la Reina Roja definitivamente esta vez.
No me puedo dar el lujo de conseguir una cita médica. Y no
ayudaría de todas maneras. Lo que sea que está mal conmigo fue
provocado con magia. La magia de la Reina Roja. Mi instinto lo sabe. Y
voy hacer que ella lo arregle antes de que termine con su patética
existencia para siempre.
Más decidida que antes, agarro la llave que el conductor está
sosteniendo.
Él la mete debajo de su sombrero y luego juega con la placa de
identificación, intentando sacarla de la ranura. —He cambiado de
opinión —dice a través de sus mandíbulas temblorosas—. Un insecto
está acostumbrado a hacer eso, a veces.
—No. —Agarro su brazo con forma de ramas. Sería tan fácil
romperlo. Una palpitante tentación nubla mis pensamientos,
tentándome a ser feroz, pero retrocedo y coloco una palma sobre mi
pecho, prometiendo—: Juro por mi vida mágica, que nunca le diré a ella
que me mostraste.
—Será mejor que tomes asiento y esperes a tu padre —dice el
conductor. Buscando a tientas debajo de la pelusa que cubre su tórax,
saca un paquete de cacahuetes y me lo da—. Debes tener hambre
después de tu viaje. Para que almuerces.
—No me voy a mover hasta que vea sus recuerdos, insecto en una
alfombra. —Dejo caer los cacahuetes a mis pies y presiono mi espalda
contra la puerta, bloqueando la placa de identificación.
El escarabajo hace un sonido de gorgoteo enojado. —No importa
si mi cuerpo está hecho de alfombras. Mi mente funciona también como
la tuya.
—Obviamente no. Has olvidado lo que te dijo Morfeo. Yo soy de la
realeza.
—Ah, pero Morfeo no está aquí, ¿verdad?
Me cuesta pensar en una respuesta, pero el recuerdo de por
qué Morfeo no está aquí me congela, convirtiendo mi lengua tan
incompetente como una tajada de carne congelada.
—No eres nada más que un verdadero dolor de cabeza —se burla
el conductor—. ¿Estás consciente que estamos debajo de un puente de
hierro? La magia de los habitantes del Inframundo es limitada aquí. Es
por eso que guardamos los recuerdos perdidos en este lugar, para
mantenerlos a salvo. Así que, no puedes obligarme a hacer nada. Y no
seré aplastado por el dedo pulgar de la Reina Roja por una mestiza
flacucha sin poderes.
Un caliente destello de orgullo pulsa a través de mí,
descongelando mi lengua. —Quizás deberías preocuparte más por estar
atrapado que ser aplastado.
Le hago un llamado a las luciérnagas de candelabros sobre mi
cabeza, imaginándolas como gigantes medusas de metal. Cadenas
suenan y tornillos se desprenden del techo. Los arneses se abren,
liberando las luciérnagas en cautiverio. Emocionadas de estar libres, los
brillantes insectos rebotan y espiran alrededor del auto como un
espectáculo de planetarios con esteroides. Los otros pasajeros chillan y
se entierran debajo de sus asientos.
Gritando, el conductor intenta retroceder cuando los artilugios de
candelabros vienen hacia nosotros a través del aire, sus tentáculos
metálicos las impulsan en un espectáculo elegante pero perturbador.
Me agacho y las cadenas capturan al insecto, tumbando su sombrero y
tirándolo contra una pared. Los tornillos lo mantienen fijo allí y forman
un gigante nido metálico. Está sujetado dentro, lo suficientemente alto
como para que sus piernas cuelguen del suelo.
Las luciérnagas revolotean y lanzan un suave resplandor.
Con los dientes apretados, tomo la llave de debajo del sombrero
caído del conductor junto con la bolsa de cacahuetes. —Hay una nueva
reina en la cuidad. —Lo miro fijamente—. Y debido a mi sangre humana
contaminada, mi magia no se ve afectada por el hierro. Así que, no
tengo nada que envidiarle a la Reina Roja. —Comienzo a caminar hacia
la puerta de la Reina Roja.
—Espere —ruega el escarabajo—. Perdone mi impertinencia, Su
majestad. Tiene mucha razón. Pero yo soy el conductor. Debo proteger
las reservas de los recuerdos perdidos de los polizones. ¡Bájeme, se lo
suplico!
Giro sobre mis talones para mirar a los otros. Se asoman de
debajo de sus asientos, comiéndome con la mirada, los rabos caídos, los
cabellos encrespados, chillando y temblando de miedo.
El conductor gime cuando le tiro la bolsa de cacahuetes. Se
engancha dentro de una de las cadenas cerca de sus brazos izquierdos.
—Está en su hora de almuerzo —le digo a los pasajeros—. Quien
quiera que salga de sus asientos por cualquier razón tendrá que lidiar
conmigo. ¿Estamos claro?
Los polizones responden con un asentimiento colectivo y con
cautela se instalan en sus lugares. Un bucle de satisfacción se
despliega en mi interior.
Sonriendo con suficiencia, deslizo la llave en su lugar, y abro la
puerta hacia el pasado de mi enemiga.
2
Descendiendo
Traducido por Alessandra Wilde
Corregido por Laurita PI

Al instante en que cierro la puerta detrás de mí, toda mi confianza


flaquea.
La habitación es pequeña y sin ventanas. Un tapiz de marfil
cuelga sobre un diván de color crema y una lámpara de gran altura se
encuentra a su lado, proyectando un resplandor sobre el piso a
cuadros.
Un aroma de almendra se desprende de las galletas glaseadas que
siempre parecen estar esperando en un plato. Por más que esté
hambrienta, no puedo comer. Todo es demasiado dolorosamente
familiar aquí.
Abracé a Jeb y a mamá en este lugar, sentí su amor cuando me
devolvieron los abrazos. Mis brazos duelen con anhelo. En la pared
opuesta, cortinas de terciopelo rojo esperan para ser abiertas y revelar
fragmentos ocultos del pasado. Vi la historia de amor de mis padres en
este tren, vi los recuerdos de Jeb, también. Entré en sus cabezas y
experimenté sus emociones como si fueran mías.
Sentí el cambio de corazón de mamá cuando renunció a la corona
de rubíes para darle a mi padre una oportunidad de tener una vida...
incluso vi a Morfeo ayudándola, llevando a mi padre a través del portal
hacia el reino de los humanos, a pesar de que ponía todos sus
meticulosos planes en riesgo. Experimenté la nobleza y el coraje de Jeb
cuando le dio la espalda a su futuro para que, en su lugar, yo pudiera
tener uno.
Tantos sacrificios han dado lugar a este momento. Haría
cualquier cosa para revertir el reloj y arreglar las cosas. Pero el tiempo
es implacable.
—Tiempo. No tendrás ningún tipo de restricciones en el País de las
Maravillas. Que ese sea tu rayo de esperanza. Ahora cálmate. Debemos
prepararnos para Roja. —Esas fueron las palabras de Morfeo en la
noche de graduación, apenas unas horas antes de que todo se viniera
abajo. El mensaje es tan resonante, es como si él estuviera conectado a
mi mente; pero eso es imposible con la cúpula de hierro entre nosotros.
Aun así, tiene sentido que su visión de las cosas haga eco a través de
mi alma cuando estoy vacilando en el borde de la inseguridad, teniendo
en cuenta que posee la sabiduría del País de las Maravillas, el custodio
de todas las cosas locas y atrevidas.
Jeb es un ancla; me mantiene unida a mi humanidad y a mi
compasión. Pero Morfeo es el viento; me arrastra voluntariosamente al
más alto precipicio, me empuja, luego me mira volar con alas mágicas.
Cuando Jeb está a mi lado, el mundo es un lienzo, intachable y
acogedor; cuando estoy con Morfeo, es un patio sin inhibiciones,
malicioso y adictivo.
Cada chico ocupa un lado diferente de mi doble corazón. Juntos,
unen mis mundos, el humano y el Inframundo. ¿Qué se supone que
debo hacer con ese conocimiento? No estoy segura. Y a menos que mi
padre salga de su habitación con los recuerdos intactos, podría nunca
tener la oportunidad de averiguarlo.
Las lágrimas pinchan mis ojos por primera vez en semanas. Me
he vuelto buena en ocultar mi desesperación. Era parte de mi acto de
loca en el manicomio —parecer insensible y distante. Pero eso es lo más
alejado de lo que siento.
Negándome a llorar, levanto mi barbilla. Morfeo diría que soy una
reina, y las reinas no lloran. Y Jeb diría: “Tienes esto, chica patinadora”.
Ambos tienen razón.
Giro el dial en la pared para atenuar la luz de la lámpara. Las
cortinas del escenario se abren, revelando una pantalla de cine. —
Imagínate su cara en tu mente mientras miras la pantalla vacía —imito
las instrucciones del conductor desde la última vez que estuve aquí—, y
podrás experimentar su pasado como si fuera hoy.
Me sorprende lo fácil que es recordar la imagen de Roja en los
bocetos del libro de mi mamá; Las aventuras de Alicia en el País de las
Maravillas. Antes de que la pequeña Alice cayera por el agujero del
conejo, antes de que el mundo de la reina fuera destrozado por un
marido infiel... antes de que fuera traicionada por su rey. De vuelta,
cuando Roja era sólo una princesa.
La pantalla se ilumina y me desintegro en mil pedazos,
reuniéndome en la pantalla dentro del cuerpo y el punto de vista de
Roja.
Es pequeña y joven, tal vez diez en años humanos. Aunque los
niños son diferentes en el Inframundo —sabios y más cínicos, carentes
de inocencia e imaginación. Su respiración se sacude en sus pulmones
mientras persigue a una banda de hadas. Están arrastrando un
cadáver envuelto en terciopelo rojo. Los duendes no se detienen hasta
que están dentro de la puerta del cementerio, a salvo en el interior de
los jardines cubiertos.
—¡Esperen! ¡Tráiganla de vuelta! —grita Roja.
Casi se tropieza con su vestido, pero agita sus alas y se levanta del
suelo. Aterriza fuera de la puerta, justo cuando se cierra de golpe. De pie,
sola, mira a través de los barrotes. La Hermana Uno se escabulle fuera
del laberinto de arbustos, sus ocho patas de araña brillantes levantan el
dobladillo de su falda. El torso humanoide de la jardinera se inclina
sobre la madre de Roja y engatusa el espíritu de su cuerpo. Se retuerce,
levantándose del cadáver como una vid fluorescente.
La Hermana Uno enreda el espíritu alrededor de su muñeca y
envía a las hadas con el cuerpo vacío.
—¡No, no puedes tenerla! —grita Roja, el peso en su pecho es tan
grande que duele respirar. El hedor de moho y hojas chamuscadas le
pica la nariz. Nunca ha estado tan cerca del jardín de las almas, después
de haber crecido con historias de horror de las guardianas y los jardines.
Pero cuentos de manos de tijeras e intrusos que quedan en jirones
sangrientos, no tienen ninguna influencia ahora. No con su madre
siéndole arrebatada para siempre.
La Hermana Uno le devuelve la mirada desde el interior de la
puerta, el ceño fruncido en su rostro. —Esta es tierra sagrada, pequeña
reina. Lo que sea que estés pensando es una tontería. Aquí no tienes el
poder que ejerces en tu reino.
Roja frunce el ceño. Todo su cuerpo brilla carmesí mientras se
concentra en el cabello de la mujer araña. Hebras, tan brillantes y finas
como virutas de lápiz, aletean alrededor de la cara de la jardinera con
una brisa, pero la magia de Roja no tiene ningún efecto.
Roja mira de arriba a abajo la alta valla y las ramas espinosas que
se extienden sobre todo el terreno de los jardines del cementerio como un
techo. No hay manera de romper las defensas.
La Hermana Uno sonríe con arrogancia. —Sería un error tratar de
encontrar una manera de entrar, pequeña princesa, no sea que desees
conocer a mi hermana personalmente. Ella tiene un don para hacer
confeti de delicados pequeños diablillos como tú.
Un escalofrío recorre la columna vertebral de Roja hasta las puntas
de sus alas.
Con una mirada final hacia Roja, la Hermana Uno enreda el
melancólico y brillante espíritu a través de sus dedos. Con un movimiento
de sus faldas y patas de araña, desaparece en el laberinto de follaje.
El padre rey de Roja llega, con el rostro enrojecido por tratar de
coger a su hija.
—¿Qué es lo bueno de ser inmortal —pregunta Roja, su nariz
encajada contra la puerta y el frío del metal—, si no podemos estar juntos
eternamente?
—La inmortalidad significa simplemente que llegas a un punto y tu
envejecimiento se detiene... y que tu espíritu nunca muere —responde
entre jadeos. Él aprieta su hombro—. Pero el cuerpo es vulnerable a
algunas cosas, y puede ser dejado como una cáscara.
Los brazos y las piernas de Roja se adormecen. Su propio cuerpo
se siente como una cáscara. Vacío y frágil, como si pudiera volar lejos con
la primera ráfaga de viento.
Agarra las barras, sosteniéndose a sí misma. —Pero, ¿por qué no
podemos enterrarla en el suelo, entre las begonias y margaritas en
nuestro patio del palacio? ¿Al igual que los seres humanos hacen? Si
viviera en las flores, podríamos visitarla todos los días.
Su padre frunce el ceño, como si lo estuviera considerando. —
Sabes que nuestros espíritus necesitan sueños para saciarse, para evitar
que se inquieten y... traten poseer los cuerpos vivos. Sólo las Hermanas
Twid pueden encontrar y suministrar tales cosas.
—Sueños —gimotea Roja—. Un día, voy a traer sueños para
nuestra especie, padre. Van a estar en abundancia en todas partes, no
sólo en el cementerio. Un día, voy a liberar a los espíritus, para que
puedan dormir dentro de nuestros jardines, rozando las ventanas por la
noche, y chocando contra nuestros pies en el día. Voy a traer imaginación
a nuestro mundo para que todos siempre estén con aquellos que los
atesoran.
Acaricia su cabeza, un gesto de ternura que casi llena el enorme
agujero en su pecho. —Eso te haría la reina más querida de todos los
tiempos, mi rosa escarlata. Pero hasta entonces estamos obligados a
seguir las reglas, como todos los demás. No podemos abusar de nuestro
poder y estatus, o poner en peligro nuestros súbditos. Sin importar lo
mucho que la queremos. —Se limpia los ojos con un pañuelo—.
¿Entiendes?
Roja asiente.
La escena se revuelve y se desenfoca. Soy arrastrada fuera de la
memoria y me dejo caer en mi asiento, acunada por la oscuridad a mi
alrededor. Una dolorosa sensación sacude mi cráneo, como si un puño
me golpeara desde el interior. Aprieto las manos sobre mis sienes hasta
que se detiene.
Debe ser el recuerdo repudiado anidando dentro de mi cráneo,
porque no tuve nada de eso la última vez que estuve aquí.
La pantalla se enciende de nuevo. Un vívido arco iris invade la
habitación sacudiéndome de vuelta al escenario. Mis huesos se
acomodan en los de Roja, y mi piel se ajusta a la suya.
Es, más o menos, unos seis años mayor. Su padre se casó con
una viuda después de la muerte de su madre, para que la Corte Roja
tuviera una reina que gobernara hasta que Roja fuera mayor de edad.
Pero en unos pocos meses más, Roja tendrá su coronación, y la magia
real llenará su sangre...
Roja se esconde detrás de unos arbustos en el jardín del patio del
castillo. Las zinnias con rayas púrpuras se marchitan por la ira que
emana de ella mientras espía a su padre y a su hermanastra más joven.
Grenadine, es la hija del matrimonio anterior de la nueva reina, y ha
demostrado ser una espina en el costado de Roja.
No es suficiente que su pelo brille con el resplandor de los rubíes, y
sus ojos plateados bailen bajo sus pestañas gruesas color lavanda. Ella
es constantemente olvidadiza —una pizarra en blanco esperando a ser
escrita. Su fragilidad y dependencia ofrecen una distracción para el
corazón en duelo del rey, algo que la fuerza e independencia de Roja no
pueden.
El rey se inclina hacia abajo para mostrarle a Grenadine por
enésima vez cómo jugar cróquet, ya habiéndole recordado por enésima
vez que es su nuevo padre. Señala a los aros de metal en forma de U que
forman un patrón de rombos en el suelo. Clavijas rosadas y grises
marcan cada extremo, y dos juegos de bolas se encuentran en una caja
forrada con satén.
—Seguimos el circuito de portillos —dice el rey suavemente—. Mi
color rojo compite contra el tuyo plateado. El primer equipo en conseguir
pasar sus bolas a través de los portillos en orden y golpear las clavijas
gana.
Grenadine sacude su cabeza, los rizos rubí rebotan sobre sus
hombros. —De nuevo, ¿qué es una clavija?
—La estaca, al final de la carrera.
—Y un portillo... ¿es esto? —Grenadine sostiene un hada con cuello
de flamenco cuyo cuerpo ha sido mágicamente endurecido a la forma de
un palo de hockey. Las plumas de color rosado se rizan como si las
hadas se ofendieran por el nombre equivocado.
—Ese es un mazo, cariño. Los portillos son los aros a través de los
cuales golpeamos nuestras pelotas.
Los hoyuelos de Grenadine aparecen como siempre lo hacen
cuando está desconcertada. —Oh, padre, simplemente no puedo
recordarlo.
Él sonríe, encantado por su gracia sin sentido. —He encontrado
una forma de evitar eso, creo. ¿Sir Bill? —Ondea su mano hacia alguien
en la escena.
Bill el Lagarto —un habitante del Inframundo en forma de reptil con
la capacidad de escribir sin tinta— se apresura a la vista y hace una
reverencia. Su casaca roja y pantalones se vuelven verdes, igualando el
tono de los arbustos a su lado de manera tan convincente, que parece ser
una cabeza decapitada, con sus manos flotando en el aire.
Grenadine hace una reverencia a cambio. —Encantada de
conocerlo, señor.
El lagarto sonríe, seducido como todos por su dulzura.
—Sir Bill es el taquígrafo de la Corte Roja. Tiene la capacidad de
comer susurros —explica el rey—. Y después de esto, puede escribirlos
en cualquier superficie, donde van a adherirse siempre como murmullos
tranquilos, por lo que pueden ser escuchados y no vistos. Susúrrale algo
que desees recordar.
Grenadine murmura las reglas del cróquet que oyó momentos
antes.
La mandíbula camaleónica de Bill se abre, y su lengua serpentea
en el aire, capturando el eco de sus susurros. Sus ojos saltones giran en
diferentes direcciones mientras se traga de una vez un bulto grande. A
continuación, toma una cinta de terciopelo de su bolsillo y escribe en ella
con la punta del dedo con garras.
Parpadeando, le entrega la franja roja al rey.
—Escucha —dice el rey, sujetándolo a la oreja de Grenadine.
Ella espera, entonces estalla en risas de mejillas sonrosadas. —
¡Me susurró las reglas!
El rey ata la cinta en un moño alrededor de su dedo meñique. —
Ahora nunca las olvidarás. Le he pedido a Sir Bill que sea tu propio
asesor real. Va a hacer cintas encantadas por el tiempo que lo necesites.
Grenadine arruga la nariz. —¿Bill? No creo conocerlo.
El rey se ríe. —Por supuesto que lo has hecho. Él está aquí.
Bill el Lagarto toma otro listón.
Cansada del espectáculo, Roja se centra en la cinta atada al dedo
de su hermana. Su cuerpo brilla carmesí mientras su magia desata el
listón. La tira de terciopelo revolotea desde Grenadine hasta aterrizar en
la palma de Roja. Ella sale de su escondite.
El rostro del rey se torna rojo. Le dice a Bill que se retire,
enviándolo con Grenadine al palacio para que puedan traer más susurros
a la vida.
—¿Por qué hiciste eso? —le pregunta su padre, mientras trata de
alcanzar la cinta robada.
Roja enrosca los dedos alrededor de ella. —Tal vez debería decirle
a Bill que haga cintas para ti también, así podrás recordar que tienes otra
hija. Una con la que nunca pasas tiempo.
El rey baja la mirada hacia sus zapatillas rojas. —Las cintas no
ayudarían. Porque no lo he olvidado.
La barbilla de Roja se pone rígida. —¡Ni siquiera es tuya! Yo sí, de
sangre.
—Sí, mi capullo de rosa escarlata. Cada día luces más y más como
tu madre. Y cada día, siento en mi corazón el dolor de ser arrancado de
su lado de nuevo. Tú eres más valiente que yo.
—Es por eso que voy a ser la reina —dice Roja, tratando de
endurecer su corazón.
—Sí, porque le das la bienvenida a las cosas que te la recuerdan.
Bebes cenizas en tu té, para recordar cómo te hacía callar cuando eras
un bebé. Le pides a la cocinera que te prepare sus tartas de bayas
Tumtum favoritas, para que puedas recordar cuando la compartían. Y
tarareas sus canciones.
Roja no contesta.
—Por favor, comprende, mi queridísima hija. Sólo te evito para no
arrastrarte en mi pena. Eres demasiado importante para el reino como
para que te haga daño. Así que sólo te miro desde lejos. Soy un hombre
con suerte, tengo una hija que ha crecido hasta convertirse en una joven
mujer muy fuerte.
Roja desprecia la adulación vacía. —Grenadine es la afortunada.
Porque no tiene memoria. Puede olvidar cualquier regla que limitara sus
acciones, borrar cualquier falla que paralizara su confianza, extraviar
cualquier tristeza que le impidiera amar. No tiene normas para vivir. Es
inmune, por sus propias limitaciones, a todo lo que la limita. Ve el mundo
con la jovialidad e inocencia de un cachorro slithy tove 4 que nunca ha
sido domado o atado a una cadena.
El rey da un codazo a la caja de bolas de cróquet con el pie. —El
olvidar no te hace más fuerte. Tú eres la fuerte. Porque a pesar de
recordar, sigues adelante. Eso es lo que te hará una maravillosa reina un
día, al igual que tu madre, llena de simpatía y comprensión.
El puño de Roja se estrecha alrededor de la cinta. —Emociones
nacidas de debilidad. No quiero tener nada que ver con ellas.
—¿Ah, sí? —La voz severa de su padre la sobresalta—. ¿Le faltas
el respeto a la memoria de tu madre? ¿Todo por una pequeña semilla de
los celos?
Roja aprieta los dientes, sintiendo la mirada de su madre sobre
ella a pesar de que está lejos —una rosa cristalina que se levanta dentro
del jardín de las almas.
El rey entorna los ojos bajo la sombra de su corona. —Tienes la
misma cepa oscura como todos los de linaje real Rojo. Tu madre fue la
primera en aprender a equilibrar la locura con la sabiduría. No
abandones ese legado. Haz que se enorgullezca. —Él extiende su mano.
Lágrimas pican en los ojos de Roja cuando se le cae la cinta
susurrando en su palma, una promesa tácita de honrar la memoria de su
madre, de no olvidar nunca su ejemplo.

4 En inglés. Animal fantástico; combinación de tejón, lagarto y sacacorchos


mencionado en la primera estrofa del poema de Jabberwocky.
Mis huesos tiemblan y me duele la cabeza cuando soy arrojada de
vuelta al diván, sólo para ser atraída de vuelta a la pantalla durante el
último recuerdo:
Roja arrodillada junto a un rosal, aspirando el dulce aroma. Las
flores son de un rojo intenso, justo como se ven los charcos de sangre
fresca, en contra de las hojas con un brillo no natural. Plantó eso en el
patio como un homenaje a su padre después de su muerte. Ella anhela
su espíritu. Desea que estuviera aquí en el suelo en lugar de encerrado
el interior del jardín de las almas, aunque le consuela saber que se ha
reunido con su madre finalmente.
—Debería estar con ambos en el cementerio —murmura a las
rosas—. Ahora que mi vida se ha acabado. —Hace girar una botella en
su mano para revelar la etiqueta: “Poción de Olvido”.
Sus hombros se encorvan, mientras la risita de su hermanastra
resuena en la distancia acompañada por la carcajada del marido de
Roja. Lo conoció una semana después de que su padre muriera. Tenía un
gran corazón como el de su padre, y resultó ser el único hombre capaz de
razonar con su ira, templando su amargura. Su fuerza era su compasión,
y adoraba a Roja. Pero la reina se obsesionó con su búsqueda para traer
sueños al País de las Maravillas y descuidó su matrimonio, ni siquiera
tomándose el tiempo para darle a su rey los niños que anhelaba. En su
ausencia, su marido estuvo a menudo a solas con Grenadine.
Poco a poco, Roja miró a su marido tratando de hacerse amigo de
su hermana, aunque Grenadine siempre lo rechazó. Cuando el rey de
Roja volvía a su lado como un cachorro herido, su tristeza avivaba sus
celos. Ella hizo lo único que pudo: Se robó las cintas de su hermana para
mostrarle a su marido que Grenadine era una bufona olvidadiza.
Cada día, durante meses, cada vez que su hermana ataba lazos a
sus dedos de las manos o de los pies, Roja mágicamente se los quitaría y
los enviaría revoloteando al cielo. Pronto, eclipsaron el sol como una
brillante nube de mariposas color carmesí. La oscuridad cayó sobre el
reino, pero a Roja no le importó. No tenía ganas de llamar a las cintas de
regreso o escuchar los recordatorios triviales e irrelevantes de Grenadine.
Robar las cintas se convirtió en un juego de malicia y de gran
satisfacción para Roja, hasta que por último Grenadine dejó de usarlas,
por completo. Y poco después, dejó de luchar con los avances del Rey
Rojo.
Los dos se enamoraron cada día, de nuevo, y Roja fue testigo una
y otra vez. Furiosa, llamó a las cintas desde el cielo. Estas se dispersaron
en el patio del castillo en una extensa lluvia carmesí. Roja se puso en
medio de cientos de rumores girando a su alrededor, repitiendo las
mismas palabras: Mantén al marido de Roja fuera de tu corazón. Ella es
tu hermana, un amor que es precioso. Siempre tienes que ser fiel a
Roja.
Grenadine había estado recordándose a sí misma, todos los días,
hacer lo correcto, y Roja había hecho imposible para que ella lo recordara.
La responsabilidad de su matrimonio roto estaba sobre sus propios
hombros. La única manera de que Roja podría sobrevivir era llegar a ser
como Grenadine y olvidar su papel en todo. Roja decidió recordar sólo las
traiciones de los demás, por lo que sus errores podrían endurecer su
corazón.
Acariciando un pétalo de rosa, Roja susurra por última vez—:
Madre, Padre, espero que ambos me puedan perdonar, porque a menos
que olvide, nunca me lo perdonaré. —Luego se lleva la botella a los
labios.

***

Las imágenes desaparecen, las cortinas caen, y la lámpara se


enciende de repente.
Hundida en la tumbona, sostengo mis sienes hasta que los
tambores dentro de mi cráneo se calman. Casi me ahogo con el sabor
agridulce de rosas firmemente presionadas en mis sentidos. Por fin,
puedo reconocer lo que nunca me he permitido admitir: Soy
descendiente de la Reina Roja. Es una parte eterna de mí. Puedo
aceptarlo porque, una vez, tuvo un corazón. Un corazón que sintió
pérdidas similares a las mías: la ausencia de una madre que adoraba; el
miedo a perder la admiración de su padre; el pesar de un error tan
monumental, que le costó el amor de su vida.
Roja encerró sus momentos más vulnerables para no dudar en su
búsqueda de venganza. Así podría perderse en un despiadado abandono
sin remordimiento.
Empatía pincha mi conciencia, pero la rechazo. La misericordia
no tiene cabida en cualquier campo de batalla... mágico o de otra forma.
Si puedo contener sus recuerdos despreciados el tiempo
suficiente para reunirlos con su mente, arremeterán contra ella,
llenándola de pesar. Entonces, mientras que es vulnerable, atacaré y el
País de las Maravillas nunca tendrá que temer su ira de nuevo.
A la deriva en un remolino oscuro de emociones, me paro y aliso
las arrugas de mi bata de hospital. Estoy a sólo unos pasos de la puerta
cuando se abre de golpe para revelar a papá —ojos marrones
iluminados con una luz ardiente.
—Allie, lo recuerdo... todo.
3
Pequeños dilemas
Traducido por Nikky
Corregido por Helena Blake

Papá me dice que su verdadero nombre es David Skeffington.


—Interesante —digo mientras avanzamos por el pasillo—. Y yo
que pensaba que terminaríamos relacionados con Martin Gardner.
Papá frunce el ceño. —¿Quién es ese?
—El tipo detrás de Alicia anotada. Algún genio matemático. —Me
encojo de hombros—. Eso demuestra cuán absortos los pensamientos
de mamá estaban con el País de las Maravillas. Cuando no pudo
encontrar tu verdadero nombre, te dio uno que encaja en el legado
Lewis Carroll.
—Sin saber que ya encajaba —dice papá.
—¿Por qué? ¿Quiénes son los Skeffingtons? —pregunto.
Al darse cuenta del conductor que cuelga de la pared, papá no
contesta.
Le ayudo a liberar al retorcido escarabajo. —Sr. Insecto-en-una-
alfombra no estaba cooperando —explico, quitando el enredado pelaje
de mi prisionero de los cables y herramienta.
—Hay otras formas de ser persuasivo. —La expresión de papá es
severa mientas baja al despeinado insecto al suelo—. Formas menos
violentas.
Me muerdo la lengua por respeto, aunque quiero decirle que es
ajeno sobre cómo tratar con habitantes del Inframundo.
Después de una disculpa que gana una cautelosa pero reverencial
inclinación del conductor y dos paquetes gratis de cacahuates, papá
toma mi mano y damos un paso juntos sobre la plataforma del tren de
juguete. La puerta del coche se cierra detrás de nosotros con un fuerte
chirrido.
Bostezo, inhalando el olor de polvo y piedras pulverizadas en la
frescura del túnel poco iluminado. Los susurros de un centenar de
insectos se mezclan—una distracción reconfortante. Recuerdos de Roja
se mantienen empujándome, confundiendo mi mente con
desconcertantes manchas carmesí: su cara sonrojada mientras
intentaba aferrarse al espíritu de su madre, el brillo rubí del cabello de
su hermanastra durante una dolorosa lección de croquet mientras su
padre desaparecía, y la profunda tonalidad sangrienta de cintas
susurrantes anunciando el error más devastador de Roja.
No puedo compadecerme. Tengo que ser fuerte.
Agarro mi abdomen, nauseabunda y desequilibrada. No tenía ni
idea de que el efecto melodía pegadiza seria así de poderoso. Tengo que
encontrar una forma de controlarlo.
Papá me ve frotando mi estómago y me tiende un paquete de
cacahuates. —Necesitas comer.
Reviento unos pocos cacahuates en mi boca. El crujiente salado
apacigua mi hambre, pero no sofoca las salpicaduras de llovizna roja en
mi mente.
—Dime donde está tu mamá —dice papá abruptamente.
Casi me estrangulo.
—Dime que no está en el mundo del Espejo.
Después de tragar, respondo—: Está en el País de las Maravillas.
Deja escapar un suspiro de alivio. —Bien. Hay criaturas en
CualquierOtroSitio que ningún humano... —Se interrumpe a sí mismo,
como si recordara que mamá es lo más alejado de un humano—. Es
uno de ellos. Al igual que ese chico alado que me llevó a través del
portal. Es una habitante del Inframundo.
—En parte —susurro. El yo también se oculta en mi lengua,
callado.
—Es más fuerte de lo que jamás podría haber imaginado —
murmura—. Puede proteger a Jeb. Se tienen el uno al otro para
apoyarse.
Él tiene un poco de razón. Mamá es fuerte, y tengo que creer que
está sobreviviendo en el País de las Maravillas. Si tan sólo
Jeb estuviera con ella, estaría más seguro, también. No voy a decirle a
papá que aún no están juntos. Primero, tiene que digerir todo lo que ha
aprendido. —Están bien. Todos—ambos lo están.
Papá está luchando lo suficiente con el recuerdo del hada con
alas ayudando a mamá a sacarlo del jardín de las almas del País de las
Maravillas. No necesita saber que Morfeo es parte de nuestra misión de
rescate en este momento. Pero más tarde, voy a tener que explicar el
enorme papel que Morfeo ha jugado en mi vida desde la infancia.
Aunque nunca podré confesar la parte que está eligiendo jugar en mi
futuro, porque hice una promesa de vida mágica de no decir una
palabra. Ni siquiera puedo decirle a Morfeo que he visto lo que viene, a
pesar de que lo ha visto por sí mismo.
—El problema es —continúo—, el agujero del conejo ha sido
rellenado. Todos los portales están unidos. Así que, si la entrada no
está funcionando, tampoco lo están las salidas.
—Es por eso que me trajiste aquí por mis recuerdos. —Papá
recoge los hilos que cuelgan de mi explicación—. Para encontrar otro
camino hacia el País de las Maravillas.
Temo decirle el estado en el que el País de las Maravillas está.
Peor aún, que yo tengo la culpa de ello. Que mi incapacidad utilizando
malnutridos y abandonados poderes causó toda esta tragedia. Y que,
para solucionarlo, tendré que enfrentar mi mayor miedo.
Tenemos un montón por discutir antes de lanzar a Roja a la
mezcla.
—Entonces, ¿qué pasó entre tú y el conductor? —Papá cambia de
tema, para mi alivio—. ¿Por qué lo intimidaste de esa manera?
Me llevo un cacahuate a mi boca. —Me llamó una mestiza
flacucha —digo entre crujidos—. Pensé que mi solución era bastante
creativa. —Mi voz es ahogada por el ruido de los motores y de las
habladoras personas vagando desde el puente a través de las rejillas de
ventilación de arriba.
Papá cepilla las migas de su polo de Artículos Deportivos de Tom.
—Igual que lo eran las mentiras que tú y tu madre inventaron.
Ay. Meto otro puñado de cacahuates en mi boca, deseando que
las cosas fueran como solían ser entre nosotros. Que extraño que de
alguna forma las mentiras se convirtieran en la base de nuestra
relación. Sin ellas, nuestro vínculo es inestable... precario.
Anhelo estirar el brazo y abrazarlo, pero el vacío entre nosotros es
demasiado grande.
—Si vamos a ayudar a Jeb y a ella —continúa papá—, necesito
respuestas honestas de ti. Toda la verdad. Sin endulzarlo más.
Estudio mis pies desnudos, haciendo un gesto de dolor mientras
damos un paso hacia abajo sobre las piedritas y rocas fragmentadas.
Mis plantas no son las únicas cosas sintiéndose expuestas y sensibles.
—No tengo ni idea de por dónde comenzar, papá.
Frunce el ceño. —No espero respuestas ahora mismo. Tenemos
que encontrar la posada de Humphrey primero.
—¿La posada de Humphrey? —muerdo el interior de mi mejilla. El
único Humphrey que he conocido es la criatura huevo-humano en el
País de las Maravillas, el llamado Zanco Panco5 en la novela de Lewis
Carroll. —¿Qué es eso?

5 Humpty Dumpty.
—Es la única pista que tengo sobre el paradero de mi familia. Era
mi casa aquí.
—Aquí, ¿cómo en Londres?
—Como en este mundo. La posada de Humphrey es una especie
de refugio entre los amables magos y los reinos mortales. Está oculta
bajo tierra.
Su reconocimiento absoluto de otro mundo mágico me deja
tambaleando. Quizás me equivoque sobre él siendo ajeno al tratar con
habitantes del Inframundo. Quizás incluso ya lo sospechaba, pero aun
así es difícil comprender cuan profundamente el País de las Maravillas
corre por mi sangre—en ambos lados de mi familia.
Ese pensamiento desencadena otras salpicaduras de recuerdos de
Roja. Flaqueo en el lugar.
Papá me estabiliza. —¿Estás bien?
—Sólo un dolor de cabeza —respondo mientras la sensación se
calma. Tendré que hacer un esfuerzo conjunto para no pensar en mi
tátara-tátara-tátara-abuela hasta que pueda encontrar una manera de
suprimir estos episodios—. Me estabas hablando de la posada.
—Sí. Está en algún lugar en Oxford.
—¿De verdad? Ahí es donde Alice Liddell creció. Donde conoció a
Lewis Carroll.
Papá se frota la barba en su barbilla. —De alguna manera,
profundamente la línea, los Skeffingtons estaban relacionados con los
Dodgsons, que era el apellido de Carroll antes de que tomara un
seudónimo. Espero conseguir más detalles una vez que encontremos la
posada.
No sigo presionando. No puedo imaginarme la sobrecarga de
información que está experimentando.
A lo lejos, los monarcas que proporcionaron nuestros viajes están
colgando en las paredes del túnel, alas aleteando lentas y relajadas. Las
luciérnagas de candelabros reflejan sus anaranjadas y negras marcas.
Me recuerdan a los tigres que se deslizaban por las siluetas de los
árboles de la selva durante un espectáculo de la naturaleza.
Las mariposas susurran: Conocemos el camino a la posada de
Humphrey. ¿Quieres una escolta, pequeña reina flor?
Se me ponen los pelos de punta cuando pienso en empujar a
través de otro episodio de viento y lluvia. No es miedo. Es anticipación
electrificada—como estar parada en la fila de una montaña rusa
favorita. Mis alas se animan a surgir. La de la derecha no está
completamente sanada aún. Tal vez puedo dejarla salir mientras monto,
ejercitar mis alas sin peligro de caer.
Sí, por favor llévennos. Envío la silenciosa respuesta de regreso a
las mariposas.
—¿Están hablando contigo ahora? —pregunta papá cuando me
pilla mirándolas.
Trago. Es difícil acostumbrarse a no fingir con alguien que he
estado engañando durante toda mi vida. —Ajá.
Me estudia, su tez casi verde en la penumbra. Me pregunto si ya
lo ha golpeado que permitiéramos a mamá ser encerrada en un
manicomio por algo que realmente estaba sucediendo y no una ilusión.
—Las mariposas saben dónde está la posada —digo.
Papá hace un sonido de disgusto. —Después de que lleguemos
allí, ¿podemos por favor volver a nuestro tamaño normal?
—Seguro. Tengo justo lo que necesitamos. —Palmeo mi bolsillo
donde los champiñones esperan, sorprendida de sentir el bolígrafo del
conductor junto a ellas. Me había olvidado de que todavía lo tengo.
Papá desliza su billetera y examina cuidadosamente recibos,
dinero y fotos. Hace una pausa en el retrato de la familia que hicimos
hace unos meses y delinea el contorno de mamá con un dedo
tembloroso. —No puedo creer lo que hizo por mí —murmura, y me
pregunto si se suponía que escuchara, o si es un momento privado.
Nunca he dudado de cuan fuerte es el amor de papá por ella, pero sólo
recientemente me enteré de cuan fuerte es su amor por él.
Tengo curiosidad por lo mucho que ha recordado, si entiende que
ella iba a ser reina antes de que lo encontrara.
La mandíbula de papá se tensa mientras desliza la imagen de
nuevo en su estuche. —No tenemos la moneda correcta. Tendremos que
utilizar mis tarjetas de crédito. Debería ser la hora de cenar cuando
lleguemos. Mientras comemos, vamos a discutir las cosas. —Luce
cansado, sin embargo más alerta de lo que lo he visto en años—.
Planearemos nuestro próximo movimiento. Pero es importante pasar
desapercibidos e intentar no llamar la atención sobre nosotros.
Teniendo en cuenta la profesión de mi familia, podrían haber hecho
algunos enemigos muy peligrosos.
Un incómodo nudo se forma en mi garganta. —¿Qué profesión?
Mete su billetera en su bolsillo. —Porteros. Son los guardianes de
CualquierOtroSitio.
Mis rodillas se tambalean. —¿Qué?
—Eso es suficiente discusión por ahora. Aún lo estoy procesando.
Su brusquedad pica. Pero ¿qué derecho tengo a sentirme herida?
Le hice esperar diecisiete años para saber la verdad sobre mí.
—Está bien —sofoco una disculpa y estudio mi vestido
andrajoso—. No va a ser fácil estar bajo el radar, mientras use la ropa
del manicomio. Tendrás que cambiarte también.
—¿Alguna idea? —pregunta papá, entonces levanta una mano—.
Y antes de que lo digas, no estamos robando algo de un tendedero.
Es como si hubiera leído mi mente. —¿Por qué no? La motivación
siempre justifica el crimen. —Reprimo mi lengua. Ese es el
razonamiento de Morfeo, no el mío. Es a la vez aterrador y liberador que
su lógica este comenzando a tener sentido.
Papá estrecha sus ojos. —Dime que no acabas de decir eso.
Empujo lejos el deseo de discutir mi punto. Justificar los
crímenes puede ser la ley de la tierra del reino del Inframundo, pero eso
no significa que sea legal para mi padre en este momento. —Solo quería
decir que sería un préstamo, si compramos ropa nueva después y
devolviéramos la otra.
—Demasiados pasos. Necesitamos una solución rápida. Ropa
improvisada.
Ropa improvisada. Si solo Jenara estuviera aquí con sus talentos
de diseño. La extraño más que nunca. Durante el mes pasado en el
manicomio, no se me permitía otro visitante que no fuera papá. Pero
Jen envió notas, y papá siempre veía que las obtuviera. Jen no me
culpaba por su hermano desaparecido, a pesar de los rumores de que
yo estaba en un culto que lo victimizaron a él y a mamá. Se negó a creer
que estaría involucrada en algo que pudiera herir a cualquiera de ellos.
Si solo me mereciera su fe.
Me gustaría que estuviera aquí. Sabría qué hacer con la ropa.
Jenara puede hacer trajes de nada. Una vez, para un proyecto de
mitología, transformó una Barbie en Medusa por pintar con aerosol la
muñeca de plata y elaborar un vestido de "piedra" de una tira de papel
de aluminio y tiza blanca.
Muñecas...
—¡Oye! —Grito hacia la más cercana rueda-de-la-fortuna-
luciérnaga araña—. ¿Podrían chicos darnos un poco de luz, por favor?
Ruedan por el techo y se detienen por encima, iluminando
nuestro alrededor. Este lugar fue una vez un pasadizo ascensor donde
los pasajeros del tren esperarían por viajes hasta el pueblo después de
llegar en él. Distraídos padres y descuidados niños dejaron atrás
juguetes que son similares a nuestro tamaño: bloques de madera que
podrían hacer de cobertizos de jardín, un molinillo de viento que podría
pasar por un molino de viento, y algunas tomas de goma más grandes
que las plantas rodadoras que he visto rebotar junto a las carreteras en
Pleasance, Texas.
Un letrero cuelga sobre los juguetes. Las palabras PERDIDO Y
ENCONTRADO se han marcado y reemplazado por TREN DE LOS
RECUERDOS.
Pasando una pila de mohosos libros ilustrados, hay una maleta
redonda de niña apoyada por lo que la parte delantera está visible. El
estilo es retro—rosa, vinilo acolchado con una chica de coleta de pie
delante de un avión. Su vestido desteñido fue azul en un momento.
Bajo el cierre, garabateado con marcador negro, está la escritura de una
niña: Tienda de Vestidos de Emily. Tumbada sobre el suelo al lado de la
maleta está una Barbie clásica semidesnuda.
—Ropa de muñecas —susurro.
Papá le da un vistazo. —Necesitamos cosas que nos sirvan
cuando estemos de tamaño normal, Allie.
—Crecen y se encogen contigo. Es parte de la magia.
Baja la mirada a su fangoso y rasgado uniforme de trabajo. —Oh.
Correcto...
—Vamos. —Agarro su mano y zigzagueamos con dirección a la
maleta, reprimiendo aullidos mientras el terreno rocoso se clava en mis
pies. Papá se detiene el tiempo suficiente para quitarse los zapatos y
ayudarme a entrar en ellos.
Son demasiado grandes, por supuesto, pero el gesto cariñoso me
recuerda los tiempos cuando solía pararme en la punta de sus zapatos
para que pudiéramos bailar juntos. Sonrío. Me devuelve la sonrisa, y
soy su pequeñita de nuevo. Entonces, su expresión cambia de asombro
a decepción, como si estuviera reconociendo otra vez lo que soy, lo que
mamá es, y cuanto tiempo lo mantuvimos oculto de él.
Mi estómago se siente como si fuera a explotar. ¿Por qué le
quitamos una parte muy importante de nosotras mismas? ¿Una parte
esencial de él? —Papá, lo sien...
—No. Allie. No puedo oír eso aún. —Su párpado izquierdo
comienza a temblar y aparta la mirada, sus pies encalcetinados
cautelosamente tanteando los escombros.
Sigo y sorbo, diciéndome que es el polvo haciendo que me lloren
los ojos.
Cuando llegamos a la maleta con ropa de muñeca, que es tan alta
como un edificio de dos pisos, y el carro del cierre es del largo de mi
pierna.
—¿Cómo se supone que vamos a abrir esta cosa? —pregunto.
—Una mejor pregunta: ¿Cómo se supone que cabrás dentro de su
ropa? —Papá señala a la muñeca cubierta de polvo. —Apenas eres del
tamaño de su cabeza.
Los iris de la muñeca están pintados como si estuvieran mirando
hacia un lado. Junto con su malicioso maquillaje, parece estar
burlándose de mí. Exasperada, meto mis manos en los bolsillos de mi
delantal. Mi nudillo empuja el bolígrafo del conductor. Cavando más a
fondo, golpeo los champiñones y una idea se forma en mi mente. —
Vamos a sentarnos contra la maleta.
Papá me lanza una mirada de desconcierto, pero no duda. Agarra
sus hombros y yo tomo sus tobillos. Una araña amarillenta del tamaño
de un perro pequeño se escabulle, refunfuñándonos por haber
arruinado su telaraña. Desapareciendo en la pila de libros. Una vez que
tenemos a la Barbie sentada y erguida, me acomodo a su lado.
Le doy a papá un champiñón y me saco sus zapatos para que
pueda ponérselos de nuevo. Enseguida, tomo uno para mí y mordisqueo
el lado manchado. Aprieto los dientes contra la incomodidad de los
tendones prolongándose, huesos agrandándose, piel y cartílagos
expandiéndose. El entorno encogiéndose mientras continúo comiendo
hasta estar cabeza a cabeza con la muñeca.
Papá sigue mi ejemplo, mordisqueando su champiñón hasta que
los dos somos lo suficientemente grandes como para abrir el cierre de la
maleta y usar la ropa de la moda de los años cincuenta de Barbie y Ken
que se deslizan fuera.
Empujo a un lado un pantalón de campana plateado y un traje de
baño a rayas blanco y negro, descubriendo una malla y un tutu atado a
juego del mismo verde aguado que los ojos de Jeb en aquellos
momentos en que está molesto. El color exacto de cuando me atrapó
besándome con Morfeo en mi habitación antes del baile.
Remordimiento carcome mi estómago. Todas estas semanas, Jeb
ha estado pensando que lo traicioné. El último momento que
compartimos juntos en el baile, agarró el colgante en mi cuello —un
grumo de metal que una vez fue mi llave al País de las Maravillas, su
medallón de corazón, y su anillo de compromiso— y me besó. Prometió
que nos encontrábamos lejos de terminar. Incluso después de que
destruí su confianza, todavía quería luchar por mí.
Una sensación de cosquilleo lleva mi atención hasta mi tobillo
donde una tela de araña cuelga de los bordes de mi tatuaje de alas. Lo
tengo hace meses para camuflar mi marca de nacimiento del
Inframundo. Aquí, en las sombras, me doy cuenta lo mucho que el
tatuaje realmente se parece a una mariposa nocturna, igual como
Morfeo siempre ha dicho. Casi puedo ver sus labios curvándose en
engreído deleite ante la aceptación.
Ese extraño dolor desenredándose carcome en mi pecho otra vez.
Golpea más a menudo cuando estoy oscilando entre mis dos mundos.
¿Qué me hizo Roja?
Roja...
Sus recuerdos repudiados gritando a través de mi cráneo, una vez
más. Gimo suavemente.
—¿Dijiste algo, Allie? —papá levanta la mirada de la ropa de Ken
que está revisando.
Luego de frotar mis sienes, saco un vestido camisero sin mangas
con broches en la parte delantera y un estampado de una cereza con un
tallo verde que combina con la malla. —Solo que creo que encontré algo.
—Lo sostengo para la inspección de papá.
—Luce bien. Estaré por aquí. —Papá toma su paquete y va al otro
lado de la maleta.
Me quito mi ropa del manicomio, cuidadosamente no dejando que
los champiñones se derramen desde el bolsillo del delantal. Tendré que
encontrar otra forma de llevarlas.
Antes de desvestirme, busco un poco de lencería de encaje. He
estado usando lencería de algodón genérico desde que he estado en el
manicomio. Algo bonito estaría bien. Incapaz de encontrar alguna cosa,
me conformo con lo que tengo puesto y me deslizo en la malla verde. La
mejor característica de la ropa de ballet es la parte de atrás abierta. Eso
hará que liberar mis alas sea más fácil. La tela satinada huele a
crayones y gominola, haciéndome desear mi infancia antes de que
mamá fuera internada.
Luego, me encojo de hombros hacia el vestido camisero y abrocho
los broches de metal a lo largo del corpiño de estampado de cereza,
dejando la falda abierta para mostrar los tres niveles de malla verde que
se inflan por encima de mis rodillas.
Una cinta fucsia sirve como cinturón. Medias rosas completan el
atuendo. Encajan perfectamente desde mis muslos hasta mis
pantorrillas, pero en los dedos están puntiagudas. Doblo el exceso por
debajo antes de deslizarme en un par de blandas, botas rojas hasta la
rodilla.
Botas rojas. Recuerdos de Roja golpean contra mi cráneo hasta
que siento tanta tristeza por ella que me dejo caer sobre el montón de
ropa sobrante. Apuño mis manos contra mi cabeza hasta que pasa.
Cuando abro mis ojos, estoy medio enterrada en zapatos y accesorios de
Barbie, como si me hubiera retorcido medio consciente.
—¿Todo bien por ahí? —pregunta papá desde su lado de la
maleta.
Gruño suavemente, quitando todo de mí. —Teniendo problemas
con mis medias. —Quizás robar los recuerdos de Roja fue un gran error
después de todo. Voy a terminar vistiendo una camisa de fuerza de
nuevo—esta vez de verdad.
Mientras me paro, mi pie patea un diario del tamaño para una
Barbie con una llave que debe ser un cuarto del tamaño de un alfiler
para un humano normal.
El conductor dijo que necesitaría papel encantado para contener
recuerdos repudiados. Hace un año, en el cementerio del País de las
Maravillas, Hermana Uno me dijo que los juguetes del reino humano
fueron utilizados para atrapar almas en la guarida de su hermana
gemela.
Dijo que cuando los juguetes más amados son abandonados, ellos
quieren esas cosas que una vez les llenaron y calentaron. Se vuelven
solitarios y anhelan lo que tuvieron. Y si alguien les da esas cosas, se
aferran a ellas con cada parte de su fuerza y voluntad.
Hojeo el diario. Algunas de las pequeñas páginas han sido
escritas —corazones, iniciales y flores, ya que escribir palabras reales
de este tamaño sería difícil para cualquier niño. Las últimas dos
terceras partes de las páginas están desnudas.
Quizás este diario se ha perdido ser escrito.
El mismo Morfeo dijo que los juguetes albergan los restos del
amor inocente de un niño, la magia más deslumbrante del mundo. Si
eso es verdad, entonces tal vez estas páginas están lo suficientemente
encantadas para contener los recuerdos de Roja, para mantener los
lazos emocionales fuera de mi mente.
Muerdo mi labio inferior. Mira eso, insecto en la alfombra. Acabo
de encontrar un diario mágico.
—¿Casi terminas? —papá se mueve alrededor en el otro lado de la
maleta, como si estuviera caminando de un lado al otro.
—¡Solo un segundo! —Me doy prisa para encontrar el delantal que
llevaba antes y saco el bolígrafo del bolsillo.
—La lógica de los habitantes del Inframundo se encuentra en la
borrosa frontera entre la razón y las tonterías. —Articulo las palabras
de Morfeo así papá no escuchará.
Anoto los recuerdos de Roja en las páginas restantes, escribiendo
tan rápido como puedo. Las emociones fluyen desde mí hasta la página,
una experiencia liberadora, como mi diario para suavizar el golpe de
algo trágico.
Cuando termino, cierro el libro. Se retuerce en mis manos,
abriéndose lo suficiente para que el papel cruja. Los recuerdos están
intentando liberarse. Apretando mis dedos fuertemente alrededor de los
forros, junto el cerrojo, lo cierro con la llave y el contoneo se detiene.
Mi cabeza se siente mejor, mis pensamientos más claros, y mi
compasión es leve. La conexión debe de haber funcionado. Aun puedo
recordar el pasado olvidado de Roja, pero se sienten como sucesos que
le ocurrieron a otra persona, ninguno que experimenté y sentí. Los
recuerdos se hacen lejanos, silenciando el empático rugir en mi cabeza.
—Allie, tenemos que irnos.
—Estoy buscando algo para mantener los champiñones a salvo —
esquivo.
Mientras cavo, aparece una bolsa de ballet rosa con un cordón
ajustable. Meto el diario dentro y pongo una pieza de cuerda a través de
la llave del diario para crear un collar. Desde el desastre del baile, me
he sentido perdida sin mi llave del País de las Maravillas. Esta no es con
punta de rubí y no abrirá otro mundo. Aun así, es un consuelo tenerla
colgando de mi clavícula.
Dejando a un lado dos champiñones para papá y para mí, meto el
resto en la bolsa junto al diario, tiro del cordón ajustable para cerrarla,
atándola firmemente, luego la cuelgo encima de mi hombro.
Con un cepillo de plástico, resuelvo la maraña y trenzo mi cabello
a ambos lados. Me quedo mirando un gorro a crochet y bufanda hecha
de suave hilo purpura y escarlata, probando si los recuerdos de Roja se
quedan ocultos. Tengo que estar segura antes de irnos. No puedo correr
el riesgo de perder el control cuando este a miles de kilómetros en el
aire.
Cuando no pasa nada, me pongo la bufanda y el gorro.
Camino alrededor hasta el frente del maletín. Papá está
esperando en un traje de Ken: chaqueta a cuadros blancos y negros,
pantalones plisados de franela gris y camisa de vestir blanca.
Acaricio la piel debajo de mis ojos, preocupada de que mis marcas
del Inframundo se estén mostrando después de toda la magia que he
realizado. —¿Me veo bien?
—Te ves hermosa, Mariposa —dice. La punta de su dedo delinea
los bordes de mis ojos, siguiendo un patrón fantasmal que solo puede
significar que mis marcas están en todo su esplendor.
El uso de mi apodo me llena de gratitud. Está intentando
aceptarme con todas mis peculiaridades, a pesar de que ha sufrido una
gran conmoción.
Enderezo su collar y quito el polvo de su chaqueta. —¿Lo mejor
sobre estas ropas? Sabemos que somos las primeras personas en
ponérselas —bromeé.
Papá resopla. El sonido hace eco en el túnel mientras
mordisqueamos nuestros champiñones —los lados lisos— hasta que
nos encojemos lo suficiente para quedar bien en las espaldas de las
mariposas otra vez. Subimos sobre nuestras monturas aladas,
aleteando a través del agujero de la base del puente, que nos llevará al
cielo por Oxford.
4
Carne & Sangre
Traducido por Sofía Belikov
Corregido por Mire

Una fría lluvia me despierta. El aroma a humedad llena mis fosas


nasales y los truenos resuenan en mis tímpanos, amortiguados por un
sonido agitado. Mi mejilla derecha descansa contra algo suave y
puntiagudo.
Sacudo la cabeza, tratando de recordar dónde estoy.
La guarida de las setas. Estoy en los brazos de Morfeo… Me está
llevando a su mansión. Me siento aterrada de mirar, pero tengo que
saber a dónde ha llevado a Jeb. Levanto la cabeza, esperando ver el
terreno del País de las Maravillas pasando bajo mis estratosféricas
alturas. En su lugar, rayos dan brillo a la neblina a mí alrededor,
iluminando a papá mientras planea una mariposa. Estoy rodeada por
nubes de tormenta, y no estoy siendo cargada por Morfeo. Estoy
montada en una mariposa.
La tristeza me recorre. Más tarde, cuando me duerma, mis sueños
revivirán momentos en el País de las Maravillas con Morfeo, o en la
cochera de Jeb, observándolo pintar y trabajar en sus motores, o
incluso haciendo galletas con mamá en nuestra cocina. Un hilo en
común los entrelaza a todos: Despertar es algo que temeré.
Aprieto mi agarre en las peludas púas del tórax de la mariposa
mientras salimos de una nube para entrar a otra. Mi visión se ajusta a
través de las capas de lluvia y parpadeante oscuridad. Las frondosas
copas de los árboles parecen más cercanas con cada trueno. Nuestras
mariposas están descendiendo. Lo que significa que estamos a nada de
llegar a Oxford y a la conversación con mi padre.
¿Qué pensará cuando descubra que soy la responsable de toda
esta pesadilla?
El viento nos atrapa, haciendo que nuestras mariposas se
sacudan y tiren de la correa en mi hombro. La bolsa de ballet se
balancea lo suficientemente duro como para que el diario choque contra
mis costillas.
Por un instante, me permito perderme en el sabor de la lluvia, y
en el constante cambio de nubes llenas de luz eléctrica. Los húmedos
mechones de mi cabello me golpean en el rostro y los hombros —
conducidos o bien por mi magia o el viento.
El diario choca contra mis costillas una vez más. Pero esta vez, ni
la mariposa ni el clima están causando el movimiento. Las cuerdas se
tensan contra el tirón del viento. Algo ha incitado los recuerdos en las
páginas, los ha puesto nerviosos. Tal vez al ponerme toda íntima con mi
lado oscuro he revivido los recuerdos de Roja acerca de su venganza
contra ella. O peor, tal vez los recuerdos son parte de mí ahora, sin
importar la distancia que ponga entre nosotras. Después de todo, Roja
fue parte de mi cuerpo alguna vez. Y siempre será parte de mi sangre.
Tal vez incluso de mi corazón.
Lucho contra la tira para reprimir el diario. La bolsa se libera de
golpe, deslizándose por mi hombro, y cayendo en picada a través de la
oscuridad y la lluvia, llevándose consigo nuestra única oportunidad de
regresar a nuestro tamaño normal, e incluso peor, mi ventaja contra
Roja.
—¡Sigue esa bolsa! —le ordeno a mi mariposa.
No somos taxis, me responde el monarca. Seguimos el curso.
—¡Ese es el por qué tenemos que ir a buscarla! —grito—. ¡Para
seguir el curso!
El monarca ignora mis plegarias. Un osado tamborileo despierta
en mi interior, el que Morfeo siempre ha alimentado, el que he estado
perfeccionando desde hace un mes.
Me deshago de los broches y la camisa, dejando solo el leotardo
de espalda abierta. La bufanda alrededor de mi cuello protege la llave
del diario que cuelga debajo.
Mi camisa choca contra mi padre. Le da justo en la parte trasera
de la cabeza y echa un vistazo por encima de su hombro. —¿Qué
haces? —grita.
—Ir por nuestra única oportunidad de salvar a todos. —Mis alas
se extienden de golpe. Gimo ante la agonía que se dispara por mi
hombro derecho cuando el ala lastimada se despliega.
Sin darle una segunda mirada a papá, me bajo de la mariposa.
Sus antenas golpean la suela de mis botas mientras desciendo con los
brazos y piernas en cruz, atrapada por el repentino viento.
El sombrero cae de mi cabeza, pero la bufanda permanece en su
lugar, sus bordes ondeando al igual que mi cabello.
—¡Allie! —El desesperado grito de papá desaparece con los
truenos.
Desciendo a través del cielo lluvioso, el terror dando paso al
asombro. Mis alas me proveen de un freno y desacelero, pero son
demasiado débiles como para ofrecer un impulso. El viento añade otro
obstáculo, sacudiéndome. Me siento reanimada. Una de las cosas que
me enseñó el haber sido coronada en el País de las Maravillas es que el
poder es impotente a menos que sea cultivado con riesgos.
Esto es vida… Una caída libre en lo desconocido.
La lluvia se arremolina y me bombardea. Me esfuerzo por
mantener los ojos abiertos e inclino las alas para girar en la dirección
en que cayó la bolsa. La mochila aparece en mi visión mientras gano
impulso. Un momento antes de que la pase, tomo la bolsa y la meto en
el corpiño del leotardo, feliz de que tuviera el presagio de atar las tiras
antes de que nos fuéramos. Todo está en el interior.
Los rayos atraviesan mis alrededores. Enormes árboles se acercan
más y más, sus hojas luciendo engañosamente suaves. Pero lo que me
espera entre los espacios —ramas dentadas y monstruosas— me
destrozará. Con mi tamaño, bien podría ser un insecto chocando contra
un parabrisas agrietado. No quedará nada más que sangre y alas
hechas jirones.
Un instante antes de que choque contra el árbol más cercano, me
imagino sus ramas uniéndose, el suave y grueso musgo tejiendo un
abrigo en forma de huevo, y formando una gran almohadilla.
Ante el impacto, el aire sale disparado de mis pulmones. Me
deslizo contra la amortiguada superficie, como un alfiler siendo
enterrado en aserrín. La fuerza inclina el musgo y la ramada a mí
alrededor hasta que la cima de mi cabeza se golpea contra el
resbaladizo tronco. Un agudo dolor se desliza a través de mi cráneo y
columna, y todo se desvanece.

***

Cuando despierto, mis músculos y carne bullen con la sensación


de estar estirados. Algo ronronea en mi oído, y el zumbido de alas junto
al roce de un suave pelaje se siente demasiado familiar.
¿Chessie?
No puede ser. Nunca lo vi después del incidente en el estudio de
artes hace un mes. Asumí que ya había regresado al País de las
Maravillas y que se encontraba atrapado allí igual que mamá. Me
habría visitado en el manicomio de otra forma.
Mis ojos no quieren abrirse. Muevo los brazos y piernas bajo el
acogedor peso de sábanas, esperando a que mi cabeza comience a doler.
Oí mi cráneo agrietarse cuando choqué contra el árbol. En su lugar, me
siento cómoda, tranquila… incluso eufórica. Una hormigueante
sensación persiste en mi tobillo. Alguien unió su marca de nacimiento
con la mía.
Tal vez sí era Chessie.
Gimo.
—Está despertando. —Es la voz de papá.
Mis pestañas se rehúsan a abrirse. Un sabor amargo yace al final
de mi lengua y aprieto los labios.
—No estaba seguro de que le hubiera dado suficiente. —Papá
acaricia mi cabello suavemente.
—Beber té de setas es cinco veces más potente que comerlas. —
Es una voz extraña; ronca, como si hubiera estado tragando arena—.
Va a necesitar comida pronto, para contrarrestar los efectos. Además,
debería traerle algo para que permanezca oculta. No todos los náufragos
son igual de comprensibles que este tipo. De hecho, él es el único
responsable de mantenerlos aquí todas estas semanas. La mayoría de
ellos querían encontrarla para que arreglara los portales. Extrañan su
mundo y a sus familiares.
Así que Chessie no me visitó en el manicomio porque no quería
llevar conmigo a los habitantes del Inframundo. ¡En realidad está aquí!
Me fuerzo a abrir los ojos.
El aroma a cera calienta mis fosas nasales, y el suave brillo de
una vela parpadea contra una pared sin ventanas, tapizada con una
tela de un azul rey y un verde de bosque.
Es una cámara privada. Estoy en un sofá circular y sin respaldo,
relleno con almohadas coloridas y borlas. La decoración me recuerda a
un circo —salvaje pero extrañamente elegante. Tapices hechos con piel
de cebra adornan el techo. Aparte de los candelabros, todo está
tapizado, incluso el suelo. Los alrededores son como una mezcla entre
la habitación acolchada del manicomio y la cabaña de la Hermana Uno
en el País de las Maravillas.
Dos siluetas toman forma, de pie sobre mí.
El extraño se alza tan alto como papá. Hay algo bastante familiar
acerca de él, aunque no lo he visto nunca antes en mi vida.
Una capa de cuero marrón traga su musculosa silueta, y
pantalones de color caqui están metidos en sus botas. Su capa de sobre
tamaño cae en cascada por sus hombros y espalda. Todo lo que
necesita es un carcaj con flechas, y bien podría ser Robin Hood.
Cabello oscuro, salpicado con gris, complementan su barba y
espesas cejas. Ojos del color de una zarzaparrilla me estudian. —Oh,
pero miren. Hola —dice amablemente.
Un escozor comienza en la punta de mi nariz. Saco una mano
desde debajo de las sábanas para cubrir mi estornudo. Grazno mientras
mi nariz queda del tamaño de un guisante.
—Ah, ya estás teniendo una ligera reacción ante el té, ¿no? —dice
el extraño.
—¿Ligera? —Mi voz suena más como un chirrido debido a mi
minúscula nariz. Me quito las sábanas de encima y lucho para
sentarme.
Papá se sienta junto a mí en el borde del sofá.
—Está bien, Allie. Solo espera un segundo. —Incluso su expresión
llena de tranquilidad no puede calmar mis nervios. Se me escapa otro
estornudo, y mi nariz regresa a su tamaño normal, pero mi mano
derecha se inflama y no se detiene hasta que está del tamaño de una
pelota de básquetbol.
Grito.
—Tiene tu barbilla —dice el extraño, como si no notara mi
espontanea deformidad—. Pero las alas y los ojos…
—Son de su madre —dice papá con orgullo, como si tampoco
estuviera consciente de lo que está sucediendo.
Tal vez la reacción es que estoy alucinando. Trato de levantar mi
mano hinchada, pero permanece junto a mí como una roca. La aprieto
en un puño y le doy un duro tirón. Choca contra el estómago de papá y
lo envía fuera del sofá. Aterriza en una pila de almohadones.
No. No estoy alucinando.
Se me escapa otro estornudo. Una vez que se detiene, suspiro,
aliviada al encontrar que mi mano es normal y que las partes restantes
de mi cuerpo siguen igual.
El extraño ayuda a papá a levantarse. Papá se limpia los
pantalones de franela, y ambos me miran con amplios ojos marrones —
como si fuera un experimento de ciencia.
Me toco la cabeza, la única parte de mí que no puedo ver. —Oh,
no. Mi cabeza es del tamaño de un tonel, ¿no?
El extraño sofoca una carcajada. —Para nada, niña. —Palmea la
espalda de papá—. En definitiva, heredó el sentido de humor de los
Skeffington, ¿cierto?
Chessie aparece en mi visión, sonriendo con picardía. Estoy tan
feliz de verlo que grito su nombre.
La pequeña bolsa de ballet cuelga de su cuello y un desigual hoyo
yace en la parte baja de ella. Las setas han desaparecido. Pero por
suerte, el contorno del diario todavía se aferra a la tela satinada en el
interior. Los recuerdos mágicos de Roja sobrevivieron.
Toco mi clavícula para encontrar que el collar todavía está en su
lugar, aunque la llave es tan grande como cualquier otra después de
crecer conmigo. Desde que el libro todavía es del tamaño de un juguete,
debe haberse caído del corpiño de mi leotardo antes de que bebiera el
té. Tal vez es mejor que el diario sea pequeño. Será más fácil de manejar
si las emociones se ponen revoltosas de nuevo.
Chessie se desenrosca la cabeza y esta rueda hasta mí a lo largo
del suelo, las tiras de la bolsa envueltas alrededor de su cráneo. Una
absurda risa se le escapa mientras su cuerpo decapitado le da caza.
Papá y el extraño sonríen.
¿Cómo mi padre puede sentirse tan cómodo con tanta locura? Al
igual que el extraño. Ambos lucen las mismas y ridículas sonrisas de
Elvis.
De hecho, se parecen tanto que podrían ser…
Me giro. Los brillantes colores de la habitación me desorientan. —
¿Papá? ¿Es…?
—Oh, lo lamento, mariposa. —Papá se sienta junto a mí de nuevo,
poniendo un brazo alrededor del tutú en mi cintura para evitar mis
alas—. Este es Bernard.
—Puedes decirme tío Bernie —insiste el hombre.
La nariz de Chessie golpea mi bota de plástico y se detiene. Tiro
de las correas de la bolsa de ballet, y su cabeza gira como un trompo.
Mientras envuelvo los dedos alrededor del diario, las palabras del
extraño se registran: Tío Bernie.
Una sonrisa se extiende por mi rostro. Hay una astucia en sus
ojos, un afecto incondicional por el que no hice nada para merecerme,
más que haber nacido.
—Son hermanos.
La sonrisa de Bernie se amplía. —Ajá. Encantado de conocerte al
fin. —Pone una mano en el hombro de papá—. Nuestra familia… estaría
más que contenta. Ya habíamos perdido toda esperanza.
Un estrangulado sonido que no reconozco se desliza por mi
garganta.
—Necesita agua —le dice papá a su hermano.
Su hermano.
El tío Bernie asiente y promete regresar. Observo su espalda —
más ancha que la de papá— mientras sale hasta un acolchado pasillo
alineado con una docena de puertas tapizadas similares a la de nuestra
habitación.
Chessie se pone la cabeza una vez más, ondea las alas, y sigue a
mi tío antes de que pueda agradecerle por sanarme y cuidar el diario.
La puerta se cierra, dejándonos a papá y a mí a solas, con nada
más que el sonar de las velas. Todavía puedo ver las líneas de
preocupación en su frente, grabadas allí debido a la ausencia de mamá
y Jeb las pasadas semanas. Pero hay una felicidad suavizando las
arrugas alrededor de sus ojos.
Toda mi vida pensé que no teníamos más familia. Luego, el año
pasado, descubrí que mamá y yo estábamos relacionadas con las
criaturas mágicas del País de las Maravillas. Ahora, tengo un tío. Un tío
humano que luce como el príncipe de los ladrones.
Debo tener más familiares. Primos y tías, incluso abuelos.
Lo que significa que papá tiene primos y primas. Padres…
—¿Cuándo vamos a conocerlos? —pregunto, sin estar segura de
si se percatará de mi inferencia.
—Mi madre y padre están muertos. —El arrepentimiento hace eco
en su voz, convirtiéndose en el mío—. Pero tengo dos hermanas, y ellas
tienen hijos. También Bernard y su esposa. Los conoceremos después
de que encontremos a tu madre y a Jeb. Aparte de los habitantes del
Inframundo que se hallaban aquí, solo miembros de la caballería del
espejo se quedan en esta posada. Mis hermanos, tíos, primos, y
sobrinos. Las mujeres y los más pequeños se quedan en otra parte de
Oxford.
Lo miro fijamente, perpleja.
Papá coge mis manos. —Somos descendientes del mismo linaje
que Charles Dodgson. Después de que descubriera el camino al País de
las Maravillas, y que Alicia encontrara un escape por el agujero del
conejo…
—Espera —lo interrumpo—. ¿Charles descubrió el camino al País
de las Maravillas? Pensé que Alicia le contó sobre el agujero del conejo.
Que ella fue quien inspiró su novelada cuenta. ¿Dices que él en realidad
sabía que el lugar era real?
Papá se encoge de hombros. —La única historia que conocemos
es que los hombres en nuestra familia fueron llamados por Charles
para proteger las entradas a CualquierOtroSitio. Para servir como
caballeros. Sus publicaciones nos ayudaron a financiarnos. Ha sido
nuestro trabajo por más de un siglo. Los niños son probados cuando
tienen siete años. Por lo general solo un hijo nace con el gen. Mi
hermano y yo fuimos la excepción. Ambos lo teníamos.
—¿Qué gen?
—Una segunda vista como la que Charles tenía. La habilidad para
ver los puntos débiles en la barrera entre el reino del Inframundo y
nuestro mundo. Tiene que ver con una infinidad de espejos.
La única infinidad de espejos de la que soy consciente están en
las casas de la risa de los carnavales y en las ferias del condado. Trago
duramente, preguntándome la cantidad de atracciones que podrían ser
la entrada a un lugar horrible como el mundo del espejo. Pero bueno,
tal vez es lo correcto, considerando que el País de las Maravillas está
construido a partir de los sueños de los niños, de su imaginación y
pesadillas —considerando que esas cosas son sus cimientos.
—Así que… ¿tenías esa habilidad? —pregunto.
—La tengo —me corrige papá—. La olvidé después de que mis
recuerdos fueran borrados. Pero ya lo recuerdo. Fui capturado por esa
araña unos cuantos meses después de que comenzara a entrenar para
ser un caballero blanco.
Mi barbilla tiembla. Debería sentirme asombrada de tan solo
imaginarlo como un caballero, pero hay una tristeza en su voz. Me
inclino para abrazarlo. Envuelve sus brazos a mí alrededor, teniendo
cuidado de evitar mis alas.
Está arrepentido de haberse perdido la vida para la que se
encontraba destinado. Justo como mamá se perdió la suya.
Mi nacimiento, toda mi existencia, se debió a sus nobles y leales
vocaciones. Por no mencionar la mancha que una vez fueron los
hermosamente bizarros paisajes del País de las Maravillas, que yacen
ahora dentro de mí.
—Lo siento —digo, deseando ser capaz de borrar todos mis
errores con una disculpa. Pero no es posible.
Pienso en el pequeño diario en la bolsa de ballet. Los
arrepentimientos de Roja eran tan agudos, que los hizo a un lado,
abandonando los recuerdos que los hacían. Pero no hay una poción que
puede hacerme olvidar. E incluso si la hubiera, no me la bebería. Nada
puede ser borrado si voy a arreglar las cosas. Y lo haré, sin importar lo
que me cueste al final.
5
Huevos benedictinos
Traducido por Miry GPE
Corregido por NnancyC

—No lo sientas. —El aliento de papá calienta la cima de mi


cabeza—. Me habría gustado conocer a mis parientes. Pero no
cambiaría nada más. Si hubiera sido un caballero blanco, nunca habría
conocido a tu mamá. No te hubiéramos tenido. Y, para que conste, no
cambiaría a mis dos chicas por nada en ningún mundo. —Presiona un
beso contra mi cabello.
Me acurruco, luchando por hacer salir mi voz. —Gracias, papá —
susurro, confortada por el olor del crayón en su camisa. Incluso si él es
capaz de aceptar el giro que su pasado tomó, yo no puedo aceptar el de
nuestro presente.
—Está bien. —Su voz se profundiza con severidad y nos libera—.
Déjame verte. —Su frente se arruga mientras pasa un pulgar por la
cima de mi cuero cabelludo—. Ese truco de curación realmente
funcionó. Sangrabas muchísimo, pensé que al menos tendrías una
conmoción cerebral.
Debió asustarse bastante al verme sumergirme en la tormenta y
golpear el árbol. —¿Cómo sabías que podía ser sanada?
—No lo sabía. Quería llevarte a un hospital. Pero los dos éramos
demasiado pequeños y los champiñones desaparecieron. —Un músculo
en su mandíbula se tensa—. Le pedí a las mariposas que nos trajeran
aquí. Esperaba que ellas entendieran, y que alguien en la posada
supiera qué hacer.
Debió ser aterrador sentirse tan impotente, ir contra la corriente
de la lógica y rendirse a la fe del absurdo. Papá tiene más agallas de las
que mamá y yo nunca le reconocimos.
Aprieto sus muñecas. —Lo hiciste genial.
—Ese pequeño compañero gato-pájaro lo hizo genial. —Papá abre
mis palmas y traza las cicatrices de ahí—. Eso es lo que tu madre
trataba de hacer cuando eras pequeña y te lastimó las manos. Es por
eso que seguía diciendo que podría arreglarte. Ella quería curarte. Y yo
la aparté. —Su mirada llorosa se encuentra con la mía—. Lo siento,
Allie.
—No lo sabías. Nunca te lo dijimos.
Frunce el ceño y presiona su frente en la mía. —Bueno, puedes
compensármelo. Primero que todo, jamás quiero volver a ver que te
lanzas al cielo.
Le sonrío a través de mis lágrimas. —Vamos. Tengo alas.
Se inclina hacia atrás. —Sí, y son hermosas. Pero no funcionaban
del todo bien. —Mira sobre mi hombro a los aleteos que forman
sombras en el sofá—. A pesar de que parecen ser más fuertes de lo que
eran.
Las muevo. No hay dolor. Incluso la derecha se siente poderosa.
La mezcla de Chessie debió sanar más que mi cráneo.
Ahora seré capaz de volar, justo a tiempo para ir a
CualquierOtroSitio.
Papá debió ver mis pensamientos en mi rostro, porque acuna mi
barbilla de nuevo. —No eres indestructible, incluso si tienes habilidades
que otras chicas no tienen. No más riesgos innecesarios. ¿De acuerdo?
Asiento para apaciguarlo. No entiende qué tan necesario es tomar
riesgos para arreglar las cosas. Lo que es peor, no entiende que empiezo
a desear los riesgos.
—¿Qué más? —pregunto para cambiar de tema.
Deja caer la mano a su rodilla. —¿Eh?
—Dijiste: “primero que todo”. Eso significa que algo más le sigue.
Las arrugas de preocupación reaparecen en su frente. —Cierto.
Es hora que me digas la verdad. Toda.
Mi estómago se comprime como un puño. —Eso abarca un
montón de años. ¿Por dónde debería empezar?
—Pasitos de bebé. La historia de tu madre. Cómo es que Jeb se
involucró. ¿Sabe lo que eres? Y esa criatura alada que me trajo por el
portal del País de las Maravillas, ¿qué papel juega?
—Guau, papá. ¿Pasitos de bebé?
—Sip.
—Bebé brontosaurio, tal vez —me burlo.
Su sonrisa en respuesta me anima, y le cuento todo. Desde el
momento en que por primera vez escuché a una abeja y una flor
discutir en la enfermería durante quinto grado, mi sueño de Alice en el
País de las Maravillas esa noche, el verano pasado cuando Jeb y yo
pasamos por la madriguera del conejo y fui coronada Reina Roja
después de descubrir que mamá y yo éramos descendientes.
Incluso cuando la cara de papá palidece, continúo. Porque tiene
que saber sobre el papel de mamá, de cómo una vez ella quiso ser reina,
pero renunció a todo por él. Y cómo le lavaron el cerebro a Jeb,
olvidando nuestro tiempo en el País de las Maravillas, pero una vez que
recordó, luchó por mí y por los humanos en el baile de graduación. Y
ese es el por qué ahora se encuentra en el mundo del espejo.
—Oh, no. No ahí. —La expresión de papá se llena de terror—. Fui
muy duro con él... cuando dijo que te ocultó después de ese incidente
en tu escuela. Él era inocente. Sólo protegía tus secretos.
—Está bien. Él sabía que no lo dijiste en serio.
Papá sacude la cabeza. —Siempre ha sido como un hijo para mí.
Cuando lo encontremos, arreglaré las cosas. Lo prometo.
—Lo sé, papá. —Aprecio que diga “cuando” y no “si”—. También
tengo que arreglar las cosas. —Sin embargo, mis errores contra Jeb son
mucho más profundos.
Inhalo un tembloroso suspiro antes de confesar el resto: el papel
de Morfeo en todo. Cómo ayudó a mamá a encontrar una manera de
ganar la corona, pero fue traicionado cuando ella eligió a papá sobre su
misión. Cómo esa traición llevó a Morfeo a visitar mis sueños en la
infancia, convirtiéndose a sí mismo en un niño para así poder atraerme
al País de las Maravillas sin decirme lo que realmente debía hacer ahí.
El rostro de papá se oscurece, una furiosa desconfianza sombrea
sus facciones. Es la misma mirada que pone Jeb cuando el nombre de
Morfeo sale a relucir.
Papá abre la boca, pero lo interrumpo. —Antes de que lo
condenes, necesitas saber que me salvó la vida en el País de las
Maravillas. También aquí en el reino humano. De hecho, salvó a Jeb.
No es pura maldad, papá. Él es...
Gloria y desaprobación —luz del sol y sombras— la huida de un
escorpión y la melodía de un ruiseñor. La descripción de él, de la
Hermana Uno, nunca pareció más adecuada. El aliento del mar y el
cañoneo de una tormenta. ¿Puedes pronunciar estas cosas con tu
lengua?
No. No puedo.
—¿Él es qué, Allie? —pregunta papá.
—Es perverso. Es peligroso. Y está lejos de ser digno de confianza.
Pero es devoto a mí y al País de las Maravillas. En ese sentido, es mi
amigo. —Me detengo antes de que el resto pueda escapar: Él se ha
establecido dentro de la mitad de mi corazón que pertenece al
Inframundo, no importa lo duro que traté de negarle el acceso.
—¿Cómo puedes decir eso? —insiste papá—. ¿Después de todo el
dolor que ha traído a nuestra familia?
—Debido a que no seríamos una familia si él no te hubiera
transportado del País de las Maravillas y mantenido tu identidad oculta
todos estos años. Él no tenía que hacer eso.
El ceño de papá se profundiza. —No estoy seguro de concordar
con tu razonamiento.
—No hay razonamiento cuando se trata de Morfeo. Simplemente
lo aceptas tal como es.
—Bueno, yo no lo acepto. Él hizo que esto sucediera. Es su culpa
que tu madre y Jeb estén en…
—Te equivocas —interrumpo antes de que la vergüenza pueda
entrometerse en mi demorada confesión—. Soy yo la que puso todo en
movimiento.
—Allie, no. Puedo entender que de alguna manera tenías algo que
ver en que el agujero del conejo esté obstruido. Pero también sé que fue
un accidente.
—Es más que eso —digo las palabras con dificultad entre mis
dientes apretados—. Desaté a la Reina Roja, pero tenía miedo de
enfrentarla. Fallé en regresar al País de las Maravillas, por lo que ella
vino a nuestro mundo. Y ahora mamá, Jeb y Morfeo son víctimas de mi
cobardía.
La justa indignación en el rostro de papá se desvanece. Un golpe
en la puerta causa que ambos saltemos. Tío Bernie se asoma con el
agua que prometió.
—¿Mal momento? —pregunta.
Papá le pide entrar con su mano, y yo tomo el vaso. La bebida fría
y limpia se desliza por mi garganta, sin embargo, no hace nada por
calmar mi estómago. Aún no le he dicho a papá la peor parte de todo.
Cómo desaté un poder en el baile sobre el que no sabía casi nada, y
causé que mamá fuera arrastrada a la madriguera del conejo antes de
que se derrumbara sobre sí mismo.
—No te ves muy bien —dice tío Bernie, presionando el dorso de su
mano sobre mi frente—. Sin duda un efecto residual del té de hongo.
Dejo que su explicación flote en el aire, aunque papá y yo
sabemos que es mucho más que eso. Me preocupo por el pequeño
diario. Tomando el cordón de la bolsa de ballet rota, lo enhebro a través
del pestillo cerrado del libro para formar un collar. Después lo paso
sobre mi cabeza por lo que el diario se halla al lado de la llave que es
tres veces más grande. Tendré que cambiar el tamaño de uno u otro
cuando sea el momento de abrir las páginas y liberar la magia de
memoria volátil en una involuntaria Roja.
—Ambos necesitan comer algo —sugiere Bernie—. Y el comedor
ahora se encuentra lo bastante vacío así que ella estará a salvo.
Mi tío deja nuestra habitación y papá me mira fijamente. —
Primero toma una ducha. Terminaremos nuestra conversación durante
la cena.

***

El comedor es un llamativo carnaval como nuestros aposentos,


con la adición de un juego de una docena de mesas y sillas acolchadas
y el aroma de la comida. Sólo una mesa se encuentra ocupada, y los
huéspedes son habitantes del Inframundo.
Se encuentran concentrados en el pozo a unos metros bajo el
nivel del restaurante, donde cuatro caballeros humanos practican
esgrima. Me recuerda a las escenificaciones de torneos de justas
durante la cena en el reino humano, al estilo Las Vegas.
Un grupo de caballeros viste túnicas rojas bajo mantos de cota de
malla, y el otro equipo viste de blanco. Cada dúo consiste de un hombre
mayor y un niño entre los ocho y doce años de edad. El caballero mayor
del lado blanco es el tío Bernie. Los chicos pelean mientras los ancianos
los entrenan. Sus espadas se ondean y nubes de ceniza gris se elevan,
en ocasiones casi cubriéndolos.
—Así que, ¿cena con espectáculo? —le susurro a papá.
—Utilizan floretes... espadas flexibles con puntas romas —dice
papá mientras observa la actividad en el círculo con un destello lejano
en sus ojos—. Es parte de afinar nuestra concentración, haciéndonos
actuar frente a los clientes a una edad temprana. Tenemos que
mantener la cabeza fría, mientras somos conscientes de las miradas
sobre nosotros y el aroma de la comida... los sonidos de voces. No
podemos distraernos.
—¿Qué pasa con la ceniza?
—La ceniza cubre gran parte del terreno de CualquierOtroSitio.
Así aprendemos a movernos en ella sin resbalar o desacelerar. —
Después de besar mi frente, hace un gesto hacia una mesa vacía en la
esquina—. Pide algo. Quiero saludar.
Se dirige por las escaleras de piedra hacia sus familiares.
Nuestros familiares.
Los caballeros hacen a un lado sus dagas y espadas mientras
camina. Encaja perfectamente con los blancos, vestido con la misma
túnica y pantalones de gamuza color canela.
Echo un vistazo a mi túnica roja. La ropa interior larga debajo de
mis pantalones, aunque muy lejos de la ropa interior de encaje que
esperaba, se siente suave contra mi piel recién lavada. Deben de
haberme dado la talla de un niño, porque el ajuste es decente. Lo mejor
de todo, las costuras de los hombros están abiertas para hacer espacio
a mis alas. Aún uso mis botas de Barbie, los únicos zapatos que me
ajustan.
Luzco tan poco combinada y mezclada en el exterior como me
siento por dentro. Los parientes de papá me saludan con la mano, sin
siquiera inmutarse por mis parches oculares y alas.
Saludo en respuesta, sintiéndome más tímida de lo que me
gustaría.
Todos regresan su atención a papá mientras se coloca un manto
de cota de malla. Toma la espada que se le ofrece y camina en medio del
hoyo con su hermano. Se inclinan en reverencia; entonces, en un
parpadeo, están luchando. Ceniza vuela alrededor de ellos con cada
estocada y esquivada.
Papá parece fuera de su elemento, sus movimientos vacilantes y
desequilibrados. Es tocado e inmovilizado en el suelo por la espada de
Bernard algunas veces. Pero pronto, es como si un interruptor se
encendiera. Sus embestidas con la espada se vuelven fluidas y
naturales. Sus dedos, muñecas, cuerpo y brazos se establecen en una
cadencia tan grácil como un vals. El sonido metálico de las espadas
suena en el aire. Es algo bueno que se mantuviera en forma por el
ráquetbol y correr, o él nunca tendría resistencia para esto.
Las epifanías y acontecimientos de las últimas veinticuatro horas,
comienzan a girar alrededor de mí. Me dirijo tambaleante hacia la mesa
vacía que papá señaló y me deslizo en mi asiento. Los clientes del
Inframundo que vi antes todavía no me han notado.
Uno es una criatura reptil. Otro tiene cara de mono y es lanudo.
El lagarto luce como una cabeza flotante y manos. El recuerdo de la
Reina Roja de Bill el Lagarto resurge, los detalles inexpresivos y
distantes. El cuerpo del lagarto parecía desaparecer cuando su ropa
tomaba el color de las hojas a su alrededor. Era como si su traje fuera
el camaleón en lugar de él.
¿Él es Bill? Si es así, mi reino se encuentra en más peligro de lo
que imaginaba. Grenadine, la hermanastra amnésica de Roja y mi
suplente temporal como reina, no tiene sangre real o corona mágica
pulsando a través de ella como yo. Ella estará irremediablemente
perdida si el lagarto no le muestra sus cintas recordatorias. Al
conseguir a Bill atascado aquí, empeoré aún más las cosas.
—Es una ilusión óptica, para que lo sepas.
Mi atención se ajusta a una criatura con forma de huevo blanco,
quien se cierne por encima de mí. Partes de su cuerpo oblongo están
llenas de cuentas de colores y cinta brillante pegadas en su lugar. Se
parece a un gigante huevo Fabergé que escapó de un museo.
Coloca un vaso de agua, deja caer una cesta con rollos vaporosos
en el centro de la mesa y luego desliza un menú en mi dirección. —Mi
cliente al que sigues mirando. Su traje tiene capucha y da la apariencia
de seda. Viene de los gusanos de seda telepáticos encantados. Es
transparente cuando se coloca sobre otra ropa. Se conecta con la mente
del que la viste y refleja su entorno. Los observadores son engañados
para que sólo vean las partes del cuerpo que se hallan desnudas.
Astuto, ¿cierto? Es más práctico de lo que parece.
Sus ojos amarillo-yema, nariz roja y boca ancha me recuerdan
mucho al hombre huevo que conocí en el País de las Maravillas, no
puedo evitar dejar escapar el nombre—: ¿Humphrey?
—Difícilmente —responde con desprecio—. Mi nombre es Hubert.
¿Nadie nunca te enseñó cómo conocer a alguien adecuadamente?
Guau. Incluso suena como Humphrey. Entrecierro mis ojos. —
Uhhh...
—Bueno, ¿te sentarás ahí con tu cerebro ocioso, o pedirás algo de
comida? —Un brazo de mantis-religiosa endereza el cuello bajo su
barbilla, mientras que los otros balancean una bandeja con una libreta
y una pluma mientras espera mi respuesta.
—Eres su hermano, ¿verdad? —pregunto, haciendo a un lado el
menú. El pan de levadura huele demasiado bueno para resistirlo, así
que agarro un rollo y hundo mis dientes.
Las mejillas de Hubert se encienden de rojo. —Oh, ya veo. Ya que
todos somos de la misma forma y color, debemos estar relacionados,
¿no? Un huevo con otro nombre y todas esas tonterías.
—Bueno, no. Ya que trabajas aquí, y el lugar lleva su nombre. —
Tomo otro bocado de mi rollo de levadura—. Supuse que era una cosa
de familia.
—Primero —resopla—, pediré que no hables con la boca tan llena
de pan. Y segundo, si le das un vistazo al menú, la posada se llama
“Humphrey y Hubert” Siglos de clientes de lengua perezosa lo
acortaron. Pero está justo ahí en la impresión, se ve que tú no lo viste.
—Así que ustedes son socios de negocios.
—Eso sería un “eran”.
Me estremezco. —Correcto. Lo siento, pensé…
—Psssh. Sé todo sobre ti y tus pensamientos viles. —Agita su
brazo con forma de insecto—. Eres quien tapó la madriguera del conejo.
Mis mejillas se calientan mientras el último mordisco de pan
forma una masa pastosa, casi demasiado grande para tragarla. —E-E-
Eso fue un accidente.
—Un accidente. —El rubor en las mejillas de Hubert se extiende
por todo su rostro y cuerpo. Me preocupa que pueda explotar, enviando
sus adornos embellecedores a que reboten como balas en las paredes
acolchadas y suelos—. ¿Un accidente como el que rompió el caparazón
de Humphrey y causó que fuera exiliado en el jardín de las almas? ¿Un
accidente como ese?
Golpeando las púas de mi tenedor contra la canasta de pan,
frunzo el ceño. —Bueno, sí. Se cayó de una pared. Y después tropezó
con la cabeza de Chessie.
—Empujado. Fue empujado de la pared. Por tu tatara-tatara-
tatara-abuela. Así Humphrey se rompería encima de Rabid White. Así
sus entrañas podían hervir la carne de ese pequeño compañero.
Comérselo, por lo que la Reina Roja podría “salvarlo”.
Niego con la cabeza. —Lo qué pasó con Rabid fue un hechizo
maléfico...
—Oh, fue maléfico. Pero no era un hechizo. Nuestras entrañas
son como ácido. A menos que poseas la poción curativa. Lo que por
supuesto Roja poseía en sus manos, convenientemente. —Resopla—.
¿Por qué crees que Humphrey se hallaba al resguardo de la Hermana
Uno en el cementerio? ¿Simplemente por su alma? Él tenía tantas
grietas después de caer dos veces, que ya no podía ser parchado. Él era
un peligro. Es por eso que aquí todo está acolchado, así no les traeré la
misma suerte a mis clientes.
La apariencia de huevo de Fabergé de Hubert tiene sentido ahora.
Él se ha parchado. A la primera aparición de alguna fisura en su
caparazón, se pega otra cosa en su lugar.
—Pero eso no es lógico —digo, incluso sabiendo que las cosas
raramente lo son cuando se trata del País de las Maravillas—. ¿Roja
fingiendo un accidente sólo para tener a Rabid en su bolsillo? Alguien
tan poderoso habría tenido sujetos dispuestos a diestra y siniestra.
Un fuerte gruñido irrumpe desde el hoyo. Echo un vistazo para
ver a papá ayudando a su hermano a levantarse. Los otros caballeros se
reúnen alrededor de papá y lo felicitan. Todos sonriendo y riendo,
incluso el tío Bernie.
Hubert empuja el menú en mis dedos.
—Parece que sabes mucho sobre lo que pasó con la Reina Roja —
evado, fulminándolo con la mirada.
Frunce el ceño. —Lo escuché de la fuente. Tu tatara-tatara-
tatara-abuela visitó mi posada. Su compatriota, Rabid, vino con ella. Él
me contó su historia, cómo lo salvó. Pero yo ya sabía la verdad, porque
Humphrey me dijo que ella lo empujó.
—Dices que Roja vino aquí. Al reino humano. ¿Quieres decir
después de que fue desterrada del País de las Maravillas? —Incluso
antes de que la pregunta deje mis labios, sé que no puede ser cierto.
Roja habría usado su imprimación en Alice si hubiera sido después de
su destierro, viviendo la vida de una pequeña niña humana.
—Vino aquí mientras aún gobernaba —corrige Hubert—. Mucho
antes de que la niña Alice se deslizara por la madriguera del conejo y
causara todo el caos y la caída de Roja.
Mi lengua se seca. Tomo un sorbo de agua. —¿Por qué Roja
vendría al reino humano antes del incidente de Alice?
—¿Eres tonta? Lo visitó porque se sentía sola. Su marido la
traicionaba. Parecía como que se olvidó de sí misma después de eso,
junto con la amabilidad que sus padres reales alguna vez le inculcaron.
Incluso se olvidó de cómo hacer amigos de su propia especie.
Recuerdos descontentos y desechados de Roja ensombrecen mis
pensamientos. Hubert no sabe cuánta razón tiene sobre su falta de
memoria, o que tan deliberada era.
—La única forma en que ella podía creer que alguien era leal —
continúa el huevo-hombre—, era si estaban en deuda con ella. Parece
que es la única manera de que alguien en su linaje puede asegurar
devoción. Justo como tú lo hiciste cerrando la madriguera del conejo.
Ahora todos dependemos de ti para que abras un camino de regreso, así
no nos es posible reducirte al tamaño de un insecto y aplastarte bajo
nuestros zapatos como nos gustaría.
La voz de Hubert es chillona y resonante. La criatura lagarto y su
compañero lanudo vuelven sus miradas hacia nosotros. En el momento
en que me ven, hacen una mueca.
—No soy para nada como Roja —gruño, sorprendida por la furia
detrás de las palabras.
Aunque, técnicamente, molesté al conductor escarabajo de
alfombras para conseguir pasar... y forcé a mi papá a comer un hongo y
montar una mariposa para cruzar el mundo hacia Londres. Pero fue por
un bien mayor.
Tenso mi mandíbula. —No soy una tirana como ella. Sólo soy...
determinada.
—Tal como lo era ella. Determinada a mejorar nuestro mundo.
Fue tan lejos como para estudiar a los seres humanos, como si ellos
fueran mejores que nosotros de alguna manera. Algo a lo que nosotros
debíamos aspirar a ser. —El huevo-hombre mira por encima de mi
hombro—. Esas alas no son la única prueba de tu herencia. Eres una
traidora, enviándonos a todos río arriba para que pudieras salvar tu
insignificante mitad mortal. No eres nada más que una…
—Benedictinos —interrumpo con los dientes apretados.
Los ojos de Hubert se estrechan, curiosos y llenos de odio.
—Huevos Benedictinos. —Señalo un dibujo en el menú—. Huevos
escalfados. Tocino canadiense. Salsa holandesa y un panecillo Inglés. Y
me gustaría algo de fruta.
Arrebata el menú, luego garabatea mi pedido en su libreta.
—Además, para que conste —agrego, cambiando mi atención a
los flagrantes clientes del Inframundo—, estoy aquí para abrir los
portales y la madriguera del conejo de nuevo. Los espectros me
malinterpretaron y sellaron todo. —Me estremezco un poco ante el
pensamiento de las criaturas fantasmales de pesadilla y sus gemidos
destroza-oídos—. Revertiré todo. Estoy aquí para mejorar las cosas.
—Por supuesto —se burla Hubert—. Al igual que Roja mejoraría el
País de las Maravillas. Pero la de ella también era una idea
distorsionada de mejora. Incluso se hizo amiga de un humano y
comenzó a contarle cosas que eran mejor dejar en secreto.
Una extraña intuición picotea en mi cerebro. —¿Qué humano?
—Su nombre era Dodgson. Conocido por la mayoría de tu tipo
como ese autor... Lewis Carroll.
Presiono mi columna en la silla y miro fijamente a Hubert con
incredulidad. —Tratas de decirme que la Reina Roja conocía a Lewis
Carroll. Personalmente. Antes de que Alice Liddell siquiera encontrara el
camino al País de las Maravillas.
La mirada amarilla de Hubert se oscurece como yemas secas. —
Como lo escuché, Roja hizo funcionar su encanto en un profesor y se
hizo amiga de Dodgson en alguna universidad lujosa aquí en Oxford.
Tenían interminables discusiones filosóficas sobre un reino mágico y en
dónde podría haber una entrada. Roja ayudó a Dodgson a llegar a una
fórmula matemática para encontrar la longitud y latitud de la puerta.
De esa forma Dodgson descubrió esta posada. Tal vez deberías
cuestionar a Rabid, ya que él fue parte de todo y es tu consejero real
ahora. —El huevo-hombre frunce la boca y golpea ligeramente su
labio—. Oh, espera. Está atascado en el País de las Maravillas, y no hay
ningún camino para entrar o salir, gracias a ti. Así que supongo que
nunca lo sabremos.
Se aleja bamboleándose en sus extremidades de mantis-religiosa,
dejando mi mente confundida.
Esta vez no permito que la culpa salga a la superficie. Estoy
demasiado concentrada en este nuevo desarrollo. La explicación de
Hubert apoya la afirmación de mi papá de que Charles conocía la
entrada al País de las Maravillas antes de que Alice cayera por la
madriguera del conejo. Pero ¿por qué Roja planta la posibilidad de tal
lugar en la mente de Charles Dodgson para empezar? ¿Por qué quería
que él encontrara el País de las Maravillas?
La voz de papá se abre paso a través de mis pensamientos y elevo
la vista. Se encuentra en el nivel del restaurante. Hubert se interpone
entre el tío Bernie y él. El huevo-hombre anota algo en la libreta,
tomando la orden de papá. En el momento en que el propietario de la
posada se bambolea hacia la cocina, papá palmea la espalda de su
hermano. Y se van por diferentes caminos, tío Bernie regresa al hoyo y
papá se dirige hacia mí.
Con el ceño fruncido, giro mi tenedor en la mesa. La suave luz de
las velas se refleja en los dientes mientras trato de entender el giro
sobre Charles Dodgson.
—¿En qué piensas? —Papá tira suavemente de una de mis
trenzas laterales.
—Nada. —Hasta que pueda dar sentido a esta información, no
vale la pena compartirla.
Papá se deja caer en su silla y frota un pulgar sobre el hoyuelo en
su barbilla recién afeitada, como debatiendo presionar el tema.
—Estuviste increíble ahí —digo para distraerlo.
Sonríe y seca el sudor de su cara con la servilleta. —Todo acaba
de regresar a mí. Como andar en bicicleta. —Hace un gesto hacia la
cocina—. El amigo-huevo se está apresurando con nuestras comidas.
Tenemos que salir en una hora. —Echa un vistazo por el rabillo del ojo
a los huéspedes del Inframundo que se están yendo.
—Bueno. ¿Cuál es el plan? —Deslizo la canasta de pan hacia
papá.
Le da un mordisco a un rollo. —Es el cambio de guardia esta
noche. Bernard irá. Puede asegurarnos un paso seguro a través de los
espejos infinitos, en caso de que yo esté oxidado para señalar el portal.
Pero aún tenemos que lograr atravesar la puerta. —Las líneas de
preocupación en su frente indican que hay algo más.
—¿El tío Bernie te dijo qué pasa si somos rechazados? —Me
aventuro, dejando que el que nos convertiremos en mutantes vaya
sobreentendido.
Papá baja la mirada. —Él no tenía que hacerlo. Lo recuerdo.
Me estremezco. Sin duda ha presenciado algo o a alguien
convertirse en un rechazado por el espejo. Mi piel pica bajo mi túnica,
deslizo mi vaso medio lleno de agua hacia él.
Papá da varios sorbos. —Si te preocupan las mutaciones, eso es
sólo un peligro donde el paso se conecta a la madera tulgey. Es
consecuencia de ser tragado y luego sacado con fuerza de la garganta
de un tulgey, y sólo es un peligro para aquellos con magia en su sangre.
Los seres humanos son inmunes. —Un surco atormentado cruza su
frente, ya que comprende que la inmunidad no se aplica a mí.
—Está bien, papá. —Palmeo su mano—. No necesitamos tomar
esa puerta hasta que dejemos CualquierOtroSitio.
—Y luego vamos a caminar a la inversa, así estarás a salvo.
No debería estar sorprendida por lo complicadas que son las
reglas. Nada acerca del País de las Maravillas es simple.
—Ahora, sobre la puerta que une el mundo de los humanos. —
Golpea ligeramente el cristal con sus dedos—. Tiene un ojo. Mi familia
hizo un trato con él, hace un siglo. Las condiciones son que permitirá a
dos guardias entrar y dos salir en cada cambio. Bernard y mi primo
Phillip son los dos caballeros que entrarán. Tienen que ingresarnos a ti
y a mí de contrabando. Si la puerta los atrapa, nos matará a todos.
Todo mi cuerpo se tensa. Lindo. No sólo he puesto en peligro a
mis seres queridos y a todos los ocupantes del País de las Maravillas,
sino también al tío que apenas he conocido desde hace dos horas y a un
primo segundo que nunca he conocido. Parece que no tiene sentido. —
Si la puerta es tan temible, ¿por qué incluso son necesarios los
caballeros? ¿Por qué alguno de ustedes se pondría en peligro?
Papá toma otro sorbo de agua. —Alguna vez hubo dos ojos, uno
que vigilaba al que entraba y uno que llevaba la cuenta de quien trataba
de salir. Pero los ojos luchaban por el poder en lugar de trabajar juntos.
El del exterior se las arregló para matar al otro, sin comprender que
dejaría un punto ciego en el interior. Ahí es donde entramos nosotros.
Monitoreamos el mundo del espejo por si alguien trata de escapar.
Elevo las cejas. Es una maravilla, cómo los humanos han vivido
junto a un mundo mágico durante años, pero la mayoría no tiene ni
idea.
—Una última cosa —dice papá—. Mi hermano dice que por
primera vez, hay alguien en CualquierOtroSitio ejerciendo magia a
pesar de la cúpula de hierro. Hizo que el cambio de guardias se
complicara durante el mes pasado. Por lo general, cambian una vez
cada dos semanas. Pero el único contacto que han tenido con los
caballeros en la puerta del País de la Maravillas son mensajes a través
de las palomas mecánicas del pasaje. Los guardias siempre empacan
suministros adicionales como precaución, pero están a punto de
agotarse. Quienquiera que esté ejerciendo esta magia, es lo
suficientemente poderoso para sacudir los paisajes y confundir las
cosas. Ese tipo de espectáculos no son muy populares. Los prisioneros
están enojados y celosos. Podríamos estar entrando a una zona de
batalla.
Mis hombros se tensan. A pesar de que no es la primera vez que
me he metido en disturbios de otro mundo, esta noticia me toma con la
guardia baja. —Pensé que yo sería la única que podría usar la magia.
—Sí. También yo. —Papá se arroja a la boca un trozo de pan con
forma de media luna y mastica mientras miedos indescriptibles cruzan
por su rostro como nubes de tormenta.
—¿Y si es Roja? —dejo escapar.
—¿Usando su magia? ¿Cómo?
—No lo sé. Pero el momento tiene que ser más que una
coincidencia. Tal vez es inmune al hierro ya que técnicamente utiliza el
cuerpo de la flor zombi. —Cierro los ojos contra la imagen. No daré
marcha atrás. Ya terminé de huir de ella, de mi destino y mis errores.
De una forma u otra, su reinado de terror está a punto de llegar a su
fin.
Papá toma mi mano. Abro los ojos para encontrar su párpado
temblando.
—Aún no me has dicho por qué te hallabas en una habitación en
el tren con su nombre grabado en una placa. —Sus dedos se aprietan
alrededor de los míos—. No quiero que te metas en problemas. Ella ha
sido tratada con justicia. Está en donde pertenece. Entraremos,
tomamos a Jeb y salimos por la puerta del País de las Maravillas. Sin
interactuar con nadie ni nada aparte de eso. Y con seguridad, sin ser
desviados por la venganza o viejas deudas. ¿De acuerdo?
El diario en mi cuello se siente tan pesado como un ladrillo a
pesar de su pequeñísimo tamaño. Hay mucho más en esta misión.
También rescataremos a alguien más. No dejaré CualquierOtroSitio sin
tres cosas: Morfeo, Jeb y la completa aniquilación de Roja.
Papá se toma lo último del agua. —Allie, respóndeme.
Necesitamos ser directos el uno con el otr…
Un ruido de platos detiene a papá a media frase mientras Hubert
coloca nuestra comida humeante junto con agua y una taza de café
para papá. El habitante del Inframundo me mira antes de dirigirse a la
cocina.
—Grandiosa atención, Huebert —digo, más fuerte de lo que
debería.
Papá hace una mueca mientras nuestro anfitrión se detiene a
medio paso y se bambolea al girarse, su blanco cascarón se enciende a
rojo bajo sus cuentas deslumbrantes.
—La próxima vez que te vea… —Hubert apunta su bandeja hacia
mí— estarás en un ataúd o desterrada de tu reino por tus acciones
irresponsables. Disfruta de tu última comida aquí como la actual Reina
Roja, de cualquier manera.
Nos deja a papá y a mí comer en el comedor abandonado, el
sonido metálico del espectáculo en el hoyo cerniéndose entre nosotros
como una sentencia de muerte de gran nitidez.
6
Curioso camuflaje
Traducido por Jane
Corregido por Marie.Ang

Mientras papá va con el tío Bernie a recoger armas y practicar un


poco más los movimientos de esgrima, deambulo por los pasillos en
busca de Chessie.
Tengo miedo de decir su nombre en voz alta, teniendo en cuenta
la reacción de Hubert hacia mí y cómo tantos invitados habitantes del
Inframundo comparten su perjuicio. En su lugar, llamo a Chessie en mi
mente, esperando tener la capacidad como Morfeo. Con la esperanza de
que sea un talento de los habitantes del Inframundo que puedo
dominar.
Se abre una puerta y me introduzco en las sombras. Una criada
sale, empujando un carrito de limpieza. Tablas de esquí proporcionan
impulso en lugar de ruedas, por lo que el carro se mueve suavemente
sobre el suelo acolchado. Una combinación de pimienta molida y
productos de limpieza hace que me pique la nariz mientras ella pasa.
El perfil de la criada me recuerda a un bulldog con un hocico
plano y húmedo que hace que ella resople con cada respiración. Su
cuerpo se asemeja al de un cerdo, aparte de sus manos en forma de
garras de langosta. Mechones de pelo salpican sus mejillas verdosas,
codos y rodillas debajo de un corto mandil que usa como uniforme.
En su carro, tres overoles con capucha transparentes se arrugan
en una pila, revelando sutiles pliegues y plisados que perturban la
atmósfera. Parece que Bill el Lagarto envío sus trajes de simulacro para
limpiarlos.
—Conecta con la mente del usuario y refleja su entorno. Los
observadores son engañados para ver sólo las partes del cuerpo que
están desnudas... es más útil de lo que parece.
Sí, apuesto a que sí, Hubert. Si papá y yo fuéramos invisibles,
sería fácil para nosotros atravesar la puerta a CualquierOtroSitio. Y ya
que íbamos a una zona de guerra, podríamos usar un poco de
camuflaje.
Sigo a la criada, debatiendo cómo conseguir los trajes. Podría
tener que recurrir a la magia.
—Disculpa —digo en voz baja.
Se da vuelta, gruñendo. Letras en alto relieve brillan en la
metálica etiqueta de su nombre: Duquesa. Al pensarlo, favorece al
boceto de duquesa del libro de mi mamá Las aventuras de Alicia en
el País de las Maravillas. No estoy segura de por qué una duquesa
limpia las habitaciones en una posada. A menos que la haya atrapado
aquí, también. En cuyo caso es mejor no presentarme.
—¿Qué quieres? —Su pregunta es más bien un gruñido. Sus
dientes me recuerdan a granos de pimienta, al igual que los de la
criatura testaruda que conocí en el Festín de las Bestias el año pasado:
el hijo de la duquesa. Nos dio la pimienta para despertar a los invitados
de la fiesta del té. El parecido familiar es inconfundible.
—Puedo usar algunas toallas limpias —le digo. Mientras esté
distraída con el estante más bajo, voy a tomar los trajes de la parte
superior y correr.
—Estos son trajes de terciopelo, no toallas. Cortesía a nuestros
clientes más valiosos. El jefe lleva la cuenta de ellos. Si alguno
desaparece, se descontará de mi cheque de pago. —Ella me espanta con
su plumero.
Cojo las plumas y ella sujeta el mango, enganchándonos en un
tira y afloja.
—A tu jefe no le importaría si me das una —insisto—. Nos hemos
convertido en grandes amigos. —La mentira suena tan rancia como su
sabor en mi lengua, pero no importa, porque una nube naranja de
reluciente neblina aparece detrás del hombro de la criada, silenciosa y
sigilosa. Antes de que el cuerpo de Chessie se materialice siquiera, sé
que es él.
Contengo una sonrisa. Sí me escuchó.
Envío una explicación silenciosa de lo que busco y Chessie hace
una reverencia, esbozando esa amplia sonrisa pícara. Siempre está listo
para saltar en el meollo de las cosas sin preguntar, sólo por el gusto de
hacerlo. No es de extrañar que Morfeo lo considere un digno compañero.
—Acerca de los trajes —le digo a la criada testaruda—. Sólo
necesito uno. Puedes decirle a Hubert que le brotaron piernas y se fue.
—Le doy a Chessie un sutil movimiento de cabeza. Con una ráfaga de
rayas de color naranja y gris, se mete en el montón de túnicas de
terciopelo dobladas en la esquina de su carro.
—¿Me veo dormida para ti? —me pregunta la duquesa.
—No. ¿Por qué?
—Porque dice el refrán, Deja a los perros durmientes
dormir6. Bueno, no estoy dormida, así que no tengo la intención de
mentir. —Ella menea el plumero fuera de mi alcance—. Ahora, vete.
En el instante en que el “vete” se escapa de su aplastado hocico,
un traje de terciopelo se escapa por el piso, sus mangas largas
detrás. La criada grita, sus ojos de color naranja rebotan de mí a la
túnica escapando.
—Parece que no mentirás después de todo —le digo.
Ella arroja su plumero e inicia la persecución. El traje flota como
una alfombra mágica con Chessie impulsándola debajo. La doncella
tiene que ponerse a cuatro patas para alcanzarla.
Tan pronto como giran en una esquina, agarro las batas
transparentes y corro en la dirección opuesta, hacia una intersección de
tres salones. Tengo un pensamiento pasajero de Chessie y le envío un
agradecimiento silencioso. No estoy preocupada por su bienestar. No va
a ser capturado a menos que quiera serlo.
Rodeo una esquina y tropiezo con papá.
—Whoa. —Él agarra mis hombros—. ¿Dónde has estado?
—Tratando... de encontrarte —miento entre bocanadas de aire. La
tela ondea en mis brazos, pero sólo puede sentirse, no verse.
Papá no perdonaría que robara. Eso va a cambiar una vez que
estemos en CualquierOtroSitio, donde su conciencia tomará un asiento
trasero a la auto-preservación.
Jeb aparece en mi cabeza. Es como papá en muchas
maneras. Protector, moral, y amable. ¿Ha perdido su estricto sentido de
negro y blanco, del bien y del mal, para adaptarse a un mundo de
habitantes del Inframundo criminales? Ha tenido que. Es un
sobreviviente. Su infancia lo demuestra.
Sólo espero que no se haya olvidado de cómo perdonar. Y espero
que también Morfeo me perdone.
Incluso si lo hacen, las cosas todavía se complicarían, debido a la
visión que la Reina de Marfil me mostró antes de volver a través de la
madriguera del conejo el día de la fiesta de graduación, y lo que una
vida con Morfeo podría significar en el País de las Maravillas.
Esa punzante sensación golpea mi pecho, recordándome de nuevo
a Roja. De lo que es importante ahora. Cualquier decisión sobre mi
futuro tendrá que esperar hasta que Roja haya corregido lo que puso
mal en mí y yo la destruya.
—Por aquí. —Papá toma mi codo—. Bernard espera por nosotros
en la sala de los espejos.

6Quiere decir que deje las cosas como están. Además, hace un juego de palabras en
donde refiere a “lie” como dormir y mentir.
Haciendo caso omiso de la punzada detrás de mi esternón,
arrastro la lona del hombro de papá. Está tan ocupado observando el
número de habitaciones que no me nota reorganizando botellas de
agua, paquetes de proteína, mezcla de frutos secos, frutas, artículos de
primeros auxilios, bengalas, y armas de hierro surtidas para poder
meter la tela robada debajo de ellos.
Tela prestada. Cuando vuelva, devolveré la ropa encantada con
una disculpa.
Mi respiración se detiene cuando me doy cuenta de que no hay
un “cuando” en nuestro escenario a partir de ahora. Antes que papá y
yo podamos enfrentar el mundo del espejo y rescatemos a los chicos, o
ayudemos a mamá y reparemos el País de las Maravillas, tenemos que
primero llegar al portal y la puerta.
Todo, nuestras vidas, nuestros amores, nuestros futuros,
dependen de una sola palabra: SI.

***

Papá toma la bolsa de lona de nuevo cuando entramos en la


habitación 42.
Él me puso al corriente de lo que sucederá una vez que entremos
en la puerta de CualquierOtroSitio: cómo vamos a saltar en una
chimenea de ceniza y viento de otro mundo que transporta prisioneros
al centro del reino y guardias de una puerta a otra.
Primero, sin embargo, tenemos que tomar el portal del espejo a la
puerta.
Esperaba que las paredes de la cámara estuvieran cubiertas con
espejos. En lugar de ello, tiene cojines. La circunferencia es más grande
que nuestra habitación privada, y no hay muebles, sólo un artilugio
circular, cerrado en el centro del piso. Es tan alto, que casi toca el
techo.
Los colores brillantes centellean en el exterior de metal, y líneas
de gordas bombillas blancas salpican cada separado panel, apagado y
sin vida. Se asemeja a una versión pequeña de un paseo Gravitron. Esa
fue siempre la primera línea a la que Jenara, Jeb, y yo llegábamos
cuando la feria del condado venía a la ciudad.
Una aguda punzada de nostalgia me recorre con el sabor de
algodón de azúcar y el olor de los perros de maíz. Era como magia, la
forma en que nos parábamos contra el interior de un cilindro y la
atracción lo hacía girar lo suficientemente rápido para que el piso
cediera, y sin embargo permanecer en nuestro lugar contra las
paredes. Ahora sé que no era magia lo que nos levantaba; era la fuerza
centrífuga. Ahora también sé cómo es la magia real, y que viene con un
costo.
El dolor de tiempos más sencillos con mis dos mejores amigos es
tan agudo que, doy un paso hacia adelante y recorro con mis dedos los
frescos paneles lisos para distraerme. Un zumbido fuerte se activa
cuando el motor se enciende y las luces comienzan a parpadear,
brillantes y chillonas. Papá me jala de un tirón hacia atrás.
—¿Qué he hecho? —pregunto.
—Nada. Está bien. Como si nada. —Sonríe con una mirada lejana
en el rostro. Sus ojos brillan con infantil asombro por las luces
parpadeantes.
—Papá, nunca me dijiste... ¿cómo pasaste por la puerta que
conduce al País de las Maravillas?
Sus dedos toman el lugar que los míos dejaron, acariciando los
paneles metálicos. —El tío William me enseñaba cómo abrirlo, sólo
nosotros dos, cuando cayó de rodillas. Estaba luchando por respirar. Yo
era demasiado pequeño para arrastrarlo a un embudo de viento, y sabía
que si buscaba ayuda, estaría muerto antes de que volviera con alguien.
—Papá cierra sus labios, como si la confesión tuviera un sabor amargo
distintivo y doliera—. Él comenzó a ponerse azul. Me entró el
pánico. Había oído historias sobre el País de las Maravillas. Que las
criaturas tenían poderes curativos. Entré por la puerta... Pensé que
podría obtener ayuda más rápido de esa manera. Sabía que podrían ser
malos, pero también había oído que algunos eran amables. Por
desgracia, me encontré con los malos primero. —Presiona la frente
contra la máquina, las luces parpadean en su piel mientras cierra los
ojos con fuerza.
Pongo mi mano en su hombro, obsesionada por la imagen de él
atrapado dentro de la guarida de la Hermana Dos, envuelto en tela con
raíces que brillan intensamente unida a su cabeza y pecho. Sus sueños
siendo desviados para alimentar a los muertos inquietos. Él había sido
el preciado chico de los sueños de la Hermana Dos durante diez años
antes de que mamá lo rescatara. Este no es el momento de decirle a
papá que podría enfrentar ese mismo mal de nuevo una vez que
lleguemos al País de las Maravillas. Esa Hermana Dos podría tener a
mamá en sus garras de araña, a menos que ella fuera capaz de escapar
de alguna manera.
—Papá, eras sólo un niño. Tomaste la única decisión que
podías. Tenías razón, también. Si la piel de tu tío estaba azul, no habría
durado hasta que volvieras con alguien.
Papá suspira y levanta la cabeza. —Había tenido un accidente
cerebrovascular. Bernie me dijo que lo encontraron muerto junto a la
puerta, y a mi perdido. —Entrecerrando los ojos, introduce su pulgar en
un espacio entre dos paneles y empuja. Da un paso atrás ante una
puerta abierta y un conjunto de escaleras motorizadas desciende.
El tío Bernie asoma la cabeza desde la entrada del paseo. Lleva
un uniforme de caballero Blanco. —Entonces, recuerdas cómo
entrar. Es una buena señal.
Así de fácil, la tristeza de papá se derrite. Sonríe y levanta la bolsa
de lona.
Lo miro con incredulidad. En primer lugar, lo vi traficar como un
experto. Ahora, él es maestro en puertas secretas. ¿Cómo puede ser el
mismo hombre que me crio? ¿El hombre que lee libros ilustrados en
voces divertidas, que empacaba mis comidas y nunca olvidaba que me
gustaban las galletas integrales con mi puré de manzana?
Pensaba que era tan normal. Sin embargo, tuvo una vida
extraordinaria por delante de él, antes de que se perdiera en el País de
las Maravillas.
Papá me ayuda a subir las escaleras detrás de él. En el interior,
nos enfrentamos a innumerables imágenes de nosotros mismos en
medio de cuadros en blanco y negro que se reflejan en el suelo. Espejos
sobre espejos sobre se inclinan en el interior redondo, cubriendo las
paredes y el techo abovedado y formando reflejos que proyectan otros
reflejos hasta que no hay fin ni principio. La ilusión de infinito.
Caballos de carrusel, en colores vivos y salvajes poses, parecen
levantarse del suelo a cuadros, capturados en los reflejos, y sin
embargo, ninguno existe dónde estamos.
—El carrusel... ¿está pintado en los espejos? —Tan pronto como
pregunto, me doy cuenta de que es similar a los espíritus de polillas en
el salón de los espejos en la mansión de Morfeo en el País de las
Maravillas, excepto que los caballos no están atrapados dentro del
reflejo. Están detrás de éste de alguna manera.
—¿Ves el carrusel? —pregunta papá. Él y el tío Bernie
intercambian miradas sorprendidas.
—Parece que tu chica es más Skeffington que simplemente su
sentido del humor —bromea el tío Bernie, dándome palmaditas en la
parte superior de mi cabeza mientras se escabulle a nuestro alrededor
por el pasillo estrecho.
Papá toma mi mano y me lleva por los alrededores circulares. —
Lo que estás viendo es el otro lado del portal, Allie. Ninguna de las
mujeres en nuestra familia nunca ha tenido esa capacidad.
El tío Bernie asiente. —También podría ser el linaje de Alison.
Como si sintiera mi estremecimiento ante la mención de mamá,
papá me aprieta la mano. —Las imágenes reflejadas... —Hace un gesto
a lo que nos rodea—. El bucle sin fin de imágenes... son como un
código óptico. Sólo aquellos con el gen pueden distinguir el efecto del
espejo de doble sentido. El carrusel se encuentra fuera de la entrada al
mundo a través del espejo. Los Caballeros lo pusieron lo implementaron
hace décadas, pieza por pieza, ya que el área que rodea la puerta es
estéril. Necesitábamos algo a lo que apuntar en el otro lado. Ahora, una
vez que discernimos que los caballos son reales y no sólo reflejos, nos
lanzamos a horcajadas sobre ellos a través del portal.
—Está bien —digo con cautela—. Pero, ¿por qué no pueden
utilizar una sala de espejos para el punto de partida? ¿Por qué un
Gravitron?
—Bueno, no es así como siempre hemos hecho las cosas —
contesta el tío Bernie mientras abre una caja de interruptores de metal
y voltea algunos interruptores—. En los primeros años, antes de que se
perfeccionaran tales diversiones motorizadas, nuestros antepasados
solían ir a los carnavales en busca de casas de espejos. Era
arriesgado. Se arriesgaban a ser vistos por otros amantes de la
adrenalina. Así que, empezaron a construir sus propias habitaciones de
espejos infinitos. Pero es difícil obtener suficiente fuerza para atravesar
del portal. En algún momento de la década de 1950, empezamos a ver
las atracciones de rotor. Nos dieron una manera de usar la fuerza
centrípeta a nuestro favor.
—Pensé que era centrífuga. —Me siento mareada, y el viaje ni
siquiera ha comenzado.
—La fuerza centrífuga es reaccionaria —dice mi tío—. Sólo
existe debido a la centrípeta. Si giras y estiras tu brazo mientras
sostienes un martillo, estás ejerciendo una fuerza centrípeta para que el
objeto siga una trayectoria curva. Pero sentirás el martillo tirando la
mano de tu cuerpo. Esa es centrífuga, coacción en la dirección
opuesta. Nuestro viaje ha sido ajustado para utilizar ambas fuerzas
contra las otras de manera que cuando el suelo cae, tu cuerpo va a
sacudirse hacia adelante, al igual que sucedería con el martillo si lo
dejaras ir mientras giras. Esto hace la entrada más simple.
Resoplo. —Sí, eso suena... cualquier cosa menos simple. —No me
detengo a considerar cómo se supone que debemos aterrizar en la cima
de los caballos del carrusel sin dañar partes importantes de nuestro
cuerpo. Las leyes de la naturaleza son diferentes en el otro lado, y eso
tiene que desempeñar un papel importante de alguna manera. Aun así,
soy burlada por el recuerdo del espejo que estrellé en la noche del
baile. Cómo el cristal se hizo añicos y cortó mi piel—. Si calculas mal,
podría ser doloroso.
—Doloroso, pero tolerable. —El tío Bernie cierra la puerta de la
atracción. Destellos anaranjados se filtran a través de los espacios en
los paneles de fuera de la atracción—. Así es como uno adquiere
sabiduría. Al obtener un golpe en la cabeza, o una hemorragia
nasal. Aprendemos de nuestros errores, ¿no?
Toco el diario en mi cuello. A menos que, como Roja, decidas
olvidar tus errores, en cuyo caso nunca aprenderás.
—Hay un truco para ello —añade papá—. Si te fijas bien, algunos
de los caballos tienen sombras proyectadas por las luces del
carrusel. Otros no. Los que tienen sombras son reales.
Me concentro en el carrusel, sorprendida por la rapidez en que
identifico los reales. La idea de ser empujada hacia un plano de cristal a
gran velocidad hace que mi pulso lata tan rápido, que puedo sentir mi
sangre yendo y viniendo a través de mis venas. Podría haber saltado de
una mariposa en un cielo de tormenta antes, pero esto no es como
volar. No voy a tener ningún viento que atravesar. No tendré ningún
tipo de control.
Ahora sé cómo Morfeo se sintió cuando tuvo miedo de ir en
automóvil, y no es tan gracioso de este lado.
El motor de la Gravitron ronronea bajo mis pies.
Papá aprieta sus dedos en los míos. —Esta es la única manera de
entrar y salvar a tu mamá y a Jeb. Sólo sujétame y salta cuando yo
salte. Es mi turno de extender las alas.
Una sonrisa nerviosa levanta una esquina de mi boca.
—Hablando de alas. —El tío Bernie gesticula a mi espalda—
. Debes perder las tuyas por ahora. El portal es pequeño. No queremos
que te quedes atascada.
Frunzo el ceño. He crecido acostumbrada a que mis alas estén
fuera, a su promesa de poder. Reabsorberlas es una segunda
naturaleza después de toda mi práctica en el manicomio, aunque echo
de menos su peso en el instante en que se han ido.
Aprieto la mano de papá y no la dejo ir mientras nos presionamos
en posición contra la pared de espejos. El tío Bernie sostiene la bolsa de
lona, ya que papá y yo somos novatos. O, más bien, el cuerpo adulto de
papá es nuevo para todo.
El zumbido del motor aumenta a medida que giramos, dando
vueltas y vueltas hasta que nuestra espalda se pega al espejo detrás de
nosotros, atrapándonos al igual que los insectos que solía
coleccionar. Mis pulmones se comprimen, como si estuvieran
encogiéndose. Estoy tan desorientada que no puedo ver nada, excepto
un borrón en los reflejos. Trago la bilis subiendo por mi esófago.
Justo cuando pienso que voy a perder mis huevos Benedictinos,
papá grita—: ¡Ahora!
Hay un sonido de una palanca siendo lanzada. El suelo cae y
somos empujados hacia adelante, papá y yo unidos por una cadena de
manos y dedos, al igual que ese momento en el País de las Maravillas
cuando Jeb y yo navegamos a través del abismo en las bandejas del
carrito de té.
El cristal se apresura hacia nosotros. Grito mientras el espejo se
curva, como una burbuja, se extiende alrededor de nosotros, entonces
caemos y salimos disparados al otro reino.
Papá deja ir mi mano. Por un instante, estoy flotando, y luego voy
a la deriva a un lugar encima de un caballo de carrusel moviéndose en
sincronía con el Gravitron en el otro lado.
Un hedor caliente y húmedo nos rodea como un pantano
estancado. Papá no estaba exagerando cuando dijo que todo era estéril
aquí. Las únicas luces vienen del carrusel. De cerca, son en realidad
insectos bioluminiscentes en pequeños globos de cristal. Un firmamento
gris borroso brilla arriba, una neblina de nada.
Niebla negra encubre nuestro entorno, tan espesa que no ver el
suelo más allá de la plataforma de la atracción. No hay sonido en
ningún lugar; incluso los engranajes del carrusel giran en silencio.
Papá y el tío Bernie caen sobre sus monturas en frente de mí. El
primo de papá, Phillip, vestido con el uniforme de un caballero Rojo, ya
está sentado en un banco junto al caballo del tío Bernie. Agarro la
varilla de latón que mantiene mi montura segura. Diminutos espejos
triangulares cubren el caño central. A través de ellos puedo ver el
interior del Gravitron. Ahí es de donde salimos y donde los caballeros
deben de alguna manera volver. Se ve físicamente imposible, teniendo
en cuenta nuestro tamaño en contraste con los trozos pequeños de
cristal brillante.
La adrenalina en mi interior empieza a desacelerar mientras la
atracción se detiene. Papá toma la bolsa del tío Bernie y me ayuda a
bajar. Mis piernas flaquean como si tratara de recordar cómo caminar.
Juntos, los cuatro pasamos de la luz a la nada. Mis botas se
deslizan como si estuvieran en el aire. Esperaba medio sentir un lodo
cenagoso pegado a mis suelas. La extraña niebla burbujea alrededor de
nuestras rodillas, luego cae a nuestros tobillos como un ardiente guiso
humeante, aunque nada está mojado. La niebla tiene una calidad de
sonido de absorción, devorando cada susurro, aliento o movimiento de
la ropa y los pies.
Una puerta blanca que brilla intensamente se asoma en la
distancia. La cúpula de hierro se levanta detrás de esta, oscura y
amenazante, como un gigantesco caldero de bruja tirado.
Me detengo. El plan que a mi tío y su primo se les ocurrió,
distraer el ojo de la puerta mientras papá y yo nos arrastramos, es
demasiado peligroso. Con los trajes de simulacro, todos nos
aseguramos de un paso seguro. Pero tenemos que tenerlos antes de
estar lo suficientemente cerca y que la puerta nos detecte a los cuatro.
Tiro de la bolsa de lona en el hombro de papá, haciendo que se
detenga.
—Tengo que enseñarte algo — trato de decir, pero el sonido es
desvanecido antes de que incluso salga de mi lengua. El tío Bernie dijo
que la comunicación sería difícil aquí. No tenía ni idea de que nuestras
palabras en realidad serían tragadas por el vacío.
Tomo la bolsa de lona y pongo un par de overoles de simulacro
sobre mi ropa. La tela transparente cuelga de mis hombros y la cintura.
Bajo las piernas del pantalón de gran longitud sobre mis pies y las ato
en su lugar para cubrir mis botas.
A continuación, me concentro en mi apariencia y extiendo mis
brazos. La tela se encoge, encajando perfectamente con mi otra ropa.
Mientras mantengo mis pensamientos en mi entorno, el fondo comienza
a moverse a través de mí. Sólo mis propias manos se pueden ver,
saliendo de los puños encantados. El resto de mi cuerpo parece haber
desaparecido. Tirando los puños sobre mis dedos, me convierto en nada
más que una cabeza flotante.
Phillip y el tío Bernie asienten.
En cuestión de minutos, papá tiene su equipo de invisibilidad
puesto. Dado que no puede hablar, no puede cuestionar de dónde
saqué el camuflaje o gritarme al respecto. Él se mete la bolsa bajo el
brazo dentro del overol, así que está oculto de la vista. Las capuchas
cubren nuestras caras para que podamos ver a través de la tela, pero
no ser vistos.
Nuestros escoltas se dirigen hacia la puerta. Seguimos,
suficientemente separados para no chocar accidentalmente o tropezar
con las botas del otro. A medida que nos acercamos, lo que yo pensaba
eran barras se convierten en tentáculos escamosos y blancos, y se
retuercen como serpientes albinas. Una emoción inesperada me
abruma. No temor. No inquietud.
Es un sentimiento que abarca toda la soledad tan vasta como la
nada que nos rodea.
En algún lugar dentro de esa puerta están mis dos caballeros, la
oscuridad y la luz. Morfeo tiene que estar decepcionado de mí, por mi
fracaso colosal en la destrucción de las entradas y salidas a su
amado País de las Maravillas. Luego está Jeb, quien cree que deseché el
amor más puro y devoto que he conocido.
Todas estas semanas he estado preocupada por su bienestar
físico. Pero, ¿qué pasa con sus estados emocionales? Jeb piensa que lo
traicioné. Y Morfeo alimentará esa idea errónea cada vez que pueda.
Tal vez no es de los presos asesinos o la fauna extraña de lo que
debería estar preocupada. Sería ridículo pensar que Morfeo tomara a
Jeb bajo sus alas y lo ayudara. Todo lo que puedo esperar es que por
algún milagro se separaren sin matarse.
Una vez más, mi corazón se estira en dos direcciones: una
sensación física y literal que arde. Aprieto los dientes bajo mi velo
invisible, obligándome a seguir el paso con nuestros escoltas.
Nos acercamos a la puerta. Se encuentra a más de tres pisos de
altura. El tío Bernie acaricia las barras serpentinas. Incluso un nido de
anacondas no puede competir con su tamaño. Las escalas se fruncen y
liberan, los músculos ondulan debajo. No hay duda de cómo esta
puerta mata a su presa. Un apretón aplastaría cualquier persona que
viole la entrada.
Estas barras podrían destruir ejércitos. Es probable que lo hayan
hecho.
La imagen es tan horrible, que gimo, agradecida por la niebla que
absorbe el sonido. En el centro de la puerta, un serpentino apéndice se
libera de los otros. Una alargada protuberancia blanca parecida a una
Venus atrapamoscas se despliega delante de mi tío y Phillip. Es de la
mitad del tamaño de un ser humano. Cuando se abre, los dentados
bordes forman pestañas y un solitario globo ocular aparece en el
interior, de plata con una pupila negra, como el ojo de una
serpiente. Suprimo un estremecimiento.
Las pestañas parpadean, lentas y estudiosas.
El tío Bernie y Phillip se mantienen firmes frente a nosotros. La
criatura frondosa se cierne a través de ellos, de la cabeza a los pies. Se
levanta lo suficientemente alto como para mirar por encima del hombro
y contengo la respiración, asustada de que de alguna manera me sienta
o papá.
Mira de reojo antes de cerrarse y volver a los otros tentáculos. Las
barras de serpientes terminan juntas en cualquiera de los laterales,
como cortinas recogidas. Damos un paso como un frente unido, mi pelo
erizado mientras apego mi codo en mi costado para evitar que roce las
escamas.
No respiro hasta que la puerta se desliza en su lugar detrás de
nosotros.
Papá y yo bajamos las capuchas y compartimos un suspiro de
alivio. Su hermano y su primo palmean mi hombro antes de subir a la
cima de la plataforma de piedra a ambos lados del umbral junto a los
caballeros que estarán aliviados. Un tornado de ceniza y viento se
extiende en la distancia, de forma similar a los tornados blancos que he
visto en programas de tiempo.
Hay más de la niebla de nada entre la plataforma en la que nos
encontramos y el paisaje de CualquierOtroSitio. El vapor ilumina en
verde, como si fuera radiactivo. Según el resumen anterior del tío
Bernie, en lugar de absorber el sonido, absorbe todo lo que intenta
cruzarlo.
Ambas puertas están separadas del terreno de tal manera. El
vórtice brillante verde sostiene a los prisioneros en la bahía, haciendo
que sea imposible para ellos derribar las puertas. Tendrían que
controlar los embudos de viento para atravesar. El otro ojo, el que solía
proteger este lado de la puerta, estaba conectado mentalmente a los
embudos. Los caballeros han formado medallones de restos de la
criatura y ahora aprovechan ese poder para viajar con seguridad dentro
y fuera de CualquierOtroSitio.
Después de una breve discusión con los caballeros, el tío Bernie
baja y ofrece una paloma mecánica a papá. —Presiona el botón debajo
de su garganta. —Demuestra—. Cuando el pico se ilumine, puedes
grabar un mensaje. Una vez que encuentren al chico y lleguen a la
puerta del País de las Maravillas con los suministros, envíennos un
mensaje para hacernos saber que todo el mundo está bien. La paloma
nos encontrará. Está bañada en oro con hierro, para disuadir a
cualquiera de los prisioneros de interceptarla. Tienen un día. Si no
recibimos respuesta dentro de veinticuatro horas, seguiremos el
dispositivo de la paloma y los encontramos.
Papá toma el pájaro de hierro dorado, lo mete en nuestra bolsa, y
trata de hablar. Nada sale.
El tío Bernie asiente. —No has construido una tolerancia a la
niebla negra que inhalaste. —Él habla en voz alta sobre el tornado en
nuestro camino—. Tus cuerdas vocales se quedarán dormidas durante
una media hora más o menos. —Hace un gesto detrás de nosotros y
volteamos a ver el embudo acercarse. El viento sopla en ráfaga a
nuestro alrededor, golpeando mis trenzas contra mi cara y el cuello.
—¿Recuerdas cómo hacer esto? —le grita mi tío a mi papá.
Papá asiente.
—Entren y sosténganse —dirige el tío Bernie. Levanta un
medallón en su cuello, alzándolo en el aire. Un óvalo de color
blanquecino brilla en el centro y hebras rojas lo recurren, irregulares y
finas como venas sanguíneas. Empañado, metal cobrizo enmarca la
extraña piedra. —Les daríamos un medallón, pero no podemos correr el
riesgo de que caiga en las manos equivocadas. Puesto que tienen a
alguien que encontrar, haré que el embudo los deje en medio del
mundo, en el que liberamos a los prisioneros. Tengan cuidado. Los
paisajes son impredecibles últimamente, y ya que los tornados están
ligados a ellos, se han vuelto ingobernables. Así que, no podemos estar
seguros exactamente donde van a terminar. Hemos proporcionado un
mapa. Busquen las dos puertas verdes brillantes desde donde
aterricen. Ellas son el norte y el sur. Utilícenlas como la clave para el
mapa. Por encima de todo, permanezcan juntos.
Papá asiente. El tío Bernie nos abraza y nos empuja hacia el
embudo que se aproxima. Veo desaparecer la mano de papá en su traje
mientras aprieta la bolsa en su hombro. Él mira fijamente mis
ojos. Quiero meterme en su abrazo y esconderme, como lo hacía cuando
era niña.
Pero soy una mujer y una reina ahora. Y soy responsable de todo
esto. No hay escondite. Levanto el mentón. Estoy lista.
Tiramos de nuestras capuchas para evitar las cenizas en nuestras
caras, entonces saltamos adentro juntos, sosteniéndonos firmemente
mientras nuestros pies se levantan y nuestros cuerpos giran. En
cuestión de minutos, el embudo se abre para revelar una colina
cubierta de nieve subiendo rápidamente por debajo de nuestros
pies. Desaliñados, árboles sin hojas salpican el paisaje en la base. No
puedo ver la cúpula de hierro arriba. Hay un falso firmamento entre ella
y el suelo que se ve como un cielo anaranjado. Un olor ahumado llega a
mi nariz a través de la tela, como si hubiera un incendio en algún lugar
cercano.
Somos expulsados en la cima del pico, y el impacto nos
separa. Papá se agarra a mí, pero rueda por el lado opuesto de la
pendiente, su capucha se abre por lo que puedo ver su rostro y
cuello. Es una imagen inquietante, como si hubiera sido
decapitado. Entierro mis uñas a través de la tela de camuflaje mis
manos se esfuerzan por agarrar la nieve. Pero no es nieve en
absoluto. El cerro está recubierto con ceniza como el embudo en el que
llegamos. El terreno se desmorona bajo mis dedos y me hace deslizare
fuera de la vista de papá.
Me recuerdo a mí misma que ha estado aquí de niño y ha
sobrevivido, y esta vez tiene la ventaja de la invisibilidad y una bolsa de
lona llena de armas.
Mi cuerpo gira hacia un lado y la capucha se envuelve más fuerte
mientras soy arrastrada por la deslizante tierra polvorienta. Mis huesos
traquetean por el duro camino hasta que una roca del tamaño de una
bola de ejercicio golpea mi estómago en la parte inferior de la colina. El
impacto saca el aire de mis pulmones.
Me esfuerzo por recuperar el aliento.
—Bueno, jodidas festividades. ¿Qué tenemos aquí? —El acento
profundo y británico acaricia mis tímpanos como el terciopelo.
Me asomo a través de la tela de la capucha. Morfeo se encuentra
en el otro lado de la roca, su mirada vuelta hacia mí. Él brilla en la
oscuridad naranja, una suave luz azul irradiando de su cabello. Una
camisa lila debajo de su chaqueta de estampado naval complementa su
piel de alabastro. Pantalones a rayas abrazan su simple silueta. Lleva
un sombrero de ala inclinado hacia un lado. Aunque no puedo
distinguir las polillas agrupadas alrededor de la cinta del sombrero en
esta iluminación extraña, sé que están ahí.
Sostiene un bastón. El mango de cabeza de águila es tan realista
que podría estar en una placa en una tienda de taxidermia. Alas con
plumas envuelven el eje, y cuatro patas brotan de la base, cada una
cubierta de pelaje dorado como patas de león. Garras se extienden
desde las almohadillas en las patas en lugar de zarpas.
Morfeo es tan elegante y excéntrico como recuerdo. De alguna
manera, este lugar no lo ha roto. Estoy tan feliz, quiero abrazarlo, hasta
que me doy cuenta de las joyas rojas de enojo brillando en las puntas
de las marcas en sus ojos.
Se mete el bastón bajo el brazo y se arrodilla cerca, sus alas
caen. La ira endurece sus facciones exquisitas. —Esperaba que aquí no
volvería a ver tu cara de nuevo.
7
Ilusiones
Traducido por Jane
Corregido por Daniela Agrafojo

El odio de Morfeo me golpea como un puño, un latido agonizante


que rivaliza con las contusiones donde la roca se adentra en mi caja
torácica.
—Tu presencia aquí no cambia nada —dice, furioso—. Hiciste tu
cama. Ahora tienes que dormir en ella. —No escatima otra palabra, no
se pregunta cómo llegué aquí o siquiera dice mi nombre. Simplemente
empuja la roca a un lado para que ya no esté entre nosotros.
Me curvo en una pelota. ¿Qué esperaba? Destruí la casa que ama,
luego lo envié al mundo de espejos a pudrirse sin su magia. No es como
si fuera a arrastrarme a sus brazos y decir lo mucho que me ha
extrañado.
Pero no es como si no tuviera un papel en esta pesadilla, tampoco.
Una disculpa se enreda con mi justa indignación. Es mejor que
las palabras permanezcan encerradas en una garganta dormida. Ya
habrá tiempo para derrumbar las paredes de Morfeo después. En este
momento, necesito encontrar a papá y asegurarme de que está bien.
Luego buscaremos a Jeb, quien probablemente tendrá la misma
reacción ante mi presencia aquí.
Agarro el diario y la llave de mi cuello para asegurarme de que
esté segura bajo la ropa. Estoy a punto de levantarme y atravesar los
árboles estériles cuando Morfeo se levanta y gira su espalda y sus alas
hacia mí.
—Dije que regresaras a tu cama de ceniza. —Empuja la roca con
su bastón—. No tienes que perseguirme a menos que te haga una señal.
Ladeo mi cabeza. Extendiendo un brazo, veo a través de
él. Todavía soy invisible. Morfeo no sabe que estoy aquí. Ha estado
hablando con la roca todo el tiempo. Me levanto tan silenciosamente
como puedo y estiro mis músculos doloridos.
—Solo nos p-p-preguntábamos —le responde la roca a Morfeo
desde una boca que aparece bajo la blanca superficie polvorienta—, ¿ha
considerado nuestro más g-gracioso rey nuestra s-solicitud para
ayudarnos a conseguir nuestros huevos de regreso?
—Esa es nuestra única pregunta —intervienen cerca de treinta
pequeñas rocas pipa, labios polvorientos moviéndose—. Si salvará
nuestros huevos.
—Vamos a aclarar esto. —Morfeo levanta sus alas sobre su
abrupta audiencia—. Ustedes fueron los que descuidadamente
perdieron sus huevos, dejándolos sin atención para poder tomar un
baño en un océano temporal. Ahora, dije que iba a considerar
ayudarlos. Considerar, por definición, es evaluar los hechos y meditar
sobre el resultado. Eso lleva tiempo. Incluso entrometidos testarudos
como ustedes pueden entender eso. He venido aquí hoy para estar solo,
un bien escaso cuando la propia sombra está siempre a su espalda. Por
fin he encontrado un lugar sin sol, el lugar perfecto para la
meditación. Así que, con su permiso.
Las rocas se mantienen firmes. Con la punta de garra del bastón,
Morfeo da golpecitos a uno que ha rodado demasiado cerca.
—Tal vez sus cerebros se fosilizaron —dice refunfuñando—.
¿Realmente quieren enfadar al único con la magia suficiente para moler
sus huevos en polvo?
Luz púrpura recorre los extremos de los dedos de Morfeo donde
encuentran el bastón. La estática desciende a lo largo del eje y luego
salta de las garras de león a la tierra como un rayo violeta.
Golpeo una mano sobre mi boca, demasiado tarde para
amortiguar mi jadeo.
Los músculos de Morfeo se tensan y mira por encima de su
hombro, pero las rocas atrapan su atención de nuevo.
—Oh, no. Nunca q-q-querríamos que nuestros huevos fueran
aplastados —responde la criatura de piedra más grande—. P-p-por
favor. —Seis piernas como de langostas y dos ojos pequeños y brillantes
irrumpen con un pop de su cuerpo. Las otras rocas siguen su ejemplo,
liberando sus extremidades y ojos, recordándome a la langosta de roca
en el cuento de Carroll.
Gimiendo, las rocas se escabullen hacia atrás en una ola para
evitar el mágico resplandor crepitante arrastrándose hacia ellos desde
las manos y el bastón de Morfeo. Sus pinzas delanteras cortan las
cenizas, lanzando una nube blanca a través de las vetas de magia
violeta.
Bizqueo. ¿Entonces Morfeo hace alarde de sus poderes bajo la
cúpula de hierro? Eso es mejor que ser Roja, pero ¿cómo usa su magia
sin ser deformado por ella? ¿Es el hierro el que ha hecho que su magia
sea púrpura en lugar de azul?
—¡Por favor! —declaran las langostas de roca al unísono.
—Es suficiente —dice Morfeo, envolviendo las líneas encantadas a
lo largo del eje del bastón hasta que desaparecen en sus dedos—. Dejen
a su rey considerarlo. Una vez que se haya tomado una decisión, los
llamaré. ¿Queda claro?
—Sí, cc-cristalino. —El color de la roca más grande se desvanece
hasta que está casi transparente, como si estuviera hecha de cristal. Su
concha es como una perla brillante bajo el cielo de color naranja. Rocas
nacaradas más pequeñas la siguen, ruedan rápidamente por la colina y
se entierran en los montones de cenizas hasta que están tan cubiertas
como yo.
—Maldito reino —dice Morfeo. Para el bastón en sus cuatro patas
y saca unos guantes de su bolsillo para colocárselos—. Todos y todo
quiere un pedazo del pastel real. Incluso el paisaje tiene una agenda.
Reprimo una sonrisa. Es exactamente igual a como era cuando
fue llevado: narcisista, encantadoramente sarcástico, e inteligente. Me
alegro de que encontrara una manera de gobernar a las criaturas aquí.
Incluso si sus poderes han causado malestar entre los prisioneros y
problemas para los familiares de papá, por lo menos los ha mantenido
con vida.
Se gira para irse, acariciando las plumas en su bastón mientras
camina.
Busco a tientas quitar el simulacro de mi cara y manos, pero se
aferra a mi piel sudorosa. Dejo caer las manos a los lados,
concentrándome en mi ropa. Tal vez si imagino lo que llevo puesto por
debajo, invertirá la magia que me hizo invisible.
—Morfeo, espera. —Mi voz es débil y sale como un susurro. Aún
así, se detiene en seco.
Silencio… todo excepto su inhalación brusca. La ceniza se separa
bajo sus pies mientras gira sobre sus talones. Extiendo mi mano hacia
él, transparente con un contorno vagamente discernible.
—¿Hay alguien allí? —Morfeo estrecha sus ojos.
Una mano aprieta mi hombro desde atrás. La siento, pero no la
veo.
—Allie. —El susurro de papá roza mi oído—. No te muestres.
Aprieto su mano, aliviada de que esté a salvo. Antes de poder
responder, la tierra tiembla, separándose como las piezas de un
rompecabezas. El brazo de papá se aprieta mí alrededor y ambos nos
tambaleamos. En un instante, el terreno se ha movido y agrietado. El
agua burbujea a través de las grietas, llenando los riachuelos entre
nosotros. Géiseres diminutos salen a chorros, del tamaño de la
corriente de una fuente de agua potable.
Los árboles, la colina, Morfeo, papá y yo, todos flotamos en
nuestras propias islas en miniatura.
El aire caliente sale en ráfagas, la humedad asciende.
—Maldita sea —murmura Morfeo, sus alas extendidas para
estabilizar el fragmento de tierra bajo sus pies. Levanta la cara al cielo
que se oscurece a gris—. ¿En serio? —le grita a nadie en particular—.
¿Géiseres? ¿Este es tu idea de una broma?
Muevo mi pie junto al de papá, equilibrándome en nuestra propia
isla flotante, tratando de dar sentido a la diatriba de Morfeo. Un
zumbido mecánico resuena más arriba cuando una bandada de pájaros
gigantes entra a la vista. En vez de usar sus alas, se aferran a las
sombrillas de encaje en estampados florales brillantes que giran para
dar impulso a los pájaros. Cada uno se parece a una monstruosa Mary
Poppins volando a través del cielo. En su descenso, las sombrillas se
invierten, y las criaturas aladas se estrellan en el agua. El roció
atraviesa el simulacro y mi ropa, calentando mi piel.
La mayoría de las aves abandonan sus paraguas, utilizando sus
picos como apalancamiento para arrastrar sus humeantes cuerpos con
plumas a la tierra. Algunas llevan sus sombrillas con ellas.
Aunque algunas se asemejan a patos, otras a pichones y águilas
pescadoras, todas están horriblemente deformadas: del tamaño de
gorilas, con cuatro brazos peludos y manos conectadas a dos pares de
alas. Sus espaldas son nudosas y retorcidas, haciendo que cojeen
cuando caminan.
Papá me acerca. Nuestra isla flotante se balancea mientras tres
pájaros cojean sobre patas de avestruz. El hedor de plumas quemadas y
mojadas me hace tener nauseas. Algo me dice que no nos notarían
incluso si fuéramos visibles, porque su mirada está puesta en Morfeo.
Él se mantiene firme cuando siete de ellos se aglomeran a lo largo
de los fosos y lo rodean, chasqueando sus picos afilados. Cinco más
suben a la colina donde las langostas se esconden.
—Vaya, vaya. —Morfeo sonríe gratamente—. Si no es la docena
bobalicona. Esa fue una buena entrada. Veo que hacen todo lo posible
para controlar sus mutaciones. Pero me temo que el verdadero daño
está hecho. Espero que no hayan venido por consejos de moda. No hay
cantidad de estilo o cortesía que pueda ocultar esa fealdad.
—Cállate —grazna un pájaro que parece un martín pescador—.
No serás tan engreído una vez que escuches que Manti conoce tu
debilidad.
—Sí, debilidad. —Una criatura pichón chasquea su pico cerca del
oído de Morfeo, dejando tras de sí un rasguño sangriento en su lóbulo.
Morfeo se estremece, pero no se mueve. Realizó magia antes. ¿Por qué
no vuela y escapa? Trato de soltarme del agarre de papá, pero él lo
aprieta.
—Esta no es tu pelea —susurra, apenas audible sobre las plumas
mojadas susurrantes y géiseres burbujeantes.
Sofoco un gruñido.
—Se acabó la farsa, niño bonito —dice un águila pescadora,
tirando con brusquedad de la solapa de Morfeo con una húmeda,
simiesca mano. El bastón se desliza del asimiento de Morfeo—. Manti
ha estado espiándote. Sabe que desapareces luego de hacer magia para
recargar. Lo que quiere saber es cómo recargas, y cómo utilizas tu
magia sin que te afecte. —El águila pescadora ve la chaqueta de Morfeo
donde el tejido que apretaba se ha desintegrado, dejando un agujero
irregular—. ¿Cómo sucedió eso?
Morfeo resopla. —Al parecer, mi ropa tiene una aversión a su
tacto sucio y opta por evitarlos a toda costa.
Mi cuerpo se sacude con una risita involuntaria. Papá me aprieta
el hombro de nuevo, una advertencia.
El águila pescadora se acerca más a la cara de Morfeo. —Es mejor
que saques toda esa payasada de tu sistema. Manti no tiene el mismo
sentido del humor que nosotros.
Morfeo chasquea su lengua. —Bueno, entonces, tal vez
deberíamos tratar otra tarde. Me siento particularmente gracioso
hoy. Ahora, si das un paso a un lado, sólo voy a tomar mi bastón...
—No pasará. —El martín pescador mutante se acerca—.
Enviamos a las langostas de roca para que drenaran tu magia a cambio
de sus huevos. Estás agotado. Así que no tienes más remedio que venir
con nosotros y responder a las preguntas de Manti.
Morfeo mira hacia la cima de la colina, donde las otras cinco
criaturas aladas están pagándole a las rocas con lo que parecen ser
hilos de perlas tan grandes como pelotas de béisbol. Sus dedos
enguantados tocan su muslo.
—Pequeños crustáceos traidores. Debí saber que no eran para
nada buenos. —Se vuelve de nuevo hacia sus captores—. Por lo tanto, a
tu jefe le gustaría lanzar su sombrero en el anillo, ¿no?
—Fuiste el que insistió en tentar a la suerte y formar una
dictadura real. Todos sabemos que la corona pertenece a Manti. Ha sido
el bribón de la reina desde antes de que fueran exiliados aquí. Hace
siglos. ¿De verdad creíste que podrías llegar a ser rey sin que otro
candidato te desafiara? —el águila pescadora patea el bastón de Morfeo,
haciendo que las plumas revoloteen—. No. La reina de corazones ha
pedido un día del Festival Sagrado después del próximo, y no
tendremos que designar un candidato a la carrera para elegir a un
rey oficial. El que gane la carrera gobernará al lado de la reina. Y los
que son derrotados perderán sus corazones latientes.
—Ellas son las reglas —se burla un pájaro de pico de pato,
sacudiendo la sombrilla en la cara de Morfeo—. Hechas por la propia
reina.
—¿Ellas son las reglas? —Morfeo se ríe, profundo y suave—
. Tienes que trabajar en tus tácticas de miedo, Patito. Gramática
incorrecta ejercida por un pájaro matón que lleva una sombrilla con
volantes. No tiene el efecto que estás esperando.
Los siete pájaros lo derriban, golpeándolo contra el suelo.
Lucho contra papá, pero él se niega a ceder.
—¡No se lo coman! —grita la criatura ornitorrinco—. ¡El jefe lo
dijo!
—Tiene razón —gruñe el águila pescadora a sus compañeros—.
Manti nos ordenó que lo lleváramos vivo. Pero no dio detalles. ¿Apenas
vivo funciona para ustedes, caballeros?
Todos ellos graznan en acuerdo, atacando el cuerpo tendido de
Morfeo. Algunos lo golpean con sus sombrillas; otros utilizan sus
múltiples puños.
Incapaz de liberarme de papá, grito hasta que mi garganta está
completamente despierta. Oyéndome, los pájaros miran por encima de
sus hombros con alas. Me quito mi traje de simulacro justo cuando la
mano de Morfeo aparece desde la pila distraída de plumas. Extiende un
dedo y un pulgar enguantado, y las alas a lo largo de su bastón se
abren.
El bastón se transforma en un grifón viviente, cabeza y alas de
águila, con el cuerpo lleno de pelo dorado y las patas de un gran
león. La bestia vuela hacia el pelotón con un rugido, bombardeando a
las aves.
Morfeo rueda fuera del caos y se levanta. Más huecos estropean
su chaqueta ahora, junto con unos pocos en su camisa donde se asoma
su pecho liso. Incluso las perneras de sus pantalones tienen agujeros,
como si la hubiera estado colgado en un armario infestado de
polillas. Coge su sombrero y lo sacude. Su mirada sostiene la mía. El
calor se precipita a través de mis mejillas mientras se limpia la cara
manchada con un pañuelo.
Las siete aves ceden bajo el grifón. Gruñendo una advertencia, la
criatura mitológica se eleva al cielo, persiguiendo a los otros cinco
pájaros y las langostas de roca hasta que desaparecen por la colina.
Mientras papá lucha por salir de su traje de simulacro, Morfeo
nos mira fijamente. Dobla su pañuelo, su expresión está en algún lugar
entre la fascinación y el orgullo. Es difícil de precisar, porque las joyas
bajo sus ojos parpadean a través de incontables emociones.
—Mi Reina —dice al final, y su voz generalmente fuerte tiene el
más mínimo temblor.
—Mi Lacayo. —Ni siquiera parpadeo, imitando su indiferencia—
. No pareces sorprendido de que esté aquí.
—Oh, sabía que ibas a encontrar tu camino. Era sólo cuestión de
tiempo. En realidad, lo hiciste antes de lo que esperaba. —Hace un
gesto a su alrededor—. Por consiguiente, el estado deplorable de mi
casa.
—Buena ayuda es muy difícil de encontrar —bromeé.
Sus irises oscuros brillan como ónix, y una sonrisa aparece en
sus labios. No puedo reprimirla ni un segundo y le devuelvo la sonrisa.
El momento se hace añicos cuando las siete aves mutantes se elevan
detrás de él.
—¡Cuidado! —grito.
Cuatro lo atacan. Los otros tres vuelan hacia papá y yo.
—¡Allie, agáchate! —papá abre la bolsa de lona.
Una de las aves se precipita hacia la cabeza de papá. Las otras
dos chocan en el aire y caen al suelo. Papá la esquiva, una daga de
hierro en una mano y una cadena en la otra. Moviendo sus pies con
gracia, balancea la bola de hierro, quitando un pedazo del pico de su
atacante.
Los dos pájaros en el suelo ruedan hacia papá, haciéndolo caer de
rodillas. Gime, tendido junto a las botellas de agua dispersas y
paquetes de proteínas. Los recuerdos de la captura de mamá aparecen
en mis pensamientos.
La locura por debajo de la superficie de mi piel despierta. Me
concentro en los géiseres en miniatura más cercanos a nosotros,
imaginándolos como lenguas que se despliegan de las bocas de
serpientes de agua. Las cascadas crecen hasta que son lo
suficientemente grandes como para arremeter en el aire y tirar a los
atacantes de papá, capturando al ave con el pico herido en el camino de
regreso. Las lenguas líquidas llevan a las aves gigantes a los fosos para
sumergirlos.
Papá se tambalea al borde del agua con la daga lista. Burbujas
suben de las profundidades, convirtiéndose en menos y más.
—Alyssa —dice.
No reconozco el hecho de que utilizó mi nombre completo, o la
preocupación en su voz.
En su lugar, dejo que la locura fluya alrededor de mi compasión
humana, encerrándola, para que sea ajena a mis acciones. Luego me
quedo mirando las burbujas, deseando que el aire las disipe, esperando
que los pulmones de las aves cedan. Deseando sus muertes.
—Nunca has matado a nadie, Allie. Asegúrate de que es la única
manera. De lo contrario, te perseguirá… —La lógica de papá se abre
paso.
Una punzada de asco irrita mi estómago.
Está equivocado. He matado. Ha habido tantos insectos en mi
vida que podría llenar un elevador con sus cadáveres si no los hubiera
utilizado para los mosaicos. También he contribuido a la muerte de un
sinnúmero de Guardias de la Baraja y aves juju en el País de las
Maravillas, por no hablar de una morsa-pulpo.
Eso es suficiente. Por ahora.
Con una silenciosa orden, restablezco los géiseres. Se levantan,
llevando los pájaros mutantes sobre ellos. Un caliente rocío me salpica,
cuando guio el agua de la cascada al árbol más cercano, imaginando
que las ramas desnudas se abren como pétalos de flores. El agua deja
caer a sus pasajeros en el interior, y las ramas se cierran alrededor de
ellos, dejando a mis jadeantes y goteantes prisioneros mirando hacia
mí. Los géiseres se hunden de nuevo en los fosos.
—Esa es mi chica —dice papá.
El poder que estoy aprendiendo a manejar me asusta, pero no lo
suficiente para hacerme parar y pensar las cosas. Y eso me asusta aún
más.
Me giro para comprobar a Morfeo. El grifón ha vuelto y tiene las
cuatro aves restantes puestas bajo sus garras gigantes. Sangre cae de
sus garras, sin dejar ninguna duda de lo que sucedió con las cinco aves
que persiguió sobre la colina.
Morfeo se encuentra sobre los cautivos. —Todo lo que necesitaría
es una palabra para que mi mascota los divida en dos, como lo hizo con
sus cómplices.
La criatura ornitorrinco hace un sonido entre un sollozo y un
graznido mientras los demás tiemblan bajo las afiladas garras
ensangrentando sus plumas.
Morfeo se agacha al lado del águila pescadora. —Le deben
gratitud a la dama. —Arranca una pluma de la fea cara del ave—. Dado
que estoy tratando de impresionarla, voy a seguir su ejemplo y ser
misericordioso. Denle un mensaje a Manti, ¿bien? Díganle que no tiene
posibilidad de ganar ninguna carrera si no puede luchar sus propias
batallas. —Morfeo traza el pico tembloroso del águila pescadora con la
punta de la pluma—. Ah, y gracias por la nueva pluma.
Asintiendo hacia el grifón, Morfeo se erige cuando las aves
mutantes son puestas en libertad. Me dirijo a mis prisioneros en el
árbol y los libero, también. Con graznidos y chillidos derrotados, se
dispersan hacia el cielo violáceo sin sus sombrillas, cada vez más
deformados con cada aleteo de sus alas.
Dos de ellos comienzan a perder sus plumas. Sus cuerpos se
contorsionan en el aire hasta que ya no pueden mantenerse a flote. Se
caen desde las alturas. Columnas de ceniza se elevan desde el suelo en
la distancia para marcar su contacto.
—¿Están muertos? —pregunto.
—Lo están —responde Morfeo con indiferencia—. La última
consecuencia de continuar usando su magia. Sus columnas se curvan,
y sus cuerpos se marchitan.
Aprieto mis dedos sobre el diario debajo de mi túnica. Los
recuerdos de Roja están tranquilos y callados por ahora, pero su
presencia trae preguntas a mi mente.
—¿Qué pasa con sus espíritus? ¿Van a buscar cuerpos para
poseer?
Morfeo mete la pluma en el bolsillo. —Así no es cómo funciona en
CualquierOtroSitio. Cuando mueres, te vas para siempre. Es un efecto
del hierro. Cada parte de nosotros que tiene magia se convierte en
cenizas, de nuestros cuerpos a nuestros espíritus. Nuestros restos se
encuentran atrapados en el viento, formando los tornados que
canalizan a los presos dentro y fuera. —Su rostro se vuelve sombrío—.
Así que no dudes en matar si es la única manera de vivir, Alyssa. No
aquí.
Papá y yo intercambiamos miradas inquietas.
El grifón roza la pierna de Morfeo como un gato gigante, luego se
transforma en el bastón una vez más. Morfeo lo toma con una mano,
limpiando la sangre de las garras con su pañuelo.
—Ahora lo veo —le digo, mirándolo.
Las pestañas oscuras de Morfeo se levantan, el interés brilla en
sus ojos.
—¿Ver qué?
—Por qué necesitas un bastón.
Él levanta una ceja. —Qué bueno que tu curiosidad esté saciada.
—Excepto lo que pasó con tu ropa.
Mirando hacia su traje, se queja. —Lavado en seco, mi culo. —
Pasa una mano por su chaqueta, frunciendo el ceño ante los orificios
donde se ve su piel.
—Morfeo.
Él me mira de nuevo.
—¿Cómo usas tu magia sin ser afectado, a pesar de la
todopoderosa cúpula?
—Creo que me guardaré eso, amor. Si te dijera todos mis
secretos, no habría más misterio en nuestra relación.
—No soy gran fan de los misterios.
Esa sonrisa pícara que una vez odié levanta sus labios y retuerce
mi interior.
—Tonterías. Los adoras. —Da un paso hacia el borde de su isla en
miniatura y usas las garras del bastón para acercar nuestra isla
flotante, evitando el agua—. Disfrutas del desafío de resolverlos.
Da un paso hacia nuestra alfombrilla y sus alas se levantan, su
negro, suave brillo es el polo opuesto de las enjoyadas opacas metidas
dentro de mi propia piel. Atrapo el olorcillo de su tabaco. Es diferente de
lo que solía ser, menos regaliz y más terrenal, como carbón y ciruelas.
—Alto ahí —gruñe mi papá cuando el pie de Morfeo se detiene
cerca de mis botas.
—Papá, es mi amigo y no lo he visto desde hace un mes. —No voy
a admitir lo mucho que lo he echado de menos. Sé que es mejor no
darle a Morfeo la sartén por el mango—. ¿Podría darnos un segundo?
Papá dirige una mirada mordaz de la cabeza de Morfeo a sus
alas.
—Ningún negocio divertido —dice.
Las joyas de Morfeo brillan con un travieso color rojizo-púrpura,
un precursor de alguna respuesta sarcástica que espera saltar de su
lengua. Le lanzo una mirada suplicante, y rueda los ojos en silencio
resignado.
Satisfecho, papá se hace a un lado y se agacha para meter los
trajes de simulacro y las armas en la bolsa de lona.
—¿Está vivo Jeb? —le pregunto a Morfeo.
El blanco aparece en sus marcas, el color de la indiferencia. —No
lo maté, si eso es lo que está insinuando.
—Sabes que no. ¿Podrías por una vez sólo darme una respuesta
directa?
Él mira hacia el cielo gris ahumado. —Tu mortal está vivo y
bien. De hecho, lo verás muy pronto, sin duda.
Lágrimas de alivio saltan a mis ojos. —Entonces, ¿eso significa
que sabes dónde está? —¿es posible que Morfeo tomara a Jeb bajo sus
alas después de todo?
Papá deja de meter la tela en la bolsa, como si estuviera
esperando oír la respuesta.
Evaluando su bastón, Morfeo gruñe. —Sé en dónde está. —Antes
de poder responder, levanta sus ojos hacia los míos, las joyas ahora
bordean el verde esmeralda—. Supongo que debería estar agradecido de
que su nombre no fuera lo primero que saliera de tu boca.
Los celos y el dolor mirándome no son inesperados, pero sí lo es el
efecto que tienen en mi corazón. Provoca la misma sensación
desgarradora que es cada vez más familiar. Tomo aliento para
calmarme.
—He estado aterrorizada por ambos. Ahora que sé que estás bien,
por supuesto que necesito saber acerca de él.
—Podrías, al menos, preguntarme primero cómo se siente mi
oído.
La solicitud es casi cómica. Morfeo, el más seguro e independiente
habitante del País de las Maravillas, hace pucheros, y lo hacen ver como
un niño… como mi compañero de juegos de hace tantos años. Más que
eso, parece el hijo que compartimos en la visión de Marfil, lo que abre
un torrente de emociones a las que tengo miedo de poner nombre.
Los pasos de papá se desvanecen mientras recoge botellas de
agua y paquetes de proteínas para darnos la privacidad que pedí.
Estiro la mano y toco la sangre seca en el oído de Morfeo.
—¿Te duele? —susurro.
Se inclina hacia mi toque. —Pica un poco —dice en voz baja, y
estudia mi boca con tanta atención, que mis labios se sienten pesados.
Todo su cuerpo se tensa con autocontrol. Si estuviéramos solos, no se
retendría—. Podrías enmendar eso, ya sabes.
Sus palabras me hacen perder el equilibrio. —¿Enmendar… qué?
Arruga la frente bajo el ala de su sombrero. —El dolor.
Mi cara se calienta ante la idea de curarlo, luego arde cuando me
doy cuenta de que la oreja no es el dolor al que se está refiriendo.
Una fluctuación debajo de la piel en su clavícula me dice que su
pulso revolotea tan rápido como el mío. Empiezo a soltar mi mano, pero
él la atrapa, sosteniendo mi mano en su suave mejilla. La acción nos
toma a ambos por sorpresa y me reconforta.
—Pensé que estarías furioso —le digo—. Porque te envié aquí. Por
destruir la madriguera del conejo y descuidar el País las
Maravillas. Eché a perder todo. —La confesión convierte mi estómago en
nudos.
Niega con la cabeza. —Has tomado la decisión de una reina al
enviar a los fantasmas. Y fue la correcta. Incluso cuando haces lo
correcto, a veces hay consecuencias calamitosas. Pensar dos veces cada
paso evita cualquier tropezón. Confía en ti misma, perdónate, y sigue
adelante.
Curvo mis dedos alrededor de su mandíbula. He necesitado
escuchar esas palabras durante tanto tiempo.
—Gracias.
—Lo importante es que has llegado para arreglar las cosas —
dice. Es una observación, no una pregunta.
Asiento.
Sosteniendo mi muñeca, inclina su cabeza para que su boca roce
mi palma.
—Siempre supe que lo harías —susurra contra mis cicatrices, sus
joyas relucen en oro y brillan, justo como lo hicieron hace más de un
año en el País de las Maravillas, la primera vez que me dijo esas
palabras, justo antes de que me arrastrara a través de un loco juego de
caos y política que casi hizo que me mataran.
Sin embargo, a pesar de estar atraído al peligro, de la forma en
que se desarrolla dentro de él, o tal vez por eso, el lado oscuro y
perverso de mí se ablanda ante la sensación de sus labios sobre mi piel.
La daga de papá se abre paso entre nosotros, la punta presiona la
yugular de Morfeo.
—Se acabó el tiempo.
Morfeo libera mi mano.
Aprieto mis dedos a mi costado para detener el hormigueo a lo
largo de mis cicatrices.
—Papá, vamos. El cuchillo no es necesario.
Con la barbilla endurecida como granito, me lleva detrás de él. Se
encuentra a escasos centímetros de altura de Morfeo, pero la
indignación que emana de él compensa la diferencia de tamaño.
La piel de Morfeo se tiñe de verde, un efecto ante el contacto con
el hierro. ¿Entonces por qué la cúpula no limita su magia?
Definitivamente tiene un secreto. Y voy a averiguarlo.
La idea del reto me seduce, como Morfeo dijo que lo haría. Es más
que un poco inquietante, lo bien que sabe encender mi fuego.
—¿Tienes alguna idea de lo que le has hecho a mi familia? —dice
papá enojado, sacándome de mis reflexiones.
Morfeo guía la punta de la daga hacia su hombro en lugar de su
cuello desnudo.
—Creo que hice posible que tuvieras una familia para empezar,
Thomas. Un agradecimiento sería suficiente.
Papá desliza la daga de regreso al cuello de Morfeo. —Así es como
será esto. Nos llevarás a Jeb, luego nos conducirás de manera segura a
través de este reino olvidado de Dios hasta la puerta del País de las
Maravillas, para que podamos volver a Alison. —La punta de metal
arruga la piel de Morfeo—. Y entonces, sólo entonces, podré decidir si
debo darte las gracias o “rebanarte en dos”, y dejarte en un montón de
cenizas a mis pies.
8
Alas rotas y caballos sin patas
Traducido por Beatrix
Corregido por Jane

Morfeo y yo intercambiamos miradas mientras papá hurga en la


lona. Cuando abre el mapa, se filtran destellos naranjas, abarcando la
entrada de la bolsa. Un pequeño estornudo sale desde el interior. Papá
salta hacia atrás y Morfeo da un paso al frente, con una media sonrisa
divertida.
Él saca su mano de dentro de la bolsa y levanta un colibrí del
tamaño de una bola de color naranja y gris de piel rayada. La sonrisa
burlona de Chessie aparece cuando despliega su cuerpo y cuelga sus
patas delanteras sobre el borde de la palma enguantada de Morfeo. Su
peluda cola crispada, una indicación segura de que está orgulloso de sí
mismo.
—Bueno, mira quien trajo al gato —dice Morfeo—. Me alegro de
verte, viejo amigo. —Frota la diminuta cabeza del gato del Inframundo
con el pulgar.
Chessie arquea la espalda, luego vuelve su mirada picara hacia
mí.
—Niña escurridiza. —No puedo dejar de sonreír al recordar ese
momento cuando el tío Bernie cerró las puertas de Gravitron y destellos
naranja se filtraron dentro de la habitación. Chessie planeaba pedir un
aventón todo el tiempo.
El pequeño habitante del Inframundo intenta volar, pero lo
detengo, cerrando los dedos sobre la palma de Morfeo. —Espera. Hay
reglas aquí. Si utilizas tu magia, te vas a hacer daño. Te va a mutar…
incluso a matar.
—Eso cierto para la mayoría —corrige Morfeo, y levanta mi
mano—. Pero recuerda, nuestro Chessie es una variedad rara. Tanto el
espíritu y la piel a la vez. Puede usar su magia. Es un habitante del
Inframundo de pura sangre que puede.
—¿Aparte de ti, quieres decir? —provoco.
Morfeo evita intencionalmente mi mirada y se concentra en
Chessie. —Debes abstenerte de romperte la cabeza mientras estás aquí.
Con la forma en que el paisaje cambia, podrías correr el riesgo de
perderte. Ahora, ¿deseas volar, o te gustaría un aventón?
Chessie revolotea hasta uno de los bolsillos de Morfeo y él mismo
se deposita en el interior, dejando sólo que su cabeza sobresalga.
Antes de que Morfeo pueda alejarse, coloco una mano en su
solapa.
Estirando las puntas de mis pies, acaricio la nariz difusa de
Chessie con la mía. —Gracias por haberme curado antes —le digo—, y
por mantener seguro mi collar. —Justo cuando estoy a punto de besar
su cabeza, se zambulle en el bolsillo.
Mis labios aterrizan en medio de una de las lagunas en la camisa
de Morfeo, golpeando su piel cálida y suave.
—Lo siento. —Sonrojada, tiro hacia atrás y pierdo el equilibrio
cuando el suelo debajo de mí se tambalea.
Morfeo me atrapa alrededor de la cintura, el afecto tiñendo sus
joyas a una tonalidad rosácea. —No hay disculpa necesaria.
Papá se aclara la garganta. Trago, alejándome.
—Tenemos que movernos. —Papá recoge la bolsa de lona y
empuja el mapa a Morfeo—. ¿Dónde está Jeb, de acuerdo con esto?
Aun así tengo el propósito, Morfeo mete el pergamino sin ni
siquiera mirarlo. —Ese trozo no te llevará a ninguna parte. El paisaje es
impredecible, si no te diste cuenta. Quien proporcionó ese mapa debería
habértelo dicho. Tal vez, habiendo limitado intelecto humano, no
pueden comprender la magnitud de dichas alteraciones.
Mi papá frunce el ceño. —Nos dijeron que las posiciones de las
puertas nunca cambian. Puedo ver su resplandor, allí y allá. —Le hace
un gesto a las ondas verdes radiactivas en el horizonte lejano a nuestra
derecha e izquierda.
Suspirando, Morfeo vuelve su atención a papá. —Bien. Explícame
esto. ¿Qué está al norte y que está al sur? ¿Sabes la dirección de dónde
llegaste? Es imposible evitar ir dando vueltas en este mundo sin una
brújula.
—¿Y tienes tal brújula? —pregunta papá.
—Tengo mi bastón —responde Morfeo enigmáticamente.
Papá aprieta los dientes. —¿Así que esperas que sólo te sigamos?
Los labios de Morfeo se curvan en una sonrisa maliciosa. —Alyssa
no tendrá problemas para mantenerse. En cuanto a ti, te puedo llevar
en mi hombro de nuevo si es necesario.
Es un comentario cruel, y envío un ceño fruncido dirección a
Morfeo.
—No es necesario —dice papá, sin inmutarse—. Tú nos
conducirás a Jeb. Tengo maneras de convencerte. —Él acaricia la daga
envainada colgando de su brazo izquierdo.
—De acuerdo —corta Morfeo—. No es como si tuviera una opción
en la materia. —Su réplica es bordeada por frustración. Tiene que ser
algo más que la daga de hierro de papá persuadiéndolo. Después de
todo, puede despegar y volar en cualquier momento que quiera.
Se gira sobre sus talones e inicia su camino a través de las
pequeñas islas flotantes, utilizando el bastón para salvar los fosos como
lo hizo antes. Papá y yo le seguimos.
Balancearme en el suelo moviéndose hace la caminata difícil
hasta que aprendemos donde pisar, y caemos en un ritmo. Episodios
momentáneos de actividad salpican el paisaje: manadas de conejos
peludos saltan en la distancia que, tras una inspección más cercana,
tienen los mismos hocicos y colmillos afilados que los lobos; criaturas
de cocodrilo levantando la cabeza fuera de las fosas, gigantes tiburones
bostezando para revelar los dientes blancos suaves que recuerdan a las
cerdas del cepillo de dientes; y ciempiés luchando bajo las malas
hierbas espinosas para proteger cuerpos cubiertos con pieles de
terciopelo de color plateado y patas salpicadas de pequeñas joyas
verdes.
La mayoría de los animales y los insectos los ignoramos, cosa que
prefiero. No puedo oírlos o las flores. Pero cuando mi túnica es atrapada
en una planta con frutas colgando que se parecen a las tazas de té de
color carmesí de cuero colgadas boca abajo, considero tocarlas.
—No me molestaría, si fuera tú —grita Morfeo delante de mí, ni
siquiera un moderado vistazo a mi dirección.
Retiro mi mano. —¿Es fruta venenosa?
—No es fruta —responde papá desde atrás—. Esos son sacos de
huevos para los géneros anfibios de murciélagos de CualquierOtroSitio.
Los murciélagos que viven en la tierra y en el agua. Espeluznante.
Rodeo las plantas para no molestar a las vainas de flores en
forma de taza de té. El poema de la historia de Carroll hace eco en el
fondo de mi mente:
¡Brilla, brilla, pequeño murciélago!
¡De qué manera me pregunto en que andas!
Por encima de todo el mundo tú vuelas
Como una bandeja de té en el cielo.
¡Brilla, Brilla pequeño murciélago!
¡De qué manera me pregunto en que andas!
Al mismo tiempo tratando de recordar el resto de las palabras,
tropiezo en un arbusto grande. Una mezcla confusa de mariposas
monarca se mueve de las hojas. Sus alas son finas como el papel y
metálicas, como una mezcla entre el cobre martillado y vidrieras. Llego
a capturar a una, pero mi intuición de habitante del Inframundo
detiene mi mano el aire.
—¿Qué pasa con las mariposas? —pregunto.
—Son nativas de este lugar —responde Morfeo desde unos pocos
pasos por delante, antes de que papá pueda—. Y por eso, se puede
esperar que sean lo contrario de lo que se esperaba. Los dientes de los
cocodrilos son tan suaves como una pincelada, y su temperamento
igual. Son más bien como gatitos en este mundo. ¿Pero las mariposas?
Una picadura, y ya estás convertido en piedra. O pueden optar por
cortar una arteria con un ala afilada. Los constantes cambios en el
paisaje sirven para mantener la vida silvestre distraída. Ignóralos, y
ellos te mostrarán la misma cortesía.
Cuando las mariposas elegantes van en una corriente de aire,
noto una aguja brillante y aguda que sobresale de cada uno de sus
tórax, curvados y con punta de veneno como un aguijón de un
escorpión.
Las cosas se calman cuando los movimientos en la vida silvestre
se desplazan a sus rutinas habituales. Si se le puede llamar cualquier
cosa más o menos habitual a la taza de huevos de té y escorpiones de
alas de metal…
Después de discutir algunas otras criaturas extrañas con papá,
libero mis alas y aleteo para alcanzar a Morfeo.
Él mira por encima cuando llego con suavidad su lado. Una
sonrisa de satisfacción me saluda.
—¿Qué? —pregunto.
—Puedes no estar vestida como la realeza, pero es bueno ver
acoger tu lado de habitante del Inframundo tan abiertamente.
Yo estudio mis botas rojas, reprimiendo una oleada de orgullo. Él
no sabe la mitad de lo fácil que es llegar a dejar que la locura tenga vía
libre. —Así que, ¿vas a decirme quien es ese Manti? ¿Es peligroso?
—Bah. Es un ambicioso hombreunicornio que ha sido un bribón
humilde durante demasiado tiempo. Él anhela prestigio y poder. No hay
nada que te concierna.
El hecho de que hay en la vida real un medio hombre/medio
unicornio corriendo alrededor es suficiente para preocuparse, y la
garantía de Morfeo se siente forzado a lo mejor.
—¿No crees que llegaríamos más rápido si volamos? —le pregunto
suprimiendo mis agitados nerviosos—. Papá puede utilizar tu grifón.
Puedes dejar que él lo monte.
Morfeo vuelve su atención al paisaje. Su perfil enjoyado cambia de
rojo a negro. —No me apetece mucho compartir con tu padre. Estoy
seguro de que lo puedes entender.
—Entonces nos esperará, y podré volver y conseguir una de las
sombrillas que las aves dejaron.
—No me gusta esperar, tampoco.
Frunzo el ceño. —Deja de ser tan mezquino. —Miro atrás hacia
papá, que nos mantiene la vista unos pasos atrás—. Ponte en su lugar.
¿Puedes imaginar lo que ha sufrido? ¿Las pesadillas que ha tenido que
revivir y aceptar como realidad durante las últimas horas?
Varios pasos por delante de mí ahora, Morfeo levanta la cabeza,
dejando que la brisa húmeda ondule la franja azul en los bordes de su
sombrero. —Sí, el pobre. Debe haber sido insoportable, darse cuenta de
lo mucho que la mujer a la que adora lo quiere de vuelta.
El aleteo de mis alas, coincide con su ritmo veloz. —No puedes
comparar su romance a…
Él evalúa mi cara, llevando una sonrisa irónica. —¿A que, Alyssa?
Mordisqueo el interior de mi labio, molesta conmigo misma por
casi mostrar mis intenciones. —Espera. —Lo estudio, de pies a cabeza.
Sí, todavía parece ser el mismo Morfeo que siempre he conocido. Pero
hay una diferencia discernible: Sus alas se arrastran detrás de él como
lloviznas de tinta, mientras que las mías aletean, levantándome a
centímetros por encima del suelo—. Esto no eres tú guardando rencor.
Esto es cambiar el tema. Estás postergándolo.
Morfeo se burla mientras arrastra otro segmento de tierra a la
deriva lo suficientemente cerca como para que demos un paso adelante
sin mojarnos. —Ridículo. ¿Por qué iba a hacer eso?
Salto ligeramente enfrente. —Porque tú necesitas el grifón. No
puedes volar más de lo que puede mi papá.
Mientras esperamos a que papá nos alcance, Morfeo sostiene la
isla contigua de turno con el bastón. El único sonido es los géiseres
burbujeantes por todas partes. Su silencio lo dice todo.
Agarro su mano donde se agarra del bastón. A través de su
guante fino, siento sus músculos tensos. —No te he visto usar tus alas.
Ni una sola vez desde que estoy aquí. Esa especie de pájaro… dijo que
tienes que recargar. Te quedas sin magia. Lo que significa que no eres
inmune a la cúpula. ¿Vas a decirme qué está pasando?
Su otra mano se cierra sobre mí, haciéndome el cautivo en lugar
del captor, mientras se encuentra con mi mirada. —Por supuesto. Tan
pronto como me digas lo poquito que hay en el diario alrededor de tu
cuello.
Mis latidos golpean el pequeño libro que descansa encima de mi
esternón. Está todavía bajo mi túnica, así que no hay forma que sea
visto. —¿Cómo hiciste…
—Chessie habla a través de sus ojos. Todo lo que tienes que hacer
es mirar y escuchar.
La cola de Chessie se desliza sobre el borde del bolsillo de Morfeo
y se retuerce como si quisiera burlarse de mí.
—En realidad —digo, casi para mí misma—, hemos estado
aprendiendo a comunicarnos últimamente.
—Bien. —Asiente Morfeo—. La principal prioridad de una reina
debe ser una relación abierta con sus súbditos. Ahora, de vuelta a mi
pregunta.
Aprieto los labios, no dispuesta a compartir el secreto del diario.
Traer a colación mi plan para vencer a Roja abrirá el tema del voto de
vida mágica que le hice a Morfeo hace un mes, que pasaría veinticuatro
horas con él después de que la derrotara. Este no es el momento ni el
lugar para hablar de eso.
Papá cruza a donde estamos, obviamente distraído por nuestras
manos unidas. —¿Nos detenemos por?
Morfeo frunce el ceño. —Simplemente esperando a que el humano
nos alcance, aun a sabiendas de que nunca realmente lo hará —
bromea, calmado como siempre. Sin embargo, hay un pliegue
preocupado entre sus cejas, un tic subconsciente que no puede
ocultarme. Nunca respondió a mi pregunta sobre sus alas. El invencible
Morfeo se ve incapacitado. Y eso me entristece.
Empezamos a caminar de nuevo, papá en la parte de atrás.
Quiero presionar más a Morfeo acerca de sus debilidades aquí, pero su
orgullo no le dejará contestar. Así que puedo cambiar el tema. —Siento
curiosidad de nuevo.
Él gira su bastón. —Ah, por supuesto. Es tu cualidad más
entrañable.
Niego con la cabeza ante sus bromas. —Los pájaros de antes
mencionaron a la Reina de Corazones. ¿Eso es el seudónimo de Roja
aquí?
Morfeo inclina la barbilla. —La reina de corazones no es en
realidad la Reina Roja. Tu madre a menudo las confundía, aunque
trataba de corregirla. Hart era reina de la Corte Roja hace siglos. Es
pariente lejana tuya. Tenía tendencias bárbaras, asesinando a sus
súbditos por las razones más estúpidas. Tomar una mordedura de una
tarta y dejarla en un plato, o derramar sus pinturas de dedos. Por esto,
heredó el sobrenombre de Hartless. En un intento retorcido por respeto,
empezó a coleccionar lo único que sus súbditos dijeron que le faltaba.
—¿Corazones? —pregunto, casi con nauseas al pensar—. ¿Eso
era lo que el matón quería decir antes, cuando dijo que aquellos que no
ganan la carrera política perderán sus corazones palpitantes?
—Precisamente. Los corazones de los habitantes del Inframundo
son únicos. Se pueden cosechar por lo que continúan latiendo siempre,
incluso después de que su jaula corporal se ha ido. La reina ha
dominado esta técnica. También puede detectar la calidad de un
corazón. Utiliza los órganos para todo, desde adornos de ropa a
pisapapeles. Se le prohibió esa práctica en el reino, y se le envió aquí
después de que se volviera demasiado violenta y homicida para
contener. Por desgracia, ahora está albergando el espíritu de Roja. Dos
reinas por el precio de una. Es una ganga.
Mi garganta se aprieta. —Pero dijiste que los espíritus no pueden
poseer otros cuerpos aquí…
—A menos que dijera “cuerpo” que esté dispuesto, y de la misma
línea de sangre. En ausencia de la magia, el linaje se convierte en el
enlace más fuerte. La flor mágica en la que llegó Roja fue dañada. De
hecho, cuando le vi por última vez, pensé que estaba como muerta,
alimento para los tontos pájaros. Pero les convenció para llevarla al
castillo de Hart e hizo algún tipo de negociación con su antecesora para
compartir su cuerpo. Aunque todavía tengo que escuchar cuales eran
los términos.
El temor hiela mis huesos. Si Roja está dentro el cuerpo de otra
reina, una reina que es tan maliciosa y salvaje como ella, los recuerdos
en mi diario podrían ser inútiles. Necesito algo más con lo que negociar.
Tal vez si puedo averiguar el último plan de Roja… —Escuché algo
antes, del amigo de Humphrey, Hubert. Nos detuvimos en su posada.
Morfeo prácticamente sonríe. —Ah, Hubert. ¿Cómo está el viejo
borracho?
—Reluciente. —Arrugo mi frente—. Y de mal humor.
Una risa profunda retumba en el pecho de Morfeo. —Siempre he
disfrutado de su compañía.
—Sí. —Frunzo el ceño—. Es una muy buena persona.
Morfeo ríe de nuevo, y no puedo contener una sonrisa de
respuesta.
—De todos modos —continuo—, dijo algo increíble sobre Roja y
Lewis Carroll. Que se conocían antes de que Alice entrara en escena. —
Morfeo parece realmente sorprendido parece verdaderamente
sorprendido, pero espera a que termine—. Roja quería a Lewis para
encontrar el País de las Maravillas, según el intelectual. ¿Sabes algo
acerca de eso?
Morfeo no tiene la oportunidad de responder antes de que el sol
atraviese las nubes de arriba, un destello cegador que nos hace proteger
nuestros ojos. El cielo se desvanece a un brillante color rosa y la tierra
tiembla. Morfeo se agarra a mi codo. El agua se vacía de los fosos y las
piezas del rompecabezas repiquetean juntas una vez más. Los árboles
estériles que nos rodean brotan relucientes hojas verdes y flores
blancas; en el mismo instante, la hierba forma una franja alrededor de
nuestros pies.
Cuando todo se estabiliza, incluyendo el suelo, Morfeo me deja ir
y papá nos alcanza. Entrecierro los ojos. Es lo suficientemente brillante
para que cada uno de nosotros cree una sombra, y el alto, frondoso
follaje forma moteadas sombras en el suelo. Incluso los olores han
cambiado, de estancado y ahumado a fragante y florido, realizado en
una brisa templada. Es como la primavera en Texas. Una punzada de
nostalgia persigue ese pensamiento. Estoy a punto de decírselo a papá,
cuando una verdosa brillante luz no más grande que un saltamontes, se
desplaza hacia abajo desde el cielo.
A medida que desciende, la piel color verde judía, de escamas
brillantes curvándose alrededor de los senos y el torso, y orejas
puntiagudas, sale a la luz. Las alas del Espíritu de la Naturaleza
revolotean, de color blanco lechoso y pelaje con pelusa, y su pelo brilla
como hebras de azúcar morena. Ella cae sobre el hombro de Morfeo,
metiéndose debajo de su sombrero. Mientras levanta un dedo meñique
para acariciar su pie, se asoma desde detrás de la cortina azul de pelo,
ojos metálicos brillantes como gafas de sol de cobre.
—Así que, mi pequeña y encantadora Nikki —le dice Morfeo con
ternura—. Supongo que estás aquí para avisarme de que mi aventón se
acerca.
Ella habla tan suavemente en su oído, todo lo que puedo oír es
tintineante música como un carillón de viento.
—Espera —le digo—. ¿Por qué ella vuela sin mutación? Eso no
tiene sentido.
—Vas a tener todas las respuestas que buscas lo suficientemente
pronto. —Morfeo me entrega su bastón. El gesto es mecánico, casi
resignado—. Y te reunirás con Jebediah, también. Pero cuidado. Él no
es el mismo chico que conociste.
—¿Cómo? —pregunto.
—Simplemente dile al bastón que vuele —dice Morfeo, dejando a
un lado a mi pregunta—. Por encima de todo, no lo mojes. —Luego me
da la espalda.
El pelo en mi nuca cosquillea cuando me doy cuenta de que su
sombra no gira con él. En cambio, se enfrenta a él cara a cara, más
como un reflejo manchado que un contorno eclipsado en el suelo.
Suspirando, Morfeo agarra sus manos con la silueta oscura y se eleva
hacia el cielo en ecos fantasmales de sus propias alas. La pequeña
Espíritu de la Naturaleza me mira por encima una vez antes de
seguirles.
Me quedo boquiabierta, inmóvil.
Papá pone una mano en mi espalda. —Tenemos que irnos. Es
nuestro único boleto a Jeb y salir de aquí. —Su voz es temblorosa, y sé
que está tan asustado como yo.
Yo le entrego el bastón del grifón.
Arreglando la bolsa de lona en su hombro sobre su daga, extiende
el bastón como un niño encima de un caballo de palo. —Vuela —medio
susurra, y con un crujido de piel y plumas, la criatura cobra vida. Su
pico se abre con un rugido. Las alas como de águila azotan, haciendo
crujir mi pelo, mientras el grifón asciende con papá resguardando
mucho su melena.
Suprimo las preguntas que giran en mi cabeza, agito mis alas, y
vuelo arriba-arriba-arriba, manteniendo tanto a papá y a Morfeo en la
mira cuando atravesamos nubes esponjosas, hacia las olas de un
océano de límites blancos que brilla en la distancia.

***

Una montaña se eleva desde el agua tras nuestro descenso como


si estuviera esperando. El espíritu de la naturaleza y Morfeo, junto con
su sombra, caen en picado hacia las rocas de la ladera. La montaña se
abre y se los traga antes de la entrada se cierre de nuevo.
Al momento que papá golpea tierra firme, el grifón se transforma
en el bastón. Mis alas pesan en mis hombros, cansadas del ejercicio. Me
limpio el sudor de mi frente.
—¿Y ahora qué? —pregunta papá.
Trato de encontrar una grieta o fisura que pueda ser la llave para
abrir la montaña. —¿Podría pedir prestado eso? —Tomo el bastón de
Morfeo y utilizo las garras para excavar en algunos guijarros. Cuando
no pasa nada, piso fuerte a lo largo de los dentados irregulares.
—¡Basta! —Una agotada voz, como piedras chasqueando juntas—
. ¡Ya basta de una vez!
Mi barbilla cae.
—Esa no es manera de hacer una primera impresión. —La voz
vuelve a hablar.
—Sí, para hacer una impresión, realmente deberías tener un
cincel. —Una segunda voz, menos mal que añade humor.
Dos rostros aparecen en la ladera de la montaña, uno de ellos
hecho de tierra, el otro de piedra. El rostro de piedra es el enfadado y
tiene grandes ojos saltones. El otro, el rostro polvoriento, una bizca,
casi humorística actitud.
Papá deja caer la bolsa de lona y se sienta en ella. Su párpado
izquierdo se crispa tan rápido como el segundero de un reloj.
—Está bien, papá. Tengo esto.
Asiente, se pasa una mano por el pelo.
Caminando a través de algunos guijarros sueltos, me dirijo hacia
la cara de ojos bizcos. —Tenemos que entrar.
—Ohhhh, lo siento —dice la pedregosa, gruñona voz detrás de
mí—. Sólo el maestro puede abrir la puerta.
—Sí, lo siento. —Ojos bizcos me mira con simpatía—. Lo siento
mucho, de hecho, mi corazón se hunde por ti.
El suelo bajo nuestros pies tiembla y empezamos a hundirnos en
el océano. Papá recoge la bolsa de lona, y juntos subimos tan rápido
cuando el océano se eleva alrededor de nosotros. Todas las veces que
escalé con Jeb vuelven a mí, y tengo la ventaja de tener alas. Papá lo
hace, también, con el bastón del grifón.
—¡Vamos a tener que volar! —le grito—. ¡Antes de que el pico se
sumerja!
Papá se desequilibra cuando la bolsa de lona y la daga de su
hombro. Él las atrapa en el último minuto, pero pierde el bastón. Se
desliza por la ladera de la montaña y cae a las olas crecientes. Cuando
sale a la superficie, es el grifón. Chilla, batiendo las alas, mientras
fracasa, luego se derrite poco a poco hasta que es un charco aceitoso de
colores flotantes.
Papá y yo miramos con incredulidad, ajenos a las olas
menguantes en nuestros tobillos.
—Allie, ¡Vamos! —grita papá, lo primero que hay que recordar es
que la montaña está cayendo.
Escalando a tiempo con él, trato de convocar mi magia. Mi mente
está corriendo tan rápido, mi imaginación no puede estabilizarse. Me
quedo en blanco. —¡Alto! —chillo a la montaña con desesperación.
El movimiento se detiene. Espuma blanca lame mis espinillas. —
Su maestro querría que nos ayudaran —le digo, con la esperanza de
convencer a las caras de nuevo a la vista.
—¿Es así? —La de suciedad aparece en la punta de la montaña—.
Bueno, hay otra forma de entrar.
Jadeantes, papá y yo intercambiamos miradas esperanzadoras.
—Bueno. ¿Qué podría ser? —pregunto.
—Un caballo. Un caballo especial. Puede llevaros dentro. Todo lo
que necesita es gritar su nombre con todas sus fuerzas.
Algo me dice que voy a lamentar preguntar, pero lo hago de todos
modos. —Así que… ¿cómo se llama?
—No puedo decírtelo, huesuda estúpida.
Frunzo el ceño, conteniendo las ganas de pisotear las bolsas de
tierra que forman los labios de la cara. —Entonces dame una pista. Las
letras del nombre… un anagrama. ¡Algo!
—Todo los de lo que puedo decir es que es un caballo.
La otra cara aparece en el borde de una piedra de tamaño de la
bola de golf, las características se arrugan para adaptarse a la
superficie más pequeña. —Un caballo sin patas que se puede mover
hacia arriba y hacia abajo y hacia adelante y hacia atrás… Un caballo
sin una silla de montar que puede llevar al jinete más frágil… Un
caballo sin alas que puede navegar con la gracia de un pájaro.
Deslizo mi mano por mi rostro. —¿Me estás tomando el pelo?
¿Otro estúpido enigma?
El hablador pedregoso curva su boca en un ceño fruncido. —
Prefiero avanzar en el agua que escuchar tus quejas. ¡Tienes sólo una
conjetura, así que asegúrate de que tienes razón! —Entonces, oscilando
hacia adelante y hacia atrás hasta que su piedra se afloja, se mueve
hacia el agua con un cataplún.
Ojos bizcos me mira y arruga la ramita de hierba que forma su
nariz. —Mejor averígualo rápido. Debido a que tu ingratitud no me
agrada.
La montaña comienza a hundirse de nuevo. En cuestión de
segundos, las olas lamen nuestros muslos.
Me quejo. —Papá, ¿qué te parece?
Frota su tic en sus parpados. —No estoy seguro. ¿Tal vez un
caballito de madera?
Considero las pistas. Parece que coinciden, en su mayoría. —
¿Qué pasa con la parte de navegar? Los caballitos no navegan. Tal vez
un caballo de carrusel. Están suspendidos en un poste, eso podría
contar. Se mueven hacia arriba y abajo. Pero no se mueven hacia atrás
y adelante, de verdad. Y tienen patas…
El agua alcanza el abdomen de papá. —Allie. —Su expresión es la
que me da cuando está a punto de aclarar algo. No quiero oír lo que
está pensando, porque ya lo sé.
—Vas a tener que volar —dice mientras el agua alcanza en mi
esternón—. Ve mientras aún tenemos tierra para estar de pie.
—¡No! ¡No voy a permitir que te hagas daño! —No como le hice
mamá.
Su rostro se vuelve a mí, la desesperación en sus ojos cuando los
espectros mome la arrebataron y la metieron a la madriguera del conejo
junto con la Hermana Dos y todos sus juguetes rellenos de alma. No
pude aguantar, sin importa cuanto lo intenté. Las lágrimas queman a lo
largo de los bordes de mis pestañas
—Papá, convoqué a las criaturas que llevaron a mamá. Soy
responsable de que esté en peligro. Si se ha ido para siemp…
—Alyssa Victoria Gardner. —Papá atrapa mis manos entre las
suyas—. Ni siquiera lo digas. Todo lo que hiciste, fue porque tuviste que
hacerlo. Mamá lo sabe. Es fuerte, y está bien. Y vamos a encontrarla.
Nosotros. Titubeo por dentro, mis emociones balancean. —
¿Prometes que estarás conmigo?
—Hasta el final. Puedes sacarnos de esto.
—¿Cómo? —Si fuera lo suficientemente fuerte como para llevarlo.
—Sé nadar —responde—. Puedo nadar de espaldas el tiempo
suficiente para que consigas una de esas sombrillas automatizadas que
dejaron los pájaros, o incluso un trozo de madera al que pueda
aferrarme.
Es como el año pasado en el País de las Maravillas, cuando no
pude llevar a Jeb a través del abismo. Tenía que encontrar una manera
de volver por él, pero le fallé, al igual que le fallé mamá.
Mis dientes se aprietan firmemente. No puedo dejar que mis
dudas ganen.
Asiento a papá.
Deja caer la lona para que pueda descansar en el agua. Los
senderos de la bolsa burbujean cuando se sumergen. Exploro la
distancia, incapaz de ver la tierra en ningún lugar. No tengo ni idea de
lo lejos que hemos llegado, o si las sombrillas desaparecieron cuando el
panorama cambió por última vez.
Aun así, tengo que intentar.
Abrazando a papá, presiono un beso en su mejilla, saboreando la
sal del aerosol del océano. —No voy a defraudarte.
—Sé que no lo harás —dice, y acaricia la parte superior de mi
cabeza.
Él une sus dedos para dar un paso que me levante del agua.
Tomando una respiración profunda, empujo y extiendo mis alas,
riachuelos caen de ellas cuando me levanto.
—Cuando estés lista, te lanzaré. —Papá obliga a sus labios a
formar su famosa media sonrisa Elvis. Su confianza falsa tiene el efecto
contrario, recordándome todas las veces que se puso una máscara
cuando mamá estaba en el asilo, y durante estas últimas semanas que
ha estado desaparecida. Lo está haciendo de nuevo, a pesar de estar
tan confundido y asustado como yo.
Es hora de que sea la más fuerte.
Preparada para el despegue, sacudo mis alas. Están pesadas en
mi espalda, no sólo por estar empapadas, sino por el musgo envuelto
alrededor de ellas como criaturas del mar.
Criaturas del mar.
Las olas se elevan a la barbilla de papá. —Allie, deprisa. —El agua
brota de su boca. Sus dedos tensos bajo la suela de mi bota.
—Espera —declaro. Un caballo sin patas que se puede mover
hacia arriba y hacia abajo, hacia adelante y hacia atrás… Un caballo sin
una silla de montar que puede llevar al jinete más frágil… Un caballo sin
alas que se puede navegar con la gracia de un pájaro.
—Un caballito de mar… —susurro. Ellos usan sus colas para
maniobrar en cualquier dirección, llevan a sus bebés en bolsas, se
deslizan con gracia a través del agua, cuando navegan.
—¡No hay más tiempo! —grita papá, y me empuja hacia el cielo,
justo antes de que su cabeza desaparezca bajo el agua.
—¡Caballito de mar! —grito lo suficientemente alto como para que
mis pulmones duelan, extendiendo mis alas y aleteando, así me quedo
en ese lugar.
Papá resurge, nadando de espaldas. El agua se levanta cuando
algo gigante se eleva detrás de él. Una joroba blindada aparece, cubierta
de placas óseas, claras como el cristal. El agua se revuelve para revelar
la curva de una columna vertebral debajo de la armadura transparente.
El elegante cuello de un caballito de mar, tan grande como el monstruo
del lago Ness, emerge. El sol brilla en la criatura. Es hermoso, y se
parece más a una estatua de cristal de una contraparte viviente: el
cuerpo de un caballo de mar con la cabeza de un caballo salvaje.
Abre la bolsa de su vientre, y un embudo de agua arrastra a papá
hacia ella. Me sumerjo para unirme a él. Nos deslizamos hacia el
bolsillo translúcido. La bolsa se cierra antes de que la criatura se
sumerja una vez más. La cavidad está húmeda, pero cómoda. Papá y yo
nos sentamos y aferramos el uno al otro, viendo las plantas submarinas
y confundidos peces alejarse a medida que descendemos hacia la
montaña hundida. Una entrada aparece, tal como lo hizo con Morfeo y
nos sostenemos dentro de nuestro submarino vivo, nos deslizamos en
un túnel oscuro cuando la montaña se cierra alrededor de nosotros,
cerrando el paso a la luz.
9
Imaginación
Traducido por Val_17
Corregido por Paltonika

Cuando salimos a la superficie, un silencioso resplandor púrpura


arroja sombras por todos lados. El caballito de mar se dobla por su
columna hacia atrás y adelante, apretando su bolsa hasta que salimos
de las profundidades.
Toso y me empujo a mis manos y rodillas. Detrás de mí, mis alas
se abren, tan empapadas y lodosas como mi ropa. El caballito de mar
resopla, expulsando la espuma de su hocico ecuestre y luego se hunde
de regreso en las profundidades.
Débil por el esfuerzo físico, me obligo a permanecer en el agua
hasta los tobillos. Papá se levanta, ofrece su mano, y nos tambaleamos
hacia un terraplén de cemento para sentarnos y recuperar el aliento.
—¿Alguna idea de dónde estamos? —pregunto, estrujando mi
túnica—. ¿Visitaste este lugar cuando eras niño? ¿Lo recuerdas?
Frunce el ceño. —Este mundo es tan diferente a lo recuerdo, Allie.
Sigue cambiando. Es como si estuviéramos en un libro de imágenes y
las páginas se voltearan con el viento.
Cuando miro por encima del hombro para una mirada más
cercana del túnel oscuro, se me corta la respiración: los grafitis se
extienden por lo que parecen kilómetros, palabras como: amor, muerte,
anarquía, paz, e imágenes de corazones rotos, estrellas, y rostros están
pintados en colores fluorescentes.
Es una réplica del drenaje en el que Jeb y yo casi nos ahogamos
hace más de un mes, al que solíamos ir cuando éramos niños. Incluso
suena igual, con el agua goteando por todas partes. Pero hay una gran
diferencia: Las imágenes de estas paredes se mueven.
Los corazones rotos se unen, laten varias veces, luego se rompen
y sangran. Las estrellas se disparan desde un extremo al otro, dejando
destellos a su paso que se incendian y apagan con el aroma de las hojas
chamuscadas. Y las caras nos miran, como si estuvieran enojadas.
Ahogo un gemido.
—¿Ves eso? —le pregunto a papá.
—No es posible.
—Aquí cualquier cosa es posible —corrijo, entonces me pongo de
pie, enfrentando las imágenes ultravioleta. Mis piernas tiemblan, pero
doy un paso al frente—. ¿Te das cuenta de lo que esto significa?
Papá no responde.
Por supuesto que no. Él no puede ver dentro de mi pasado.
—Esto viene de los recuerdos de Jeb —explico—. Nuestros
recuerdos. —La idea de que estoy a punto de verlo hace que cada
músculo en mi cuerpo salte. Avanzo al otro extremo del túnel.
—Allie, tenemos que tener cuidado. —Papá me alcanza, agarrando
mi hombro.
Lo sacudo. —¡Tenemos que encontrarlo! —Pero con cada paso, el
túnel se contrae, y también nosotros. O bien es eso, o es una ilusión,
porque no me siento como si estuviera encogiéndome. He hecho eso lo
suficiente para tener memorizada la sensación.
No. No estamos haciéndonos más pequeños. Las imágenes están
creciendo, alargándose. Se levantan de sus lugares en las paredes y
raspan nuestra piel a medida que pasamos. Las estrellas queman mis
mangas; los corazones llueven sangre húmeda. Las caras me
mordisquean, sus dientes fríos y espinosos como alfileres.
Me estremezco mientras papá y yo nos movemos más rápido.
Un bosquejo hace guardia al final del túnel, es un hada naranja
neón cuyas alas se extienden detrás de ella en colores rosados, azules y
blancos.
Soy yo. El que Jeb pintó en la pared del túnel en nuestro mundo.
Pero esto no es una parte de la pared. Ella nos está enfrentando, una
barricada siniestra…
—Quédate detrás de mí. —Papá saca la daga, agitándola mientras
la enfrenta. Los colores brillantes se reflejan en la hoja reluciente y el
hierro elude sus líneas. Papá avanza sin ningún problema—. Vamos,
Mariposa. Es solo una ilusión. —Extiende una mano.
Lo alcanzo, pero algo sacude su hombro desde las sombras. La
daga cae de sus manos y golpea el suelo con un sonido metálico. —
¡Corre, Allie! —grita mientras es arrastrado de mi vista.
El terror hiela mi columna. —¡Papá!
Mi doble fluorescente retrocede en su lugar, bloqueándome. —
Deberías estar en piezas como los demás —susurra. Su aliento huele a
tristeza, sueños perdidos, y esperanzas abandonadas, como recuerdos
rancios y cubiertos de polvo en un ático olvidado.
Aprieto los dientes contra la repulsión y el miedo. Papá caminó a
través de ella. Eso es una prueba de que no es real.
Me lanzo.
Mi cuerpo encuentra una barrera espinosa, cada línea esbozada
perforando como alambre de púas. Grito y mi agresora me copia.
Arranco sus púas y golpeo el suelo. Mis huesos traquetean incluso con
mis alas amortiguando el impacto.
El dibujo se mueve hacia mí, su cuerpo y cara deformándose
mientras se acerca. Su boca se extiende cavernosamente amplia y
grita—: ¡Destrózala!
Sus dedos espinosos raspan mi cuello. Protejo mi cara, tratando
de usar la magia para reclutar a los otros grafitis a lo largo de las
paredes. O bien, estoy demasiado aterrorizada o se encuentran bajo el
hechizo de alguien más, porque se niegan a obedecer.
Ruedo y agarro la daga que papá dejó caer en el pasaje contiguo.
En el mismo movimiento, azoto la hoja a través de las líneas
fluorescentes del hada, pero no tiene ningún efecto. Ella ataca de
nuevo, junto con los otros grafitis que ahora se apartan de las paredes.
Me rodean: relucientes obras de arte alambradas.
Lanzo la daga y mantengo las manos sobre mi cabeza como lo
hicimos en la escuela durante los simulacros de tornado. El diario en
mi cuello tiembla y se sacude. Echo un vistazo a mi pecho ante la
sensación de calidez. La luz irradia por debajo de mi túnica, como si las
palabras en las páginas fueran infrarrojas.
Los dibujos se estremecen y retroceden, cada uno de ellos
gimiendo, incluso el boceto del hada. Se vuelven a pegar en las paredes
y se acomodan en sus lugares, dejando el túnel contiguo sin vigilancia.
Recojo la daga de papá y me zambullo tras él, utilizando el
resplandor rojo del diario para guiarme. Es la primera vez que he visto
el pequeño libro reaccionar de tal manera, como si la magia interior está
quemando por salir. No estoy segura de qué lo causó, pero lo agradezco.
Me salvó la vida.
Absorbiendo mis alas mojadas y pesadas en mi piel, maniobro por
los estrechos pasillos. El sonido de goteo de agua se desvanece. Mis
botas de plástico salpican en el suelo de piedra. Todos los nervios de mi
cuerpo tiemblan ante lo que los bocetos planeaban hacerme y lo que
podría estar ocurriéndole a mi papá.
Deberías estar en piezas como los demás… ¡Destrózala!
¿Qué quiso decir el boceto de hada con los demás? Me retuerzo en
mi ropa húmeda.
El techo cae gradualmente, como si estuviera creciendo de nuevo.
La sensación es vertiginosa, pero también me da una sensación de
seguridad. Cuanto más grande soy, más fuerte me siento.
Voces masculinas hacen eco a través del pasillo y me atraen a un
pasadizo a mi derecha, donde suaves haces de luz se filtran desde
detrás de una pesada puerta entreabierta. Me escabullo hacia ella, con
la esperanza de que una de las voces pertenezca a papá.
—No tienes idea de lo que has hecho en tu desesperación por
mantenerme bajo tu pulgar. —Es Morfeo—. Ninguna idea de lo que me
hiciste dejar atrás.
—No fue desesperación —contesta Jeb.
Una nube de alivio me inunda ante el sonido de su voz. Me acerco
un centímetro más a la apertura de la puerta.
—Los espíritus de la naturaleza me dijeron que Manti iba tras de
ti —continúa Jeb desde el otro lado—. Que envió algunas aves matonas
a tu camino. Y este es el agradecimiento que recibo. Por salvar tu culo
por milésima vez desde que estamos aquí.
—Demonios, mi culo —habla Morfeo—. Tu culo está en un viaje de
poder arruinado, como siempre. Pero cruzaste una línea. Y una vez que
te diga lo que has hecho, nunca te perdonarás.
Jeb resopla. —Uh-huh. Siéntate aquí para que pueda arreglar tu
oído. Tengo una pintura que terminar.
El trasfondo doméstico de su interacción es tan fascinante que
hago una pausa. Me pregunto cuánto tiempo han estado escondidos
aquí juntos. ¿Durante todo el tiempo que han estado atrapados en este
reino? Echo un vistazo adentro.
Contengo la respiración cuando veo la espalda de Jeb. Está sin
camisa, usando vaqueros rotos descoloridos en una habitación
iluminada con una puesta de sol anaranjada. La luz fluye a través de
un techo de cristal. Es como un invernadero, una copia a carbón del
estudio de arte en el reino humano donde fue atrapado hace un mes.
Ahí está el patrón de nuevo: Aquí todo nace y se construye de recuerdos
de Jeb.
La pintura brilla en las manchas de humedad en sus brazos
tonificados. Aguanto la respiración, deseando un vistazo de su rostro,
pero no se gira. Su pelo es más largo ahora, las ondas oscuras y
despeinadas se encuentran cerca de tocar sus hombros.
Morfeo me engañó. Jeb no ha cambiado. Incluso tiene las mismas
pasiones.
Hay atriles en todas partes. Algunos intactos, otros llenos de
paisajes, algunos de los cuales coinciden con los terrenos cambiantes
que experimentamos en medio del mundo espejo. Mi frente se arruga
mientras trato de darle sentido a todo.
Morfeo se encuentra en una mesa delante de Jeb, sus alas
oscuras están hacia adelante y arrastrándose por el suelo. Sus guantes
desechados se encuentran en su regazo, y lo mete en uno de los
agujeros en la pierna de su pantalón.
Su pequeña compañera hada, Nikki, revolotea alrededor de
ambos chicos como si no supiera dónde posarse.
Jeb levanta un pincel hacia el oído de Morfeo, pisando
accidentalmente la punta de un ala.
Morfeo se estremece y aparta la mano de Jeb. —¡Auch! Tu trato
con los pacientes brilla por su ausencia, pseudo elfo.
Nikki flota en la punta de la nariz de Jeb, agitando un dedo.
Después de espantar suavemente al espíritu de la naturaleza, se inclina
sobre Morfeo y levanta el pincel de nuevo. —Si mantuvieras esas cosas
sobre la mesa, no habría ningún problema. Ahora quédate quieto y deja
de actuar como una niñita.
Un pulso de luz violeta pasa desde las cerdas húmedas hacia la
oreja de Morfeo. Por arte de magia, la herida cicatriza. Sofoco un gemido
de sorpresa.
Todavía de espaldas, Jeb se endereza para valorar su obra.
Morfeo sonríe, un giro de sus labios practicado y mordaz. —Así
que, ¿te recuerdo a alguna chica en particular?
Nikki revolotea entre ellos, con las manos entrelazadas y la
cabeza inclinada en un gesto dramático. Ella bate sus pestañas.
—Tienes razón, Nikki. —Arrastrando un dedo por la pintura en el
pecho de Jeb, Morfeo frota la mancha entre el pulgar y el dedo—. Él
debe estar pensando en su novia. Aunque me atrevería a decir que, si
yo fuera Alyssa, su trato con los pacientes mejoraría enormemente.
Jeb lanza el pincel y agarra a Morfeo por su solapa agujereada,
todos los músculos de su espalda se tensan. Nikki flota, su voz
tintineante regañándolos.
—Ella es mi ex-novia —dice Jeb—. Y no quiero oír su nombre. No
la quiero frecuentando mi subconsciente. —Empuja a Morfeo—.
Recuerdas lo que pasó cuando su rostro apareció en mis pinturas.
Tenemos que olvidarla. Justo como ella nos olvidó.
Ex-novia. Toda la calidez dentro de mí se extingue. Él nunca ha
sonado tan desanimado, ni siquiera después de las peleas con su papá.
Y es porque cree que los he abandonado.
Morfeo limpia sus dedos en uno de los trapos apilados junto a él
en la mesa. La mirada que le da a Jeb es una delicia diabólica. —Es
una lástima que tengas tan poca fe en aquella a la que una vez
afirmaste amar. —Desliza sus dedos en el bolsillo de su chaqueta y
persuade a Chessie para que salga. El peludo habitante del Inframundo
revolotea sus alas, elevándose. Le sonríe a Jeb, sinceramente feliz de
verlo.
Jeb se tambalea dos pasos hacia atrás. —¿De dónde… cómo llegó
hasta aquí?
Morfeo se encoge de hombros. —Deberías preguntar quién lo trajo
aquí. Esa respuesta es mucho más interesante.
Jeb mueve la cabeza mientras el espíritu de la naturaleza toma
las patas de Chessie en sus manos por lo que están bailando en el aire.
—Al nunca lo haría…
—Lo haría —provoca Morfeo—. Ella lo hizo. Y pronto encontrará
un camino hacia nuestro refugio. A menos que tu recuperación
repentina de mí la capture. En cuyo caso, está en peligro, y se
encuentra en tu cabeza.
—No —insiste Jeb—. No le importa lo suficiente para venir.
Quiero entrar y demostrarle que se equivoca. Ha perdido toda la
fe en mí. Y ese hecho es más insoportable e increíble que cualquier cosa
que he enfrentado desde la primera vez que me caí en la madriguera del
conejo.
Mis miembros se adormecen y la daga de papá casi se desliza de
mi mano sudorosa.
¡Papá! ¿Cómo pude olvidarlo?
Un sonido de arrastre hace eco en la oscuridad al final del pasillo.
Conteniendo el aliento, camino de puntillas por el pasillo sinuoso. No
llego muy lejos cuando alguien aprieta mi brazo desde atrás. Una mano
abofetea mi boca y la otra me empuja contra la pared, lo bastante duro
para que mi columna se muela en la piedra.
La figura de mi captor es masculina. Agarra mis muñecas con su
mano libre y las mantiene en mi abdomen. Mis dedos se aprietan
alrededor de la daga de papá, la hoja apuntando hacia el suelo.
Trato de gritar, pero la mano libre de mi atacante sella mis labios.
Es más alto que yo, con la cabeza inclinada como un cachorro curioso,
como si tratara de descubrirme. Hay algo tan familiar en su altura y
forma. Cuando mis ojos se acostumbran a la penumbra, casi me
desplomo.
Es Jeb, desde su labret hasta ese cuerpo que conozco tan bien…
solo que ahora puedo ver su rostro.
En el lado derecho, puntos rojos de piedras preciosas brillan en
una línea curva desde su sien hasta el pómulo, coincidiendo con su
labret rojo. Una mirada más cercana a sus oídos revela puntas afiladas.
Se asemeja a un caballero élfico de la corte Ivory, si no fuera por su
mandíbula sin afeitar. Incluso sus ojos, vacíos y distantes, carecen de
emoción.
Un grito lucha por liberarse mientras los detalles más horribles
salen a la luz. La piel bajo su ojo izquierdo está abierta. Donde debería
haber tejidos y huesos, no hay más que un vacío.
Mi lengua se seca, cubierta bajo su palma.
—Él no es el mismo chico que conociste una vez —advirtió Morfeo.
Esto es lo que quiso decir. Jeb está mutado, por mi culpa.
Ahogo un sollozo.
Un movimiento me llama la atención en el vacío donde se abre su
piel. Un globo ocular se sacude hacia la superficie, venoso y hacia atrás.
Me remuevo, tratando de empujarlo. Es demasiado fuerte y me tiene
atrapada con mis propias manos.
Inclina su rostro más cerca. Un conjunto de dedos curvados
desde el interior de la piel abierta sobre su pómulo, una mano tratando
de extenderse y tocarme. Los dedos son brillantes y de un rojo
profundo, el color de la sangre. El globo ocular separado rueda para
mirar las puntas de los dedos mientras los otros dos ojos de Jeb siguen
estudiándome.
Jadeo por respirar bajo la implacable palma sobre mi boca. El
calor quema mi pecho, tan eléctrico como un relámpago, y el diario bajo
mi túnica brilla una vez más. Me sorprende mi sentido de auto-
conservación por vivir. Separo mis dientes y muerdo sus dedos, lo
bastante fuerte para romper la piel.
Con un grito salvaje, Jeb me libera. Escupo su sangre, débilmente
consciente de que su sabor es a pintura.
Busco a tientas la daga resbaladiza en mis dedos sudorosos y la
cojo a último minuto, cortando accidentalmente sus vaqueros y muslo.
Aúlla, un sonido desgarrador y bestial, mientras la piel se separa en un
corte de quince centímetros.
—¡Lo siento! —grito—. ¡Lo siento por todo!
Ojos separados y manos rojas incorpóreas se derraman desde la
apertura, deslizándose en gotas carmesí con bocas que se rompen como
la Venus atrapamoscas.
Dejo caer la daga. Presionada en la pared, me deslizo hasta el
suelo. Mis gritos se unen con sus gemidos agonizantes. Las enredaderas
viscosas se arrastran a mí alrededor y las pateo. La bilis brota en mi
garganta mientras varios estrechan mi tobillo.
La puerta al final del pasillo se abre. Morfeo sale con Nikki y
Chessie volando por detrás.
Lágrimas saladas corren por mi cara, cubriendo mis labios
mientras murmuro disculpas sin sentido por tantas cosas. Tantas cosas
irreversibles.
Morfeo quita las enredaderas y me levanta, acunándome en su
pecho.
—¡Saquen a esa bestia sangrienta de aquí! —grita por encima del
hombro. Miro a través de mis ojos borrosos para ver a quién le está
hablando.
Es Jeb. Mi Jeb. El que hablaba con Morfeo hace algunos minutos.
Y lo único que estropea su perfecto rostro son las salpicaduras de
pintura.
El otro Jeb, el que me atacó, está acurrucado en el suelo,
gimiendo, un doppelgänger macabro del chico humano al que conozco y
confío.
—¿Por qué eso está vagando sin vigilancia? —sigue regañando
Morfeo—. Te lo dije… nunca deberías haber otorgado tales libertades.
La mirada de Jeb pasa por encima de mí, sus ojos verdes muy
lejos de la mirada impasible de un caballero élfico. Están plagados de
conmoción, amargura, y agonía.
Escalofríos corren desde mi cabeza hasta la punta de mis pies.
Tengo que decirle que he venido a salvarlo. Que todavía lo amo. Que lo
siento por todo. Pero mis cuerdas vocales se endurecen, como si
estuvieran congeladas.
Mi cabeza también se siente congelada. Pesada y amortiguada. Ni
siquiera estoy segura de si sigo despierta. Tal vez todo esto ha sido una
pesadilla. Me aferro a la nuca de Morfeo, enterrando mi cara en su
chaqueta. Nikki y Chessie se entierran en mi pelo. Inhalo el aroma de
Morfeo. Es la única cosa que reconozco, lo único que es seguro.
Me lleva a la habitación bien iluminada y me coloca suavemente
sobre la mesa. No puedo dejar de temblar. Mi garganta duele por
retener los sollozos.
—Cálmate, Alyssa. —Morfeo envuelve un pesado y grueso lienzo
alrededor de mis hombros.
Chessie se mueve de mi hombro a mi regazo, sus grandes ojos
esmeraldas preguntando si estoy bien. Nikki zumba alrededor de mi
cara, acariciando mi sien con su mano diminuta, maternal y amable.
Mi sangre destella entre caliente y fría.
—Te ves pálida —dice Morfeo, apretando más el pedazo de tela a
mí alrededor—. ¿Vas a necesitar una cubeta?
Niego con la cabeza, luchando contra la turbulencia en mis
entrañas. —¿D-d-dónde está Jeb? ¿Qué era esa cosa…? —Una tos
temblorosa sacude mi cuerpo.
—Shh. —Morfeo coloca sus manos a cada lado de mis caderas en
la mesa. Sus alas nos envuelven—. Jebediah está desechándolo. Estará
de vuelta en breve. Respira profundamente y concéntrate en mí. Estás a
salvo.
Tomo una respiración superficial, pero me ahoga.
—Mírame —insiste Morfeo. Me concentro en su tez, el color de las
sombras nevadas bajo el eclipse de sus alas, y él comienza a cantar. No
dentro de mi mente, ya que la cúpula de hierro lo impide, sino que en
voz alta… una simple y dulce canción de cuna, transportada en su
hermosa voz.
—Pequeña flor tan llena de pavor, borra las pesadillas de tu
cabeza. Permíteme enjuagar tus lágrimas, porque en este lugar no tienes
ningún temor.
Solía cantar esas mismas letras cuando se convirtió en un niño y
me llevó al País de las Maravillas en mis sueños. Tiraría una de sus alas
satinadas hacia mí como un manto, y el aroma de regaliz y miel, junto
con su hermosa canción de cuna, me adormecería y relajaría. Mientras
escucho ahora, sus joyas destellan un azul sereno, como la superficie
de un océano.
Con unas cuantas respiraciones profundas, suprimo la tos. —
Gracias —digo.
Morfeo aprieta mis hombros sobre la tela. —La criatura de ahí
afuera no iba a lastimarte. Simplemente se encontraba intrigado. Ha
visto tu cara antes. Todas las creaciones aquí lo han hecho.
Recordando los bocetos alambrados, niego con la cabeza. —No.
Los grafitis actuaron como si fuera contagiosa. Trataron de matarme.
Levanta una ceja y arrastra un dedo por mi cuello. —¿Es así
como conseguiste estos arañazos?
Asiento.
Estudia las rasgaduras en mis mangas y las marcas de
quemaduras por las estrellas fugaces. —Es muy curioso.
—Son monstruos. —Agarro la tela con más fuerza a mí alrededor.
—No todos ellos —corrige Morfeo—. La pequeña Nikki tiene el
mismo creador y ella es muy agradable. —Como para probar su punto,
Nikki se ilumina junto a su mano en mi hombro y me acaricia el pelo.
El mismo creador. La sangre en el dobladillo de mi túnica que dejó
el boceto del corazón roto… parecen manchas de pintura. Al igual que el
doppelgänger de Jeb sabía a pintura.
La enferma conciencia aprieta mi tráquea. El hada fluorescente y
el grafiti, el aspecto similar del elfo desfigurado de Jeb, y los paisajes en
sus atriles, todo me recuerda a cuando descubrí mis poderes por
primera vez… la vez que sin darme cuenta hice que un mosaico cobrara
vida. Animé la pared en mi casa, grillos muertos y bayas de invierno
bailando y goteando dentro de su marco de yeso.
—Oh, no —digo, mi voz aireada—. No es que Nikki sea inmune a
las consecuencias del uso de su magia aquí. Ella está hecha de magia.
Jeb la pintó. También pintó su aspecto similar. Está reviviendo sus
obras de arte. —La explicación suena como ficción a pesar de que mi
interior sabe que es la verdad.
Un destello de orgullo se refleja desde los ojos negros de Morfeo.
—Espléndida deducción. Sí, Jebediah lo ha aprovechado en regalos de
los habitantes del Inframundo. Pero hay más que eso.
Satisfecho de que esté bien, Chessie sube por mi muslo y se mete
bajo las alas abiertas de Morfeo. Nikki lo sigue.
Una vez que ambos se han ido, me giro de vuelta hacia Morfeo. —
¿Qué quieres decir con que hay más?
—Hmm. —Sus dedos encuentran un camino hacia mi cuello de
nuevo, pero esta vez, toma las cuerdas allí y arrastra el diario y la llave
antes de que pueda detenerlo—. Primero, cuéntame sobre este pequeño
tesoro. —El resplandor rojo brilla en su rostro. Trata de abrir el libro,
pero la magia es demasiado poderosa y la llave demasiado grande.
Le doy un tirón a las cuerdas, metiéndolas bajo mi túnica una vez
más.
Morfeo me estudia. —¿Qué escondes en esas diminutas páginas,
Alyssa? ¿Y por qué?
Lo miro sin expresión. —Finalmente tengo un secreto propio. No
es tan divertido del otro lado, ¿verdad?
La lenta quemadura de diversión calienta sus rasgos. Se inclina y
susurra—: Por el contrario, Mi Reina. No puedo imaginar nada más
delicioso que desprender tus defensas, capa por capa, y dejar al
descubierto tu precioso… secreto.
El calor sube a mi pecho y llena mi cuello y mejillas. Es más allá
de inquietante lo rápido que puede cambiar entre amable y torturador.
Mira el rubor en mi piel, obviamente disfruta provocándome. —De
hecho, estoy dispuesto a apostar que descubriré tu secreto antes de que
descubras el mío. Es como siempre he dicho: la lógica de los habitantes
del Inframundo reside entre el sentido y sinsentido. Cuando le das la
espalda a todo lo que alguna vez pensaste que era real, encuentras la
iluminación. —Deja caer sus alas.
El cálido atardecer se vierte a través del techo de cristal.
—Supongo que ya veremos cuánto has aprendido a confiar en tu
lado del País de la Maravillas. —Sostiene la franja roja de mi pelo desde
mi trenza y la mantiene hacia la luz, luego lo mete detrás de mi oreja—.
La intuición de los habitantes del Inframundo puede descifrar la falta de
lógica de todo lo que vas a encontrar mientras estás aquí, lo cual te
ayudará en tu gran búsqueda.
Presiento que esta “gran búsqueda” a la que se refiere es algo más
que la de papá y mi intento de llegar a mamá.
Papá… ¡lo olvidé de nuevo! —¡Mi papá!
—Me alegra ver que estás preocupada —dice Jeb desde la puerta,
y me pregunto cuánto tiempo ha estado de pie allí—. Sin
preocupaciones. Me encontraba con él, y está bien.
Una camisa de satén negra de manga larga cuelga sobre los
anchos hombros y brazos de Jeb, desabotonada y cayendo. Sus ojos
brillan con una luz desconcertante que confirma que hay algo
sobrenatural fluyendo a través de él. Aunque me alivia que no se haya
transformado físicamente, estoy aterrorizada de lo que está sucediendo
dentro de él.
Su labret resplandece de rojo en la sobrecarga de luz mortecina,
recordándome cómo los caballeros élficos pinchaban su piel para
marcar sus caras con joyas hechas de sangre cristalizada. Con su largo
pelo ondulado, Jeb realmente favorece a los que conocí en País de la
Maravillas. Su expresión de piedra —sin dar ninguna emoción— solo
añade a la ilusión.
—¿Me llevarías con él? —le pido, sintiendo como si estuviera
hablándole a un extraño.
—Primero, responde una pregunta para mí —dice Jeb—. Si te
preocupas tanto por él, ¿por qué lo traerías en medio de todo esto?
El tono acusatorio de Jeb me pincha. He estado alejada de él
durante semanas y acabo de ser atacada por sus criaturas, pero en
lugar de consolarme o darme la bienvenida, me está regañando. —Mi
papá es una parte igual de importante en este retorcido cuento de
hadas como el resto de nosotros.
Jeb encuentra la mirada de Morfeo. —Cierto. Ojos de bicho me
contó todo sobre el pasado de Thomas. Pero, ¿por qué lo arrastrarías
hacia ese dolor de nuevo? Él está mejor sin recordar.
—Y-yo tuve que devolverle sus recuerdos —tartamudeo,
sorprendida ante la idea de Jeb y Morfeo compartiendo confidencias—.
¿Crees que tú estarías mejor si no te hubiesen devuelto los tuyos?
Jeb baja la mirada al suelo, una arruga reflexiva entre las cejas.
—Creo que hubiera sido mejor no crear esos recuerdos para empezar.
Me esfuerzo por no llorar. Tan severa como es la confesión,
estaría llorando sangre. —Necesitaba la ayuda de papá para encontrar
un camino en el mundo espejo. Él te quería a ti y a mamá de regreso.
Era hora de que supiera la verdad.
—La verdad. —Jeb se frota las manchas rojas en sus palmas—.
Me sorprende que sepas lo que es eso.
Sollozo antes de darme cuenta.
—No es lo que piensas —dice Jeb sin levantar la vista. Extiende
sus manos, como si fueran lo que me hizo reaccionar—. Es pintura. No
sangre.
Niego con la cabeza. —No me importa lo que está en tus manos.
Por favor, mírame. Te extrañé. Me sentía muy preocupada por ti.
—¿En serio? ¿A cuál de nosotros le hablas? —Su atención se
cruza hacia Morfeo, quien sonríe con complicidad.
Algo aún más inquietante que ver a los chicos del mismo lado es
tenerlos conspirando contra mí. Ese dolor agudo llora dentro de mi
corazón otra vez, como si Roja estuviera ahí, antagonizándolo,
saboreando mi miseria.
Aprieto mis párpados, conteniendo las lágrimas que golpean por
detrás. Cálmate, Alyssa. Eres una reina. Actúa como tal. Cuadro mis
hombros y abro los ojos.
—Encontraré a papá por mi cuenta. —Me encojo de hombros para
sacarme la tela y empiezo a bajarme de la mesa.
Morfeo coloca una palma en mi clavícula. —No estás lista para
correr ninguna maratón, amor. Sigues inestable.
—Tengo que encontrarlo.
—Como dije, él ya fue encontrado —contesta Jeb, su atención en
la mano presionada en mi cuello. Entrecierra los ojos, y con un
movimiento sutil de sus dedos, la sombra de Morfeo se levanta del suelo
y lo aleja de mí.
Gruñendo, Morfeo empuja la oscura silueta hacia un lado, luego
mira a Jeb. —Amateur. Trucos de salón baratos.
Jeb le da una sonrisa viciosa. —Un alumno es tan bueno como su
tutor.
Los miro a ambos, sin palabras.
Jeb se gira hacia mí. —Tu papá solo necesita dormir. Está
cansado.
La espeluznante sombra de Morfeo huele mi pelo enredado como
un perro. Retrocedo mientras él la tira hacia atrás.
—Quiero verlo con mis propios ojos —le digo a Jeb.
Jeb estrecha la mirada. —¿Por qué? ¿No confías en mí? ¿De
verdad crees que lastimaría a Thomas? Él es el único padre verdadero
que he tenido. El único en tu familia que no me ha apuñalado por la
espalda.
Me niego a dejarle ver lo profundo que me está cortando. —No es
en ti en quien no confío. Es esa… cosa que pintaste.
Da un paso hacia el fondo de la habitación, con la cabeza
ladeada. —Le dijiste.
Su mirada de acusación se dirige a Morfeo, pero yo respondo—:
Mi papá fue capturado y arrastrado. Estoy bastante segura de que fue
la misma cosa que me atacó en el pasillo. ¿Te mostró dónde lo llevó?
Tuvo que hacerlo, ¿no? Porque eres su creador.
Las pestañas de Jeb se elevan en mi dirección y en ese momento,
veo a mi mejor amigo otra vez. Sombras cansadas bajo sus ojos revelan
la vulnerabilidad que está tratando de ocultar. Es humano e indefenso.
Todo lo que necesito es ponerme de pie, caminar, y cerrar el espacio
entre nosotros. Pero entonces, aparta la mirada, y soy golpeada con la
realidad de que los pasos de mí hacia él no es nada en comparación con
las paredes que voy a tener que subir para llegar a su corazón.
—¿Cómo sabe tanto? —le pregunta Jeb a Morfeo—. ¿Qué has
estado diciéndole?
Morfeo hace una mueca. —Aleja tu pequeño juguete y
hablaremos.
Jeb ladea su cabeza, y la sombra se hunde en el suelo otra vez,
nada más que una forma oscura a los pies de Morfeo.
Morfeo inclina la cadera contra el borde de la mesa y arrastra una
esquina de la tela sobre Chessie y Nikki, quienes dormitan
profundamente. —Como siempre, subestimas el ingenio de nuestro
Alyssa. Ella lo descubrió por su cuenta después de ser atacada por tu
ejército de grafitis en la entrada del túnel.
Jeb mira en mi dirección. —¿La atacaron? —Por un instante,
podría jurar que hay preocupación en sus ojos. Luego se ha ido—.
Generalmente no son violentos hacia los seres vivos.
Morfeo frunce los labios. —Bueno, ya que la mayoría de tus
creaciones no están equipadas para salir de esta montaña, y dado que
nunca hemos tenido visitantes vivos aquí, no hemos probado
exactamente esa teoría. Además, esta no es cualquier visitante. Alyssa
es el objeto de tu ira.
—Eso no es cierto —murmura Jeb, sin embargo, evita sus ojos.
Morfeo suspira. —Por mucho que desees negarlo, es obvio que tus
creaciones retienen tu ira hacia ella. Se alimentan de esos sentimientos
negativos.
—¿Jeb? —pregunto en un susurro.
Él no responde.
—Quizás es hora de que lo borres todo y empieces de nuevo. —
Morfeo habla en voz baja, con suave amabilidad y sabiduría medida,
aunque es obvio que está incitando a Jeb.
Jeb encuentra su mirada. —Creo que es hora de que tú dejes de
hablar.
—¿Por qué? Alyssa lo averiguará todo muy pronto.
Estoy sintiendo náuseas de nuevo. —Quiero que ambos dejen de
hablar como si no estuviera aquí. ¿Qué te pasó, Jeb? ¿Fue cuando
atravesaste el portal? ¿Mutaste?
Morfeo se ríe. —“Mutado”. La palabra que buscas es evolucionado,
amor. Él se ha deshecho de su estado mortal de mono y se puso el traje
de la inmortalidad de los habitantes del Inframundo. Eso es un avance,
no un retroceso.
Jeb gruñe al lado de uno de sus atriles. —Solo cállate, Morfeo. Yo
decidiré cuánto necesita saber y cuándo decírselo.
—Bueno, esperamos que decidas antes de que ella sea
despedazada, ¿sí?
Trago.
Jeb tira un pedazo de tela en su lugar sobre un cuadro y se
mueve para cubrir otro. —Tu papá está preocupado por ti. —Se dirige
hacia mí sin siquiera una mirada en mi dirección—. Voy a llevarte con
él… para que puedan descansar juntos.
Es Jeb con el que necesito estar a solas, aunque sea por un corto
paseo por un pasillo. —Gracias.
Morfeo levanta a Chessie y al espíritu de la naturaleza y atraviesa
la habitación. Hace una pausa en la puerta, sus alas y espalda
enfrentándonos. —Duerme segura, Alyssa. Cuando despiertes, te
ayudaré a elaborar estrategias para tus planes de batalla. Recuerda que
no he olvidado la promesa que me hiciste. Tampoco tengo la intención
de dejar que la olvides.
Me quedo mirando el pasillo vacío después de que se va.
¿Ayudarme a elaborar estrategias para mis planes de batalla? Él sabe
que voy tras Roja. Su anterior fascinación con el diario… de alguna
manera, ha descubierto que planeo utilizar lo que hay en las páginas
para destruirla. La guerra ni siquiera ha sido ganada y ya está
recogiendo el botín.
—Así que, ¿vas a decirme qué tipo de trato hiciste con la
cucaracha? —Jeb me mira mientras abotona la camisa negra,
cubriendo las cicatrices circulares antes de que pueda contarlas. Estoy
tentada a usar mi magia para impedir su progreso, para exponer su piel
a la luz del atardecer que nos rodea. Mis dedos pican por buscar las
partes imperfectas de él… los lugares dañados y auténticos que
demuestran que es real, que es el chico en el que he confiado y
dependido desde el verano de mi quinto grado. Que el humano que amo
sigue en algún lugar dentro.
Después de mi encuentro con su doppelgänger y las acusaciones
de Morfeo sobre su rabia contenida, necesito un poco de seguridad.
—Al.
Mi nombre en su lengua mueve mis ojos a los suyos. Qué no
daría por oírlo llamarme chica patinadora.
—¿De qué hablaba Morfeo? —insiste.
—Le prometí algo —respondo en voz baja. No quiero admitir que
él ya lo sabe. Que hay más cosas entre yo y Morfeo de lo que jamás
hablé.
—Una promesa, ¿eh? Qué romántico. —Sus palabras cortan como
cuchillos. Se ha convertido en un maestro en empuñar más que un
pincel desde que se encuentra aquí—. Así que por eso te has estrellado
en nuestro pequeño paraíso. Para mantener tu promesa a Morfeo.
Me estremezco. —No. Vine para rescatarlos a ambos. Tienes todo
el derecho a no creerme… a estar enojado conmigo. Sé que esto ha sido
un infierno. Este lugar… te está rompiendo.
—Ya me encontraba roto antes de esto. —Su expresión torturada
entrega el alegato, gracias a ti y entrañas de bicho, mejor de lo que su
voz jamás podría—. Pero he recuperado mi vida. Soy el que tiene la
magia aquí. Tengo la capacidad de hacer el mundo como debería ser.
Como siempre debería haber sido.
Levanta la mano derecha, y rueda el puño de su manga para
mostrar el tatuaje al interior de su muñeca. Las palabras en latín Vivat
Musa ya no son negras. Brillan con la misma magia violeta como su
pincel lo hizo anteriormente, dándole un nuevo significado a su
traducción: Larga vida a la musa.
—Ahora lo entiendo —murmura—. Por qué el poder te sedujo.
Con tan solo un giro de mi mano puedo crear, matar, mutilar, y curar.
—Hay una calidad onírica en sus movimientos y palabras, como si
estuviera en trance. Parpadeando, deja caer el brazo a su costado de
nuevo—. Nadie puede hacerme, ni siquiera alguien que me importe, una
víctima de nuevo. Este lugar no es el infierno. Es el cielo. Y yo… soy un
Dios.
La siniestra declaración cuelga entre nosotros. Mi pecho se
derrumba, como si alguien me dio un puñetazo.
La mirada trémula de Jeb se extiende hasta mi cara, luego da un
paso hacia la puerta.
La luna aparece fuera del techo de cristal, iluminando los
alrededores con una bruma plateada. Susurros estallan bajo las telas
mientras las pinturas comienzan a moverse. Pinchan las pesadas
cubiertas como si trataran de liberarse.
Mordiéndome la lengua para no gritar, salto de la mesa y sigo al
hombre responsable de los monstruos… el hombre que está
peligrosamente cerca de convertirse en uno de ellos.
10
El paraíso de pesadillas
Traducido por Sandry
Corregido por NnancyC

—Jeb, más despacio, por favor.


Unos seis metros delante de mí, hace caso omiso de mi petición a
medida que caminamos pesadamente hacia la habitación de mi padre.
Mis piernas se arrastran como si bloques de cemento se hubieran
secado alrededor de las suelas de mis botas, y es sólo en parte porque
estoy cansada. Aún más, estoy perturbada. Este sinuoso corredor
inclinado se parece demasiado a la casa que tenemos con Jeb, cada giro
adornado con pinturas y mosaicos familiares de nuestras propias
colecciones. Las proyecciones de mórbidas sobresalen de las paredes
como manos sin cuerpo.
Aguanto la respiración al pasar, con la esperanza de que nada me
agarre. No puedo dejar de ver la roja enredadera romperse, dedos y ojos
que se derramaron del monstruoso doble de Jeb.
—Jeb, esa criatura en el pasillo...
—Sí, para futura referencia, no es una criatura. Su nombre es CC.
—¿CC?
—Copia en Carbón. Y no tiene un tatuaje en su brazo. En caso de
que necesites ayuda para diferenciarnos. Ya sabes, si las orejas
puntiagudas y las heridas en el ojo no son suficientes.
La burla es algo tan atípico de Jeb, que ni siquiera sé cómo
responder. —Esas cosas dentro él. ¿Qué eran?
—Vamos. —Da la vuelta en una esquina y me apresuro a
alcanzarlo—. Tú eres una artista. ¿De qué están hechas nuestras obras
maestras?
El agotamiento amenaza con superarme. Lucho contra el impulso
de caer en un montón en el suelo, decidida a mantenerme al ritmo con
él en todos los niveles. —¿Pedazos de nosotros?
Jeb me mira por encima del hombro. Su expresión cambia por un
instante, como si estuviera contento con la respuesta. Entonces vuelve
a la fachada sin emociones, y mira hacia otro lado. —Partes y piezas de
todo lo que alguna vez hemos imaginado o experimentado, bueno o
malo. Así que si una pintura fuera a convertirse real de alguna
manera... en lugar de intestinos, órganos, sangre... ¿Cuál sería su
núcleo?
—Nuestros sueños y pesadillas.
—Exacto —responde.
Me estremezco y veo pasar otra puerta. ¿Es eso lo que nos espera
dentro de esas habitaciones? ¿Pesadillas?
Un espectro de resentimiento y angustia colorea el pasado de Jeb.
Y ha elegido ahondar en esa paleta para construir su mundo ideal.
¿Dónde están todos los recuerdos felices? ¿Las esperanzas? ¿El amor?
Después de lo que se siente como diez minutos, nos detenemos en
una puerta que está hecha de diamantes. Al instante me recuerda al
árbol en las playas de arena negra en el País de las Maravillas. Las
joyas brillan incluso con esta poca luz.
Jeb se para, con la mano en el picaporte de rubí. —No sabía que
hoy estabas allí fuera. No te habría dejado a ti y a tu padre solos...
indefensos.
No estoy segura de creerle. Quiero hacerlo, ¿pero después de la
forma en que sus creaciones me atacaron?
No. Jeb merece el beneficio de la duda. Esta es el primer atisbo
real del chico con el que he crecido, y voy a luchar por él.
—Nada nos podría haber detenido de encontrarte. Te echamos de
menos. Te amamos. —Pongo mi mano sobre la suya en el picaporte—.
Yo te amo.
Se tensa. Mi pecho toca su costado y su cuerpo se acerca a mí
involuntariamente mientras sus costillas se expanden con cada
respiración.
—¿Recuerdas lo que dijiste la última vez que estuvimos juntos? —
le susurro, mi boca en su hombro, ansiando la cercanía y el calor que
irradian de ahí. Quiero ponerme de puntillas y presionar mis labios
donde los rizos de su pelo rozan su nuca, quiero sentirlo temblando
ante mi tacto como solía hacerlo—. Dijiste que no te ibas a dar por
vencido sin luchar. Eso fue una promesa. —Envuelvo los dedos en el
espacio entre los suyos en el picaporte.
Su mano se aprieta. —Nunca lo prometí.
—Lo dijiste. Y tu palabra es tan buena como una promesa. Me
niego a creer que eso haya cambiado.
Se relaja, como si le hubiera hecho entender. Gira la cabeza y su
mandíbula desaliñada me toca la frente. Su aliento susurra en la parte
superior de mi pelo.
El diario Barbie se calienta en mi pecho, iluminándose de nuevo
bajo mi túnica.
—Te equivocas, Al —murmura Jeb contra mí, como si el
resplandor rojo le hubiera hecho entrar en razón—. Todo ha cambiado.
La amargura en su voz me destroza.
—Ábrete —le ordena al picaporte. Con un destello de luz púrpura,
se abre. Jeb me arrastra adentro y cierra la puerta detrás de nosotros.
Desorientada, me doy la vuelta para verlo todo.
No es una habitación con mi padre dormido en un sofá o en la
cama. Hemos entrado en un facsímil de una playa por la noche. Una
brisa cálida y salada corre a través de mi pelo. El sonido de un océano
baña el borde de un banco de arena blanca, y el techo es un cielo
infinito. La luz de la luna brilla en las olas y las estrellas parpadean,
proyectando una luz suave en el jardín de flores a nuestros pies.
—El océano de lágrimas —susurro, abrumada por los
pensamientos de la primera noche que pasamos en el País de las
Maravillas en un bote de remos. A pesar de que nos encontrábamos en
un lugar místico con la muerte y la locura en cada curva, fue la vez que
más segura me sentí, porque me quedé dormida en los brazos de Jeb.
Ahora, siguiéndole a la orilla de la costa en silencio, todo en lo
que puedo pensar es en lo amable que fue entonces, cómo me hizo
rodar en el casco del barco para verme mientras yo dormía, cómo me
acarició el cabello y prometió cuidar de mí.
Él reconstruyó uno de los momentos más románticos que hemos
compartido. Tal vez eso significa que ha estado tratando de perdonarme
todo este tiempo.
A menos que considere que es un mal recuerdo.
—Jeb, ¿por qué estamos...?
—Vas a ir a dormir a la isla —me interrumpe. Una oleada de luz
blanca se propaga. A lo lejos, una meseta alta se cierne en medio del
océano. Un faro en funcionamiento se alza encima de la pendiente
rocosa. Jeb se arrodilla y se esfuerza por sacar una cuerda escondida
en la arena. Jala, estirando la tela brillante de su camisa. Un bote de
remos está a la vista, más cerca con cada tirón—. Vas a estar fuera del
alcance de los otros en el lado opuesto del agua.
Otros. Su explicación críptica me recuerda al amenazante boceto
de hadas: Debes estar en piezas como los otros.
—¿Qué otros, Jeb? ¿Qué más has hecho?
Vacila, su cuerpo rígido.
—¡Mariposa! —El grito ansioso de papá me sobresalta. Su cuerpo
se forma en la penumbra, sentado en el casco.
Jeb tira del barco hasta la orilla.
Papá se inclina hacia adelante y le da la mano. —Gracias por
traerla.
Jeb baja la cabeza en reconocimiento. Da un paso atrás, dándome
espacio para subir.
Papá tiende una mano. La alcanzo, pero solo cuando mis dedos
encuentran su cálida piel callosa, me relajo y paso por encima de la
proa. Él me ayuda a que me siente.
—Papá, pensé que estabas...
—Estoy bien, cariño —responde, abrazándome—. Te lo diré todo
más tarde.
Me vuelvo hacia Jeb. —Vas a quedarte con nosotros esta noche,
¿no es así? Tenemos que planificar cómo llegar todos a casa. Por favor...
—Voy a tomar el caballito de mar para buscar tu bolsa de lona —
dice, evitando mi mirada—. Hay ropa en el faro para esta noche.
Comprobaré que tengas la tuya para que uses mañana. Luego
hablaremos de cómo llevarlos a la puerta del País de las Maravillas.
—¿Llevarnos allí? —Me quedo boquiabierta con incredulidad—.
¡No nos iremos a CualquierOtroSitio sin ti!
Desliza el barco hacia el agua. La arena chirría a lo largo de la
parte inferior mientras zarpamos. —Vas a encontrar comida en los
armarios. Hay una flor amarilla autóctona de este mundo. Morfeo vio a
algunos animales salvajes comiéndolas una vez. Debe tener todos los
nutrientes que necesitamos, porque hemos estado viviendo de ella y de
conejos ocasionales. Hay agua de lluvia para beber. No tardará mucho
en llenarlos. —Habiendo dicho eso, asiente con la cabeza a papá, una
señal para que reme.
—Jebediah, sabes que eres bienvenido a venir. —Papá hace una
pausa, esperando a ver si Jeb cambiará de opinión. Cuando no lo hace,
recoge los remos.
Jeb vigila nuestro progreso mientras olas brillantes dan vueltas
en la proa y los remos se hunden en el agua. El rayo del faro se mueve,
iluminando el destello de sus ojos verdes y su brillante tatuaje.
Entonces se ha ido, de regreso por donde vinimos, dirigiéndose a la
puerta.
Papá deja de remar el tiempo suficiente para tocar mi mano. —
Allie.
La soledad me penetra en todos los lugares que Jeb siempre ha
ocupado. —No puede quedarse aquí. Tiene que volver a casa, papá.
—Es tarde. Todos estamos cansados. Estoy seguro que mañana
va a ver las cosas de manera diferente. Si le damos espacio, va a tomar
la decisión correcta. Tenemos que tener fe en él.
—Me odia.
Papá suspira. —No, cariño. Si eso fuera cierto, entonces ¿por qué
todavía está protegiéndote? Nos está enviando a la isla porque está
preocupado por tu seguridad.
—¿Cómo se supone que estar en una isla aburrida va a
protegernos?
Papá reanuda el remo. —No estoy seguro. Tenía la esperanza de
que te lo hubiera explicado.
Aprieto las manos en los bordes de la embarcación. —No va a
confiar en mí sobre nada. Está incluso más cerca de Morfeo que de mí.
—Mis huesos pesan, y mis emociones se retuercen. Inclino la cabeza
hacia atrás, cerrando los ojos para que el sonido del agua
arremolinándose pueda aliviar mis nervios anudados.
—Bueno, tiene sentido que sean cercanos —dice papá—.
Considerando que Jeb se fusionó con la magia de Morfeo cuando
atravesaron la puerta.
Mis ojos se abren de golpe y me incorporo, aturdida
Es por eso. El comentario cruel de Jeb a Morfeo sobre el alumno y
el profesor, el extraño color púrpura de la magia... cómo han pasado por
alto el odio que sienten el uno por el otro y aprendieron a coexistir. Más
que coexistir. Unirse. Dos chicos que una vez fueron enemigos han
aprendido a confiar entre sí para sobrevivir.
—Allie, ¿estás bien?
—Yo sólo.... Desearía que me lo hubiese dicho.
—Él fue también cerrado conmigo —dice papá—. Cuando me
encontró la primera vez en la habitación vacía donde esa criatura me
dejó. Pero hablamos de mi pasado y de los dilemas de tu madre. Me
disculpé por equivocarme con él la noche del baile. Y me perdonó. Hará
lo mismo contigo. Sé sincera con él. Muy en el fondo, entiende que no
tenías intención de enviarlo aquí.
Es mucho peor que eso. Ni siquiera lo sabes. Si tuviera la energía
para contarle todo a papá, pero estoy demasiado cansada para
intentarlo. La luz pasa a través de la embarcación antes de dejarnos en
la oscuridad de nuevo. No caeré víctima de la fiesta de compasión
carcomiéndome. Voy a ganar la confianza de Jeb de nuevo. Hasta
entonces, tomaré consuelo en el hecho de que puede confiar en papá.
—Por el lado positivo —continúa papá—, parece que Jeb tiene la
parte de los poderes del león desde que es humano y el hierro no le
afecta igual. Lo dosifica a Morfeo a través de sus creaciones. Así es
como Morfeo puede hacer magia sin mutar.
Aprieto los labios. —Espera. ¿La caña leonada era mágica, no
Morfeo? ¿Eso es lo que necesitaba para recargarse?
Papá asiente.
Así que, sin la magia de Morfeo, Jeb sería un blanco fácil, y sin
Jeb, Morfeo sería mágicamente impotente —un destino peor que la
muerte en su mente. Ahora que lo pienso, no estará contento cuando se
entere que fundimos su bastón caminante.
Me inclino sobre el borde para dejar que mi palma acaricie una
corriente. —El bastón se convirtió en un charco de pintura. Jeb lo creó,
y el agua lo disolvió. —Frunzo el ceño—. Es el agua la que nos va a
proteger esta noche. No la isla. Pero ¿por qué el bote sigue intacto? ¿Y el
caballito de mar? También son sus creaciones. ¿Por qué no se están
derritiendo? —Me seco la mano en los pantalones.
—Jeb no pintó el caballito de mar. —Papá arrastra los remos a
través de las olas chapoteando—. Es parte de la naturaleza de aquí. Jeb
y Morfeo la doman. Como el barco. Tal vez tenga algo que ver con la
respuesta que me dio cuando le pregunté sobre esa... cosa. Su imagen.
Por qué está dañada.
—¿Sí?
—Dijo algo acerca de los límites de la realidad de una pintura.
Que todo lo que se origina en el mismo lienzo puede coexistir. La mayor
parte de sus pinturas están contenidas dentro de un entorno que él
crea. Pero las pocas cosas que no —que pinta en lienzos en blanco—
cuando tropiezan con el territorio de otra pintura, lo impredecible
pueden ocurrir.
Separo los hilos de su explicación. Explica cómo Nikki puede
volar fuera del mundo del espejo, y cómo el enano doppelgänger —CC—
podía vagar por los pasillos.
—Así que, si algo está pintado en una escena con agua, no va a
erosionarse. Pero si no lo está...
—Correcto. Y supongo que en el caso de la imagen de Jeb, se
mezcló con algunas pinturas territoriales y su rostro fue rasgado en
pedazos.
Las palabras de papá desencadenan la reacción del grafiti hacia
mí: Deberías estar en pedazos. Morfeo dijo que todas las creaciones
conocen mi imagen, y Jeb había mencionado algo sobre mi cara
apareciéndose en su arte. Lo que significa que me debe haber pintado.
Tal vez el grafiti pensó que yo era una pintura perdida que no
pertenecía a su escena. Y me iban a destrozar por estar allí. O tal vez es
como dijo Morfeo, y estaban buscando venganza por su maestro.
Un estremecimiento inquieto recorre mi columna vertebral.
—Allie. —La voz de papá cambia de tono—. Hay una cosa más
que necesitas saber: Jeb no preguntó acerca de su hermana o su
madre. De hecho, habla de ellas como si estuvieran aquí. Como si
hubiera pasado tiempo con ellas.
Las lágrimas que he estado conteniendo finalmente se liberan,
gotitas gruesas corriendo por mi rostro. —Es mi culpa —murmuro,
golpeando mis mejillas con el dorso de mi mano—. Le hice tanto daño
que él preferiría quedarse aquí y crear una realidad falsa que
enfrentarse a un mundo lleno de malos recuerdos.
—¿Por qué sigues diciendo cosas como esas? ¿Qué no me estás
contando? —Papá deja de remar. Estamos a sólo unos pocos metros de
la isla. Deseo que se siga moviendo. No quiero tener esta conversación.
Me siento bastante mal sin su condena.
—Algo pasó en la noche del baile de fin de curso —admito a
regañadientes—. Antes del baile.
—Déjame adivinar. Tiene que ver con Morfeo.
Me quejo. —¡Fue sólo un beso! ¿Por qué Jeb está tan dolido por
un estúpido beso?
—Espera un minuto. —Papá se balancea hacia atrás en su
asiento, haciendo que el barco se sacuda—. ¿Besaste a ese arrogante...?
Ni siquiera sé cómo procesarlo.
—Yo tampoco. —Estaría aún más furioso si supiera el resto. Que
esa no fue la primera vez. Que Jeb también sabe lo del otro beso que
Morfeo y yo compartimos en el País de las Maravillas. Que le dije a Jeb
que no significó nada, una mentira, y luego me di la vuelta y lo hice de
nuevo... a pesar de que no quería que fuera tan lejos. Morfeo
malinterpretó la situación para su propio fin, como siempre hace.
—Morfeo es un error, Alyssa —continúa papá, como si viera mis
pensamientos—. Es manipulador. No tiene escrúpulos. Y no es
humano.
—Tampoco lo es mamá. Ni yo. O Jeb, para el caso. Ya no. ¿Eso
hace que nos quieras menos?
El faro nos envuelve con luz y mi cara arde bajo el escrutinio de
papá. —Por supuesto que no. ¿Pero amor? ¿Eso es lo que sientes por
Morfeo?
Trago saliva. —No estoy segura. Todo está envuelto en mi lealtad
al País de las Maravillas. Pero hay algo real entre nosotros. Algo
poderoso. —Me hundo más en mi asiento—. Es complicado.
Papá empieza a remar de nuevo. —Bueno, sé lo que sientes por
Jeb. Y es simple y puro. Ustedes dos han sido amigos desde el día en
que se conocieron. Y se convirtió en algo más. Eso es algo tangible,
Mariposa. Y tan raro. El mejor tipo de amor. Él planeaba pedirte que te
cases con él. ¿Lo sabías? Me pidió tu mano.
Mis ojos escocen. Es típico de Jeb hacer algo tan pasado de moda
y hermoso. Al menos, como el Jeb que conocí una vez.
—Se me propuso —por fin consigo decir—. Yo no llegué a
responder.
—¿Cuál iba a ser tu respuesta?
—Sí —digo sin vacilar—. Pero eso fue antes...
Papá mira las estrellas. —Lo sé. Antes de que él y mamá fueran
tomados.
Considero corregirle, pero llevaría a un interrogatorio que no
puedo enfrentar esta noche.
—Tú eres la única que puede conectar con ese chico y ayudarle a
encontrar su camino a casa —insiste papá—. Pero tendrás que dejar el
País de las Maravillas para hacerlo.
—¡No! —Apoyo los codos sobre las rodillas y sostengo mi cabeza
para evitar que explote—. Soy una reina. Tengo responsabilidades que
ni siquiera puedes imaginar. Está mal negar ese lado de mí misma.
Darle la espalda a un mundo que depende de mí. Traté de hacerlo... —
Hago un gesto con la mano a todo lo que nos rodea—. Bueno, puedes
ver lo bien que funcionó. Nunca voy a huir de mis responsabilidades.
Tengo la obligación con los habitantes del Inframundo. Me preocupo por
ellos. Si Jeb y yo vamos a tener alguna clase de futuro, tendrá que
reconciliarse con el hecho de que el País de las Maravillas va a
desempeñar un papel en cada decisión que tome durante el resto de mi
vida. —Pienso en el diario en mi cuello—. En cada elección que haga
aquí.
Papá chapotea los remos más fuertemente, haciendo que el agua
nos salpique. —Tú eras humana primero. También tienes compromisos
allí. Las personas que dependen de ti y te aman. No te ensimismes
tanto en el poder y la política que termines olvidando eso. O vas a hacer
exactamente lo que hace Jeb. Esconderte de tu humanidad.
La huella digital de Roja —esa sensación atroz detrás de mi
esternón— me golpea. Me agarro el regazo con las manos para no
doblarme.
—Eso no es lo que estoy haciendo —digo entre dientes—. Estoy
intentando encontrar un equilibrio.
—¿Cómo es posible? —pregunta Papá—. La locura es la antítesis
del equilibrio. He visto el otro lado adueñándose de ti. Y, francamente,
me da miedo. Estás atraída de la oscuridad, a la anarquía. Atraída a...
Morfeo.
Incluso si papá no lo dice en voz alta, oigo el nombre haciendo eco
en el silencio.
—Se ha introducido en tu vida —continúa Papá.
—Algunos podrían discutir que las elecciones de mamá tuvieron
que ver con eso.
El barco choca en la orilla y nos sacude. La ira irradia de mi
padre, lo que sólo alimenta el sentido de la justicia levantándose
caliente dentro de mí.
—No quise decirlo como sonó. —Trato de aplacarlo—. Sólo estoy
diciendo que Morfeo no planeó usar a nadie. No al principio. Él y mamá
tenían un trato de mutuo beneficio, hasta que ella se retiró.
Papá arroja los remos en la barca con un golpe seco. —No vuelvas
a acusarla de hacer una decisión egoísta. Hizo lo correcto, incluso
cuando era difícil. Dejar atrás un mundo que le prometió poder e
inmortalidad, todo debido a que no podía soportar el robo de niños
humanos por los sueños de ellos.
—Todo porque no podía soportar dejarte a ti como uno de los
robados. —Lamento las palabras al instante. Sé que fue mucho más
que eso.
Papá sacude la cabeza. —Voy a olvidar esta conversación, Allie.
Estás cansada y obviamente no piensas antes de hablar. —Sale de la
barca, caminando en el agua para empujarla.
Está equivocado. Estoy pensando, demostrado por cómo no le dije
la más inconcebible verdad de todas: Que puedo realmente poner fin a
las infancias robadas. Que al tener un futuro con Morfeo y compartir
un hijo, podría arreglar todo entre nuestros mundos.
No podía decírselo, incluso si quisiera. No puedo permitirme
perder mis poderes por incumplir un juramento de silencio por una vida
con magia. Para derrotar a Roja, encontrar a Mamá y organizar el País
de las Maravillas de nuevo, necesito mi magia intacta.
Papá asegura el barco en la costa al enrollar la cuerda en un
poste. Salgo antes de que pueda ofrecerme ayuda para bajar.
No me gusta que haya desacuerdos entre nosotros. Odio sentirme
tan lejos de Jeb mientras frecuenta las habitaciones en este escondite
de montaña, enfrentando sus pesadillas y su dolor solo. Odio cómo
revolvió mis emociones cuando se trata de Morfeo: herida porque él está
sin poder, enfadada porque sostiene un juramento por encima de mi
cabeza y aun así fascinada por él, constantemente.
Por encima de todo, odio que mamá y mis súbditos habitantes del
Inframundo estén atrapados en un País de las Maravillas desmoronado,
preguntándose si alguna vez llegaré a salvarlos.
Algo me insta a ese pensamiento... algo tranquilo pero
esperanzado. Vi lo fuerte que era la magia de mamá la noche del baile;
me di cuenta de lo mucho que ya sabe acerca del funcionamiento
interno del País de las Maravillas. Una vez fue casi una reina. Puede
sobrevivir en ese mundo.
Me guardo los pensamientos para mí misma porque se sienten
como corazonadas y no tengo ninguna prueba. Pero todavía me
conforta.
Guiados por la luz de las estrellas, papá y yo subimos una
escalera de caracol empinada hecha de piedras que conduce al faro. En
el interior, lámparas tipo faroles flotan a lo largo del techo y nos siguen
a medida que avanzamos, echando un suave resplandor ámbar. Las
paredes son de piedra, los cuadrados del suelo de arena negra y blanca
—versiones en miniatura de las dunas que Jeb y yo navegamos en el
País de las Maravillas hace más de un año. Me quito las botas de
plástico y hundo los cansados dedos de mis pies en la arena fresca. En
la parte superior de la torre, hay un dormitorio con una cama de dosel y
un ojo de buey abierto con vistas al océano, dejando entrar la luz de la
luna, el sonido de las olas y el aire salado.
Papá insiste en que debo dormir allí y opta por el sofá de la planta
baja. De vuelta a la cocina, comemos las flores secas. Son fibrosas,
como carne seca, pero de un profundo color dorado. El sabor es dulce y
ceroso, con reminiscencias de los panales de abeja del reino humano.
Lavamos la comida con el agua de lluvia sorbida de tazas hechas de
conchas de langostas. Papá y yo estamos tan agotados, que ninguna
otra palabra pasa entre nosotros.
Me zambullo en el baño para darme una ducha y lavar mi larga
ropa interior y así poder extenderla en mi habitación para dejar que se
sequen durante la noche. Hay todo lo que podría necesitar: un inodoro,
una navaja de afeitar, un cepillo de dientes y jabón de aroma cítrico. En
algún nivel, Jeb sigue viviendo una vida humana, sin embargo, intenta
negarla.
Mientras me dirijo hacia las escaleras, me detengo donde papá
está extendiendo una colcha en el sofá. Incluso aunque estamos en
desacuerdo, nos abrazamos antes de separarnos para dormir.
En la torre, abro un armario contra la pared de la habitación y
encuentro una camisa de franela a cuadros. Arrojo la ropa que el tío
Bernie me proporcionó y pienso en los guardias de la puerta del País de
las Maravillas, con la esperanza de que estén bien después de estar allí
tanto tiempo sin suministros. También me preocupa el mensaje que
supuestamente íbamos a enviar a través de la paloma de metal. Es
dudoso que, incluso si el caballito de mar de Jeb encuentra nuestra
bolsa de lona, el pájaro mecánico funcione después de estar sumergido.
Ni siquiera sé si la función del faro va a servir, para que el tío Bernie
pueda encontrar el camino hacia nosotros.
Me encojo de hombros en la camisa de franela, rodando los puños
para hacer que las mangas encajen. El dobladillo cuelga hasta mis
muslos. Un par de pantalones de chándal con un cordón en la cintura
se encuentran cuidadosamente doblados en la parte inferior del
armario. Los pongo a un lado para mañana.
Estoy a punto de meterme en la cama, cuando una brillante luz
verde se posa en el ojo de buey abierto.
Nikki hace una reverencia delicadamente. —Del Maestro Morfeo.
—La fina voz del hada es llevada por la brisa. Me ofrece una caja blanca
envuelta con una cinta de color rojo brillante. Es cerca de tres veces su
tamaño. Ella es más fuerte de lo que parece, para llevarla todo este
camino.
En el instante que agarro el regalo, revolotea en el cielo nocturno
sin una palabra más. A diferencia de Gossamer, no habla mucho.
Dentro de la caja hay dos exquisitas piezas de ropa interior: un
sujetador y un culotte a juego hechos de algodón blanco debajo de una
capa superior de encaje de oro reluciente. El encaje metálico parece
vagamente familiar.
Un rubor calienta mi cara mientras me imagino las manos
elegantes de Morfeo doblando las prendas, y colocándolas dentro. Hay
una nota en papel negro, sin duda, escrita por la propia pluma que
arrancó antes al águila pescadora.
La tinta se parece a las hojas de plata, con un brillo trémulo en la
luz de las estrellas:

Queridísima Alyssa:
Estoy enviando disculpas por no darte hoy la bienvenida
apropiadamente. Quería levantarte encima mío y balancearte en círculos
hasta que los dos estuviéramos mareados y riendo. Quería besar tus
labios y compartir tu aliento. Y quería vestirte con ropas propias de una
reina. Esta noche, me conformaré con los humildes comienzos hasta el
vestuario real. Me imagino que lo que llevas debajo de tus prendas es tan
indigno de ti como la mismísima ropa. Pero sé que un día te daré
armarios llenos de encajes, satén y terciopelo cuando reines el País de
las Maravillas. Todo lo que necesitas hacer es preguntar.
Tu lacayo leal,
Morfeo.

Sus sentimientos me envuelven, sensuales y sedosos. Cuelgo la


ropa interior de encaje por la cornisa del ojo de buey y trazo la
superposición de oro, intentando situar donde la he visto antes.
Entonces lo comprendo: El disfraz de Morfeo en la noche del baile, tenía
una camisa blanca algodonosa y un jubón superpuesto de encaje en oro
con cierres de corchetes, al igual que en la parte posterior del sujetador.
Mi lencería está hecha a partir de las capas de su ropa. Tuvo que
coserlas a mano ya que no posee ningún poder, lo que le habrá llevado
tiempo. Eso significa que ya los tenía hechos para mí, esperando.
Cartas de amor escritas a mano, regalos hechos a mano. En
ausencia de su magia, me está confundiendo más que nunca. La fuerte
sacudida en mi corazón resucita. Se está volviendo cada vez más
familiar y aguda, como si hubiera una costura en el medio y se está
estirando más allá de sus límites.
Froto mi esternón para aliviar la sensación, y luego arrastro los
brazos fuera de la camisa de Jeb y me pongo la ropa interior.
Mi rubor quema más caliente al encontrar que cada elemento
encaja a la perfección... que Morfeo conoce mi cuerpo sin tener que
pasar los dedos sobre él; aún más, sabe que he estado anhelando cosas
bonitas desde que dejé el manicomio. Me conoce.
Abrochándome la camisa de Jeb a través de mi torso, me subo a
la cama y dejo que las cortinas del dosel caigan, agradeciendo que sean
lo suficientemente gruesas como para eclipsar el rayo del faro. En la
oscuridad, bajo las mantas, me abrazo a mí misma con fuerza, rodeada
por el olor de Jeb y la ropa interior artesanal de Morfeo.
Sueño que soy una muñeca de papel, una creación de pintura y
que la imaginación cobra vida gracias a la mano de Jeb. Me parto a mí
misma en dos, por fin aliviando el dolor desgarrando mi corazón. Una
mitad de mí juega saltando encima de los sombrerillos de los hongos, se
envuelve dentro de las alas negras de Morfeo y baila con él en el cielo al
lado de una luna llena... La otra mitad, patina en el Submundo, monta
una motocicleta con Jeb, y se roba besos iluminados por las estrellas
con él debajo de nuestro árbol de sauce. Y a pesar de las similitudes y
los contrastes —o tal vez a causa de ellos— es lo más en paz que he
estado en siglos. Tanto Jeb como Morfeo son felices, y el País de las
Maravillas y el reino de los humanos están prosperando.
Me despierto sobresaltada, deseando ser realmente esa muñeca
de papel, y así poder partirme por la mitad y dar a cada uno su final
feliz, al igual que en mi hermoso sueño.
11
Máscaras
Traducido por MaJo Villa
Corregido por Miry GPE

Voces desde la cocina me despiertan por segunda vez. Me pongo


los pantalones de chándal de Jeb y mis botas de plástico, y me dirijo
hacia abajo. Jeb y papá han estado allí por un rato, a juzgar por las
tazas vacías y los platos manchados con migas de flor de panal.
Me encuentro confundida por el distorsionado sentido del tiempo
aquí. Desde que Jeb pintó el océano como una escena nocturna, sigue
estando oscuro, pero debe ser de mañana porque papá luce
descansado.
Jeb, sin embargo, no.
Los círculos bajo sus ojos están más definidos, exagerados por el
brillo resplandeciente dentro de sus irises. Tiene unos pantalones
agujereados y una camiseta blanca manchada con pintura roja. Basta
una mirada hacia las manchas a juego en sus manos, y sé que ha
creado algo nuevo. Me pregunto qué podrá ser.
Mientras bajo el último escalón, Jeb se pone de pie y hace a un
lado un mechón de cabello que ha caído sobre su frente. La acción
bordea entre lo tímido y lo cohibido, pero no pasa mucho tiempo para
que su fachada impasible vuelva a su lugar. —Ahora que despertaste,
vamos a conseguirles a ambos algo de ropa. —Me ofrece una manzana y
una botella de agua de nuestra bolsa de lona de suministros. Parece
que su patrulla de caballito de mar fue un éxito.
—Desayuno —dice, esperando a que agarre la comida.
Me detengo. —¿Cómo llegaste aquí? Nosotros tenemos el bote.
—Caminé a través del océano —contesta, sin perder el ritmo.
Su declaración de anoche, que él es Dios, me golpeó con mucha
fuerza. —¿Lo hiciste?
La inclinación coqueta de su boca es tan inesperada y preciosa
como un eclipse. —En realidad, pinté más de un bote.
—Oh cierto. —Sonriendo, tomo la fruta y el agua que sostiene.
Nuestros dedos se tocan. Un músculo en su mandíbula se mueve, luego
se gira hacia papá y hace gestos para que lo sigamos.
Obedezco, masticando la manzana, esperanzada. Ayer pensé que
Jeb estaba perdido para mí. Pero si todavía tiene su sentido del humor,
puedo llegar a través de la barrera de la ira.
Una vez que cruzamos el océano, nos dirige de nuevo al estudio
del invernadero. Sobre nuestras cabezas, polillas blancas y negras
cubren la mayor parte del techo de vidrio. Se amontonan y se deslizan a
través de las otras, formando una manta viva, que parece como un cielo
de medianoche manchado con estrellas. El resultado envuelve la
habitación en las sombras. Una estela de luz diurna se filtra por el
único panel de cristal que queda al descubierto, creando la ilusión
desorientadora de la noche y del día, todo al mismo tiempo.
Una paleta de varios colores espera en lo alto de la mesa. El olor
familiar de la pintura me reconforta. Ni siquiera le pregunto de dónde
ha sacado los ingredientes para hacerla. A pesar de que huele normal,
sus orígenes probablemente son mágicos.
Esta mañana el estudio parece más grande por la ausencia de las
obras maestras de paisajes y de los caballetes de Jeb. El único lienzo
que queda es una sábana a lo largo de una pared, cubriendo desde el
techo hasta el piso. Hay un espejo de pie a un lado de la habitación, y
las pinturas japonesas oscurecen dos de las esquinas. Las grullas rojas
en relieve encima de los paneles, se mueven como si tuvieran vida. Una
polilla cae desde su lugar en el techo, aterriza en la pintura más
alejada, y es engullida por uno de los pájaros pintados con un crujido
suave.
Papá asimila todo con un perturbado ceño fruncido.
En cuanto a mí, me encuentro hipnotizada. Anoche me sentía
recelosa de la obra de Jeb, pero hoy, un cosquilleo se esparce en el
interior de mi sangre, el resurgimiento de mi locura. Las creaciones
aberrantes de Jeb, sus locuras y sus funciones macabras, parecen
alimentar mi lado más bajo.
—Primero —dice Jeb, hablándole a papá mientras alinea sus
pinceles y sus lapiceros a lo largo de la mesa—, tenemos que dibujar tu
sombra.
Le pide a papá que se quite su camisa y sus zapatos, y que baje
sus pantalones hasta sus rodillas. Luego lo posiciona delante del lienzo
y enciende una lámpara. La luz brillante imprime la forma de papá en la
sábana.
—No te muevas —dice Jeb mientras dibuja la imagen. He echado
de menos mirarlo cuando trabaja. Presenciar el poder elaborándose
bajo su piel al tiempo que da vida a sus creaciones… eso añade una
dimensión que nunca podríamos compartir en el reino humano.
Como dijo anoche, ahora entiende el encanto de la magia, la
pasión y la libertad que va junto con darle a nuestras obras maestras,
la capacidad de interactuar con el mundo. La oscuridad en mí se
hincha de fascinación mientras el humano en mi interior me lanza una
advertencia, pequeña pero potente… demandando ser escuchada.
Parte de aceptar el poder, es reconocer cuán embriagador puede
ser. Jeb se está convirtiendo en un adicto, justo como papá. Yo misma
me he encontrado embriagada por la magia y por la locura. La única
forma de encontrar la sobriedad, es balancearlo con las mejores partes
de ser un humano. Pero no será fácil recordarle a alguien las virtudes
de la humanidad cuando han sido aplastados tantas veces como Jeb.
—Una vez que termine el contorno —dice, dibujando la mitad
inferior de papá—, voy a llenarlo con pintura. Después, necesitarás
apoyarte en la pintura antes de que seque. Tiene que estar unida a tu
piel para ser capaz de seguirte a cualquier lugar. Permanecerá intacta
siempre y cuando no toque el agua. Puesto que manipulo el clima y los
paisajes, esto no será un problema.
Levanto una ceja. —Así que básicamente actúas el papel de
Wendy.
Jeb se detiene y me mira. —¿Wendy?
—Wendy, de Peter Pan. Estás cosiendo la sombra de mi papá en
un lugar. —Peter Pan era su cuento de hadas favorito cuando era niño.
Su mamá se lo leía todas las noches.
Ahí está el atisbo de una sonrisa, tímida e infantil, en su rostro, la
que solía darme cuando lo agarraba con la guardia baja. Entonces su
sonrisa se ha ido y de nuevo se concentra en su trabajo.
Su desapego es como un baño de agua fría. Papá guiña un ojo
sutilmente en mi dirección, animándome a saborear la victoria, por
pequeña que fuera.
Jeb termina su trabajo en el lienzo y comienza a añadirle alas. —
A diferencia de Al —las curvas y las líneas florecen sin problemas con
un movimiento grácil de su mano—, no tenemos el equipo incorporado.
La manera más segura para viajar aquí, es volar, así que necesitarás
alas para nuestro viaje hacia la puerta del País de las Maravillas.
—¿Hoy vamos a ir a la puerta? —Tengo sentimientos encontrados
sobre las noticias. Sé que si me voy sin enfrentarme a Roja, regresará a
acosar al País de las Maravillas y a los que amo de nuevo. Ha
demostrado que no se irá hasta que yo haga que se vaya. Pero también
quiero ir con mamá tan pronto como podamos, y es imposible no estar
entusiasmada cuando Jeb ha decidido que vendrá—. ¿Entonces te irás
con nosotros?
Papá me mira con arrepentimiento en sus ojos.
—Lo malentendiste —responde Jeb, perforando agujeros en mis
esperanzas optimistas, no solo con su respuesta cortante, sino con el
tono desalentador de su voz. Regresa hacia la mesa y mezcla pintura
hasta que tiene un pigmento negro con matices violáceos—. Solo tu
papá y yo vamos a ir hoy. Su decisión.
Papá me ofrece un ceño de disculpa. —Planeamos llevarles los
suplementos a los guardias y tantear las cosas —explica—. Te quedarás
aquí. Para así poder asegurarnos de que todo esté bien antes de que tú
y yo tratemos de irnos juntos.
Tú y yo. La habitación se hace más sombría.
Aprieto mis manos en puños. —De ninguna forma me quedaré
aquí sentada mientras ustedes dos enfrentan todas las rarezas allí
afuera. Voy a ir.
Quiero añadir una cosa más: que si Jeb piensa por un segundo
que voy a dejar que se quede atrás cuando salgamos del País de las
Maravillas, está equivocado. Usaré mi magia para obligarlo a venir a
casa si tengo que hacerlo.
El pensamiento de su ejército pintado pasa a través de mí. No
tenía ningún poder sobre él. Ahora Jeb es mi igual, en todos los
sentidos. Sería una batalla difícil de ganar.
—Allie por favor —presiona papá.
—¿Qué? —suelto—. ¿Todavía no crees que pueda defenderme?
¿Incluso después de todo lo que has visto?
—No es eso en lo absoluto. Es tu sed de sangre lo que me
preocupa. Ninguno de nosotros sabe en dónde se encuentra Roja. Pero
es un hecho que ella sabe que te encuentras aquí ahora después de
nuestro encuentro con esos pájaros. No quiero que corras hacia ella.
¿Recuerdas nuestro trato? Entramos, llegamos a la puerta, salimos.
No puedo dejar de notar que omitió la parte de llevarnos a Jeb. La
frustración quema mis ojos. No hay nada que pueda hacer sobre Jeb
hasta que tenga un poco de tiempo con él. Pero tal vez puedo usar su
ausencia de hoy y la de mi papá a mi favor. Después de que se vayan,
saldré por mi cuenta e iré en busca de Roja. Tengo la sensación de que
el diario me llevará directamente hacia ella.
Miro hacia las polillas en el techo para mantener una fachada
enojada. Si Jeb averigua mi plan, podría pintar una jaula dorada a mí
alrededor y estaría atrapada. —Entonces ¿qué se supone que voy hacer
todo el día mientras están fuera? ¿Jugar con los insectos?
Jeb se agacha para llenar la parte inferior con pintura. Sus labios
se fruncen en una mueca cruel. —Ese es tu pasatiempo favorito,
¿cierto? Y tendrás al príncipe de las polillas como compañía.
Mantengo mi expresión indescifrable. Morfeo quedándose atrás en
verdad es algo bueno. Puede acompañarme a encontrar a Roja. Tiene
bastante experiencia alrededor de este mundo y entiende a sus
ocupantes mejor que yo. El único inconveniente es mi voto hacia él,
cómo determinar que está para recolectar, y cómo una parte de mí
empieza a desear esas veinticuatro horas a su lado en el País de las
Maravillas.
—Entonces… ¿no se llevarán a Morfeo? —me las arreglo para
sonar indiferente.
—Estaría perdido sin su grifón. —Es imposible pasar por alto la
presunción en la voz de Jeb—. No puede volar sin él, y necesita su
localizador para traerlo de regreso hacia aquí si él anda cerca.
—Así que ésa es su brújula.
—Correcto. Todas mis pinturas tienen la habilidad de encontrar
su camino de regreso a esta montaña, hacia mí, sin importar lo lejos
que paseen.
—Pero Morfeo puede usar su sombra. —Trato de razonar con él.
—Se la quité. Necesita algunas reparaciones —dice Jeb, una
respuesta para todo.
Incapaz de esconder mi molestia, dejo escapar—: Bueno, eso
parece un movimiento bastante estúpido. Hay seguridad en los
números, ya sabes. —Me muerdo la lengua así no sabrán que soy yo la
que necesita una red de seguridad.
—Nos lleváremos las reservas. —Jeb hace un gesto hacia una de
las pinturas japonesas en la esquina. La grulla bate sus alas y picotea
hacia el panel en el que está atrapada.
—¿Qué, las grullas?
Preocupado y en silencio, Jeb guía a papá para que se apoye en la
pintura, entonces los sella a ambos con un destello de magia de su
pincel.
Papá se aleja unos pasos y la pintura se despega del lienzo, una
estela inactiva y fluida por el suelo, luciendo como una sombra
ordinaria con la adición de alas.
Deambulo por la pintura japonesa a la que Jeb señalo, curiosa.
—Al, espera —advierte Jeb, dejando caer su pincel en algo de
agua y apresurándose en mi dirección. Antes de que pueda alcanzarme,
me asomo detrás de la pintura. Un pedazo de tela cuelga en su lugar en
la parte superior de algo con forma de un perchero. Retiro la cubierta.
CC chilla y se despega, casi derribándome ante su prisa por
escapar.
Grito.
—¡Oye! —Papá se dirige hacia la criatura.
Jeb la atrapa antes de que pueda salir por la puerta. —Está bien.
Le he prohibido que los toque de nuevo, a cualquiera de los dos. —
Acaricia el hombro de su doble—. Enséñales CC —le insta, su voz
tierna, como si le hablara a un niño o a una mascota.
La criatura gira y me armo de valor para ver las fisuras macabras
en su rostro. En cambio, un parche rojo en forma de corazón cubre su
ojo junto con los agujeros que vi ayer. Hay una hendidura en el medio
para que CC vea el exterior. El otro ojo perfecto y la mejilla están
descubiertos, y las marcas élficas brillan a la luz del día. Ahora es más
fácil comprender la coloración de porcelana de la criatura, un poco más
clara que la tez oliva de Jeb. Con el corazón sobre su ojo, CC se asemeja
a un arlequín de una pantomima. Lo único que le falta es un traje de
rombos en vez de pantalones vaqueros y una camiseta.
Al considerar las manchas rojas en la ropa y en las manos de Jeb,
este es el proyecto en el que trabajaba antes de venir a la isla.
—¿Le hiciste una máscara a CC esta mañana? —pregunté.
—Lo hice por ti. Anoche. No quería que esta apariencia grotesca te
asustara de nuevo.
La amabilidad de su gesto me conmueve. No es extraño que los
círculos debajo de los ojos de Jeb lucieran mucho más oscuros hoy. Me
pregunto si durmió siquiera.
Envía a la criatura al exterior y evita mirarme. —Persuadiré a tu
sombra para que salga cuando sea el momento de volar —le dice a
papá.
Papá asiente y mira a la forma oscura moverse con él a lo largo
del piso.
—Lo siguiente son las ropas —dice Jeb, enjuagando su brocha—.
Serán removibles una vez que estén secas, y podrás usarlas varias
veces. Pero la pintura tiene que tocar tu piel tanto como sea posible
para hacer que te queden.
Papá se detiene. —¿Tanto como sea posible?
—Usarás un taparrabos. Así es como hago la ropa de los chicos
cucaracha.
Imaginar a Jeb y a Morfeo en una posición tan íntima, es sensual
y cómica a la vez. Tan vano como lo es Morfeo, deben haber tenido un
montón de disputas sobre las opciones de moda.
—¿Qué hay sobre Allie? —pregunta papá, un paternal tono
defensivo se eleva en su voz.
Jeb se concentra en la pintura que está mezclando. —A menos
que quiera usar mi ropa, no tenemos otra opción.
Me encojo de hombros, acentuando el tamaño de su camisa. —
Estas están a punto de caérseme. No funcionarán para viajar.
—No va a usar solamente un taparrabos mientras pintas sobre
ella —insiste papá.
—Por supuesto que no. —Jeb lanza dos rollos de vendas plásticas
en mi dirección—. Las encontré en tu bolsa de lona. Se adherirán a la
pintura para formar parte del atuendo. Cubre tu ropa interior. Deja al
descubierto tus brazos, tu estómago y tus piernas. No será peor que
usar un bikini. Y hay un clip para que puedas sostener arriba tu
cabello.
Su brusquedad me hiere. Hace cuatro semanas, no me habría
sugerido que usara algo como eso sin la anticipación en sus ojos. De
hecho, antes de que todo lo del País de las Maravillas irrumpiera en el
baile de graduación, hablábamos sobre dar el siguiente paso físico en
nuestra relación. El paso más grande. Es insoportable saber que he
perdido el poder de trasladarlo a un nivel humano.
Me deslizo detrás de la pantalla más cercana y me quito la ropa,
luego sujeto mi cabello.
Papá sale primero de su pantalla. Mientras Jeb trabaja en sus
ropas, me tomo mi tiempo, así no tengo que ver a mi papá en un
taparrabos. De todas las cosas horribles que he presenciado, esa se
ubicaría en la parte superior.
Envuelvo las vendas alrededor de la ropa interior de Morfeo y
confecciono un bikini del cual cualquier momia estaría orgullosa.
Después de asegurarme de que mi papá y Jeb terminaron, salgo,
usando la camisa de franela como un manto.
Papá me da una rápida mirada y parece satisfecho de que me
encuentre cubierta como es debido.
Mi mandíbula cae. Está envuelto en plumas, tiene cuatro alas, y
me recuerda a los albatros que nos encontramos ayer. —¿Qué es eso?
—Nos mezclaremos mejor si lucimos como la mafia de
linchamiento de Manti —explica Jeb, limpiando sus pinceles—. Hacen
vigilancia por todo el cielo. Tengo un traje de gorila para mí. Es el
camuflaje perfecto.
La palabra camuflaje me recuerda el simulacro. —¿El mejor
camuflaje no sería ser invisible? —Me arrodillo junto a la bolsa de lona
abierta en el piso.
—Jeb y yo buscamos los trajes —responde papá—. No se
encuentran ahí dentro.
Frunzo el ceño y reviso a través de los otros artículos. La paloma
mensajera metálica aparece, pero cuando presiono el botón en su
garganta, su pico ya no brilla. Regreso a mi búsqueda del simulacro.
—Esto no tiene sentido —me digo a mí misma después de
rendirme—. Todo lo demás se encuentra aquí.
Jeb se encoge de hombros. —Tal vez la seda encantada no es a
prueba de agua.
Papá se dirige hacia la puerta. —Creo que regresaré y limpiaré la
cocina en el faro. Necesito practicar moverme con plumas.
O se siente incómodo viéndome medio vestida como me sucedía
con él, o me da tiempo a solas con Jeb. De cualquier forma, estoy
agradecida.
—Gracias papá.
Asiente y cierra la puerta. Solo se ha ido por dos minutos cuando
ésta se vuelve a abrir y Morfeo irrumpe, enfrentando a Jeb en la mesa,
sin saber que me encuentro en la esquina opuesta.
Hoy tiene ropa nueva: una chaqueta satinada de plata sobre una
camiseta blanca y unos pantalones negros elegantes. Sin un sombrero
para contenerlos, sus ondas brillantes coinciden perfectamente con la
corbata azul de seda colgando alrededor de su cuello. A pesar de su
cambio de guardarropa, sus alas se inclinan, una segura señal de que
es miserable.
—Sabes que estás siendo totalmente irrazonable —le gruñe a Jeb.
Cuando Jeb no contesta, Morfeo azota su palma junto a los pinceles,
causando que éstos salten—. Simplemente pido otro palo para
caminar… —Su voz se apaga al tiempo que Jeb mira hacia mí. Morfeo
se da vuelta.
Un rubor se apodera de mi rostro. Junto las solapas de la camisa
para esconder el diario en miniatura en mi cuello, y muevo mis pies
para cubrir el tatuaje en mi tobillo izquierdo antes de que pueda
burlarse de eso. Entonces, al recordar que me hallo desnuda de los
muslos para abajo, de nuevo me coloco tras la pantalla y me asomo.
Morfeo frunce el ceño. —Alyssa, ¿qué es eso debajo de tu manto?
—Se da vuelta hacia Jeb—. Ella es nuestra Reina. ¿Y la vistes con
vendajes?
Jeb ni siquiera alza la mirada de sus preparaciones. —Lo que use
debajo de sus ropas no es algo que te concierna.
—Bah. —Morfeo agarra un pincel—. Debería estar envuelta en luz
estelar y nubes, en encajes y en suavidad. Nada menos debería tocar su
piel. —Señala con las cerdas hacia Jeb—. Vi lo que le colocaste a
Thomas. No vas a pintarla con uno de esos trajes de albatros. Es de la
realeza. Vístela como a una reina. Dale un poco de brillo… algo
ostentoso. Y una corona.
—Morfeo regresa a tu habitación —Jeb toma el pincel—. Los
adultos tienen trabajo que hacer.
Morfeo inclina su cabeza para encontrar mi mirada desde detrás
del marco. —Oh, tímida florecita. Debiste ver las atrocidades que trató
de colocarme esos primeros días. No me dejaba decir nada hasta que
caminaba desnudo por los alrededores por algunas horas. Si decides
emplear esa estrategia, estaré detrás de ti en un cien por ciento. O en
frente de ti. La dama elige. —Guiña un ojo.
Una chispa inesperada de diversión me atraviesa. Espero que sus
bromas sugerentes envíen a Jeb a un ataque de celos. En vez de eso,
Jeb organiza calmadamente su pintura.
—Jeb no estaría aquí para verlo incluso si lo hiciera —me quejo
con Morfeo. Un silencioso: Y no lo notaría de todas formas hace eco en
mi cabeza—. Los trajes de pájaro son para la expedición de mi papá y
de él. No estoy invitada y tampoco lo estás tú. Nos hallamos bajo arresto
domiciliario.
Morfeo asimila mi expresión adusta y se da la vuelta de nuevo
hacia Jeb. —Mi palabra. ¿La dejas a mi cuidado? Cuán maduro y
confianza de tu parte, pseudo elfo. —Agarra el hombro de Jeb—. Si
querías conseguir un comienzo temprano, puedes olvidarte de las ropas
nuevas. No las usará una vez que te hayas ido de todas formas.
Considéralo como mi contribución hacia la causa.
Jeb golpea a Morfeo contra la pared tan rápido que casi pierdo el
movimiento.
Provocadas por la actividad, las polillas a lo largo del techo
descienden como fragmentos de ceniza caída. Se aferran a la pared al
lado de las alas de Morfeo, delineándolo. El brillante sol amarillo entra a
través de los paneles de cristal abandonados.
Jeb y Morfeo se miran el uno al otro a los ojos. Luz púrpura pulsa
entre sus cuerpos.
—Alyssa lo que tienes que preguntarte —me aborda Morfeo, pero
se mantiene enfocado en Jeb—, es de quién está más celoso él. —Pasa
sus dedos por el cabello ondulado de Jeb—. De mí o de ti.
Jeb ni siquiera parpadea. —Supongo que jamás lo sabrás. —
Estudia la expresión inmutable de Morfeo y sus músculos empiezan a
relajarse—. Y buen intento. Pero no hubo suerte. Los dos se quedarán
atrás.
Libera a Morfeo, quien me lanza una mirada triste. —Lo siento
cariño. Ahora que tiene la perspicacia, no es tan fácil de manipular. He
decidido encontrarlo encantador. Sin embargo, no te preocupes. Tú y
yo, pensaremos en alguna forma de mantenernos ocupados. —Mueve
sus alas hacia arriba y las polillas revolotean a su alrededor en
pequeños tornados.
Con un movimiento de su mano, Jeb atrae más a los insectos.
Revolotean delante de él, formando una forma humana como si
reflejaran su imagen.
—Escolten a Mothra de regreso a su habitación —les encarga—. Y
manténgalo ocupado mientras no estoy.
Morfeo sonríe y da unos pasos hacia el umbral al tiempo que la
polilla guardiana sin rostro se mueve en su dirección.
La puerta se cierra por sí misma.
Salgo de detrás de la pantalla y le frunzo el ceño a Jeb. —¿Por
qué hiciste eso?
—Porque deberíamos empezar, y si la dejamos abierta, solo
tendremos más distracciones. —Metiendo su dedo dentro del agujero en
la paleta, me señala el lugar en dónde papá estuvo de pie para su
equipamiento.
No me moví. —Sabes que no me refiero a la puerta. No puedo
soportar la forma en la que lo tratas. Haciendo alarde del hecho de que
él es menos poderoso… que tu sostienes toda la magia.
—Oh cierto. Porque él nunca me hizo eso a mí.
Miro hacia abajo, a mis pies descalzos. Apretando el mango del
pincel entre sus dedos, Jeb encapsula mi codo y me posiciona encima
de un pedazo de tela.
Levanta mi barbilla con un dedo, luego toma el pincel de su boca.
—Mira hacia adelante.
Mi cuerpo permanece inmóvil, pero mi opinión salta por la
oportunidad de ser escuchada. —Sabes, espero esa clase de crueldad de
parte de Morfeo. Su sentido de lo correcto y de lo incorrecto está
torcido. —Estudio el rostro de Jeb—. Pero el tuyo no lo está.
¿Intimidarlo? Pensé que esos días terminaron con los Boy Scouts en
séptimo año. Ahora eres un hombre. Y no eres ese tipo de hombre. No
como tu… —me detengo en seco y muerdo mi lengua, lo
suficientemente fuerte para que salga sangre.
La expresión de Jeb se endurece. —¿Mi padre? Tienes toda la
maldita razón, no soy como él. Soy más fuerte de lo que fue alguna vez.
—Su voz es baja y controlada—. Estoy más allá de lo que pensó que
podría ser. Más allá de lo que dijo que yo era capaz. Sabes cómo se
sentía con respecto a mi arte. Me pregunto qué diría si pudiera verme
ahora.
Sostiene mi mirada lo suficiente para registrar mi confirmación no
hablada. Entonces, sin tocarme, aparta las solapas de la camisa. Mi piel
reacciona ante la proximidad de su mano, recordándome lo que se
siente el ser acariciada por ellas. La camisa se desliza de mis hombros,
la libero de mis muñecas, y la lanzo hacia el suelo detrás de mí, dejando
al descubierto mis pechos vendados, mi cintura y mi estómago desnudo
a la luz. Estoy expuesta, en todos los niveles.
Jeb inhala una bocanada de aire. Nos quedamos de pie ahí,
parpadeando el uno hacia el otro por el brillo. El olor de la pintura y el
jabón cítrico permanece en su piel. Manchas húmedas relucen en
parches sobre sus brazos y su cuello, colocando en relieve sus
músculos tensos.
En un impulso, llevo mi dedo a través de una raya azul junto a su
clavícula.
Hace una mueca y se aleja. Dejo caer mi mano, derrotada.
Con la decisión en su paleta, Jeb agita el pincel en una tintura de
color negro. La extiende a través de mi brazo izquierdo, desde mi
hombro hasta la parte superior de mi bíceps. Las líneas definidas
forman una manga corta. Las cerdas me hacen cosquillas y la pintura
es fría, pero es la capacidad de Jeb para desconectarse de sus
emociones lo que me pone la piel de gallina. Ya ni siquiera lo conozco.
Da un paso hacia atrás y vuelve a cargar el pincel, entonces se
mueve hacia el brazo derecho. Con aire ausente, desliza su lengua por
el interior de su labio inferior, moviendo su piercing. —¿Recuerdas
cuando conseguí esto?
La pregunta inesperada me desequilibra. Permanezco quieta a
pesar del calor floreciendo debajo de mi piel. —Dos horas después del
funeral de tu papá —respondo con voz ronca.
—Y sabes por cuanto tiempo quise hacerlo antes de eso, pero
cada vez que lo sacaba a colación… —Voltea sobre su antebrazo.
El tatuaje se ilumina, aunque son las quemaduras del cigarrillo
las que captan mi atención. —Sí.
—Bueno, fue algo más que demostrar que su reinado de terror
terminó. —La voz de Jeb es distante, como si estuviera leyendo las
hojas de la vida de alguien más—. Era un recordatorio. Que yo tenía el
control de mis elecciones, de mi cuerpo y de mi vida. Que tenía algo que
decir en lo que les había pasado a mi hermana y a mi mamá. —Hizo
círculos alrededor de mi espalda, dejando mi pecho y estómago sin
pintar. Después de que terminara la parte posterior de mis mangas, las
cerdas trazan una línea por debajo de mi espina dorsal y se detienen a
pocos centímetros de mi cintura, haciendo una raya de un lado de mis
costillas hacia el otro.
Suprimo cualquier reacción a las sensaciones de cosquillas.
—Es gracioso —continúa Jeb—, cómo pensé que algo tan
insignificante podría colocar un agujero en lo que ese bastardo borracho
me hizo. —Se ríe. No la risa conmovedora que solía tener. Era una
profunda, quebradiza y sin alegría—. Ahora… ahora puedo pintarme un
piercing en cualquier parte de mi cuerpo, o un tatuaje y ellos se harán
realidad. Vivos. Poderosos. —Extiende el líquido fresco a lo largo de mi
espalda, creando una camiseta recortada—. Cualquier cosa que haga
peleará por mí. Mi piercing podría ser tan mortal como una espada de
un samurái. Todo lo que tengo que hacer es pintar y comandarlas. Si
hubiéramos tenido eso en nuestro mundo, podría haberlo detenido de
herir a mi mamá y a Jen. Podría haber hecho que sus vidas mejoraran.
Eso lo puedo hacer aquí. —Hace una pausa—. Las tengo, sabes. Esas
escenas reproduciéndose como debieron ser. Cada vez, mi viejo es
molido a golpes. Y Jen y mamá están intactas y felices.
Me estremezco, aterrorizada de lo desprendido de la realidad en
que se ha vuelto. —Jeb, esas no son tu hermana ni tu mamá. Solo son
pinturas. Sabes eso, ¿cierto?
Su pincel reanuda su camino por mi espalda, pero no dice nada.
—Tienes que dejar ir la culpa —digo—. Solo eras un niño. Si dejas
que te infeste, matará todo lo bueno en ti. No eres como él. Incluso
cuando te hacía daño, no fuiste violento. Eso es lo que te hace una
persona mejor. No el poder de herirlo en respuesta, sino el poder de
levantarte y ayudar a tu hermana y a tu madre para que tengan una
buena vida a pesar de eso. Encontraste una manera de hacer eso
pacíficamente, a través de tu arte.
—Ahora he encontrado incluso una mejor manera. —El peligro
bordeando su voz hace que el vello de mi cuello se erice.
Las lágrimas queman mis ojos. Algunas resbalan libres y corren
por mi cara. Cuelgan de mi mandíbula antes de gotear hacia abajo
cayendo en mi pecho.
Jeb termina la espalda de mi camiseta, dejando rendijas en mis
omoplatos para las alas, y se mueve en frente de mí. Estudia mi rostro.
—Tendrás que dejar de llorar. Correrás la pintura.
—Jeb por favor.
—Las lágrimas no valen la pena —me asegura, aunque un
temblor sacude su voz cuando se da cuenta de la humedad en mi
pecho. Dibuja una línea horizontal de pintura a lo largo de la parte
inferior de mi caja torácica y por encima de mi ombligo para formar el
dobladillo frontal de mi camiseta. —Estás entendiendo todo esto mal.
Ser capaz de crear tus propias escenas y paisajes. Eso significa que
llegas a reinar sobre ellos. Demonios, yo mismo he volado con mi
sombra. Puedo volar contigo. Juntos podríamos gobernar el mundo y
construir nuestros propios finales felices. Tengo más de lo que Morfeo
tiene para ofrecerte. —Saca su barbilla ante su pensamiento—. Tenía —
se corrige con una enorme sonrisa.
Mis pulmones duelen, como si me hubieran sacado el aire a
golpes. —No quiero esas cosas de ti. Amo tus faltas e imperfecciones. Tu
corazón bondadoso. Las cicatrices que coinciden con las mías, y las
luchas para encontrarnos a nosotros mismos. Quiero tu humanidad.
Nada más.
Frunce el ceño. Daría cualquier cosa por presenciar que sus
labios se abrieran en una sonrisa genuina. La que tiene esos hoyuelos
que amo. Mi garganta duele, ahogada con emociones que tengo miedo
de desatar.
—Te habría seguido a cualquier lugar —murmura, su voz cruda
con agonía—. Todo lo que siempre quise fue pasar el por siempre junto
a mi mejor amiga. Con la chica que le dio vida a mis pinturas. Pero no
soy quien inspiraba tus mosaicos, ¿cierto? Siempre fue el País de las
Maravillas. Es por eso que lo elegiste.
—¿Lo elegí? Fue un beso, eso es todo…
—No es el beso. Algunas veces las palabras son más fuertes que
las acciones.
—¿Palabras…? ¿Qué palabras?
—La promesa que le hiciste que no podrías darme a mí.
Gruño para no llorar de nuevo. —Lo que dices no tiene sentido.
Por favor, dime a lo que te refieres. —Tal vez Morfeo le contó sobre mi
voto. Si estuvo provocando a Jeb todo el tiempo sobre nuestro día
juntos, eso explicaría algo de esta animosidad. Pero no toda.
—Dejemos de hablar. Necesito concentrarme. —Jeb llena la mitad
inferior de mi camiseta. Coloca capas de pinturas a lo largo de mi piel
debajo de la línea del busto, evitando el lugar en donde mis collares
cuelgan. Debería quitármelos… sacarlos de su camino, pero no puedo
moverme porque el pincel sigue la curva de mi seno derecho,
recubriéndolo, por lo que no se ve el vendaje.
El aliento de Jeb se atrapa al mismo tiempo que el mío. Conozco
su lenguaje corporal, la forma en que los músculos de su mandíbula se
contraen cuando lucha por mantener el control.
El pincel se convierte en una extensión de su mano. No importa
que las cerdas y un mango se interpongan entre los dos. Incluso a
través de los vendajes, puedo sentir nuestra conexión. No hay calor,
calidez o presión. Es un vínculo más profundo, nacido de la amistad y
la confianza difícil de lograr: una convocatoria debajo de mi piel, como
si mi espíritu lo llamara.
Tomo porciones pequeñas de aire con cada movimiento de su
pincel… con miedo de respirar demasiado fuerte, con miedo de
moverme. Con miedo de turbar la atmósfera de cualquier forma,
romperé el hechizo en el que está inmerso. Tal vez puedo traerlo de
regreso, ayudándolo a recordar las partes buenas de su vida humana.
Tal vez, si puedo llegar a él para que llegue a mí y me sostenga,
recordará todo lo que significábamos el uno para el otro.
Su mano empieza a temblar al momento en que termina de pintar
mi pecho izquierdo.
—Jeb. —Me aventuro a susurrar una súplica—. Todas estas
semanas estuve en el manicomio, me rendí ante mi locura, enfrenté
esos miedos. Pero jamás te olvidé a ti. O a nosotros. Por favor,
demuéstrame que también lo recuerdas.
Su mirada se intensifica en la mía. Mi cuerpo duele con anhelo
familiar, con esa mirada del pasado.
La paleta y el pincel caen con un ruido a mis pies, al tiempo que
agarra mi rostro, con cuidado de no correr la pintura en mi pecho. Su
pulgar traza los senderos que mis lágrimas hicieron en mi mejilla y
luego presiona el hoyuelo en mi barbilla. Su aliento cubre mi rostro,
caliente y endulzado por la flor de panal que comió antes.
Recorro con mi palma su pecho y más abajo, buscando sus
cicatrices a través de la fina tela de su camiseta. Buscando al Jeb con el
que he crecido. Mi roca sólida a pesar de su propio quebrantamiento.
Gime. Sus dedos se enroscan en mi cabello, agrupándose en la
base de mi cuello. Me agarro de su camiseta, coloco mi rostro para
besar el piercing en el borde de su labio inferior.
Con un sonido de sorpresa, rompe mi agarre y se aleja. Luz roja
se refleja en su rostro. Miramos hacia abajo simultáneamente, a mi
cuello. Las páginas del diario brillan.
—¿Qué es esa cosa? —Su voz se encuentra llena de emociones. La
luz roja parpadea en sus ojos como llamas de velas. Su expresión
cambia de curiosa a hipnotizada. Usa su dedo meñique para levantar
las dos cadenas rozando mi clavícula, consiguiendo no tocar la
profundidad en medio de mis pechos
—¿Son páginas verdaderas? —pregunta.
Empujo los latidos en mi garganta tragando saliva. —No es nada.
—Deslizo el pequeño libro junto con la llave sobre mi cabeza y los oculto
en mi puño.
No te escapes de nuevo… Por favor, quédate conmigo… Sostenme,
sostenme, sostenme.
Mi mantra silencioso se rompe cuando atrapa y voltea mi muñeca
para que suelte los collares en su palma en espera. Al momento en que
hacen contacto, maldice y los lanza al otro lado de la habitación. Sus
ojos se abren en estado de shock, al extender sus dedos.
El diario dejó una huella, una ardiente marca roja, en el centro de
su mano.
12
Habitaciones
Traducido por Marie.Ang
Corregido por Jasiel Odair

Jeb separa su palma mientras trato de evaluar la gravedad de su


herida. Su estado de humor cambia a acusatorio en un abrir y cerrar de
ojos. —¿Qué tienes dentro de ese libro? ¿Por qué me quemó?
—No lo sé —murmuro, más para mí que para alguien más.
El diario me ha protegido al menos dos veces mientras he estado
dentro de esta montaña. ¿También piensa que Jeb es un peligro para
mí?
¿Lo es?
—Son solo palabras —agrego—. Palabras mágicas. Nada que ver
contigo. —No puedo ser más específica, o descubrirá que planeo buscar
a Roja cuando él y papá se hayan ido.
Jeb entrecierra los ojos, como si no lo creyera. Estoy
desconcertada, preguntándome una vez más de dónde ha venido toda
esta animosidad y desconfianza.
Papá escoge ese instante para dar un paso atrás en la habitación.
Se da cuenta de mi estado medio pintado y rápidamente aparta la
mirada. —¿Todo está bien con ustedes dos?
—Mejor que nunca —dice Jeb.
Papá recoge la lona y la lleva a la mesa para examinar
cuidadosamente los suministros dándonos la espalda, una maniobra
obvia para darnos privacidad.
No es que la necesitemos. Jeb hace adiciones —un panel de
encaje que fluye desde el dobladillo de mi camiseta para cubrir mi
ombligo y espalda baja, y guantes sin dedos que combinan— tan lejos
de las peticiones, que me siento como si fuera una muñeca de una sola
dimensión después de todo, y él dobla la ropa de papel a mi alrededor.
Cuando ha terminado, me lleva al espejo de manera que puedo
observar mientras él pega ligeramente cada pieza pintada con la punta
del pincel, ahora iluminado con violeta brujo.
El pigmento dorado en mis piernas se transforma en brillantes
medias que terminan en mis tobillos. Se doblan y estiran como el
spandex. Las dos solapas de rojo, marfil, y verde a cuadros que iba
desde mi cintura hasta la mitad del muslo forman una unión frontal y
trasera en una minifalda, y el negro recorta la camiseta suelta para un
ajuste cómodo. El cráneo marfil y las vides doradas en frente se inflan
como si estuviera bordado con hilo metálico.
Toma mi cabello, luego sacude el pincel a través de mis ondas
rubio platinadas. Extiendo la mano para tocar una tiara parecida a una
diadema de rosas blancas y rubíes relucientes que combinan con mi
mecha carmesí.
Por primera vez en un mes, me siento como yo de nuevo. Parte
habitante del Inframundo y parte humana, y con un toque majestuoso.
El reflejo de Jeb aparece detrás de mí, su barbilla sobre mi
cabeza. Dejar caer los collares del diario y la llave en su lugar, con
cuidado de tocar solo los hilos. —No puedo enfatizar esto lo suficiente
—dice—. No te mojes la ropa.
Me doy la vuelta para agradecerle por darme tan hermosas cosas,
pero ya está cruzando la habitación, discutiendo la misión de la puerta
del País de las Maravillas con papá.
De regreso a mi atuendo, compruebo bajo mi ropa. Las vendas se
unen con el traje pintado, dejando intactos los regalos de encaje de
Morfeo. Me pongo mis botas de Barbie sobre las medias. Decidimos que
era mejor que tuviera zapatos impermeables. Tan pronto como salgo,
papá y Jeb me escoltan hasta el faro.
Papá me da un abrazo y estrictas instrucciones de no moverme
hasta que regresen. Juntos, regresan al bote. Alardeo sola, riendo de
cómo han olvidado que puedo volar, cuando Jeb se detiene a mitad de
camino por las escaleras de piedra, dice algo a mi papá, y regresa a
dónde me encuentro.
Agarra el marco de la puerta sobre mi cabeza, inclinándose sobre
mí, sus fuertes rasgos iluminados por la luna. —Sé que planeas irte —
dice.
Sofoco una negación, furiosa de que pueda anticipar cada
movimiento mío cuando ni siquiera puedo quitar una capa de sus
pensamientos.
—Solo hay dos caminos para salir de este refugio —continúa—.
Una, el camino por el que viniste. Le he ordenado al grafiti que no te
lastime, pero tampoco te deje entrar a ese túnel. No tienes suficiente
agua de lluvia aquí para borrarlos todos. Y si intentas tomar agua de
este océano, se evaporará tan pronto como la saques de ahí. El otro
camino es el pasaje de la montaña, y soy el único que lo controla.
La habitante del Inframundo en mí está impresionada por su
nuevo papel como maestro de la manipulación. Pero el lado humano, el
que sabe que este no es el Jeb real, tiene miedo de en lo que se ha
convertido.
—Aprovecha este tiempo —insiste—. Descansa y preserva tu
fuerza para el País de las Maravillas. Para ti o tu papá no va a ser un
día de campo. —El viejo Jeb parpadea en la visión cuando luce
dubitativo, y me pregunto si él considera lo que significará para
nosotros si permanece en CualquierOtroSitio. Eso será un adiós para
siempre.
Deja caer su mano quemada y mira de reojo la cicatriz fresca. —
Nunca me dijiste lo que había en ese libro.
Acuno el diario entre mis dedos. —Te dije que eran palabras.
Resopla. —Bueno, parece como si las palabras siempre se
interpondrán entre nosotros, ¿eh? —Con eso se va—. A veces las
palabras son más fuertes que las acciones —hace eco en el roce de las
suelas de sus botas en las escaleras de piedra.
¿Qué pude haber dicho la última vez que estuvimos juntos que
fue tan traicionero que rasgó en dos su fe en nosotros?
Apretando los dientes, cierro de golpe la puerta. A pesar de lo que
Morfeo me haría creer, hay algo que no es ira, celos, y arrepentimiento
devorando al Jeb que conozco. Quizás la magia del Inframundo es
demasiada para que cualquier mortal la emplee sin volverse loco.
Me siento en la cama de la torre. Preocupada por la excursión de
Jeb y papá, y desorientada por la perpetua oscuridad, dejo las cortinas
del dosel abiertas y me recuesto de lado para mirar el cielo estrellado a
través de la claraboya. Inhalo el aire salado, y planeo mi escape: Una
vez que Jeb y papá tengan tiempo para salir, buscaré a Morfeo en las
habitaciones subterráneas. Él está obligado a conocer otra salida de la
montaña. Usaremos el diario para dirigirnos a Roja. Aunque no estoy
segura de cómo encontraremos nuestro camino de regreso después.
Mis párpados se hacen pesados y me quedo dormida…
En algún lugar en mis sueños, veo destellos de mamá. Su cabello
está largo ahora, mucho más allá de sus hombros y brilla con un suave
tinte rosado. Se ve saludable, radiante con magia. Se encuentra con
Grenadine en el castillo Rojo, remplazando las cintas susurrantes de mi
reina sustituta en la ausencia de Bill el Lagarto. Cada día, mamá le
recuerda amablemente a Grenadine las cosas que necesita recordar. Por
eso, ella es respetada y venerada por los sujetos de la corte.
Pero hay una oscuridad invadiendo que no respeta a nadie… un
temor oscuro que se arrastra por las paredes del castillo y se filtra en
las grietas.
Antes de que pueda sobrepasar el palacio, Ivory y sus caballeros
llegan. Ivory sopla una niebla plateada que congela todo lo que toca,
incluyendo a los guardias de la Baraja. Entonces, lleva a mamá y a
Grenadine a algún lugar seguro. Un lugar de luz y brillante esperanza.
El sueño termina, dejando en su lugar un misterio. Todo lo que sé
es que mamá ha encontrado santuario.
Sin estar segura de cuanto dormí, me apresuro a salir de la cama
y corro a través de la puerta. En el momento que el aire nocturno me
golpea, libero mis alas. Medio volando y medio saltando, bajo corriendo
los escalones hacia la orilla. Salto en el último minuto. Mis botas
remueven el agua, y luego estoy en el aire.
Me acuerdo de cómo mamá voló junto a mí en la noche del baile.
Morfeo una vez me contó que ella y yo teníamos un vínculo inusual.
Que era capaz de usar los sueños de ella como un conducto hacia los
míos. Quizás ella encontró alguna manera para revertir ese poder y
comunicarse conmigo. Quizás por tenerme aquí en CualquierOtroSitio,
tan cerca del País de las Maravillas, ella es capaz de romperlo… porque
el sueño que tuve se siente como una premonición.
Mi cuerpo se aligera y me elevo aún más como si los
pensamientos suyos me estuvieran elevando. Las olas se contraen, más
y más abajo. Las cabrillas se ven como espuma sobre un cappuccino, el
agua tan oscura como el café con solo la luz de las estrellas para verlo.
Una vez dentro de los pasillos de la montaña, absorbo mis alas y
me dirijo hacia el estudio de Jeb, la única puerta que está entreabierta.
El sol brilla, así que tal vez no dormí mucho tiempo. Le echo un vistazo
a la mesa y los pinceles. El que él usó en mi ropa todavía destella con
violeta mágica.
Tomo el pincel y sigo la dirección en la que Morfeo giró cuando
fue escoltado por las polillas. Cinco puertas se alinean en el pasillo
torcido. Agito cada pomo al pasar, sin sorprenderme en encontrarlos
cerradas.
La primera puerta está fabricada por completo de mármol. La
siguiente que tiene una fachada de madera está estropeada con
quemadura de cigarrillos. Otra está hecha a mano de corteza nudosa
con un drapeado de hojas de sauce. Pétalos de rosa de terciopelo rojo
conforman la penúltima. Acaricio las suaves flores e inhalo su delicada
fragancia, pensativa.
—¡Morfeo! —grito. Al no oír nada, decido abrirlas todas,
encontrarlo por proceso de eliminación. No hay cerraduras. Ahora que
lo pienso, cada vez que Jeb abre la puerta de diamantes, simplemente
ordena al pomo rubí que se abra.
—Abre —digo a la puerta de mármoles, pero nada sucede.
Levanto el pincel brillante y toco el pomo con las cerdas. Aun nada.
Entonces, noto que el collar del diario está brillando. No solo eso, se
extiende hacia el pomo de la puerta, tensando la cuerda alrededor de mi
cuello, como si estuviera magnetizado.
Arrugando la frente, me inclino de modo que puede tocar el
mango metálico. Hay una chispa y un clic. Dejando el pincel a un lado,
abro la puerta y entro a una réplica exacta de la entrada en la casa de
Jenara y Jeb.
—¿Al? —me saluda Jenara.
Jadeo. Sus ojos están sin brillo ni emociones, como el doble élfico
de Jeb. Su cabello rosa está levantado y lleva unos leggins a la moda
con cuadros blancos y negros con una túnica de color plata metálica.
—¿Qué te trae aquí? —Actúa como si fuera lo más natural verme.
Las emociones se albergan en mi garganta. Quiero lanzarme a sus
brazos. Pero esta no es Jen. No es más que un reflejo hueco de mi mejor
amiga.
—¡Mamá! —llama Jen—. ¡Al está aquí! Haznos unas galletas o
algo igual que Martha Stewart. —Enlazando nuestros brazos, Jen me
conduce hacia la sala de estar ensombrecida.
Mi piel hormiguea. Ella suena como Jenara. Actúa como Jenara.
Pero, en mi experiencia con alguna de las creaciones de Jeb, ella no es
de fiar.
—Hola, Alyssa. —La voz de un hombre se origina desde la esquina
más oscura de la habitación, detrás de una plataforma de madera
diseñada con ruedas y poleas—. ¿Jeb está contigo?
—Um… —respondo, reconociendo la voz vagamente.
Jenara enciende una lámpara de pie, iluminando el artilugio de
madera y la trampa de ratones del Jabberlocky pintada en frente.
—No —murmuro con incredulidad. Es el mismo dispositivo que
estaba en el fondo del agujero del conejo cuando Jeb y yo caímos dentro
la primera vez. El que abrió la puerta al jardín de flores y la locura.
El que empezó todo…
El papá de Jeb se encuentra de pie detrás del laberinto de
madera, jugando con una de las poleas. Su perfil se ve joven y amable,
nada como el hombre amargo y envejecido que era antes de que
muriera.
Las náuseas me golpean. Jeb lo trajo de vuelta a la vida en esta
versión más amable, para revivir sus momentos de familia ideal. Es
dulce, triste y preocupante.
—Bueno, tiene que estar en camino —dice el señor Holt, y me
enfrenta por completo. Sofoco un gemido. Sus ojos brillan de un color
naranja, titilando como el extremo encendido de un cigarrillo. Cuando
parpadea, cenizas caen, bajando por su rostro y dejando rayas grises—.
Este es su juego favorito, después de todo. —Deja caer unas canicas en
una de las rampas—. Y me debe una revancha.
—Sólo no esperes que te deje ganar esta vez, papá. —Jenara
suelta una risita. Él le hace una mueca, causando que brazas se
desmoronen de su mejilla.
Me estremezco. —Eh, me tengo que ir. —Retrocedo con Jen y su
papá siguiéndome.
—Pero, acabas de llegar aquí —dice Jen, su voz más amenazante
que amistosa ahora.
Choco levemente con algo suave y blando, y me giro sobre mis
talones.
—¿Galletas? —La regordeta mamá de Jeb me sonríe y ofrece un
plato lleno de golosinas. Virutas de chocolate, hojas de afeitar
ensangrentadas y vidrio roto parece ser el sabor del día.
—No pertenezco aquí —susurro, incapaz de apartar la mirada de
los aperitivos mortales.
—No, no lo haces —dice la señora Holt—. Porque estamos aquí
para hacerlo feliz. Y tú lo pusiste triste. Pero, vamos a arreglar eso.
Come una galleta.
Mis tripas se retuercen. Avanzo hacia el centro de la habitación
mientras me rodean, la solicitud convirtiéndose en un siseo—: Siiiii,
insiiitimos. Sssolo una galleta…
El diario en mi cuello libera una ardiente luz roja. La falsa familia
de Jeb se aleja de un salto y grita. Aterrizan en el suelo, un lio enredado
de miembros. Mi pulso martillea, salgo de la habitación y los dejo
encerrados. Agradecida de que Jeb los pintó en su propio entorno, de
manera que no pueden cruzar el umbral.
Presiono mi espalda contra la puerta. Su frialdad cristalina se
filtra por las rendijas de mi camisa. Los mármoles deben representar las
rampas hechas de mármol con su padre, uno de los recuerdos más
felices de Jeb. Si eso era una escena agradable, estoy aterrada de
encontrar lo que está detrás de la puerta con quemaduras de cigarrillo
en la siguiente curva.
No estoy segura si se trata de determinación a encontrar a Morfeo
o el deseo de mi lado oscuro de profundizar más en la mente de Jeb,
pero sigo adelante.
Usando el diario para accionar el pestillo, me asomo. Un gimnasio
con pesas, una bicicleta estática, y una cinta de correr se encuentran
bajo tenues luces fluorescentes parpadeantes. No hay ocupantes, así
que entro. Un saco de boxeo con forma de huevo cuelga a unos metros
de una pared de espejos rotos. Los rostros me enfrentan con ojos
pintados, mejillas redondas y una boca… una intimidante e infantil
versión de Humpty Dumpty.
Un siseo viene de detrás del saco. Temblando, miro como hace un
lento giro y de alguna manera encaja en el lugar a pesar de las cuerdas
retorcidas que esperan desenrollarse.
Mi respiración sale en ráfagas. Es el rostro del señor Holt en el
otro lado. No un dibujo plano, sino un rostro tridimensional, de carne y
hueso, gruñendo. Este es el señor Holt que conocí: los rasgos que una
vez fueron apuestos están filados por la ira y el descontento, sus
mejillas ahuecadas por el exceso de alcohol y la falta de una adecuada
nutrición.
Sus ojos, como los del otro señor Holt, están hecho de colillas de
cigarrillo encendidas.
Frunce el ceño. —Hazme una zancadilla de nuevo. Te reto,
pequeño vándalo sin valor. Hazme derramar mi cerveza. Eso es lo que
consigues. Deja de llorar, maldita sea. Eso es lo que pasa cuando dejas
tus juguetes afuera. ¡No! Tú mamá no debería tener que recogerlos por
ti. Solo la haces compartir tu castigo. Es tu culpa que ella esté
sangrando. Tu culpa.
Las fotografías de la infancia que he visto de la mirada agonizante
de Jeb queman en mi cerebro. Esto es lo que sufría cada día. Me
sorprende que sobreviviera a todo. No es de extrañar que siempre se
culpara a sí mismo por lo que le sucedía a su mamá y a su hermana.
La lengua del señor Holt continúa moviéndose, las palabras
degradantes y llenas de odio.
Algo encaja dentro de mí, la parte que quiere venganza por todo lo
que le hizo al niño que amo. Golpeo y cierro sus labios con tanta fuerza
que el sonido hace eco con aspereza y mi mano pica.
El saco gira alrededor lentamente. —¡Jajaja! ¿Se supone que eso
dolería? Tu hermana pequeña golpea más fuerte que tú. —El señor Holt
escupe un diente, algo de sangre, y un torrente de obscenidades.
No puedo moverme. De hecho, dejé una marca en él… corté su
labio y le rompí un diente. ¿Cuántas veces ha estado aquí Jeb,
golpeando el rostro de su padre? A juzgar por las contusiones y heridas
en este saco, probablemente perdió la cuenta. Si él se sintió tan
insatisfecho como yo ahora, no le hizo ningún bien.
Salgo corriendo de la habitación, mi espíritu pesado y lúgubre
cuando cierro las crueles burlas del señor Holt detrás de la puerta.
Jeb, ¿qué te has hecho? Ha caído tanto en la desesperación y
amargura, que es como si estuviera muerto. Una gran desesperanza se
alberga en mi alma y estrangula toda esperanza.
Con las piernas pesadas, me tropiezo alrededor de otra curva
torcida en el túnel y llego a la tercera puerta.
—¡Morfeo! —grito de nuevo, con la voz quebrada. No quiero ver
nada más. Jeb no es el chico que una vez conocí, y no sé cómo
recuperarlo…
Peor aun así, no tengo tiempo para averiguarlo.
Un sonido motorizado me atrae a la puerta hecha de corteza y
hojas de sauce.
Dudo. Si cada puerta simboliza lo que está detrás, esta tiene algo
que ver con el sauce que une mi patio y el de Jeb. Solíamos jugar
ajedrez bajo él cuando niños. Luego, cuando nos convertimos en pareja,
íbamos ahí para estar solos.
No tiene sentido que pusiera a Morfeo aquí, pero el sonido de
vibración no se ha detenido. —¿Morfeo? —El zumbido se intensifica.
Respiro, toco el pomo con el diario, y miro adentro.
Copos de nieve caen de las vigas. Huele como la nieve de verdad,
aunque no es fría al tacto, sólo reluciente. Luces negras y niebla
complementan la atmósfera de ensueño. A diferencia de las otras dos
habitaciones, esta no es demente o perturbadora.
Es hermosa.
Entro, cautelosa. La mitad delantera está decorada como la
escena del baile: pilares de plata envueltos en verde, un arco con
listones de terciopelo púrpura, y tul blanco situado alrededor de una
banca de mimbre. Brillantes máscaras del Martes de Carnaval cuelgan
de las vigas en variadas longitudes de cuerda: púrpura, negro y
plateado.
Una réplica del vestido que Jenara me hizo para el baile está
encima de la banca: encaje blanco, perlas, y sombras pintadas con
aerosol. Me acerco un poco más, intrigada por la pulsera de flores en
una caja de plástico transparente. Al detectar el anillo dentro de una de
las rosas, pequeños diamantes formando un corazón con alas, me dejo
caer en el asiento con el cuerpo débil. Se ve exactamente como el que
Jeb me dio cuando se propuso. El que llevé en mi cuelo que se fusionó
con mi llave del País de las Maravillas y el medallón de corazón bajo el
toque de la magia de Morfeo.
Delineo la tapa de la caja en donde una cinta dorada la enlaza.
Con un tirón, el lazo se deshace en una cascada de letras doradas y
brillantes que forma un mensaje en el aire…
Cosas que espero darte alguna vez:
1. Una boda mágica…
Conteniendo las lágrimas, saco el anillo y lo enlazo en la cadena
junto a la llave del diario en mi cuello, metiéndola debajo de mi
camiseta para mantenerla a salvo.
Una cesta de picnic se encuentra a mis pies bajo la banca. Hay
otra cinta, y cuando la desato, más letras forman un desfile brillante en
el aire:
2. Días de campo en el lago con tu mamá y papá…

Sorbo mi nariz y me dirijo al medio de la habitación, en donde


reproducciones de mis mosaicos flotan junto a signos de Vendido. Tiro
una cinta floja y libero otro mensaje:
3. Toda una vida de éxitos compartidos y risas…
Abrumada por la emoción, giro hacia el zumbido que hay en la
pared del fondo. Una motocicleta en ralentí alto en las vigas, en medio
de hilos de luces blancas de navidad. Un lazo está atado al manillar.
Libero mis alas y me elevo. Copos de nieve y una suave briza de viento
me rodea mientras me acomodo sobre el asiento, volviendo a todas las
veces que viajé detrás de Jeb, mis brazos envueltos alrededor de su
robusta figura. Completamente a gusto, y sin embargo tan
desbalanceada. Tan perfectamente e inequívocamente humano.
Mi barbilla se tensa contra un temblor y deslizo la cinta suelta del
manillar:
4. Viajes de medianoche a través de las estrellas…
Las bellas palabras brillan a mi alrededor, alimentando mi
necesidad de más. Hay demasiado listones y objetos para contar. Vuelo
de uno a otro, desenrollando más deseos: por niñas con mi cabello y
ojos, y niños que tienen las características obstinadas de su madre; por
la seguridad de uno en los brazos del otro cada noche; por envejecer
juntos y apreciar todas las arrugas, manchas de la edad, y cabello gris;
y sigue y sigue y sigue.
Mi pecho se hincha, tan lleno que podría estallar. La habitación
es un santuario dedicado a todo lo que he esperado. Cosas que Jeb
quería darme. Su corazón brilla en todo que creó aquí; su abnegación,
su nobleza y devoción, el deseo de hacer a otros feliz. Su verdadero
carácter no ha sido destruido. Simplemente ha sido dejado de lado,
suprimido.
Mi Jeb está vivo.
Aleteo hasta el suelo y reabsorbo mis alas. No quiero irme. Pero
antes de poder ayudar a reparar a Jeb, encontrar a mi madre, y arreglar
el País de las Maravillas, tengo que encontrar a Morfeo y enfrentar a
Roja.
—Volveré —susurró, y cierro la puerta detrás de mí.
Dos habitaciones quedan por explorar.
Me detengo en la puerta de pétalos de rosas. Ni siquiera dudo
esta vez. Un toque del diario, y estoy adentro.
Las paredes, también revestidas con rosas rojas, se curvan por
sobre mi cabeza y se encuentran en el medio, formando una cúpula.
Pequeños globos transparentes flotan sobre mí, tintineando cuando
chocan entre sí. Albergan vívidas escenas, como películas mudas en
miniatura.
Una en particular llama mi atención. Dentro, un embudo de
cenizas cae desde el cielo. Fuera cae la Reina Roja en su forma gigante
de flor zombi, junto con Jeb y Morfeo. Es el momento en que llegaron
por primera vez a CualquierOtroSitio. Los chicos aun llevan sus ropas
del baile de graduación, y Jeb tiene una media máscara.
Capturo el globo para mirar la escena desarrollarse de cerca. Roja
se cierne sobre Jeb y Morfeo, proyectando una gran sombra azul. Una
distorsionada boca gruñendo se ensancha en medio de su cabeza de
flor, y filas de ojos parpadean en cada pétalo. Su hiedra se enreda
alrededor de los chicos a medida que luchan, intentando escapar. Jeb
libera un brazo y excava en el bolsillo de sus pantalones, sacando un
cuchillo. Morfeo distrae a Roja, fuertes brazos de viñas hasta que ella
desliza varias más alrededor de él para mantener el control. Jeb
aserrucha a través de sus ataduras, justo como hizo cuando enfrentó al
jardín de flores monstruosas en nuestro viaje al País de las Maravillas.
Una vez que se libera, agarra la hiedra cercenada, usándola para
unir los otros miembros de Roja y ayuda a Morfeo.
Roja se tambalea, y entonces golpea el suelo, indefensa.
Cuando el polvo se asienta, Jeb y Morfeo se miran entre sí. Aún
con la vid sujeta, Jeb se arranca la máscara de baile, grita algo,
entonces se gira y se aleja. Morfeo salta sobre él desde atrás. Luchan en
el suelo y Morfeo termina arriba, sus alas envolviéndolos como una
carpa. El contorno de la cara de Jeb se encuentra presionada contra la
negra membrana satinada desde otro lado. Se está sofocando. La ira
hierve dentro de mí.
La escena termina. Ivory me contó semanas atrás que las
acciones de Morfeo están en donde la verdad yace. El año pasado,
cuando él usó ese truco de sofocación en Jeb, fue para dejarlo
inconsciente para estar a solas conmigo. Así que, tuvo que tener una
razón para querer que Jeb estuviera inconsciente esta vez. Y solo hay
una forma de averiguar cuál fue.
En el momento que giro para irme, los globos restantes caen,
insistiendo en que mire. Un temblor inquieto me atraviesa con cada
vistazo. Uno es una imagen de la madre de la Reina Roja cuando Roja
era joven; también hay momentos entre Roja y sus padres, bebiendo te,
riendo… plantando flores; y Roja bailando con su padre mientras su
madre aplaude desde la distancia.
Es imposible que Jeb pueda saber todas estas cosas. Cosas que
solo Roja sabría.
Antes de que pueda unir las piezas para saber lo que significa,
una imagen de Charles Dodgson toma forma dentro de un globo que
flota en la distancia. Me estiro para alcanzarlo.
Se encuentra caminando por un sendero cubierto de flores junto
a un viejo y distinguido caballero. Mientras pasean bajo la sobra de
algunos árboles, la apariencia del hombre mayor cambia y veo, tan
claramente, que Roja lleva la impresión del profesor. Al igual que
Hubert dijo en la posada.
Mi corazón retumba.
Charles lleva un diario lleno de ecuaciones manuscritas y
direcciones de longitud/latitud. Juntos, Charles y la impresión del
profesor de Roja caminan a través de algunos arbustos, deteniéndose
en la estatua de reloj de sol de un niño pequeño, la puerta de entrada al
agujero del conejo que una vez escondió la entrada al País de las
Maravillas antes de que yo destruyera todo.
La imagen se oscurece. Estoy a punto de liberar el globo cuando
se enciende una vez más en otra escena y un grupo de personas
teniendo un día de campo. Varios niños, una madre y un padre, y
Charles. El rostro de Alice Liddell está a la vista. Se ve justo como de
siete años de edad en la foto que mamá escondió en el sillón de papá.
Esta familia debe ser suya… los Liddell, amigos cercanos de Charles.
El rostro de Alice se enciende de emoción cuando corretea a
través de una bruma de espectadores de época. Bizcochitos, tazas de té
en tapetes de encaje, y sombrillas abundan. Ella rodea un conjunto
familiar de arbustos. Con los ojos abiertos de par en par con asombro,
se coloca de cabeza con la estatua del reloj de sol. Se encuentra
empujada hacia un lado, exponiendo el agujero debajo.
Dos orejas blanco borrosas aparecen dentro, y una cara de conejo
completa con nariz retorciéndose y bigotes adorables están a la vista.
Alice mira boquiabierta cuando el conejo le señala con una pata rosa y
acolchada que le siga. Lo que ella no ve es el cambio en la impresión, y
la mano huesuda de Rabid White, el rostro de un hombre viejo y astas
blancas.
El conejo blanco desaparece dentro del agujero. Mirando a su
alrededor, Alice duda. Pero la curiosidad ilumina sus ojos aún más que
su miedo, y se sumerge. La Reina Roja se arrastra detrás de un rosal y
engatusa a la estatua del reloj de sol que vuelva a su lugar sobre el
agujero, bloqueándola. Ella se ha ido antes de que el padre de Alice y
Charles aparezcan, buscando a la niña perdida.
Ninguno sabe que hay un agujero bajo la estatua, es evidente por
el desconcierto en sus rostros. Charles encontró la puerta de entrada,
pero nunca descubrió cómo abrirla.
Conozco el resto de la historia de memoria: Alice se perdió por
días. Y entonces, después de que regresó, Charles, alias Lewis Carroll,
escribió su historia en papel. Pero no fue Alice que regresó después de
todo. Fue Roja.
El globo se oscurece de nuevo y lo libero.
Me quedo ahí, entumecida.
Todo este tiempo pensé que Alice tropezó accidentalmente en el
País de las Maravillas. Pero, fue Roja quien plantó la posibilidad del
reino del Inframundo en la mente de Charles Dodgson como su
compañero. Cuando Charles no encontró nada más que la estatua del
reloj de sol, imaginó que sus cálculos eran erróneos. Así que en vez de
eso, el cuento floreció a la ficción en la imaginación de su narrador.
Llenó las cabezas de Alice y sus hermanos con nociones extravagantes y
atracciones de cuentos de hadas, cometió el error de mencionar la
estatua, incluso llevó a la familia a verla durante un día de campo, sin
darse cuenta de las repercusiones.
Roja quería que Alice bajara por el agujero del conejo. Ella lo
arregló así.
Un incómodo calor cosquillea en mi cráneo, mi intuición de
habitante del Inframundo despierta… empujando. Ya sea por el espíritu
de Roja una vez compartió mi cuerpo, o porque sus recuerdos aún
están en un segundo plano en mi mente, sé que esta epifanía es un
hecho, no una especulación.
Hubert dijo que Roja quería mejorar el linaje del Inframundo. Que
pensaba que los humanos eran mejores de alguna manera.
¿Qué hace a un niño humano mejor? ¿Por qué Hermana Dos los
roba y los cuelga en el jardín de las alamas?
Los sueños y la imaginación…
El diario se contonea en mi cuello, una validación mayor. Los
recuerdos olvidados en estas páginas forman las motivaciones de Roja
antes de que escogiera olvidarlos. Pero el problema es, que ella escogió
olvidar. Ella olvidó porqué quería traer sueños al País de las Maravillas.
—Traeré sueños a nuestra especie, Padre. Estarán en abundancia
en todas partes, no solo en el cementerio. Un día, liberaré los espíritus, de
manera que puedan dormir dentro de nuestros jardines, rozando
nuestras ventanas por la noche, y chocando contra nuestros pies en el
día. Traeré imaginación a nuestro mundo, para que todos puedan
siempre estar con aquellos a quienes atesoran.
Las únicas cosas que Roja recordaba después de matar sus
recuerdos era que quería traer sueños al reino del Inframundo, y que
quería poder y venganza. De alguna manera, se convirtieron en uno en
su mente. Después de que su esposo la traicionara, no tenía nada que
perder al desempeñar el papel de una reina descuidada, habiéndose
desterrado a sí misma del reino de modo que nadie notaría cuando
desapareció en el reino humano.
Atrapó a una niña humana en el País de las Maravillas y la vistió
con su impresión como camuflaje, para que pudiera criarse como una
mortal y trajera de vuelta a sus medios herederos. Aquellos
descendientes que se suponía introducirían sueños e imaginación al
Inframundo. Pero, ¿cómo se suponía que arreglar el País de las
Maravillas llenara su necesidad de venganza y poder?
Mi cabeza se siente brumosa e hinchada. Todavía me estoy
perdiendo algo. Una parte crucial de su plan.
Busco más escenas alrededor. Arriba, en el centro del techo en
forma de cúpula, los globos están siendo elaborados por una frondosa
vid verde, justo como la que Jeb tenía en su mano cuando Morfeo lo
atacó después de que escaparon de Roja. La vid está suspendida en
medio del aire sin nadie guiándola, dando vida a cada escena con una
tenue luz de magia carmesí que gotea de su punta.
Magia carmesí. Ese era el color de la magia de Roja en sus
recuerdos. La de Morfeo es azul. La de Jeb es púrpura.
Me inclino contra la pared, faltándome el aire por el olor
insoportable de las rosas.
¿Cómo pude haberlo pasado por alto? Cuando Jeb cayó en este
mundo envuelto en aquellas vides, absorbió una parte de la magia de
Roja, junto con una parte de la de Morfeo, quien también fue atrapado.
Y apostaría mi vida a que Morfeo ya lo sabe. Explica por qué los
recuerdos en esta habitación pertenecen a Roja, y por qué el grafiti me
atacó. Explica por qué Jeb parece alguien más… y por qué los
recuerdos olvidados de Roja lo quemaron a través del diario.
Las palabras del escarabajo de la alfombra hacen eco en mi
mente: Recuerdos repudiados… quieren venganza contra el que los hizo
y los descartó.
Los recuerdos en las páginas del diario sintieron los restos de
Roja dentro de Jeb y sus creaciones, y quisieron venganza. Nunca fue
sobre protegerme a mí, después de todo.
Casi tropezando con mis botas, vuelvo a la puerta. La cierro de
golpe detrás de mí.
Roja es parte de Jeb. Entonces, ¿cómo puedo destruir el espíritu
de Roja y terminarla para siempre sin matarlo también?
13
Blindaje
Traducido por Josmary & Alessandra Wilde
Corregido por Elle

La puerta final está libre de adornos o diseños. Por supuesto, Jeb


tenía que diseñar una entrada simple para la habitación de Morfeo.
Me apresuro a entrar y meto el collar debajo de mi camisa junto a
la llave y el anillo, esperando que las polillas de Jeb estén haciendo
guardia. Por mi parte, soy golpeada por el olor de un narguilé de tabaco
perfumado con carbón y ciruelas. y arrastrado hacia mí por la suave
brisa. Una seta ultravioleta del tamaño de un neumático de camión se
asienta en la distancia. La nube de humo se instala a través de ella
como la pesada niebla sobre un pueblo.
Un círculo de árboles se enreda entre sí para formar un techo
abovedado. Un cielo de lavanda se asoma a través del dosel,
proyectando sombras en movimiento. Luces diminutas engalanan las
ramas.
La guarida de Morfeo luce tal como lo hacía cuando Jeb y yo
visitamos el País de las Maravillas, y cuando lo visité durante mis
sueños de la infancia, aprendiendo a ser una reina.
Manchado de musgo verde lima y líquenes de color amarillo
brillante, el suelo se siente elástico bajo mis suelas de plástico. Los
recuerdos felices de jugar juegos infantiles con Morfeo casi me
abruman, enredados con todas las confusas emociones adultas que él
ha despertado en mí en el último año.
Los espíritus de la naturaleza caen de los árboles, luminosos y
temperamentales. Estrechan sus puños en mi dirección, intolerantes de
mi presencia como la mayoría de las creaciones de Jeb. Cuando
empiezan a lanzarse hacia mí como granizos del tamaño de rocas de
mármol, lo suficientemente fuerte como para dejarme ronchas, Nikki
viene a mi rescate con Chessie detrás de ella. Ellos atrapan A los demás
y los conducen a la bruma del narguilé. Los espíritus se quejan con un
sonido metálico como cubiertos lanzados en un cajón, mientras se
apilan en la nube de humo.
—¡Sombrero de juerga! —grita Morfeo desde dentro.
Chessie y Nikki salen corriendo y desaparecen a través de los
árboles en busca del sombrero perdido de Morfeo.
—Los enviaste detrás del equivocado —protesto—. No
celebraremos nada.
—Es una lástima. —La voz de Morfeo flota fuera de la nube, tan
sofocante como el humo que lleva—. Ciertamente estás vestida para
ello. Tu mortal se ha superado a sí mismo. —Resopla, y una voluta de
humo se desvía hacia mí—. Supongo, sin embargo, que no mostrarás tu
maravilloso conjunto, podríamos encontrar una cascada para jugar. Me
gustaría dar un vistazo a esos regalos que te envié ayer por la noche.
La piel bajo mi lencería hormiguea. Pongo mi barbilla rígida,
decidida a no dejarle ver su efecto en mí. —Vi las habitaciones.
—Ah. —Su respuesta viene sin cuerpo y sin una pizca de
sorpresa—. Bueno, antes de que lluevan todas las acusaciones
habituales, debo aclarar que no iba a dejar que mataras a Roja. No
hasta que la sacáramos de tu sistema de juguete mortal.
Finjo una sonrisa. —Sí, claro. Quieres a Jeb muerto tanto como
ella. Dos pájaros de un tiro.
—Si eso fuera cierto, no estaría aquí ahora. Cuando aterrizamos,
las aves matonas comenzaron a pulularle encima. Prefieren alimento
vivo, así que fingí matar a Jebediah. Lo escondí para protegerlo, así
como he estado haciendo desde entonces.
Acercándome unos pasos, aplasto la punta de mi bota en una
roca del tamaño de una pelota de béisbol. La recojo, rodando su
superficie suave entre mis guantes de encaje. —No lo estás protegiendo.
Lo estás acaparando. Él es tu joya de la corona. Con la magia que
raciona para ti, todo el mundo te trata como un rey… —Me detengo
porque es un papel que Morfeo volverá a jugar de verdad si le doy mi
futuro eterno un día.
Su profunda risa se transforma en una cola de humo. —¿No te
desarma, Alyssa... lo bien que vemos uno a través del otro? A mí sí. —
Su voz se suaviza cuando lo admite, con una profunda vulnerabilidad
que no suele utilizar.
Por supuesto que me desarma; todo en él lo hace. Lanzo la roca
de una mano a otra. —Aves del mismo plumaje. Blah, blah, blah. El
cliché es un poco aburrido.
—Me gustaría pensar en nosotros más como polillas junto a una
llama. Y tratar de predecir quién de nosotros podría quemarse primero
está lejos de ser aburrido, amor.
Un hilo de emoción llovizna a través de mí con su desafío
subyacente. —Te diste cuenta de que Jeb había sido tocado por la
magia. Por eso lo salvaste.
Otra risa espesa el humo alrededor de la seta. —Vi el goteo
carmesí desde el final de la vid y la luz púrpura bajo la manga de su
camisa. De alguna manera, la cúpula de hierro causó una reacción
magnética, la fusión de mi magia y la de Roja en él. Sí.
—Entonces, ¿eso fue cuando viniste a la montaña? —presiono.
—Jebediah hizo un boceto con un poco de barro a la intemperie.
Su creación cobró vida. Así que hicimos un pincel improvisado y
pinturas. Con ellos, excavó la montaña y domó el océano y sus
habitantes mediante la alteración del mundo existente. Se trata de
cómo funcionan sus paisajes: Él da nueva forma al agua en lagos y
fosos... moldea el terreno de las montañas, colinas, o valles. Cada vez
que me aproximo, cambia mi entorno para mantener la vida silvestre
confusa y clara de mi camino. Pero esta capacidad tiene limitaciones
emocionales. A pesar de que no tiene ninguna dificultad para evocar los
paisajes y elaborar criaturas, cuando se trata de sus pinturas más
personales, está invadido con un bloqueo de artista. Y cuanto menos
satisfecho está con los resultados, cae más profundo en la
desesperación, lo que le da a la magia de Roja un apretón más fuerte a
su musa.
Mis ojos están llorosos, ya sea por el humo o temor por la cordura
de Jeb. Su advertencia a Morfeo cuando los vi juntos por primera vez en
el estudio tiene sentido ahora: “Recuerda lo que pasó cuando su cara
apareció en mis pinturas”. —Algo salió mal cuando trató de pintarme.
—Nunca podía lograr hacerte bien. Te faltaban las piernas y los
brazos. Grandes agujeros en tu cara. Al igual que el autorretrato que
hizo.
Mi estómago se anuda. —Pero pensé que las otras pinturas
atacaron a CC.
—A veces las pinturas se atacan entre sí. Pero eso era obra de
Jebediah. Él no puede ver más allá de la imagen rota que su padre lo
entrenó para ver. Así que no puede pintarse a sí mismo completo. Es
por eso que finalmente se pintó como un caballero elfo en un último
intento. Lo mismo puede decirse de ti. Su confusión y enojo lo
mantienen en el camino de la perfección. Se escondió en esa habitación
del sauce, tratando de pintarte correctamente... tratando de hacer una
imagen “digna de tu memoria”. La única manera de conseguir que
saliera a vivir de nuevo, fue a secuestrar a cada uno de sus facsímiles.
Los conduje al agua y observé cómo se disolvían. Estaban tan
horriblemente desfigurados que era inhumano mantenerlos con vida,
pero nuestro artista torturado no tenía las fuerzas para destruirlos. Así
que lo hice por él. Lo convencí de que la mejor manera de ser libre era
permanecer fuera de la habitación del sauce. Para evitar los recuerdos
de ti, y abrazar su ira.
Me apoyo en un árbol y presiono la fría roca contra el anillo que
cuelga debajo de mi camisa, para aliviar la sensación del pinchazo que
siento en mi pecho debajo de ella. No es de extrañar que la rabia y la
violencia estén gobernando el corazón de Jeb. Él está subsistiendo con
poderes desviados de dos de los habitantes más potentes, brillantes, y
manipuladores del País de las Maravillas. Está en guerra consigo mismo
tratando de contenerlo. Al igual que yo solía hacerlo. Sin embargo, su
lucha es mayor, porque él es dos partes de habitante del Inframundo
por una parte humana.
Cierro los ojos. —Debió haberse sentido muy solo.
Hay un gruñido dentro de la nube. —De verdad, Alyssa. Lastimas
mis sentimientos. Soy una gran compañía.
Mis ojos se abren de golpe. —Le mentiste. No quieres que él sepa
que es la magia de Roja la que hace que me odie. ¿Cómo lograste eso?
Tuvo que ver esos recuerdos en la habitación de pétalos de rosas.
—A pesar de la magia que ejerce, tu mortal esta fuera de su
elemento aquí. Él no tenía a nadie en quien confiar más que en mí.
Nadie en quien confiar, sino en la fuente de su poder. Así que cuando le
dije que las imágenes en la habitación de pétalos de rosa eran mis
recuerdos, de momentos que había pasado con la familia real, él no
tenía motivos para cuestionar mi sinceridad.
Aprieto los dedos alrededor de la roca. —Sinceridad. Como si tú
supieras lo que es eso. Dejarías que fuera devorado por odio solo por
abrir una brecha entre nosotros.
Morfeo hace un sonido con la lengua desde el interior de su velo
nublado. —Si él hubiera sabido sobre Roja, habría vuelto la magia de
ella contra mí. Me hubiera matado con un simple movimiento de su
muñeca. Fue por instinto de conservación. El hecho de que pusiera
distancia entre ustedes dos, simplemente fue un beneficio adicional. —
Un mechón de humo se libera y se levanta en formas vaporosas:
corazones, anillos, notas musicales.
Gruño. —Sí. Cualquier cosa que te dé una ventaja. —Empujo un
corazón de humo, partiéndolo por la mitad.
Un ala grande, oscura, reduce el humo y desaparece de nuevo,
envuelta en la bruma. —Tú me has llevado a ello. Tienes a ese chico en
un alto pedestal. Es demasiado resbaladizo allí arriba para alguien tan
carente de principios como un duende solitario. No es como si yo
hubiera tratado de arrastrarlo hacia abajo. Miré dentro de su alma. Con
la esperanza de encontrar sus debilidades. Sólo para descubrir que
incluso sus debilidades podrían considerarse fortalezas en las
circunstancias adecuadas.
—Espera. ¿Qué? —Miro ferozmente a la nube, deseando que él
salga y me enfrente—. ¿Qué quieres decir con que miraste dentro de su
alma?
—Viajé por su memoria un par de meses después de que te fueras
del País de las Maravillas. Antes de que Jebediah y tú lo visitaran el día
de tu fiesta de graduación. ¿Qué decías de la sinceridad?
La furia hirvió en mi cara. —¿Has espiado en sus recuerdos
perdidos? ¡No tenías derecho! —Las ramas de los árboles empiezan a
temblar, como si mi arrebato las hubiera desencadenado. El diario se
calienta contra mi camisa, comenzando a brillar.
—Oh, por favor —se burla Morfeo—. Guarda tu indignación para
alguien que no haya estado cara a cara con tu lado manipulador. Tú
hiciste lo mismo, viendo los recuerdos de tu madre. De tu padre. De
Roja. Por cierto, usar un diario de juguete encantado por el amor
mágico de un niño para mantener los recuerdos repudiados seguros…
muy astuto. Si no estuviera ya loco por ti, ese truco hubiera arrastrado
la alfombra debajo de mis pies, y hubiera caído de espaldas.
Aprieto el diario debajo de mi ropa. —¿Cómo supiste que dentro
están sus recuerdos olvidados?
—De la misma manera en que sabes que Roja ha envenenado la
musa de tu juguete mortal. Intuición de habitante del Inframundo y
razonamiento superior. Demostrando una vez más que tú y yo somos
iguales en más formas de las que te gustaría admitir.
—No somos para nada iguales. —Lo cual es una mentira, y lo sé.
Peor aún, él también lo sabe—. Mis motivaciones son honorables. Robé
recuerdos de Roja para que deje de arruinar la vida de los demás.
—Una empresa digna de una reina, de hecho. Pero todo se reduce
a esta verdad: Eres una dama de acción, y yo soy un hombre de acción.
Nos destacamos en riesgos y engaño, y no dudaríamos en volver a
utilizarlos si es la única manera de preservar lo que amamos. Razón por
la cual, a pesar de mis defectos éticos en comparación con tu príncipe
de cartón, que en última instancia me elegirás.
Su certeza se filtra en mi cerebro, burlándose de mi propia
indecisión. —Es más que eso. Es la elección de qué lado de mí abrazar,
y cuál darle la espalda a. Voy a arreglar el País de las Maravillas. Y voy
a estar allí cada vez que el Reino del Inframundo me necesite. —Estoy
casi mareada por el escozor que siento en mi corazón, como si hubiera
sido cortado por la mitad con un cuchillo caliente. La huella de Roja se
está haciendo más profunda ahora—. Pero no puedo elegir más allá de
eso todavía. —No sin caer de rodillas por el dolor.
—Y eso, mi ciruela, es donde tu egoísmo cierra el círculo, y se
confirma sin duda que eres una reina maliciosa de la Corte Roja de
principio a fin.
—¡Basta! —Pierdo el control, y lanzo la roca hacia el humo
provocado por el narguilé. Sale disparada sin ser obstaculizada, y hace
un sonido sordo al aterrizar en la tierra al otro lado de la seta. La risa
burlona de Morfeo me estimula a lanzar otra más, pero dos agujeros en
la nube de humo no me satisfacen. Quiero lanzar cada piedra en mi
camino como un misil hasta que Morfeo sea un pedazo de queso suizo.
Mi magia ha demostrado ser inútil contra las creaciones de Jeb,
pero los recuerdos de Roja pueden afectarles. Tal vez pueda lograr sacar
el poder en las páginas del diario, enfrentarlas contra mi magia. Al igual
que un Gravitron de feria7, utilizar dos fuerzas una contra otra para
provocar una reacción volátil.
Cuanto más me concentro, más caliente se pone el libro contra de
mi piel. El resplandor rojo brota a través de mi esternón y dentro de mis
venas. Lo respiro hasta que me hierve la sangre y burbujea, después
redirijo la fuerza para levantar las piedras del suelo. En lo alto, las
ramas de los árboles se mueven y golpean mis municiones
improvisadas con un porrazo satisfactorio, yendo a través de la bruma
para dejarle agujeros rasgados. La nube comienza a disiparse.
—Por fin —dice Morfeo en un tono excesivamente agotado—.
¿Siempre voy a tener que pincharte para que te des cuenta de que no
tienes más limitaciones que las que te pones a ti misma?
No puedo verlos todavía, pero los espíritus de la naturaleza están
ahí, saltando en el aire y riéndose. Me sacan la lengua, luego siguen
revoloteando entre las ramas, vagando en la dirección que Chessie y
Nikki tomaron.
El resto del humo se disuelve como algodón esfumándose en el
cielo, exponiendo completamente los hongos. Ubicada plana en la parte
superior hay una gran polilla, alas oscuras aleteando bajo y ancho. Su
probóscide sorbe de la pipa de narguilé y expulsa otra cadena de
estrellas y corazones.
—Espera —le digo, mi ira derritiéndose a confusión—. No puedes
estar en forma de polilla. No puedes usar tu magia. Es todo una ilusión.
—Eso es, mi reina. —Su voz cosquillea la punta de mi oreja
derecha, a pesar de que todavía estoy mirándolo en el hongo—. Al igual
que tú, utilizando las memorias repudiadas de Roja para dar la ilusión
de poder contra las pinturas de nuestro pseudo elfo. Bien hecho, por
cierto.
Me giro, pero no puedo encontrar a nadie a mi alrededor. —Esto
no es real.
—Es tan real como tú quieras que sea. —Su voz se burla en la
parte izquierda ahora, una atormentadora floritura de calor a lo largo de
mi cuello.
Me giro, pero no está en ningún lado.

7 Gravitron: Juego mecánico compuesto por paneles ordenados en círculo que usa la
fuerza centrífuga para generar una fuerza equivalente a tres veces la fuerza de
gravedad.
La polilla bate sus alas, lento y perezoso en su posadero. Al
mismo tiempo, la sensación de labios suaves baja por mi nuca. Placer
no bienvenido florece a través de mí por su toque. —¿Cómo estás en dos
lugares a la vez?
—Ilusión óptica —responde su voz desde atrás. Me acerca más
con sus manos invisibles alrededor de mi cintura.
Manos invisibles.
—Los simulacrum. —Arrastro mis dedos a lo largo de sus brazos
invisibles—. Es por eso que los trajes no estaban en la bolsa de lona.
Los robaste.
—Y lo hiciste todo posible al robarlos primero. Tú, sabia y
malvada chica.
Por más que trato de luchar contra ello, la criatura del
Inframundo en mí brilla ante su alabanza. Mi piel brilla como la luz de
las estrellas, que se refleja en pequeños prismas sobre el terreno y los
árboles.
Morfeo me engatusa hacia él y se quita la capucha del
simulacrum de su cabeza. Su salvaje cabello se mueve en la brisa, las
joyas en las puntas de las marcas de sus ojos brillan con un
apasionado púrpura, y la sonrisa que me muestras es a la vez salvaje y
juguetona. El resto de su cuerpo está a la vista cuando la realidad se
filtra a través del espejismo del simulacrum —una chaqueta plateada
sobre una camiseta, pantalones negros, corbata azul, y magníficas alas
plegadas contra su espalda.
Poso mi palma sobre su pecho para asegurarme de que no es una
alucinación. —Tomaste los trajes para poder colarnos más allá de los
guardias de grafiti después de que Jeb se fue.
Da un paso atrás, se quita la tela encantada, y hace una
reverencia.
—Fue un buen plan —admito mientras él endereza su ropa y
libera sus alas—. Pero no tenemos un medio para que vueles, o
encuentres el camino de vuelta.
Sonríe de nuevo. —Por supuesto que sí, tontita. ¿No sabes que
siempre pienso en todo? —Con las manos en mis hombros, me gira
hacia la polilla gigante reposando sobre el hongo—. Mira a través de tu
vista del Inframundo.
Me reenfoco y encuentro que no es una sola polilla. Son cien o
más, entrelazadas para imitar una más grande. Estas son las polillas
que escoltaron a Morfeo aquí bajo la dirección de Jeb. Y el hongo no es
típico tampoco. Su parte superior está ahuecada, con una pequeña
puerta en su lado y un arnés conectado a la polilla.
—¿Ese iba a ser tu transporte? —le pregunto en un susurro.
—Nuestro transporte. —Morfeo aplaude. Alas gigantes agitan
ráfagas a nuestro alrededor cuando la polilla tira de la seta liberándola
desde el suelo. Juntas se elevan, como un globo de aire caliente y su
canasta, elegante y majestuosa. Las ramas de los árboles se abren para
permitir que el artilugio escape lejos, muy arriba en el cielo.
Me asombro ante su ascenso.
—Y —dice Morfeo—, contamos con servicio de té previsto para el
viaje. Los espíritus de la naturaleza han ido a buscarnos algunos
víveres.
—Pero... ¿cómo? El hongo no puede existir fuera del entorno de
Jeb aquí, ¿verdad?
Morfeo desliza unos sedosos guantes azules en sus manos. —
Puede, ahora que lo he reasignado.
—¿Qué?
—Las creaciones de Jebediah son una mitad magia, la otra mitad
visión artística. Así que, aunque no puedo cambiar sus obras maestras
a otra forma, son convencibles, si uno siquiera les imagina un nuevo
propósito. Por supuesto, funciona mejor en las pinturas que no tienen
ningún comando específico suyo. Los hongos de aquí no tienen otras
asignaciones excepto lucir bonitos. Y su instrucción para las polillas de
mantenerme ocupado fue demasiado abierta. Aceptaron cualquier
escenario que me imaginara, siempre y cuando, de hecho, me
mantuviese ocupado.
Sacudo la cabeza. El maestro de la manipulación de las palabras
ataca de nuevo.
La polilla trasporte rebota encima de las corrientes de aire,
llevando mi curiosidad a las nuevas alturas. —Pero eres una criatura
del Inframundo de sangre pura. No sabes cómo utilizar tu imaginación.
—Al contrario. Sí lo hago. Gracias a ti. Seguí tu ejemplo en
nuestra infancia. Lo absorbí sin siquiera darme cuenta. Luego, cuando
me quedé atrapado aquí, privado de mi magia, tuve que encontrar algo
para pasar esas semanas y horas. Tal vez ese era el rayo de esperanza
en toda este debacle. La falta de la magia es lo que lleva a los humanos
a fantasear en primer lugar. Y Alyssa, qué fuerza maravillosamente
poderosa puede ser la imaginación.
Su expresión es de asombro, exactamente de la manera que solía
mirarme durante nuestras aventuras infantiles. Cuan inconcebible, que
yo fuera su maestra también. Una vez me dijo que lo era, pero nunca
comprendí a qué se refería hasta ahora.
Las palabras de Ivory de hace semanas sobre el País de las
Maravillas se elevan y rebotan en el viento, al igual aparato volador de
Morfeo: “Durante mucho tiempo, la inocencia y la imaginación no tenían
lugar allí... Morfeo experimentó esas cosas a través de ti... A través de tu
hijo... nuestra descendencia se convertirá en niños de verdad una vez
más; aprenderán a soñar de nuevo. Y todo estará bien con nuestro
mundo”.
Morfeo siempre ha tenido el poder de manipular los sueños; es
diferente a cualquier otro habitante del Inframundo en ese aspecto.
Ahora que ha aprendido a aprovechar la imaginación, también, eso lo
vuelve la única criatura pura sangre del Inframundo que podría
engendrar un niño soñador.
El diario se calienta contra mi pecho. Tal niño caería directo en el
plan de Roja. Malestar pica en mi garganta, y tengo una revelación: Ella
ha tenido tantos peones alineados en su tablero de ajedrez. Su esposo,
su hermana. Rabid White, Carroll, Alice, mamá, yo. Y Morfeo. Por
encima de todo, Morfeo.
“¿La quieres para ti?”. Las palabras de la Reina Roja resurgen en
mi memoria de ese momento angustioso hace más de un año, cuando
Roja habitaba mi cuerpo y trató de hacer que Morfeo le ayudara a
romper mi voluntad.
“Demasiado…” había dicho él.
“Entonces haz lo que te pido. Ella será tuya físicamente, y después,
su corazón y su alma le seguirán en el tiempo. Puedes hacerte camino a
su corazón. Tendrás toda una eternidad para ganarla”.
Roja estuvo utilizando a Morfeo incluso entonces. Sostenía todas
las cartas. No sabía sobre el niño en ese momento. No fue hasta que vio
la visión de Ivory hace apenas unos meses. Ivory especificó aquello, y de
todos los habitantes del Inframundo, creo en su honestidad al máximo.
Pero, ¿cómo puede un niño que Morfeo y yo compartimos darle
poder a Roja?
—¿Alyssa?
Debo estar boquiabierta de nuevo, porque empuja mi barbilla,
cerrando mi boca.
—¿A dónde vagó tu mente en este momento? —pregunta.
Tengo que decirle que he visto a nuestro hijo en una visión.
Necesito su opinión sobre cómo esto podría encajar en la venganza de
Roja. Pero tengo que analizar la solemnidad de mi voto hacia Ivory.
Debe haber alguna manera de eludirla... alguna manera de hacerle
saber a Morfeo sin decirle.
Los tintineantes espíritus de la naturaleza regresan y dejan caer
un paño de seda en la parte superior de mi cabeza. Morfeo me lo quita y
sostiene lo que parece ser una bolsa de ropa. Le frunce el ceño a los
espíritus. Ellas aplauden y dan vueltas en el aire, como si hubieran
descubierto un tesoro enterrado.
—Pequeños espíritus traviesos —Morfeo las amonesta—. Eso no
es lo que les dije que te trajeran. Les pedí una cesta de picnic, ¿no?
Revolotean alrededor de mi cabeza, apuntando hacia mí, sus
mejillas volviéndose gordas y rojas a medida que lanzan rabietas aéreas.
—Bueno, supongo que este es el momento de dárselo —
reconoce—. Pero debo ser el que lo abra.
Los espíritus se unen en una ola y empujan la bolsa hacia mí.
—Está bien. —Con un suspiro, Morfeo me la entrega.
—¿Qué es esto? —pregunto.
—Solo ten cuidado —instruye.
Aflojo el cordón y miles de finas alas monarcas se presionan
contra la abertura. ¡Es un tesoro de moscas escorpión!
Un grito estalla de mi garganta.
Morfeo toma la bolsa de nuevo mientras la risa de los espíritus
resuena en mis oídos, una melodía de cascabeles burlones.
—Te dije que tuvieras cuidado —me regaña, y abre la bolsa por
completo. Las alas no están pegadas a los bichos en absoluto; son parte
de un vestido, cada ala meticulosamente cosida a mano para formar
hileras. Piernas de ciempiés con joyas están bordadas a lo largo de sus
puntas afiladas para garantizar su seguridad al tacto. La franja añade
un deslumbrante brillo verde al rojo, naranja y negro del vestido. El
corpiño es sin mangas y ajustado, mientras que la falda es abultada
con su dobladillo hasta la rodilla.
Las hileras brillan en la brisa y producen un tintineo metálico
como un centenar de pequeñas cadenas.
No puedo creer lo que veo. —¿Tú hiciste esto? ¿Para mí?
Morfeo se pasa una mano por el pelo, dejando que varios
mechones azules se levanten como las ramas de los árboles que nos
rodean. —Sabía que vendrías a vencer a Roja. Esperaba que lo usaras
para enfrentarla. Es la única capa de armadura digna de tu peligrosa
belleza.
—¿Armadura? —No puedo dejar de mirar a su cabello
despeinado—. Esto es increíble. ¿Cuántas veces arriesgaste tu vida para
hacerlo?
—Oh, vamos, Alyssa. Sé que cómo utilizar una aguja e hilo. El
coser difícilmente es fatal.
Me río, recordando nuestra infancia, cuando hacía cadenas con
los cadáveres de las polillas y sujetaba los morbosos hilos a sus
sombreros para la decoración. Un hábito excéntrico que practica hasta
este mismo día. —En serio. Podrías haber terminado como una estatua
de piedra. O en pedazos. ¿Cuántas alas tomaste?
Se encoge de hombros. —Perdí la cuenta después de mil
setecientos veintidós. —Una sonrisa torcida se forma en sus labios.
Sonrío. Todavía hay algo en la bolsa. Arrastro un par de botas
hasta la rodilla de cuero color carmesí, junto con guantes hasta los
hombros y polainas a juego. —¿Estas son pintadas?
—Oh, son muy reales. Hechas completamente de la piel de un
murciélago. Las criaturas son bastante enormes una vez completamente
desarrolladas. Hice que mi grifón atrapara uno. —Guarda todo y luego
cierra la bolsa de ropa y se la entrega a los espíritus.
Retuerzo mis manos sobre mi minifalda mientras las tintineantes
criaturitas del Inframundo desaparecen entre los árboles de nuevo. —
Nunca sé con qué otra cosa me vas a salir.
Me sorprende al pasar un brazo alrededor de mi cintura. —
Entonces voy a tener que modificar mi estrategia. Mi intención era
hacer que te desmayaras.
Antes de saber lo que está haciendo, me levanta, mis botas
rozando sus espinillas. Nos hace girar tanto, envolviéndonos en sus alas
hasta que estoy mareada y riendo.
—Quería levantarte por encima de mí y hacerte girar en círculos
hasta que los dos estuviésemos mareados y riendo —murmura contra
mi cuello mientras nos caemos al suelo, atrapados bajo sus alas
tendidas.
Me duele el cuerpo por el impacto, pero se trata de un delicioso
dolor. Apenas puedo respirar con el peso de sus costillas cubriendo las
mías, con el olor de su tabaco rodeándome, asfixiándome y
embriagándome. La curva de su boca sonriente se desliza a lo largo de
mi clavícula y grito de asombro ante la sensación aterciopelada. Hago
que alce su cabeza para que pueda mirarlo… romper el hechizo.
Desliza la diadema enjoyada de mi pelo, barriendo su hilo suelto
de mi cara. Sus guantes rozan con astucia las marcas en mis ojos.
—Quisiera besar tus labios y compartir tu aliento —dice en voz
baja mientras se inclina, acercándose.
Me impacta que esté cumpliendo el deseo que figuraba en la nota
que envió junto con la lencería.
Recuerdo el último beso que compartimos, el sabor de su lengua,
la forma en que hizo que mi espíritu se elevara pero que pisoteó el de
Jeb en el suelo.
Jeb, quien anda por ahí con papá, tratando de allanar el camino
para que podamos llegar a mamá. Incluso con el odio de Roja
filtrándose a través de él, todavía está poniendo en peligro su vida para
ayudarme.
Empujo los hombros de Morfeo. —Yo… no estoy lista.
Levanta mis manos sobre mi cabeza y las mantiene contra la
hierba fosforescente, fijándome en mi lugar. Su agarre es lo
suficientemente suave como para que pueda liberarme en cualquier
momento.
—Viniste aquí para destruir a Roja —dice—. Lo que significa que
estás lista… lista para reclamar tu trono porque has aceptado tu amor
por el País de las Maravillas. Y no te olvides, pertenezco a él. Igual que
tú. —Incluso en el eclipse de sus alas, las chispas de mi piel iluminan
su rostro. Él me empuja a esa mirada oscura enmarcada dentro de
largas pestañas, arrastrándome a la deriva por la locura y la belleza
escondida allí.
—Jebediah ha renunciado a ti, pero yo nunca lo haré. Te puedo
ofrecer la seguridad que deseas. Si fueras mía, tu corazón siempre sería
resguardado bajo mi cuidado. Sí, vamos a pelear sin cesar y luchar por
el dominio. Y sí, habrá arrebatos de pasión, pero también habrá
momentos de suave calma. Eso es lo que somos juntos. Nunca tendrás
miedo de que tu amor no sea correspondido. Porque, aunque me has
hecho sentir cosas para las que no estoy preparado... no puedo dejar de
sentirlas. —Su barbilla tiembla—. Has abierto la caja de Pandora dentro
de mí. Soltando la imaginación y las emociones de un hombre mortal. Y
no se cerrará nunca más. —Las joyas bajo sus ojos se contraen entre
morado oscuro y azul—. Por mucho que aborrezco ser nada parecido a
humano, Alyssa, no me atrevería a tratar de cerrarla. Porque eso
significaría perderte.
La confesión es encantadora y brutal, dicha con una honestidad
que no sólo se escucha en el tono áspero de su voz, sino que la siento
en el temblor de sus músculos mientras sostiene las manos sobre mi
cabeza.
—Crees que soy egocéntrico e incapaz de ser sincero —continúa,
entrelazando nuestros dedos de modo que las cicatrices debajo de mi
encaje se presionan a sus manos enguantadas—. Es verdad. Tu
caballero mortal estaba dispuesto a morir por ti de forma desinteresada.
Tenía la espada Vorpal cuando dejé que el Bandersnatch me llevara en
tu lugar; yo sabía que tenía un medio de escape. Tal vez eso hizo que el
sacrificio de Jebediah fuera mayor. Pero también he hecho sacrificios.
Me alejé por mucho tiempo, después de nuestra infancia, después de
que tu madre fuera al manicomio, para que pudieras vivir tu vida.
—Porque le habías hecho una promesa sobre tu vida mágica, no
tenías opción... —Me detengo antes de decirle que sé muy bien lo
vinculantes que pueden ser esas promesas.
—Sí. Pero te dejé ir de nuevo, el año pasado después de que
fueras coronada. Y todas esas noches que te traje al País de las
Maravillas en tus sueños, a pesar de que me dolía que abandonaras
nuestros paisajes oníricos y regresaras al reino de los mortales; te dejé
ir cada mañana a vivir tu realidad allí. Puede que no parezca mucho, en
comparación con la galantería de tu mortal. Pero para mí, tan egoísta,
arrogante, pedante como soy, esa es la forma más sincera de sacrificio.
Dejarte ir. ¿Qué no lo ves?
La empatía se abre camino a través de mí. Me esfuerzo por
encontrar alguna palabra de gratitud o disculpa, pero nada parece
suficiente. Todo lo que puedo hacer es asentir.
Como si estuviera esperando esa señal, libera mis manos, acuna
mi cara, y susurra en mi oído: —Mi preciosa Alyssa, comparte tu
realidad conmigo. Dame tu para siempre. Vamos a causar hermosos
estragos juntos.
La tentación brilla a través de mi sangre, una muestra de poder
eterno y pandemónium. Sus suaves labios se deslizan por mi
mandíbula. Estoy deslumbrada por su toque, drogada por sus
promesas, cayendo más y más en él. Antes de que llegue a mi boca, cojo
sus manos y lo ruedo hasta que es él el que está de espaldas, sus alas
ya no son un escondite, sino unas sedosas piscinas negras a lo largo del
suelo.
Apoyo la mitad superior de mi cuerpo por encima del suyo, así
tengo el control. —No puedo pensar —le susurro—, me estás volviendo
loca.
—La locura es la claridad más prístina. —Enrolla una pierna
alrededor de mis caderas y me derriba hacia él—. Ábrele las puertas a la
locura. Deja que sea tu guía. —Una esquina de su boca se levanta en
una sonrisa infantil.
Me sostengo sobre mis codos. No lo he visto así de relajado desde
que éramos compañeros de juego: trozos de hierba esparcidos por su
pelo, la ropa sucia y arrugada. Incluso su camiseta esta fuera del
pantalón. Él se extiende lánguidamente debajo de mí, y la cicatriz
plateada de su abdomen atrapa la luz, es la marca de la Hermana Dos
cuando peleó con ella en de Hilos de la Mariposa hace apenas unas
semanas.
Cuando estuvo a punto de morir por ayudarnos a escapar a mí y
a Jeb. Pero no lo dejé morir, porque no podía imaginar un mundo sin él.
No me puedo imaginar un futuro sin él tampoco. Ya no.
Siguiendo un instinto oscuro y un deseo aún más oscuro, toco la
cicatriz. Su piel tensa se contrae y él sostiene un suspiro.
Retiro la mano.
Él agarra mi brazo y me arrastra hacia abajo de manera que
nuestras narices se tocan. —Es hermoso —dice, su aliento fragante y
afrutado—. La marca dejada por tu amor cuando me salvaste la vida.
Coincide con la de tus palmas, de la primera vez que me salvaste. Una y
otra vez, tus acciones rinden homenaje a tus verdaderos sentimientos.
Pero quiero oír las palabras. —Sus labios acarician mi mandíbula y se
detienen en mi oído—. Dilas.
Su voz baja y ronroneante electriza mi piel. La reina del País de
las Maravillas cobra vida. Arroja luz sobre el sentimiento escondido
dentro de los rincones más oscuros de mi corazón, hasta que ya no lo
puedo negar.
Busco sus ojos, extasiada por la profundidad de las emociones
que albergan. —Me preocupo por ti… —Es una respuesta poco
profunda e inadecuada. La verdad más profunda se congela en mi
lengua: La habitante del Inframundo en mí te ama apasionadamente.
Estas palabras son demasiado escalofriantes, frágiles, y
extraordinariamente únicas como para liberarlas; podrían desvanecerse
como los copos de nieve si se exponen al calor de la realidad muy
pronto.
Pero Morfeo se cansa de esperar. Me arrastra más cerca,
presionando mis labios con los suyos y besándome con golpes calientes
y exquisitos.
Sucedió muy rápido. Nunca lo vi venir.
Oh, pero mi lado de habitante del Inframundo sí lo hizo, y ella
arroja mi armadura humana a un lado.
Ella guía mis manos, anudando mis dedos por su pelo, se burla
de su lengua con la de ella. Ella no me deja alejarme, porque quiere
estar allí de nuevo. En el País de las Maravillas, a donde sus besos con
sabor a tabaco siempre nos llevan…
Porque las cosas que detesto son las cosas que ella adora: Sus
comentarios mordaces, su condescendencia exasperante. Su dominio
amenazante de medias verdades y acertijos. La forma en que me
empuja en la cara del peligro, me obliga a mirar más allá de mis miedos
y alcanzar todo mi potencial.
Más que nada, porque me anima a creer en la locura... en ella... el
lado más oscuro de mí misma: la reina que nació para reinar sobre el
reino Rojo y para dar al País de las Maravillas un legado de sueños e
imaginación.
Sus manos enguantadas buscan la curva de la cintura, el arco de
mis caderas. Él me mueve encima de él, tan cerca que no hay suficiente
espacio para una brizna de hierba entre nosotros. Sus besos crecen
insistentes, desesperados. Su sabor llega hacia mí, a fruta y a humo y a
tierra, y otras cosas que nacen de las sombras y tormentas... cosas a
las que no puedo ponerle nombre.
Soy transportada lejos, a un lugar donde las llamas lamen en mi
piel, cegada por naranja, amarillo y blanco. Calor sofocando mis fosas
nasales.
Estoy en el sol. No es un sol terrenal, sino del País de las
Maravillas. Morfeo está conmigo, con una corona de rubíes. Juntos,
estamos bailando el vals en el interior del núcleo de fuego, sin ser
afectados por el infierno arremolinándose a nuestro alrededor,
conscientes sólo de nuestra danza. Brasas doran nuestras alas. Mi
vestido rojo, de rosas y encajes, captura una chispa y se quema. Su
hermoso traje carmesí hace lo mismo, dispersándose como ceniza.
Nuestros espíritus reflejan nuestra carne, todos los secretos y deseos al
descubierto. Somos libres, cara a cara, en pie de igualdad... sin ningún
lugar donde escondernos sino dentro del otro. Abre los brazos y voy con
él, sin reservas.
La imagen se desvanece. Estoy encima de Morfeo de nuevo, quien
se encuentra completamente vestido en la hierba. Debe haber sido una
visión, como la que tuvo Ivory de un banquete y un niño, una visión de
un futuro legado a mí por mi corona mágica.
La profundidad me llena, pero no puedo olvidar mi humanidad y
mi amor por un hombre mortal que pintó una habitación llena de
hermosos sueños, un hombre que ha perdido su camino y me necesita
ahora más que nunca.
Esa presión sobre mi corazón pulsa través de mi pecho,
robándome el aliento. Me libero y trago oxígeno mientras me apresuro a
ponerme de pie
—Jeb —murmuro.
Morfeo gruñe y se pone de pie, arreglándose la camisa. Sacude
hierbas de las perneras del pantalón y se endereza el lazo al cuello. —
Esa fue una proclamación de amor muy decepcionante. Tal vez lo
harías mejor si escribieras un soneto, preferiblemente omitiendo las
letras J, E y B.
—Lo siento. —Muelo un nudillo en mi esternón para aliviar el
escozor ardiente—. Tengo que hacer lo correcto, para todo el mundo. No
sé qué es lo correcto. Lo único que sé, es que todo el mundo necesita
algo diferente. Tú, Jeb, mis padres, el País de las Maravillas. Quiero
separarme en dos… ser dos seres totalmente.
Morfeo frunce el ceño. —No vuelvas a decir eso, Alyssa. Es
peligroso desear tales cosas.
—¿Por qué? No puedo cambiar que tengo dos lados de mi
corazón. No importa lo mucho que lo desee.
—No deberías siquiera pensar eso nunca. La única forma de
encontrar la paz es si tus dos lados aprenden a coexistir. No serías la
chica con la que compartí la infancia sin ellos dos.
Su admisión conmovedora hace que considere algo que aún no
había pensado. —La chica a la que ayudaste a moldearse en una reina.
—Miro al cielo, ahogándome en mi propia indecisión—. Siempre me
dijiste que yo era lo mejor de los dos mundos. Me enseñaste a abrazar
tanto mi magia y mi imaginación. Ahora, tengo dos voces internas a las
que seguir. Cada una señala a una vida diferente en un mundo
diferente. Le estoy haciendo daño a todos, porque estoy confundida. Y lo
odio. —Me dirijo a él—. Tal vez eso es lo que me da ganas de odiarte.
Estudia mis facciones, silencioso y estoico, y me pregunto si al fin
se lamenta todo lo que me enseñó, a todo aquello a lo que me condujo.
Rozo mis dedos por las joyas centelleantes de tonalidades
sombrías en todo su rostro. —Pero odio es lo menos que siento por ti.
La cosa más alejada.
Él atrapa mi mano y presiona mi palma cubierta de encaje en su
pecho, arrastrando el pulgar por mis nudillos.
Hago a un lado el tierno momento para dar riendas sueltas a mi
mente. —Dijiste que vamos a limpiar a Jeb de la Reina Roja para que
pueda destruirla, para siempre. ¿Cómo se supone que vamos a hacer
eso sin hacerle daño?
Morfeo se inclina para recoger mi tiara, devolviéndola a mi pelo.
—Eso, amor, requerirá el mayor sacrificio de todos. —Su pulgar sigue
las cadenas en mi cuello—. Y tú eres la que va a tener que hacerlo.
No tiene oportunidad de explicarse antes de que la puerta de la
habitación sea abierta, revelando a Jeb en el umbral. A pesar de que él
ha insistido en que hemos terminado, el déjà vu hace ecos a través de
mi conciencia, como si hubiera sido atrapada traicionándolo de nuevo.
Esa preocupación se desvanece una vez que me doy cuenta de su
apariencia: la sangre que gotea, el pelo revuelto, la cara pálida, y la
expresión ansiosa. Las plumas en su traje han caído como si fuera un
pájaro que apenas sobrevivió a un ciclón. Lo peor de todo, papá no está
con él.
—Jeb, ¿dónde…?
Su mirada nos perfora con una luz de otro mundo. —Ustedes dos.
Vengan conmigo. De prisa.
14
Agua & Piedra
Traducido por Elle
Corregido por Laurita PI

Nos apuramos al estudio de arte. Estoy un paso detrás de los


chicos, siguiéndolos con Chessie y Nikki, quien le lanza el sombrero
pedido por Morfeo mientras nos apuramos por el corredor.
Cuando llegamos, gemidos agonizantes nos dan la bienvenida, y
el terror se adueña de mi pecho. El estudio se encuentra en penumbras.
Rayos de luz índigo nublan el techo de cristal, remanentes del
atardecer. Una figura yace sobre la mesa, revolviéndose de dolor.
—¡Papá! —Empujo, pasando por el lado de Morfeo que se ha
detenido en el umbral, el sombrero apretado contra su esternón.
Jeb ya se encuentra en la mesa, dándole su mano a papá para
que la apriete.
Las lágrimas me estrangulan. Por semanas he estado preocupada
por mamá, cuando era papá quien ha estado en peligro todo el tiempo.
¿Por qué mis visiones no podían haberme mostrado eso?
Presiono la mano en su pecho. El disfraz de plumas hace
cosquillas, y camufla el rápido latir de su corazón. —¿Qu… qu… qué
sucedió? —pregunto.
Jeb se concentra en el rostro de papá. —No pude detenerlos.
—¿Detener a quién? —presiono.
En lugar de responder, Jeb gruñe, es un sonido gutural mezclado
con ira y remordimiento. Quiero reconfortarlo, pero también quiero
sacudirlo. Por dejar que mi padre se hiciera daño; por ir sin mí.
Morfeo se interpone entre nosotros. —Paciencia, amor. Nuestro
caballero élfico finalmente se da cuenta de que no es el dios que creía
ser.
Mi cerebro se llena con miedos de niña pequeña. —Papi. —Me
inclino sobre él, sollozando—. Papi, mírame.
Sus párpados revolotean, pero no se abren.
—Seguimos el brillo, aterrizando cerca de un abismo de nada —
murmura Jeb, su voz estremecida y áspera por su explosión previa—.
Los caballeros en la verja del País de las Maravillas podían vernos.
Usaron su medallón y enviaron un túnel de viento. Estábamos
esperando para que nos recogieran… pero fuimos atacados. Los
guardias de la reina revolvieron una jaula llena de moscas escorpión y
liberaron un enjambre. Intenté sacar mi cuaderno de bocetos, para
dibujar redes y atraparlos… como los que hago para ti. —Mira a Morfeo.
—Tu magia falló —sugiere Morfeo.
—Yo fallé —dice Jeb, sus ojos de nuevo en papá—. El sonido se
metió en mi cabeza. Más alto que un millón de langostas metidas en
una sala de conciertos.
Papá se queja, meciendo la cabeza de atrás hacia adelante,
intentando cubrirse las orejas. —¡Haz que se detenga!
—¿De qué está hablando? —pregunto.
—Ha estado diciendo eso desde que lo picaron —responde Jeb—.
Es como si todavía las escuchara zumbando.
—¿Lo picaron? —¿Soy yo quien hace la pregunta? No estoy
segura. Todas las voces son distantes, y mi cuerpo se siente
comprimido, como nadara a través del lodo del fondo del océano.
—CC fue capaz de matar a la mayoría, y salí del trance lo
suficiente para capturar a otros… pero un par se liberaron. Lo siento,
Al. —Jeb sigue sin mirarme.
Morfeo se quita la chaqueta, arrastra un balde chorreante de
debajo de la mesa, y llena una esponja. —¿Dónde lo picaron?
—La pierna izquierda, creo —murmura Jeb.
—No, no es cierto. —Empujo entre ellos, agarrando el bíceps de
Morfeo—. Dijiste que esas cosas convierten a la gente en piedra. Él no lo
está, ¿ves?
Aparta mi mano. —Necesitamos quitarle el disfraz para
asegurarnos de que solo fue picado en un solo sitio.
—¡Esto no puede estar pasando! —grito.
Morfeo me obliga a mirarlo. —Si solo fue picado en la pierna, eso
nos da tiempo al estar lejos de su corazón. Ahora consigamos algo para
mantenerlo caliente. Está a punto de ponerse muy mojado.
Chessie se posa en mi hombro, acariciándome el cuello
suavemente en un gesto de consuelo. Nikki me toma por el meñique y
me guía hacia una percha con ropas colgando. La levanto. Ya no me
encuentro bajo el agua. Me hallo en algún otro sitio, muy lejos, atada a
una cuerda de salto al vacío que sigue tirando de mí hacia atrás, hacia
algo de lo que no quiero ser parte. Rayos de crepúsculo se cuelan por el
techo de cristal, ampliando mi desorientación.
Le alcanzo el paño a Jeb. —Esto no puede estar sucediendo. No
puede.
Ninguno de los chicos responde. Cubren a papá hasta los
hombros, y luego usan esponjas enchumbadas para derretir el disfraz
debajo.
Extrañas y estúpidas conjeturas me llenan la cabeza. El paño no
se derrite. ¿Y qué hay de la mesa? ¿No la destruirá el agua? ¿Y si papá
se cae? Tal vez no es una pintura; tal vez es igual que las flores nido de
abejas, la cueva de murciélagos, la carne de conejo, y el agua de lluvia.
Algo derivado de los recursos crudos de este sitio.
Todas las preguntas se desvanecen cuando veo las expresiones
serias en los rostros de Jeb y Morfeo.
Me muevo frente a la mesa y acaricio la coronilla de papá, mis
dedos se rizan alrededor de sus orejas. —Estarás bien, papá. Mamá
necesita que estés bien. Ambas te necesitamos. —Las esencias de
jarabe de arce, detergente, y limpiador de limón me rodean. No tiene
sentido que huela de ese modo. Mi cerebro debe estar jugándome
alguna mala pasada, porque él siempre ha sido mi hogar, mi seguridad,
y mi consuelo.
Papá se golpea la cabeza contra la mesa, su rostro retorcido de
dolor.
Lanzo las manos bajo su nuca para proteger su cráneo de la dura
madera. —¡Hagan algo! —grito.
Jeb finalmente me mira. —Al, lo estamos intentando.
Por primera vez, veo un destello de su rostro. Luce justo como el
niño pequeño en las fotos de su casa. Perdido, torturado, perseguido. La
única diferencia es la sangre en su mejilla y el labret brillando bajo su
labio.
Me encuentro a punto de preguntarle si también está herido,
cuando veo el tobillo de papá saliéndose por debajo del paño. Su piel
está blanca, seca, como talco, igual que cemento. El vello se ha caído.
Un montón de luces minúsculas brillan en su piel, como una acera bajo
el cielo nocturno.
Se está convirtiendo en piedra.
Se me cierra la garganta. —¡Usa tu magia! —Mi voz suena como
una tetera, silbante—. La brocha. Cúralo como curaste la oreja de
Morfeo. —Agarro el brazo de Jeb—. Por favor.
Él y Morfeo intercambian miradas reservadas.
—Solo funciona con Morfeo porque compartimos magia —
responde Jeb, su expresión llena de tanto pesar, que va más allá de su
estado encantado, haciéndolo aparecer crudo y humano—. Espera. —
Frunce las cejas—. Tu magia de sueños. Thomas es humano. Él puede
deslizarse dentro de los sueños.
Morfeo asiente, entendiendo lo que para mí no es obvio. —El
veneno se dispersa a través del riego sanguíneo, incentivado por la
agitación de la víctima. Si podemos reducirlo a su estado MOR 8, enviar
su mente donde no pueda escuchar el zumbido, podemos calmarlo.
Mantener el veneno a raya.
—La Reina de Corazones —retoma Jeb—. Ella tiene un remedio
para esto. De otro modo, sus guardias idiotas no estarían manejando
los insectos.
Los miro a ambos indistintamente. —Sí. Háganlo. Por favor… —
No me doy cuenta de que mi rostro está mojado hasta que Chessie me
seca las mejillas con su cola.
Jeb comienza a tocar la cabeza de papá, pero Morfeo lo detiene. —
No sabes cómo manejar la magia de sueños. Necesitas una guía.
Aprieto la mandíbula, sospechando la verdadera razón de la
intervención de Morfeo. Si dejara que Jeb destara todo su poder, le
hebra de Roja también se escurriría en papá. ¿Y quién sabe cuáles
serían los resultados?
Jeb se encoge de hombros y me retiro hacia atrás, completamente
inútil a pesar de toda mi magia.
Morfeo acuna el rostro de papá en sus manos, poniéndolas en sus
sienes, y Jeb aparta un ala para pararse hombro con hombro con él,
sus manos presionadas sobre las de Morfeo. Aunque el tatuaje de Jeb
brilla de un color púrpura, la luz que irradia es de un color azul prístino
—estrictamente de Morfeo— como si hubieran practicado el sobrepasar
la magia de Roja con anterioridad muchas veces. Morfeo mira a Jeb
incrédulamente, aparentemente sorprendido por la pureza de la fuerza.
La luz late a través del cuerpo de papá, desde la cabeza hasta los
pies, justo igual a cuando Morfeo desató su magia de sueños sobre Jeb
el día de la fiesta de graduación.
El cuerpo de papá se relaja por completo.
Me dejo caer sobre su cabeza, exhausta a pesar de no haber
hecho nada.
—Ahora te atendemos a ti —instruye Morfeo a Jeb, y le indica que
se siente. Remoja una esponja—. Estás sangrando.
Jeb se mueve hacia el borde de la mesa. —No. —Se recorre las
manos por las manchas rojas de su disfraz—. Es pintura —explica,
ensoñador—. Un residuo de CC. Se cortó las manos siguiendo mi orden
de evitar que los guardias atraparan el embudo.

8 Movimiento ocular rápido, fase del sueño durante la cual se presenta mayor
intensidad de las llamadas oníricas (sueños). En inglés: REM; rapid eye movement.
Morfeo frunce el ceño y deja de limpiar la cara de Jeb. —¿Dónde
está CC ahora?
—Me protegía para que pudiera escapar con Thomas —responde
Jeb—. Los guardias lo capturaron.
Murmurando un juramento, Morfeo lanza la esponja en la cubeta.
Después de secarse las manos en el paño, arrastra su chaqueta y
camina hacia la entrada, donde dejó su sombrero. Se lo pone, las alas
marchitas detrás de sí.
—Necesitamos un plan para obtener el antídoto. —Se pone los
guantes—. Cualquier esperanza para el elemento sorpresa está
arruinada. Roja sabe que Alyssa se encuentra en CualquierOtroSitio.
Ahora tienen a CC, quien conoce el modo de entrar a nuestra montaña.
Jeb da un puñetazo en la mesa. —Iré esta noche, antes de que
puedan intentar encontrarnos. Traeré a CC y al antídoto. Sanaremos a
Thomas y lo enviaremos a él y a Al a través de la puerta antes de que
pase cualquier cosa.
Sacudo la cabeza. —No nos vamos sin ustedes dos. ¿Lo
entienden?
—¿Y cómo entrarías, si no te importa elaborar en el asunto? —
pregunta Morfeo a Jeb, ignorando mi intento de dar órdenes.
Jeb se deja caer al suelo y se quita el traje de pájaro. Una camisa
azul marino y vaqueros desteñidos se ajustan a él, arrugados y
crepitando con estática por estar bajo el disfraz. —Tal vez pueda agitar
un poco las cosas. Estrujar un par de torretas y tumbar un muro o dos.
—Ya intentamos eso una vez —contradice Morfeo—. Tu magia es
limitada al terreno natural. Las cosas construidas por las manos de
otros están más allá de tu capacidad para alterarlas. —Se ajusta el
sombrero, y las polillas naranjas se mecen en el ala. Me mira—. Hart
arregló una carrera de conjurados mañana para elegir a un rey oficial.
Usamos el simulacrum… vamos a primera hora de la mañana cuando
las puertas se encuentren abiertas.
—Todos los prisioneros estarán preocupados —razono, frotando la
mano de papá.
Jeb inclina la cabeza pensativo. —Ayudaría el tener un plano.
Sabríamos exactamente a dónde ir por la cura, sin desvíos.
Morfeo asiente. —Podríamos enviar a alguien esta noche, alguien
suficientemente pequeño para deslizarse por los huecos existentes en el
muro. Mientras ellos exploran, podemos descansar, prepararnos, y
planificar.
Nikki alza la cabeza desde el otro lado de la sala donde ella y
Chessie han estado fastidiando a las grullas que ocupan el biombo
japonés. Revolotea hacia nosotros. —Envíenme a mí —insiste, su voz
tintineante mientras se señala.
Su bravura me conmueve. —Nikki es fuerte. Podría traer el
antídoto si lo encuentra.
—No lo sé —dice Jeb—. Es tan pequeña. ¿Y si…?
—Nikki es ideal —interrumpe Morfeo—. La diseñaste para que
tuviera libertad en este mundo. Es pequeña y rápida, y está en buenos
términos con tus pinturas. Si CC es enviado para guiar a los guardias
aquí, ella puede distraerlo. Chessie y yo podemos acompañarla hasta
las puertas del castillo, esperar por ella a escondidas hasta que termine
la expedición.
Jeb se pasa una mano por el cabello, dejándoselo despeinado.
Obviamente está preocupado por su espíritu de la naturaleza. —De
acuerdo, pero fui yo quien lo jodió. Si ella no es capaz de obtener la
cura, yo debería ir a esta cosa de la carrera mañana. No tú y Al.
Comienzo a objetar, pero Morfeo me gana. —Aquí te necesitan. Tú
mandas sobre las creaciones. Estás mejor preparado para proteger a
Thomas en caso de que la montaña sea atacada. Chessie sería nuestro
mensajero si algo sale mal por nuestra parte.
Jeb asiente, resignado.
Morfeo envuelve el paño alrededor de papá y lo pone en una
posición de sentado. —Necesita estar en un sitio seguro, en caso de que
la montaña sea penetrada.
—Lo llevaré al faro —ofrece Jeb—. Al, te puedes quedar con él
toda la noche.
—De acuerdo —murmuro. Me asusta estar sola, aunque sea mi
propio padre. No sé qué haré si empeora—. ¿Y si se despierta?
—No debería. El hechizo bajo el que está durará hasta que
Jebediah y yo lo deshagamos.
Me recuerdo que se supone que una reina debe ser valiente, y
accedo.
Jeb balancea a papá sobre su hombro. Haciéndome a un lado
para dejarlo pasar, Morfeo agarra mi brazo antes de que pueda
seguirlos por el corredor.
Espera hasta que Jeb se encuentra fuera del alcance del oído y
me mira. —Jebediah no puede ir al castillo bajo ninguna circunstancia.
—Observa la puerta—. Es muy peligroso para él.
No estoy segura de si le creo su preocupación. —¿Por qué?
—Es un recipiente en el cual todos podemos derramar nuestra
magia en una tierra de hadas sin poder. Semejante producto no tiene
precio. Un arma a temer y deseada por todos. Casi lo destruyó el
intentar dominar su poder y el mío. Los habitantes de este sitio… la
Reina de Corazones, Manti y sus matones… todos son despiadados sin
alma. Si alguna vez se dan cuenta de lo que él es, lo llenarían hasta el
borde con su magia. Se lo comerían como un cáncer hasta que no
quedara nada. No podrías tener de vuelta a tu mortal después de que
ellos terminaran.
La lógica en sus palabras pesa en mi ya cargada cabeza. —Así
que de veras lo has estado protegiendo todo este tiempo, ¿no?
¿Manteniéndolo escondido aquí?
Sus manos se deslizan hacia mi muñeca en una afirmación sin
palabras.
—Gracias. —Aprieto sus dedos en los míos.
Morfeo hace un gesto a Chessie y Nikki, dirigiéndolos hacia el
pasillo para cuidar a Jeb. —No te pongas sentimental. No lo hice por él.
Lo hice porque no puedo tenerte torturada por la culpa de que hubiera
terminado así. Habrías culpado tus elecciones en la noche del baile de
graduación por la tragedia. Eso habría arruinado tu fe en tu habilidad
para reinar. Serías una reina inútil si no pudieras confiar en tu propio
juicio.
La explicación hastiada está en la misma línea del razonamiento
de un hada solitaria. Por supuesto que es por el bien mayor del reino
que él ama. Pero aun así, hizo lo correcto, y Jeb se encuentra vivo por
ello. No lo olvidaré. —Entonces, ¿qué propones que hagamos? ¿Decirle a
Jeb qué papel juega Roja en su magia?
—Absolutamente no. Se le meterá en la cabeza alguna idea
descabellada de enfrentarse a ella si hacemos eso. Tenemos que sacarlo
de este reino antes de que lo descubran.
—Pero no se quiere ir —murmuro, incapaz de enmascarar la
derrota en mi voz—. ¿Cómo proteges a alguien que no quiere ser
protegido?
—Se marchará si tomas la fuente de su poder. Haremos un trato
con Roja a cambio del antídoto. Ella aborrece este sitio. Así que le
ofrecemos una ruta de escape. Puede que comparta el cuerpo de Hart,
pero Roja es más astuta sin duda. Conseguimos la cura para tu padre,
y a cambio, sacamos a Roja de CualquierOtroSitio. Jebediah se verá
forzado a seguirnos para quedarse atado a la magia de la que se ha
hecho dependiente. Sentirá la atracción instintivamente, justo como la
siente hacia mí. Una vez de vuelta en el País de las Maravillas, el efecto
magnético del hierro se revertirá. La magia retornará a sus recipientes
adecuados, y Jebediah volverá a ser humano.
¿Por qué Morfeo haría semejante sacrificio? ¿Arrastrar no solo a
Roja de vuelta a su amado reino, sino a otra reina empecinada en la
destrucción, solo por ayudar a un par de mortales?
Giro sobre mis talones y suprimo mi sospecha, intentando creerle.
—Los guardias… no dejaran que la Reina de Corazones atraviese la
puerta. Incluso si mi papá está lo suficientemente bien, no será capaz
de convencerlos. Roja se encuentra dentro de ella, y Hart es una
prisionera. Ambas pertenecen aquí.
Morfeo da un golpecito al diario en mi cuello. —Por eso mismo la
Reina de Corazones debe quedarse atrás. Debemos contrabandear a
Roja bajo las narices de los guardias.
—No es como que pudiéramos meterla dentro de un simulacrum.
Es un espíritu… —El horror me golpea antes de que pueda terminar de
rodar el razonamiento por mi lengua. La críptica afirmación de Morfeo
de antes cuando le pregunté cómo sacaría a Roja del sistema de Jeb:
“Eso, amor, requerirá el mayor sacrificio de todos, y tú eres quien tendrá
que hacerlo”.
Esto era lo que pretendía desde el principio, cuando formó un
majestuoso transporte de polillas para llevarnos, cuando dijo que me
ayudaría a formar un plan.
Nunca fue mi plan. Era el suyo. Que yo fuera al castillo, dejara
que el espíritu de Roja me habitara, y sacarla de este reino.
—No —digo, el pulso martilleándome con tanta fuerza en las
mejillas que puedo ver su movimiento bajo mi piel con esta luz tenue—.
Vine aquí a terminar con ella, no a darle acceso a mi… —Ni siquiera
puedo decirlo en voz alta. Ya ella le hizo algo a mi corazón que necesita
reparación. No la volveré a dejar entrar.
Todo lo que sucedió hoy… las habitaciones, mis epifanías, la
seducción de Morfeo, el estado de amenaza para papá… todo eso me
retiene como humo, haciendo que sea difícil respirar. Mareada y
sobrecalentada, me balanceo. Morfeo me empuja a la mesa.
—Ahora, no podemos dejar que te pase algo. —Me abraza y
recorre mi cabello, un gesto tierno que se siente fuera de lugar gracias a
sus palabras de regaño—. Este es el plan perfecto. —Su voz retumba en
su pecho junto a mi oído, suave y melódica—. Es lo menos peligroso
para todo el mundo, sobre todo Jebediah. —Cierro los ojos, dejando que
su rítmico palpitar golpee mi mejilla—. La parte más complicada será
engañar a Hart para que deje ir al espíritu de Roja. Pero en lo que
respecta a Roja, ni siquiera tendremos que negociar; es todo lo que
siempre ha querido, ser parte de ti.
Ser parte de ti. La bilis me sube a la garganta. ¿Y si fue Roja a
quien vio Ivory en la visión… viviendo a través de mi cuerpo? ¿Y si es su
futuro con Morfeo y no el mío? Si eso es cierto, el niño de Morfeo y mío
le pertenecerá a ella. Ella será su madre.
Me aferro a las solapas de Morfeo. ¿Es que no se da cuenta de lo
que puede pasar si no puedo derrotarla una vez que esté dentro de mí?
¿No entiende el peligro? No solo para él, sino también para nuestro hijo
futuro.
—No la voy a dejar usarme como recipiente —digo contra él—. No
de nuevo.
Se echa hacia atrás y recorre un enguantado dedo por mi sien. —
¿Ni siquiera por tu mortal? ¿Y por el padre que te necesita? Tienes sus
memorias para derrotarla en el momento en que crucemos la frontera y
Jebediah esté limpio de su poder.
Agarro el diario pequeñito como si fuera un salvavidas, pero me
siento hundir. —No puede ser que sea el único modo.
—Lo es; el único modo de salvar lo que amamos.
Mis nervios pican. —¿Nosotros amamos? No te importa Jeb. Tú
mismo lo dijiste.
Sus labios se aprietan. —Él tiene sus méritos. Suficientes como
para merecer vivir, justo como tu padre todos esos años atrás. —Luce
sincero, pero el flujo de color en sus joyas lo delata. Finalmente he
aprendido a leerlo.
Mi fuerza se rebela. —No. Mientes. Esta no es la única manera de
sacar a Jeb.
Morfeo presiona ambas manos sobre la mesa detrás de mí,
acorralándome. —Como dijiste, él no tiene deseos de marcharse.
Lo empujé hacia atrás. —Puedo convencerlo.
—¿Qué? ¿Seduciéndolo? —se burla Morfeo—. Tengo medio en
mente dejar que lo intentes. Lo que sea para sacarte al chico del
sistema de una vez y por todas.
Un latido enojado pulsa en mi sien. —Tienes razón. Tienes solo
media mente si crees que tu “permiso” tiene algo que ver.
Su arrogante sonrisa responde. —Entonces, adelante. Borraré el
recuerdo de su toque, y no necesito una poción de olvido para ello.
Tengo fe en mis habilidades para sobrepasar cualquier cosa que ese
mortal pueda hacer por ti, o a ti. —Arrastra la punta de los dedos por
mi cintura, recordándome lo que sucedió entre nosotros en su
habitación un poco más temprano—. ¿Por qué estamos discutiendo, eh?
—ronronea—. No tiene sentido. Ustedes pasaron la mañana juntos.
Pintó sobre tu cuerpo semi desnudo, el bastardo afortunado. Si ese
hubiera sido mi trabajo, tus ropas hermosas nunca habrían sido
creadas. Él ya no te desea.
Esa verdad me marca, pero no voy a dejar que un ego herido
descarrile mi resolución.
—Hay algo más en esta cosa con Roja, y si no me lo dices, me
pondré un traje de simulacrum, me iré sola a buscar la cura de papá, y
le pondré final a ella de una vez y por todas.
Su complexión de alabastro palidece. —No seas tonta. Para entrar
al castillo se necesita trabajo en equipo, y tenemos que estar armados
con un plan de escape. Lo más importante es que necesitas dormir,
apenas si puedes mantenerte en pie.
Me alejo de entre él y la mesa, acercándome a la puerta. —¿Por
qué necesitaría estar de pie? Puedo volar, y ni tú ni Jeb pueden
detenerme. —Con un chasquido de mis omóplatos, mis alas se liberan,
apresurando otra corriente de poder a través de mis venas.
Morfeo recorre mis alas con sus ojos. Filamentos de luz nocturna
caen desde arriba, iluminando su expresión embelesada. —Es una
demostración impresionante, amor, pero no te atrevas a confundir mi
veneración con la rendición.
Comienza a acercase a mí, su expresión se desvanece a un ceño
fruncido. He provocado uno de sus humores oscuros y combativos. No
me importa, porque mi imaginación es más refinada que la suya, y él
me ha revelado el secreto para manipular las pinturas de Jeb.
Antes de que pase frente al biombo japonés, mentalmente llamo a
las grullas. Cesan de picotear contra su prisión de papel de arroz y
centran su atención en mí. Les asigno un nuevo rol: tejedoras de encaje,
y la luz de la luna es su hilo.
Graznidos como de clarín explotan de sus gargantas al tiempo en
que salen de las pantallas y se dejan caer frente a Morfeo con una
forma completamente tridimensional. Titubeando sobre escamosas
patas grises, el dúo crotora y se desliza por el suelo, aprendiendo a
balancearse por primera vez. Entonces, con alas extendidas, alzan sus
elegantes cuellos en toda su altura, alcanzando la barbilla de Morfeo.
Él se retira, sus joyas destellando amarillo verdoso, signo de
fascinación cautelosa.
Las grullas capturan la luz de la luna en sus picos como si fueran
hebras tangibles. Tensándolas desde el techo, las tejen en una red de
encaje brillante con velocidad de otro mundo. Un parpadeo, y el panel
ya está sobre el pecho de Morfeo.
Intenta agacharse, pero los pájaros ajustan su trayectoria,
haciendo círculos, torciendo, y trenzando la red para que alcance sus
pantorrillas. Apenas tiene tiempo para retirarse antes de que la barrera
lo lleve hacia el borde de la esquina más lejana de la habitación… una
cerca de gasa de piso a techo. Tan pronto como terminan el primer
panel, comienzan otro, crotorando los picos.
—Bien jugado —dice Morfeo desde el otro extremo, enroscando los
dedos a través de las hebras irrompibles. La admiración destella en sus
ojos oscuros—. Soy tu prisionero, aunque siempre lo he sido.
Nos miramos mutuamente en silencio. La única cosa innata en
ambos es nuestro miedo a ser retenidos. Recuerdo su hermosa y
agonizante confesión de unas semanas atrás: “Nada puede romper las
cadenas que tienes sobre mi corazón”. En la visión que tuve, cuando
bailamos sobre el sol, éramos libres e iguales en todo sentido. Eso es lo
que deseo para él; para ambos.
—Nunca he querido que seas mi prisionero —insisto.
Hace una floritura con sus brazos. —Y aun así, aquí estoy, en
una jaula de tu autoría.
—Si pudieras aprender a ser honesto, los muros caerían.
Aprieta la mandíbula.
—Estás usando a Jeb para influenciar mis elecciones. De nuevo.
Esta vez no voy a caer en la trampa. ¿Por qué quieres liberar a Roja?
¿Hay algo entre ustedes dos? —Hago una pausa en el umbral,
esperando.
—¡No! Odio a la bruja. —Su rostro, atravesado por sombras de
encajes, aumenta en seriedad—. La odio con la misma pasión sin
cambios con que te amo.
La confesión es dulce en su simplicidad, recordándome que las
emociones que siente le son completamente extrañas; siendo una
criatura solitaria, no comprende lo profundamente entrelazado que se
encuentra el amor con la confianza. —¿Quieres que crea en tu amor?
Entonces no más secretos. Si vamos a ser iguales, tenemos que trabajar
juntos. Estás acostumbrado a estar solo, no sabes cómo confiar en
alguien más que en ti mismo. Eso tiene que cambiar. La humana en mí,
necesita confianza. Ten fe en que te entenderé y no te juzgaré; en que
puedo encontrar un modo de ayudarte, puede que incluso uno mejor.
Su obstinado silencio se burla de mí, así que doy media vuelta
para marcharme.
—¡No hay un modo mejor! —La desesperación en su voz hace que
me gire y lo enfrente—. Si la hubiera, nunca te pediría esto. Roja puso
el hechizo sobre el País de las Maravillas. Solo su magia puede revocar
la decadencia y regresar su esplendor original. Sin ella, el Inframundo
caerá en las ruinas, y nada redimirá nuestro mundo, nuestro hogar, tu
reino. Por eso tenemos que contrabandearla y sacarla… y el único modo
es dentro de ti. Tú eres de su linaje, y la única con la fuerza suficiente
para manejar su magia y usarla para el bien una vez que crucemos la
frontera.
Tentáculos helados se arremolinan en mi espina dorsal. —
¿Esperas que la deje vivir dentro de mí para siempre?
Se aferra de nuevo al encaje. —Por supuesto que no. Solo hasta
que estén hechas todas las reparaciones. Entonces nos deshacemos de
su decadente existencia de una vez por todas.
Chessie y Nikki entran explosivamente en la habitación,
revolviendo pequeñas ráfagas de viento por mi pelo al tiempo que van
directo hacia la prisión de encaje. Vuelan en picado hacia las grullas,
intentando distraerlas.
Jeb me pasa en la puerta. Su brazo roza mi ala, y un cosquilleo
irradia desde la punta hasta mi espalda. Debe haber recorrido todo el
camino hasta la puerta de diamante para darse cuenta de que no lo
seguía. Antes de que pueda preguntar, se dirige al muro, donde papá
está en una posición sentada, durmiendo profundamente.
Jeb estudia el espectáculo de las grullas siseantes, Chessie, y
Nikki, todos enredados en el trabajo de encaje. Se vira hacia mí.
Encojo un hombro a medias por toda respuesta.
Sacude la mano, y el muro de gasa desaparece, regresando las
hebras de luz lunar y liberando a todos sus prisioneros. Ordena a sus
pájaros de vuelta a sus pantallas. Ellos graznan, se meten dentro, y
vuelven a aplanarse como adornos una vez más.
Nikki revolotea y se mete en el cabello de Jeb, ofreciendo un
tintineante gracias, y revolviendo las ondas sedosas a su alrededor
como si fuera un vestido.
Chessie se posa en el hombro de Morfeo y este camina hacia mí.
—Alyssa, debes ver lo crucial que es esto.
Jeb lo detiene con una mano en el pecho de Morfeo. —Aguanta un
momento, hueso de polilla. Cuando regresaba por el pasillo, escuché
que esperabas que Al dejara que ese monstruo la poseyera nuevamente.
No hay manera de que eso pase.
Morfeo gruñe. —Esto no te concierne. Preferirías romper el
corazón de Alyssa antes que renunciar al poder que anhelas y enfrentar
al mundo real. Así que no tienes voz ni voto. Es su elección para tomar.
Su reino está en peligro. —Me mira mordazmente—. Más que su reino.
Jeb lo empuja y su pelea aumenta de nivel. Nikki zumba,
intentando arbitrar.
Miro a mi alrededor: magia retorcida donde quiera, cuartos llenos
de pesadillas, mi padre apoyado contra una pared, en estado comatoso
para que no se convierta en piedra.
¿Jeb se quiere quedar aquí?
No. Este lugar es veneno. Tenemos que salir. Todos, incluso
cuando la única forma de convencer a Jeb es capitalizar su adicción al
poder…
Chessie me ve mirando, y flota sobre la pelea de Morfeo y Jeb
como una bola de un naranja brillante y cenizas grises. Sus ojos anchos
y sabios me hablan, forzándome a enfrentar lo que será de él; lo que
será de los caprichosos y extraños habitantes del Inframundo,
atrapados dentro del tren de la memoria en el reino humano; lo que
será de aquellos en el País de las Maravillas. Me obliga a reconciliarme
con lo que les sucederá a todos ellos una vez que su hermoso y bizarro
hogar se pudra bajo sus pies; lo perdidos que estarán.
Un fragmento de dolor se desliza a través del helado encofre de mi
coraje y lo corta con precisión. No hay dudas en lo que debe hacerse.
—Lo haré. —Aunque mi voz suena como poco más que un
chillido, detiene la pelea a gritos de Morfeo y Jeb.
Ambos se giran hacia mí, terriblemente silenciosos.
Alzo los hombros para que mis alas se extiendan. —Haré
cualquier cosa para salvar el País de las Maravillas —para salvar a
todos los que amo— porque soy responsable. Fui débil. No lo seré otra
vez.
Juntando manos y patas, Chessie y Nikki se alzan en vuelo en
vueltas de celebración.
—Alyssa… —El comportamiento de Morfeo es pura reverencia—.
Siempre supe que tenías el corazón de una reina.
Jeb agarra la camiseta de Morfeo, rechinando los dientes. —Si la
amas como proclamas que lo haces, dejarías que esa bruja te poseyera
a ti.
Morfeo lo mira fijamente. —No tenemos el mismo linaje. Y aunque
pudiera, solo Alyssa ha logrado sobrepasar a Roja. Está escrito que la
saque y la venza de una vez por todas.
—Jeb, por favor. Ya he tomado mi decisión. —Me duele la
garganta aun cuando estoy susurrando. Estoy tan cansada—. Papá
necesita ropa, y un sitio en el que acostarse.
Jeb deja ir a Morfeo y se dirige al salón. Su expresión es furia
contenida cuando carga a papá sobre su hombro. —Asumo que esta vez
vendrás —gruñe, luego comienza a caminar por el largo corredor una
vez más.
Temblando en el umbral, miro a Morfeo. —Ella casi me sacó las
entrañas una vez. Su marca todavía está ahí, la siento. —No le digo el
resto: que es como si las hebras de mi corazón se estuvieran dividiendo,
que estoy convencida de que es un efecto mágico de su posesión, y que
cada día parece romperse un poco más—. No estoy segura de tener la
fuerza para arrancarla otra vez. No si matarnos a ambas.
Su expresión cambia a algo cercano a la preocupación, me
congela el aliento. Mira hacia el diario. —Ahora tienes un arma. Sus
recuerdos te dan una ventaja que no esperará. La debilitarán.
—Ni siquiera sabemos si funcionará —susurro.
—Lo hará —dice—. Tiene que hacerlo. La preocupación en las
insondables profundidades de sus ojos contradice la confianza en sus
palabras. Por primera vez en la vida, él comparte mis dudas.
Nos quedamos así por incontables segundos, mirándonos
fijamente el uno al otro.
Cuando extiende un brazo para consolarme, me retiro hacia el
pasillo. Sin decir otra palabra, sigo a Jeb, incapaz de sacudirme la
ansiedad que se ha envuelto alrededor de mi cuello en forma de diario:
un juguete infantil que me salvará la vida, o que la estrellará
definitivamente.
15
Mareas del destino
Traducido por Vane hearts, KarlaSt & Zafiro
Corregido por Kora

Una vez llegamos al faro, Jeb lleva a papá a la torre. Lo viste y me


llama. Cubro la forma dormida de papá con mantas y luego me siento
en el borde de la cama junto a él, quitándome las botas.
Solo he estado en el mundo espejo poco más de un día y, sin
embargo, se siente como una semana. No puedo seguir el ritmo del paso
del tiempo aquí. Y esta noche promete ser el peor tramo de todos
mientras esperamos a ver si conseguiremos que papá se cure, o
tendremos que enfrentarnos a la mortal carrera de conjurados de la
Reina de Corazones.
Le acaricio la cabeza a papá, esperando a que Jeb trate de
disuadirme de seguir con el plan de Morfeo. En cambio, me mira en
silencio mientras la luz de la luna y el haz del faro toman turnos
iluminando las paredes.
—Revisé su pierna y el veneno no se ha extendido —dice Jeb
finalmente, su profunda voz aterciopeladamente dulce como lo fue en el
reino humano antes de que la magia de Roja se infiltrara en él. Qué
irónico, que mi corazón no sea el único que ella ha contaminado. Eso
me hace odiarla aún más.
—Él va a estar bien —continúa Jeb—. Es el hombre más fuerte
que he conocido.
La visión del chico de mi pasado es tan vívida que caigo en viejos
hábitos y derramo mi alma.
—Tuve una visión de mamá en la que ella está viva y segura. Creo
que está enviando mensajes a través de mis sueños.
Jeb se inclina contra la pared, ni siquiera interrogándome. Ha
visto y hecho suficiente magia en este momento para creer en lo
increíble.
—¿Qué voy a decirle que si…? —Mi voz se apaga.
—No, Al. Él va a salir de esto, porque es él el que está soñando
ahora.
Asiento.
—Espero que esté soñando con sentirse seguro. Con las cosas
que lo hacen feliz.
—Probablemente esté pescando —añade Jeb desde el lado de la
portilla de la ventana—. Al igual que cuando solía llevarnos a hacerlo.
—Fuerza una breve carcajada, más triste que feliz—. ¿Recuerdas esa
vez en que dejaste caer toda una caja de cebo?
Casi sonrío. Era el verano antes de octavo grado. Papá compró
grillos en la tienda de cebo.
—Ellos gritaban por ayuda.
Hay un sonido fuerte, y no tengo que mirar para saber que son
los nudillos de Jeb contra la pared de piedra.
—Ahí fue cuando comencé a enamorarme de ti.
Lo miro por encima del hombro. Con su dorado cabello
despeinado bajo la luz de las estrellas de plata, es tan hermoso como
cualquier visión mística que haya visto nunca.
—Nunca me lo dijiste.
Me da la espalda para mirar afuera.
—Estabas tan preocupada por esos insectos. La misma chica que
ponía alfileres en ellos todos los días para hacer su arte. Sin embargo,
no podía meter un gancho a través de ellos para atrapar un pez.
—Debido a que ya estaban muertos cuando los usaba para hacer
mosaicos. No tenía que escuchar su sufrimiento.
—No sabía eso. Todo lo que sabía era que había mucho más de ti
bajo la superficie. Así que empecé a dibujarte, tratando de hacer que se
notase, de leer entre líneas.
Él siempre me dibujó como un hada, como si de verdad estuviera
descifrando mis secretos. Tengo el corazón roto al saber que él ha
perdido la capacidad de pintarme mientras ha estado aquí, que casi lo
rompió el intentarlo.
—Y tu padre —continúa Jeb—, él no se enojó cuando soltaste a
los bichos. Solo sacó los señuelos de aluminio, y eso es lo que
utilizamos a partir de entonces. Nunca supe que un padre podría ser
así. Flexible. Amable. Es el mejor hombre que conozco. Estoy bastante
seguro de que me salvó la vida una o dos veces.
Estornudo y me limpio la nariz con el dorso de mi mano. Luego
subo la manta hasta debajo de la barbilla de papá, estudiando su rostro
sereno.
—Se suponía que iba a ser un caballero. —Mis cuerdas vocales se
contraen—. En cambio, cuando mamá fue recluida, tuvo que ser ambos
padres. Yo solía pensar que era aburrido por eso. Pero eso lo hizo el
héroe más grande de todos. —Para no llorar, entierro mi cara en el
hombro de papá, consolándome con la rapidez de su aliento en mi sien.
Su piel huele a la pintura que más temprano recubrió su cuerpo.
Apenas noto el peso instalándose a mi lado en el borde de la
cama.
—Al —susurra Jeb, más cerca de lo que ha estado desde que
llegué por primera vez a la montaña. Sus dedos trazan el borde de mis
alas.
—Quiero a mi familia de regreso. Te quiero a ti y a Morfeo
seguros, y quiero arreglar el País de las Maravillas.
—Lo sé.
Su empatía despoja mis defensas y levanto mi cara para dar
rienda suelta a mi más oscuro miedo.
—Pero estoy aterrorizada de dejar a Roja entrar dentro de mí otra
vez. —Me abstengo de decirle por qué, que mi corazón se siente como si
se estuviera rompiendo, literalmente, porque él mira hacia otro lado.
El colchón se mueve cuando él se pone de pie.
—Debo ir a custodiar las entradas.
Aunque no es la charla o el abrazo reconfortante que esperaba,
trato de no estar decepcionada.
Se dirige hacia la puerta.
—Duerme un poco, ¿de acuerdo?
Asiento. Mi cuerpo, cargado de agotamiento, quiere hacer
precisamente eso: acurrucarse junto a papá. Pero mientras las botas de
Jeb pisan fuerte por las escaleras, me doy cuenta de por qué no trató de
disuadirme de seguir con el plan de Morfeo. Jeb se siente responsable
por la difícil situación de papá. Cree que puede conseguir la cura por sí
mismo, por lo que no tendré que enfrentarme a la posesión de Roja en
absoluto.
La reparación del País de las Maravillas no es la prioridad de Jeb.
Conseguir llevarnos a papá y a mí con mamá seguros es lo único en lo
que está pensando. Pero si es capturado en ese castillo, lo usarán como
un recipiente para su magia hasta que no quede nada, justo como dijo
Morfeo…
Cierro las cortinas alrededor de papá y corro por las escaleras.
Cuando paso por la cocina vacía, pavor hierve dentro de mis venas.
Paso a través de la puerta.
—¡Jeb!
Ya está en el cuarto inferior de la escalera de caracol, silueteado
por las sombras y dirigiéndose hacia la costa y el bote de remos.
—Jeb, ¡espera!
Apremio a mis alas a volar y aterrizo en el mismo instante en que
él da el último paso. Siento granos de arena bajo mis pies descalzos
mientras me quedo entre él y el barco, fuera del alcance del haz del
faro.
—No lo hagas.
Se tensa. Su camiseta se aprieta alrededor de sus músculos.
—Es mi deber.
—No es tu culpa.
—No se trata de quién es la culpa. Se trata de destinos. Soy el que
tiene la mejor oportunidad contra Roja.
Frunzo el ceño.
—¿De qué estás hablando?
—Dame un poco de crédito. Somos artistas. Conocemos los
colores, cómo se combinan. La magia de Roja y Morfeo. —Sostiene en
alto su muñeca, donde su tatuaje se ilumina—. Tenía que haber una
razón de por qué el mío era púrpura.
Mi mandíbula cae.
—¿Lo sabías? —Estoy tan sorprendida que ni siquiera me muevo
mientras él pasa a mi lado.
—Lo he sabido todo el tiempo. ¿Cuándo te diste cuenta? —
pregunta, desenrollando la cuerda del ancla del poste.
—Cuando vi el interior de tus habitaciones.
Hace una pausa. Exhalando con fuerza, se sienta en la proa del
barco. Con los codos apoyados en las rodillas, enrolla la cuerda entre
sus dedos.
—Así que entiendes por qué no puedo irme ahora. Mis creaciones,
ellas me necesitan. —Su devoción fuera de lugar me duele—. Aparte de
eso, este… odio se ha vuelto demasiado grande para el mundo de los
humanos. Podría herir a alguien. Jen, mamá. Tú. Sería igual que mi
viejo.
Me digo a mí misma que la picazón en mis ojos es por el aire
salado.
—No. Nunca serás como tu padre. Has hecho una elección
consciente para no serlo. Incluso con el veneno de Roja alimentando tu
alma, sigues siendo amable conmigo.
—De acuerdo con Morfeo, casi te estrangulé hace un mes en
nuestro mundo. Cuando estaba hecho un manojo de nervios por el
zumo Tumtum en el estudio de arte. Estabas tan desesperada por
escondérmelo que hiciste un acuerdo irrevocable con el diablo.
La ira se estrella a través de mí. Así que Morfeo se lo dijo. Todo
porque yo no era lo suficientemente astuta para hacerle jurar no volver
a hablar de ello con Jeb. Bueno, he terminado con lo de ser ingenua y
descuidada con mis palabras. A partir de ahora, haré juramentos de
vida mágica que trabajen a mi favor.
Esta es la razón por la que Jeb no podía pintar mis retratos. No
era el odio hacia Roja, sino su propia culpa por casi ahogarme. Mis
entrañas se contraen, provocando la sensación de empatía en lugar de
una botella encantada dentro de un agujero de conejo.
Observo la cuerda deslizarse a través de los dedos de Jeb, sus
movimientos gráciles a pesar de la forma masculina de sus manos.
—No quería que tuvieras que sufrir por lo que pasó —digo—. Me
equivoqué.
Se encoge de hombros.
—No estoy tan seguro, a juzgar por las cosas que he creado.
—No. Es este lugar. La influencia de Roja. Solo tenemos que
conseguir que vayas través de la puerta. Libre de su poder. Entonces
serás tú mismo otra vez.
Niega con la cabeza.
—He suprimido esta rabia durante años. Venir aquí y esconderme
en esta montaña me dio una salida, lo trajo todo a la superficie. Ahora
que le he dado rienda suelta, no sé si puedo controlarla más.
Su cara se transforma en la del niño herido de nuevo. Morfeo
estaba equivocado. No es por mí que Jeb ha renunciado. Es por él
mismo.
Doy un paso más cerca, arena colándose bajo mis pies, mientras
me doy cuenta de otra verdad.
—Espera… Si has sabido todo el tiempo acerca de la magia de
Roja, has estado interpretando a Morfeo, haciéndole pensar que él te
interpretaba a ti.
—Sí. —Sonríe—. Engañé al embaucador. Irónico, ¿no? —Una
pizca de orgullo brilla a través de él, por lo que sus ojos brillan con el
color de las hojas de primavera.
—Pudiste haber puesto su poder en contra de él. Hacerle daño.
Pero no lo hiciste. ¿Por qué?
—Debido a que hacerle daño a él te hubiera hecho daño a ti.
La confesión debilita mis rodillas. Me hundo a su lado en la proa.
Mis alas cuelgan débiles en el interior del casco del barco, y cálida
arena llena los espacios entre los dedos de mis pies.
—No entiendo cómo no pudiste verlo.
—¿Ver qué?
—Soy la prioridad, por encima de tus propios sentimientos.
Tienes control completo sobre tu ira. Tanto es así que elegiste no hacer
daño a Morfeo porque es mi amigo.
La espalda de Jeb se tensa.
—Es más que eso. Quieres estar con él. Para vivir con él en el País
de las Maravillas. Para siempre. —Golpea la cuerda contra su muslo de
una manera desenfadada, pero no oculta la pesadez en sus hombros.
Un nudo sube por mi garganta.
—¿De qué estás hablando? Ese juramento que hice solo duraba
veinticuatro horas.
—La noche del baile —dice Jeb, poniéndose de pie—. Después de
que yo ayudara a tu madre con tu padre. Cuando regresé a tu
dormitorio. —Me incita a salir del barco.
Me levanto y froto mis brazos, fría por la dirección que la
conversación está tomando.
—Jeb, ese beso no tenía que suceder. No tenía intención de que
pasara.
—Sin embargo, cuando llegué hoy, estabas en su habitación. Tus
ropas estaban arrugadas, tu rostro enrojecido.
Mis mejillas arden. Así que si lo notó.
—Lo siento mucho. —Y estoy tan cansada de excusas poco
convincentes—. Me parece que no puedo equilibrar esto. Mis dos lados…
siempre están en guerra. No estoy tratando arrastrarte a ello. O a él,
tampoco.
El ceño fruncido de Jeb se profundiza.
—Sé que no estás jugando. También sé que no eres el tipo de
chica que besa a un chico sin ninguna razón.
—Tienes razón. La primera vez fue para tener mi deseo de vuelta.
Y el segundo… se supone que sería un beso en la mejilla. Él lo cambió a
algo más.
—¡Oh, vamos! —grita Jeb, haciendo que me estremezca—. Esto es
lo que me vuelve loco. Que no puedas admitírmelo a mí o a ti misma. Lo
besaste porque tienes sentimientos por él.
Sentimientos… una palabra tan simple, excepto para una reina
mestiza del Inframundo cuya vida no solo consiste en desentrañar a
otros, sino también a su corazón. Aprieto mis labios.
Mi silencio desencadena una expresión inquietante en el rostro de
Jeb… como una tormenta construyéndose lentamente.
El barco detrás de él comienza a vibrar, una manifestación física
de su agitación emocional. Salto mientras un chasquido fuerte divide la
unión de la madera. Los paneles se abren de golpe, por lo que no queda
más que un esqueleto descarnado.
—Traté de decírtelo —dice en un tono monótono inquietante—. No
puedo confiar en mí mismo.
Cuadro mis hombros.
—La ira no estaba dirigida a mí. Y nunca lo estará.
—No importa. Porque hemos terminado.
—No te creo. —Por debajo de mi camisa, arrastro fuera el anillo
que él pintó en la sala de sauce—. Vi todos los hermosos sueños que
tienes para nosotros.
Apretando la mandíbula, coge mis hombros cuidadosamente,
como si estuviera hecha de cristal, y me mueve a pocos centímetros de
la embarcación, lo suficientemente cerca del océano para que la marea
caliente lama mis dedos de los pies.
—Tenía —corrige—. Tiempo pasado.
Volviendo su mirada al suelo, él agita su mano sobre la arena.
Cada grano chispea con luz roja y dos agujeros se abren, chupándome
hasta los tobillos. Ellos se cierran sobre mis pies. Trato de moverme,
pero estoy atascada.
La confusión se arrastra a través de mí.
—¿Jeb?
—Otra cosa que tu príncipe polilla no sabe: he aprendido cómo
separar los dos tipos de magia. Puse a tu padre en su trance de sueño
antes. Morfeo era solo un soporte. Lástima que no controlé sus poderes
la noche del baile. Tal vez tú me hubieras elegido en su lugar. Entonces
podría haberte dado todas las cosas que quería, en lugar de solo soñar
con ellas. —Él me quita el collar con el anillo y lo sumerge en el agua
hasta que la hermosa banda de diamantes y plata se desintegra en un
charco de pintura. Solo perdura la llave del diario.
Arraigada como una mala hierba no deseada, no puedo hacer
nada más que mirar.
Deja caer el collar de vuelta a su sitio por encima de mi cabeza y
devuelve al barco su antigua gloria con una floritura de sus manos.
Recupero mi voz.
—¡Sí que te elegí a ti!
Volviéndose, él despeja el asiento. Una brisa le revuelve el pelo,
haciendo la maraña aún más desordenada.
Alargo una mano y la engancho en el bolsillo trasero de sus
pantalones.
—Jeb, no hagas esto.
Él libera mis dedos y se mueve fuera de mi alcance.
—¿Hacer qué? ¿Ayudarte a conseguir lo que querías? —Él enrolla
la cuerda en el casco—. Cuando tu novio hada tenía sus alas a tu
alrededor en tu habitación, tú le contaste que todo lo que pedías era un
pequeño rato. Dijiste que el para siempre se lo merecía.
Un suspiro salió de mí.
No tenía idea de que él estaba escuchando en el pasillo antes del
beso. Había tocado con mis labios la mejilla de Morfeo, manteniendo el
beso inocente. A Jeb no lo vi, debido a que las alas de Morfeo cayeron
solo cuando hizo de ese beso algo más. Jeb vio lo que Morfeo quería que
viera. Pero peor que lo que vio Jeb fue lo que escuchó. Lo que salió de
mi boca.
A veces las palabras son más claras que las acciones.
Tictacs de entendimiento pasaron por mi mente, viciosos y
cortantes como una afilada segunda manija en un reloj.
—Necesitabas tiempo para romper conmigo —dice Jeb—. Después
de que te acabara de pedir que te casases conmigo. Estaba
esperando un para siempre, pero tú ya estabas planeándolo con
él. —Jeb arroja el barco al agua y rápidamente da un paso en el
interior del casco para mantener su ropa seca. Se sienta, frente a
mí, remos en mano.
La espumosa marea lame mis tobillos, fundiendo mis mallas
hasta exponer mis espinillas. Tenso mis músculos del muslo y tuerzo
mis pantorrillas. Pero podría también estar sobre cemento. Él está a
punto de acabar con su vida, de renunciar a todo, todo por el bien de lo
que él piensa que yo quiero.
El diario en mi pecho brilla. Sin embargo, no puedo retrasar lo
suficiente mis pensamientos acelerados para utilizarlo. Mi mente es tan
inútil como mi cuerpo.
—¡Espera! —Me aferro a la proa, pero esta resbala bajo la punta
de mis dedos igual que la marea adentra el barco en el océano—. Está
todo fuera de contexto, ¿de acuerdo? Yo no dije que quisiera romper
contigo.
Jeb se desplaza fuera de mi alcance.
—¿Para qué más habrías estado pidiendo tiempo, si no era para
desilusionarme lentamente? Lo entiendo. Intenté ahogarte. No soy digno
de confianza. —Arrastra los remos a través el agua hasta que está a
varios metros de distancia.
No. No puedo dejarle creer eso. El único arsenal que tengo es la
verdad. Mi promesa a Ivory decía que no le diría a nadie acerca de la
visión del niño de Morfeo y yo. Pero la promesa de mi inmortalidad es
juego limpio.
—Puedo tener dos futuros. Uno contigo en el reino de los
mortales. Luego, más tarde, como Reina del Inframundo. Lo que
escuchaste la noche del baile fue a mí pidiéndole a Morfeo darme
espacio para mí y para ti. Para esperar a que mi vida humana
terminase.
Jeb deja de remar. El agua chapotea alrededor del casco,
remolcando aún más lejos el barco. Los destellos del faro pasan sobre él
y su perforación en el labio inferior emite chispas mientras me mira.
—¿Cómo es eso posible?
Intento explicárselo, que voy a envejecer en el reino mortal pero
no voy a morir. Que cuando sea vieja y frágil podré fingir mi muerte e ir
al País de las Maravillas. Que una vez la corona sea colocada sobre mi
cabeza, volveré a la edad que tenía cuando me convertí en reina.
Lo que no digo es lo mucho que me duele considerar vivir más
que la gente a la que quiero, dejar a mi familia humana atrás. No puedo
decirlo, porque el dolor de Jeb me preocupa más.
—Así que, después de que todos mueran, ¿tú irás al País de las
Maravillas y tendrás perpetuamente dieciséis años? —La amarga
mordedura en su voz pincha como espinas—. Me habré ido. Y tú
estarás con él para siempre. ¿Qué se supone que tengo que hacer con
eso, Al?
Cierro mis manos en un puño, preocupada de que él podría
alejarse con el barco de nuevo y caer en el agua.
—No lo sé.
—Bueno, yo sí. Voy a ir al castillo a conseguirle a tu padre su
cura y a enviaros a ti y a Morfeo a vuestro camino feliz. Así que puedes
pasar de todo el asunto del envejecimiento en el mundo real y ser
eternamente joven ahora. Quiero decir, quién no querría eso, ¿verdad?
—¡Jeb, no! —Mis cuerdas vocales se tensan y se ajustan a lo
mucho que él se ha alejado de la orilla. Hemos estado gritándonos el
uno al otro sin darme cuenta.
De hecho, él se ha estado moviendo más lejos sin siquiera remar.
Una luz roja ondea a través del agua, alumbrando las
profundidades con pulsos, como si hubiera un corazón vivo debajo. En
cada vibración, el barco de Jeb va una ola más cerca de la orilla
opuesta y a la salida. Él está controlando el océano, al igual que
controla todo lo que hay aquí.
—Las arenas te liberarán cuando me haya ido, y podrás quedarte
con tu padre —dice desde la distancia—. Mañana por la mañana
estarás en tu camino al País de las Maravillas con Morfeo.
Lágrimas de frustración salen de mis pestañas inferiores. Aquí
estamos de nuevo, en un hostil mundo místico luchando entre nosotros
en lugar de contra los peligros que acechan.
—No tienes ni idea de lo que pueden hacerte.
Simultáneamente tiro de mis piernas y agito mis alas hasta que
mis ligamentos se sienten como si se fueran a desencajar. Cuanto más
fuerte lucho, el diario más caliente se pone. Decidida a detenerlo,
recuerdo paso a paso cómo utilicé el pequeño libro como una catapulta
para mis poderes en la habitación de Morfeo.
Cuando el resplandor carmesí se filtra en mis venas, vuelvo a
dirigir el flujo, lanzándolo hacia el océano. Funciona, haciendo rodar
una ola que invierte el avance del bote de vuelta hacia mí. El faro
parpadea, iluminando a Jeb cuando se pone de pie en el casco.
Equilibrado con gracia como un surfista, él tira de los remos hacia
abajo. A pesar de la luz entre nosotros, juro que puedo ver su cara de
desprecio.
Eso alimenta a mi lado más oscuro. Ella disfruta con el desafío.
—Quiero jugar, ¿y tú? —susurro.
Su pelo se mueve en todas direcciones alrededor de su cabeza.
Levanta la muñeca tatuada, brillando morada como una baliza, y
coacciona a otra ola, más grande que la mía. El agua le lanza hacia la
orilla opuesta. A su vez, yo hago lo mismo, arrastrándole de nuevo a mí.
Nuestro tira y afloja acuático aumenta, nuestra borracha determinación
bailando en algún nivel consciente, hasta que el océano chisporrotea y
gruñe.
Ráfagas de viento azotan a través de nuestros cabellos y ropas.
Un chapoteo funde mis mallas hasta medio muslo y deja el dobladillo de
mi falda con un raído irregular. Unas extraviadas salpicaduras van a
parar a la camisa de Jeb, dejándolo medio desnudo.
Una chispa viaja por el aire entre nosotros. No es visible, pero es
visceral, como todas esas veces que jugamos al ajedrez mientras
luchábamos contra nuestros sentimientos por el otro. Eso es lo que
choca y se burla del océano en un furioso y espumoso rugido, aún más
fuerte que nuestra magia.
Me doy cuenta de que es demasiado tarde para detener la burbuja
roja gigante de las profundidades, una acumulación de nuestro poder
que sobresale hasta que estalla en un maremoto. Jeb se cae dentro del
agua. Su cabeza se mece por un instante bajo el resplandor del faro
antes de que el barco vuelque y le hunda. Luego desaparece entre el
oleaje.
Lo he matado.
—¡Jeb! —grito. La pared de agua cambia y se mueve en mi
dirección, bloqueando el cielo estrellado. La tierra tiembla y me lanza
hacia abajo hasta que la arena se traga mis rodillas, incrustándome
aún más profundamente.
Me inclino por la cintura, excavando hasta que mis dedos pican y
sangran. Es inútil. Los rizos y arcos de la ola están dos plantas por
encima de mí. Envuelvo mis alas a mi alrededor, mis brazos sobre mi
cabeza, y me preparo para el impacto.
El agua se estrella y me barre hacia abajo, sacando el aire de mis
pulmones. Un grito silencioso entra en erupción y sale de mi boca en
forma de burbujas. Mis alas se abren de golpe y se sacuden, raspando
mi cuerpo. Lucho contra el impulso de respirar cuando mi columna
vertebral se contorsiona y se dobla.
El agua turbia me ciega. Salada agua caliente se filtra en mis
fosas nasales y en la costura de mis labios. Aferrando el diario y la llave
en mi cuello, me siento aliviada de encontrar que ellos siguen ahí,
aunque no puedo recordar por qué. Mis brazos, mis piernas y mis alas
se relajan y se pliegan.
Una cálida presión me sorprende, se aprieta alrededor de mi
cintura y me lleva al estado de alerta. Las arenas liberan mis piernas.
Jeb me sostiene en sus brazos y salimos a la superficie juntos. Trago
aire y toso agua salada.
Después de arrastrarnos hasta la orilla, Jeb se derrumba a mi
lado, farfullando. El océano nos baña suavemente bajo su instrucción,
como si no hubiera estado tratando de separarnos hacía unos
segundos.
Mis alas se arrugan debajo de mi espalda y las absorbo, piel
pinchando contra la arena. Toda mi ropa se ha ido, toda, pero mi ropa
interior, empapada y mojada, se aferra a mí. Mi pulso alcanza su
máximo cuando me doy cuenta de que la ropa de Jeb también ha
desaparecido, excepto por unos bóxers violeta empapados que se
parecen mucho a la tela de su camisa de esmoquin.
Apoyado sobre sus codos, me da la vuelta para enfrentarlo y barre
marañas húmedas de pelo de mi cara. Él asegura el diario y la llave
detrás de mi cuello para que ya no estén entre nosotros.
Gotas del agua a lo largo de su mandíbula barbuda se reúnen
alrededor de los bordes de su perforación en el labio.
—¿No te dije que nunca me asustases así de nuevo?
Mi mente se despeja al instante: eso es lo que él dijo cuándo
capeamos el océano original de lágrimas en el País de las Maravillas.
—Has vuelto a por mí. —Me presiono a mí misma contra él,
llenando las palabras con tanta admiración y gratitud como cuando las
usaba para responder hace un año.
Sus manos acunan mi cabeza.
—Siempre voy a volver por ti, Al. —susurra.
Sostengo sus muñecas y nuestros latidos golpean entre nosotros.
—Y es por eso que siempre serás un hombre mejor que tu padre.
Sus rasgos se suavizan con un ceño fruncido conmovedor y se
inclina para rozar su boca contra la mía, dejando una huella tibia de sal
tan ilusoria que podría ser una lágrima. En el momento en que empiezo
a responder, él rompe el contacto y se hace a un lado.
Contengo un suspiro.
Él se sienta sobre sus rodillas, pareciendo demasiado pensativo
para mi gusto. He visto esa mirada antes. Está a punto de regañarme
por correr riesgos.
—No voy a pedir disculpas por ser imprudente. —Mi refutación
defensiva sale antes de que él pueda abrir la boca.
—Cuanto más pienso como un habitante del Inframundo, más
conspirador y fuerte me vuelvo. ¿Cómo es eso algo malo aquí?
—Tienes razón —su confesión me conmociona—. Escuchar tus
instintos más oscuros es la única manera de sobrevivir y dominar estos
mundos. Ahora lo entiendo.
Por supuesto que sí. Él ha estado a mi alrededor desde que era
una niña torpe en la escuela secundaria. Él conoce mi lado humano
mejor que nadie. Y ahora, después de convertirse en habitante del
Inframundo en su propio derecho, se le da una nueva visión de la parte
del País de las Maravillas de mí, también.
Piel de gallina abriga mis brazos cuando una brisa sopla sobre mí.
Se pone de pie. Su piel desnuda brilla bajo la luz de las estrellas,
cada cincelada línea cepillada con agua y azucarada con arena.
—Tienes frío. Vamos a conseguirte algo de ropa.
Cuando empiezo a coger su mano, sus ojos pasan por encima de
mi ropa interior lentamente.
—¿De dónde demonios has sacado eso? —Obviamente, él
reconoce la tela—. ¿Cómo es que la cucaracha sabe tu talla, eh?
Frunzo el ceño y dejo caer mi brazo.
—Yo podría preguntar lo mismo acerca de tus bóxers. Ni siquiera
te puedes coser un botón en una camisa. Siempre has tenido a Jen
para eso.
Hace una pausa, su mandíbula apretada. Afortunadamente, el
diario en mi cuello parpadea y lo distrae. Levanta su cadena.
—Este libro… tiene algo que ver con tu tatara-tatara-tatarabuela,
¿no es así?
—¿Cómo sabes eso?
—Lo usaste contra su magia dentro de mí. Lo vi de color rojo
brillante desde el otro lado del océano. Esto causó la oleada. Incluso…
incluso me siento diferente.
—¿En serio? —Le doy la vuelta a su muñeca para estudiar el
lugar en que su tatuaje se ilumina.
—Sí. Aún siento su poder. Simplemente está… amansado.
Arrugo mi frente.
—Estos son los recuerdos que ella se obligó a olvidar. Están
encantados. Ellos le odian y quieren venganza.
Los dos nos fijamos en su palma, donde el diario dejó su
imprenta. Deja caer el colgante para que el pequeño libro cuelgue en mi
cuello de nuevo.
—Al, ¿sabes lo que esto significa? No tienes que dejar entrar a
Roja dentro de ti para arreglar el País de las Maravillas. Quizás Morfeo
no se ha dado cuenta todavía, o tal vez es demasiado capullo para que
le importe, pero tú tienes la clave para revertir su destrucción aquí
mismo. Y ya has aprendido a dominarlo.
Inhalo una respiración aguda. ¿Por qué no pensé en eso? Puedo
desentrañar sus recuerdos contra su hechizo dañino sobre el País de
las Maravillas, utilizándolos para ponerlo todo como estaba antes.
Siento un pequeño empujón dentro de mi pecho, un recordatorio
de que tengo que enfrentarme a Roja, reparar mi corazón y acabar esta
cosa entre nosotras. Pero mi prioridad es curar a papá y conducirlos a
él, a Morfeo y a Jeb al País de las Maravillas para ayudar a mamá.
Revertiré el hechizo de Roja sobre los paisajes y luego volveré y
terminaré las cosas aquí.
—Está bien. —Pongo en orden el nuevo plan de voz alta—. Todo lo
que tenemos que hacer es conseguir la cura de papá. Entonces
podemos salir de aquí.
Jeb me mira.
—Tú puedes salir.
—Jeb, por favor.
—No tengo nada por lo que volver.
Quiero gritar ¡YO!, pero no servirá de nada.
—¿Simplemente te olvidas de tu madre y de Jen? Ellas te
necesitan.
No hay ninguna máscara cubriendo la tristeza en sus ojos ante la
mención de su familia.
—Están mejor conmigo aquí. Aún puedo cuidarlas... ser un
enlace para los guardias de las puertas, proteger el reino humano desde
el interior.
—¿Así que tu plan es quedarte y desviar la magia de Roja para
siempre?
Un músculo en su mandíbula se contrae.
—Al menos de esa manera puedo conseguir un para siempre. —
Sostiene extendida su mano, tácita insistencia de dirigirnos hacia el
faro.
Una sensación de enormidad me abruma: papá estaba en lo
correcto. Soy la única que puede convencer a Jeb de dejar este lugar.
Tengo que demostrarle que la vida vale la pena vivirla fuera de este
horrible reino, incluso si viene con limitaciones mortales.
Entrelazo mis dedos con los suyos y tiro de él hacia abajo, así
estamos cara a cara. El arenoso terreno pincha mis rodillas desnudas.
Él hunde un puño en la arena.
—¿Qué estás haciendo?
—Recordándote que aún soy lo suficientemente humana para
necesitarte. —Paso mis manos a lo largo de sus bíceps y bajo sus
pectorales. Agua y arena se desmoronan en relucientes senderos
granulares a lo largo del bello de su pecho a mi estela. Mientras lo toco,
contiene el aliento y sus largas y oscuras pestañas se cierran en
exquisita agonía.
Separo las yemas de mis dedos y abro la palma de mi mano para
emparejar sus quemaduras de cigarrillos con mis cicatrices. Sus
músculos responden con pequeñas contracciones, cada parte de él
fuerte donde yo soy blanda.
—Jeb.
Abre los ojos y bloqueamos nuestras miradas.
—Es por esto que encajamos. Debido a que los dos estamos
dañados, de una manera que no puede ser curada. Incluso por la
magia.
Su mirada se mantiene constante.
—Te amo —susurro—. ¿Todavía me amas?
Se inclina más cerca, apoyando los nudillos en el suelo al lado de
mis caderas.
—Nunca dejaré de hacerlo.
Mi estómago da un vuelco.
—Entonces ven a casa.
—¿De qué sirve hacerlo? —Su boca está a centímetros de
distancia y la pregunta quema mis labios—. Las cosas nunca podrán
volver a ser como antes.
Mi barbilla se tensa.
—Tienes razón. Porque los dos hemos crecido y cambiado. Porque
ahora nos entendemos el uno al otro en cada nivel. He visto todos tus
secretos. Has visto los míos. Podemos vivir el hoy. No pensar en un para
siempre.
Levanta una mano cubierta de arena y traza la raya roja de mi
cabello.
—Estás siendo ingenua. Morfeo no nos dejará. Colgará su mágica
eternidad en frente de mí, sabiendo que es algo que nunca podré darte.
Sabiendo que como un ser humano no tengo nada que ofrecer que se
compare con eso.
Empieza a retroceder, pero agarro la cintura de sus bóxers donde
abrazan sus abdominales. Oigo la ronca aspiración de aire cuando mira
hacia mi mano. Luego regresa su mirada a mi cara.
—Te equivocas. Hay algo que ya me ofreciste, algo tan mágico y
raro como un para siempre. Te ofreciste a envejecer conmigo. Eso es
algo que Morfeo no puede hacer. —Acaricio mis dedos sobre la áspera
barba de su mandíbula—. No llegué a contestarte que sí, quiero
casarme contigo.
Por un instante, los ojos de Jeb brillan con una luz de esperanza.
—¿Aún quieres eso? —pregunto.
Sus dedos se entrelazan a través de mi cabello, tan fuerte que
pellizcan mi cuero cabelludo.
—No hay nadie más con quien prefiera pasar mi vida. Formar una
familia. Pero le hiciste una promesa a Morfeo. Veinticuatro horas solos.
Él hará lo que sea para evitar que regreses al reino humano. —Presiona
nuestras frentes juntas—. Me gustaría luchar por ti, Al. Hasta el día en
que muera. Solo que no sé cómo luchar contra la magia sin magia. Ya
no.
Así que yo soy la razón por la que Jeb no quiere dejar o renunciar
a su poder. He sido yo todo el tiempo.
Su agónica expresión rasga mis entrañas en carne viva. La
promesa de Morfeo, el día que hice ese juramento, danza a lo largo del
borde de mi mente: Te mostraré las maravillas del País de las
Maravillas, y cuando estés borracha por la belleza y el caos que tu
corazón tanto anhela conocer, te tomaré bajo mis alas y te haré olvidar
que el reino humano alguna vez existió. Nunca querrás dejar el País de
las Maravillas o a mí de nuevo.
No es que Jeb no tenga fe en mí. Es que ha visto la escritura en la
pared. Morfeo siempre encuentra una manera de ganar. Es el más
manipulador y brillante estratega que jamás he conocido.
Pero encontró a su igual. O, más bien, él la creó.
—No tienes que luchar por nosotros. —Trazo la muñeca tatuada
de Jeb—. Puedo arreglarlo para que Morfeo nos deje en paz.
Jeb frunce el ceño.
—Estás bromeando, ¿verdad?
—No. —Mi voz es decidida y fuerte, casi tan fuerte como la de
Morfeo de cuando me dijo el secreto para conseguir la delantera: Una
vez que conoces la debilidad de alguien, son fáciles de manipular.
Jeb toca mi cara, como sacudido por la seriedad de mi tono.
Podría argumentar que Morfeo desveló esto sobre sí mismo al
forzar a Jeb a vivir con el conocimiento de que casi me ahogó, a pesar
de nuestro acuerdo... por siempre manipular cada palabra, acción y
promesa para su ventaja. Podría decirse que me ha enseñado bien y que
por fin estoy pensando como una habitante del Inframundo. Como él.
Pero esto no es por venganza. Esto es por aventajar. Morfeo y yo
tenemos un para siempre para arreglar las cosas entre nosotros, pero
Jeb tiene una sola vida. Ya ha tratado con bastante miseria. Soy lo que
lo hace feliz, y él hace lo mismo por mí. Así que deberíamos pasar la
única vida de Jeb juntos.
—Jebediah Holt —digo, la palma de mi mano cubriendo mi pecho
en forma de compromiso—. Juro por mi vida mágica que serás mi
primero en todos los sentidos... en el matrimonio y en todo lo que
conlleva.
Su rostro se abre con admiración y asombro, como si le hubiera
ofrecido la Vía Láctea y las galaxias no descubiertas de más allá.
—Espera, ¿acabas de…?
Antes de que termine, hay un espasmo detrás de mi esternón que
succiona mi aliento. Mis latidos del corazón se tambalean por un
instante, como un pez dejándose caer detrás de mi caja torácica. Gimo y
llevo mis rodillas a mi pecho.
Jeb frota mis brazos.
—Al, ¿estás bien?
Encogiéndome, desenrosco mi cuerpo lentamente. Mis dedos se
clavan en la arena para luchar contra la dura picadura.
—Estoy bien. Es… es solo un calambre muscular. —La mentira
tiene un sabor amargo, como la sangre.
¿Qué si Roja puso un hechizo en mi corazón para controlarme?
¿Para inclinarme a su voluntad? Cada vez que me desvío de su camino
hacia el País de las Maravillas, soy castigada con agonizante dolor. Al
igual que usó mis venas como cuerdas de títeres cuando compartió mi
cuerpo el año pasado.
No puedo dejarla ganar. El mañana estará aquí demasiado
pronto, y tengo que convencer a Jeb de ir con nosotros. Si no lo hago,
él morirá.
Agarro su mano, ignorando el dolor.
—Solo tú puedes liberarme de la atadura de la promesa. Morfeo
nunca me pedirá romperla. Necesito mi magia para ser la reina que él
siempre me ha entrenado para ser. Lo mejor para el País de las
Maravillas es la única cosa en el mundo que él pondría por encima de
sus propios deseos.
La mandíbula de Jeb cae. Medio se ríe.
—Usando tu papel como la Reina Roja como moneda de cambio.
Eso es ingenioso.
Empujo a un lado su flequillo oscuro.
—Tengo un gran potencial como diplomática, ¿verdad? —La burla
es una estratagema para cubrir que estoy luchando por respirar sin
hacer daño a mi pecho—. Tengo que llegar a Roja. Hacer que deshaga
todo lo que ha hecho.
Jeb sonríe, una genuina sonrisa de Jebediah Holt, completa y con
hoyuelos. Tal hermosa distracción.
—Te amo, chica patinadora.
El apodo serpentea a través de mí, reconfortante y dulce. Aliso la
palma de mi mano sobre su hombro.
—Dilo otra vez.
—Te amo.
—No... la otra parte —suplico.
Tira de mi cuerpo contra el suyo, por lo que nuestras bocas se
unen en un cálido y suave beso.
—Chica patinadora —susurra contra mí, apartando el cabello de
mi cara.
Nos besamos de nuevo, su toque ya no ilusorio sino confiado y
urgente. Me recuesta de espaldas, cubriendo mi cuerpo con su delicioso
peso mientras incita a mi boca a abrirse. Sostengo su cara para
disfrutar los movimientos de su mandíbula, el sabor de su piel
capturado en las gotitas dejadas por el mar, la sensación de su incisivo
torcido contra mi lengua, familiarizándome de nuevo con mis partes
favoritas de él.
—Te he echado de menos, Al. —Sus besos siguen un camino por
mi barbilla, mi cuello y el centro de mi clavícula, siguiendo los rastros
de agua seca. El fuego arrasador detrás de mi esternón se alivia y pasa
a ser tolerable bajo sus labios. Suspiro y me arqueo contra él, pero se
congela.
—Shh. ¿Has oído eso? —murmura.
Una cacofonía se construye desde algún lugar en la distancia a
través del murmullo de la marea del océano: alas batiéndose y gemidos
chirriantes. Levanto mi cabeza mientras un rebaño de bestias voladoras
del tamaño de cóndores se eleva hacia nosotros. Pájaros matones están
a horcajadas sobre sus espaldas, usando cascos de buceo que parecen
máquinas de chicles de latón con agujeros de cristal para ver.
—¡Murciélagos! —grita Jeb, rodando para quitarse de encima
mío—. Entra en el faro, ¡ahora!
16
Carrera de conjurados mortal
Traducido por Zafiro, Vane Hearts & Vani
Corregido por Adriana Tate

La interpretación de Carroll de Twinkle, Twinkle destella en mi


mente, pero las gigantes criaturas volando hacia nosotros son la
antítesis de todas las cosas caprichosas y pequeñas. Y no lucen para
nada como bandejas de té.
Feroces ráfagas alcanzan de lleno nuestro cabello. Me ahogo con
la nube de arena que alzan. Jeb me empuja detrás de él en el instante
en que un murciélago se abalanza. Lisa como cuero carmesí, la criatura
mutante despega, llevando a Jeb al cielo con sus garras.
Un matón cara de águila abre la ventana de cristal de su casco y
se ríe desde su asiento sobre la espalda del murciélago. —Tan fácil
como atrapar caracoles tomando el sol.
—Tonto. ¡Es a la chica a la que Manti quiere! —grita otro desde su
percha alada—. Y recuerda, ¡que debes mantenerla intacta!
—Entonces yo diría que llegamos aquí justo a tiempo —espeta un
matón con pico de pollo toscamente. Sus compatriotas aúllan de risa
antes de girar sus monturas en el aire hacia mí.
—¡Jeb! —grito.
—¡Ve al faro! —grita desde lo alto mientras lucha con las garras
curvadas a su alrededor.
De ninguna manera. Libero mis alas. Mientras me lanzo hacia
Jeb, tres murciélagos se abalanzan hacia mí desde diferentes
direcciones. Tan sintonizados con su objetivo, sus jinetes matones no se
notan entre sí. El murciélago más cercano agacha un cuello de cisne. El
centro de su hocico en forma de estrella de mar se abre, sacando un
conjunto de viscosos tentáculos de dos metros de largo, bordeados con
afilados colmillos. Uno de los dientes arranca mi colgante de diario y
rompe la cadena.
Gritando, arrojo mi mano para extraer la cadena de la lengua con
colmillos del murciélago, pero se traga el pequeño libro. Los otros dos
pájaros matones giran mortalmente cerca. Me sumerjo en el último
minuto. Los murciélagos chocan y se zambullen en el océano con sus
jinetes. Aplanando mis alas a lo largo de una corriente de viento, me
deslizo sobre el agua y asciendo.
Con el contorno marcado contra el cielo estrellado, Jeb se escapa
de su captor y se aferra a una garra a la vez que invoca a una ola. El
agua se eleva lo suficientemente alto como para que él caiga en su
lugar. Se desliza por un plano inclinado de espuma hacia mí, me atrapa
alrededor de la cintura, y ambos patinamos hasta la entrada del faro.
Nos precipitamos dentro y cerramos la puerta, bloqueándola
detrás de nosotros.
Arriba, papá todavía está durmiendo. Jeb y yo avanzamos hacia
la portilla. En medio de gritos y alas estruendosas, nuestra torre se
sacude. Trozos de pared se desmoronan, formando una amplia grieta.
Más murciélagos se reúnen en la apertura, tratando de cavar a través
de la roca. El cielo se espesa a medida que nos rodean por encima,
turnándose para atacar nuestro santuario.
El faro destella a través de ellos en intervalos, poniendo de relieve
horribles tentáculos y alas nervadas. Más y más agujeros aparecen en
la torre cuando las paredes no pueden soportar las colisiones.
Ráfagas de las alas gigantes se filtran a través de las aberturas.
Las cortinas se arremolinan alrededor de la cama con dosel de papá y
mi piel desnuda tiene escalofríos.
Otro murciélago martilla la torre. Me esfuerzo por mantener el
equilibrio. —¡Nos superan en número!
—Ni siquiera de cerca —responde Jeb con calma. Sus ojos brillan
con hechicería de habitante del Inframundo. Con un movimiento de sus
dedos a través de la portilla, granulados ciclones se agitan desde el
suelo que rodea el faro—. Tenemos regimientos tan innumerables como
la arena.
Inspirada por su ingenio, pruebo mi mano. —Y arsenales tan
incontables como las estrellas. —Usando el truco que Morfeo me
enseñó, le reasigno al cielo nocturno de Jeb una nueva tarea: misiles
guiados.
Las estrellas salen corriendo en dirección de nuestros atacantes
como gigantes rocas encendidas, arreándolos hacia los embudos de
arena de Jeb. Varios matones evitan los ciclones lanzándose de sus
murciélagos. Baten las deterioradas alas a través del océano con la
esperanza de escapar. Mis estrellas misiles los atrapan, rasgando a
través de sus emplumados pechos y golpeando sus cabezas con cascos.
Todo lo que queda son sus cadáveres, brillantes brasas color naranja y
negras, cenizas flotan sobre las olas espumosas.
Los ciclones de arena llevan a los murciélagos lejos a través de la
salida de la habitación.
A medida que el polvo se asienta, examinamos el lío que nos
rodea.
Resoplo, un sonido desconcertado y sin sentido que está
completamente fuera de lugar con lo que acaba de suceder.
Jeb me mira, sonriendo. —Aún hacemos un gran equipo —dice,
su cabello se ondula en la brisa.
—Al igual que en el País de las Maravillas, cuando no tenías
ningún tipo de magia en absoluto.
No contesta, solo me estudia cuidadosamente. Mira hacia otro
lado para agitar su mano por el desordenado suelo. La torre se repara,
los agujeros se sellan poco a poco, hasta que solo queda un residuo
polvoriento.
—¿Habrá más de esas cosas murciélago? —pregunto.
—Son inofensivos sin sus jinetes —contesta Jeb—. Tengo que ver
cómo se produjo la irrupción. El ejército de grafiti debería haberla
detenido. También tengo que asegurarme de que las otras habitaciones
están bien.
La preocupación en su voz me conmueve. Está preocupado por
sus creaciones.
—Ambos deberíamos conseguir algo de ropa primero —le
recuerdo.
Hace una pausa, su mirada recorre mi cuerpo. Mis brazos se
cruzan con timidez, aunque tal modestia parece innecesaria después de
todo lo que le he prometido. La llave en mi cuello se encuentra con el
interior de mi muñeca y recuerdo el diario perdido.
Como si sintiera mis pensamientos, Jeb frunce el ceño. —¿Qué
pasó con el diario?
—Uno de los murciélagos se lo tragó. Los recuerdos de Roja han
desaparecido.
Maldice.
Temor y náuseas hacen que mi cabeza nade. Echo un vistazo por
encima de mi hombro a la cama. Las cortinas están enredadas
alrededor de los postes, exponiendo el pacífico rostro de papá dormido.
—Va a estar bien, chica patinadora. —La voz de Jeb se encuentra
cerca y es suave. Pasa un dedo por mi ala izquierda, enviando un millar
de chispas excitantes a través de mi columna vertebral.
—Espero que sí.
Me tira en un abrazo, acariciando mi cabello rizado. —Así será.
Debido a que no eres más una niña. Eres poderosa y valiente. Una
mejor reina de lo que Roja podría esperar ser. —El calor de su torso
desnudo se filtra en mi pecho, calentando todo el camino hasta mis
pies.
Un siseo estalla fuera de la portilla. Jeb rompe nuestro abrazo
para enfrentar a la nube de niebla naranja y brillante filtrándose.
Suspiro de alivio. —Chessie.
Jeb tiende la mano a las brasas cerniéndose.
Aparece la sonrisa del pequeño habitante del Inframundo, aunque
en realidad es un ceño fruncido, porque mientras se materializa en la
palma de Jeb, está al revés, con la cola torcida como un signo de
interrogación. Atado a su pata hay un vial con corcho. La etiqueta dice
Neutralizador de Piedra, justo por encima de un dibujo en blanco y
negro de una mosca escorpión.
—Tienes la cura —dice Jeb, incrédulo.
—¡Gracias! —Tomo el vial, tan aliviada que no puedo contener
una sonrisa.
El peludo habitante del Inframundo se voltea en posición vertical
pero sus bigotes caen más hacia abajo.
—¿Qué ocurre? —Me concentro en sus ojos girando—. Espera.
¿Morfeo consiguió la cura? —Traduzco para Jeb—. ¿Entró en el castillo?
Pero él tenía un plan para mañana.
Nunca haría algo tan espontáneo. A menos que realmente
estuviera convencido de que no sobreviviría otro encuentro con Roja.
Soy la única por la que se pondría en riesgo, porque soy una reina y el
País de las Maravillas es su máxima prioridad. Pero incluso más allá de
eso... porque me ama.
Mi estado de ánimo decae, plenamente consciente de cómo le he
hecho daño esta noche. Y él ni siquiera lo sabe. —¿Dónde está? —
pregunto.
Cuando la respuesta aflora dentro de las pupilas de Chessie,
caigo de rodillas.
—Al. —Jeb se arrodilla a mi lado y me obliga a mirarlo—. ¿Qué te
dijo?
Rechino los dientes para no gritar. —Morfeo ha sido capturado.
Está programado para ser el entretenimiento en el Festival Santificado
mañana. La reina va a cosechar su corazón latiendo.

***

Vertemos la curación en la garganta de papá y Jeb lo libera de su


estado de sueño. Después nos turnamos para ducharnos, vestirnos, y
explicar a papá todo lo que ocurrió mientras él estaba inconsciente. Ni
Jeb ni yo mencionamos nuestro compromiso. Se siente mal, darle a mi
papá razones para celebrar mientras la vida de Morfeo pende de un hilo.
Nuestro plan está reencaminado para la primera hora de la
mañana, cuando las puertas se abren. Elegimos nuestra ropa
sabiamente. Sería un error tener la vulnerabilidad añadida de trajes
solubles en agua en una misión tan precaria.
Papá y yo vestiremos las túnicas y los pantalones del tío Bernie,
mientras que Jeb se pondrá todo lo que queda de su esmoquin de baile:
chaleco azul marino de terciopelo y pantalones azul marino.
Combinados con una camiseta azul marino de su armario pintado, su
atuendo está completo.
Todavía tengo que poner al tanto a papá con el pequeño detalle de
la posesión pendiente de Roja. Ahora que he perdido el diario, esa es la
única manera de salvar al País de las Maravillas. Él nunca estaría de
acuerdo con el plan si lo supiera. He vuelto a mentirle por su propio
bien.
Mientras Jeb y Chessie miran en las habitaciones de la montaña,
papá se remoja en una bañera. Aunque la curación disuelve la piedra,
los músculos y los huesos de su pierna sufrieron algunos daños.
Sale cojeando del baño completamente vestido, frotando una
toalla sobre su cabello mojado.
—¿Cualquier cosa para comer? Estoy hambriento.
Jeb me dijo que esto pasaría. Es un efecto secundario del estado
de sueño. Cargo un plato con la flor de panal y carne seca de conejo y
tomo un par de trozos para mí. Las linternas flotantes arrojan luz
ámbar y sombras a nuestro alrededor mientras lo observo en silencio
devorar el resto. Me pregunto si era tan voraz cuando mamá lo rescató
del País de las Maravillas. Después de todo, había estado durmiendo
durante años en ese tiempo.
Papá ha comenzado su tercera ración cuando Chessie y Jeb
regresan.
Jeb lleva la mochila de papá y el portatrajes que contiene mi
vestido de alas de escorpión. No puedo dejar de reproducir la reacción
de Morfeo cuando aflojé el cordón. Cómo se burló y bromeó para
restarle importancia al increíblemente dulce gesto. Cómo desestimó
todos los cortes de los bordes afilados que debe de haber sufrido antes
de finalmente tener las patas de ciempiés cosidas en su lugar como
franja de protección.
—¿Están los trajes simulacrum en el morral? —pregunto,
tratando de ocultar el temblor en mi voz.
—Solo pudimos encontrar dos. —Jeb limpia la pintura de sus
manos con una toalla—. La habitación de Morfeo era una ruina. Todas
lo eran. Había un par de murciélagos enredados en el grafiti. Así es
como los matones llegaron a través de la entrada. Vinieron a través del
océano y sacrificaron algunos de sus monturas por una distracción. No
estoy seguro de cómo encontraron su camino a la montaña en primer
lugar. Nunca vi ninguna señal de CC. Además, no estoy seguro de cómo
supieron utilizar el agua de lluvia en las puertas y habitaciones para
derretir todo. —Trata de parecer despreocupado, pero su rostro está
pálido.
Sé muy bien lo que se siente ver morir algo que has creado. Hace
un mes, di vida a las llamas, luego tuve que apagarlas para salvar a mis
compañeros en la escuela. Me dolió, como perder un pedazo de mí
misma.
Tal vez sea lo mejor. Tal vez esas partes oscuras y dañadas del
alma de Jeb, por fin se pusieron a descansar, y puede abandonar este
mundo, toda la amargura y las dudas… dejar todo atrás sin pensarlo
dos veces. Con la excepción de los sueños en la sala del sauce. Espero
que se aferre a esos.
—La única cosa que quedó en la habitación de Morfeo era este
portatrajes —dice Jeb, sacándome de mis pensamientos—. ¿Sabes
sobre el vestido dentro?
—La armadura —susurro, sintiéndome entumecida mientras las
palabras de Morfeo se burlan de mí: Más bien esperaba que lo uses para
enfrentar a Roja. Es la única cota de malla digna de tu peligrosa belleza.
Mi intuición de habitante del Inframundo se despierta, una teoría
toma forma. No es ninguna coincidencia que solo un traje invisible haya
desaparecido, que los matones supieran cómo destruir la obra de Jeb, o
que cuando todo se desvaneciera, la mochila y el portatrajes fueran las
dos cosas que quedaran... porque son reales, no pintadas. Tampoco es
coincidencia que los matones hubieran sido enviados en mí búsqueda.
Me muerdo el labio.
—Al, ¿qué estás pensando? —presiona Jeb.
Papá se levanta de la mesa, lo que favorece su pierna izquierda.
Arrastro mis dedos por mi cabello húmedo para ocultar que están
temblando. —Morfeo siempre tiene un plan de escape. Es por eso que
tomó un traje de simulacro. Para que él sea capturado, tuvo que dejarse
capturar. Algo le hizo modificar el plan original. Tal vez incluso dejó que
algunas cosas se revelaran a propósito. Todo lo que ha pasado en esta
montaña esta noche ha sido un movimiento estratégico para conseguir
que vayamos tras él. Por alguna razón, es importante que vayamos a
ese castillo mañana, y que uno de nosotros… yo… sea totalmente
visible.
Papá golpea su puño sobre la mesa, haciendo vibrar el plato. —
¡Eso es un suicidio! Debemos ir directamente a la puerta del País de las
Maravillas, mientras todo el mundo esté preocupado por este festival de
monstruos.
—Voy a ir. —Saco la bolsa de ropa—. No importa por qué fue
capturado. Intencional o no, ha sido capturado, lo que significa que su
traje ha sido confiscado, también. Se ha puesto a sí mismo en peligro
real. No lo voy a dejar ahí. Y él cuenta con ello.
No termino mi explicación… que tengo que salvarlo porque el lado
del Inframundo en mí se ha enamorado de él. No tengo tiempo para
lidiar con las consecuencias de admitir eso en voz alta.
Papá golpea su pierna coja. —Debemos al menos tratar de
conseguir apoyo. Sin un traje para mí, soy inútil. No fuimos capaces de
enviar la paloma de vuelta, por lo que Bernard probablemente está a
mitad de camino hacia aquí, buscándonos. Podríamos encontrarlo,
conseguir su ayuda.
—Eso podría llevar un día entero —dice Jeb.
Niego con la cabeza. —Morfeo no tiene mucho tiempo.
El párpado de papá se mueve. —No vas a arriesgarte por ese
manipulador…
—¡Papá! —Trato de pasar por alto su perjuicio. No vio de primera
mano cómo Morfeo ayudó cuando fue picado, o cualquiera de las otras
cosas valientes que Morfeo ha hecho en el pasado, todas las hazañas
increíbles para una solitaria, egoísta hada.
Tampoco puede ver que, en el fondo, mi instinto de Inframundo
me está diciendo que la razón por la que Morfeo ha organizado esto,
está de alguna manera relacionada con el mejor interés para el País de
las Maravillas. Aunque todavía no confío completamente en sus
métodos, entiendo sus motivos. Y hay algo en lo que nunca voy a dudar,
su lealtad a su amado hogar.
Nuestro hogar.
—Estoy de acuerdo con Al —dice Jeb, sorprendiéndonos a papá y
a mí—. Sabes que soy la última persona que se subiría al auto de
Bichos. —Me dedica un ceño molesto, asegurándome su desprecio
perpetuo hacia Morfeo—. No me gusta su táctica, pero me ha protegido,
mientras hemos estado aquí. Pudo haberse aprovechado de mí por
prestigio y poder. Por alguna razón, hizo lo correcto. Debido a eso, se lo
debemos para verlo de regreso en el País de las Maravillas.
Más temprano, le expliqué a Jeb lo que dijo Morfeo sobre él
estando en una embarcación, y aún no ha dado marcha atrás. Confía
en mi fuerza y juicio así de bastante.
—Gracias —le susurro.
Algo parpadea en sus ojos antes de apartar su mirada de la mía:
angustia. Corta tan hábilmente como una cuchilla. Sé que es a causa
de mis sentimientos no expresados hacia Morfeo. Incluso con todo eso
asentado entre nosotros, estoy empezando a entender que pedirle a Jeb
que viva una vida conmigo, sabiendo que voy a tener un futuro con
otro, podría ser demasiado como para que cualquier hombre mortal
soporte. Solo espero que no le impida caminar por la puerta del País de
las Maravillas cuando sea el momento, no importa lo que signifique
para nosotros.
Esa intensa sensación de desgarro se profundiza en mi corazón.
Me doy la vuelta para ocultar mi mueca de dolor y presiono mi pulgar
en mi esternón, caminando hacia las escaleras.
—No puedes estar hablando en serio acerca de esto —dice Papá
desde atrás.
Tomo algunas respiraciones profundas. —Es hora de que me
enfrente a Roja. No más escondite. —Estoy resignada a la lucha por
delante, sabiendo que ella es la única que puede arreglar todas las
cosas que están mal en mí y en el País de las Maravillas. Hay alivio al
reconocer eso.
—¡Es una trampa! —grita Papá. Lo escucho caminar torpemente
sobre su pierna herida—. ¿Cuál es tu ventaja una vez que hayas sido
capturada?
Me giro para enfrentarlo. Jeb ha reestablecido la sombra de papá.
La oscura criatura agarra los codos de papá desde atrás para ayudarlo
a mantener el equilibrio.
—Nuestra ventaja —respondo—, es que Jeb, Chessie y yo somos
los únicos tres seres en este mundo que pueden usar magia. La cual es
la misma razón por la que no puedes detenerme. Así que puedes venir y
esconderte fuera del castillo como apoyo, o esperar aquí hasta que haya
terminado. Te amo, papá, pero mi reino está en peligro, así que es mi
llamado como reina.
Jeb estudia sus botas. Papá aprieta su mandíbula con tanta
fuerza que podría jurar que el veneno de la mosca escorpión se ha
filtrado en su barbilla. Sin embargo, no dice una palabra más.
Arriba en la torre, me quito la bata y admiro cómo los niveles con
alas brillan en la luz de las estrellas, el suave color naranja, rojo y negro
contrastan con las sombras en las llamas. Casi parece un sacrilegio
aflojar las brillantes patas verdes del ciempiés tan meticulosamente
cosidas en su lugar, para dejar cada franja debilitada. Pero Morfeo
aplaudiría la elección. De hecho, tengo la sensación de que estoy
haciendo exactamente lo que él espera que haga.
Una vez que he terminado, tomo la llave del diario de mi cuello.
Es inútil ahora. Deslizo cuidadosamente el vestido en su lugar sobre mi
piel. Se ajusta como si me lo hubiera pintado encima, abrazando mis
curvas y rozando mis rodillas. El forro está hecho de piel de conejo.
Estoy envuelta en una cáscara de comodidad, mientras que en el
exterior, todo lo que sé es que mi persuasión mágica para levantar lejos
los dobladillos del ciempiés y exponer los bordes afilados de las alas, me
hace intocable.
No puedo pensar en un mejor escudo de armas. No voy a estar de
pie en presencia de Roja o Hart con pantalones holgados y una túnica
de caballero. En este vestido, voy a estar jugando la parte de Medusa,
convirtiendo a mis malvados antepasados en piedra con una impetuosa
desnudez de terrible belleza. Si no se hubieran eliminado los aguijones,
podría cambiar a Hart a una estatua literal, lo que haría que su
rendición al espíritu de Roja sea mucho más simple. En cambio, tengo
un vestido con picadura suficiente para hacer que la reina cruel piense
dos veces acerca de descartarme o a mis exigencias.
Me deslizo en mis guantes de cuero rojos hasta los hombros para
proteger mis brazos, y luego me pongo los pantalones y botas, que, por
supuesto, tienen el ajuste perfecto. Perfectos para caminar directamente
en la telaraña del guardián de la sabiduría.
No voy a ciegas. Sé que Morfeo tiene una agenda. Todo lo que
puedo hacer es esperar que sea por el bien común, y que su plan sea
infalible en esta ocasión.
De lo contrario, soy la más tonta de todas, por llevar a los dos
humanos que más amo a sus muertes.

***

Decidimos que unas pocas horas de sueño son más importantes


que Jeb alterando el paisaje para nuestro beneficio. Cuando llega la
mañana, está nublado y frío, pero al menos estamos descansados y
listos para la batalla.
Volamos hacia el castillo; Jeb y papá llevados por sus sombras, y
yo volando en alto en una corriente ascendente fría del viento. La
sombra de Morfeo sigue detrás por orden de Jeb, así todos tendremos
una forma de escapar una vez que nuestro negocio en el castillo esté
hecho.
El amanecer aparece por el horizonte en zarcillos de rojo sangre
salpicado a través de un cielo gris piedra; trato de convencerme de que
no es un presagio. Nuestro destino es un acantilado lo suficientemente
lejos del castillo para evitar ser vistos por las aves asesinas y sus
murciélagos patrullando las pequeñas torres, pero aun así lo
suficientemente cerca para investigar la entrada.
Llegamos a un afloramiento de rocas que forman una cueva.
Aterrizo con gracia detrás de unos árboles, deseando que Morfeo
estuviera aquí para verlo. —Todo está en los tobillos —murmuro.
Chessie se mete a sí mismo bajo mi moño suelto, haciéndome
cosquillas en la nuca. Jeb y papá bajan a mi lado y miramos a través de
los troncos densamente agrupados. En lugar de agua, el foso que rodea
las paredes exteriores contiene ceniza, los restos de los muertos. Un
montón de anguilas gigantes, que parecen prehistóricas con
obstrucciones óseas que sobresalen de sus espaldas como aletas de un
tiburón, nadan a través de la carnicería en polvo.
No son nada como mis mascotas en casa.
Una abigarrada multitud de mutantes se reúnen en las orillas
exteriores del foso, a la espera, al igual que nosotros, para que el puente
levadizo caiga y los invite a entrar.
Aunque invitar no es la palabra adecuada. No hay nada acogedor
en este lugar. Gigantes cráneos con colmillos se sientan encima de las
torres como si fueran estatuas, junto con las colas de esqueletos que
serpentean alrededor de las torres en espiral. Es como si una legión de
dragones se hubiera envuelto alrededor de la piedra para morir, y luego
se petrificaron. Los muros exteriores se desploman hacia adentro en
una inclinación natural, dando la impresión de que podrían caer y
aplastar a todos adentro en cualquier momento.
Un fuerte crujido acompaña al puente levadizo en descenso y tira
de mis entrañas.
—Tenemos que llegar allí —dice Jeb.
Me dirijo a papá. —Por favor no te enojes.
Suspira. —¿Cómo podría enojarme? Tu madre habría hecho lo
mismo. Sacrificado todo para salvar a alguien que le importaba. Lo hizo,
de hecho.
Lo abrazo, respirando todos los olores de casa. Cuando era una
niña, me acurrucaba contra su hombro, siempre me sentí segura. Eso
nunca va a cambiar. —Gracias, papá.
—Claro —murmura contra mi cabeza—. Entiendo. Pero no tiene
que gustarme.
Le gustará aún menos cuando vea a quien estoy trayendo de
vuelta, además de Morfeo.
—Te amo, Mariposa —susurra.
—Yo también te amo. —Me abraza durante tanto tiempo, que
tengo que liberarme.
Suspirando, se gira hacia Jeb para palmear su hombro y le
entrega su daga de hierro. —Cuida de mi niña.
Jeb asegura el arma. —Es la que tiene todos los movimientos.
Estoy esperando que ella cuide de mí.
Antes de que Papá nos pueda retrasar un segundo más, nos
ponemos en marcha.
Serpenteamos entre los árboles al final del acantilado y bajamos
detrás de un marcado peñasco. Jeb envía su sombra de vuelta para
quedarse con papá.
A la espera de alinearnos, Jeb estudia mi cara, como si estuviera
memorizando cada rasgo. Deslizo mis dedos enguantados por su
mejilla, apartando algunos oscuros mechones ondulados.
Su mirada se intensifica, llena de emociones innombrables. —
Vamos a alistarte, señorita astuta.
Le doy una pequeña sonrisa mientras él saca una máscara de
zorro peludo de su chaqueta y la desliza en su lugar sobre mis ojos. La
pintó para mí, diseñada a la medida para que las rendijas de los ojos y
el hocico se adapten a la mitad superior de mi cara. Plumas forman las
orejas, e incluso añadió las antenas de una mariposa. Junto con mis
alas y vestido, casi me veo como parte de los insectos que una vez maté
tan irreflexivamente.
Enderezo el traje de simulacro sobre su esmoquin y camiseta.
Tiene otro traje junto con sus artículos de pintura dentro de la bolsa de
lona que está colgada de su hombro, listo para Morfeo una vez que lo
encuentre. Sé que está deseando en secreto encontrar a su doble,
también, aunque no lo haya dicho en voz alta.
—Tiempo para mezclarse —dice Jeb, metiendo la cola de Chessie
en mi moño.
Asiento, pero no estoy dispuesta a dejar de mirarlo todavía. Él es
el único que le da fuerza a mis piernas para que sigan en pie.
—Solo recuerda —me dice—, nos apegamos al plan. Consigues a
Hart para hablar a solas, la convences de que entregue a Roja, y yo
buscaré la mazmorra. Una vez que tengas a Roja, sal rápidamente de
allí. No te preocupes por nosotros. Seremos invisibles, y tú puedes
volar. Todo va a estar bien. Envía a Chessie si algo sale mal, y te
encontraremos.
Asiento de nuevo. Hay tantas cosas que quiero decirle: Gracias
por tu fe en mí, por siempre arriesgarte por esta loca media vida mía. Te
amo y no quiero perderte… Pero todo lo que puedo decir es—: Ten
cuidado.
—Tu igual. —Mete la bolsa de lona bajo su brazo para mantenerla
oculta bajo el traje de simulacro y comienza a subir la capucha sobre su
cabeza.
Como si lo repensara, se detiene y entrelaza sus dedos a través de
mi mano enguantada, acercándome. —En caso de que no tenga otra
oportunidad para decírtelo… Uno, te ves asombrosa. —Traza mi
delineado que se curva hacia fuera por debajo de los bordes borrosos de
mi máscara—. Y dos… —Gira mi mano para besar mi palma cubierta—.
Puedes hacer esto, Reina de las Hadas.
Conteniendo bruscamente el aliento, envuelvo mis brazos
alrededor de su cuello. Él me abraza con fuerza, presiona sus labios en
la cima de mi cabeza, y luego da un paso atrás y coloca la capucha en
su lugar, desapareciendo de la vista.
Sus dedos invisibles tocan los míos cubiertos en cuero,
guiándome a seguir la corriente de criaturas grandes y pequeñas. Con
la presión reconfortante de su mano guiándome, rastreo el final de la
formación.
Mi vestido tintinea suavemente mientras pisoteamos a través del
puente de madera, una corriente subterránea meliflua en desacuerdo
con el silbante ominoso de las anguilas de unos seis metros por debajo
de nosotros. Un escalofrío atraviesa mi columna vertebral mientras
Chessie cava más profundo en mi cabello.
Los gorjeos, los resoplidos y los murmullos derivan de los
invitados, dirigiendo mi atención de lo que está abajo a lo que está
adelante. En apariencia, son similares a los habitantes del Inframundo
que encontré en el País de las Maravillas en la Fiesta de las Bestias
hace un año... Más bestial que humanos, algunos de ellos con plantas
vivas que crecen fuera de su piel. Aunque estas criaturas están
enroscadas y retorcidas, mutaron usando su magia.
Es un hábito difícil de romper, como lo demuestra la lucha de Jeb
al alejarse del poder. Tal vez por eso es una ventaja para mí que Roja
me posea. Le dará a Jeb aún más incentivo para salir, en caso de que
mi voto para un futuro no sea suficiente.
Cuando bajamos del puente, nos filtramos a través de un
pequeño pórtico cubierto, entonces el patio se abre, de
aproximadamente tres metros de ancho. Elevándose en el centro están
dos marcos esqueléticos de treinta pisos, altos y encorvados, como
montañas rusas gemelas hechas de huesos gigantes, inquietantemente
similares a los restos de dragones petrificados en las torres del castillo.
Tan hipnotizada por la vista, casi me tropiezo con una cola de reptil
delante de mí. Una boca gruñendo viaja a lo largo de las escamas,
deslizándose desde la cara de la criatura hasta el final de su cola, y me
ladra como un cachorro descontento.
Pidiendo disculpas, retrocedo.
Jeb me estabiliza por detrás y me enfoco de nuevo en nuestro
entorno.
Cuando tenía diez años, mi padre y yo fuimos al circo en el reino
humano. Ajustes ultravioleta, inquietantes disfraces, una pesadilla de
luz negra tan rica en atmósfera y personajes, cobró vida. No entendía en
ese entonces por qué me sentía tan a gusto en medio de la extraña
grandeza de todo eso. No fue sino hasta el año pasado, cuando empecé
a recordar que los paisajes del País de las Maravillas tienen las mismas
cualidades, y cuántos sueños pasé allí con Morfeo.
Ahora, rodeada de los habitantes de CualquierOtroSitio dentro del
patio, no puedo evitar volver a caer en esos recuerdos. Con el cielo
nublado y las paredes bajas dobladas ante nosotros, el fondo oscurecido
magnifica el esquema de color fluorescente de las fuentes de agua,
carpas medievales y estatuas.
Jeb aprieta mi mano tres veces, nuestra señal. Ya que no puedo
ver que se vaya, miro al otro lado donde varios guardias reptiles
escoltan un mutante con cabeza de un oso pardo y cuerpo de un mono
hacia fuera del terreno esposado. Empiezan por unas escaleras de
piedra ubicadas en la pared del castillo. Es una apuesta segura que van
a la mazmorra.
—Ten cuidado —susurro, aunque sé que él ya se ha ido. El calor
de Cheesie bajo mi cabello ofrece una pequeña comodidad.
Paso un grupo de fuentes. Una variedad rara de criaturas tocan
instrumentos musicales artesanales, componiendo canciones
inquietantes en tambores de calabaza, guitarras de apio y flautas
hechas de cañas del río. Elfos giran en el aire y realizan movimientos de
bailarinas aéreos, utilizando el agua de un chorro para impulsarse
hacia arriba. Ellos chillan cuando el agua se convierte en una nube de
vapor que hierbe su carne desnuda. Liberándose, se pelean por los
bordes de las fuentes y se quejan, cuidando sus ampollas. Los
espectadores bestiales a mi lado se ríen y gritan estímulos mal
pronunciados, como si estuvieran intoxicados por la violencia. El vapor
se vuelve líquido, y los Elfos montan los chorros de agua nuevamente.
Los diminutos habitantes de Inframundo deben ser impulsados por una
compulsión que busca el dolor, porque ellos continúan hasta que sus
cuerpos están tan dañados, que mueren y se vuelven una pila de
cenizas.
Lucho contra mi fascinación y me aparto.
Donde quiera que mire, similares deportes horripilantes y juegos
sádicos tienen lugar. En una esquina, dentro de una tienda abierta,
criaturas felinas cubiertas en escamas con caras de serpiente y lenguas
bífidas caminan en cuatro patas a lo largo de los altos cables colgados
sobre un pozo en llamas. Sus patas tiernas chisporrotean a través del
metal abrasador y el nocivo olor de escamas chamuscadas llena el aire.
Otra vez, noto montones de ceniza donde murieron los participantes
anteriores.
—¡Más rápido! —grita desde abajo una criatura lanuda con
musgo brotando de sus oídos—. ¡No pierdas el maldito equilibrio!
¡Danos un espectáculo! —Los participantes aúllan y gritan, y aun así
cojean de nuevo para formarse para ir de nuevo tan pronto como bajan
saltando.
Dentro de otra atienda, los contendientes se turnan arrastrándose
a través de una zanja llena de escarabajos cuyos exoesqueletos son
brillantes, plateados y tan agudos como el doble de filo de una máquina
de afeitar. Aunque cada jugador se rebana y sangra al final, no dudan
en volver otra vez.
Apretando los dientes contra una urgencia inquietante de
caminar descalza por la zanja yo misma, me dirijo hacia el centro del
patio, donde los guardias reptiles ruedan dos bolas vidriosas, claras —
cada una lo suficientemente grande para albergar un cobertizo de
jardín—, y las elevan con cuerdas y poleas en los marcos de la montaña
rusa esquelética que vi antes. Los guardias las encierran en su lugar en
pendientes pronunciadas que lanzarán las esferas desde el trigésimo
piso. La imagen me recuerda a las carreras de mármol que Jeb solía
hacer con su papá, solo que ellos escalan.
Una multitud se reúne y se inquieta por el evento. Me quedo en la
parte posterior, curiosa, pero mantengo mis ojos abiertos para cualquier
señal de la Reina de Corazones. Con una mirada para asegurarme que
nadie está mirando, tiro de la cola de Chessie, la señal para que él
busque a Nikki. Se supone que la encuentre y vuelva a mí. Él vuela en
la distancia, utilizando las sombras para cubrirse.
Un hombre alto, construido como un Dios griego y vistiendo solo
pantalones satinados negros que abrazan todos sus músculos, sube por
una escalera a la cima de la rampa de madera. Pasea hasta el borde del
marco gigante. En vez de pies descalzos, tiene pezuñas plateadas,
aunque sus manos son humanas.
Su piel suave brilla como cobre, un severo contraste con sus ojos
azul claro. Cabello blanco y grueso crece de su cabeza, a lo largo de la
nuca, y abajo entre los omóplatos como la melena de un caballo. Un
remolino de cuerno de plata de nueve centímetros se curva por encima
del puente de su nariz aguileña, centrado entre sus cejas blancas.
Es guapísimo. Y obviamente está a cargo.
Manti. Me acerco más a la ruidosa multitud. Es la mejor pista
para encontrar a Hart y a Roja.
—Y cualquiera de ustedes que quiera desafiarme para el trono del
Rey... —Su voz, profunda y melodiosa, silencia las murmuraciones—.
Esta es la oportunidad. —Sostiene una corona de oro y sonríe, con
dientes blancos-caninos, afilados y cegadores.
Alguien se mueve en la multitud. Una criatura león, camina en
dos patas como un hombre, levanta su pata en un puño en el aire. —¡Te
reto! —ruge. Su pelaje dorado brilla en la suave luz cuando dos
guardias de soporte-de-linterna lo escoltan hacia la escalera.
Una vez que han escalado hacia la cima, los guardias abren las
puertas transparentes de las esferas de cristal así Manti y su oponente
pueden subir a sus esferas. Cada guardia saca una pequeña criatura,
mullida de una caja.
Aunque los animales se ven adorables y benignos como perritos
de Pomerania, tanto el manticornio como el león se erizan y se
sostienen, manteniendo un ojo cauteloso sobre sus compañeros.
—¡Que comience la carrera de conjurados! —grita uno de los
guardias cuando las puertas se cierran.
La multitud aúlla cuando las rampas se abren, propulsando las
esferas en juego a lo largo de la carrera enroscada con un sonido tan
fuerte como un trueno. No tardé mucho en darme cuenta de por qué
Manti y su oponente temían la adición de los animales diminutos. Las
criaturas tienen la capacidad de darse la vuelta y convertirse en nada
más que en dientes. Salpicaduras de rojo aparecen en el interior de la
esfera, manchando mientras los ocupantes tratan de evitar la
mordedura. Están atrapados en una pecera rotatoria con pirañas
peludas.
Mi sensibilidad como habitante del Inframundo me tiene cautiva,
me pone ansiosa de ver la carrera de conjurados. Cada participante
intenta mantener el equilibrio lo suficiente —a pesar de ser comido vivo
y deslizarse en su propia sangre—, para aumentar el impulso de su bola
rodante y ser el primero en llegar al final de la carrera.
La bola de Manti llega a la línea de la meta, y él rápidamente se
arrastra mientras el cachorro saturado con sangre se mete de nuevo en
su caja. Dos guardias ayudan a Manti, vertiendo algo de una botella en
su garganta. Las estrías de su piel se curan milagrosamente, sin dejar
cicatrices.
La esfera del león se detiene y otros dos guardias lo liberan. Ha
sido roído tanto, que su piel se ha ido, dejando en todo su cuerpo una
herida abierta en carne viva.
Los espectadores empiezan a corear: ¡Destrózalo! ¡Muéstranos el
corazón!
Con un paso fluido, Manti lidera el camino. Los guardias
arrastran al león inconsciente a un charco de agua en el suelo, lo
sientan en la tierra y lo bordean con piedras planas.
—¡En la piscina de los temores! —grita Manti.
Los guardias vierten al león. Él despierta y patea en la superficie,
aullando de terror cuando las burbujas se revuelven y el agua se vuelve
roja. Lo que queda de su piel es devorado por una reacción ácida hasta
que algo lo arrastra hacia abajo dentro de las profundidades. Unos
segundos más tarde, un objeto se eleva a la superficie. Manti lo recoge
con ternura y lo pone sobre una almohada de satén de oro, mostrando
el corazón aun latiendo para que todos lo vean.
Debería estar aterrorizada. En cambio, estoy furiosa. La idea de
que la reina tenga previsto hacer lo mismo con el corazón de Morfeo
desencadena una compulsión asesina dentro de mí. El País de las
Maravillas es violento y extraño, pero encantador a su manera.
CualquierOtroSitio es un nuevo nivel de crueldad. Manicomio con
esteroides.
Los vítores ensordecedores aumentan cuando una mujer
exquisita da zancadas con gracia en escena. Su cabello se parte en el
medio, borgoña oscuro de un lado y el otro de un rojo ardiente. Su
vestido es a la vez hermoso y sorprendente, igual que ella. Volantes
rojos borgoña caen sobre una enagua de tul negro. Crea el efecto de
rayas de la cebra, llameando de una forma llena, encantadora que se
prolonga en el suelo. Pulsantes y brillantes granos rojos del tamaño de
frijoles adornan las mangas de su codo. Pero no son frijoles en absoluto.
Lleva los corazones de elfos en sus mangas.
Sus alas reflejan las mías: opacas y adornadas con piedras
preciosas. Esto, con la adición de parches en sus ojos, la piel reluciente
y una pequeña diadema de oro, no dejan ninguna pregunta en cuanto a
su personalidad. Ella podría tener siglos de antigüedad, pero se ve lo
suficientemente joven para ser la hermana de mi mamá.
Manti sostiene la almohada para Hart y se arrodilla en una
rodilla. —Para usted, su Majestad.
Ella coloca una corona de oro sobre su cabeza y toma el corazón.
Sangre llueve entre sus dedos mientras sostiene en lo alto el órgano
palpitante.
—¿Cualquier otro retador que se sienta con corazón de león hoy?
—pregunta, con voz melodiosa, una mezcla de dos octavas, como si
estuviera cantando a dúo con ella misma. O tal vez es la voz combinada
con la voz de Roja.
Vacilo en el aire, recuerdo cómo Roja me usó para una boquilla
hace un año, lo que se sintió tener su vida penetrada a través de mi
sangre y manipularme como una marioneta.
—¿Alguno de ustedes desea desafiar al rey? —La reina se burla
una vez más.
Mi garganta se seca. Es ahora o nunca. Haciendo una mueca, me
deslizo fuera de mi máscara de zorro y la dejo caer. Agito mis alas para
levantarme por encima de la multitud, lo suficientemente alto como
para ser vista en las luces de linterna aún fuera del alcance de
cualquier mano o garras.
—¡Quiero desafiar a la reina! —grito.
La Reina de Corazones coloca su sangriento premio macabro en la
almohada, frunciendo el ceño hacia mí mientras se limpia la sangre de
sus manos en la melena blanca de Manti. Varios de los guardias hacen
a un lado a los espectadores por debajo de mí, y tienen como objetivo
lanzar flechas a mis alas.
El lado borgoña del cabello de la reina se vuelve carmesí, mechón
por mechón. —¡Bajen las armas! Les ordeno. —La voz de Roja se libera
de la boca de Hart en una ráfaga de aire. Un apéndice parecido a una
enredadera se despliega del antebrazo de la reina, una manifestación
física de la posesión de Roja. La hiedra venenosa se ajusta a los
guardias—. ¡Dije que bajaran las armas!
Bajan sus arcos y retroceden.
—¡No! Yo soy la encargada —grita Hart, alzando la voz una
octava. Lucha con el saliente tentáculo de Roja, el borgoña superándola
una vez más—. ¡Capturen a la chica y tráiganme su reloj de vida! Es
especial. Será el orgullo de mi colección.
Confundida por sus órdenes, aleteo mis alas con más fuerza para
quedarme a la deriva y fuera del alcance.
La reina motiva a sus guardias. Dos nuevos apéndices de hiedra
se deslizan de sus mangas y se adhieren a ambas muñecas.
—Que la chica permanezca intacta —sisea Roja, envolviendo sus
bazos alrededor de la enredadera de Hart hasta que están anclados a su
cintura.
La reina pelea con las enredaderas y su cabello destella, desde
rojo brillante a borgoña. Los guardias se quedan en su lugar, sin saber
a qué reina escuchar. Incluso Manti parece confundido. Es como si ellos
hubieran aprendido de la forma difícil que cualquiera que sea la reina
que gane el control del cuerpo debe tener su lealtad.
—La chica vino por voluntad propia —razona Roja—, justo como
Morfeo predijo que lo haría. Su cuerpo no debe ser dañado. Ella está aquí
para la ceremonia, y esta sombría reunión servirá como testigo. —Con
eso, todo el cabello de la reina cambia a color carmesí.
Ceremonia. Morfeo debe haber presentado nuestra propuesta para
que la Roja habite mi cuerpo y deje este mundo. Asumo que han
hablado con Hart de alguna manera.
Pero, ¿qué tiene que ver una ceremonia con eso?
—¡No me di cuenta que íbamos a necesitar testigos! —grito,
flotando más alto.
Algo se agita detrás de la reina. Sus súbditos y acompañantes se
apartan y Morfeo camina a través de ellos. A primera vista, me
complace verlo sin cadenas e ileso. Entonces noto cómo está vestido, y
cómo el país parece estar parado en medio de la fiesta real.
Mirándome, se quita su alto sombrero de copa a cuadros color
borgoña que complementa su traje de rayas color borgoña, camisa
negra y corbata negra. Su ojo marcado de joyas destella con un púrpura
más oscuro, y me ofrece su sonrisa más brillante. —Ven, amor. No seas
tímida. Toda boda necesita testigos. ¿Por qué la nuestra sería diferente?
17
Asuntos del corazón
Traducido por Lauu LR
Corregido por Sofía Belikov

El cabello de la Reina de Corazones pasa de una sombra a otra


mientras nos lleva a una habitación en el castillo. Tres de sus guardias
nos siguen detrás. Me recuerda cuando fui forzada a dar un paseo por
el pasillo en el castillo rojo con Morfeo hace un año, solo a unos
minutos de una muerte segura en la boca gruñidora de un
Bandersnatch.
Una muerte de la que me salvó, me recuerdo a mí misma.
Aprieto la mandíbula mientras sujeta mi mano, sus dedos
entrelazados con los míos. He pospuesto el desatar mi magia y el
vestido mortal. Voy a seguir con el engaño del compromiso por tres
razones:
Uno: Jeb está en algún lugar de este castillo, y tengo que
mantener la calma el tiempo suficiente como para encontrarlo.
Dos: estoy tan aliviada de que el corazón de Morfeo no esté al
borde de desaparecer que todavía no puedo encontrar la fuerza en mi
propio corazón para estrangularlo.
Y tres: la expresión de Morfeo promete respuestas y suplica
cooperación. Hay más en esto de lo que me está dejando saber.
Le sacaré la verdad una vez que estemos a solas, lo que debía ser
que tenía en mente cuando pidió que tuviéramos un momento para
nosotros antes de la ceremonia. Roja lo aprobó, pero cada paso que doy
se siente más pesado. Sospecho que estuvo de acuerdo debido a que
vamos a un lugar privado para transferir su espíritu.
Sin la línea de vida del diario, bien podría estarme hundiendo.
Aprieto los dedos a través de los de Morfeo mientras oleadas de
inseguridad me recorren. Sosteniendo mi mirada, levanta mi mano y
besa mis nudillos enguantados. Está verdaderamente contento de
verme.
Lo que podría cambiar en un parpadeo, cuando escuche acerca
de mi voto de vida-mágica con Jeb. A pesar de que el lado humano de
mí siempre le ha pertenecido a Jeb, incluso aunque en algún lugar de
su corazón Morfeo siempre lo ha sabido, va a estar furioso. Ambos
pueden haber aprendido a convivir en este mundo, pero si Jeb se
interpone en el camino de algún plan maestro, las cosas pueden
cambiar en un latido. No se lo diré a Morfeo mientras estemos en este
castillo. Su lado celoso y salvaje es demasiado impredecible cuando se
trata del País de las Maravillas o de mí.
Después de subir dos tramos de escaleras de caracol, caminamos
a través de un pasillo de mármol. Cientos de cajas de sombras se
alinean en las paredes, conteniendo una selección de corazones —de
diferentes formas y tamaños— que bombean salvajemente en sus
compartimentos. Con cada golpe, manchas rojas se dibujaban en las
tapas de vidrio, como si los órganos tocaran las puertas de su prisión.
Un cobrizo hedor a carne hace que mi estómago se revuelva.
Trato de no compararlos con los bichos que maté y colgué en las
paredes de casa con lo que Hart había hecho, pero el paralelismo es
sorprendente. Coleccionar debe estar en mi sangre. No me atrevo a
imaginar qué otra cosa podría ser…
Los guardias abren un conjunto de puertas dobles y nos
introducen en una cámara con una mullida alfombra negra y paredes
de azulejos color burdeos. La reina nos acompaña al interior contra su
voluntad. Es evidente por su cabello carmesí que es Roja de nuevo.
Después de que estamos a salvo adentro, los guardias salen al pasillo y
cierran la puerta detrás de ellos.
—Bienvenidos a la sala de juegos de Hart. —El murmullo
entrecortado de Roja se desliza en mi espacio personal.
Su presencia pincha ese lugar frágil detrás de mi esternón donde
dejó su marca. Presiono el corpiño forrado de piel contra mí en un
intento de no paralizarme por el clima de terror y opresión que la rodea
en cualquier forma. Tengo que ser más fuerte que ella.
Me familiarizo con la habitación, buscando posibles armas. Un
surtido de sillas doradas con forro de terciopelo rojo y tumbonas se
alinean en las paredes. Corazones robados completan la decoración:
pinturas y marcos de espejos utilizan los órganos palpitantes en
macabras pero creativas formas; como ornamentos a través de la
alfombra, borlados con pequeñas bolas del tamaño de perlas
descomunales, como las que tienen las mangas de la reina.
La muestra más intrincada y mórbida es un candelabro de bronce
gigante en el centro del techo en forma de cúpula, punteado con
órganos pulsantes. Empalados con bombillas, brillan desde adentro,
lanzando luminosas venas alrededor del techo blanco. Las
contracciones de los músculos huecos y la sangre rápida circulan en un
bucle eterno, como si se proyectaran en una pantalla. Con la
discordante vibración de latidos y las extrañas luces pulsantes, la
habitación se siente como algo consiente, y nosotros su presa,
atrapados dentro de su caja torácica.
¿Es así como se sentía Morfeo, siendo tragado por el
Bandersnatch?
Desorientada, me aferro a su codo. En respuesta, una de sus alas
envuelve las mías, acurrucándome contra su costado en un apoyo
inquebrantable. Su olor me rodea.
—La única cosa que pidió Hart —dice Roja, las vides luchando con
las manos de la reina para mantener el control—, es que no toquen sus
pinturas o pasteles.
Una mesa está decorada con pasteles junto a un vaso de líquido
blanco parecido a la leche. En la pared por encima de ella, cuelga un
caballete lleno de papeles en blanco sujeto por un clip. Un conjunto de
pinturas para dedos en pequeños contenedores esperan para ser
usados. La vista me hace pensar en Jeb, y jadeo contra la falta de
aliento que acompaña la puñalada en mi esternón. El vértigo desdibuja
mi visión.
Como si sintiera mi angustia, Morfeo se sienta en una silla del
salón y me atrae a su regazo, mis alas cubiertas a un lado de sus
piernas y mis rodillas sobre ellas. Envuelve los brazos a mí alrededor,
completamente a gusto.
—Lo ves. Como te dije —le dice a Roja, su voz profunda vibrando
cerca de mi oído—. Estamos totalmente enamorados, y haciendo planes
para nuestro futuro. —Posa nuestras manos unidas en mi regazo,
haciendo que el dobladillo del vestido tintinee suavemente. Me esfuerzo
por no tensarme mientras espero a que la rasgadura de mi corazón
disminuya. La parte posterior de mis muslos esta al ras de los suyos,
agiles y musculosos, una distracción y un consuelo—. Lleva el vestido
de novia que te dije. ¿No es prueba suficiente? Ahora, según tu versión
de la negociación…
—Oh, no —entona Roja—. No hasta que nos casemos. Ese es el
trato. Me engañaste una vez. No pasará de nuevo.
—¿Nos casemos? ¿Qué quieres decir con nos? —Miro a Morfeo por
encima de mi hombro, quien me ofrece una suplicante mueca de dolor
por debajo del ala de su sombrero. Es indignante tenerla aquí con
nosotros. Sin ella, podría enviarme sus pensamientos en lugar de jugar
este juego a ciegas.
—Nosotros, como, en nosotros tres. La trinidad malvada. —Roja
sonríe ante su inteligencia, y un mechón de hiedra tira de la liga roja
libre de mi moño. Los corazones en las mangas de su vestido empiezan
a moverse salvajemente, haciendo un sonido húmedo. Su mirada azul
oscuro cae sobre la mía mientras mi cabello se llena de vida,
envolviéndose alrededor de su vid cariñosamente. Es mi magia la que
está causando el contacto, no la suya, lo que me asusta incluso más.
»Tú y yo para reclamar el trono para nuestra línea de sangre de
una vez por todas —continúa Roja—. Y para probarme que hablas en
serio acerca de tus deberes reales, que vivir como reina del País de las
Maravillas es tu prioridad número uno, y asegurarme de que no habrá
más distracciones mortales, y que te casaras con Morfeo, hoy. Me dijo
que se aman, que dirigirían el reino Rojo juntos. Quiero verlo por mí
misma. No dejaré este lugar hasta que hayas dejado tu otra vida y al
chico que ha sido tal distracción para ti atrás. O si prefieres, puedo
deshacerme de él de manera permanente y darle a nuestra predecesora
el corazón humano que ha estado anhelando para su colección.
El temor por la seguridad de Jeb resucita mi valor. Jalo a mi
traidor cabello aparte, forzándolo detrás de mi oreja. —Sigue haciendo
amenazas como esa y no te voy a sacar de aquí para nada, desgraciada.
Puedes quedarte aquí y pudrirte.
—Tu amado novio desea demasiado que repare el País de las
Maravillas como para permitir que tu terquedad se interponga, ¿no es
así?
Le echo un vistazo. Me devuelve la mirada, ilegible.
—Parece que lo único que se pudrirá será tu espíritu libre bajo mi
control —se burla Roja, mientras una de sus vides se desliza hacia mí
por el suelo.
Todavía enojada, me concentro en la alfombra debajo de ella,
imaginando la pila como los tentáculos de una anemona de mar. Las
fibras se extienden altas y tubulares, capturando el apéndice
avanzando.
Sonrío mientras me mira, sorprendida. —He estado practicando.
¿Quieres intentar de nuevo? Tengo todo un mar de alfombra con el que
jugar. Y por lo que recuerdo, tu espíritu se marchitó bajo mi mando,
como ahora.
Los dedos de Morfeo aprietan los míos, un apretón de advertencia
o de aliento, no estoy segura. De todos modos, lo ignoro y participo en
un concurso de miradas con sus ojos venenosos.
—Oh, pero he tomado medidas para asegurarme de que no pase de
nuevo. ¿Aún no te das cuenta? —Roja levanta la mano inanimada de
Hart y la apunta a mi pecho, provocando aquel dolor desgarrador de
nuevo.
Mi concentración se tambalea. La vid que capturé escapa de los
filamentos contraídos de la alfombra.
Y en ese mismo momento, Roja tropieza, arrojada al suelo por el
resurgimiento de Hart en su cuerpo compartido. Ruedan alrededor,
luciendo como un nudo lleno de demencia, arañando y desgarrando su
cabello siempre cambiante con dedos y espinas de hiedra.
Me levanto, lista para rasgar los bordes rigurosos de mi vestido y
destrozarla en fragmentos mientras tengo algo de ventaja.
Morfeo me jala de nuevo hacia su regazo y me susurra al oído—:
Solo dañarías el caparazón y convertirías a los dos espíritus en cenizas.
—Es sorprendente como lee mi mente sin nada de magia—.
Necesitamos a Roja para solucionar los problemas del País de las
Maravillas. Tómate tu tiempo, amor. Tómate. Tu. Tiempo.
Siempre la voz de la razón, incluso cuando la locura impulsa
todas sus acciones. Roja tiene la mano ganadora junto con mi corazón.
Admitió que me ha marcado, confirmando mi suposición de que la
necesito no solo para arreglar el País de las Maravillas, sino también mi
interior.
Hay un ruido sordo mientras el cuerpo rodante de la reina choca
con las patas de la mesa y derrama la leche. Roja se las arregla para
conseguir la ventaja de nuevo. Se levanta, entrelaza los brazos de la
reina y alisa su cabello carmesí con una vid inestable. —Haz que tu
prometida cumpla, o el trato se acaba —le dice a Morfeo—. Y sabes lo
que significaría para tu precioso hogar.
Comienzo a darle una réplica desagradable, pero Morfeo aprieta
su agarre alrededor de mi cintura en una súplica silenciosa.
La atención de Roja se traslada hacia mí. —Hoy le darás la
bienvenida a mi espíritu dentro de tu cuerpo. Nos casaremos con Morfeo,
dejaremos CualquierOtroSitio, y tomaremos nuestro lugar legítimo en el
trono Rojo. Tu prometido ha expresado un afán particular por comenzar
su luna de miel. —Camina hacia la puerta en una cascada de malla,
satén, y enredaderas como tentáculos—. Prepárense para la ceremonia.
Volveré antes de que llegue la hora.
Nos deja a Morfeo y a mi detrás de la puerta cerrada con nada
más que el golpeteo de un centenar de corazones —esos que están sin
cuerpo y mueven la habitación, y los dos luchando dentro de nuestros
propios pechos.
Me bajo de su regazo y lo encaro. —¿Afán de comenzar nuestra
luna de miel? ¿En serio?
—Oh, no seas tan tímida, mi flor —ronronea, su rostro implacable
como la encarnación de la tentación bajo el palpitante resplandor del
candelabro—. Sabes que apenas podemos mantener las manos fuera
del otro.
El Habitante del Inframundo dentro de mí se remueve,
atormentado por sus bromas. —Lo que sé es que siempre besas y
hablas.
En lugar de la sonrisa sarcástica o la respuesta pomposa que
espero, me hace callar con un dedo en sus labios y modula—: Las
paredes oyen.
No me atrevo a asumir que está hablando figurativamente. Se
levanta lentamente, manteniendo un ojo vigilante en lo que nos rodea.
Se quita el sombrero y los guantes y los coloca en la silla.
Me tomo mi tiempo mientras levanta una servilleta de tela de la
mesa y pasa los dedos a través de los azulejos de color burdeos. Está en
el último cuarto de la habitación cuando toma algo en su mano y me
hace señas para que me acerque. Cinco criaturas del tamaño de un
guisante se escabullen sobre las líneas de su palma. Se asemejan a
oídos humanos diminutos con patas de cangrejo y alas que parecen
demasiado pequeñas para levantarlos.
Envolviéndolos en la servilleta, Morfeo los aplasta y empuja la tela
aconchada debajo de la puerta. —Ácaros del oído. Han grabado todo lo
que dijimos y se lo reportaron a la reina. —Me guía al centro de la
habitación—. Ahora podemos hablar libremente.
Me recuerdo a mí misma que no debo explotar… que debo darle
una oportunidad para explicarse. —Así que, ¿es un vestido de novia?
La sonrisa de suficiencia que esperaba antes hace una aparición
tardía. —Tal vez no sea lo que originalmente quería que usaras en
nuestra unión, pero funcionará. ¿No te alegras de haber tenido la
previsión de usarlo?
Deshago el moño de la parte posterior de mi cabeza, dándole a
mis manos algo que hacer para no golpearlo. —Dejaste claro que
debería vestirlo —dije, metiendo la hebra roja entre el resto de mis olas
platinadas.
Morfeo vigila cada uno de mis movimientos, distrayéndose
momentáneamente cuando levanto mi pelo otra vez, mechón por
mechón.
—Pensé que el vestido estaba destinado a ser un arma. —Deslizo
la última horquilla en su lugar.
—Oh, con la forma en que te queda, muy bien podría serlo —dice
Morfeo, su voz ronca. La leche derramada sobre la mesa ha comenzado
un molesto goteo sobre la alfombra. Me lleva hacia una tumbona, lejos
del desastre.
Me siento al borde del cojín del centro, mis alas extendidas detrás
de mí. —Dime que está sucediendo, y más vale que sea bueno.
Sacude una servilleta de tela. —Aun no confías en mí, ¿no?
—Confío en que no quieres enfrentarte a mi ira.
Resopla. —Estoy dispuesto a todo. ¿Me apedrearías con corazones
cayendo en una lluvia simbólica de amor no correspondido? ¿O tal vez
me encadenarías a la pared con un encaje hecho de luz de luna? —Sus
joyas marcadas parpadean a través de una rapsodia de colores:
coqueteo, burlas y malicia.
—¿Podrías hablar en serio? Tienes un montón de explicaciones
que dar.
Sus joyas se tornan verde esmeralda—. También tú. Empecemos
con el por qué estabas medio desnuda sobre Jebediah en la arena de la
playa mientras yo me ponía en peligro por el antídoto de tu padre.
Resisto la tentación de dejar caer mi mandíbula. No puede estar
culpándome. Sólo hay una manera de que pudiera saber eso, y no
augura nada bueno para sus propias actividades nocturnas.
—Estás trabajando con Manti… —Mis cuerdas vocales chocan
unas contra otras, como si estuvieran hechas de lija.
Morfeo sorbe la leche con la servilleta para silenciar el goteo. —Ya
llegaremos a eso. Pero primero, tienes que saber lo que sucedió
mientras jugabas escondidas con nuestro elfo pseudo-tributo del trono.
Dos de los parientes de tu padre fueron capturados por los guardias de
la reina anoche. Cuando acompañaba a Nikki al castillo, los vi ser
escoltados por la puerta. No sabía quiénes eran, solo que eran
caballeros y uno de ellos compartía los ojos de tu padre.
Muevo las manos nerviosamente. —El tío Bernard.
—Está bien.
—No puedo creer que lo metiéramos en esto…
Morfeo se sienta en el brazo del sillón, sus alas en cascada detrás
de él. El candelabro pulsante brilla a lo largo de su puño de encaje
negro mientras se quita una pelusa. —En serio tienes que agradecerle a
Jebediah por eso. Antes de que sus transformaciones escénicas
confundieran los túneles de viento, los caballeros nunca tuvieron una
razón para viajar a través del espejo. La interferencia de tu ex ha puesto
en peligro el frágil funcionamiento interno de este mundo.
—Pero lo hizo para protegerte —lo defiendo—. Tú mismo me
dijiste que cambió los paisajes para confundir la vida salvaje.
Morfeo se aferra a su muslo. —¿Por qué sigues tan enamorada de
ese mortal? ¿Después de lo mucho que te ha lastimado?
Bajo la mirada hacia él. —Algo que tú nunca has hecho.
Mirando sus nudillos blanqueados, Morfeo rechina los dientes. —
Yo nunca he renunciado a ti.
La rabia sincera en su voz me ablanda. —Lo sé. —Entrelazo mis
dedos con los suyos, y sus músculos se contraen en respuesta—. Pero
Jeb tampoco renunció a mí. Él renunció a sí mismo. Y tuviste algo que
ver con eso.
Morfeo rueda los ojos. —Nos estamos desviando del camino. No
estás entendiendo la gravedad de esta situación. Por siglos, Hart ha
estado buscando una manera de atacar las puertas del País de las
Maravillas, de secuestrar un túnel de viento y cruzar el abismo de la
nada. ¿Puedes imaginar el caos que podría causar con el acceso al
medallón de un caballero?
Es extraño, pero de algún modo, estoy aliviada de escuchar sus
palabras. —Estaba en lo cierto… Sabía que el País de las Maravillas
tenía que estar en peligro. —El que pusiera mi fe en él y no me
defraudase levanta un peso de mis hombros. No puse en peligro a Jeb y
a papá innecesariamente.
—En realidad, más que el País de las Maravillas —dice Morfeo,
interrumpiendo mis pensamientos—. La Reina de Corazones acordó
mantener el espíritu de la Roja vivo solo porque Roja la convenció de
que vendrías a rescatarme, y Jebediah, no lo creyó muerto. Ese es el
por qué Roja nos capturó y arrastró a CualquierOtroSitio en primer
lugar. Como garantía, las dos reinas planeaban usarte para encontrar
un camino de regreso al País de las Maravillas, donde Hart tendría
acceso a los portales dentro del reino de los mortales y podría cosechar
relojes de vidas humanas para su colección.
—¿Relojes de vidas? —Pruebo las palabras con la lengua,
saboreando las sílabas. La primera vez que me vio, la reina dijo que
quería el mío.
Morfeo gesticula hacia la decoración del cuarto. —Es su apodo
para los corazones robados. Relojes de vida.
Temblando, llevo un puño hacia mi pecho para aliviar el dolor.
Hart dijo que ella sentía que el mío era especial. Debía saber que estaba
dañado. Tal vez pueda decirme lo que le hizo Roja.
—Alyssa. ¿Por qué estás tan pálida? —Morfeo se desliza por el
brazo del sillón para sentarse junto a mí. Presiona el dorso de su mano
en mi mejilla, comprobando mi temperatura—. Estás más que helada.
Su mano quema mi piel y la aparto. —Es sólo que estoy
preocupada. —Acerca de más de lo que te puedo decir. ¿Cómo puede mi
cuerpo estar tan frío cuando una línea de gasolina encendida arde bajo
mi esternón? Aprieto el borde de los cojines, decidida a no enloquecer—.
Tenemos que recuperar los medallones… y sacar a mi tío y al otro
caballero de aquí.
Frunciendo los labios, Morfeo captura mi muñeca y me quita un
guante para poner su pulgar en mi pulso. Frunce el ceño, pero parece lo
suficientemente satisfecho para poner el guante en su lugar y
descansar la palma en mi regazo. —Ya lo he solucionado. Debido a mi
forma de pensar, y no gracias a ti y tu infidelidad.
—¿Podrías ya parar con eso? No te fui infiel. Todavía no estamos
comprometidos.
—Todavía. —Su rostro se ilumina—. Así que te has imaginado un
futuro conmigo.
Lucho contra una oleada de ternura. ¿Cómo puede esta mágica
criatura sin edad ser tan sabio acerca de la guerra y estrategias y
políticas, y aun así actuar como un niño acerca de las relaciones y el
amor? —Dame los detalles de tu plan, porque sé que tienes uno.
Su barbilla tiembla. —No es exactamente un plan. Es más como
un intercambio.
—Eso me implica sin mi consentimiento. —Entrecierro los ojos—.
Es extraño lo frecuente que pasa eso.
Se afloja la corbata y aclara su garganta. —Primero, déjame
asegurarte que tus parientes están bien. Manti uso a CC para organizar
un levantamiento en los calabozos.
—Espera… ¿Así que Manti tiene el doppelgänger de Jeb?
—Sí, la reina se lo dio como regalo. Manti parecía ansioso por
aceptarlo, como los caballeros élficos son los mejores soldados. Y este,
para ser una pintura, es incluso más bueno que la mayoría. Durante la
confusión en los calabozos, Manti ayudó a tu tío y a su camarada a
escapar antes de que la reina pudiera cortar sus corazones.
Afortunadamente, tenían solo un medallón entre ellos.
Desafortunadamente, Hart lo había confiscado. Se lo dio a sus guardias
y les dijo que lo escondieran, así incluso ella no sabía cuál lo había
escondido o donde estaba. De ese modo, Roja tampoco lo sabría. Así
que Hart ya no necesita la ayuda de nadie para cruzar la frontera del
País de las Maravillas. Pero Roja controla la mitad de su cuerpo y está
dispuesta a ser más astuta que ella y conseguir el medallón a cambio de
ciertas… demandas.
Las joyas en los ojos de Morfeo pasan a un verde té pálido al color
de la satisfacción. No es de extrañar, desde que las demandas incluyen
aparentemente una boda. Sin embargo, todavía no sé si la boda es falsa
o real.
—Detalles, Morfeo.
Se inclina cerca de la mesa y toma el plato de tartas en forma de
diamante, ofreciéndome una cubierta con gotas de frutos rojos que se
asemejan a las semillas de granada. —Deberías comer. Aun luces
demasiada anémica para mi gusto.
Me quejo de sus tácticas de distracción. —Nos dijeron que no
tocáramos las tartas.
Morfeo toma una delicada mordida y mastica. —Son tartas
robadas —dice entre bocados—, y la menor de las preocupaciones de
Hart en este momento. —Pone el plato a un lado y limpia sus labios con
una servilleta—. Tiene un traidor en su lado.
—Manti. —Frunzo el ceño—. Estoy confundida. Pensé que
ustedes dos eran enemigos.
—Los enemigos se vuelven los compatriotas más leales si tienen
un objetivo en común. —Toca mi labio inferior, dejando detrás una
mancha de esmalte afrutado. Me observa mientras chupo el residuo
agridulce, y entonces lame el resto del glaseado de su dedo. A la vista de
su lengua, el calor florece en mi rostro.
Sonríe. —Mira eso. Reviví el color de tus mejillas.
Frunzo el ceño. —¿Puedes seguir con la seducción? No es
momento para el romance.
Su sonrisa al responder es incontenible. —Por el contrario,
cualquier esperanza de escapar depende del romance. He estado
observando a Manti desde que caí en este hoyo del infierno. Está
terriblemente enamorado de Hart. La había cortejado por siglos sin
éxito, hasta que los dos aterrizaron aquí. En este mundo, no tenía
interferencia de pretendientes reales. Además, ella podía ser ella
misma… sus crueles obsesiones y degradación son acogidos por los
habitantes de la barbarie. Es venerada por las mismas acciones que la
hacían ser rechazada en nuestro mundo. Manti cree que si regresa,
rompería su espíritu. Y tiene miedo de perderla por otro rey. No va a
dejar que eso pase, incluso si eso significa traicionarla.
Lo miro fijamente. —Las similitudes son sorprendentes.
Morfeo parpadea hacia mí, imperturbable. —¿Cierto? Desde que
sé cómo piensa un tonto enamorado, fue fácil de manipular.
—Lo que significa que estabas detrás de la incursión en la
montaña. —Justo como sospechaba.
—En su mayor parte —admite Morfeo—. Le dije a Manti cómo
llegar allí, qué tomar y qué dejar ahí. Tú y Jebediah se las arreglaron
para frustrar mi plan para tenerte lista. Pero sabía… —Sus ojos
oscuros brillan y acaricia mi mejilla—. Sabía que no me dejarías morir.
Así que le dije a Chessie que la reina estaba planeando destriparme.
Todo mi cuerpo se tensa con una mezcla de frustración y furia.
Comienzo a levantarme, pero Morfeo me sujeta.
—Que conste —dice—, estaba a punto de morir. Roja se debatía si
matarme ella misma o darme de comer a las anguilas debajo del puente
levadizo. Tomó un poco de palabras rápidas convencerla de que tenía
algo que ofrecer a cambio de mi miserable vida. Y si no hubieras venido
a completar el trato, sería comida para anguila en estos momentos.
Niego con la cabeza. —Así que, el antídoto para mi padre. Ese fue
el seguro.
—Tu conciencia humana no te hubiera permitido abandonarme
aquí después de salvar a Thomas, incluso si hubieras conseguido
apaciguar el amor que siente tu lado más oscuro por mí.
Estoy a punto de derrumbar sus tácticas, de negar cualquier
sentimiento por él, cuando toma la parte de atrás de mi cuello y
presiona sus labios en los míos, suaves y aterciopelados. Es sólo un
beso, pero el sabor de la tarta que comió persiste como un moretón
cálido y suave, un tormento irresistible para el Habitante del
Inframundo en mi interior.
Se retira y mi piel brilla, prismas radiantes reflejándose en su
rostro y los cojines. Estoy sujetando sus solapas, aunque ni siquiera
recuerdo haberme movido.
—No más negativas —me dice y presiona su mano izquierda sobre
una de las mías—. He visto el amor en tus ojos y acciones. Lo sentí
ayer, cuando te sostuve entre mis brazos, y hoy, cuando viniste a
salvarme. Cuál es la razón por la que mi acuerdo con Roja por el
medallón no debería pensarse como táctica o trato, si no como el
siguiente paso lógico en nuestra relación.
Suelto sus solapas. —¿Lógico? ¿Una boda? Así que, no vamos a
fingirla, ¿verdad?
—¿Cómo podríamos fingirla con Roja dentro de ti? No, debe ser
auténtica. Y eterna. —Sonríe felizmente, todo ingenuidad juvenil y
encanto mundano en un solo ser exquisito.
Debo tener una expresión adolorida en el rostro, porque pasa el
pulgar por las marcas de mis ojos.
—Alyssa, vamos a tener el futuro más glorioso. Ya verás.
Eso no puede pasar, por muchas razones. Una de ellas es mi
promesa con Jeb. Pero hay otra razón obvia. —Es muy pronto. Apenas y
estamos conociéndonos.
La frente de Morfeo se arruga. —Compartimos toda una infancia.
Muevo los dedos nerviosamente. —Era todo inocente… jugando…
y entrenando. Toma tiempo adaptarse a ese tipo de compromiso. Se
necesita una prueba de fuego.
—Ah. Tendremos nuestra prueba de fuego. Hay una tradición
como Habitante del Inframundo que señala que la pareja tiene que
caminar a través de un círculo en llamas, para quemar las ataduras de
su pasado y comenzar una vida nueva, prístina. Como purificar metales
preciosos.
Una imagen de nosotros en medio del sol del País de las
Maravillas aparece: danzando descalzos con nuestras ropas atrapando
chispas y ardiendo, abrazándonos sin reservas.
Un cosquilleo de anticipación me recorre, pero lo suprimo. —No.
No literal, simbólico. Dar y recibir. Aprender a entender y confiar en el
otro en cualquier situación. Ya lo he pasado con Jeb, por seis años.
Acabo de empezar contigo.
Morfeo gruñe. —No voy a esperar y jugar de segundón de
Jebediah mientras que tu lado mortal aprende a entenderme y a confiar
en mí.
—No eres el segundo mejor. Vamos a tener un para siempre. Por
siempre. Jeb tiene una vida. Es justo que la pase con él. —Bailo
alrededor de la verdad, lo más cerca que estoy dispuesta a llegar.
—¿Justo? Todo este tiempo, él ha estado contigo durante tus
horas de vigilia. Yo sólo te he tenido en sueños. Te quiero en la realidad.
He esperado por sentirlo por miles de años. Es tiempo de que comience
nuestro para siempre.
No está pensando con la cabeza. —¿En serio quieres empezar
nuestra vida juntos mientras albergo el espíritu de Roja?
—Ambos sabíamos que la ibas a llevar fuera de este mundo. —La
declaración es cierta, pero la compasión suaviza su voz—. Y aun así la
derrotarás. La única cosa que cambió es que quiere la garantía de que
no vas a abandonar tus responsabilidades reales de nuevo. Sabe que si
estamos casados, nunca dejaras el País de las Maravillas. Fue la única
forma en que conseguí que se comprometiera a entregar el medallón. Y
se rehúsa a hacer el cambio antes de que el matrimonio sea oficial. De
seguro puedes ver que no tenía opción.
Visiones de Ivory trepan por mi mente con el sonido de las
pisadas de un niño pequeño, alanzando mi peor miedo: el de Roja
encontrando una forma de tener todo lo que quería. De casarme con el
único Habitante del Inframundo que puede darle acceso a un sueño de
su infancia, y estar dentro de mi cuerpo mientras sucede. Está
planeando utilizar nuestra descendencia para su revancha, pero,
¿cómo?
Me pongo de pie y me alejo. —Por un momento pensé que no
tenías motivos ulteriores. Ya no estás bajo el control de la Voz de la
Muerte. Ya no se trata de prevenir la ola destructiva de la Roja a través
del Reino del Inframundo. Tu única motivación era dejar
CualquierOtroSitio, solucionar los problemas del País de las Maravillas
y tenerme ahí, a tu lado.
—Esa es mi única motivación. —Sus ojos enjoyados lucen de la
sombra más sincera de cristal, como lágrimas humanas.
Me alejo todavía más, mis botas arrastrándose por la alfombra
afelpada.
Se pone de pie cuidadosamente, como si fuera un animal salvaje
al que está tratando de no asustar. —Alyssa, estamos encerrados. No es
como si pudieras huir de mí, o de lo que sea que me estás acusando.
Gimo. —La razón por la que Roja atrajo a Alicia hacia la
madriguera del conejo fue para cambiar la base sobre la que el País de
las Maravillas está construido. Quería introducir sueños e imaginación
dentro de la línea de sangre, así los Habitantes del Inframundo ya no
tendrían que depender del reino de los humanos para eso.
Por su expresión de sorpresa, es obvio que es lo primero que ha
escuchado de su plan. —Es una búsqueda mucho más noble de lo que
la creí capaz.
—No es para nada noble. No hay manera de que dejara que los
sueños fueran libres, que fueran accesibles para todos. Quería controlar
ese poder así sería la reina más temida y aterradora de todos los
tiempos. Sí. Sí, tiene que ser eso. —Me estremezco de pies a cabeza,
demasiado horrorizada para siquiera considerar lo que voy a decir
después—. No voy a dejar que lo utilice de esa manera.
—¿Lo? —La pregunta escapa de la boca de Morfeo en un suspiro
tembloroso.
El pánico exuda a través de mí —una oleada de frío y calor. Es
muy tarde para retractarme por lo que dije. Contengo el aliento,
esperando para ver si me siento diferente… si hay una fuga física
mientras mis poderes se desvanecen.
Pero nada pasa. Con solo un pensamiento, hago que los papeles
en el caballete se vuelquen y revoloteen por el lugar. Entonces
comprendo que no he roto nuestra promesa; no especifiqué a nuestro
hijo en mi declaración. Él es anónimo. Las promesas de los Habitantes
del Inframundo son todas acerca de tecnicismos en la redacción.
De hecho, ahora que lo pienso, le prometí a Ivory que nunca le
diría a nadie acerca de la visión que compartió conmigo, pero no dije
nada acerca de mostrársela a alguien.
Me detengo junto al caballete. Ya hemos arruinado los pasteles de
la Reina de Corazones, ¿qué son unos cuantos contenedores de pintura
abiertos?
Morfeo se mueve detrás de mí para ver por encima de mis alas,
tan cerca que su ropa se engancha en el dobladillo de mi vestido con
pequeños chasquidos. Puedo sentir la tensión bullendo de él.
Me quito los guantes. Después de abrir tres colores —rojo, azul y
negro— sumerjo el dedo dentro de uno, dejando que la pintura fría
cubra la punta. Trabajo en los mosaicos. No es fácil describir lo que he
visto en mi cabeza usando pinturas y papel. No tengo la habilidad de
Jeb, sus trazos de luz, la habilidad de trasladar formas internas y líneas
de gravedad. Pero hago lo mejor que puedo, dibujando una imagen
irregular de mí en mi vestido de monarca, Morfeo en su traje, y un
pequeño niño con mis ojos, el cabello azul de su papá y alas.
Antes de que incluso haya dibujado el toque de las coronas en
nuestras cabezas, Morfeo retrocede y se deja caer en la silla en la que
dejó su sombrero y guantes, aplastándolos. Por primera vez, no parece
importarle.
Las gemas en sus sienes y mejillas brillan de un profundo azul
real, como si estuviera en la luna. —Lo has visto —susurra.
No le respondo.
—¿Cuándo? ¿Cómo? —pregunta.
Aprieto los labios.
Por el aspecto resignado de su mandíbula, está claro que entiende
que estoy vacilando en la pendiente resbaladiza de un voto de vida-
mágica.
—Oh, Alyssa —murmura—. He querido contártelo por mucho
tiempo. Temía que te asustara. Él es el más especial de todos los niños.
Va a salvar nuestro mundo. Va a enseñarle a todos cómo imaginar y
soñar. —Ese semblante caprichoso regresa a su rostro; un resplandor
de euforia—. Tengo una lista de nombres para él. Y hay muchos juegos
que podemos usar para guiar sus habilidades.
—Quiero que sea feliz, Morfeo. Por encima de todo lo demás. Que
tenga una infancia.
Sus rasgos se suavizan con una ternura aguda. —Por supuesto.
Voy a cantarle canciones de cuna cada noche. Tú… tú puedes enseñarle
cómo ver el mundo a través de los lentes de la inocencia. Lo amaremos.
Lo adoraremos. Sería imposible no hacerlo. No puedo dejar de ver su
belleza; la mezcla perfecta de ti y de mí. —Morfeo alcanza mis manos
manchadas y entrelaza nuestros dedos. El trío de pinturas mancha su
piel así coincide con la mía mientras pone nuestros dedos lado a lado—.
Todos nuestros tonos, en un arcoíris brillante.
La sala se nubla, o tal vez es la extraña iluminación.
Morfeo me arrastra a su regazo y pone mi cabeza debajo de su
barbilla, asegurándome dentro de su abrazo con olor a tabaco. Es el
gesto más amable que hemos compartido alguna vez. —Ahora sabes
dónde perteneces Alyssa. Conmigo y con nuestro hijo.
La viciosa impresión de Roja detrás de mi esternón aprieta mi
corazón. Me hago hacia atrás para encontrar su mirada soñadora,
tomando su cara entre mis manos y dejando manchas de pintura en su
mandíbula.
—Eso es lo que no comprendes —digo, mi voz airada—. No será
nuestro. Sí, traerás a un niño mestizo al Reino del Inframundo. Tal vez
es todo lo que importa. Incluso si es Roja la que va a compartir esa vida,
no yo. Por tanto tiempo como el País de las Maravillas necesite ser
nutrido.
—No. —Me asusta al levantarnos al mismo tiempo. Pone sus
guantes y sombrero aplastados en el suelo, y me coloca en la silla de
nuevo, entonces se arrodilla a mis pies, tomándome de las manos—. Tú
eres mi única reina. Vamos a expulsarla en el momento en que
solucionemos los problemas del País de las Maravillas. Antes de que
incluso nuestro hijo sea concebido. Te lo juro.
En serio le creo, pero no sabe que he perdido mi as o cuán
cansado y agotado se siente mi cuerpo. —El diario está perdido. Era mi
única oportunidad de derrotarla. —Casi le digo que es su culpa por
enviar a los matones de Manti, pero, ¿de que serviría culparlo en este
momento?
Morfeo sacude la cabeza. —Esa solución fue temporalmente la
mejor. Esos recuerdos aún están contigo, latentes. Puedes despertarlos,
debilitarla. Creo en tu fuerza. ¿No harías lo mismo?
Me tenso. —Mi corazón… no es lo suficientemente fuerte. Cuando
estuvo dentro de mí, me hizo algo, estoy segura.
Pasa mis nudillos a lo largo de su mandíbula, dispersando las
sombras de rojo, azul y negro que dejé en su piel hace unos momentos.
Es obvio que piensa que sólo estoy histérica. —Estás asustada. Pero
ahora que sabes lo especial que será nuestro hijo, ahora que lo adoras
tanto como yo, tendrás más razones para ser valiente. E incluso más
razones para aceptar nuestra unión.
Aparto las manos. No me está escuchando. —No puedo casarme
contigo hoy.
Rechina los dientes y se levanta, bajando la mirada hacia mí—.
Así que, ¿tus insignificantes inseguridades humanas son una vez más
importantes que el bienestar del mundo entero? ¿De dos mundos? ¿Vas
a permitir que la marca especial de Hart se estampe sobre cada muro
del reino humano? ¿Vas a dejar que los paisajes del País de las
Maravillas mueran?
—Sólo digo que tenemos que encontrar otra manera de obtener
ese medallón, y otra manera de sacar a Roja de contrabando de aquí.
Las luces pulsantes brillan sobre la pintura regada en su rostro…
coloreándolo con un misterioso y peligroso camuflaje. —Tú y tus
malditas otras maneras. Esto no es acerca de lo que tenemos o no entre
nosotros, ¿o sí? Hay algo más que la prevención de este matrimonio…
algo que tienes miedo de decirme.
Vacilo.
—¡Alyssa! —Me agarra por los hombros y levanta, perdiendo toda
la paciencia.
Se me escapa la confesión. —Hice una promesa de vida-mágica
para casarme con Jeb primero. Si me caso contigo en su lugar, perderé
todos mis poderes… para siempre.
18
Chrysalis
Traducido por MaJo Villa
Corregido por Mary

Con una caricia más siniestra que reconfortante, Morfeo arrastra


sus manos desde mis hombros hasta mis muñecas, llenando mi piel
con pintura.
Luego, sin hablar, saca un pañuelo de su chaqueta y limpia las
manchas. Su toque delicado deja piel de gallina en mis brazos. Después
de limpiar su rostro y sus manos, esconde el pañuelo y levanta su
sombrero arrugado del suelo.
En un movimiento de sus alas negras, se da la vuelta y pasea,
golpeando las abolladuras de su sombrero de copa color rojo y borgoña
al compás de sus pasos. Sus músculos sin rastro de grasa se mueven
en líneas fluidas y potentes debajo de su traje de etiqueta, exagerado
por las luces vibrantes.
Es preciso y controlado, pero su mente está dando vueltas. Por
debajo de toda esa gracia y moderación, un salvaje se prepara para
atacar, una crisálida, esperando para emerger como un escorpión
volando y convirtiendo en piedra a Jeb.
Una vez más tomo un balance de la habitación, evaluándola en
busca de redes. Hay posibilidades ilimitadas, sin embargo, no tengo
ninguna prisa para encarcelarlo de nuevo. No cuando ha pasado todas
esas semanas atrapado y humillado sin su propia magia.
—¿Cómo pudiste usar un voto de magia de vida tan
frívolamente? —Su voz gruñona irrumpe a través de mi intrigante
silencio. La pregunta escuece como una púa venenosa, haciendo que mi
esternón queme como si cera caliente cayera por mi centro.
Estudio la pintura húmeda en mis palmas y en las yemas de mis
dedos, entonces les doy vuelta, movida por las huellas de colores que él
estampó en la parte posterior de mis manos cuando hablábamos de
nuestra infancia. —No había nada frívolo sobre ello. Era la única
manera de asegurar que me dejaras compartir la vida mortal de Jeb…
para darle esperanza, así él podría dejar este mundo.
Morfeo se detiene en seco. Tengo toda su atención. —Así que, nos
manipulaste a ambos con un voto. —Sus largas pestañas negras
tiemblan, y la admiración brilla detrás de su mirada herida, la misma
mirada que he recibido a lo largo de mi vida cada vez que le agrado.
Aunque el carmesí oscuro y enojado de sus joyas parpadeantes
desmiente cualquier placer verdadero. —La ironía más amarga.
Parecería que te entrené demasiado bien…
Un sonido pequeño de un zumbido lo interrumpe, fuera de
sincronía con el golpeteo rítmico de los corazones en la habitación.
Ambos lo vemos: una mínima alteración frente a mi rostro donde un
ácaro chisporrotea en el aire.
Morfeo trata de atraparlo en su sombrero, pero este zigzaguea
entre nosotros, lanzando mi voz con perfecta imitación—: Hice un voto
mágico de por vida para casarme primero con Jeb. Si en vez de eso me
caso contigo, perderé todos mis poderes.
El bicho repite como loro mi confesión una vez más antes de que
lo golpee. Baja de golpe y vuela hacia la puerta. Morfeo salta demasiado
tarde. El ácaro sale por el espacio en el umbral, escapando.
Colocando su sombrero sobre su cabeza, Morfeo me lanza una
mirada mordaz. —Asumo que Jebediah se encuentra en algún lugar en
el castillo. Nunca debió dejarte venir ahora que de nuevo le perteneces.
Busco la mirada de Morfeo debajo de la sombra del ala de su
sombrero. —¿Tus intenciones?
—Está a punto de encontrarse en grave peligro si ése ácaro llega a
Red antes que yo lo haga.
No puedo discutir con eso, Morfeo es el menor de los males
cuando se refiere al bienestar de Jeb. —Está en un traje de simulacro,
buscándote en el calabozo.
El rostro de Morfeo se oscurece. —No te atrevas a dejar esta
habitación. Todo lo que necesito es a ti corriendo por ahí y echando a
perder las cosas más de lo que ya lo están.
Antes de que pueda responder, abre la puerta violentamente y la
cierra de golpe tras él. Se enfrenta con los guardias y después
encuentra su escape de ser detenido sugiriéndoles que—: Bloqueen la
maldita puerta para contener a su pupila mágica, considerando que ella
es la mayor amenaza de CualquierOtroSitio.
Luego inventa una excusa sobre la necesidad de encontrar a la
reina.
Sus pasos determinados se desvanecen por el pasillo y
mentalmente le meto prisa. Tiene que capturar al ácaro antes de que le
reporte a Red, y aún más urgente, tiene que encontrar a Jeb antes de
que cualquier cosa le ocurra a él.
Me digo a mí misma que es por eso que se fue tan
apresuradamente… para proteger a Jeb. No porque está celoso y quiere
eliminarlo, haciendo a mi voto nulo y sin efecto. Los dos han forjado un
entendimiento en el último mes. Nunca se gustarán el uno al otro, pero
se han salvado entre ellos en innumerables ocasiones, y han aprendido
a trabajar juntos, porque ambos me aman.
Tengo que creer que Morfeo no se encuentra actuando por su
deseo de que nuestro futuro empiece hoy. Que no está siendo
impulsado por sus ideales románticas: un tapiz de emociones y
acciones así de feroces e impredecibles como el salvajismo del País de
las Maravillas en sí mismo. He visto su compasión y cómo se esfuerza
por hacer lo correcto.
—Ten fe en él —le susurro a nadie más que a mí—. Algún día será
tu rey.
Me dijo que me quedara quieta. Lo que no entiende, es que no
tengo otra opción. Estoy demasiado débil y me encuentro demasiado
mareada como para dejar mi prisión.
Regreso al caballete y paso mis dedos a lo largo de la pintura seca
para desdibujarla más allá del reconocimiento. Es lo suficientemente
malo que Red esté esperando un niño entre nosotros. Una vez que haya
poseído mi cuerpo y lo vea por sí misma, el deshacerse de ella va a
hacer solo mucho más difícil.
Cuando mis dedos se deslizan a través de la imagen de nuestro
pequeño hijo, emborronándolo en una mancha indiscernible, esa
punzada en mi corazón rompe otro grado agonizante. Un sabor a cobre
escuece mi lengua. Toso, cubriendo mi boca con mi palma. Mientras
alejo mi mano, sangre fresca salpica la pintura entre mis dedos. Me
doblo, luchando por respirar.
La habitación se sacude al ritmo de un millar de pulsos. Rayas de
color burdeos y negras se mezclan con la luz estremecedora. Mis brazos
y mis piernas duelen. Absorbo mis alas para aligerar la carga, pero mi
columna vertebral se curva y me arrodillo mientras que la oscuridad
invade mi visión. Cierro mis ojos, concentrándome en respirar. Rodando
sobre mi estómago, dejo que la alfombra peluda sirva de colchón para
mi mejilla al tiempo que me pierdo en la inconsciencia, en el calor
confuso y adormecedor de una visión…
Mi cuerpo es tan ligero como el aire, libre de dolor. Un lodo aceitoso
negro gotea de las paredes y se filtra a lo largo del piso hacia mí. Los
charcos se elevan en formas fantasmales como el humo.
Espectros corrosivos.
Me engullen, olfateando mi cabello, gimiendo en mis oídos hasta
que mis huesos hacen un estrépito. Marcas aceitosas estampadas en mi
piel donde agarran mis brazos, dedos de la sombra y de la ilusión
devorándome. Me arrastran hacia la cima de la torre del castillo y me
lanzan. Mi estómago salta a mi garganta.
Mucho más abajo, el agujero del conejo se abre, un túnel negro y en
espiral. Caigo rápido, pasando armarios abiertos, pilas de libros
flotantes, despensas, y frascos de productos enlatados fijados a los
lados del túnel con gruesas hiedras curvadas. Me sujeto a una pared,
golpeando a los muebles y desgarrando viñas hasta que mi descenso se
ralentiza.
Más abajo en la oscuridad, se lleva a cabo una lucha. La Hermana
Dos lucha en el aire con mi mamá, quien se encuentra colgada en las
telarañas. Mamá usa su magia, animando a los libros rebeldes y a los
muebles sujetos para bombardear la cabeza y el torso de la Hermana
Dos. La tumba tiene ocho patas y están envenenadas, manos en forma
de tijera que se encuentran preocupadas desviando el ataque, lo que le
hace ganar tiempo a mamá para liberarse. Sale de la telaraña y empieza
a caer.
—¡Mamá! —grito.
Levanta su mirada. —¡Allie! —dice en respuesta y viene hacia mí.
Los espectros se lamentan sobre nuestras cabezas y cierran el
agujero de conejo, trasladándonos fuera del túnel e impulsándonos hacia
El País de las Maravillas en un derrumbe de tierra.
Me desentierro a mí misma en el jardín de flores. Los rayos
recortan el cielo, lanzando tonos fluorescentes a través del paisaje. Un
olor penetrante y chamuscado transportado por un viento ruidoso y
melancólico. Nubes de color púrpura llenan el cielo.
Mamá se encuentra a mi alcance, rodeada de flores zombis
viciosas tan altas como los árboles. La Hermana Dos se escabulle hacia
ella con un ejército de juguetes de muertos vivientes.
Trepo para ayudar a mamá, pero mi mano pasa a través de ella.
Aquí no soy nada más que un fantasma, y me doy cuenta de que me
encuentro reviviendo su entrada al País de las Maravillas esa noche
predestinada.
Un cisne blanco se abalanza hacia abajo, transformándose en
Ivory. Aterrizando en el suelo, brilla desde la punta de sus alas hasta las
puntas de sus pies. Su magia emite las cepas más puras de plata. Da
vueltas como una bailarina de cristal y niebla blanca sale en fluidos de
su boca. La escarcha cubre a las despiadadas flores, ralentizando sus
movimientos.
Un hombre irrumpe a través del tronco como tallos. Lo reconozco
como Finley, el mortal Morfeo usado como una impresión cuando él se
encontraba en el reino humano. Finley se encuentra vestido como un
caballero elfo y comanda al ejército de Ivory. Con un grito colectivo, los
elfos atacan las flores, sus espadas repicando contra los tallos
congelados, cortándolos de un solo golpe. Las flores gritan y caen,
retorciéndose en el piso. La Hermana Dos silba y reúne a sus juguetes de
muertos vivientes en el corazón del País de las Maravillas, retirándose
hacia el jardín de las almas.
Ivory se da vuelta y le ofrece una mano a mamá.
Mamá la toma, luego mira de regreso hacia mí. —Me encuentro a
salvo y estamos sobreviviendo. Pero el corazón del País de las Maravillas
se está muriendo. Los doldrums se están acercando. Pronto llegan. Los
mantendremos a raya tanto como podamos.
Trato de darle sentido a su advertencia, investigando a fondo en mi
mente en busca de la definición de doldrums, pero se me escapa.
—¡Allie! —grita mamá—. Despierta… ¡despierta!
Los relámpagos rayan el cielo y se dividen en mi pecho, llevándome
de regreso a mi cuerpo roto y a la realidad del dolor inextinguible.
Alguien ha apoyado mi espalda contra lo que se siente como
baldosas frías. Me encuentro demasiado débil para siquiera levantar
mis párpados. Inhalo y me ahogo por el líquido llenando mis
pulmones.
—Está muriendo —dice Red, en algún lugar más allá de mis ojos
cerrados.
—Como debería ser —responde Hart—. ¡Solo mira el desastre que
hizo con mis pinturas! Y mordisqueó una tarta. Ratoncita confundida.
A juzgar por la perorata de Hart, aún nos encontramos en la sala
de juegos. El aroma de su perfume me sofoca, incluso es más potente
con mis ojos cerrados. Es el olor de la muerte, flores marchitas y carne
podrida.
—Déjame salir para que así pueda preservar su recipiente —sisea
Red.
—¡No te enfades conmigo! —riñe Hart—. Tenías que saber que
este sería el resultado cuando colocaste el hechizo sobre ella.
—No. Una vez que su lado Inframundo despertara totalmente su
locura, se suponía que este absorbería al humano, transformándolo.
Nunca podría haber predicho que la mitad mortal de su corazón daría tal
batalla. Que sería lo suficientemente fuerte como para aguantar por tanto
tiempo y para colocar en peligro a ambos.
Un gemido se alberga dentro de mi garganta y un sabor amargo
metálico me hace tener arcadas. Quiero apretar el cuello de Red,
estrangularla. En cambio, yo soy la que se está asfixiando… en mi
propia sangre.
—Es tu hechizo. Simplemente reviértelo… —sugiere la reina,
ignorando mi lucha.
—Ahora que el corazón se está dividiendo en dos, sé que ninguna
magia puede salvarla. No hay nada que hacer de mi parte más que unirla
desde el interior.
Me quejo.
—Apúrate tonta —le pide Red a la reina, con desesperación en su
voz—. Libera mi espíritu.
—Necesito una garantía —le hace frente Hart—. Para el comercio
del medallón. Quiero más que un miserable reloj de vida humana. Los
quiero a todos.
¿Un reloj de vida humana? ¿De quién podrían estar hablando?
¿Jeb? ¿Mi papá? ¿Atraparon al tío Bernie de nuevo?
Sea quien sea, uno de mis seres queridos se encuentra en
peligro.
Trato de moverme, pero la agonía me rebana, una estaca de metal
dividiendo y excavando en mi esternón. Para evitar gritar, me congelo
en el lugar. Mis párpados sellados con más fuerza.
—Ya te dije que obtendrás más. Mi trato con Morfeo es entregar el
medallón una vez que el matrimonio sea oficial. No dije nada sobre
dejarte aquí.
—¿No crees que tu rey tendrá algo que decir sobre mí siguiéndote
a través de la puerta?
—Una vez que Morfeo se dé cuenta de que soy lo único que
mantiene a su apreciada Alyssa con vida, hará lo que sea que yo
ordene.
Inhalo una respiración brusca. El aire quema y raspa mis
pulmones, como si espinas brotaran en su camino de entrada. La
sensación adormece mi razonamiento; aun así, trato de juntar las
piezas. Red planea engañar a Morfeo. Él ya debería sospechar esto. Es
un genio. La oruga sabia y enigmática, emergente de su crisálida en la
forma de una hermosa hada alada.
Pero no sabe lo que ella tiene para ejercer presión. Él desconoce la
muerte de mi corazón, o el hechizo de Red sobre mí.
Aparte del País de las Maravillas, soy su única debilidad. Y ella
está usando a ambas.
¿Cómo puede negársele?
Soy la única que puede detener esto. Entreabro mis ojos y gruño,
tratando de concentrarme lo suficiente para dar rienda suelta a mi
magia. Niebla negra atesta mi visión periférica… hace que sea imposible
enfocarme.
La Reina de Corazones se acuclilla en frente de mí, una mitad de
su cabello brillante carmesí y el otro lado color borgoña. —Todo esto es
irrelevante —le dice a Red—. Oíste lo que dijo el ácaro. La chica zoquete
le ha hecho un voto al mortal. No habrá matrimonio entre ella y
Morfeo.
—Todo se resolverá una vez que encontremos al niño. El voto es
vinculante solo durante el tiempo en que él viva. Lo mataremos, tendrás
el inicio de tu colección de humanos, y yo tendré mi boda real.
—No. —Trato de hablar por sobre la sangre gorgoteando en mi
garganta. Lo he hecho de nuevo. He puesto la vida de Jeb en peligro
más de lo que ya estaba. —Yo… no te dejaré...
Intento abofetear el rostro de Hart, pero mi mano cae sin fuerzas
en mi regazo.
La palma pegajosa de la reina ahueca mi barbilla. —Cuán
notable. Su reloj de vida se divide en dos, colgando por simples hilos.
Sin embargo, aun así se encuentra luchando. —Su expresión se hace
más intensa—. Ya tengo el medallón. Tengo mi propia manera para
entrar en el País de las Maravillas. No hay razón por la que debería
hacer cualquier cosa que me pidas Red. Voy a dejarla morir y la tomaré
como espécimen. Nunca he visto a otra como a ésta.
—Algún día habrá otra —insiste Red, frenética—. Morfeo y yo
tendremos hijos a través de ella. Te entregaré uno de sus corazones. Pero
no el suyo. El suyo me pertenece. No importa si consigues entrar al País
de las Maravillas. No tendrás acceso a los humanos sin los portales.
Alyssa es la única persona que puede reabrirlos. Y mi plan para ella y
para Morfeo va más allá de tus ideales mezquinos. Le voy a dar a la
Hermana Dos su primogénito, el primer Inframundo capaz de soñar. Ella
aborrece perseguir a los niños humanos. Por siglos, se ha quejado acerca
de cuán tedioso es. Así que a cambio de un niño inmortal que por siempre
suministrará almas a su guarida, ella y sus juguetes descontentos me
ayudarán a derrocar a Ivory. Una vez que tenga la magia de ambas
coronas, mi control sobre todo el País de las Maravillas será absoluto. Y
tú y cada uno de los habitantes de CualquierOtroSitio serán bienvenidos
en nuestras fronteras para ir y venir, y saquear al reino de los humanos
a gusto de ustedes.
Sollozo, por fin cara a cara con el plan horrible de Red y sin
embargo físicamente incapaz de intervenir.
Hart chasquea su lengua. —Has hecho un punto justo. Tenemos
un acuerdo. Pero la chica está bloqueando la transferencia de tu
espíritu por su propia voluntad. —La reina lleva su mano hacia atrás,
sus dedos chorreando con mi saliva sangrienta—. Ahora es ella quien
necesita ser convencida.
—Alyssa déjame entrar. —La súplica de Red es misteriosamente
tierna—. Estás desangrándote hasta la muerte. ¿De qué serviría una
pérdida para cualquiera? Esto pondrá en peligro a ambos, al chico
humano y a Morfeo. Sin mencionar a todo el País de las Maravillas.
Las lágrimas bajan por mi rostro.
Su argumento es sólido. Por más aterrorizada que me encuentre
por mi futuro hijo, él jamás existirá si hoy no salvo a todos. La única
forma es dejar que el espíritu de Red me mantenga unida, entonces
secuestraré su magia para arreglar al País de las Maravillas. Ahora
conozco su estrategia. Y si puedo ser más fuerte que ella por el tiempo
suficiente, derrotaré a Hart y echaré de una vez por todas a Red. No
puedo dejarme a mí misma considerar lo que le pasará a mi corazón
después de eso.
Me desplomo hacia adelante en señal de rendición.
Mis pulmones se contraen y mis venas se marchitan, agotadas de
oxígeno. Mis párpados caen, incapaces de resistirse a la oscuridad
acogedora que allí espera.
—Apresúrate bruja vieja. Libera a mi espíritu antes de que ella se
desvanezca en cenizas y ninguna de las dos consiga lo que quiere.
Hart gruñe en resignación y su mano sudorosa presiona mi
frente. Una luz brillante estalla detrás de mis ojos.
Tentáculos blancos y calientes se disparan de mi cráneo hacia mi
columna, forzando a mi cuerpo a enderezarse. A despertarse.
Recuerdo este sentimiento…
Mis ojos se abren de golpe. La veta colorida de mi cabello se
suelta, bailando. Poco a poco, mis horquillas caen al suelo hasta que
todo mi cabello combina con los mechones encantados, libres y
fluyendo alrededor de mis hombros en ondas vívidas de color carmesí.
La intrusión migra a mis brazos y a mis piernas, llenando a mis
miembros con poder.
Mis venas se iluminan por debajo de mi piel. Cada una crece, se
expande hacia la forma de una planta viva, que respira y florece fuera
de mí como una serpiente.
Red me habita, y le doy la bienvenida, porque ella me está
haciendo más fuerte.
La agonía divisora en mi corazón cede ante la sensación de
agujas cosiéndolo de nuevo. Todo el dolor se alivia y el latido es
unificado y sólido. Lleno mis pulmones, bebiendo el aire.
Envuelvo mis brazos alrededor de mi pecho, abrazándome a mí
misma, abrazando a la vitalidad de Red.
—Sí mi hija. —Su voz se abre paso a través de mi boca en un
respiro—. Juntas, seremos imparables. —Se refiere a nosotras como algo
colectivo, como si las dos fuéramos una. La posibilidad apela a mi
locura de maneras que jamás imaginé.
Los tentáculos de hojas brotando de mi piel azotan a la Reina de
Corazones. Da un paso hacia atrás, con cautela. Red usa la conexión
entre sus filamentos de hiedra y mis venas para moverme, como si
fuera una marioneta. Esta vez, no hay dolor, ningún chasquido de mis
huesos o rasgaduras de mis músculos y venas, porque no lucho con
ella. Me muevo con gracia, como si me encontrara flotando. Miro hacia
abajo para encontrar a mi cuerpo propulsado por las viñas, una planta
rastrera. Mis pies ni siquiera se hallan tocando el piso.
A pesar de lo mal que luzca y que se sienta, todo el temor y el
miedo se desvanecen.
¿En verdad qué es tan malo? ¿El poder corriendo a través de
Nosotras? ¿El horror en el rostro de Hart mientras que Nosotras la
envolvemos en nuestra hiedra venenosa? ¿Sus ojos desorbitados como
los de un pececillo al tiempo que Nosotras apretamos nuestro agarre en
su cuello?
No. Aquí no hay nada malo. Al contrario, la brutalidad es
exquisita.
—Por favor —murmura Hart, su voz nada más que un silbido de
aire comprimido—. Nuestro negocio… el medallón.
Cierto. Aún no sabemos cuál de sus guardias esconde el
medallón. Mis pensamientos y los de Red se entrelazan como uno
solo. Déjala vivir. Aún tiene que desempeñar un papel.
Antes de que Nosotras liberemos a la reina, varios guardias
entran en la habitación, sus rostros reptilianos con reflejos de terror. —
S-s-sus Majestades —tartamudea el que se encuentra a cargo—. Manti
ha capturado al chico humano.
Desenrollamos nuestros tentáculos y dejamos caer a Hart. Se
desmorona en el suelo y jadea para respirar. Sus guardias la ayudan a
moverse a una distancia segura de nosotras.
—Dile a Morfeo que la transferencia está completa —decimos
Nosotras, con nuestras voces fusionadas—. Lleva al chico al patio, y
deja que empiece la ceremonia.
19
Cenizas, cenizas….
Todas caen
Traducido por Fany Stgo.
Corregido por Elle

Las nubes oscurecen el cielo y un viento helado hace crujir


nuestras ataduras carmesí, haciéndolas saltar sobre nuestros hombros
como llamas incontrolables.
El patio ha sido despojado de las coloridas carpas de carnaval,
todo menos un toldo de lona echado sobre el escenario donde la
ceremonia se llevará a cabo. El escenario de casi dos metros y medio se
encuentra junto a la piscina de los miedos. Gruesas cuerdas negras
cubren lo alto de las murallas del castillo hasta un gran poste en el
centro. Cintas rojas se encuentran empatadas en arco a lo largo de las
cuerdas, reminiscencia de los olvidadizos y traicioneros modos de
Grenadine.
Nos tragamos un gruñido de envidia. Pronto, tendremos nuestro
reino, una vez más, y nuestra primera tarea será desterrar esa
desgraciada desleal hacia las tierras salvajes del País de las Maravillas,
para siempre.
La Reina de Corazones espera sobre el escenario con una caja de
sombra acunada en sus brazos. Le da la cara al sacerdote vestido con
una túnica rojo vino y alto sombrero rectangular. Su forma de rana se
haya asegurada por un arnés en el poste central para que pueda dormir
en posición vertical. Su barbilla grasosa burbujea con sus bajos
ronquidos. Un pequeño enjambre de luciérnagas se cierne alrededor de
su cabeza, esperando.
Detrás de Hart, al nivel del suelo, cientos de testigos se
encuentran sentados, esos mismos testigos quienes anteriormente
jugaban juegos sádicos con la esperanza de matarse entre ellos.
Imbéciles.
Esperamos detrás de la audiencia hasta que llegue Morfeo y nos
dirija por el camino. Fuera de la marquesina, en lo alto de la plataforma
esquelética donde la carrera de los conjurados comenzó, se encuentra
una esfera gigante. Un inferno quema por dentro, lamiendo el vidrio en
calientes naranjas, amarillos y rojos. Al final de la ceremonia, Nosotras
caminaremos en medio de esas llamas con nuestro novio, iniciando
nuestra prueba de fuego. Después de eso, Nosotras nos uniremos a él.
En el otro extremo del patio, el músico desliza un arco a través de
un violonchelo. Las cuerdas se encadenan en el intestino eviscerado de
una bestia media muerta. Las vibraciones armonizan con gemidos de la
criatura herida y se extienden sobre el lugar para crear una marcha
nupcial morbosa.
Tras la tercera nota, Morfeo se aleja de las sombras de la torre
más lejana. Sus pasos suenan, un sonido apenas audible por debajo de
la acústica aguda. Sus alas bajan cuando ve nuestro aspecto alterado.
A su llegada, el público se levanta y aplaude.
Nuestras vides golpean a ese espíritu de la naturaleza y al gato
entrometido donde revoloteaban sobre la cabeza de Morfeo. Se agachan
y se esconden debajo de su sombrero.
El público aplaude más fuerte.
Mandíbula apretada, Morfeo ofrece su palma. Nuestra hiedra llega
a él, pero la aleja.
Los testigos se callan. La música inclusive se detiene. Solo los
ronquidos del sacerdote, los zumbidos de las luciérnagas y el infierno
crepitante dentro de la esfera pueden ser escuchados.
Morfeo abre su guante una vez más. —Denme la mano de Alyssa
únicamente. Solo la tocaré a ella.
Unimos nuestros dedos flácidos con sus poderosos dedos. Inclina
su cabeza para besar nuestros nudillos. Calidez se propaga ante el
contacto, enviando un familiar zumbido lejano de placer a través de
nuestro cuerpo humano. Nuestros cuerpos sufren un espasmo como
respuesta.
Morfeo inclina su barbilla, su enjoyado marcando un violeta. —
Alyssa, ¿puedes escucharme, pequeña ciruela? Ella te hizo olvidar tu
humanidad. Pero sé que aún sigues allí.
—Claro. Estamos aquí —contestamos—. Pero hay lugar para uno
más. —Sonreímos seductoramente, trazando nuestros zarcillos de hoja
a lo largo de la camiseta negra y colocándolos entre los espacios de los
botones para acariciar su pecho desnudo.
El afecto en el rostro de Morfeo cambia a un ceño torturado
mientras arrastra nuestras vides de la tela, empujándolas lejos.
Nos burlamos. Su comodidad y felicidad son irrelevantes. Es un
medio para un fin, un hermoso peón en el tablero de ajedrez de nuestra
vida. Vamos a saborear utilizarlo.
Un tendón salta en su cuello mientras nos lleva por el pasillo al
ritmo de la canción macabra que resuena una vez más en el patio. Las
alas monárquicas tintinean contra nuestro vestido con nuestros
movimientos.
Aprieta nuestros dedos. —¿Por qué no llevas tus guantes? —
murmura desde el lado de su boca.
La pregunta no tiene sentido, pero su disimulo nos divierte, por lo
que Contestamos: —Pensamos que admirarías nuestras manos
desnudas. Las cicatrices de batalla te ganaron en nuestra peor forma.
Nos parpadea una mirada hosca, como si Nosotras no tuviéramos
derecho a decir estas cosas. Como si fueran sagradas de alguna
manera.
Saboreamos su tormento. Nuestro corazón late en vindicación
unificada. Un pulso… un propósito. Para darnos nuestra venganza.
Para cosechar las recompensas al fin del plan que comenzó hace mucho
tiempo con una curiosa niña llamada Alice.
A la izquierda del escenario, una tropa de matones se desvía.
Manti aparece detrás de ellos con el chico humano capturado. El
prisionero lleva un esmoquin y un chaleco. Una bolsa de tela negra
cubre su cabeza. Tiene las manos atadas en la espalda con cadenas
envueltas alrededor de una gran roca. Manti lucha con el peso de la
roca, cargándola para que el niño pueda caminar.
El doble arlequín cierra la marcha, llevando una camiseta y
vaqueros gastados. La línea de joyas rojas brilla en un lado de su
rostro. En el otro, su parche en el ojo en forma de corazón está
desgarrado, y hay movimiento en el vacío negro donde la piel se abre. El
ojo negro sale a la superficie, viscoso con las venas y el nervio óptico.
Rueda y luego desaparece en el huevo.
La muestra horripilante nos hace cosquillas y Nos reímos a
carcajadas, estridentes y alegres como un niño con un juguete nuevo.
Nuestro cacareo despierta al sacerdote solo por un momento antes de
que sus ojos saltones se hagan pesados y se encuentre roncando
nuevamente.
Morfeo baja la cabeza y nos arrastra de la mano. Caminamos a su
lado, orgullosas, impulsadas por nuestras vides.
El doble sube al escenario y toma su lugar al lado de la reina.
Una brisa aparta el cabello de una oreja, revelando la punta afilada.
Manti empuja al mortal de rodillas en el borde del escenario, más cerca
de la piscina de los miedos, y tira la roca a su lado con un gran golpe
seco.
Subimos las escaleras y observamos al humano cautivo con
remordimiento. No por su vida, si no por toda la deliciosa diversión que
nos pudo haber dado. Es seductor, para ser un ser inferior. Hubiéramos
disfrutado utilizándolo también.
Tomamos nuestro lugar frente al sacerdote, nuestro novio a la
izquierda entre nosotros y el mortal encadenado; Hart se encuentra a la
derecha, sujetando su caja. Manti y el doble en el otro lado.
Estamos a pocos minutos de la victoria. A pocos minutos del País
de las Maravillas, nuestra corona, nuestro trofeo.
Morfeo levanta la bolsa sobre la cabeza del mortal y da un paso
atrás, maldiciendo.
Una tira de tela tira a través de los ojos del humano y otra a
través de su boca. Su tez oliva es impecable, excepto por las líneas de
sangre que se deslizan por sus mejillas, uniendo la venda con la
mordaza. Otra línea roja corre por su barbilla.
—¿Por qué está atado así… y sangrando? —demanda Morfeo.
—¡Mi pregunta exactamente! —se queja Hart desde el lugar entre
nosotros y Manti—. Quiero ver el miedo en sus ojos y escuchar sus
gritos mientras tomamos su reloj de vida.
—No tuve otra opción, oh Majestuosa —le contesta Manti a su
reina—. Confisqué sus pinturas, pero improvisó. Pintó en su celda con
barro hecho de tierra y saliva, escondió todo lo que hizo en las sombras.
Las falsificaciones de las paredes y rejas de la prisión cobraron vida y se
volvieron contra nosotros cuando intentamos traerlo aquí. Perdimos
una docena de sus abnegados guardias en muertes violentas gracias a
sus creaciones. La única manera de detener su magia era sacándole sus
ojos para que así no pudiera darle vida a cosas nuevas… y cortando su
lengua para que así ya no les pudiera hablar y darles órdenes.
Morfeo palidece, como si ni siquiera pudiera soportar lo que le
pasó al mortal.
Algo se retuerce en nuestro ser, un dolor punzante, despertando
una voz inesperada y no bienvenida….
Jebediah Holt, solloza.
Nuestro corazón salta un poco, luego vuelve a su ritmo. No vamos
a ser influenciadas por ese nombre. Nos paramos derechas al lado de
nuestro novio, borrando todo excepto el triunfo inminente que fluye por
nuestras venas, a diferencia de cualquier otro.
Pero hay más… La voz rota no se detendrá. Hay más de él que un
nombre… más para ellos dos.
No. Nos negamos a escuchar. Ellos son peldaños. Y pronto, todo el
País de las Maravillas se abrirá paso bajo nuestros pies. Vamos a
gobernar sobre ambos reinos y todo el mundo nos va a adorar.
—¡Necios! —grita Morfeo, recodándonos quienes Somos, lo que
está en juego—. Podría haber convencido al mortal para liberar a Alyssa
del voto. Podría… —Su voz se quiebra.
—Já —resopla Hart—. Bueno, ya no puede hacer eso, ¿o sí?
Perdió para siempre la capacidad de hablar. Solo hay un modo de
liberarla ahora.
En una ráfaga explosiva de alas y rabia, Morfeo se abalanza sobre
Manti, tomando los cuernos de Manti y llevándolo a sus rodillas. Sujeta
un cuchillo sobre la base del cuerno de Manti. —Retrocedan —le grita a
los guardias.
Hart aúlla y la audiencia se levanta y aplaude, algunos parándose
sobre sus asientos para tener un mejor vistazo, la anticipación corre por
su sangre llevándolos a un frenesí.
Dado que Morfeo tiene la sartén por el mango en el escenario, los
guardias y matones bajan las escaleras en un esfuerzo para contener a
la multitud.
A pesar de todo, el sacerdote duerme bajo el zumbido de la nube
de bichos.
—Me traicionaste —dice enojado Morfeo en el oído humanoide de
Manti—. Te di su paradero con la condición de que no le harías daño.
Manti lucha, pero su cuerno es su talón de Aquiles, la fuente
tanto de su fuerza como de su debilidad. Se halla a la misericordia de
Morfeo. —Tengo que demostrarle mi lealtad a la reina. Para compensar
por los caballeros que se escaparon de la mazmorra bajo mi
supervisión.
—¡Salvaje! —gruñe Morfeo y fuerza al manticornio a levantarse. El
doble se apresura, separándolos.
Morfeo pierde el cuchillo y Hart lo sujeta mientras Manti se
mueve entre él y el doble.
—Suficientes retrasos —amenaza Hart, dándole el cuchillo a
Manti—. La boda sigue de acuerdo al plan, Morfeo. Trata de hacer otra
cosa así y estarás nadando con las anguilas antes de que termine el día.
Envolvemos nuestras vides en el brazo de Morfeo, tirando de él
hacia nosotros mientras Manti y Hart vuelven a la audiencia,
mandándolos a callar.
Morfeo estudia al mortal mutilado. Profunda miseria oscurece sus
ojos. Empuja lejos nuestros zarcillos, maldiciendo en voz baja, y se saca
el sombrero.
El pequeño espíritu de la naturaleza y Chessie salen, llevando
una pipa de agua en miniatura. Los observamos sospechosamente.
Como estimulado por la actividad, el prisionero contrae sus
músculos en un inútil esfuerzo por liberarse de las cadenas. Hace un
sonido gutural, bestial y aterrador, sin su lengua. Su agonía nos
fascina, demanda nuestra atención. Esa sensación de conocimiento se
tuerce por dentro, más aguda esta vez, como un cuchillo. La voz
inoportuna vuelve a aparecer:
“Esta no es la primera vez que sangra por ti”, presiona. “Y ha
pintado con más que barro. ¿Cómo puedes olvidar la habitación de luz de
estrellas y nieve, cintas, deseos y sueños? ¿Cómo puedes olvidar todo lo
que sacrificó por ti?”
Chessie aparece frente a nuestro rostro. Succiona el narguilé y
sopla una bocanada de humo. La nube perfumada impregna el aire y se
acerca a nuestra lengua, disparando recuerdos: tabaco regaliz y un
hada seductor con una agenda, la sal del océano y el sudor de un niño
mortal, jarabe de arce y el amor de un padre, el sacrificio de una madre
y un rico jardín lunar con lirios y madreselva.
La humana dentro de nosotras danza por un momento,
despertando sus sentidos. Sus emociones son abrumadoras…
aterradoras.
Nos retorcemos en nuestro lugar, nuestras vides alejando a
Chessie. Pero es demasiado tarde. El cuchillo del saber corta a través de
las correas que Aseguramos alrededor de nuestro corazón.
No vamos a permitirlo. Dolerá si las costuras estás rotas.
Concentrada. Concéntrate solo en el hombre que será nuestro rey.
Nuestra atención se dirige a Morfeo, luego a Hart cuando ella y
Manti le dan la cara al juez una vez más, después de haber aplacado a
los testigos sedientos de sangre. Los guardias y matones van por las
escaleras, formando una línea ente la boda y la audiencia.
—Despierta, tú, bufón —le dice Hart al sacerdote, y las
luciérnagas lo tocan como una carga eléctrica hasta que se ríe tan
fuerte que sus ojos se abren—. Comienza la ceremonia.
El sacerdote aprieta sus gordos y babosos labios. —¿Vienen a esta
ceremonia por su propia voluntad? —La graznada pregunta sale de su
verde garganta.
La cabeza de Morfeo cuelga tan baja que su cabello tapa su lado
izquierdo de su rostro. Su perfil enjoyado se desvanece al color de las
lágrimas a través de los espacios en la cortina azul. —Una promesa
sobre la vida mágica se interpone entre nosotros.
—Entonces debe ser roto, o no hay unión —dice el hombre rana, y
bosteza en voz alta.
El silencio ocupa el patio. Nos fijamos en las llamas en la esfera
de arriba. El brillo ardiendo y dejando una huella en nuestra mente,
cauterizando las emociones humanas tratando de debilitarnos tratando
de debilitarnos.
—Morfeo, ya es hora —presiona Hart—. Demuestra tu lealtad a
tus novias, y serás recompensando con la llave del portón. Tráeme el
corazón del humano.
Morfeo gruñe. —Primero, muéstrame el medallón. Quiero verlo.
Hart le ofrece la caja de la sombra a Manti. Abre la tapa para
revelar cinco pulsantes relojes de la vida.
Con un sonido aplastado, Hart hunde los dedos en el más gordo,
luego saca el medallón. Lo pone en la palma de su mano, chorreando
con sangre. —¿Suficiente prueba? Ahora mátalo.
Morfeo toma nuestra mano y la acerca a sus labios. Su aliento
recubre nuestros dedos, otra sensación desarmadora. —Recuerda: Los
recuerdos son tus mejores armas —susurra.
Giramos hacia el mortal sufriendo. Imágenes parpadean en
nuestra mente: el mismo niño en pantalones cortos y una camiseta
oscura debajo de su chaleco del Submundo, luces negras destacando
sus brazos tonificados con destellos azulados; el niño en su máscara de
plumas para el baile de máscaras de graduación; Jeb surfeando sobre la
arena conmigo en carritos de té, luego derramando su sangre para
salvar mi vida una y otra y otra vez.
Jeb besándome después de que le rompí el corazón, y peleando en
el baile de graduación por mí y por todos los demás humanos.
Una de las cintas en nuestro corazón se rompe con un visceral
sonido vibrante visceral, reviviendo una voz:
“Su lengua dijo cosas hermosas para ti… Sus ojos te mantenían en
esa mirada suave. Nunca más. A menos que detengas esto. Todavía
puede ser sanado con la magia, de la misma forma en que sanó a
Morfeo.”
Es mi voz —mi razón— tranquila y quieta, desesperada por ser
escuchada. Pero mis cuerdas vocales se encuentran latentes como si me
hubiera tragado la niebla negra fuera del portón de CualquierOtroSitio.
Al igual que mi cuerpo, mis palabras están cautivas por las vides de
Roja.
Aun así, ella puede oír mis pensamientos liberados.
Jeb está herido… pero puede ser salvado. Morfeo hará lo correcto.
Morfeo no mostrará ninguna compasión, Roja contradice en mi
mente. Es capaz de hacer cualquier cosa por el País de las Maravillas.
Esa es su prioridad. Ese es el por qué lo elegí para que fuera nuestro rey.
Eso, y el hecho de que, debido a su infancia contigo, puede ser el padre
de un niño de sueños. Que giro profundamente perfecto del destino
resultó ser.
Otra cinta se rompe en mi corazón, el dolor preciso y agudo. Lo
abrazo, me recuerda que todavía sigo aquí. Estoy viva. Poderosa.
La determinación arde por mis venas, hirviendo mi piel. Me
concentro en mis dedos, forzándolos a apretar la mano de Morfeo.
Sus ojos se abren. Ve de mí, al medallón que sujeta Hart. Un
músculo en su mandíbula se contrae.
—Toma una decisión —sisea Hart—. O le das al humano su vida,
o el País de las Maravillas le pertenece a los habitantes del mundo del
Espejo.
Morfeo mira la multitud de personas desquiciadas salivando, y
luego a Jeb arrodillado. La sangre en la mandíbula de Jeb baja por su
camiseta bajo su esmoquin, rojo brillante contra la tela.
Mis pies se contraen… mis piernas duelen… mi estómago se
anuda. Cada parte de mí despierta, pero mis cuerdas vocales se
marchitan bajo las garras de Roja. Lucho para usar mis pulmones. Sus
vides me mantienen lo suficientemente alto; no puedo poner mis pies en
el suelo. Una sensación de rozamiento se transporta a través de mis
huesos como un castigo por tratar. Roja sujeta mis brazos con su
hiedra y los sujeta a mi lado.
Un gemido muere en mi garganta.
Los recuerdos surgen del dolor. Un recuerdo de que yo la dominé
una vez. Me muevo, haciendo caso omiso de la sensación de división
dentro de mí, y envuelvo mis dedos alrededor de la viña. Tiro de ella.
Riachuelos de sangre salen desde donde la hiedra se adhiere a mi piel.
Otra de las costuras de mi corazón cae… luego otra y otra. Grito
por la quemadura insoportable. No puedo sacarla sin rasgar mi propio
corazón en dos.
Derrotada, me quedo sin fuerzas.
—Apresúrate —dice Roja en voz alta, usándome como su
portavoz, desesperada ahora—. Mata al chico, y ella será tu reina por
siempre, Morfeo. Simple como eso.
—¡Dame su reloj de la vida! —le grita Hart a Morfeo. Sujeta el
medallón en lo alto, balanceándolo como un péndulo para tentarlo.
Morfeo sujeta el chaleco de Jeb y lo fuerza a ponerse de pie. Jeb
se tambalea, desequilibrado por su incapacidad de ver. Se presiona
contra las esposas en sus manos. Mueve sus piernas ciegamente en
defensa propia.
Morfeo regresa su mirada hacia mí, las negras profundidades
llenas de tanto remordimiento que sé lo que va a decir antes de que lo
haga: —Alyssa, perdóname. Pero siempre haré lo que sea mejor para el
País de las Maravillas.
—¡No! —grito, al fin sintiendo mis cuerdas vocales.
La multitud se tensa, provocando que los guardias y las aves
matones fortalezcan su barricada.
Sin soltar el chaleco de Jeb, Morfeo mira sobre su hombro al
caos. —¡Ahora! —grita.
Chessie y Nikki aparecen de la nada, cerniéndose sobre Hart.
Nikki distrae a la reina mientras Chessie baja y toma el medallón,
dirigiéndose hacia el portón. Manti envía el doble atrás del felino
mágico. El fervor de la multitud alcanza una intensidad maníaca
mientras se abalanzan a la comitiva real y el escenario.
Hart grita y Manti la arrastra al castillo por su seguridad.
Roja chilla en mi cabeza. El sonido destripa mis oídos internos
como una motosierra afilada, enviándome vertiginosamente en picada.
Los alrededores se vuelven borrosos como si estuviera montando
una peonza. Puedo distinguir los fragmentos: Las vides de Roja saliendo
y golpeando a Morfeo y a Jeb, desbalanceándolos; Morfeo se tropieza
sobre sus alas y pegándose en su cabeza, con los ojos cerrados; Jeb,
tropezándose con la roca detrás de él y enviándolo sobre el borde.
Las cadenas unidas a la roca tiran de su cuerpo fuera del
escenario. Cae en picada hacia la piscina. Nikki se sumerge detrás de
él, tratando de soltar las cadenas, y luego se sumerge en el agua detrás
de él.
Mi visión se vuelve borrosa cuando Jab flota a la superficie. Las
profundidades lo succionan, tragándolo —mi mejor amigo, mi abnegado
amor, el chico que renunció a todo por mí, más veces de las que puedo
contar.
El agua se agita con ácido, burbujas rojas ácidas.
Aparto la mirada, sollozando, demasiado débil como para
observar lo que queda de él sobre la superficie. Sigo escuchando su voz
en mi cabeza, de hace un año, la primera vez que nos besamos.
Estábamos en el País de las Maravillas y le pedí que no me rompiera el
corazón. Y su respuesta fue: —Primero me arrancaría el mío.
No pudo haberse ido. Esto no puede ser real. Todo esto es una
pesadilla.
Todo el mundo se mueve en cámara lenta a mí alrededor: Morfeo
yaciendo inconsciente en el escenario, los invitados enloquecidos
aglomerándose, acaparando los guardias y matones.
Todo lo bueno en mí muere. Toda la compasión y misericordia se
hunde en la parte más profunda de mi alma. El color de la sangre los
reemplaza, un remolino lo sustituye, una corriente gruñona en la que
quiero nadar para siempre.
Los invitados presionan a través del escenario y los guardias y
matones retroceden.
Cobardes…
En una ola de viciosa mentalidad, los mutantes pasan sobre el
cuerpo de Morfeo sin tocarlo, sus miradas fijas en mí, atraídos por la
herencia real.
—Perdiste todo —dice Roja en mi cabeza—. Tus recuerdos fallaron
porque ahora me perteneces. Entrégate a mi control, y nos salvaré a
ambas.
Pero no eran solo mis recuerdos lo que Morfeo quería que yo
utilizara.
—¡Acábenla! ¡Muéstrennos el corazón! —corea el mutante mafioso
mientras se acerca. El tentáculo de viña de Roja se multiplica,
sujetándolos a todos en la bahía.
La dejo defendernos, la dejo distraerse para que sirva como mi
oportunidad. Cavo dentro de mí, en búsqueda de los momentos carmesí
que el diario me ayudó a reprimir. Los llevo a la superficie:
El joven rostro sonrojado de Roja de niña, mientras trataba de
aferrarse al espíritu de su madre, el rubí brillando en el cabello de su
hermanastra durante la dura lección de croquet mientras siente irse a
su padre, y el tono carmesí profundo de las susurrantes cintas
anunciando el devastador error de Roja, cuando envió a su esposo
directo a los brazos de otra mujer gracias a sus propias inseguridades.
Roja chilla, indefensa ante la sorpresa de los remordimientos. Sus
recuerdos vengativos entran y la empalan. Sus vides se alejan de mí, mi
piel cerrándose como si nunca hubieran estado ahí. Mis pies tocan el
escenario.
Conjuro a mi imaginación, imaginándola como una araña
perforada por el tórax con el alfiler, hasta que se acurruca en mi pecho,
indefenso al igual que un bicho atrapado en un soporte de yeso. El
dolor se dispara a través de mí, rasgándome por la mitad mientras ella
sucumbe a su pena y mi corazón comienza dividirse en dos. Saboreo el
sabor del cobre.
Pero no moriré. No hasta que haya acabado nuestra venganza.
Concentrándome en los zarcillos de Roja dentro de mí, los
manipulo para que recompongan el órgano fácilmente.
Ya no es mi dueña. Yo la poseo.
La multitud mutante se apodera de mí en una oleada de piel,
saliva y garras. Arrancan mi cabello, gruñen en mis oídos y atan mis
brazos en mi espalda. Entonces me levantan, llevándome hacia el borde
del escenario por donde cayó Jeb.
—¡Acábenla! ¡Muestréennos el corazón! —El morboso cántico se
vuelve frenético.
Soy pasada de criatura a criatura, la multitud dirigiéndose hacia
la piscina de los miedos. La rabia se despierta en mí, fiera y abrasadora.
Quita el color de mi cabello y lo retuerce en rastas color platino, vivo y
con feroz magia, alimentando mi propio poder oscuro.
La esfera en llamas en la pista llama mi atención. Me imagino la
plataforma esquelética como un ciempiés, la pista convirtiéndose en su
esqueleto y la estructura de soporte en su patas. Con un poco de
persuasión, toma su posición. Los lados hacen clic al abrir y liberan al
gran infierno de vidrio. Truena a lo largo del camino, luego salta,
volando hacia la piscina. Aterriza en su lugar y se conecta con la
abertura, previniendo a las criaturas de tirarme allí.
La pista continúa moviéndose, serpenteando, enredándose en las
cuerdas y el toldo unido al poste en el centro del escenario. El toldo se
rasga por la mitad y las cuerdas se vuelven más y más apretadas hasta
que las paredes fuera del castillo caen hacia adentro, aplastando la
mitad de la multitud. Bocanadas de cenizas brotan mientras la piedra
golpea el patio.
Lo que queda de la multitud me deja caer en medio de ellos, como
si estuvieran aturdidos por mi magia. Gruñen, refunfuñan, y
murmuran entre sí. Tratando de orientarme, me pongo de pie, mis
manos aún atadas a mi espalda.
—¡Cúbranle los ojos! —grita una bestia simiesca—. ¡Su magia
está limitada a su visión! —Uno de ellos coloca la bolsa que llevaba Jeb
sobre mi cabeza, atándola en su lugar, y tirándome al suelo, sacando el
aire de mis pulmones.
—Ahora, ¡quémenla hasta que se haga cenizas!
Inhalo, hambrienta por aire, dulce bajo el olor de la pintura y
jabón cítrico. El aroma de Jeb.
Su muerte se reproduce en mi cabeza. Nunca verá a su familia,
nunca me sostendrá, nunca me llamará Chica Patinadora de nuevo. Su
hermoso arte vivirá en el reino de los humanos, sin embargo, nunca
verá cómo tocan la vida de las personas, o se dará cuenta de que es el
hombre que siempre trató tanto de ser.
Las criaturas gruñen y se empeñan en mi forma postrada —
aliento caliente y garras desgarradoras— mientras me dirigen hacia el
infierno en la bola.
Me encuentro demasiado en lo profundo en el lodo de emociones
para buscar una salida, lastimada con la idea del corazón de Jeb
flotando en la piscina, en algún lugar debajo de la esfera de llamas.
La desolación me agobia, más duro que los golpes y puños
discordantes en mis huesos mientras soy arrastrada hacia una muerte
en llamas. Me acurruco en posición fetal.
Lágrimas arden en mis ojos y grito hasta que mis pulmones se
aprietan en mis entrañas como capullos de rosas secos, pequeños e
inútiles.
Luego, bajo el eco de mi desesperación, un pequeño y leve tintineo
de alas me hace recordar: la armadura de Morfeo.
Tengo que vivir… Viviré. Por mis seres queridos y por el País de
las Maravillas. Y para vengar la muerte de Jeb.
Todo lo que se necesita es un pensamiento, y la franja protectora
libera las niveladas cuchillas de mi vestido. Demasiadas garras me
sostienen, por lo que me retuerzo como un gusano. Cálida humedad
salpica mi piel, seguida por el aroma de la sangre a medida que las
hojas filosas cortan a mis captores, uno por uno. Incluso en mi ceguera,
podía sentirlos alejarse, a pesar de que no se retirarían, demasiado
emocionados con la perspectiva de ver como entre sí se mutilan.
En el momento en el que hay suficiente espacio, ruedo, dando
vueltas y vueltas. Gritos agónicos se intercalan con la risa oscura
mientras las criaturas vienen por más.
Rodando, más y más rápido, persuado al viento para que me
agarre y me eleve como a un ciclón. Aro ciegamente a través de todo el
mundo a mi alrededor, destrozando todo en pedazos.
Soy viento.
Soy furia.
Soy pandemónium.
Me giro una y otra vez como el flujo gravitacional, hasta que ya no
se escuche nada. Hasta que el último grito y enfermo cacareo se
silencie.
Cuando mis revoluciones bajan, mis pies tocan el suelo, la cabeza
todavía cubierta y mis manos atadas. Me quedo de pie en el lugar a la
vez que el sonido de unos pasos por el sedimento se agita detrás de mí.
Sé quién es, incluso antes de que sus dedos suaves, ahora fuera de los
guantes, trabajan el amarre en mis muñecas y levantan la bolsa de mi
cabeza.
Morfeo se queda a mi espalda, como si me diera tiempo para
absorber la destrucción que mi locura trajo.
Suaves capas de nieblas se levantan en el aire, un precursor de
una tormenta. Parpadeo en la luz gris. Nada ni nadie queda de pie en el
patio. No hay paredes, escenario, ni siquiera la esquelética pista. Morfeo
debió despertar a tiempo para buscar un refugio en una de las torres
durante mi furia, porque solo el castillo sigue allí, junto con el pórtico
cubierto que se abre para el puente levadizo. He arrasado todo lo demás
a ceniza y polvo.
Hart se asoma desde una de las ventanas más altas de la torre.
Le disparo una mirada. —¡Soy la reinante Reina Roja! —grito—.
Tú eres historia. ¡Y estarás muerta mañana, si te vuelvo a ver! —Es una
promesa y un reto.
Deja caer la cortina, retirándose de sus negros pliegues.
Manti y sus guardias y matones miran hacia afuera por otro de
los rotos cristales para evaluar los daños, pero es obvio que no quieren
tener nada que ver conmigo o mi furia. Mientras Morfeo camina para
mirarme a la cara, mis atacantes siguen convertidos en polvo debajo de
mis botas y tamizados por el viento. Rayas rojas brillantes cubren mis
brazos, pero no es la sangre de las víctimas. Es mía.
Ahora me doy cuenta de porqué preguntó antes donde se
encontraban mis aguantes. Sabía que se resumiría a esto.
Demasiadas emociones parpadean sobre él: asombro,
preocupación y remordimiento… y la siempre presente adoración.
Levanto mi mano para tocar su rostro y hace una mueca, como si
esperara una bofetada.
En cambio, acaricio su mejilla y esas hermosas expresivas joyas
bajo sus ojos, luego me levanto y presiono mis labios con los suyos. Su
sabor y calidez me envuelven. Gime y ahueco mi rostro en el otro lado,
besándome profundamente, pero me alejo.
—Te amo —susurro, porque tiene el derecho a saber la verdad
antes de que lo mate.
Su mandíbula se afloja, delicados rasgos brillan con la niebla y el
reflejo suave del azul de su cabello. Las brasas de sus ojos abiertas
hacia mí, remolinos de pasión y esperanza y felicidad desenfrenadas.
Veo las selvas del País de las Maravillas en ellas… una vista panorámica
del reino por el que nací para gobernar. Alguna otra vez, hubiera sido
arrastrada dentro de esas cautivantes profundidades, a la deriva con él.
Ahora, esas tiernas emociones se hallan fuera de mi alcance.
Cuando abre su boca para hablar, coloco un dedo en sus labios.
—Es mi amor por ti lo que hace esto tan doloroso —digo, mi voz
fuerte y decidida—. Tenía fe en ti y me traicionaste.
Su expresión decae y la indignación corre a través de mi cuerpo,
tan poderosamente que no puedo contenerla. Me desvío al estado
latente de Roja, conjurando sus vides fuera de mi piel, comandándolas
a obedecerme ahora.
Tomo un zarcillo y atrapo a Morfeo por la garganta, levantándolo
en el aire. Sus piernas se mueven y sus alas baten sin poder hacer
nada. —Fui lo suficientemente ingenua como para decirte donde estaba
él.
—Alyssa, espera —sisea y lucha por aflojar la vid de su tráquea y
arteria carótida.
—Tú solo lo entregaste. Sabías mejor que confiar en ellos.
Apostaste su vida, después de que puso la suya en medio para salvar la
tuya. —Mis lágrimas brotan de nuevo, enojadas y angustiadas. Como si
estuviera simpatizando, el cielo se abre y una fría lluvia se desliza para
lavar el sabor salado y caliente de mi rostro. Lo lamo de mis labios.
Tiemblo, perdiendo el balance por el peso de Morfeo. Mi pulso se
separa en dos cepas distintas y duele respirar. La retención temporal de
Roja en mi doble corazón es tan frágil a como ella se encuentra, las
hebras estirándose porque estoy usurpando su poder.
Ignoro las advertencias físicas, apretando mi nudo en la garganta
de Morfeo, y araña la hiedra, estrangulándolo, desesperado por respirar.
Veo a nuestro hijo en sus ojos y la compasión brota a la superficie,
amenazando con suavizarme, pero la reina ha probado la venganza y es
intoxicante.
—No hay nada que puedas decir para remediar esto —murmuro
oscuramente—. Ni una cosa que merecerá mi misericordia.
Las uñas de Morfeo se clavan apretadamente en la vid y toma un
sorbo suficiente de aire para decir en tono áspero: —Tú… Eres… El País
de las Maravillas.
20
El País de las Maravillas
Traducido por Jasiel Odair
Corregido por Elle

Aflojo mi agarre en el cuello de Morfeo lo suficiente como para


dejar que respire.
Él traga aire ávidamente. —Yo —tose—, siempre —otra
respiración—, haré lo que es mejor para ti.
Parpadeo, con lluvia y lágrimas en mis pestañas. —¡Jeb está
muerto! —Mi grito aprisiona mi garganta y los zarcillos que sostienen
mi corazón. Siento vértigo y me tambaleo. Recojo mis vides y arrastro a
Morfeo más cerca. Más brotan de mi piel, envolviéndolo desde su
cintura hasta el pecho—. ¿Cómo puede ser lo mejor para mí?
¡Respóndeme!
—Chica patinadora.
La voz viene de atrás, y no de las cuerdas vocales comprimidas de
Morfeo. Dejo caer la vid de su cuello, pero sostengo las otras en su
posición. No puedo dar la vuelta, temo que me estoy imaginando cosas.
—Mira, entiendo que él es un dolor en el trasero. —Una mano
fuerte y familiar me toca el codo desnudo y el calor hace que mis cortes
piquen—. Pero sería más deportivo con un matamoscas extra grande.
Bájalo, ¿sí?
Morfeo sostiene mi mirada, una sonrisa de suficiencia temblando
en sus labios. —Te lo dije. —Luego mira por encima de mi cabeza y
toma otro sorbo de aire—. Ya era la maldita hora de que volvieras.
Mis extremidades tiemblan y bajo Morfeo al suelo. Las vides se
retraen en mi cuerpo mientras doy media vuelta.
Es CC frente a mí. El doble arlequín ahora lleva túnica y
pantalones de un caballero. Chessie se encuentra en su hombro,
sonriendo de oreja a oreja. Dos de las criaturas de la sombra de Jeb se
hallan debajo del pórtico junto al puente levadizo para mantenerse
secos, sus alas en reposo mientras esperan nuevas órdenes.
Observo asombrada mientras CC se transforma bajo la lluvia.
Las mangas de su túnica se enrollan, y un tatuaje púrpura
brillante comienza a aparecer en el interior de su muñeca derecha, una
hoja de pintura color carne enjuagándose. Los puntos de sus orejas, el
parche en forma de corazón, y las mutilaciones bajo su ojo izquierdo se
derriten también. Su coloración de porcelana se desvanece en
riachuelos de negro, rojo y blanco, para mostrar la tez clara y
aceitunada de Jeb. Todo —los cortes y el globo del ojo dislocado, las
joyas de elfo y puntas de las orejas— pintado… vivificado por orden de
Jeb.
Él y Morfeo hicieron un trato de alguna manera: Jeb por su
creación.
Nos engatusaron a todos. Incluida yo.
Niego con la cabeza. Chessie se lanza del hombro de Jeb y
revolotea frente a mí. Sus ojos vertiginosos y omniscientes cuentan
todo: Morfeo encontrando a Jeb en el calabozo; ambos en privado,
siguiendo el plan y colándose en la habitación de Manti con trajes
simulacrum; Manti aceptando tanto tiempo como jugara a ser el rey leal
para salvar su reputación a los ojos de su reina; la pintura de Jeb y la
animación del narguilé en miniatura que desencadenó mis recuerdos
humanos; y por último, Jeb retocando la cara de su doble a la
perfección, impecable antes de pintar corrientes sangrientas debajo de
la venda y mordaza, luego enmascarando sus propios oídos y cara con
rasgos de elfo, pintura de la cara de arlequín, parche en el ojo, y
grandes agujeros.
Chessie sonríe de nuevo, pequeños dientes brillando. Abro mi
palma para él y se vuelve de espalda para que pueda frotar su barriga.
Con un gruñido de satisfacción, él salta en vuelo y hace una línea recta
hacia Morfeo, que lo pone a trabajar en busca de su sombrero en las
cenizas.
Me dirijo a Jeb, todavía temblorosa. —La imagen de CC. Su
rostro. Pensé que no habías podido completarlo.
Jeb frota su labret con el pulgar. —Porque no podía ver dentro de
mi corazón. Desde que tengo memoria, he medido mi pena contra quien
era mi viejo, o cuán exitoso era mi arte. Me has estado diciendo todo el
tiempo que he optado por ser mejor que mi padre. Fue una elección.
Finalmente me di cuenta de que tenías razón. Cada vez que tu vida
estaba en juego, mi primer pensamiento era ayudarte. Al igual que hoy,
incluso si no podría haber pintado un camino, he encontrado otro. Eso
es lo único bueno que salió de mi infancia. Haber visto lo peor es lo que
me ayudó a elegir lo mejor. Este lugar me dejó enfrentar mis demonios.
Pero tú… siempre tuviste fe en que los vencería. Y ahora lo hice.
Gracias por eso, Al. —Sus ojos verdes brillan con un aplomo que nunca
han tenido. Aceptación completa y total.
La lluvia se detiene, y la realidad golpea.
Jeb está vivo y entero en todos los sentidos. Morfeo no nos
traicionó. Y todo el horror que acabo de presenciar fue una mentira
brillantemente trenzada.
Jeb enreda una de mis rastas rubias alrededor de su dedo. —
¿Estás bien?
Estoy tentada a gritarle por dejarme creer esas cosas terribles
sobre los dos. Pero estoy muy contenta de tenerlo con vida, de pie aquí
y hablando conmigo… tocándome…
Quiero saltar a sus brazos y abrazarlo hasta apretarlo. Ya que mi
vestido es una máquina de matar, me conformo con presionar mi palma
contra su pecho. Su latido del corazón golpea desde el otro lado de su
ropa. Nunca voy a tomar ese ritmo por sentado, o el hecho de que
todavía tiene un reloj de la vida.
—Nunca me asustes así de nuevo —le digo.
Él levanta una ceja. —Oye, esa es mi línea. —Usando mi rasta,
me toca la cara de cerca y lleva sus labios y labret sobre mi frente, luego
hacia abajo a mi boca en un suave beso.
Morfeo resopla. —Bueno, eso es alegremente hermoso. Yo soy el
que consiguió ser golpeado y medio estrangulado.
Jeb me libera, rodando los ojos.
Morfeo se sacude inútilmente la ceniza agrupada en su ropa. —
Absorbiendo todas sus simpatías cuando tú tuviste la parte fácil. Sigue
a Chessie por la puerta, y te llevará a su padre y al escondite de su tío.
Oooh, tan temible.
Luchando contra una sonrisa, estudio las marcas rojas a lo largo
de su cuello que parecen quemaduras de cuerda.
Tomo su mano y aprieto. —Lo siento. No lo sabía.
Su pulgar frota las gotas de lluvia de mis nudillos. —No podías
saber. Desde el momento en que Roja te habitó, todo lo que sabías, ella
lo sabía. Tuvimos que inventar un plan para conseguir el medallón, que
recordaras tu fuerza y consiguieras la suficiente ira para domar su
espíritu, todo ello sin que ella lo supiera. Sin que tú lo supieras. Era la
única manera.
La única manera…
La frase desencadena el consejo de mi padre cuando llegamos por
primera vez aquí: “Nunca asesines a nadie, Allie. Asegúrate de que es la
única manera. De lo contrario, te perseguirá…”
Miro de nuevo a toda la muerte en mi estela. Se me revuelve el
estómago. —Era la única manera.
—Sí, lo era —dice Jeb a mi lado.
—Por supuesto que lo fue —conviene Morfeo. Su mirada va hacia
los montones de ceniza, por lo que es claro que entiende que estoy
hablando mucho más que de su plan. Me alegro de que Jeb no
estuviera allí para presenciar mi alboroto. Es suficiente con que me vio
en las cadenas de Roja.
Chessie sale en erupción de una pila de hollín, llevando el
sombrero cubierto de polvo de Morfeo como lo hizo con el manto en la
posada el día anterior. El sombrero zigzaguea a través del aire, Chessie
se niega a ceder su premio. Su cabeza se asoma y su sonrisa traviesa se
propaga cuando Morfeo frunce el ceño.
Aprieto los labios, una insignificante pregunta más. —Así que
Manti… lo atacaste en el escenario. ¿Eso era parte de esto?
—Sí —dice Jeb—. Sobre eso. —Él ladea la cabeza a Morfeo—. Lo
pusiste un poco espeso allí.
Morfeo chasquea la lengua. —Lo hice magistralmente —responde,
en última gestión para reclamar su sombrero de Chessie.
—Correcto —se burla Jeb—. Estoy bastante seguro de que mi
maltrato no te habría enviado en la histeria, reina del drama.
Morfeo sonríe. —Lo suficientemente justo. Por otro lado, tu
interpretación de un descerebrado de cuerda sin cerebro fue perfecta.
Los labios de Jeb tiemblan, como si estuviera luchando contra
una sonrisa. —Ya sabes, todavía tengo suficiente pintura para hacer ese
matamoscas.
—Cierto. No hay necesidad de violencia. —Morfeo sacude el polvo
de su sombrero y se lo coloca en la cabeza—. Simplemente daré el
crédito donde es merecido.
Sus ojos brillan levemente, así como cuando se burla de mí. Está
disfrutando de las bromas. Incluso hay un trasfondo de respeto donde
solía haber poco más de tolerancia.
Mi corazón se hincha, ambos lados, tan orgullosa por la forma en
que trabajaron juntos, vieron más allá de sus resentimientos por el bien
común. La sensación es hermosa, pero causa otro rasgón: un estallido
visceral detrás de mi esternón.
Suspiro.
—Al, estás blanca como el papel. —Jeb lanza una mirada de
preocupación a Morfeo—. Tal vez está perdiendo mucha sangre.
—Tal vez. —Morfeo atrapa mi muñeca izquierda para comprobar
mi pulso. Puedo decir por el fruncido sospechoso de su frente que está
pensando acerca de mi hechizo anémico en la sala de juegos de Hart.
Me alejo. —Estoy bien. En serio.
Jeb me agarra el otro brazo para evaluar los daños. Me
estremezco cuando mi piel herida se extiende.
—No comparto su magia —dice Jeb—. No puedo sanarla.
—Yo puedo una vez me restaure. Por ahora vamos a detener el
flujo. —Morfeo saca su pañuelo manchado de pintura, recordándome de
nuestro tiempo en la habitación de Hart. Todavía no puedo creer que
casi lo estrangulé. Y después de profesar mi amor… algo que ha estado
esperando tanto tiempo por escuchar.
Con una mirada suya alivia mi culpa. Incluso sin él estando en mi
cabeza, sé lo que está pensando: que entiende mi lado más oscuro y sus
patadas viciosas; que, de hecho, son esas mismas patadas que lo
desafían y lo hacen sentirse vivo.
Articulo un gracias. Me guiña un ojo, y con cuidado, aprieta el
pañuelo en mi piel.
Una ráfaga fuerte sopla a través del patio arrasado, revolviendo
montones de ceniza húmeda en una nube frenética. Un túnel de viento
aparece en la distancia, justo por encima del acantilado donde
aterrizamos esta mañana.
Jeb me toma suavemente el codo. —Tenemos que seguir adelante.
Tu papá, tío, y el otro caballero están dentro de ese grupo de árboles,
esperando. Tenemos un túnel de viento que tomar.
—Dijiste tenemos —señalo mientras caminamos rápidamente
hacia el pórtico para recuperar las sombras pintadas.
Jeb lanza una última mirada por encima del hombro hacia la
piscina de los miedos y la gigantesca bola de llamas que la cubre, como
si estuviera buscando fantasmas. —No he dejado nada por lo que
quedarme.
Soy egoísta porque me alegro de que todas sus criaturas en la
montaña fueran destruidas. Qué irónico, que tengo que darle a Morfeo
las gracias por eso también. O tal vez él lo planeó desde el principio.
Nunca deja de sorprenderme el amplio alcance de sus maquinaciones.
—Pobre Nikki —dice Jeb, su voz pesada.
Morfeo ofrece un triste movimiento de cabeza y Chessie cuelga
flácido por encima de su hombro, su sonrisa al revés.
—Pensé que ella trataba de salvar a su creador —agrego mientras
caminamos por el pórtico y el puente—. Pero estaba tratando de salvar
a su amigo.
—Fue una pequeña valiente —reconoce Morfeo—. Y hablando de
pequeñas pero feroces hembras, es el momento para que puedas
extender tus alas, amor.
No me siento tan feroz. Sólo un paseo por el patio me ha dejado
sin aliento. No estoy segura de cuánto tiempo tengo antes de que el
poder de Roja se acabe y los zarcillos que me sostienen se agoten.
Por un segundo, me considero diciendo a los chicos acerca del
hechizo, compartiendo mis preocupaciones, así no tengo que cargar con
ellas sola. Pero, ¿de qué serviría? Sólo estarían atormentados porque no
pueden solucionar este problema. Nadie puede.
Roja dijo que no hay magia que pudiera curarme.
Mis ojos arden en los bordes. Nunca me he sentido más sola.
—Vamos a buscar a tu madre. —Jeb está de vuelta, así que mis
alas pueden brotar.
Fuerzo una sonrisa, apartando la sensación de desgarro detrás de
mi esternón para tomar vuelo, deseosa de ver a papá y abrazarlo. Con
Jeb llevado por su sombra en un lado, y Morfeo y su sombra en el otro,
nos dirigimos hacia el acantilado, y nuestro transporte a la Puerta de
las Maravillas.
Cuando volamos, la memoria de mi visión acerca de mamá me
abofetea como las corrientes de viento. Ella es fuerte, pero el corazón
del País de las Maravillas está enfermo. ¿Qué vamos a enfrentar cuando
lleguemos allí? Sólo espero que pueda arreglar las cosas antes de que
mi propio corazón enfermo abandone la lucha.
Puedo morir feliz si sé que el País de la Maravillas vivirá.

***

Tengo el tiempo justo para asimilar mis alas, deslizándome fuera


de mi vestido mortal, y colocándome una túnica extra sobre mis
polainas de cuero antes de caer en el túnel de viento y delante de la
puerta que conduce al País de las Maravillas. Después de llenar toda mi
visión de mamá e Ivory, tío Bernie abrazándome y papá despidiéndose.
Nos comprometemos a visitar una vez estemos de vuelta en el reino
humano.
Es una promesa que me temo que no voy a mantener.
Dejando a mi tío con los otros caballeros, lo hacemos a través de
la puerta sin que nadie sepa que estoy albergando a un fugitivo.
Después de eso, aparte del horrible hedor pudriéndose, viajar a través
de cuatrocientos metros de largo cuello de tulgey no es tan aterrador o
peligroso como esperaba. En parte porque papá se ha aventurado una
vez antes y él conduce el camino, pero también porque el tulgey está
congelado. Literalmente.
Morfeo esperó tanto, incluso nos preparó para ello. Dijo que de
acuerdo con mi visión, Ivory congeló las cosas para frenar el hechizo en
descomposición de Roja. Para darnos una oportunidad de detenerlo.
La boca abierta del árbol entra en la visión, ofreciendo una
misteriosa luz plateada. Nuestras respiraciones forman nubes de
condensación mientras maniobramos alrededor de la lengua gris hacia
el hielo gigante, usando los dientes astillados como peldaños en el
camino.
Salto de la mandíbula a la espesura boscosa detrás de papá. Jeb
y Morfeo en la retaguardia. La hierba de neón brilla con hielo y cruje
bajo mis botas. Un olor mohoso cuelga en el aire a pesar de que todo
está envuelto en invierno.
Ramas enredadas y espejo reflejando —habitantes del
Inframundo que han sido escupidas de nuevo por el tulgey en extrañas
y horribles formas— a todos de pie inmóvil. Morfeo nombra a las
criaturas: una hormiga carpintera con un cuerpo hecho de
herramientas; una avispa con una trompeta en la nariz; y una criatura
con el cuerpo de una langosta y una cabeza de caballo, luciendo un
grupo de hierba helada saliendo de su boca, como si se suspendiera a
mediados de sus dientes.
La escena es misteriosamente como la fiesta de té helado que Jeb
y yo encontramos en nuestro primer viaje aquí. Pero a diferencia de la
fiesta del té, no hay reloj roto con el tiempo suspendido en una helada
esclavitud. Esto es algo completamente distinto.
Me encuentro con la mirada de Jeb y él asiente, reconociendo el
recuerdo.
Morfeo se detiene a mi lado. Las manchas azules brillando,
arremolinándose alrededor de sus manos como guantes de fibra óptica.
Brillan y se apagan, luego brillan de nuevo. Su magia tartamudea a
medida que se calienta, como el motor de un coche que ha estado
demasiado tiempo sin uso.
—¿Estás segura de que nos dijiste todo sobre la visión? —me
pregunta mientras Jeb y papá buscan un camino.
—Eso creo. —Me froto la frente—. Estaba… en un lugar extraño
cuando la tuve. ¿Por qué?
Morfeo frunce los labios. —Esperaba que el terreno estuviera bajo
un invierno perpetuo. Pero Ivory congeló a los residentes. No puedo
entender su motivo. Eran los paisajes los que se encontraban en peligro
de caer en mal estado. No los habitantes.
Mordisqueo mi labio. Algo se abre camino en la parte trasera de
mi mente. ¿Mamá no usó una palabra extraña para describir la
enfermedad que le había caído encima de todo? Pero no puedo recordar
cual era… que comenzaba con una D.
Frustrada por mi amnesia, me dirijo hacia donde papá y Jeb
están despejando ramas caídas de un sendero que parece ser la única
salida.
Papá me detiene cuando llego a ayudar. —Allie, déjanos hacer
esto. No quiero que tus cortes vuelvan a abrirse. —Se vuelve hacia
Morfeo—. ¿Serás capaz de curarla pronto?
Orbes brillantes de color azul claro —fuertes e inquebrantables—
estallan a lo largo de los dedos de Morfeo. El resplandor se refleja en su
rostro. Él sonríe como un colegial encantado. —Sí.
Chessie revolotea a su alrededor en giros de celebración.
Papá asiente y toma una daga de hierro de la vaina en su
hombro. —Bien. Jeb y yo vamos a ver si este camino es seguro.
Volveremos.
Jeb me aprieta la mano antes de seguirlo. Me aferro a él,
sorprendida de ver que su tatuaje sigue brillando, aunque en lugar de
violeta, es rojo puro. Levanta las cejas en un gesto desconcertante antes
de bajar la manga, una solicitud tácita para que resolvamos el misterio
más tarde. Él y papá pasan bajo una masa de ramas tulgey de baja
altura y desaparecen de la vista.
Los ojos de Chessie giran, diciéndonos a Morfeo y a mí lo mucho
que ha extrañado su casa y quiere volver a visitar sus lugares favoritos.
—Primero, encuentra a la madre de Alyssa e Ivory —insiste
Morfeo—. Que sepan que estamos aquí. Si los pasajes espejo están
funcionando, tienen que abrir uno para nosotros.
Chessie acepta, entonces se mueve a través de algunos árboles
muy unidos, y se ha ido antes de que pudiera parpadear.
Morfeo levanta sus manos, poniendo a prueba su poder.
Filamentos eléctricos azules alcanzan todas las ramas en el dosel,
agitando olas blancas sueltas. Él permanece allí —sus alas arqueadas
en alto— regio y orgulloso mientras una suave lluvia cae sobre él. Una
carcajada retumba desde lo profundo de su pecho. Está despreocupado
y alegre, incluso más que cuando se encontraba en su habitación en
CualquierOtroSitio. Ha estado sin magia durante tanto tiempo, que
ahora lo embriaga.
Los copos de nieve me cubren también, fríos y refrescantes. Me
recuerda a Texas y las nevadas estacionales en las que Jeb, Jenara, y
yo jugábamos cuando éramos niños. Muñecos de nieve, helados de
nieve, fuertes de nieve. No puedo dejar de reír con él, a pesar de lo débil
que me siento.
—Baila conmigo, flor —me engatusa, y cuando me atrevo, me
llena con su magia. Me acurruco en su pecho y me permito saborear su
vitalidad, deseando poder absorberla.
Él envuelve un brazo alrededor de mi cintura y enlaza mi mano
con la suya. Labios apretados contra las rastas en mi cabeza, tararea la
melodía de la canción de cuna mientras su voz interior llena la cabeza
en una frecuencia que sólo yo puedo oír: —Me deslumbraste hoy. Tan
desinhibida. Tan llena de malicia.
Sonrío en secreto y sigo sus pasos gráciles. Sus alas se
encuentran a nuestro alrededor como remolinos de tinta etérea.
—De hecho —su mente continúa hablando—, ahora que tengo mi
magia de vuelta… —Me gira, entonces me tira contra él de nuevo—.
Espero que me des otra oportunidad en nuestro juego.
—¿Juego? —pregunto.
—No soy reacio a pasar apuros hasta… —responde, ya no
tarareando. Toma mi mano, pellizca los nudillos con los dientes,
burlándose, y luego guía mis dedos hasta las marcas rojas en el
cuello—. Reina iracunda y sirviente descarriado… que habrá un precio
estándar para nuestro juego amoroso. En las vides de Roja, y ambos
estaremos escasamente vestidos.
Resoplo. —Estás delirante.
—Yo prefiero el término “loco”.
Le sonrío, emocionada de verlo bromeando y contenido. Llevo mi
oído a su pecho para poder oír su fuerte latido. Trato de hacer que mi
doble corazón se fusione a un latido y siga su ritmo perfecto. Fallo.
—Alyssa, estoy entero de nuevo —murmura cuando nuestra
danza desacelera a un movimiento de balanceo suave.
—Lo sé.
—Jebediah lo está, también.
No respondo, porque de alguna manera Jeb todavía alberga la
magia de Roja y no estoy segura de qué hacer con él.
—Por lo tanto, debes convencerlo de que te libere de tu promesa
—añade, resuelto.
Empiezo a retroceder, pero él me abraza con más fuerza.
—Me amas. Lo admitiste.
—Te amo.
Su cuerpo tiembla en respuesta, como si no pudiese contener sus
emociones por mi confesión. —Ambos sabemos que hiciste la promesa
de sacar a tu caballero mortal fuera de CualquierOtroSitio. Para darle fe
en su humanidad y a ti. Tu estrategia le salvó la vida.
Rechino los dientes. —Esa no es la única razón por la que la hice.
—Es importante que él acepte mi amor por Jeb. Voy a tener que decirle
a Jeb lo mismo acerca de Morfeo antes de haberme ido. No los voy a
dejar con mentiras colgando entre nosotros—. Los amo a ambos.
Morfeo se tensa y me guía por el pequeño espacio de nuevo,
volviendo a nuestros pasos de baile a través de la nieve hasta que
nuestras huellas se borran a sí mismas. Giramos de un lado a otro,
como si él pensara que me puede distraer de mi propia verdad.
Al fin, llegamos a una parada, cara a cara. Toda su alegría
anterior extinguida como una vela mientras nuestras respiraciones
forman nubes de condensación entre nosotros. —Ya he terminado de
esperar. Es ahora o nunca. Y no te atrevas a olvidar, nuestra unión
asegurará que lo que sucedió con tu padre nunca le sucederá a otro ser
humano. Nadie más va a ser atrapado por la Hermana Dos, porque le
daremos al País de las Maravillas un regalo con nuestro sueño del niño.
Sus palabras me golpean con una comprensión que aún no ha
pasado por mi cabeza. Ya que me estoy muriendo, nunca va a nacer
nuestro hijo. El País de las Maravillas tendrá que continuar robando
niños por sus sueños para siempre. A menos que podamos encontrar
una alternativa.
Hay un broche de presión duro detrás de mi esternón y un
amargo sabor metálico cubre mi garganta.
Prosigo con mi cara en su pecho, ahogando un sollozo. —Pensé
que estábamos bailando.
En respuesta, él me da vueltas. Me libero y llego a una parada
delante de un tronco de árbol. Su expresión está centrada en un gesto
taciturno con la boca abierta, al igual que el árbol del que nos bajamos.
Me quedo atrás y contemplo todos los tulgeys 9 a la vista. Todos y cada
uno tiene la misma expresión, como si fueran miserables en el momento
en que el hielo se extendió sobre ellos.
“El corazón de las maravillas está sufriendo. Los doldrums se
están acercando. Ven pronto. Vamos a mantenerlos a raya el tiempo que
podamos.”
—Doldrums —murmuro.
—¿Qué dijiste? —pregunta Morfeo, llegando detrás de mí.
—Doldrums. Esa es la palabra que mi madre usó cuando dijo que
nos diéramos prisa. Me dijo que los doldrums se acercaban.
Miro por encima de mi hombro por su reacción. Su mandíbula se
aprieta, su hermoso rostro cabizbajo. Él evalúa los árboles y los reflejos
en busca de vidrio. —Pensé que Roja simplemente lanzó un hechizo.
Pero fue una plaga… un exterminio. Melancolía Tóxica.
—No entiendo.
—Los doldrums son criaturas microscópicas. Su destrucción es
tan devastadora y completa, que han sido contenidos por los siglos.
Cada uno de los castillos tiene un suministro de ellos bajo llave, como
un medio para mantener la paz. Para mantener a los dos reinos bajo
control.
Asiento. —Destrucción Mutua Asegurada… ambas partes saben
que cualquier ataque a la otra será devastador para ellos mismos. Es lo
mismo con las armas nucleares en nuestro mundo.
Morfeo frota su frente. —Roja debió introducirlo clandestinamente
antes de que fuera exiliada del trono. Cuando lanzó su venganza contra
nosotros, no planeó simplemente destruir la belleza aquí… iba a
erradicar todo.
—Pero ¿por qué? Pensaba que quería su reino de vuelta.

9 La palabra tulgey se utiliza como un adjetivo para describir la madera (grueso,


denso, oscuro).
—Debe haber sido su plan alternativo, en caso de que algo saliera
mal con Alice. De esta manera, podría arrasar con el País de las
Maravillas y luego reconstruirlo a sus especificaciones.
—Por supuesto. Eso encaja. Ella quería gobernar sobre todas las
cosas. —Estoy a punto de decirle que pensaba utilizar a nuestro hijo
como moneda de cambio para derrotar a Ivory y descartar los dos
reinos, pero me interrumpe.
—Debe haber liberado la plaga después de que salió de la esfera
de lo humano —dice—. Después de que encontró un nuevo cuerpo para
habitar. Eso es cuando todo empezó a desmoronarse.
—Y eso es cuando trató de hacerme volver. —Me muevo al árbol
más cercano y deslizo mi mano llena de cicatrices sobre la corteza
glacial. Siento a Morfeo más cerca, pero no doy la vuelta. Estoy
demasiado avergonzada—. Debería haber escuchado.
—Tenías un poco de la curva de aprendizaje. —Hay restricción en
su voz. Está enfadado—. Lo que importa es lo que haces con lo que has
aprendido.
—Pero ¿puede la magia de Roja arreglar esto?
Suspira, colocando su mano junto a la mía en el árbol, su cuerpo
y alas cubriéndome. —Todo se reduce a más que arreglar en este punto.
Es una renovación. La creación de un mundo nuevo es la única forma
de detener la infección, y sólo el poder de aquellos que alguna vez han
experimentado la corona mágica tienen esa capacidad. Toma el linaje de
ambos reinos que trabajan juntos. Ivory no podía hacerlo sola. Es por
eso que congeló todo, para mantener a los habitantes de la infección
hasta que llegaras y pudieras ayudar. Juntas, podrán volver a crear los
paisajes y, entonces, una vez hecho eso, Ivory puede liberar de forma
segura a todos los habitantes del Inframundo de su hechizo de
suspensión. Puede ser que tome cada onza de poder que Roja ha
dejado, junto con el tuyo y el de Ivory, para hacer frente a una
pandemia tan extendida.
Mis ojos lloran, porque mi magia es tan fuerte como estoy ahora,
y la de Roja está disminuyendo.
Morfeo acaricia mi cabello donde cuelga entre mis omóplatos. —
Hay un resquicio de esperanza, amor. No tendrás que expulsarla. Sólo
tienes que usarla para levantarte. Y entonces estará derrotada en lo
último. Ida para siempre.
No se da cuenta de que ya he usado la mayor parte. Al tratar de
mantenerme con vida, he condenado a morir al País de las Maravillas.
Nunca consideré cuán estrechamente entrelazados podrían estar
nuestros destinos.
Me deshago, mi palma recorriendo a lo largo de la cara congelada
del árbol mientras caigo al suelo.
—¿Alyssa? —Morfeo se agacha junto a mí en un instante. Me alza
la barbilla y me obliga a mirarlo—. ¿Te sientes anémica de nuevo?
Me cuesta respirar. Raya dentro de mi pecho, como inhalar abejas
furiosas. La sangre se queda en mi garganta y me amordaza.
Las marcas de joyas de Morfeo parpadean a través de un
caleidoscopio ansioso de colores. Se quita la chaqueta, me envuelve en
ella, y enrolla en un puño su camisa. —Quítate la bota para que pueda
curarte.
Aprieto los dientes contra el movimiento. La única manera de
manejar el dolor agonizante, para evitar que mi corazón se rasgue más,
es mantenerme congelada como todo lo que me rodea.
Morfeo se cansa de esperar, quita la bota, y empuja hacia arriba
el dobladillo de mi leggins. Traza el tatuaje del que le encanta burlarse,
luego presiona nuestras marcas de nacimiento juntos. Una chispa corre
entre nosotros, creciendo como una llama a través de mis venas. El
poder cura su cuello y mis brazos, pero nunca llega a mi corazón.
Durante la euforia del calor, la mirada de Morfeo permanece en la
mía y estoy desnuda hasta los huesos. Él ve lo que está mal.
—Oh, pequeña ciruela. —Su voz es un graznido de
desesperación—. ¿Por qué no me lo dijiste?
Cierro mis ojos. —Lo siento. —La disculpa se convierte en un
jadeo.
—No —gruñe—. Trataste de decirme. En la montaña. Y en la sala
de juegos de Hart. Estuve demasiado preocupado para escuchar.
No más culpa. Tiene que estar pensando en nuestra casa. —
Encuentra una manera. —Trago otra oleada de sangre y saliva—. Salva
al País de las Maravillas.
Morfeo me levanta en sus brazos, me acuna suavemente. —Eso es
exactamente lo que pretendo hacer. —Aunque puedo sentir su calor
filtrándose a través de la ropa, me estremezco.
A través de los ojos entrecerrados, lo veo enviar un rayo azul de
sus dedos a las ramas de arriba. Usándolo como cuerdas, tira del dosel.
Sus alas aletean, provocando ráfagas de nieve. Salimos del bosque
hacia el cielo. El terreno que duerme del País de las Maravillas pasa por
debajo de nosotros en las alturas, blanco y brillantes. Una franja negra
puntea mi visión periférica.
Mi estómago patea una vez, me recuerda que estoy viva. Entonces
cierro los ojos y enfrento la oscuridad esperando allí.
21
Suturas
Traducido por Jenni G.
Corregido por Fany Stgo.

El sonido de campanillas me despierta, tintineante y melódico.


Una ráfaga de espíritus de la naturaleza raspan a lo largo de mi cuerpo.
Mis rastas se han ido y mi cabello se encuentra desparramado sobre la
almohada, en ondas rubias. Los espíritus del bosque se maquillan y
abrochan brillantes joyas acomodándolas con mucha precisión y
habilidad como en un auto lavado automático, dejando el aroma de
perfume y polvos a su paso.
Un espíritu del bosque pasa rápido por mi nariz y me hace
cosquillas en la punta. Se parece mucho a Nikki, tengo que mirar dos
veces. La picazón que me causó evoluciona a un estornudo, enviando a
todas las pequeñas hadas en una dispersión como semillas de diente de
león.
Ellos charlan disgustados.
Me froto los ojos, me incorporo, y hago un balance de lo que hay a
mi alrededor.
Estoy hundida dentro de una cama grande bajo un suave edredón
tan blanco y esponjoso que parecen montones de nieve. Los espíritus
del bosque se reúnen en el cesto del suelo de mármol blanco, con
cuatro asas, y revolotean a través de la puerta entre abierta.
Parpadeo. Nunca he estado aquí, pero sé de este lugar por los
bocetos que Morfeo dibujó una vez en la parte de atrás del libro Las
aventuras de la madre de Alicia en el país de las Maravillas. Este es el
castillo de cristal de Ivory y me encuentro en una cámara ornamentada:
paredes de vidrio con hielo que me dan privacidad del otro lado, y
candelabros de cristal sin velas o mecha. Sus llamas plateadas flotan,
como luciérnagas suspendidas en el aire.
Un diván cristalizado asentado en frente de la chimenea donde
más llamas de plata crepitan. De alguna manera, desprenden calor y
luz sin derretir el hielo de las paredes. Mamá y papá duermen
profundamente sobre el cojín blanco, ella en su regazo y sus piernas
enredadas. Su espléndido perfil desaliñado, con la nariz metida en su
largo cabello rubio rosáceo. Los mechones se mueven, vivos con magia.
Sus alas translucidas se hallan plegadas detrás de ella como una
mariposa en reposo.
Se ven tan encantadores juntos, el caballero blanco y su novia
hada, uno en los brazos del otro al fin. A pesar de todo lo que han
tenido que soportar para llegar hasta este lugar, su amor nunca
flaqueó. Se merecen esto más que nadie que conozca.
Mi corazón se llena de felicidad y me preparo para el dolor
desgarrador que le seguirá. En cambio, una pequeña onda se hace eco
de la emoción. Es como una libélula embistiendo contra mi esternón —
delicada y entusiasmada. Respiro hondo, más fuerte y más en paz de lo
que he estado desde comencé este viaje, tal vez toda mi vida.
Algo se mueve en la parte trasera de mi cráneo. Roja todavía se
encuentra allí, acurrucada en el luto, pero pierde poder por segundo. Es
solo cuestión de tiempo hasta que salga de mí y se marchite en la nada.
Soy la única que la mantiene en su interior, aunque puedo dejarla ir
cuando esté preparada. Su hechizo en mi corazón se ha reparado.
¿Cómo?
Miro el camisón antiguo cubriéndome. Cosido de pura tela blanca
y encaje —tan transparente como los vidrios que rodean esta
habitación— con aberturas en la parte de atrás para las alas. Un corsé
body de encaje de plata ofrece un poco de modestia debajo.
Borrosos brillos de luz purpura detrás del corsé. El resplandor
irradia dentro de mí… debajo de mi piel y detrás de mi esternón.
Se me revuelve el estómago. La última vez que vi magia como
esta, venía de dentro de Jeb —una combinación de Roja y Morfeo
presiona.
Pasos resonando atraen mi atención hacia la puerta de cristal.
Una cabeza calva brilla en las sombras. Rosa, húmedos ojos destellan
dentro de la piel albina que cuelga en rollos de arrugas como un
cachorro shar-pei.
—Tarde, digo. Reina Alyssa. Llego tarde.
Aliso mi vestido y sonrío. —Rabid. Me preocupaba que se
congelaran.
—Invitados al castillo de hielo, estábamos. Antes del invierno
convocado por Ivory.
Así que eso fue lo primero que vi en mi primer sueño de mamá.
Ivory la trajo, Grenadine, y mi consejero real Rabid White quedarse
aquí, donde estarán protegidos de doldrums.
Un conejito del tamaño de la silueta de Rabid espera en la
entrada.
—Por favor, entra. —Señalo hacia delante. Él atraviesa el umbral.
Sus labios espumosos hicieron un mohín concentrado en balancear la
corona de rubís sobre un cojín encima de sus manos enguantadas.
Su cuerpo esquelético choca contra sí mismo dentro de la
chaqueta roja con cada movimiento deambulado. Pongo un dedo sobre
mi boca para silenciarlo.
Mira a mis padres dormir y hace más lentos sus saltos a pasos
torpes, intuitivos a pesar de su aspecto lúgubre y ojos muy abiertos.
Eso es lo que lo convierte en un formidable consejero real. Como la
mayoría de los del Inframundo, es ambiguo. Introspectivo e ilegible
cuando es necesario. Así es como me engañó el año pasado para que
pensase que me iba a matar, cuando desde el principio solo quería
ponerme en mi trono.
Se encuentra vestido como la primera vez que lo conocí, excepto
que hoy su abrigo está repleto y tiene botones de terciopelo negro y un
cuello de piel haciendo juego.
Simpatía corre a través de mí por la horrible silueta oculta bajo la
lujosa ropa. Nunca olvidaré como Roja le despojó de su orgullo y de su
piel. Una parte de mi quiere contarle la verdad. Que ella causó su
deformidad, que cuando salvó su cara del ácido, era todo una
estratagema para asegurar su lealtad. Pero ¿qué bien le hubiera hecho
decirle que era un peón? Roja ya no será una amenaza nunca más,
para nadie. De hecho, es triste, cuan inútil e indefensa es ahora.
Una punzada de profundo remordimiento empuja dentro de mi
cráneo donde ella se esconde. Crece cuando Rabid se acerca a la cama,
lo suficiente para que Roja susurre dentro de mí—: Por favor… alíviame
de mi miseria. Deja que le diga del arrepentimiento de mis acciones, luego
libérame para que pueda dejar de existir.
Un poco tarde, susurró en mi interior, luchando contra las
inclinaciones a la misericordia. Todavía tengo que decidir tu destino.
Rabid llega junto a mi cama y levanta el cojín. Sus borrosos
cuernos blancos casi lo derrocan al arrodillarse. Pongo una mano sobre
su cabeza para equilibrarlo. Pasamos algunas cosas locas juntos
cuando se coló en el reino de los humanos antes de la fiesta de
promoción apocalíptica. Se ha ganado mi eterna confianza y afecto.
Suspira —un sonido de satisfacción— luego continúa—: Es la
hora, Reina Grenadine dice —dice Rabid con espuma alrededor de su
boca—. Coronación de la Reina Alyssa, ella manda.
Desconcertada, tomo el cojín, poniéndolo en mi regazo sobre las
mantas. Enrollada en el centro de la corona hay un nuevo rubí con un
duplicado de la llave en una cadena de filigrana. Lo coloco alrededor de
mi cuello. He echado de menos llevar la llave del reino otra vez sobre mi
pecho. Las yemas de mis dedos trazan el intrincado marco de oro de la
corona, y la sostengo para que los rubís reluzcan en la tenue luz.
—¡Alyssa, no! —La voz asustada de mamá causa que el pobre
Rabid tambalee la cabeza contra el suelo. Pongo la corona a un lado,
lanzando las mantas, y moviéndome con los pies descalzos e intento
ayudarlo. Mamá y papá están a mi lado en un instante, parpadeando
sus ojos agotados.
—¿Hola? —digo, más bien una pregunta. Me abrazan,
encerrándome entre su perfume florar y su musgosa esencia limpia.
Mamá me besa en la frente, y papá acaricia mi arreglado cabello rizado.
—Estábamos tan preocupados —susurra mamá.
—Estoy bien —respondo. Miro a papá—. Pero no entiendo,
¿cómo…?
Él abre su boca, pero calla de repente cuando Rabid escala a la
cama y escarba a través de las mantas por la corona, extendiéndomela
otra vez. —Listo para servir a la Reina Alyssa, estoy. Esperar largo
tiempo. Tengo muchas pero muchas deudas que pagar. Leal, siempre y
para siempre jamás.
—Aún no es el momento. —Mamá se enjuaga las lágrimas de la
cara y quita la corona de las manos de Rabid.
Rabid sisea, sus afilados dientes desnudos, sus ojos brillan
calientes. —De lo contrario, Reina Grenadine dice.
Coloco mi mano sobre su cabeza y se inclina otra vez, relajándose
obedientemente.
—El plan ha cambiado —dice papá, moviéndose con cautela, ya
que ayuda al Inframundo a bajar. Acompañándolo a la puerta—.
Enviamos el aviso a Grenadine, pero lo debe de haber olvidado. Ella no
tiene sus cintas para ayudarla a recordar en este momento. ¿Por qué no
traes a Ivory con nosotros? Ella te explicará todo.
Los ojos rosados de Rabid pierden su brillo, brumosos como el
algodón de azúcar. Antes de que se cierren las puertas murmura—:
¿Zombis en Juguetolandia?
Papá hace una pausa echándolo e intercambia una mirada
preocupada con mamá.
Me rio. —Es un juego de mi teléfono. Rabid superó mi puntuación
hace una semana. —Le sonrió a mi pequeño asesor—. Volveremos a
jugar de nuevo pronto. Tengo que conseguir mi título de nuevo.
Sus ojos brillan. —¡Generosa estás tú! ¿También galletas? Rabid
White está hambriento. Siempre.
Me rio. —Sí, siempre. Voy a tener que hacerte algunas galletas.
Sonríe, luego salta alejándose por el pasillo, buscando más como
un conejo que como un demente ser de otro mundo.
Papá cierra la puerta y mis padres me miran como si fuera un
espejismo que fuera a desaparecer en cualquier momento.
—Está bien. —Ya dejé de estar en la oscuridad—. ¿Qué sucede??
La mirada de mamá cae en el resplandor morado que irradia en
mi pecho. Me olvidé con la inesperada llegada de Rabid. Mantengo mi
mano sobre el vestido, presionando mi llave contra la zona que brilla.
Una oleada calientes destellos de recuerdos felices: Morfeo y yo de
niños, luego Jeb siempre estaba allí durante mis años de escuela
secundaria. Sus voces siguen, mezcladas y llenas de amor y aliento: Tú
eres lo mejor de ambos mundos… Tienes esto, chica- patinadora-hada-
reina.
Miro a mis padres, buscando ver las respuestas en sus rostros. —
¿Dónde se encuentran Jeb y Morfeo? —pregunto, mi garganta se
reseca—. No puedo creer que no estén aquí. Casi me muero.
—Ellos han estado aquí, pero… Ivory te explicará su ausencia. —
Mamá vuelve sus ojos hacia papá. Detrás de sus negras pestañas y
azules iris salpicados con turquesa hay ansiedad.
¿Ausencia? El conocimiento revuelve mi estómago. Este cambio
dentro de mi corazón es una combinación de ellos y su magia. Sigo sin
tener idea de cómo Jeb mantuvo el poder de Roja después de aparecer
en el País de las Maravillas de en CualquierOtroSitio, pero la gran
pregunta atormentándome es, ¿por qué no se encuentran aquí?
Mi mente vacila con terribles escenarios.
—Mariposa, siéntate. —Papá apoya mi codo y me desliza de vuelta
a la cama. Ofrece su sonrisa Elvis, pero no me convence por el tic e sus
parpados que le sigue.
—Los chicos —chillo.
—Se encuentran bien —responde—. Vendrán a verte pronto. Se
encuentran ocupados ahora.
Dejo escapar un suspiro, mi alivio es tan palpable que casi puedo
saborearlo. —¿Ocupados con qué?
—Recreando el País de las maravillas — responde mamá.
Me levanto. —Se suponía que yo debía ayudar a Ivory con eso. Se
necesitan dos reinas trabajando juntas, de ambos reinos. Esta es la
mitad de mi mundo, y totalmente mi responsabilidad.
La cara de papá se ruboriza. Me cubre con una colcha. —Se
necesitan dos reinas con corona mágica. Ivory te explicara. Y necesitas
conseguir algo de ropa si tu plan es salir de esta habitación.
—Ella no puede salir —interrumpe mamá—. Allie, hay
instrucciones para las suturas mágicas.
Ato la colcha alrededor de mi cuello, formando un vestido. —
¿Suturas? —Vuelvo a la cama y apoyo mis caderas contra el borde del
colchón—. Pero Roja dijo que no había magia que ella conociera que me
pudiera ayudar.
—Eso es cierto. —Al oír la voz de Ivory, miro hacia la puerta.
Tanto su piel blanca como su vestido largo a capas brillan como el hielo
cristalizado de las paredes de esta sala—. Este tipo de magia nunca ha
sido experimentada por Roja, o por la mayoría de los Inframundos. —Da
un paso dentro. Chessie se sienta encima de su hombro izquierdo y
Nikki en el derecho, lo que confirma que no me he imaginado lo del
espíritu del bosque de antes. Solo hay una explicación: Jeb la pintó.
—Jeb no dreno la magia de Roja —me atrevo a decir.
Las alas de Ivory aletean detrás de ella, parece una capa de
plumas. —Su musa se ha alterado para siempre. El vínculo era tan
fuerte entre su impulso creativo y la obstinada mente cerrada de Roja,
se fusionaron y paso a ser una entidad. Así que, aunque la magia de
Morfeo volvió a su nave original, Roja se mantuvo dentro de tu caballero
mortal. Su talento para la pintura es algo viviente ahora, retenido
dentro de él. Y es más poderoso de lo que fue en el Mundo Espejo, ya
que no hay hierro que manche o debilite sus creaciones. No se pueden
borrar con agua. Volviéndose tan reales como tú o como yo.
Tan indignante e inquietante como es este concepto, tiene
sentido. —Por lo tanto, debido a que su poder proviene de Roja,
mantiene su sangre real y su corona mágica. Él ayudo a recrear los
paisajes contigo.
—Sí —dice Ivory, sonriendo—. Y Morfeo nos guío, como él conoce
todos los rincones del País de las Maravillas, hasta la selva ocupada
solo por las solitarias hadas. Era su lugar para crear los bocetos para
Jebediah que Jebediah siguiera. Ya hemos terminado.
Una extraña oleada de tristeza me recorre y me vuelvo a sentar. —
Se suponía que iba a ser una parte de ello. Era mi deber.
—No, Alyssa, —me regaña Ivory—. Tu deber era descansar y
sanarte, tu reino necesita una reina, no un cadáver, ¿correcto?
Asiento, pero con poco entusiasmo.
Mamá se sienta a mi lado, su brazo rodea mi cintura. —Allie,
todavía hay algo muy importante para que hagas. Solo tú puedes
decidir qué pasará con Roja. ¿Vas a echarla y destruirla? ¿O devolverla
a la Hermana Dos como un espíritu de la naturaleza inquieto?
El espíritu del bosque inquieto. Roja se halla mucho más allá de
cosas como esas. Nunca había visto a alguien tan abatido y cansado.
Sus recuerdos no olvidados son inamovibles cadenas a su alrededor.
Ella llora dentro de mí, acurrucándose más apretada.
No es tan fácil de aplastarla ahora que ha recordado. Ahora que
tiene remordimientos. Incluso se sabe que fue de su rey, como siempre
estará encerrado en la caja jabberlock, debido a los sucesos que ella
puso en marcha. Su venganza ha perdido todo significado.
Me digo a mi misma que la dejo con vida para castigarla, pero hay
más que eso.
—Vine para matarla —digo, buscando el consejo de mis
sentimientos contradictorios.
—A lo mejor es suficiente con que recuerdes que hay algo más
para vivir que la muerte y la destrucción —dice papá, acariciando la
parte superior de mi cabeza.
—Debes decidirlo pronto —añade Ivory—. En unas horas,
después de que el paisaje se haya estabilizado, voy a despertar a todos
los habitantes que duermen en mi hechizo. Tendremos un banquete, y
juntos garantizaremos que nuestro mundo es seguro y fuerte.
Independientemente de lo que decidas sobre Roja sentará un
procedente de como tus súbditos te ven como una reina.
Como si las cosas fueran demasiado graves para su gusto,
Chessie me mira, sus ojos transmiten su alivio al yo estar bien. Nikki
sigue mirándome con timidez, con los ojos de una extraña. Ella no es
exactamente el mismo pequeño espíritu del bosque. Es una versión
actualizada, pero a Chessie sigue encantándole tenerla de vuelta.
Sonrío y abro mis manos para que él pueda acurrucarse ahí.
Nikki se posa en mi pulgar, prudente e inquisitiva.
Miro a Ivory. —¿Qué pasa con la magia que me sanó?
Ivory mira a mis padres. —¿Puedo tener un momento a solas con
su hija?
Papá asiente y aprieta mi hombro. Mamá besa mi mejilla de modo
tranquilizador. Tomados de las manos como los adolescentes, salen de
la habitación y cierran la puerta al salir.
—Esta magia —apunta a mi pecho—, está hecha del amor más
inocente, Alyssa. El amor por los niños. Pura e incondicional.
Chessie se lanza desde mis manos y revolotea por la habitación
con Nikki a cuestas. Miro hacia el débil brillo detrás de mi esternón. —
No lo entiendo.
—Ven. —Ivory me lleva a la chimenea. Las llamas plateadas
parpadean, cepillando los pálidos iris de Ivory, cejas, y pestañas con un
brillo como la nieve a la luz de la luna. Nos sentamos juntas en el salón
de cristal y mueve su cabello plateado que le llega hasta la cintura
sobre el cojín blanco. Nikki se coloca encima de la enrollada espiral y
gira sobre sí misma en las hebras.
La forma elegante del largo cuello de Ivory me recuerda a la forma
de cisne que a veces toma. Igual que Morfeo toma la forma de una
mariposa. Me impacta enteramente que mi aspecto alternativo sea mi
ser humano… Que mi magia nunca tendrá un color revelado, porque
soy mestiza. Esto me diferencia, al igual que mis sueños e imaginación.
Esto me hace especial en ambos mundos. ¿Qué es lo que Morfeo ha
estado haciendo todo este tiempo? ¿Qué es exactamente lo que Roja
esperaba conseguir generando una raza de mestizos, antes de que
perdiera la visión de sus nobles intenciones originales?
Roja se remueve en la parte de atrás de mi cabeza, reduciéndose
en agonía.
Ivory extiende su palma de la mano y aparece una burbuja de
Softball grande, luminosa y clara.
—¿Otra visión? —pregunto, recordando con demasiada claridad la
última que me había mostrado y el voto de vida mágico que le siguió. No
tengo planeado hacer más votos por un tiempo.
—Esto no es una visión. Más bien, es una mirada a tu pasado
reciente.
Chessie se baja y, con un puf, se disipa en un destello naranja y
humo gris. Su neblina se desplaza a través de la burbuja como una
nube, dando claridad a la imagen borrosa que toma forma en el interior.
Todos mis sentidos sintonizados: Veo, oigo, huelo, siento y
saboreo el momento.
Morfeo trae mi cuerpo inconsciente a esta habitación y me sitúa
sobre la cama encima de la colcha nevada. Hace una pausa, mirando
fijamente mi cara, las joyas bajo sus ojos grises tormentosos. Mamá se
mueve a su alrededor, sus alas aletean nerviosamente. Da un paso hacia
atrás mientras borra la sangre de mis labios y colapsa sobre mí, llorando.
Chessie revolotea ansiosamente.
Morfeo se vuelve hacia él, con la mandíbula apretada. —Ve a
través del pasaje del espejo… Trae a Thomas y a Jebediah. ¡Date prisa!
Chessie se aleja agitado.
Hay un movimiento en la puerta e Ivory pasa dentro. —Ahora solo
hay una manera de salvarla.
Mamá mira hacia arriba, el blanco de sus ojos esta enrojecido.
Incluso en la tristeza, ella es hermosa, su piel luminosa y suave como si
tuviera veinte años menos. —No. Todavía no. Todavía tiene otra vida que
vivir.
Ivory serpentea sus manos blancas como la nieve juntas. —Si
quieres que ella viva del todo esta es la única manera. Ya he convocado a
Grenadine a enviar la corona mediante Rabid. Están en la torre norte, así
que estarán aquí pronto.
—No podemos hacer esto. —Mamá endurece sus hombros. Todas
las vulnerabilidades desaparecen de su rostro. Sus alas se elevan detrás
de ella. Está decidida, lista para pelear.
Ivory se acerca y pone una mano sobre su hombro. —Al poner la
corona sobre su cabeza, renovaremos su Inframundo corazón. Volverá a
la edad que tenía cuando vino el año pasado, la edad de su coronación. Y
será más fuerte que nunca.
Mamá coloca las rastas alrededor de mi cabeza. —Pero su mitad
humana es demasiado débil para soportar la oleada. Morirá. Estará
siempre perseguida por su ausencia.
—Le podemos dar una poción del olvido —sugiere Ivory—.
Desterrar los recuerdos. Será la Reina Roja, con nada de humano para
impedir su reinado.
—Y en el proceso, —dice Morfeo frente a la chimenea—, destruirás
algunas de sus mejores cualidades.
Mamá e Ivory lo miran, como si se sorprendieran al oír esas
palabras saliendo de sus labios.
Él se sienta con fuerza en el diván, alas recogidas sobre la
espalda, luego se encorva con los codos apoyados en las rodillas. Las
llamas plateadas destellan en su rostro enjoyado. —¿Qué hay de su
extravagancia y curiosidad? Su imaginación, sus sueños. Todo eso forma
parte de su condición humana.
Mamá le mira con incredulidad. —Esto se debe a tus planes. La
presionaste para que te escogiera… Para que eligiera el País de las
Maravillas sobre su otro lado. ¿Qué pensabas que pasaría?
Morfeo se encorva, miserable.
—Alison. —Ivory se sienta al lado de mamá en el colchón—. Estás
siendo demasiado dura. Esta ruptura no fue causada solamente por sus
esfuerzos para que eligiera entre su mundo o su amor por Morfeo y su
caballero mortal. Roja puso un hechizo sobre su lado Inframundo, con la
esperanza de poder dominarla y destruir la otra.
—Yo puedo, porque todo comenzó cuando Allie vino aquí el verano
pasado. —Mamá mira a Morfeo de nuevo—. Ahora finalmente vas a
conseguir lo que querías. Tenerla aquí en el País de las Maravillas
contigo. Tenerla con los lazos humanos rotos para siempre. Deberías
estar celebrándolo. Has ganado.
—¿Ganar qué? —pregunta papá desde la puerta.
Antes de que alguien pudiera responder, Jeb viene detrás de él.
Maldice y se apresura a la cama con papá.
Ivory se mueve a un lado mientras explica todo, incluyendo el plan
sobre la mesa.
Papá camina hacia Morfeo. —¿Estás contento? Lo hiciste todo por
el País de las Maravillas. Ahora ella debe convertirse en una reina sin
una familia que la quiere.
Jeb sujeta el brazo de papá antes de que pueda cruzar al otro lado
de la habitación. —Thomas, no fue solo él. Estábamos alejándola
también. Intentando convencerla de quedarse en nuestro mundo.
Tenemos que estar unidos ahora, pensar en Al y como mantenerla con
vida. —Hay tormento detrás de sus ojos verdes, porque sabe que se
encuentra a punto de renunciar a mí para siempre. Pero no hay duda,
solo una dolorosa resignación.
—Jebediah tiene razón. —Morfeo se encuentra con la mirada de
Jeb. Un entendimiento tácito pasa entre ellos—. Este no es el camino
para la salvación de Alyssa. Si ella pudiera hablar por sí misma en este
momento, insistiría que debe haber otra manera.
—No se me ocurre nada, y se nos acaba el tiempo —responde Ivory
tristemente. Sus alas cuelgan bajas en su espalda, parecen pesadas.
—Entonces hay que ponerla en hielo —sugiere Morfeo—. Congelar
su corazón y nos dará la oportunidad de llegar a más opciones.
Ivory está de acuerdo.
Una oleada ártica se precipita a través de mí y mi sangre se
ralentiza en mis venas, como nieve a medio derretir helada. El dolor de
mi pecho desaparece.
Mamá acaricia mi pelo helado y papá cae sobre sus rodillas al lado
de Jeb, enterrando su cara contra mi vestido escarchado.
—Si solamente tuviéramos el diario —dice Jeb distraídamente,
frotando mis dedos dentro de los suyos, como si tratara de mantenerme
caliente—. Su magia interior. Podríamos usarla de algún modo.
Morfeo inclina su barbilla. —El diario. Por supuesto. —Se pone de
pie y mira fijamente a Ivory—. Estamos enfocando mal todo esto.
Tenemos que pensar en su corazón como un objeto… como un juguete.
¿Qué hace que los juguetes abandonados sean tan poderosos cubiertos
por las almas de las Hermanas Dos? No es tanto lo que son, si no lo que
utilizan para sellarlos.
—La magia del amor de un niño. —Ivory frunce su boca rosa
pálida—. Podría funcionar, ya que ambos han compartido su infancia en
diferentes momentos.
—Merece la pena intentarlo, como mínimo —añade Morfeo.
Ivory asiente, arroja una mirada sabia y conocedora hacia Jeb. —
El sello solo sería una solución temporal, abrásenla juntos hasta que ella
pueda sanar. Deben estar dispuestos a comprometerse… ver más allá de
sus necesidades, y aceptar que ella está destinada a alcanzar algo más
que sus expectativas para ella. Deben apoyarse mutuamente como una
constante en su vida si quieren salvar su corazón humano e Inframundo.
Ella debe vivir en ambos mundos la misma cantidad de tiempo. Esto le
permitirá a su corazón crecer y curarse, pieza por pieza. Una vez que se
haya curado y unificado, ya no necesitará las suturas, y podrá ser
coronada sin perder una parte de lo que es. ¿Se hallan dispuestos a dejar
que tenga ese doble futuro? Les corresponde la decisión. Ella está
demasiado débil para hacerlo por sí misma. La codicia y ansias de
venganza de Roja aseguraron el corazón de Alyssa en el campo de
batalla.
—Haré lo que sea necesario —responden Morfeo y Jeb a la vez, sin
dudar.
La burbuja en la mano de Ivory estalla, Chessie se re materializa,
y al momento se ha ido.
Frunzo el ceño, abrumada por la devoción de Jeb y Morfeo, pero
sigo confundida.
Ivory pone la palma de su mano sobre mi corazón. —¿Qué ves
dentro?
Cierro mis dedos en un puño. —Algunos de mis recuerdos más
felices con cada uno de ellos, cuando éramos más jóvenes. Pero desde
sus puntos de vista, no del mío.
—Ahí está la magia. Ambos te han amado con el amor de un niño,
y ahora un hombre. Es el amor de un niño lo que te mantiene unida…
cimentada por los momentos más preciados que compartiste con cada
uno de ellos. Tuvieron que desnudar sus mentes, corazones y almas
entre ellos y enviarte los sentimientos directamente, montando su
magia para sellar las dos mitades de tu corazón. Esas son las suturas.
Y su amor por ti les ha dado fuerza para ver más allá de su orgullo y
compromiso. Durante el día, vivirás en el reino de los humanos, pero
por la noche, mientras duermas, Morfeo te traerá aquí en tus sueños.
Continuarás aprendiendo la política de nuestro mundo y a
familiarizarte con sus temas y su dominio; aprenderás a confiar,
entender y trabajar con él, para que un día —si decides casarte con uno
y reinar juntos— su enlace será irrompible. Y el País de las Maravillas
será inatacable.
Me asombra que los dos chicos estén de acuerdo con el arreglo.
Especialmente Morfeo… Porque tiene que volver a soñar y esperar para
estar conmigo en la realidad. Dijo que estaba harto de esperar.
¿Realmente estaría posponiendo nuestra vida juntos y el nacimiento de
nuestro hijo? Nuestro hijo…
Agarro la mano de Ivory. —Espera. Hermana Dos. Tenemos que
apaciguar la necesidad por zarrapastrojones en el cementerio. Tiene que
haber sueños para las almas inquietas. O si no seguirá tomando niños
humanos. No tendrá opción.
Ivory estudia mi cara. —Por fin te das cuenta de que las reglas
están aquí por una razón, aunque parezcan bárbaras. Pero la verdad,
me gustaría ver está practica en particular alterada, tanto como tú.
Nuestra especie nunca ha estado en el negocio de la búsqueda más
humana de hacer las cosas. Somos de la mentalidad del fin justifica los
medios. Pero con dos reinas que se preocupan lo suficiente para
encontrar otra manera, esto puede cambiar. Y nuestro reino será más
fuerte una vez que no necesitemos recurrir a las materias primas del
exterior. —La libélula de alas negras pintadas franquea su sien
arrugando sus pensamientos—. Por ahora, tenemos un compromiso que
durara tanto como tu caballero mortal viva. Se ha ofrecido voluntario
para ser el chico de los sueños de la Hermana Dos.
Mi estómago cae.
Chico de los sueños. Me invaden las imágenes de mi padre siendo
desviadas de sueños y pesadillas de niño. Mi alucinación en el hospital
hace un mes regresa: Jeb enfundando dentro una hoja gruesa de seda
de araña, yo abriéndolas, entonces él mirándome con ojos inexpresivos.
¿Fue una visión desde el principio?
Ivory no lo mencionó en la explicación anterior de mi futuro, solo
que iba a vivir mi vida en el reino de los mortales.
Jeb tiene planeado sacrificar su existencia así no sufrirán más
humanos, porque eso es lo que él hace. Protege a los vulnerables. No
importa lo que cueste.
Mi piel destella caliente y fría. No esta vez. No cuando él
finalmente encontró su camino.
Sin decirle nada más a Ivory, me levanto y corro hacia la puerta,
insistiéndole a Chessie para que me enseñe donde se encuentra Jeb.
Sale volando delante de mí con Nikki bordeándole por detrás. Ivory
grita, pero el tiempo es demasiado valioso. No me detengo.
Giro una esquina que abre un pasillo largo y elegante.
No hay tracción en el piso de mármol blanco. Mis pies descalzos
se resbalan. Enderezándome, me desato el vestido improvisado y lo
quito mientras libero mis alas y emprendo el vuelo por la gran
extensión. Paso a una docena de caballero enanos que me miran con
curiosidad, pero no parece que vayan a interponerse en mi camino.
Ni siquiera siento vergüenza de usar un vestido transparente. No
hay necesidad de ser apropiada o modesta. Soy la reina Roja:
indomable, salvaje y maniática. Me atrevo a decir que nadie cuestionara
mi elección de ropa.
Estoy en una misión. Hermana Dos no va a usar a Jeb hasta que
su corazón se detenga y él sea un cadáver sin sueños.
Ese no es el final que mi caballero mortal merece.
22
Paisajes imaginarios
Traducido por Andreeapaz
Corregido por Sandry

Chessie y Nikki me llevan a la torre más alta que domina el reino


de Ivory, entonces revolotean antes que pueda darles las gracias.
Jadeando para tomar un respiro, espero en la puerta abierta y
absorbo mis alas. La larga sala es de cristal. Las ventanas son
innecesarias en un palacio con paredes transparentes. A diferencia de
la cámara en la que estaba antes, no hay escarcha o hielo que impida la
vista. La luz del día refleja la nieve afuera e ilumina los alrededores con
un sol brillante.
Finley está sacando los lienzos de sus caballetes, de espaldas a
mí. No hay señales de Jeb.
Camino adentro silenciosamente. Montones sobre montones de
lienzos se encuentran en el suelo, todos ellos con paisajes
maravillosamente extraños. Reconocería la obra en cualquier lugar.
Miro hacia el mundo exterior de la torre de cristal, donde
manchas de color en el horizonte se filtran en las pinturas de Jeb. La
fluida metamorfosis me recuerda a cuando era pequeña, cuando
realizaba emparedados de crayón entre hojas de papel encerado, y con
un hierro caliente, papá las fundía en relucientes “obras maestras de
cristales de colores”. Nunca pensé que se vería tan vibrante, con
alucinantes estallidos de color en alguna otra cosa que no fuera un
caleidoscopio, ciertamente no a través del mundo entero.
Estoy asombrada.
Los movimientos del cielo llaman mi atención. El elegante arco y
las levantadas alas negras gigantes se abalanzan a través de las nubes,
haciendo agujeros que se cierran de nuevo antes de que pueda
parpadear. Incluso si estuviera envuelta en la neblina blanca y
esponjosa, ya sé que es Morfeo, supervisando el renacimiento de su
querido hogar. Una parte de mí duele por estar con él. Para subir a la
cima de esta torre y sumergirnos y así poder volar juntos, cogidos de la
mano, sintiendo el viento azotando a través de nosotros. Quiero ver las
joyas en su cara brillando a través de un arcoíris de emociones.
Pero algo más me está llamando en este momento, un tirón igual
de fuerte…
Jeb se ha superado a sí mismo. Él trajo a nuestro mundo un
esplendor alocado de nuevo, y el País de las Maravillas estará siempre
en deuda con él. No voy a permitir que se sacrifique por alguien más.
Finley deja de trabajar, preocupado por un espejo de pie en un
rincón más alejado. Su cuerpo bloquea el reflejo que está mirando.
Al igual que en mi visión, él lleva puesto un uniforme de un elfo
caballeroso: pantalones negros que se ajustan como vaqueros bien
gastados, una cadena de plata que da dos vueltas, y una cruz brillante
de diamantes blancos sobre su muslo izquierdo. La camiseta es de
manga larga, hecha de tela elástica —que se aferra a sus músculos— de
plata con rayas negras verticales.
—¿Dónde está el artista? —Mi pregunta sale más cortante de lo
que me propongo.
Finley se gira. Al verme, mira hacia abajo y revuelve una mano
por su oscuro pelo rubio en un gesto extraño, recordándome a como mi
vestido debe verse con el sol filtrándose.
Me ruborizo, pero no me alejo.
—Él se llevó el fragmento del espejo. —Finley deja de lado el lienzo
que está sosteniendo, revelando la superficie del espejo.
Doy un paso más cerca. Un gran agujero parpadea en el reflejo,
lleno con finos hielos cayendo de los árboles. Un sinfín de osos y
animales de peluches, payasos de plástico y muñecas de porcelana,
cuelgan en las redes de las ramas caídas.
Las almas inquietas.
Me quedo sin aliento mientras la imagen desaparece.
Entonces Jeb está en el cementerio, más allá de los sauces
muertos y estériles, en el refugio de una red, donde una gruesa
envoltura se combina con la luz y el aliento. Las raíces brillantes ya se
pudieron adherir a su cabeza y su pecho, llevándolo lejos de sus sueños
e imaginación.
Me trago un gemido. Todos los nervios de mi cuerpo se erizan con
rabia.
—Imagina donde tus deseos van —susurro, y se dibuja la imagen
de la guarida de la Hermana Dos —la parte más profunda—, donde
almacena su soñador, el que ofrece entretenimiento para mantener en
paz a aquellas inquietas almas miserables.
El cristal cruje y Jeb aparece en el reflejo. Él no está envuelto
todavía en tela o conectado a las raíces de los árboles, pero la tumba de
araña todavía se encuentra encima de él, sus ocho patas están
clavándolo en su lugar. La tela a rayas de su falda de verano esta
amplia como un arco alrededor de sus hileras. Su torso, aparentemente
humano, tenso debajo de una blusa a juego. En su mano izquierda,
tiene un par de tijeras de jardinería en lugar de dedos, preparándose
para cortar, a momentos de triturarlo como un vegetal.
Con un subidón de adrenalina, levanto mi llave para abrir el
cristal del espejo.
Finley detiene mi mano. —No puedo dejar que haga eso, señorita.
Ivory pidió que no pudieran ser molestados.
Libero mi mano. Con una mirada a la habitación, conjuro una
pila de paños caídos en una esquina para que se eleven y se vuelvan
contra él como fantasmas enfadados. Dos de ellos se extienden con los
dedos como garras y sujetan sus brazos. Los otros proyectan sombras
azules en toda su cara, a la espera de mis instrucciones. Me sorprende
como sin esfuerzo mi lado salvaje se hizo cargo. Sorprendida y
complacida.
—Ivory tendrá que tener una explicación para la Reina Roja —
gruño.
Incluso con mis fantasmas sosteniéndolo, Finley no se inmuta.
Resolución cruza por su cara. Obviamente, él no tenía ni idea. Yo no
puedo culparlo. No veo exactamente la parte de la realeza ahora mismo.
—Perdóneme, Majestad. Estaré aquí para abrir el espejo de este lado,
cuando haya terminado.
Permito a los paños caer al suelo. Mientras inserta la llave en el
agujero formado en el cristal agrietado. El reflejo ondea como líquido y
paso. Una neblina de remolinos me rodea, y una sensación de vértigo
barre a través de mi piel.
Me sacudo la desorientación y la escena se abre a la realidad. Un
rancio escalofrío está en el aire y unas mantas de nieve en el suelo. Los
gritos y lamentos perforan mis tímpanos como piezas de juguetes.
Por encima de todo, los gritos agónicos de Jeb rebanan mi alma.
Corriendo hacia el sonido, me detengo unos pasos detrás de la
Hermana Dos. Ella sostenía su mano de tijera, cubierta de sangre. Su
piel translucida y pelo de color grafito también cubiertos de rojo.
Jeb agarra su muñeca derecha. Vibrantes líneas rojas vienen de
su tatuaje con surcos entre sus dedos, y entonces salpica en la nieve y
su larga túnica manchada de pintura deja brillantes puntos frescos.
Él cae de rodillas, llorando.
—¡Jeb!
El hace una mueca hacia mí a través de su dolor.
Antes de que la Hermana Dos pueda reaccionar, convoco el
capullo de redes que ella ha preparado para él. Los hilos pegajosos
flotan alrededor de ella, atrapándola en su propia red.
Ella lucha, pero todo, desde sus múltiples piernas a los brazos, se
envuelve en su capullo. Sus hojas incluso no se pueden abrir para
cortar donde se unen. —¿Cómo te atreves a poner un pie en esta tierra
sagrada?
La voz que una vez dio un golpecito en mi columna como ramas
de un cristal no tiene poder sobre mí ahora. En lugar de evocar terror,
provocan mi ira —recordándome todo lo que había hecho a mis seres
queridos: la planificación de desangrar a mi padre y dejarlo morir,
atrapando a mi madre ahí, disgustando a Morfeo, y persiguiendo a Jeb
con la intención de dejarlo aquí para siempre.
—Soy mestiza, bruja —hecho humo—, mis poderes no se ven
afectados por este lugar. Entonces vas a tener que rodar la alfombra de
bienvenida. Tus días de no responderle a nadie terminaron. Y Jeb no va
ser tu chico de los sueños. —Animo otra tira de la telaraña por lo que le
da un golpe en sus labios de color lavanda, que silenciaron cualquier
respuesta. Sus ojos azules se endurecen.
Jeb todavía se encuentra agachado, sosteniendo su muñeca. —No
hay marcha atrás para lo que ya se ha hecho. —Su voz es ronca y firme.
Lo que yo pensaba que eran gotas de sangre roja sobre la nieve se
funden para formar un pulso de luz. Son túneles debajo de lo que rodea
la tumba del arquero. No se detiene ahí. Serpenteantes hilos brillantes
se separan y se extienden en las raíces bajo tierra que conducen a cada
árbol. La luz se filtra en los retorcidos juguetes, alimentándolos. Uno
por uno, se depositan en un inquietante silencio sereno.
Jeb se para. Su tatuaje que una vez brilló con el poder y la magia
—el que estaba sangrando hace un momento— es del color de su piel,
sanado y haciéndose una cicatriz. Ni siquiera hay un parpadeo de
reflejos de luz detrás de él.
Sus ojos son diferentes, también —verdes más oscuros, como el
musgo en las sombras. Alguna parte integral de él también ha
cambiado.
—Jeb. —Pongo mis manos en un puño en mis costados—. Hice
una promesa contigo. Por una vida juntos.
Niega con la cabeza. —Te he liberado de tu voto, Al.
En sus palabras noto la diferencia… la frialdad de sus palabras
hace que me quiebre. —¡No! —Me tambaleo hacia adelante y sacudo el
cuello de la Hermana Dos—. ¿Qué hiciste con él?
Jeb suavemente saca mis manos de la mujer araña. —Lo que le
pedí. ¿Ivory no te lo dijo?
—¿Qué te ofreciste voluntariamente como chico de los sueños?
¿Cómo lo hizo mi padre? Es por eso que quieres dejarme fuera de mi
promesa. Así no voy a estar atada a un cadáver. —Mi voz es aguda y
desesperada. Nada como una reina debiera sonar.
Jeb frunce el ceño. —No le diste a Ivory una oportunidad para
explicarlo ¿no? Fuiste volando al castillo media desnuda buscándome
sin dejarla terminar.
Aprieto mi mandíbula.
El me da vuelta para enfrentarlo. Su cara toma color y parece
fuerte y saludable de nuevo. Su ceño se convierte en una sonrisa, esos
hoyuelos son una visión demasiado preciosa para decir una palabra. —
Típico de Al.
—Esto no es gracioso. Lo que hiciste… tenemos que deshacerlo.
Hay otra manera de darles sueños al País de las Maravillas.
Él me mira de reojo. —¿Tener un hijo con Morfeo? ¿Estás lista
hoy para eso?
Mi garganta se contrae. Finalmente sé lo que sin duda soy, pero
todavía estoy aprendiendo quienes Morfeo y yo juntos. No quiero traer a
nuestro hijo antes de tener tiempo para crecer, de trabajar codo a codo
y aceptarnos mutuamente.
Quiero hacer todo bien en esta ocasión, y así nunca herir al País
de las Maravillas de nuevo.
Jeb toma mis manos entre las suyas. —Tú has hecho suficientes
sacrificios. Tu corazón se va a partir por la mitad, tratando de
apaciguar a todos y todo lo que amas. Tú no decides donde vivir. Fue
hecha por ti. Así que, desde este momento, todo lo que pasa entre tú y
yo, o tú y ese anzuelo para búhos, será tú elección. No a causa de
alguna promesa mágica que me hiciste cuando estabas desesperada por
salvar mi trasero de hombre sin tierra. No a causa de un chico de los
sueños que estás profetizada para traer al mundo algún día. Ninguna
de esas cosas debe jugar alguna parte en este momento. Se ocuparán
de ello. Así que puedes elegir qué papel vamos a tener en tus vidas, tus
términos. No hay límite de tiempo. No hay presión.
Aprieto los dedos. —¿Tengo que elegir? Como, ¿cuánto te vas a
quedar en el cementerio?
—No es así. La Hermana Dos tiene el poder para sacar espíritus
de habitantes del Inframundo de un cuerpo poseído. Ella utilizó el
mismo proceso para aislar a mi musa y adherirla a mí, porque es una
entidad ahora… compuesta de mis sueños, pesadillas, y la imaginación,
traída a la vida por la magia de Roja. Eso es lo que va a tomar lugar en
los niños humanos. —Él está tratando de tranquilizarme, pero sus
palabras están lejos de reconfortarme—. Así mismo se mantiene el
equilibrio del cementerio del País de las Maravillas, manteniéndose por
el tiempo que yo viva.
Doy un suspiro tembloroso. Me alivia saber que no está
renunciando a su vida. Pero imaginándolo solo sin sus habilidades para
pintar hace que mi barbilla tiemble. —¿Por qué tienes que arreglar mi
mundo? Tú tienes ya lo has pintado vivo de nuevo. Eso es suficiente.
—Es mi mundo también, porque es parte de la mujer que amo.
Eso es porque lo hice, Al. ¿Vale?
—Pero podríamos haber encontrado otra manera.
—No hay otra manera para mí de ser un humano de nuevo. Estoy
listo para volver... cuidar a mi familia. Sé que he nacido para eso.
Mi garganta se hincha. —Dos veces he visto que has perdido tu
vida por mí. No puedo dejar que renuncies a tu don. —Mi voz es fuerte,
ocultando la impotencia que siento.
—Renunciar a la magia es la única manera para mí de seguir
adelante. —Él libera mis manos y ayuda a la Hermana Dos a liberarse
de su jaula pegajosa—. Es mi decisión. Y lo he hecho.
La Hermana Dos me fulmina con la mirada mientras revuelve
liberándose de la nieve, levantando polvo con sus ocho patas. —Sois
bienvenida en el jardín de las almas, dejando un alma para mantener.
Reina o no reina, poder o no poder, esas son las normas y costumbres
que debéis acatar si deseáis vivir en nuestro reino.
La furia se mueve rápidamente atravesándome, hirviendo. Mi piel
brilla, lanzando pequeños puntos de luz a lo largo de las redes y los
árboles. —Lo suficientemente justo. Pero hay una nueva regla para ti,
cuidadora de tumbas. Entiendo que estas cansada de buscar
soñadores. Bueno, problema resuelto. Ahora tienes una amplia oferta,
no tiene sentido volver al reino humano. Tú lugar se encuentra aquí,
atendiendo a tus deberes. Los portales fuera del País de las Maravillas
serán fuertemente vigilados. Si alguna vez te encuentro husmeando
alrededor de ellos, voy a poner una correa en tus redes y dejarte
colgando durante el resto de la eternidad.
Nos miramos la una a la otra. Ella silva pero mantiene su
distancia, cuidando su magia. Jeb toma mi mano y me arrastra hacia la
imagen de Finley esperando al otro lado del espejo que nos dejó en el
castillo.
En el momento que entramos, el cristal cruje y se vuelve solido de
nuevo. Todo lo que se refleja es a mí con mi vestido. Jeb agarra uno de
los paños que está en los pies de Finley y me cubre con él.
—Gracias por mantenerte vigilando —dice, estrechando la mano
de Finley.
Finley le ofrece una llave a Jeb por el espejo, entonces se inclina
ante mí. Hay serenidad en su mirada ámbar cuando él dice—: Espero
verlos a ambos en el banquete de esta noche.
Para un joven que una vez fue tan atormentado y suicida en el
mundo humano, parece tener paz y control. Todo el tiempo pensé que
era un rehén, pero al amarlo y nombrándolo en una posición en su
ejército, Ivory le ha dado un propósito… una razón para vivir.
Roja una vez también tuvo un propósito constructivo. Si ella no
hubiera perdido su enfoque, quizás hubiera encontrado la paz. El nudo
en la base de mi cráneo no se mueve en este momento. Su
arrepentimiento la ha consumido e incapacitado.
¿Y si lo mismo le sucede a Jeb? Durante mucho tiempo su
identidad estaba envuelta en su arte ¿Cuál es su propósito ahora?
Una vez que Finley sale de la habitación, Jeb me tira en un
apretado abrazo sin palabras. Me acurruco en él, sintiendo el olor a
pintura. Un olor que pronto se desvanece, para siempre. Los únicos
sonidos entre nosotros son nuestros pulsos golpeando y nuestras cortas
respiraciones. Estoy tan devastada, que no puedo hablar.
Él me abraza con más fuerza, hasta que su pecho aplasta el mío.
Mi corazón se atrajo al suyo, casi magnéticamente. Es como un suspiro,
intensa inervación —cálida y maravillosa— como si destellos de energía
pulsaran dentro del órgano. La sensación debe ser causada por el
mágico puente entre él y Morfeo construido dentro de mí, y me pregunto
si siempre se sentirá así cuando uno de ellos me sostenga ahora.
Jeb me apoya en una pared y me susurra—: Mira tú mundo,
reina de las hadas.
Giro la cabeza para ver las vertiginosas alturas abajo, la génesis
del País de las Maravillas floreciendo por todas partes. Mis alas brotan
en un hormigueo, anhelando volar.
Jeb sostiene suavemente el paño recogido alrededor de mi
clavícula. —Es apropiado. Que mi deseo por saber quién eras inspirara
mis primeras pinturas. Y eso conociendo mis pensamientos y sabiendo
mi última inspiración. —Él tiene el más extraño aspecto en su rostro —
alerta y renovado— como si solo hubiera despertado de un largo sueño.
No se parece a alguien que haya renunciado. Se parece a alguien que
acaba de empezar.
—¿Es tan fácil decir adiós a esa parte de ti? ¿Te vas a alejar
también de mí?
El mundo exterior explota en una transformación desenfrenada
de color y luz, reflejada en patrones a través de su piel aceitunada.
Inclina la cabeza, estudiándome pensativo. —Decir adiós a mi
arte es… es terrorífico, Al. Ivory se ofreció a darme una poción de olvido,
así no tendría que vivir con el dolor. Pero me negué. No quiero olvidar
nada, porque es por esas experiencias, esas pérdidas, lo que me ayuda
a ver qué hay mucho más de mí que un pincel y acuarelas. Otra partes
que todavía no han sido descubiertas. —Detrás de sus oscuras y largas
pestañas, sus ojos tenían una potencia que no tenía nada que ver con
la magia. Tira de mí hacia él, su cálido aliento bailando a lo largo de la
franja de mis labios—. Podemos averiguarlas juntos.
Su pulgar toca el hoyuelo en mi barbilla, entonces lo arrastra a lo
largo de mi boca, enviando una sensación eléctrica de mis labios a mi
pecho y a mi vientre.
—Y solo para que quede claro, yo nunca voy a alejarme de ti a
menos que me lo pidas. Casi lo hice una vez, pero sólo porque pensé
que te haría daño. —Saca un collar debajo de su camisa.
Ni siquiera me había dado cuenta de la cadena brillante en la
curva de su cuello. Le ayudo a sacarla, revelando el anillo de
compromiso que él derritió en el océano, el que Morfeo encontró en un
montón de metales. Se ha pintado de nuevo. Indestructible.
—Oh, Jeb…
—No pude darte todas las cosas que una vez espere hacer —
dice—, pero te puedo dar una familia y un hogar. Te amo, Al. Solo
espero que puedas amar a una simple máquina.
El viento lleva mis dedos por el pelo ondulado de su cuello.
Admiro este lado de él más que todos… su fragilidad, sus defectos. Su
fortaleza a pesar de ellos. Y ahora, veo su fuerza con mayor claridad y
confianza como siempre he hecho.
—Nunca nada será sencillo acerca de ti —susurro—. Y ya te amo.
Él me levanta hasta que coincido con su altura, con los pies
colgando, y me presiona en la pared de cristal con su cuerpo. Mi
corazón reacciona de nuevo —tarareando con vida—. Su boca y su
perforación rozan mi frente, suavemente pero persistente en el camino
por mi cara.
Mi mente se nubla en una oleada de placer cuando sus labios
suaves y llenos hacen contacto con los míos. Él empieza a profundizar
el beso, pero se detiene decidido en el cristal detrás de mí. —Tienes que
estar bromeando.
Echo un vistazo por encima de mi hombro. En el exterior, Morfeo
cuelga del cristal en forma de polilla, nivelado con mi cabeza,
mirándonos con su mirada protuberante. Incluso sin un rostro, su
petulancia es evidente. Su pasatiempo favorito es interrumpir los
momentos románticos con Jeb. Trato de no reír, pero no puedo evitarlo.
—Hijo de insecto engreído. —Jeb me pone en el suelo y me cubre
apretándome con una tela alrededor mío.
Un búho se abalanza desde el cielo y pasa rozando la copa.
Morfeo, se lanza fuera en un manojo de nervios, tratando de escapar de
las aves. Ahora Jeb es el que está riendo.
Le doy una palmada en el hombro. —Oye, no es divertido.
—Ah, él va a estar bien. —Jeb levanta una ceja, mirando la
persecución aérea que tiene lugar afuera del cristal —. Es una nueva
especie de búhos vegetarianos. Ellos solamente están para la caza.
Además, el chico Morfeo puede cambiar su forma a cualquier cosa que
quiera.
Sonrío. —¿Ese búho es una de tus creaciones?
La sonrisa de Jeb se ensancha. —Fue por el bien de la respiración
del insecto. Los tipos viejos… él necesita permanecer en forma.
Doy otra carcajada. Es tan maravilloso ver su lado lúdico de
nuevo.
Jeb sonríe gentilmente, pero entonces su expresión se vuelve
seria. —¿Puedes finalmente admitir tus sentimientos por él?
Mi zumbido eufórico pasa a un montón de náuseas en el
estómago. —Siempre va a haber dos lados diferentes de mí. Y cada uno
ama a Morfeo y a ti de diferentes maneras. —Le miro a los ojos, sin
vergüenza de la confesión porque es mi lado honesto—. Sé que no es
justo preguntar si eso te parece bien.
Jeb toma mi barbilla con un dedo. —Tú no preguntaste. Yo no lo
quiero justo, tampoco no lo quiero fácil. Quiero una vida contigo, y cada
loca complicación que viene con ella. Hemos ido al infierno y vuelto
juntos. He demostrado que estoy más que calificado como cualquier
otro humano para manejar esto entre nosotros. Mágicamente o de otra
manera. Además, ¿cómo vas a tener dos vidas sin diferencia de
cualquier otra mujer que se vuelva a casar después de que su marido se
haya ido?
—Debido a que Morfeo me visitará en mis sueños cada noche.
¿Confías en él?
—Confío en ti. Eres tan fuerte —no, más fuerte— que él. Él
también lo sabe. Esa es la razón por la que él te ha probado. Tú solo
tienes que demostrártelo a ti misma, así mismo como tengo que hacerlo
para mí. Y estas a punto de tener veinticuatro horas a solas con él para
hacer eso.
Mis hombros se desploman. La tela que me cubría cayó entre el
cristal y mi espalda. Había olvidado mi voto con Morfeo. —Tan pronto
como este libre de Roja.
Jeb mete el collar con el anillo debajo de la túnica de nuevo. —Yo
voy a seguir con esto hasta que me digas que estás lista. Es un gran
sacrificio, construir una familia humana y alejarte de ella algún día. Si
es demasiado, o si después de su tiempo juntos, tú decides que quieres
estar con él, me voy a trasladar a alguna parte, así nunca nos
tendremos que ver. Tú necesitas tiempo en el reino de los mortales para
sanar, y no voy a correr el riesgo de que te partas por la mitad otra vez.
—Sus ojos son sinceros e intensos, su mandíbula apretada por el
esfuerzo de ser fuerte, aunque me doy cuenta que es lo más duro que él
ha dicho.
Su fuerza me asombra. Le doy un abrazo. Solo la idea de vivir mi
vida humana sin él desencadena un dolor en mi corazón recién
reparado. No es un desgarro, pero es una pesadez, como si estuviera
lleno de rocas. Me acurruco debajo de su barbilla, tirando de su pecho
más cerca para que pueda sentir la corriente mágica entre nosotros una
vez más… y así poder aligerar el peso.
Él acaricia mi pelo. —Sobre Roja. No puedes dejar que te domine
siempre. ¿Cuál es tu plan?
Niego con la cabeza, agradecida por el cambio de tema. —Yo iba a
liberar su espíritu. Dejar que se marchite. Pero quiero hacer algo más.
Algo… significativo.
Me aleja y pone los ojos en blanco. —Algo que se merezca, espero.
Trazo las manchas de pintura seca y sangre en su túnica. —Ella
alguna vez amó el País de las Maravillas. Antes de perder de vista sus
buenas intenciones, quería cambiarlo a mejor. Como has dicho, las
zonas de la Hermana Dos son los espíritus y los prolongó. Desde que tu
musa tiene residuos de Roja, quizás el espíritu de Roja se pueda unir
con él. Entonces Roja podría ayudar a suministrar los sueños. Ella va a
estar encerrada, nunca será capaz de escapar, pero al menos va a estar
contribuyendo en algo. Se extenderá la vida de tu musa. Y va a enviar
un mensaje a mis súbditos, que si se pasan de la raya, voy a encontrar
la manera de ponerlos al servicio del País de las Maravillas para
siempre. Más importante, le daré paz a Roja.
Los ojos de Jeb se iluminan con algo parecido al orgullo. —Vas a
ser un infierno de reina, ¿lo sabias?
Una oleada de satisfacción calienta mis mejillas. —Voy a dar lo
mejor de mí.
Besa mi frente. —Vale. Voy a estar de guardia aquí… dejaré que
vuelvas cuando hayas terminado.
Empiezo por el espejo, pero Jeb me detiene. Levanto la vista hacia
su preocupado rostro, convencida que ha cambiado de idea y quiere
acompañarme porque la Hermana Dos y yo no quedamos en buenos
términos. Estoy preparada para discutir con él. Pero lo único que hace
es levantar una de mis manos y doblar mis dedos en un puño.
—Tienes esto —dice, y topa mis nudillos con los suyos—, ella
quería a Roja de vuelta y retenerla durante un año. Tú tienes todas las
cartas.
—Pienso exactamente lo mismo. —Le sonrió.
Él me devuelve la sonrisa. —Y una cosa más…
—¿Sí?
—Es el momento para que también puedas encontrar la paz. Lo
malo quedó detrás de nosotros ahora.
Acaricio su rostro, luego me giro hacia el espejo. Deslizo la capa
de mis hombros en una pila a mis pies descalzos, libero mis alas
enjoyadas y veo el cementerio en el cristal. Mi reflejo mira hacia atrás
mientras espero a que aparezca el destino: parches de ojos del
Inframundo, piel brillante, pelo que es salvaje y vivo.
Veo lo que Jeb vio, la razón por la que nunca va a tratar de ser mi
protector de nuevo. Es un sentimiento grandioso, sabiendo que soy
fuerte y capaz.
Quizás él este en lo cierto. Quizás lo malo quedó detrás de
nosotros.
No puedo estar segura hasta que sepa cómo están las cosas con
mi mentor-torturador; el sabio arquero que me salvó la vida más de una
vez, que tiene la otra mitad de mi corazón en sus manos
manipuladoras, y que hizo que mi metamorfosis en la Reina Roja del
País de las Maravillas fuera posible en primer lugar.
23
Fair faryn
Traducido por Mary & Jasiel Odair
Corregido por SammyD

Gossamer se cierne junto a mi oreja mientras me paro en una


esquina del enorme pasillo de banquetes cristalizado de Ivory. El
duende me ha visitado a través del día, proveyéndome placentera
compañía a pesar de su afecto no correspondido por Morfeo. Trabajar
juntos para llevar a los fantasmas mome del gimnasio de mi escuela
hace un mes atrás parece habernos unido.
En cuento a Morfeo, no lo he visto desde que el búho lo persiguió
desde la torre. Incluso ha permanecido fuera de mi cabeza. A pesar de
que me envió un mensaje a través de Gossamer, en relación con lo
contento que se siente con mi decisión por Roja.
Candelabros plateados flameantes, flotando desde el techo,
suavemente iluminan el cuarto. Un cuarteto de cuerdas toca sin los
intérpretes; los helados y glaciares instrumentos brillan y vibran con los
colores del arco iris. La música es tan fresca y ventosa como el aire de
la mañana, todavía en silencio, como susurros melodiosos hacen eco en
una cueva de hielo.
Gossamer y yo interpretamos el papel de alhelíes al lado de una
puerta abierta, mirando a mamá y papá bailar vals junto a Ivory y
Finley. Los cuatros elegantes y hermosos, se destacan como los
muñecos de un pastel de boda entre los habitantes del Inframundo
extraños bailando espasmódicamente alrededor de ellos.
Bailé más temprano con alguno de los invitados. Chessie, Nikki, y
Rabid. Flores zombis. Reducidas de vuelta a su tamaño original.
Espíritus de la naturaleza. Hobgoblins. Incluso Herman Hattington se
nos unió, su cara cambiando como una pantalla de televisión entre
nuestros otros compañeros de baile y yo, el Door Mouse y March
Hairless.
Jeb me robó lejos para bailar una lenta, romántica canción.
Ahora se ha ido, encerrado en su cuarto en el castillo. Estaba exhausto.
Habiendo peleado contra la magia de Roja y de Morfeo durante un mes,
sobrevivido a sus demonios en otro mundo bárbaro, dar vida a un
paisaje de muerte, y renunciado a su musa para siempre, no me
sorprende. Aunque no ayuda, no puedo evitar preguntarme si la razón
principal por la que se fue era porque no quería estar aquí cuando
Morfeo viniera a llevarme lejos.
Miro a la puerta que tomó Jeb cuando se fue, incapaz de
sacudirlo de mis pensamientos.
—Tu caballero mortal es de los más único —dice Gossamer en su
voz de repique mientras sigue mi línea de visión. Sus cobrizos ojos
saltones, piel verde brillante, y las escalas brillantes parecen casi
fosforescentes en la penumbra.
Muerdo mi labio, considerando sus palabras. Mi lengua pica
agradablemente por la pintura de labios rojo canela que los espíritus de
la naturaleza me aplicaron más temprano con mi maquillaje de la tarde.
Pasando por delante de mi nariz, Gossamer inclina su pequeña
cabeza. —Qué oferta la pregunta… Antes de todo esto. Antes del
compromiso de tu corazón. ¿Habías tomado una decisión? ¿Cuál
hombre? ¿Cuál futuro?
Regreso su firme mirada, aun no segura de sí Morfeo se
encuentra dispuesto a comprometer algo. —Iba a escoger al País de las
Maravillas, y gobernar sola. Nunca podría vivir una eternidad sabiendo
que rompí uno de sus corazones por el otro. Especialmente ahora que
sé cuan enloquecedor puede ser un corazón roto. —Dejo salir un
vacilante suspiro—. Tal vez aun debería escoger eso. Parece malo para
ellos soportar tanto para colmar mis dos lados. Se siente como que
estoy siendo egoísta.
Los espíritus salvajes hacen un pequeño sonido, algo entre un
resoplido y un estornudo. Sus astutos ojos de libélula reflejan las luces
del arcoíris de los instrumentos.
—¿Qué? —Me recuesto contra el marco de la puerta gélida,
impresionada por como el hielo es frío al tocarlo, sin embargo puede
congelar los latidos del corazón o suspender un paisaje muerto.
El espíritu salvaje se posa en mi hombro, sus alas haciéndome
cosquillas en mi oído. —Hablas como una humana otra vez. Viendo las
cosas en blanco y negro.
Es mi turno de resoplar. —Cierto. Lo olvidé. Todo es gris en el
País de las Maravillas.
—Lo es. Te dije una vez que nadie sabe lo que es capaz de hacer
hasta que las cosas se hallan en lo más oscuro. Cuando te morías,
ambos hombres vinieron cara a cara ese momento. Combinaron
fuerzas, miraron en el interior del otro en vez de a ellos mismos, y
encontraron en el gris un terreno común.
Frunzo el ceño. —¿Dices que eso los cambió?
Se sienta y, se apoya en la curva de mi cuello, alzando una pierna
a la vez para ajustar el zapato verde puntiagudo en su pie. —Siempre
has traído el lado más suave en mi maestro. Pero no ha cambiado. Es
tan inmutable ya que es eterno. Siempre será egoísta, manipulador,
indomable. No sabe otra forma de ser, para él lo son todas las cosas en
el País de las Maravillas. Los eventos simples le dieron una nueva forma
para determinar la dirección de sus acciones cuando lidia contigo.
—¿A qué te refieres?
—Una brújula moral mortal. Justo como tu Jebediah comprende
ahora la magia del País de las Maravillas y salvajes deseos, Morfeo
comprende las necesidades emocionales del mundo humano e
inseguridades. Él y tu mortal caballero siempre han sido tu
complemento perfecto, divididos en dos. Pero ahora cada uno de ellos
ha ganado suficiente conocimiento para proporcionar lo que necesitas
en cualquier ámbito. No son los hombres sosteniendo tu corazón. Es tu
corazón sosteniéndolos a ellos. Son más sabios debido a su amor por ti.
Me atrevo a decir que incluso más felices. Sí, pueden subsistir sin ti,
pero son mejores hombres contigo. Son quienes te necesitan para estar
completos, para estar donde se supone que deben estar. Eso no te hace
egoísta. Te hace indispensable.
Sonrió. La idea es poderosa, y fascinante, torcida, y hermosa
como el País de las Maravillas por sí mismo.
Mi atención se desvía de vuelta a la pista de baile y a los invitados
que representan al Reino rojo, el Blanco, e incluso lo solitario de
nuestro tipo. Reconozco un par más de los presentes: Mustela Fae-
Ferret como criaturas con largos colmillos venenosos y cráneos
vulnerables, un erizo estando con la cara de un gorrión, una mujer de
color rosa con un cuello tan largo como un flamenco.
También hay algo que es nuevo para mí, con alas de murciélago y
rostros de pescado, o mujeres sensuales tan oscuras como el barro, con
plantas anfibias brotando de su piel suave.
Puede que no sepa mucho de cada habitante del Inframundo, pro
sé sus regalos y poderes. Morfeo me enseñó en mi niñez.
Las rastas del duende del puente se hallan encantadas con una
telepatía que lava el cerebro de sus víctimas volviéndolos temerosos a
permanecer en su lugar, que cruzan su puente incluso cuando saben
que espera al otro lado para volverlos piedra. Y la zorra fangosa sin
nombre utiliza una canción de fascinación para atraer a los débiles de
mente al agua donde les absorbe la vida.
No todos son mortíferos, pero cada uno de ellos es desquiciado y
lo suficientemente exótico para burlarse de mi lado más oscuro con la
posibilidad de caos. Estoy ansiosa por empezar a visitar mis sueños así
puedo aprender sus debilidades y como manipularlos, porque el
razonamiento no es la ley en la tierra de la Corte Roja. Todo es cuestión
de quién es el más difícil, es el más astuto con palabras. Y quién es el
más decidido a salirse con la suya.
Por lo que Morfeo será el perfecto Rey Rojo un día.
Jeb mencionó más temprano que él y Morfeo hablaron mientras
me encontraba en recuperación por ser congelada. Le dijo a Morfeo que
me liberaba de mi voto, con esperanza de que Morfeo fuera caballero,
también. Pero no espero que juegue justo. Así como sé que no espera
que sea un blanco fácil.
Me agito en el vestido que me envió esta tarde: blanco corsé
corpiño con capullos de rosa carmesí en miniatura cosidos sobre el
escote y cordones negros satinados que se entrecruzan, y luego cuelgan
en un arco en mi cintura. Unas ajustada medias a rayas rojas y
blancas, falda hasta los tobillos que abraza mi zona media, y un collar
de gargantilla a juego se asegura por encima de mi collar clave. A
petición de él, mi cabello se halla suelto y largo, y se retuerce alrededor
de las rosas puestas en su lugar. Cada parte de mi conjunto se siente
como una seducción. Incluso mis guantes de manga larga de malla
negra con girones que se arremolinan a lo largo de su longitud se
adhieren como besos suaves a mis brazos.
—¿Le diste mi último mensaje? —le pregunto a Gossamer
mientras una canción termina y otra empieza. Más temprano, pensé en
la redacción de mi voto de mi vida mágica: que le iba a dar a él un día y
una noche. Nunca establecí horas consecutivas, o que serían pasadas
en el País de las Maravillas. Desde que señale eso hemos acumulado al
menos doce horas del día juntos en CualquierOtroSitio, no tendrá otra
opción más que estar de acuerdo que la media noche de mi voto es
incumplida.
—Le dije. —La carillones de Gossamer son como voz de campana.
Es obvio que por su cruzamiento de brazos que no se halla dispuesta a
compartir su reacción.
—Entonces, se encuentra molesto, ¿cierto? Es por eso que se
perdió la ceremonia —digo sobre los instrumentos.
—Ha estado fuera de su casa por algún tiempo. Tenía cosas que
hacer. Prepararse para su noche juntos. —Las peludas alas de
Gossamer zumban en mi odio, levantando la de mi hombro.
—Seguro. —Sofoco una sonrisa—. Ambas sabemos que no vino
porque estaría aburrido hasta las lágrimas. Hay demasiado orden para
su gusto.
Se ríe en acuerdo, un sonido tintineante que se mezcla con la
música.
Más temprano, Ivory dio un discurso, presentándome como la
regente Reina Roja, asegurándole a todo el mundo que mi sangre se
encuentra ligada a la corona que el Conejo Blanco mantiene bajo llave
hasta que pueda colocarla en mi cabeza de nuevo.
Dos de mis representantes de la Corte Roja dieron un paso
adelante para agradecer a Jeb por su contribución a nuestro mundo:
Charlie, un pájaro dodo con la cabeza de un hombre y manos que
sobresalen de la punta de sus alas cortas, y su esposa Lorina, una
perica que parece un ser del Inframundo con una cara humanoide en
plumas de color carmesí, como si fuera una máscara. Se presentaron a
Jeb con una llave a las puertas del cementerio entregada por cinco
duendecillos plateadas de mal olor de la Hermana Dos. El hecho de que
un humano se ganara el respeto de las Hermanas Twid le ganó
bastantes seguidores entre los invitados.
Después de eso, la música empezó y la comida se sirvió.
Té con esencia a miel escapa tentadoramente de las macetas, y la
comida brilla con hielo y magia. Las placas se apilan con galletas rayo
de luna y otros dulces inusuales, tales como tartas de mazapán
estrelladas y merengues rayo de errores, cada uno de ellos esperando
para derramar luz deliciosa en la boca de todos los invitados con una
mordida.
La idea de entretenimiento de Ivory es diferente de los banquetes
a los que he asistido con Morfeo en realidad, sueños, y visiones. Todo el
mundo exhibe su mejor comportamiento debido a los cientos de
caballeros élficos colocados en cada entrada y salida. Varios de mis
guardias de tarjetas se les han unido para una mayor seguridad.
La reunión es correcta y refinada.
Sospecho que un día, si Morfeo y yo gobernamos juntos, tendré
que atender un montón de cosas por mi cuenta, dado su lado frívolo y
malvado que me molesta y atrae.
Algo tintinea encima de mi cabeza. Miro hacia algunas
campanadas con sabor a cerezas hechas de carámbanos azucaradas,
suspendidas en el aire por los encantamientos de las hadas. Todo lo
que tomaría es estirar mi brazo para capturar uno. Pero eso no es tan
difícil o divertido como perseguir un pato asado con un deseo de muerte
alrededor de una mesa con mazo en mano.
—Tengo hambre —digo a mi acompañante espíritu salvaje.
—Ya te lo dije. El maestro desea compartir un picnic. Valdrá la
pena la espera. —Sus brillantes ojos se centran en mí, regañándome.
—Malinterpretas su implicación, mascota. —La profunda voz de
Morfeo calienta la cima de mi cabeza desde atrás. Me doy vuelta para
encontrarlo mirando alrededor de la puerta, con esa sonrisita de
suficiencia. Me entrega una rosa de tallo largo que coincide con las de
mi pelo—. Alyssa se refería a su hambre por una enorme y buena
aventura. ¿No es así, cariño? —Ofrece una palma, las joyas de sus ojos
parpadeando entre violeta y rosado.
En vez de admitir cuan bien me lee, en silencio tomo su mano.
Cuando empezamos a salir por la puerta, miro sobre mi hombro en
busca de mis padres, quienes están perdidos en la multitud.
—Gossamer —empiezo—. ¿Te importaría….?
—Le diré a todo el mundo que te has ido por la noche. —Nos
destella a Morfeo y a mí una traviesa sonrisa—. Fennine es staryn, es
fair faryn. —Luego se marcha.
Morfeo me lleva más allá de los caballeros élficos y fuera del
castillo de vidrio en el aire de la tarde. Hago un esfuerzo notable en no
darme cuenta de lo elegante que se ve en su traje blanco de frac y
chaleco a rayas negro y rojo por debajo, o cuan altas y orgullosas se
alzan sus alas detrás de él.
En vez de eso, observo nuestros alrededores. El sol y la luna se
arremolinan juntas en el cielo púrpura. Sus capas ligeras combinado
todo con un tinte ultravioleta. A lo lejos, más allá del dominio helado de
Ivory, plantas de todo tipo prosperan en colores rosa y psicodélicos
arbustos, flores amarillas, naranjos, y arco iris cubren el suelo.
Disfruto en la belleza de todo. Enhebrado mis dedos a través de
los de Morfeo, pregunto—: Entonces, ¿qué dijo Gossamer?
Se inclina para oírme sobre la pelea de algunas motas de polvo
elegantemente tarde que estornudan mientras pasan en su camino
hacia la entrada. —Una antigua bendición de nuestro reino. Que la
diosa de hadas encienda tus pasos con las estrellas, y que tus viajes
sean justos, por muy lejos que te encuentres.
—¿Y cuán lejos planeamos recorrer? —pregunto, mi lado
Inframundo casi salivando a la vista de nuestro carro. Es un facsímil de
la polilla "globo de aire caliente" que nos destinó a usar en
CualquierOtroSitio. Aunque esta canasta gigante de setas se encierra
para mantenernos calientes, y es arrastrado por miles de polillas
enjaezados a hebras azules brillantes de la magia. La misma magia
forma ruedas luminiscentes. Me recuerdan a los tubos de vidrio en los
letreros de neón, moldeado en círculos y radios.
—Cada parte y parcela de tu reino caerá a tus pies esta noche —
responde Morfeo—. Con tanto de tus caballeros aquí en el castillo, es la
oportunidad perfecta para tomar el viaje. Desde los desiertos de tablero
de ajedrez a los acantilados caóticos a la selva de maleza. Haremos
algunas paradas especiales a lo largo del camino. Hice a Jebediah
pintar algunas escenas del pasado mientras las recordaba. La cueva en
la que Alice estuvo cautiva en... jaula y todo. El capullo de donde nací
de nuevo. Son parte de la historia que compartimos. Y ahora se hallan
preservados para siempre.
Soy tocada por el sentimiento y me acerco lo suficiente para
tomar un buen vistazo de su sombrero de copa en la luz de la luna. —
Usas tu sombrero de Seducción. ¿Por qué no me sorprende?
Ofrece una sonrisa pirata. —¿Notaste que… tengo un nuevo
embellecimiento? —Hace un espectáculo de ajustar la pluma de cola de
un búho en la banda.
Reprimo una risa. —¿Vegetariana lechuza común, supongo?
—No me molestará de nuevo por algún tiempo.
—Puedo garantizar que no es el único por allí.
Enreda su brazo con el mío. —Bien. Siempre estoy para una
digna persecución.
Sacudo mi cabeza. —Lo que nos trae de vuelta al sombrero de la
seducción.
Sonríe. —Lo uso porque hace juego con tu vestido.
—Seguro —digo, a pesar de que su sombrero de copa, mitad rojo
y mitad blanco, con guirnalda polilla negra y capullos de rosa en el ala,
en realidad coincide, perfectamente.
—Parece que Gossamer encontró a tus padres. —Morfeo señala a
una de las torres, donde mamá y papá nos observan irnos—. Espero
que les dijera que no esperen despiertos —se burla.
Mis padres han hecho la paz con Morfeo después de que ¡probara
cuanto se preocupa por mi lado humano y mi lado Inframundo, pero no
se hallaban encantados de aprender lo de mi voto. Entonces vieron el
ejemplo de Jeb, cómo confía en mí para tomar mis propias decisiones.
Después de eso, sólo me desearon fuerza de la mente y el corazón. Les
aseguré que tenía tanto en espadas por sus ejemplos.
Morfeo me ayuda a escalar al carruaje. El compartimento es lo
suficientemente grande para acomodar sus alas, y los asientos están
hechos de terciopelo rojo. Llamativas cortinas púrpuras cuelgan a
través de la ventana, y remolinos fluorescentes animados se mueven a
lo largo de las paredes. El interior es como Morfeo en cada forma…
elegante y pulida, pero al mismo tiempo chocante y fascinante. Me
siento en el asiento opuesto a él, abrazando mis manos atrapadas en
encaje a través de la rosa que me dio. Humo de tabaco abraza cada
respiración. Dos candelabros estilo huracanes se encuentran montados
a cada lado de la ventana, lleno de luciérnagas que arrojan un brillo
ultravioleta, azulando los tonos más claros de la ropa y la piel de
porcelana de Morfeo y sus adorables labios.
—Entonces, ¿primero a dónde? —pregunto—. Ten en cuenta que
sólo tenemos doce horas.
Cierra la puerta y se inclina hacia adelante, codos en las rodillas.
—Sobre eso. Cuando regresé a mi casa solariega para prepararme, tuve
algo de tiempo para pensar en tu voto. Deliberadamente dejaste fuera la
cláusula “después que derrotamos a Roja” en tu recuerdo. Lo cual,
técnicamente, no abarca nuestras horas en el mundo en busca de
cristal, ¿ahora lo hace?
Mis arrogantes burbujas estallan. —Uhm…
—Precisamente —dice Morfeo, sacándose los guantes blancos de
las manos—. Sin embargo, para demostrar que puedo ser tan
conciliador como tu príncipe mortal, y para premiar el esfuerzo de
manipularme, voy a dejarlo pasar. No podrás ser considerada
responsable, pero por una noche.
—Que gracioso —gruño.
Sus joyas brillan, como el color de las orquídeas en primavera. —
Lo es, de hecho. Teniendo en cuenta que en un principio, antes de
nuestro tour por el País de las Maravillas, te llevé a bailar en las nubes
y una serenata con el viento. Luego cenando arañas azucaradas y
bebiendo vino de diente de león, así que podríamos apaciguar tus
tendencias sádicas respecto flores y los insectos.
Finjo un puchero. —¿Alguna vez vas a dejarme vivir con eso?
—No en esta vida. Tal vez en la próxima. —Empuja las cortinas
púrpuras, revelando una ventana lo suficientemente grande para
nosotros dos—. Vamos a tener que renunciar al baile. Organicé un
picnic y tendremos que comer a medida que exploramos.
Levantamos la mirada al cielo y entonces vemos la majestad del
País de las Maravillas.
Cedo a las súplicas de mi estómago e intento con una araña
azucarada. No es tan malo, aparte de que se mueve al tragar y deja un
débil sabor jabonoso. Morfeo premia mi esfuerzo audaz con galletas
moonbeam y vino de diente de león. El vino me hace cosquillas en la
garganta con burbujas efervescentes, dándome hipo. Cada vez que mi
boca se abre, el interior del carro parpadea por los rayos de los
moonbeam recubriendo mi lengua.
Morfeo ríe delirantemente y no puedo dejar de disfrutar.
Dentro de cuatro horas hemos visto mucho del País de las
Maravillas, mi mente gira en tonos ultra-violetas resplandecientes y
terrenos extraños. No puedo esperar para capturarlos en mi obra. La
tristeza sigue ese pensamiento, pensando en Jeb y su musa huérfana.
Nuestra última parada antes de la mansión de Morfeo es el jardín
de flores ante la puerta de la madriguera del conejo. La mayoría de las
flores se hallan lejos en el castillo de Ivory. Aquellos que no se
acobardan cuando me ven, habiendo oído de mi victoria sobre Roja y la
masacre de cientos de prisioneros en CualquierOtroSitio.
Con el entrenamiento paciente de Morfeo, abrazo el caos que yace
y ordeno a los fantasmas que viven en el suelo que reviertan el daño a
la madriguera del conejo. En un torbellino de lamentos ensordecedores
y ciclones negros como la tinta que azotan nuestras ropas, obedecen,
reordenando todo, como estaba al principio, con la estatua del niño
pequeño reloj y todo.
—¿Qué pensará el reino de los humanos cuando se despierten al
cambio de la mañana? —pregunto a Morfeo cuando entramos en
nuestro carruaje, una vez más, la mayor parte de mi conciencia y
nervios siguen deslizándose. Estoy medio maníaca tras unir fuerzas con
los fantasmas. Mi piel se siente caliente y mi rostro sonrojado.
—Que tal vez algún Buen Samaritano vino en la noche y
reemplazó el reloj de sol —responde—. Una vez fuiste como ellos…
fácilmente arrullada a la complacencia.
—Esto se debe a la creencia de que estar solo en el universo es
menos terrorífico que admitir que se puede tener audiencia
sobrenatural.
Morfeo me estudia apreciativamente. —Y esa es una debilidad
humana. Úsala, cuando sea el momento de limpiar todos los líos que tu
ausencia en el reino de los humanos ha hecho en los últimos días.
Cuando llegue la hora de explicar dónde han estado tu madre y
Jebediah durante un mes. Tu dualidad te da una ventaja en este
mundo, Alyssa. Pero también en el otro. Nunca lo olvides.
Llegamos a su casa solariega y me deja en su habitación sin
ventanas, con la promesa de volver en breve con el té.
Me giro sobre mis talones para ver la decoración salvaje y
sorprendente. Luz ámbar suave cae de la araña de cristal gigante
extendida por todo el techo abovedado. Terciopelo cubre las paredes en
tonos de oro y púrpura, entrelazadas con hilos de hiedra, conchas de
mar, y de plumas de pavo real.
Los estantes de cristal de varios niveles atrapan mi atención. Toco
uno de los muchos sombreros adornados con polillas muertas. Cuando
era una niña, me fascinaba ver su cadena de guirnaldas.
Me dirijo a los pequeños terrarios de cristal. Capullos recubren
los paneles, orugas transformándose. En otros lugares, las polillas
revolotean y se posan en las hojas y ramitas.
Sus payasadas graciosas me recuerdan a cómo Morfeo me afecta
ahora como una mujer y habitante del Inframundo. Estar aquí funciona
como un tónico… me lleva de nuevo a ese momento monumental hace
más de un año cuando me transformó, despertó mi lado más oscuro
con té de la tarde y un juego de ajedrez viviente.
La cascada que yace como dosel de su cama se escurre detrás de
mí. Doy un paso hacia ella y extiendo una mano. La cortina de líquido
reacciona a mí como lo hizo entonces, levantándose de nuevo como un
ser vivo para que pueda ver el colchón. Aterciopelados edredones y
almohadas de oro cubren la expansión, y cientos de pétalos de rosas
rojas se dispersan en ella, llenando mi nariz con su delicado aroma.
Retrocedo, dejando caer la cortina, y tropiezo con la mesa de
cristal que también funciona como un tablero de ajedrez negro y plata.
Las piezas de ajedrez de jade deben estar guardadas en su caja, excepto
Alicia y la oruga, recién tallada, porque tengo el original en casa.
Una frase se cierne encima de tres de los cuadrados de plata
como por arte de magia, en una pequeña línea brillante: Dormir con
Alyssa.
—Permíteme limpiar el polvo, amor. —Aparece la mano de Morfeo
desde atrás y barre a través del vidrio, y con ello las palabras.
Tensa, me dirijo hacia él. Se ha quitado la chaqueta, chaleco y
guantes. Su tonificado y pálido pecho se ve entre la camisa con volantes
blanca y medio abotonada. Es impresionante, y demasiado atractivo
para mi comodidad.
Mi mandíbula se aprieta. —No voy a hacer esto.
—¿Qué, tomar el té y pastelillos? —Equilibra una bandeja con
tazas y una tetera en la otra mano y lo coloca en el extremo vacío de la
mesa—. ¿Por qué no?
Me mantengo firme. —Jeb quiere envejecer conmigo. El ser
humano en mí quiere eso, también. Experimentar lo que Alice nunca
hizo en el reino de los mortales. Estuvo dispuesto a arriesgar su única
vida y enfrentar a Roja para que yo pudiera tener un futuro contigo. Mi
felicidad era más importante que la suya propia. Sin embargo, ¿me
pides alejarme de él después de todo lo que ha dado por el País de las
Maravillas?
—¿Qué te hace pensar que lo hago? —Morfeo cuelga su sombrero
en el brazo de su silla mientras vierte el líquido de color arándano en
una taza. Jirones de vapor llenan la sala, llevando notas de menta y
lavanda.
—La frase que escribiste.
—Ah. Eso… —Me hace un gesto para que me siente. Cuando no
me moví, se sienta, cruzando la pierna sobre el tobillo. Sus alas cuelgan
anchas a cada lado de su silla—. Alyssa, piensa. ¿Alguna vez me he
aprovechado de tu inocencia?
—No.
—¿He tenido momentos u oportunidades?
—Muchas, en ambos casos.
—Bien. Has aprendido mucho en tu viaje. Seguramente no has
olvidado la lección más importante: Cómo las palabras pueden decir
una cosa, pero significar otra. —Levanta su copa y me mira por encima
del borde mientras bebe, entonces, toma su platillo con un tintineo—.
Es crucial, como reina de la Corte Roja, que tengas que planificar en tu
mente todas las situaciones. Siempre debes tener en cuenta todos los
ángulos de cada declaración antes de reaccionar emocionalmente.
Así que, esta noche es a la vez una lección y una prueba. Me
enseña la política del País de las Maravillas, pero, al mismo tiempo,
poniéndome a prueba a ver si puedo practicar lo que predico: confiar en
él de la manera en que espero que confíe en mí.
—Ahora —continúa—. He traído el té para que te relajes. Pero de
ninguna manera te encuentras obligada a beber. Aunque, por lo menos,
después de todo lo que hemos pasado, uno podría pensar que te
sentarías y me hablarías con tu corazón. Si te es más fácil, utiliza las
piezas de ajedrez, como cuando éramos pequeños.
Tomo una respiración profunda, recojo mi falda alrededor de mis
piernas, y me siento en la silla frente a él.
Concentrándome en la figurilla de Alice, la imagino con vida.
Conserva su tamaño, pero comienza a moverse, extendiendo los brazos
y las piernas como si hubiera estado dormida durante años. Salta sobre
la oruga y hace una reverencia.
—¿Cómo te va esta tarde, Sr. Oruga? —dice con voz llena de
inocencia—. Me gustaría darle las gracias por no haberme coronado
antes, para encontrar otro camino. Fue muy noble.
Morfeo sonríe. La luz azul en sus manos se mueve y envuelve
alrededor de la pieza de ajedrez oruga, retorciéndose en frente de la
caricatura Alice como si se estuviera moviendo. Es el maestro titiritero,
exactamente como era en nuestros juegos de niños. Exactamente como
lo fue en el reino humano. Exactamente como siempre lo será.
—Lejos de noble, mi reina. —Su voz es cómica y aguda—. Egoísta,
de hecho. Sin ningún recuerdo de su humanidad, no sería la chica con
la que compartí una infancia. Y, soy reacio a admitirlo, vivir su vida con
los seres humanos que amas le hará una mejor gobernante aquí. Sabe
que siempre hago lo que es mejor para las maravillas.
Esas palabras nunca han sonado más bellas o conmovedoras.
Hago que mi pequeña Alice arrastre un pie a lo largo del tablero. —
Dijiste que habías acabado la espera —murmura bajo mi mando—. Y
tienes razón. No puedo pedirte que esperes más. Debes encontrar a
alguien más. —Por mucho que duele escuchar las palabras salir de sus
labios, Morfeo merece ser feliz.
Mueve la pieza de ajedrez, como si estuviera repantigado y
responde en ese acento nasal. —Bendita, pequeña majestad, ¿has
olvidado lo que soy? Como un duende solitario, no necesito compañía.
De hecho, encuentro el constante compañerismo de dar y recibir tedioso
en el mejor día. Aunque espero descubrir el encanto en ello, unos
sesenta años más o menos en la línea.
Lágrimas pican los ojos, pero no las dejo caer. En cambio,
corrientes minúsculas gotean por las mejillas de Alice. —Entonces, me
gustaría añadir que lo siento. Lamento que tenga que esperar tanto
tiempo para hacer muchas cosas.
La mirada de Morfeo destella a la mía, luego de vuelta a la pieza
de ajedrez envuelto en su magia. —Deja de llorar —regaña su voz
peculiar—. Las reinas no lloran. Te enseñé mejor que eso.
Me muerdo el labio tembloroso y la pequeña Alice acaricia la cara
de la oruga. —Pero lloras…
Morfeo baja un ala y protege su mejilla junto con el brillo
transparente de sus joyas. —Bueno —su voz se quiebra leve pero
notable—, en contra de mis preferencias por el encaje y terciopelo, yo no
soy la reina. Así que puedo llorar todo lo que quiera.
Mi resoplido en respuesta se recorta con un sollozo. Me tapo la
boca con mis dedos, guiando Alice a secarse la cara con su delantal. —
Te amo. No quiero hacerte daño —murmuro detrás de mi mano.
La mandíbula de Morfeo se tensa, su magia apretando alrededor
de la oruga hasta que la hace girar en su lugar en el tablero como un
conjunto superior a los efectos. —Tu compasión es un error. —Su voz
infantil disminuye una octava—. Como a menudo lo he dicho, el tiempo
no tiene restricciones en el País de las Maravillas. Jebediah puede tener
tus días, por ahora. Pero una eternidad nos espera a ti y a mí. Él es el
único consiguiendo el extremo corto de la vara. —Las comisuras de la
boca de Morfeo se crispan perversamente—. Lo cual es apropiado,
teniendo en cuenta que es corto en muchos otros aspectos.
—¡Cállate! —le digo, riendo histéricamente. Alice se transforma de
nuevo a una pieza de jade inanimada. Mi objetivo ya estuvo y la dejo
caer en el té de Morfeo, él y el tablero de ajedrez salen salpicados.
Con un movimiento grácil de la mano, retrae su magia. El té cae
por su rostro mientras sus ojos manchados de tinta vuelven a los míos,
iluminados por algo de ambos estados de ánimo peligrosos y
arriesgados, cambiando más rápido de lo que puedo parpadear.
—Cuidado, ciruela. —Es su profundo acento cockney ahora. Se
limpia la cara con una servilleta—. No empieces algo que no tienes
intención de acabar.
—Oh, lo terminaré —dije, estimulada por la oscura confianza
revoloteando en el borde de mi psique. La parte de mí que sabe que soy
su partido en todos los sentidos—. Y sabes que voy a ganar. —Me
levanto de mi silla en busca de armas en la habitación, vagamente
consciente de los prismas de luz brillantes reflejando mi piel en los
alrededores.
—Sé que voy a dejar que ganes —dice Morfeo, poniéndose de
pie—. Ni siquiera voy a dar la batalla. —Su sonrisa de dientes blancos
se extiende convirtiéndose en provocativa, mientras propaga sus alas—.
Bueno, tal vez una pequeña, sólo para el deporte.
Me dirijo hacia el medio de la habitación, luchando con la sonrisa
tratando de florecer en mi propia cara. Mi corazón palpita en un
esfuerzo por acercarse a él, esa mismo vigorización magnética en mi
pecho que me sentí cuando Jeb me abrazó. Sin embargo, Morfeo ni
siquiera me toca.
Me estudia a sabiendas, como si pudiera ver la reacción de mi
corazón a él.
—Pensándolo bien, el tiempo de juego puede esperar. —Arrebata
mi muñeca con sus azules hilos electrificados antes de que pueda dar
rienda suelta a mi magia—. Te distraes fácilmente, amor. Eso es algo en
lo que vamos a trabajar. —Me arrastra más, me recoge y me lleva a la
cama.
—Morfeo —le advierto, retorciéndome en sus brazos. Lo sé, con
sólo un pensamiento, puedo traer la araña derrumbándose sobre él
como una jaula.
—No hagas nada precipitado —me regaña como si leyera mi
mente. Abre la cascada de lado, me pone encima de los aromáticos
pétalos de rosa de seda—. Sólo te pediré una cosa esta noche. Y no va a
poner en peligro tu futuro humano. Mantendremos nuestra ropa. Sin
travesuras. —Presiona su mano sobre su corazón en forma de
promesa—. Juro por mi vida, que la magia nunca se interpondrá entre
tú y Jebediah Holt de nuevo.
Suspiro. La profundidad de ese gesto, de un autollamado duende
egoísta, toca mi alma. Lo único predecible sobre mi futuro rey es su
imprevisibilidad. —Una vez me dijiste que no serías un caballero.
Mentiste.
Se inclina y me acaricia la mejilla con los nudillos, tan tierno que
duele. —Oh, me atengo a esa declaración, pequeña flor. Pues mira, ahí
existe la posibilidad de que te arrepientas y me interponga entre
ustedes dos. Cada noche que estemos juntos, te tentaré al borde de la
locura. Te molestaré hasta el tormento. Tendrás que ganarte la vida feliz
de Jebediah por ser fuerte e inflexible, como todas las buenas reinas
deben ser. Aunque esta noche, te daré una tregua.
Sus palabras vuelven a mí desde nuestra tarde en la montaña: Sí,
vamos a pelear sin cesar y luchar por el dominio. Y sí, habrá momentos
intensos de pasión, pero también habrá momentos de calma. Eso es lo
que somos juntos.
—La próxima vez que te vea en tus paisajes oníricos —continúa
Morfeo, trayéndome de vuelta al presente—, nuestra prueba de fuego
comenzará. Lo querías, lo tendrás. Tengo la intención de empujar a tu
mejor parte, indigno de tu peor. Es la única manera para que gobiernes
a un mundo de criaturas tanto locos como astutos.
Debo dejar que la sonrisa que reprimía tenga vía libre, porque
estoy para cualquier desafío que pueda lanzar en mi camino. La
oportunidad de demostrarlo me emociona más allá de toda razón. —
Ahora lo entiendo. Lo que significa la frase sobre el tablero de ajedrez.
Que quieres dormir conmigo…
Se arrastra a través de mi cuerpo y se recuesta al otro lado de la
cama, dejando la cortina abierta detrás de mí. —Dilo.
Cubriéndome con una de sus alas, me rodeo con el aroma de
regaliz y miel. —Quieres sostenerme mientras duermo. Quieres ver mi
cara mientras duermo como si nunca lo hubieras hecho, desde afuera.
Traza mis marcas del ojo con un elegante dedo. —Ese será mi
recuerdo para aferrarme, hasta que seas mía para siempre, tanto en las
horas de vigilia y sueño. La pregunta es, ¿confías en mí lo suficiente
como para darme eso? ¿Para descansar en mis brazos esta noche?
Sostengo su mano suave contra mi mejilla. —¿Me cantarías mi
canción de cuna?
Entrelaza sus dedos por mi cabello y aprieta mi frente a la suya.
—Por siempre y para siempre —susurra.
Mientras tararea la melodía que ha estado en mi mente y corazón
toda mi vida, cierro el dosel de cascada, envolviéndonos en nuestro
propio bolsillo de tiempo congelado.
Epilogo
Traducido por Sofía Belikov
Corregido por Melii

Jeb y yo vivimos nuestra vida en Pleasance, con mamá y papá


visitándonos a menudo cuando no se hallaban en Londres con los
Skeffington.
No enumeraré ningún otro detalle: como cuántos niños y nietos
tuvimos, ni cuántas sobrinas y sobrinos nos fueron dados por Corbin y
Jenara, o la edad que tenía Jeb cuando murió. Todo lo que diré es que
nuestra vida mortal fue todo y más de lo que esperaba. Incluso cuando
la muerte reclamó a mis familiares —uno por uno— hubo felicidad en
sus velorios, con un murmullo de recuerdos preciados y risas en el
ambiente, como la valuada arte en las paredes de mi corazón.
Me gané un nombre con mis mosaicos, mientras Jeb era
reconocido por marmolear entramados juguetes tan intrincados e
ingeniosamente hechos que eran comparados con los diseños de Rube
Goldberg. Aunque el verdadero legado que dejó para nuestros hijos y
nietos no fue su salud o los premios que obtuvo con sus destrezas
mecánicas. Fue su gentileza, sentido de humor y amor incondicional.
Mamá y yo queríamos que nuestros descendientes tuvieran esa
vida normal que nosotras nunca tuvimos, y fui capaz de silenciar a los
bichos y flores para sus oídos simplemente con comandarlos —una
ventaja de mi corona mágica. Aun así, les di una oportunidad de
descubrir su herencia del País de las Maravillas: con cientos de
mosaicos llenos con paisajes bizarros y místicos, y una caja llena de
reliquias familiares junto a un mapa y una llave. Lo escondí todo en el
ático para que lo encontraran si estuvieran buscando respuestas.
Tal vez pensarían que eran los restos de una mente senil. O tal
vez lo creerían y tomarían ese mismo cambio en el destino que una vez
me guio a mí, y a una curiosa y pequeña niña llamada Alicia a
aventurarse por el hoyo del conejo.
Estaré allí para recibirlos, si lo hacen…
Dejar a mi familia humana detrás es lo más difícil que he hecho
alguna vez. Después de fingir mi muerte, mi última estadía en el hoyo
del conejo es menos un salto que una caída. Morfeo está allí para
atraparme. Toma mi arrugada y manchada mano, me ayuda a entrar, y
besa las lágrimas de la mujer vieja, frágil y de cabello blanco en la que
me he convertido.
No retrocede ni se encoge. Él ve más allá de mi edad, a lo que soy
en mi interior. Al gobernante que ayudó a moldear en mis sueños desde
mi infancia: un experto en el pandemonio y la manipulación, templado
por la sabiduría.
Pone la corona en mi cabeza, y mi cabello se espesa y entibia con
el pálido rubio de la juventud, vivo con magia. Mis huesos, piel, y
músculos cambian y se enderezan hasta una suavizada flexibilidad. Mis
alas se extienden de nuevo.
Tengo dieciséis una vez más.
—Podría darte tiempo para llorar —susurra, pero el deseo
ardiendo en sus ojos contradice cualquier paciencia.
Y aunque mi corazón se siente pesado, también se siente fuerte e
irrompible, gracias a los dos hombres que pusieron mis necesidades por
encima de las suyas.
Morfeo y el País de las Maravillas han esperado el tiempo
suficiente por su reina, por su niña soñada. Toco el enjoyado rostro que
he llegado a amar tanto, no a pesar de sus exasperantes tácticas, sus
palabras mágicas, y su tierna malicia… si no debido a ellas. —La Corte
Roja necesita un rey —es mi respuesta.
Nos casamos, rodeados por un revoltijo de criaturas: algunas
vestidas, otras desnudas, todas más bestias que humanas. Son
nuestros súbditos, y mi corazón está rebosante con afecto —por su
rareza, locura, y lealtad.
Morfeo y yo vestimos de rojo: yo con un vestido de rosas reales,
mallas y encajes; y él con un hermoso traje carmesí.
Cuando el momento llega, digo orgullosamente—: Acepto.
Él levanta mi mano y presiona sus suaves labios contra las
heridas que arruinan mi palma. —Siempre supe que lo harías —
bromea. Luego sonríe, sus joyas brillando doradas y alegres.
Poniéndonos nuestras coronas de rubí, volamos juntos hasta el
cielo.
—¿Bailamos en las nubes, corazón? —pregunta mi rey.
Recuerdo una visión de hace un largo tiempo, nuestras almas y
cuerpos desnudos en un brillante infierno, y respondo—: Quiero bailar
en el sol.
Y allí, en medio de un cegador naranjo, amarillo, y blancas
llamas, nuestro para siempre comienza.
Fin
Agradecimientos
En primer lugar, un agradecimiento a mi familia por hacer la vista
gorda a los muebles polvorientos, las montañas de ropa para lavar, y las
cenas de TV cuando los plazos se asoman.
Abrazos y reverencias a mi agente diosa, Jenny Bent, cuyo
conocimiento del negocio, diplomacia, y fe en sus clientes no conocen
límites.
Gracias a la prestigiosa familia Abrams: Maggie Lehrman, Tamar
Brazis, Nicole Sclama e incontables editores y revisores por ayudarme a
pulir cada diamante en bruto hasta que brillen. También, gracias a
Laura Mihalick y Morgan Dubin, mis publicistas internas; especialistas
en imprenta que supervisan las páginas y los efectos especiales;
asesores de marketing; y todos los que desempeñan un papel detrás de
escenas en la elaboración de los libros.
Una profunda reverencia a Maria Middleton, diseñadora
extraordinaria, que siempre encuentra el simbolismo perfecto para cada
portada, y a Nathália Suellen, una de las artistas más talentosas que he
conocido. Me hiciste creer en la magia al respirar la vida en mis
personajes a través de tu arte encantado.
Una ovación de pie a mi grupo crítico local, las Divas: Linda
Castillo, Jennifer Archer, Marcy McKay, y April Redmon. Leen todo lo
que escribo, pero todavía me consideran talentosa.
Choques de manos y abrazos a mis críticos en línea y lectores
beta: Rookie (o sea Bethany Crandell), el White Chocolate to my Godiva;
POM (alias Jessica Nelson), que ama la mezcla de café y brownie casi
tanto como yo; a Stacee (o @book_junkee), por animarme (si alguien
pudiera convencerme de cambiar mi sombrilla por un traje naranja,
serías tú); a Owly (alias Ashlee Supringer), por conocer a mis personajes
casi mejor que yo; a Marlene Ruggles, cuyo ojo agudo siempre está en
busca de errores tipográficos invisibles; y a Chris Lapel, mi fan número
uno.
Cabezazos a mi #Goatposse, que son más sabios y más divertido
que el promedio de los rumiantes domesticados animales. También, un
saludo a las muchachas de WrAHM y a todos los seguidores en línea de
la serie Splintered vía Goodreads, Facebook, Tumblr, Pinterest y
Twitter.
Un fuerte reconocimiento a los participantes de Twitter Splintered
RP que hizo la espera para Ensnared soportable y divertido para los
fans: @ Splintered-Crew, @LongLiveTheMuse, @AlyssaPaints,
@PunkPrincessJen, @seductive_fae, @MorphTheMoth,
@NetherlingQueen, @splinteredivory, @tyedribbions, @RabbitNotBeMe,
@taelor_tremont, @ ChevyLovingJock y @ChessieBlud.
Gracias a Nikki Wang de Fiction Freak, que me prestó su nombre
para un duendecillo a la vez dulce y feroz, al igual que su homónimo.
Además, gracias a Sarah Kate por traer a mis personajes a la vida a
través de adorables homólogos felices.
Mi respeto y admiración a todos los fans talentosos que envían
obras de arte para mi tablero de Pinterest y escriben increíble fan
fiction, permitiendo así a mis personajes respirar fuera de las páginas
de los libros.
Gracias a Jaime y Rachel de RockStar Book Tours por dominar
las cuerdas del blog tour y ser tan solidarias y generosas con su tiempo.
Una deuda de gratitud a Lewis Carroll y Tim Burton por
inspirarme a lanzarme de cabeza en este mundo maravilloso y retorcido
del País de las Maravillas.
Y por último, pero no menos importante, gracias a Él que me da
la capacidad de escribir y continuar llenando mi creatividad con
personajes e historias, cada uno esperando su turno para ser contada.
Sobre el autor
A. G. Howard escribió Splintered mientras
trabajaba en una biblioteca escolar. Siempre se
había preguntado qué habría pasado si Alicia
hubiera crecido y la rareza sutil de Las aventuras
de Alicia en el país de las maravillas hubiera
ocupado un lugar central en su historia, y ella
espera que su homenaje más oscuro y moderno a
Carroll inspire a los lectores a buscar las historias
que ganaron su corazón de niños. Ella vive en
Amarillo, Texas.

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