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No podría haberlo hecho, sin lugar a dudas, sin una labor como la de Leopoldo,
activista hasta cuando escribía aquellos libros de cocina “para entendidos” que hoy parecen
reliquias de tiempos remotos. Pero no. No sólo se trataba de ampliar el público e incluir –
fuese como fuese- a los y las homosexuales entre el público de la época. Se trataba, sobre
todo, de convertirnos en miembros de pleno derecho ante unas políticas neoconservadoras
que no dudaron en arrebatarle el programa Entiendas o no entiendas de RNE, en el que realizó
una última entrevista, precisamente, a Pedro Zerolo, con el que compartía – junto a activistas
como Carla Antonelli o Boti García- la firme determinación de la defensa de los derechos de los
homosexuales. Y no sólo, pues como él mismo reconoció en más de una ocasión, “escribo para
reivindicar los derechos de las minorías, sean negros, gay, o insumisos”.
Desde luego, a poco que se piense no era pequeña tarea durante unos años en los que
“lo gay”, al tiempo que inflaba su potencia en Chueca, y comenzaba a llamar la atención de
propios y extraños cada 28 de junio, se encontraba atacado por múltiples frentes: desde los
manipuladores casos del Arny al silencio institucional – cuando no la abierta desinformación-
sobre la crisis del sida. Cuando se trataba, sobre todo, de utilizar cualquier herramienta
disponible para hacer “entender”, también a propios y extraños, la importancia del
compromiso y de la creación, incluso, de esa propia “cultura” que todavía se reclama. Quizá
por eso, para la generación a la que pertenezco, más que a esos “postnovísimos” literarios,
Alas pertenece a los “novísimos” creadores del establecimiento de una cultura gay en nuestro
país, con todos los pros los peros que hoy en día se quiera poner al desarrollo de la misma.
Y aunque siempre es peligroso, qué duda cabe, recurrir a los recuerdos autobiográficos
por lo imparciales que resultan, no puedo sino recordar el momento en el que – después de
tan leído- conocí a Leopoldo en la Galería Sen, y enterado de la investigación que por entonces
andaba llevando a cabo sobre los pintores Costus, me invitó a escribir sobre ellos en la revista
Zero de la que era por entonces asesor– toda una pica en Flandes, dada la inexperiencia en
esos asuntos, y cuando compartir papel con Mendicutti o Juan Vicente Aliaga parecía casi un
imposible-. Más importante, sin embargo, me parece hoy el agradecimiento que me transmitió
por haberme dedicado a “mirar al pasado” de aquello que hasta entonces, también, se había
mantenido como marginal. Era necesario, si, entonces como ahora, mirar al pasado. Y
reconocer, sin duda, que de aquellas alas, podemos disfrutar hoy de muchos de nuestros
vuelos.