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Orígenes.

Estimado Dr. John Winter:

Nadie es más fiel que yo, a los ideales de Madama Blavastky. Por esa razón, y

como sobrina y confidente de Frederick White considero mi deber escribir esta carta

para informarle sobre el extravío de la Sociedad Teosófica..

Es muy lamentable que luego de haber sido una de las ramas de mayor fortaleza,

referencia para otros grupos incipientes del nuevo mundo, ahora estemos atravesando

innecesariamente esta situación de indefensión.

Quienes comprendemos el sentido de trascendencia, y la importancia de nuestro

grupo para este país, denunciamos ante usted el indiscutible fraude que se ha venido

cometiendo en la Asamblea de Abril, desde hace años. Allí se procede con una elección

amañada de los funcionarios para el ejercicio. Se desatiende el Reglamento de una

manera grosera e impune. Pues es inaceptable que habiendo contribuido, en decenios

pasados, a la estabilidad de nuestra nación, de acuerdo con las reglas de la razón y el

entendimiento, hoy ni siquiera seamos capaces en nuestra propia casa de llevar adelante

con éxito una sencilla elección sobre quienes deben llevar los destinos de nuestra rama,

sin recurrir a malas prácticas. ¿Cómo podremos hacer uso de la actitud intelectual que

nos exige la prosperidad y la fraternidad humana, si quienes se postulan una y otra vez,

han incurrido en ofertas dudosas, en tretas injustificables, para contar con el respaldo

de los asambleístas?

El deterioro y la corrupción a la que aludo en esta carta, ha llegado a destruir

casi por completo la actitud imprescindible que atesorábamos para lograr los cometidos

de la Sociedad que tanto hemos defendido, desde su magnífica fundación en la ciudad de


Nueva York. Divididos, peleados, sin una actitud intelectual que les permita salir de su

atolladero, nuestros funcionarios no solo han fallado a nuestra esencia y a nuestro

esquema de vida de compromiso con la felicidad, sino que han dejado de brillar en el

país, y se encuentran en las fauces de los conservadores enemigos de siempre, que tienen

más capacidad y mejores palabras. Ahora, y no me considero exagerada al afirmar esto,

han reducido la filosofía originaria de nuestra organización a un mero espacio de

favores, a unas tertulias intrascendentes, a una orgía de ignorancias y a una prevalencia

de lo observable. ¿Qué es la verdad sino un enorme obstáculo para nuestras magníficas

ideas?

Yo, más que nadie, he sabido valorar el espíritu amplio y nunca sectario de La

Sociedad fundada por Madame. Es con ese espíritu que se ha logrado la expansión de

nuestras ideas en el mundo, mientras que las formas contrarias de pensamiento

comienzan a perder espacio. Porque la gente prefiere la magia a la tristeza. Porque se

pueden soportar las desgracias todas juntas, si somos capaces de construirle un sentido

a ese sufrimiento. El problema, Dr. Winter, radica en que ese sentido no se forma por

generación espontánea. Estamos llamados nosotros a construirlo, a liderar esa onda

expansiva. Considero mi deber alertar que es preciso ejercer una estrategia diferente,

que recomponga la moralidad. La asamblea se ha visto colonizada por la secta de la

tradición cada vez más inepta; y se han venido acercando a nuestras puertas, individuos

cuyo objetivo último, es destruirnos, aplastarnos, y con ello aplastar también la actitud

de vida y progreso. Porque saben que es esta, y no la que ellos mantienen, la que se

contagia en las personas. Pretenden llevarnos nuevamente a esa versión espantosa y

anquilosada de la realidad, donde se pierde el genio brillante y se suplanta por la

prevalencia de los dogmas oscuros.


Cuando se fundó La Sociedad, el Dr Frederick White se encargó de promover las

ideas para que los miembros de calidad se acercaran y se dejaran arropar bajo este

manto de perfección. Contó con la incorporación de personalidades interesantísimas,

movidas por la energía sana, por la mentalidad tranquila y segura. Algunos detentaban

poder político. Luego, las cosas cambiaron como usted sabe, y la conducción del país

quedó en manos del primitivismo y la decadencia ignorante. Hoy digo, con pesar, que

hemos perdido nuestra autoridad en los círculos donde siempre la tuvimos. Ahora nos

encontramos en peores aguas, pues el pragmatismo miope ha inundado las cabezas de

quienes orientan, y eso precisamente ha sido el inicio de lo que puede llegar a ser el fin

de nuestro grupo, si no ponemos remedio.

Por esta razón, de gravedad suprema, someto a su consideración mi petición de

revitalizar esta rama, hoy deshecha, bajo la conducción de quienes comprendimos

nuestro papel en la historia, y estamos dispuestos a aceptarlo. No podemos seguir

indiferentes, sin dar un giro de timón. Esta indiferencia se ha confundido con amplitud

de mentes, siendo su contrario. Dejándonos contaminar por supuestos mediocres, falaces

y excesivamente formales. Necesitamos sembrar el germen de la mentalidad moral, no

solo en nuestros allegados sino en la población en general. Inculcar a los niños las

bondades de la mentalidad sana, de la vida como saldo positivo, del poder del

conocimiento y del arte. Permitirles conocer a los jóvenes los evangelios, con pasión y

criticidad, y también el trascendentalismo de cuna en Nueva Inglaterra, el idealismo de

Berkeley, el hinduismo, el optimismo evolucionista y el espiritismo.

Para ello tenemos que tomar por asalto las escuelas y luego las universidades.

Comenzar con los grupos de los niños, y socializarlos para este nuevo mundo, para que

sean nuevos hombres. Tenemos que actuar por debajo y por arriba. Lograr conducir los

destinos de los países y también los destinos de los deseos de las nuevas generaciones.
Pongo a disposición cuantiosos recursos, toda mi fortuna si es preciso, para

detener esta destrucción, que avanza, frente a la mirada indiferente de los nuevos

funcionarios, que hoy conducen la rama de La Sociedad. Propongo mi nombre a su

consideración para retomar el rumbo, para no dejar que la oscuridad termine de digerir

y desaparecer lo que una vez fue un poderoso grupo, hacedor de felicidad. Para, en

conclusión, dar la batalla a nuestros enemigos.

O son ellos, o somos nosotros.

Su discípula.

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