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La Mirada
La Mirada
Lo conocí una tarde de Agosto. Era él, él y su inseparable camiseta de franjas negras. Trabajaba frenético.
Delicadamente o a toda rapidez. Como si arrancara en cada suave hundir de su pincel, una inspiración.
Como si tuviera miedo a perderla en su ansiedad por mojar sus barbillas en un tris, tras, y correr sobre
el lienzo con intención de dar vida a una nueva idea. Allí estaba aquella tela, sorbiendo sus pinceladas,
tela plena en todo su espíritu.
Nada. Ni un murmullo. Silencio axfisiante. Ladrido lejano de perro exaltado. Crujir de madera bajo los
pies de Gilot que trata de acomodarse, mirándome compasiva, satisfecha, guiñándome un ojo para sonreír
tiernamente después. Volví a observar al pequeño gran hombre. Rascaba su oreja izquierda, entre un tic nervioso
y un gesto de sorpresa. Se volvió sobre Françoise. “ Vaya, lo siento amigo. Acércate, mira, mira en qué ocupa
los ratos libres nuestro invitado”. La aludida arrastró su silla para situarse junto a Pablo. Inclinó levemente su
cabeza, y por el gesto de la cara supe que había pasado lo peor, aquel embarazoso estado de confusión.
“ Es preciso que entienda lo sucedido. Debe entenderlo. Creo que aún siendo joven y por cuanto expresa
aquí en este cuaderno, usted sabrá entender nuestro anterior incidente. De hecho son los poetas los que siempre
saben ir más allá, los que encierran mayor profundidad de palabra, una apertura experiencial más rica. Deseo
que lo olvide, no debió suceder nunca”. Aquella disculpa me emocionó hondamente. Pero reprimí cualquier
manifestación. A Pablo le herían los sentimentalismos. Su espíritu se elevaba sobre las emociones para
atravesar su espesura, en busca de nuevos signos, tratando de trascenderlas con intención de traducirlas, de
situarlas en el mundo, vertebrando para ellas un significado concreto, un sentido. “ De acuerdo, no se preocupe,
lo comprendo. Uno debe de protegerse. Instinto de supervivencia. ¿ Lo recuerda? ”. En ese mismo instante el
pintor agitaba su dedo señalándome. Dirigiendose a la única mujer que compartía nuestra estancia trataba de
convencerla. “ ¿ Has visto, has visto? ¡ Me ha tendido una trampa!. Este tipo es más listo de lo que he alcanzado
a imaginar. Me hace girar en torno a un mismo concepto, a una misma finalidad dialéctica. Y me encierra en
ella, no me deja salir. Pero me gusta, está luchando y con firmeza. Detrás de su aparente timidez, de su
superficial inocencia, existe una férrea voluntad. Atención, esto métetelo en la cabeza, puede servirte. Es otra
gran diferencia entre los hombres mediocres y las personas superiores. Los primeros carecen de voluntad para
vivir, sobreviven. Los últimos, desean vivir, tienen voluntad para ello y ponen todo su esfuerzo. Tienes razón. Es
natural defenderse. Yo también lo hago, sí. Pero fuera de mi instinto de supervivencia, común a todos lo
mortales, existe una voluntad de superar tan bajo grado de existencia. Por eso hablamos de seres superiores, son
aquellos que superan la mediocridad, que superan la adversidad, que se hayan en otro plano. Ya lo expliqué
anteriormente, cuando alguien asume los riesgos y enfrenta el peligro, supera la supervivencia y está viviendo.
Aún en el caso de que esa persona en circunstancias extremas pierda la vida en su empresa, aún en esos casos,
puede haber vivido mucho más que aquellos que sobrevivan vagando por el mundo durante décadas. La vida si
no es experiencia, no es nada, tan solo vacío. Y para ello hay que atreverse, atreverse a vivir ”.
No necesitó mi aprobación. Compartía convicciones y las ofrecía como instrumentos. Sin demasiado
boato. Su discurso era intensidad vivencial; sus palabras, la herencia de su sinceridad. Su timbre de voz contenía
la rabia, toda la ira, la misma que trataba de transmitir bajo una lógica aplastante durante años. No a través de
alusiones explícitas, no. Todos sus soliloquios eran la guerra al conformismo, a la resignación alienante de tantos
y tantos hombres y mujeres.
“ ¿ Desde cuándo lo lleva haciendo? Dígame”, reformó su rictus Pablo. “ Oh, vamos, no me diga que no
sabe de qué le hablo, de su poesía, exactamente, de sus versos. Estoy seguro de que no se trata de una dedicación
reciente, y al menos, no es tan sólo una dedicación. Debe de ser valiente, sabe que conmigo no sirven las falsas
modestias. No se preocupe, puede hablar sin temor. Yo lo escucho”. Quedo inmóvil. Dirigía de vez en cuando el
cigarrillo a su boca y esta vez se mostro paciente en extremo. Miraba sus uñas, las perfilaba con uno de sus
dedos, mordía en uno de sus extremos y me miraba inquieto. Explotó contrariado. “ ¿ Quiere que le diga una
cosa? Me importa una mierda la imagen que usted tenga formada de mí, me importa un pimiento lo que digan
esos monstruos de la prensa, la radio y la opinión publica en general. No quiero que toda esa imagen establezca
barreras entre usted y yo. En ningún modo estoy dispuesto a tolerar todo eso. Soy de carne y hueso y necesito
charlar con gente anónima, necesito saber de sus opiniones, qué hacen, a que se dedican, cuáles son sus pasiones
y sus porqués, y si hallaron alguna vez respuestas, no respuestas parche, respuestas sólidas, respuestas para
siempre. Estoy harto de tanto intelectual, graznando a mi alrededor. Yo sé que comprende exactamente lo que
quiero decirle, lo comprende y ahora debe de hacer el esfuerzo de superar la maldita barrera que le impide ser
libre ante mí. No soy ningún monstruo, soy como usted, quizás con una habilidad desarrollada, de acuerdo, pero
soy humano”. Hice un movimiento lo suficientemente expresivo para que Picasso clavase su mirada en mis
labios. Apoyó sus manos sobre las rodillas, dejó caer parte de la ceniza de su manoseado tabaco negro y esperó
sin inmutarse. “ En el fondo tiene usted razón. Tengo la sensación que por alguna causa que desconozco, hay
algo que nos permite conectar sin ni tan siquiera establecer acuerdo alguno en torno a nuestros diálogos. Esto es.
Usted pinta y yo escribo. Usted tiene su instrumento y yo el mío. No es tan sólo una dedicación la poesía. Es una
forma de interpretar la vida, un metalenguaje.”. Picasso se regocijaba encantado de las palabras que libres fluían
condensadas en el maravilloso espacio de aquella habitación, llena de sus obras y creaciones más recientes.
“Muchacho, volvemos a entendernos. Vuelve usted a sorprenderme. Lo más importante en la poesía no es
precisamente lo que el público en general entiende, sino su lenguaje oculto, su significación real que tan sólo
atrapó el autor en su contorno esencial, en el mismo momento en el que brotó su genesis. Y a veces, el mismo
autor tarda años en recuperar el daimon de esa creación. Lo hallará como por casualidad releyendo sus versos,
como una proyección de futuro, como una herramienta que hasta ese mismo momento no desveló su verdadero
misterio, porque no le fue necesario al propio autor, conservando toda su esencia para esa relectura.”
Boquiabierto cerré los ojos. La llave desconocida brotó de su boca para abrir los candados de las
percepciones inexpresadas. Tejió en un instante algo que palpitaba en mi corazón desde que aún siendo un niño
pasaba tardes enteras rasgando cuadernos y hojas, y sabiendo en el fondo de mi corazón, que algún día todo
aquel trabajo, toda aquella ardua búsqueda, aquellos renglones de rimas, interrumpidos por la impotencia,
hallarían su plena realización y sentido algún día. En mi interior conservaba respuestas que ni tan siquiera era
capaz de leer porque desconocía el idioma en el cual fueron escritas. Y ahora con el pequeño malagueño
comenzaba a atisbar como en una explosión de colores y formas, la traducción a mis interminables búsquedas.
La sensación más sorprendente es haber sentido que las respuestas siempre habían estado en mi interior
congeladas en el tiempo. Tan sólo al calor de alguien grande, alguien que obrara en favor de un iniciado como
yo, podría comenzar a escarbar sobre el hielo que me impedía crecer. Y Pablo lo estaba consiguiendo, más tarde
llegaría a entender que con plena intencionalidad.
Desperté inquieto con la sensación de apenas haber descansado. La escasez de luz que alcanzaba a
penetrar por entre las rendijas del ventanal, sirvió para cerciorarme de que no se trataba de un sueño, que era
cierto que la tarde anterior había estado leyendo poesías a un Pablo pensativo y una Françoise, que
entusiasmada, me animaba a continuar. Con precaución salí de la estancia, deseoso por absorber los primeros
rayos de un sol que se disfrutaba eterno en aquellos campos serenamente accesibles. Entre arbustos
desordenados, herbaceas salpicando el terreno caprichoso que serpenteaba irregular por todo el valle, pude
encontrar una graciosa piedra sobre la que sentarme y respirar con la amplitud propia de quien no va acumulando
preocupaciones valdías y enigmas innacesibles.
El todavía débil astro alcanzaba a extender sus anaranjados brazos hacía todo el paraje y por donde
quiera que yo arrastrara mis ojos, todo cuanto era objeto de mi visión emanaba vida y belleza. Descubrí que en el
tumulto uno se vuelve ciego y sordo. Que en la calma uno aviva la vista y se le vuelven dulces melodías todos
los silencios. Asentado en la corona de un árbol, llamó mi atención un diminuto pájaro, que con sus estridentes
trinos, estaba despertando en mí una suerte de nostalgia hacia toda la hermosura que ignoramos mientras
permanecemos encerrados en nuestras angustias. Las mismas que nos volverán inquietos, huraños, ariscos hacia
las oportunidades de amor y plenitud que la verdadera realidad que gobierna el mundo nos va ofreciendo. Sus
trinos eran la bellisima realidad que en aquel lugar invadía toda la creación. Ese era el poder y no otro, el que
emanaba de tan diminuta criatura, volver a rescatar para mi percepción de la realidad la verdadera naturaleza de
la vida: estar atentos a la belleza y negar la crueldad y la angustia cuantas veces sea necesario para que
emerjamos de nuestras celdas al exterior.
Quise ver más alla de tan romántica vivencia, y sí, la belleza encierra su propia condena, porque lo
sencillo carece de seguridades y apegos que lo vigoroso, lo hermético, lo complejo posee. El pajarillo que ahora
mostraba toda su jovialidad y vitalidad pasaría meses más tarde la crudeza del invierno, la falta de alimentos, los
castigos añadidos de la intemperie y quién sabe si en su vuelo hacia tierras más calidas se encontraría con el
perdigón asesino de una cruel escopeta. Lo bello no es gratuito y a veces tampoco fácil. Soporta sus cadenas, sus
esclavitudes, sus dogmas. Hay que saber ver siempre más allá. Entender que los dulces pájaros del campo, al
igual que los grandes genios de la humanidad, cantan, revolotean, se aparean y únicamente alcanzamos a percibir
en ellos hermosura y felicidad. No los observamos encerrados en las pequeñas jaulas de metal que otros de su
misma especie tienen que padecer. Y sin embargo, quizás sean otras las jaulas, las condenas, las prisiones que
tengan que soportar, cautivos por sutiles penas.
Decidí caminar hacia la casa, no deseaba preocupar con mi ausencia a quienes tan amablemente y de
manera tan imprevista me habían ofrecido alojamiento y alimento. Sobre todo grata e irrepetible compañía. A
Françoise la encontré en el patio – Ah, ya viniste de tu paseo. Buenos días, poeta – Me sorprendió la joven
Venus de Picasso. Me turve y sentí un terrible pánico a ser descubierto. No había tenido tiempo en reparar en
ello. Un terrible misterio emanaba de aquella mujer, misterio que concentraba todo su poder de atracción. No era
especialmente guapa, de sus rasgos no se adivinaban excelencias ni tampoco especiales cualidades que pudieran
llamar la atención. En su amabilidad, su superioridad intelectual transformada en cercanía y naturalidad, en su
espíritu curioso y aventurero al mismo tiempo, resultaba ciertamente mágica – Te buscaba porque Pablo insiste
en verte. No se ha levantado todavía y a mí me cuesta trabajo convencerle. Quizás tú puedas hacer algo -. Me
sorprendió aquella observación. Un completo desconocido era requerido por el pintor consagrado en pleno exilio
estando éste en pijama, o sin él, postrado en la cama. Su mujer, la que tantas horas ha pasado junto a él, es
incapaz de animarlo a reiniciar sus tareas cotidianas, no ha podido hacerlo razonar ni lo ha motivado para que
desayune y atienda sus asuntos, y éste, requiere mi presencia. Me sentía totalmente superado por las
circunstancias. Sobrecogido ante la incierta responsabilidad que recaía en mis hombros.
No sabía qué debía enfrentar en aquel dormitorio. Françoise se había decidido a ejercer de escudera.
Como el bueno de Sancho, trataba de apartar de mi visión los horripilantes gigantes, que amenazantes como
fantasmas, me hacían palidecer, debilitándome, vaciandome de fuerza y decisión. Se empeñaba en hacerme
avanzar con la bravura que otorga una sonrisa cálida y una mano suave apoyada sobre el cuello. En medio de la
espesura del miedo, el rechinar de unos muelles viejos de cama y la tos intencionada de un artista ya maduro y
perro viejo se me revelaron como signos. Señales evidentes de que nada peligroso podía pasarme. Tan sólo un
ataque histriónico de ira, de un ser que desde su pedestal, con toda su grandeza, no puede evitar sentirse solo,
abandonado e indefenso.
Al dormitorio de Pablo se accede desde el cuarto de baño. Fue irrepetible la fascinación que llegué a percibir
en aquella atmósfera única. Picasso yacía, remolón y recostado a un lado de la cama, en camiseta, con los ojos
semicerrados, en medio de un mal disimulo de su impaciente espera. Sobre su cama, una bombilla desnuda, y
destacando en la pared, sobre su cabeza, algunos de sus dibujos favoritos. Me llamó la atención un antiguo
escritorio sobre el que se amontonaban cartas, documentos, papeles, sobres y paquetes de cigarrillos. Y como
pincelada determinante de toda la escena, un alambre que partía del cable de la luz hasta la estufa; del que
colgaban una serie de cartas sujetas por pinzas de tender ropa. Los ojos negros de la más grande inspiración que
yo obtendría para toda mi vida, se hallaban nuevamente clavados en mí. Françoise, con un gesto de confianza y
despidiendose de Pablo, optó por dejarme solo en medio de la tormenta vital que se desataría en unos segundos.
- Todo es inútil, nada tiene sentido, no encuentro razón alguna por la cual deba levantarme. Ni tan siquiera sé
que he hecho de mi vida en todos estos años, y para colmo, soy un hombre enfermo, un hombre mayor y
enfermo, que está solo, al que nadie hace caso...
- Pablo, vamos, no creo que tengas en tan mala consideración a Françoise, ella te adora..
- No hablaba de ella ahora. Hablo del mundo, de las personas, de todos aquellos que se llenan la boca de
elogios y nunca están cuando verdaderamente se les necesita...
- ¡Oh, vamos! ¿ Pablo Picasso? ¿ solo?. Tengo entendido que todas las mañanas esta casa es un centro de
reunión, debate, camaradería, diversión... Eso es lo que al menos leí no hace tanto tiempo...
- Cuando le hablo de soledad, ¿ está usted entendiendo realmente a lo que me refiero?
Quedé pensativo. Había conocido tantas formas de soledad. Me resultaba curioso. Y hasta liberador romper
con esa sensación de aislamiento, de excepción que vive uno cuando se siente en soledad. Es absurdo. Te sientes
solo y además estando convencido de que a nadie le suceden estas cosas, únicamente a ti. Hay algo de orgullo
clasista en todo ello. Es nuestra vanidad oculta que se manifiesta hasta en el más absurdo de los vacios.
El pintor exclamó, aplaudió, me tomó de la mano, se mostraba exultante. Había recuperado el ánimo
instantáneamente y de un respingo saltó de la cama, quedando yo abrumado por aquella nueva puesta en
escena. Sus cambios temperamentales me aturdían, no sabía qué debía de esperar, cual sería su siguiente
reacción ni tan siquiera en qué momento una frase o afirmación inoportuna podría volverlo con toda su ira
en contra mía. Ahora registraba cajones desesperado, y de tanto en tanto feliz se dirigía a mí, recuperado
completamente:
- Sí, eso es, tú has aparecido de repente en mi vida quizás seas uno de esos signos a los que te has referido
anteriormente. Tuve un amigo que tenía la excéntrica idea de declarar que muchas de las personas que
aparecen en nuestras vidas son predestinadas, estan ahí para mandarnos un mensaje, evitar que nos
desviemos del camino, o hacernos razonar cuando estamos ofuscados. Creo que ciertamente pudiera tener
razón... y en señal de agradecimiento..me refiero al hecho de tu aparición...¡ Demonios, juraría que lo puse
aquí!...digo, que en señal de agradecimiento, te haré un obsequio. ¡ Eso espero, no puede ser que se haya
extraviado!. Creo que puede tener mayor valor en tus manos. Considéralo como un regalo común, mio y de
Malroux. ¡ Aja! – Exclamó victorioso, al urgar entre unos viejos cuadernos, sobre los cuales ejercían de
pisapapeles algunos libros. Tenían el aspecto de no haber sido ni tan siquiera abiertos. Me puse en pie. Pablo
sostenía con su mano izquierda una cartulina de cierto espesor. Mientras tanto, su agradable sonrisa
contrastaba con el brillo de sus ojos negros expectantes, vacilantes respecto a mi reacción. Pronto comprendí
que era lo que Malraux tenía que ver en todo esto. Sobre la cartulina una especie de collage literario y
cromatico conformaba el original y exclusivo regalo. El pintor, satisfecho por mi sorpresa y el agrado que a
sus ojos me era imposible ocultar, me extendió la mano y dijo solemnemente:
- De esta sencilla manera, y para que conste ante nosotros dos solos, queda perpetuada nuestra amistad..
- Gracias, no sé qué decir..
- No, no es necesario. Más no por favor..¿ No crees que ya dijiste bastante anteriormente?. Vayamos, pues, a
nuestros “quehaceres”.
Salimos de la estancia; Pablo se dirigió a almorzar con su compañera y yo decidí tomarme algunas horas
para conocer más de cerca aquella apacible villa. La cartulina en cuestión todavía la conservo enmarcada. La
sigo enseñando con orgullo a los nuevos amigos, algunos callan no terminando de creerse esta odisea personal de
juventud, a pesar de que yo trato de narrarles los hechos de la manera más verosímil posible. Los hay también
que se estremecen ante los dibujos envolventes que emergen entre los nerviosos trazos del celebre escritor. En el
lado inferior derecho coquetean en confianza las rúbricas de Pablo y Malraux.
De vuelta a la casa, me relamía satisfecho. No sólo por las ricas viandas y aromáticos vinos degustados, sino
por el cálido ambiente respirado en las bodegas del puerto. Hombres entusiasmados alrededor de una mesa de
cháchara, recelosos de los forasteros. Una gruesa camarera de ademanes bruscos portando platos de pescado frito
y bandejas con hogazas de pan tierno. Refriegas de cartas, y esos vasos chatos bañados en ese desagradable
anisete que se empeñan en tomar acompañado de agua. Un marinero barbado, que me agarra del cuello de la
camisa, me hace confesiones extrañas de viejas hazañas que por su susurro se convierten en secreto. Su vigoroso
aliento, lo suficientemente persuasivo como para abandonar la atestada taberna. Observé a aquel renacuajo
ayudando en sus tareas a la madre, cosiendo redes de pesca sin demasiado entusiasmo. Callejuelas, trasiego de
gentes y olores diversos. Librerías curiosas, lúgubres señores, jóvenes a la carrera cargados de libros; y en un
callejón apartado, mujeres que se insinúan apenas con gracia.
Ya llegué a la casa. Entro, al fondo me saluda Gilot que prepara un ramo de flores. Paso a la estancia en
donde nos reunimos en sobremesa. Descubro a Picasso con mi cuaderno en sus manos muy pegado a sus ojos.
Quizás estaría frente a uno de los momentos más álgidos de nuestro intercambio de impresiones, ahora
podría sincerarse en mayor grado respecto a mi poesía.
- Verás, he estudiado – no muy a fondo, desde luego – este cuaderno. Estoy seguro de que no puedo ni mucho
menos sacar una conclusión adecuada ni medir tu talento, pero tengo la impresión de que en muchas de tus
poesías adoleces de ...cómo expresarlo... adoleces, o pecas de un exceso de inocencia. Ya está, lo dije.. no
sé andarme con rodeos, lo siento... sí, adoleces de cierta inocencia.
- Es cierto, dices bien.
- Luego, no es inconsciente, se trata de un acto intencionado.
- Sí, así es. Quiero reivindicar la inocencia frente al discurso generalizado del mundo, que admite que en la
vida es la malicia la que debe gobernar, que indica a las personas que cada minuto de sus vidas deben estar
en tensión, alertas, desconfiando de todo y de todos, prejuzgando y esperando el golpe. Frente a esa criba de
las relaciones humanas, ese virus, esa lepra que dinamita unas relacciones sanas, de igual a igual, yo pienso
que lo revolucionario es no hacerse permeable a esa actitud generalizada. Y es la inocencia, una cierta
ingenuidad, el arma más adecuada para ser impermeable a esa actitud de continuo desprecio a la dignidad y
nobleza de las personas. Esta actitud de la que estamos hablando, es una forma de estar en el mundo que se
retroalimenta a sí misma. Cuando uno va con la pierna levantada por delante, el otro lo toma como agresión,
se defiende, y el primero se suponía en lo cierto, y tratará de seguir atacando porque se siente acorralado por
unas condiciones que el mismo creo anteriormente...
- Eres muy valiente si realmente caminas por el mundo conservando la inocencia de un niño y la ingenuidad
que dices reivindicar. Tus poesías me han removido bastantes cosas por dentro. He sido empujado a
recuperar antiguas vivencias que hace muchos años fueron duras, difíciles de superar. Es en tus poesías
fatalistas, derrotadas, en donde más he conseguido conectar contigo. Si el bueno de mi tocayo Neruda me
escuchara decir esto, a buen seguro movería la cabeza defraudado. Él renunció a esta clase de poesia, en la
que fue muy prolífico en sus inicios, para pasarse a rimar en favor del pueblo y la esperanza. Eso es
estupendo si uno puede hacerlo. No me iré por las ramas, no perdamos el hilo. Ahora, escúchame bien,
porque creo haber conectado contigo de un modo especial. Me pondré un poquito serio. Es importante lo
que voy a decirte. Quiero compartir contigo todo lo que jamás podré compartir con otros seres. Tú
comprendes no sólo mis palabras y discursos, sino la agonica llamada que lanzo repetidamente una y otra
vez detrás de cada perorata o expresión, sentencia u omisión. Tu poesía tiene algo de grito de Munch. Ese
grito que la gente ha llegado a observar con verdadero espanto, es el mismo grito censurado que todo ser
encierra y retiene entre sus miedos y sumisiones. Es ese grito existencialista que interroga a todos y cada
uno de nosotros sobre las incertezas que nos van aniquilando, vaciándonos por dentro, anulándonos. Es el
grito atrapado, censurado, roto, que se revuelve entre la repulsión de nuestras mordazas impuestas. Nadie
desea afrontarlo. Y sin embargo, todos han soñado alguna vez con poder liberarlo para satisfacer esa
necesidad; dejar caer, rotas por fin, las pesadas cadenas. Se han imaginado en el centro mismo de un gran
desierto, sin miedo a ser vistos, para finalmente gritar sin reprimirse. Han añorado abrir la boca como las
fauces de cualquier tigre furioso y emitir ese grito, el grito definitivo, aún a riesgo de hacer saltar de puro
esfuerzo, todas las cuerdas vocales destrozadas a base de rabía incontenida. Y es que, amigo, la rabia
contenida nos pudre por dentro, nos va pudriendo y aniquilando. Nos deja sin fuerzas, apáticos, nos
exprime, nos va consumiendo y lo peor es que lo hace poco a poco, sin tiempo para poder enterarnos. Todo
el mundo calla, da su correcto parecer, nadie quiere aniquilar el consenso general que parece se establece
sobre el gran tabú; la certeza de que vivimos en un mundo desorientado, carcomido por la inconsistencia de
todo cuanto nos rodea. Quien hoy es amigo, por algo que dijiste o decidiste, deja de serlo; así, sin previo
aviso y con medias explicaciones. Todo desaparece un día sin una razón de peso aceptable, seria, que lo
justifique. Es esa inconsistencia la que empujó al suicidio a aquellos que un día decidieron que lo que
motivara su vida durante años, había dejado de tener sentido. De repente, no significaba nada, parecía no
importarles los sacrificios, los trabajos, los esfuerzos empleados para aquella causa, ideal o fin. Quizás la
noche anterior dieron su última pincelada, colocaron en el pentagrama la corchea adecuada, cincelaron por
última vez el saliente de la piedra todavía virgen. El poder y la magia del proceso creativo vibró aún por
algún tiempo en sus vidas, pero un día se levantaron y todo eso ya era historia. No existía motivo, razón, ni
fuerza impulsora que diera sentido a todo lo que habían estado haciendo durante años. Esa es la
inconsistencia de la vida. Todo se acaba y casi siempre de forma inesperada, sin avisar. Es cuando
sobreviene la desorientación, un terrible vértigo lo invade todo. Un día desaparece, y uno todo ese tiempo ha
estado tratando de mantener el equilibrio, de no naufragar en la incerteza, de superarlo para sobrevivir,
concentrado en combatirlo. Cuando el vertigo desaparece, sobreviene la nada. Y entonces ¿ qué nos queda?
¿ Y entonces, qué?”
Carcajadas de niños lejanos invadiendo el atardecer. Pablo entrecruza sus piernas, una sobre otra, satisfecho.
Cree que no va a obtener respuesta. Se hace el distraído, tenso pero altivo, como convencido de haber ganado la
partida.
Pablo se remueve inquieto en su silla desgastada. Ahora deja que sus piernas se apoyen en el suelo, coloca sus
codos sobre sus rodillas, aproxima su aturdido rostro en una mezcolanza de sorpresa divertida y desconcierto
imprevisto.
Se hizo el silencio. En el poblado patio de plataneros y abedules, cesó el rechinar de los pajaros entre los
colores de la siembra tardía. La penetrante brisa norteña nos mantuvo inertes unos minutos. Me decidí a retomar
el hilo de nuestra plática.
- No puedo negarlo. Sé lo que se siente cuando uno desea destapar el tarro de las esencias y no existe paladar
sensible dispuesto a disfrutar de sus aromas y deliciosos matices. Lo peor de todo es ese panico que aparece
poderoso cuando descubrimos que sólo compartiendo y derramando nuestras mieles para los demás, éstas
podrán alcanzar su misión. Saber que pudiera caducar, enmohecerse, esa ternura que nos obligan a guardar
como confitura en las oscuras soledades del corazón, nos empuja a sentirnos impotentes. Nos vivimos
incapaces de hacer entender al prójimo, ¡cuánto desperdicio estamos generando!. Y todo, porque no somos
capaces de abrir nuestra receptividad, encerrados en nuestras miserias, a los regalos que desean brindarnos
brillantes seres que vagan por el mundo. Genios perdidos, desorientados, animados por el mismo aliento de
aquel pintor holándes que muriò solo y confundido como en una eterna tormenta sin fin, como abandonado
a la ceguedad de una perpetua noche. Esa es una parte de la historia, pero tiene su reverso. Sin saberlo Van
Gogh llenó su vida de pleno sentido a través de la pintura. Fue uno de los padres del expresionismo,
combinó como nadie los colores cuya calidez todavía nos sobrecoge. Despertó los más bellos sentimientos
de muchos hombres que contemplando sus oleos, renacieron quizás de sus tinieblas a algún viejo recuerdo.
Una ilusión ivernada por la duda, brotó por fin liberada, resurgió un sincero deseo de tomar en serio las
nuevas oportunidades que brinda la vida..
Pablo sonrió irónicamente. Se arrascó su brillante calva tostada, giró hacia mi posición sobre uno de sus
hombros y sentenció de la manera que sigue:
- ¡Ay, amigo!. Poeta y literato, literato y poeta. Tienes una dialéctica fluida, sabes manejar bien la palabra,
pero creo que no alcanzas a comprender el nudo de garganta, la sequedad abrasante en la boca, el ahogo que
produce el pánico. Es ésa precisamente la fuerza de la angustia; cuando ella te atrapa, la vida pierde valor y
ella lo gobierna todo... ya nada tiene sentido.
- Sí existe un sentido. Un fin último.
- ¿ Cuál? ¿ A caso un joven como tú ha dado con la clave que generaciones de filósofos y maestros han sido
incapaces de desvelar?
- No llega a tan extrema intención mi conclusión. Pero sí te diré que en las situaciones más difíciles hay una
misión importante que cumplir. Y es negar la fatalidad, no dejar que se instale en ti, no darle poder y una
fuerza que no merece. Desahogar y destrozarla para que no nos ciege con su omnipresencia, para que esos
rayos de luz que tan ansiosos deseamos puedan servir a su finalidad, que no es otra que enseñarnos cual es el
opus del vida, el centro mismo de la existencia, el camino de búsqueda real.
- Bien ¿ Y?.
- Cada cual ha de andar su trecho y cada cual debe encontrar cual es su sitio y su misión en todo este asunto.
- ¿ Y qué propones? Buda, Cristo, la Santisima Trinidad, el Papa de Roma, el Santo Oficio...
- No. El encuentro con uno mismo alejado de las opiniones ajenas que carecen de la vivencia experiencial
propia. Para ser feliz hay que estar libre de la dominación exterior. ¿ Y sabe quién lo aconsejaba?
- ¡ Hum!. Tiene miga el asunto. Sí, siento curiosidad. Quién llego a tal elucubración?
- Un cuentista fabuloso. Como dice usted, un literato. Robert Louis Stevenson.
- Caramba, muchacho. Me dejaste en blanco, me perdí, ya no sé a qué venía todo esto, me siento
avergonzado, nunca en muchos años me había ocurrido esto..
Quedó mudo por unos instantes. Dejó que su vista se perdiera en el horizonte por primera vez en todo el tiempo
que paseé con él. A intervalos me miraba y se sonreía picaramente. Levantaba su mano agitándola haciendo
gestos de incredulidad, se reía en silencio guiñándome un ojo y tornaba nuevamente a sus cabilaciones. Habría
transcurrido un cuarto de hora en esta actitud. Después se levantó de la silla dando algunos pasos hacia el lado
derecho de su estudio. Tomó de un viejo armario una especie de sombrero que se lo puso sobre la cabeza.
Colocándose de espaldas a mí, se volvió por sorpresa apuntándome con un revólver poniendo cara de malo. Yo
quise participar de su broma, él parecía divertirse. Fue exquisito comprobar que un artista no tiene porqué
hallarse siempre en esa arquetípica pose intelectual. Pueden, deben, para desprenderse del peso mitico que otros
colocan sobre sus espaldas, sin pedirles permiso, divertirse de las formas más sencillas y para algunos ridículas
que podamos imaginar. Ridículo es dejarse atrapar por los complejos apresantes y las limitaciones que tratan de
imponer, desde el mundo exterior, a nuestras posibles manifestaciones de naturalidad e imaginación. Pablo era
un ser profundamente libre en el caso que nos ocupa. Me hizo reir de veras cuando con un gorro de marinero y
una extraña y curiosa pipa, tuvo la ocurrencia de imitar a Popeye el marino. Daba grandes zancadas por todo el
piso y lanzaba guturales gruñidos que pusieron en alerta a Françoise. “ ¿Todo bien?”. Perpleja había asomado su
cabeza tras la enorme puerta de madera. Pablo se agachó ante ella y logró hacerla participar de su juego. “
Olivia, mi bella amada, ¿Cuando zarparemos hacia nuevos horizontes?”. Después de unos minutos, Gilot
interrumpió la escena para darle un recado a Pablo. Su amigo André Villers había telefoneado para avisar que se
dirigía a visitar al pintor. “Oh, fantástico. Teníamos concertada una cita de la que ya ni me acordaba. Estupendo,
te presentaré a mi buen amigo. Hemos colaborado juntos y compartido algunas cosas en torno a la fotografia.
Creo que congeniarás bien con él.”. El rictus de Pablo había cambiado considerablemente respecto a cuando lo
encontré un minuto antes de mantener nuestra charla. Estaba eufórico.. Tan sólo alguien poderoso y con un gran
estado de salud puede soportar tal inestabilidad emocional. El chiquito, como llegué a llamarle con su permiso
unos días después, haciéndole sabedor del gran afecto que yo sentía ya hacía él, podía levantarse un día como el
ser más apático y desengañado del mundo. Se transformaba rápidamente de ser un desengañado Albert Camus
por la mañana, a un Durruti inquebrantable por la tarde. Pablo me invitó a tomar un café y algunas pastas, antes
de que llegara André. No se quitó ni la gorra de marinero, guardó en uno de sus bolsillos la pipa y me explicó
que hoy deseaba continuar divirtiéndose. Que nuestra charla había sido lo suficientemente seria como para tratar
de hallar ahora un equilibrio. La sesión de fotos nos aportaría ilusión y fuerzas para todo lo que restaba de
semana. Yo le creí capaz de todo. Gilot, sin embargo, no parecía hacernos excesivo caso. Sobre un papel trataba
de emborronar algun boceto. Lamenté no haber conocido más con profundidad a esta mujer. Sobre todo su
pintura. Me llamaba la atención su espíritu libre. El misterio que la envolvía la convertía en una especie de musa.
Hacía justicia a la aberrante dicotomía en la que Pablo apresaba a las mujeres: existían para el dos tipos de
hembras. Las mujeres Venus. Y la mujer-felpudo. Así de duro, así de injusto se mostraba Pablo que tanto debía a
sus amantes y esposas.
El ama de llaves nos alertó de la presencia del fotógrafo. Éste pasó al comedor saludándonos a todos.
Picasso hizo algunos gestos para que se acercara. “ Aquí te presento a un camarada. Está pasando unos días con
nosotros hasta que se recupere. Tuvo un desmayo y no quiero que luego la prensa diga que Picasso es un ser ruin
y poco hospitalario. Así es que, ya ves, nos toca estar de enfermeros.”. Prontamente, y más serio, le habló de mis
inquietudes intelectuales, nos arrastró a los dos hacia una de las estancias de la casa y nos obligo a sentarnos.
“Está bien Villers, ésta probablemente será la sesión de fotos más divertida que jamás hayamos disfrutado
juntos. Así es que saca tu artilujio que comenzó la fiesta.” Cuando Pablo había adoptado frente a un espejo la
que él juzgaba la pose más adecuada, André intervino. “ Demasiado seria esa pipa. Y un poco escaso el
vestuario”. A Pablo se le cambió el gesto. “ Me éstas provocando ¿ Eh? ¿ Es eso acaso lo que tratas de hacer,
provocarme? Prepárate, ahora vuelvo”. Marchó muy decidido creando de veras cierta expectación en los dos, la
cúal nos impidió cruzar apenas cuatro palabras. Irrumpimos en una sonora carcajada cuando asomó de tal guisa.
Se había colocado una barba postiza de feria, una nariz de payaso, y sostenía a modo de pipa entre sus manos
una tetera tomando con su boca el canutillo por el que discurre normalmente el té. Esta vez suponiamos que
aspiraba un exquisito tabaco aromático. Estaba gracioso y el fotógrafo disfrutó disparando unas cuantas
instantáneas. Las gafas que portaba para la ocasión lo transfomaron en un anciano marinero, orgulloso de sus
andanzas y aventuras. “Ahora vereís”, corrió entusiasmado hasta la otra punta del cuarto. Se había transformado
en un gentelman inglés haciendo gestos discursivos en pose de estar ofreciendo un mitin sobre moral y buenas
costumbres. Nos lo pasábamos en grande, y pronto, alertada por la algarabía, Françoise quisó unirse a nosotros
no pudiendo evitar contagiarse de nuestra fiesta. Pablo aprovechó su anterior ocurrencia y se transformo en el
vaquero, esta vez apacible y amable, que porta su pistola no muy convencido de tener que usarla.
Pasamos el resto de la tarde escuchando a Pablo algunas de sus consideraciones sobre la fotografia
como arte. Decidí dejarlos solos para que pudieran disfrutar de su propio espacio, y me eché a caminar entre las
calles de Cannes. Transcurrió como una hora y media para cuando volví sobre mis pasos y pude ver a Pablo
despidiéndose de su buen amigo. Acerté a escuchar la invitación que le hacía para el día siguiente, ya que tendría
ocasión de tomar algunas fotografías mientras trataba de retratar a una bella mujer que iba a posar para él.
André se mostró encantado con la idea y prometió ser puntual a la cita. “ El es esa clase de personas con las que
uno se siente seguro, de las que nada hay que temer. Y eso me gusta”, comentaría Picasso después. Parecía que
ambos mantenían una estrecha relación no sólo personal sino artística. Es posible que ésta durará toda la vida.
Supe más adelante de la enorme fe que el pintor malagueño depositaba en la amistad, incluso su opinión firme
de que esta debe ser inquebrantable, tanto como para que las diferencias políticas, se supediten a ésta y no al
reves. Estas convicciones le supondrían más de un disgusto en la vida por sus propios posicionamientos sociales.
Pablo, con gran dolor, llegó a perder viejos amigos que no compartían sus ideas políticas.
Picasso se adentraba con total sencillez y facilidad en campos reflexivos que yo, tiempos atrás, añoraba
explorar con otras personas; contrastando esas ideas que aun siendo propias, en boca de un hombre de su talla,
sonaban más autorizadas, más logicas y convincentes. Intervine con toda la confianza que iba ganando.
- Totalmente de acuerdo. Tiene mucho sentido. Es verdad, nada surge espontáneamente. Es como obviar la
dinamica, quién desarrolla una habilidad dio pasos en esa dirección. Espontaneidad es igual a una habilidad
automática. Natural. Madurada. Es más, ese vacio que dices que encuentran la mayoría de las personas es
forzado por una soledad violenta, negada, no aceptada. No existe receptividad. No se abren al silencio. Sólo
en el silencio surgen las voces censuradas del interior, las fealdades ocultas, aquello de lo que se huye,
aquello que no se acepta. En ese dolor están quizás apresadas las llaves perdidas con las que desatar muchas
cadenas, los yunques sobre los que pulverizar prejuicios e imposturas.
- En otras palabras. La soledad es necesaria para hallar la comprensión, para que no haya interrupción en la
manifestación del ser, del ser aútentico y trascendente. Sólo cuando ese ser emerge, sin interrupciones, la
creatividad se expande enteramente y halla su máxima expresión.
Pablo decidió levantarse. Sus ojos ya no me asustaban, al contrario, deseaba ser objeto de su mirada
traviesa, exploradora, sentía como tras ellos un enorme océano de misterios y enigmas podría arrastrarme,
ahogándome en sus ensoñaciones y explicaciones profundas con la más absoluta de las ansiedades. Deseaba
seguir engullendo todas las claves elementales que impulsaban al genio, todas esas convicciones
profundamente masticadas.
- Bingo, muchacho. En cierto sentido has conectado con lo que algunos vienen manteniendo desde el
principio de los tiempos. La creatividad es en parte mística también. Se necesita soledad y silencio, es
entonces cuando se produce la manifestación del ser auténtico y trascendente. En ese trance ese estado de
encuentro con lo profundo de nosotros mismos, con las incógnitas y deseos que nos empujan, emerge el
poder creativo. Ostentar ese poder es ser como dioses. Poder crear lo que nadie jamás concibió en la misma
forma ni bajo las mismas circunstancias, es un hecho único, mágico y dotado de una naturaleza propia que
le otorga su misterio y su propia misión. Nada surge sin una causa, sin ser una respuesta a algo o una manera
de explicar algo; luego, toda creación es necesaria y forma parte de la vida. Pero hay algo en todo nuestro
discurso verdaderamente tragico, revelador, que todavía no hemos adivinado. ¿ Qué sucede, qué ocurre
cuando todo fluye por sí mismo, el tiempo desaparece, el nivel de concentración es total, o quizás ni tan
siquiera existe porque uno ya no controla su torrente creativo?. Uno se siente deliciosamente pequeño, tan
sólo vehículo, arteria por la que fluyen las ideas, o los brochazos, o los conceptos de ganarle verticalidad a
una figura, o dar un aspecto ambiguo a un tono para que gane el resto de la composición. ¿ No te ha
ocurrido también a ti? ¿ No te aterra pensar que algunas de tus poesías surgen sin tu permiso, que nacen en
su parto relegándote al papel de simple comadrona?
- ¡Oh, Pablo!. Sí, esa sensación me recorre ahora mismo todo mi cuerpo. Es verdad, no me ocurre sólo a mí.
Pensé que se trataban de simples ensoñaciones mías, desvarios inconfesables. Y te juro que es la sensación
más deliciosa en el proceso creativo. Esto demuestra en cierto sentido que todos esos conceptos que hemos
manejado son experiencias. En el proceso creativo a veces trascendemos nuestra vida cotidiana, nos
situamos en otro plano, ya no rige nuestra voluntad consciente. Lo dificil de todo esto es esa impresión que a
veces nos desocoloca cuando al releer un texto, o retomar un cuadro en tu caso, no nos sentimos
responsables de esa obra, no podemos creer que haya partido de nosotros mismos, al menos esa parte que
conocemos de nosotros mismos. Nos sorprendemos, no nos creemos autores.
- Estamos planeando sobre un gran tabú, camarada. He conocido infinitud de artistas que se cagan en los
pantalones a penas se asoman a esta idea a la que nos estamos acercando. El ego, ese es su problema, el ego.
Les da pavor conocer la verdad. Los arruina el desencanto que en ellos les produce desprenderse de su
genuinidad. Lo cierto es que el ego se desarrolla en todo su potencial por el miedo que tenemos los artistas a
reconocer la naturaleza extraña a nosotros mismos de la inspiración, de nuestras creaciones, como don,
como gracia.
- Estoy realmente emocionado, Pablo. Siento tal afinidad e identidad con todo lo que estamos tratando, que
ahora empiezo a comprender muchos desvelos del pasado, ansiedades, miedos, compulsividad ignorada. Si
se trata de un tabú, es porque existe. No son sensaciones ni de Pablo Picasso, ni mías. Muchas otras
personas las han experimentado y no se quieren enfrentar, no se desea hablar de ello. Y en verdad, si pienso
detenidamente, es muy agradable llegar a ese estado de concentración o inspiración. A ese coqueteo con las
musas en donde el mundo exterior, nuestras bajezas, nuestras limitaciones e incongruencias parecen diluirse
en un instante, en el cual todo es serenidad y paz intensa.
- Se ha alcanzado el tao. La presencia absoluta del ser en el acto que desarrolla, estando totalmente presente
en el aquí y en el ahora. En este caso, como parte activa desde la observancia serena.
- Me perdí...
- Menos mal, empezaba a temer que eras inagotable, incombustible. Si hemos de continuar en esta dinámica
por muchos dias, habrá que coger fuerzas. ¿ Qué te parece una buena tortilla de patata, un tomate recién
cogido de su mata y un buen tinto español para recuperarse, camarada?.
- Estupendo. El entusiasmo puede empujarle a uno al Ramadan inconsciente.
- No nos pongamos pedantes, por favor. Que la cosa se ha desmadrado hace ya unas horitas.
Esos ojos eternos, inmensos, sólo los ojos, alrededor bruma impenetrable. Y su dedo, alzado a media
altura, indicándome agitado. Eso sí, su calva solemne y las cejas que se arquean o se posan misteriosas en el
inicio de un guiño apremiante. Me he sobresaltado en la cama, pero no asustado, ni confundido, ¡qué va!
exhausto por la intensidad de una emoción de la que no puedo librarme. Sentir que en estos días he vivido
cincuenta años. Como si en unas horas recorrieras los largos caminos que por muchas décadas buscaste hasta el
hartazgo. Es la sed quebradiza y agónica que se ve arrastrada a un oceano de espuma fria y cristalina agua dulce.
Saciar hasta la extenuación un anhelo indefinido pero presente. La casa permanece en silencio, la vida acaba de
ser retomada. He bajado despacio, sigiloso, risueño también. Voy a perderme en una cueva de tesoros apiñados
en los rincones. Amontonados, vibrantes, provocativos, o como entes vacilantes que no se sabe si perdieron su
ser o por el contrario lo van a sorprender a uno a sus espaldas con un seco extertor. Es el caso de un toro,
ejecutado al carboncillo, cuyas cuencas de ojos vacías le dan un aspecto lúgubre. Es su cabeza poderosa,
majestuosa. Diríase que preside, y con derecho a replica, porque tiene la boca entreabierta. Ejerce de guardiana
la mismísima señora. Una virgen solitaria, que si tuviera olfato le invadiría una terrible nostalgia por los tiempos
en los que la vistieron toda ella de policromías y ricos barnices. Casi resbalo en una esquina. Son fotos de
Picasso en olor de multitudes. Sobre ellas, una cartulina desde la que me observa un dibujo a una tinta. ¡Qué
ojos! Sin embargo boca torcida y sombría. Me parece el rostro de un cristo llano, un nazareno sabedor del final
de sus días. La luz entra por los ventanales enormes. Y ahí estás digna, entera, la mecedora del monstruo. Como
descansando, sabedora de su misión, alargándose en una sombra desdibujada. Astutas palomas que no me
avandonan ni un segundo. Me vigilan, es gracioso imaginárselas confidentes. La jaula es hermosa, amplia, pero
como para todo cautivo, el espacio escaso. A un metro, un sofá que a su izquierda contiene múltiples objetos
además de una enorme cometa. Me siento definitivamente. Recuerdo que el correo lo tengo atrasado. Algunos
rostros conocidos retornan a mi mente, me sonríen y yo sé que cuando vuelva a ellos ya no seré el mismo.
Ahí esta. Ligeramente corvado. Íntimo, carente de todo pudor. En camiseta y puro calzoncillo. Mueve un cuadro
de 2x15 aproximadamente, y entre otra serie de lienzos, parece tratar de buscar algo. Da unos pasos y como
sorprendido se vuelve hacia mí.
Gilot espera en la sala. La saludo y me siento. Conversamos algo acerca de mi exilio, mi viaje por la
comarca, y ella no deja en todo momento de mostrarse interesada. Es una mujer cansada. Tiene coraje, firmeza,
le ha tocado luchar en la vida, tomar decisiones muy temprano. Lleva años ya con Pablo. Trata de convencerme
que mi estancia le esta siendo de gran ayuda. Soy un revulsivo, dice que Pablo hasta ha logrado terminar un
cuadro que tuvo apartado por meses. Silbando se aproxima a su Venus, la besa. “ Vamos, que se enfría, sírvete”.
Me apremia. Decide contarnos sus planes. Al parecer, una joven modelo posará a la tarde para él. Por la mañana,
antes de almorzar, desea salir a hacer algunas compras – “ Mis pinceles están de asco, ya no puedo trabajar así,
hay que reponer el material ”-. Me sugiere la posibilidad de acompañarlo. Después de charlar los tres, le da
algunas instrucciones a Sabartes, que mantiene como puede el equilibrio de tres paquetes enormes que acaba de
recoger del Correo. En mi habitación tomó unos sobres prestos para enviar, algunos francos y mi
documentación. Pablo me espera, se ha ajustado su gorrita madrileña, lleva puesta una chaqueta de lana, y de
camino saluda algunos paisanos mientras me recomienda algunos autores literarios. Con un discreto codazo me
guiña un ojo; han pasado dos jóvenes sonrientes apresurando su marcha. “ ¡ Oh! espera, no puedo evitarlo”.
Entra en una panadería y compra una hogaza recién horneada, vaporosa, que sostiene satisfecho bajo el
brazo.Varias veces se troncha de la risa con mis comentarios jocosos sobre las costumbres francesas, y modifica
su gesto transformándolo en aprovador en lo concerniente a la gastronomía gala. De vuelta de nuestros recados
decido ir al huerto y colaborar algo con la casa, recogiendo algunos frutos de tan anárquica cosecha.
Entro y pido explicaciones sobre el lugar más apropiado para las frescas viandas. Pablo agradece la cosecha,
parece haber ordenado un poco su material. Se deshace de algunos materiales ya inservibles. Con un trapo
desgastado se seca dedo a dedo y trata de quitarse de las manos algunos pegotes de oleo que permanecía aún
fresco entre sus cachibaches. “Puedes dejarlo todo ahí mismo, sobre esa mesa. Ese pepino tiene muy buen color.
A veces creo que un día lo dejaré todo para dedicarme al huerto. Pero luego desecho la idea, porque la inquietud
empuja más y debo seguir pintando”. A los pocos minutos la mesa ya está lista, se han acostumbrado a los
modos galos y almuerzan temprano. “ Tiene sus ventajas, luego uno puede alargar la siesta”. Las buenas
tradiciones no las ha abandonado. Algunas sobre las que yo no me he pronunciado y que no considero buenas,
tampoco. Pongamos por caso, su afición a los toros, hacía los que siente verdadera atracción reflejada en muchas
de sus obras. En lo que me concierne, yo personalmente, no comento con nadie mi aversión hacia el grotesco
sacrificio en las plazas. Anatema. Ese gusto español por la tragedia, la sangre, el riesgo frente al animal
malherido y acorralado. Ensañamiento en abrirle las heridas y desgarrar su cuerpo. No deseo entrar en
polémicas. Hace tiempo que descubrí que es en las empatías donde debe uno volcarse, las sintonías se deben
cultivar en las relaciones humanas, sin que con ello se abandonen las propias convicciones. Siempre existe
tiempo para que se produzca el desencuentro.
La dama llegó puntual a la cita. Exploró cada rincón de la casa, discretamente sentada, mientras yo trataba
de acompañarla. Ella tomó la iniciativa.
- Usted no es de aquí.
- Acertó ¿ Cómo lo supo?
- ¡Oh!, vamos. Ese pelo negro, sus facciones, los ademanes espontáneos, resueltos.. eso se nota. Y sin
embargo, su francés es bastante correcto.
- Eso dicen, no me lo explico, la verdad, pero así lo afirman. Y usted ¿ Cómo se siente?
- Un poco nerviosa ¿ Se nota mucho?
- No, que va. Lo díje porque me pareció que para usted era trámite.
- ¿ Trámite? ¿ Posar para él?. Si fuera para otro, quizás, pero no se que clase de retrato resultará de este
encuentro.
Marché a tomar un baño. El agua caliente me sienta bien y cada cierto tiempo lograr relajarme,
invadiéndome una agradable sensación liviana. El aseo aporta ligereza a los miembros, a la piel, al bienestar
general. “ Tonterías ”, que diría un viejo amigo. Tres cuartos de hora más tarde la sesión ya había tomado su
rumbo. Hice acto de presencia con verdadera curiosidad. Lo primero que observé fue la excelente firmeza que
mantenía Sylvette. El amplio escote simplemente caía hacía atrás de su espalda sobre la que descansaba parte de
su melena porque se hallaba con el pelo recogido. A pesar de que el trabajo consistiría en tomar su perfil, se
trataba de una mujer de extraordinaria belleza, perfectamente proporcionada y que en esta posición no perdía ni
brillo ni presencia. La chica no se inmutaba. Por supuesto que se percató de mi llegada. Sonrió amistosamente a
pesar del silencio que reinaba. Escuché unos pasos y al volverme, me alegré. Era André, el fotografo, que me
saludaba cámara en mano.
Pablo bromeaba, centrado sin embargo en su obra. Me ausenté para que nada perturbara sus respectivos
trabajos. Llevaba días sin escribir poemas. No pasaba habitualmente una semana sin haber compuesto un par de
versos. Nunca me parecía adecuado el momento de finalizarlos. Era como darles sepultura, enviarlos a un cajón
en el que perderían su alma, y al recuperarlos se mostraban frios, vacíos de espíritu, tremendamente mudos, me
arrancaban la más triste de las indiferencias. La pasión surgida en su composición se había evaporado para
siempre. Y yo no los reconocía, se habían transformado; violentamente me mostraban su rostro más abyecto, sus
heridas ocultas por las que sangraban su insustancialidad. Sin embargo, en ocasiones mis versos me mostraban
su lado más amable. Tomé con la misma inseguridad que siempre el block, lo abrí y dirigiéndome a las últimas
notas, leí. Lo quise comparar con el primero de esa serie compuesto muchos meses atrás. Fue una buena idea,
porque me ayudó a comprender que la progresión era visible. Salí al jardín y parapetado en uno de los árboles,
ausente del entorno, comencé a recitar uno de ellos con cierto tono lastimero. En algunas ocasiones sucedía que
no podía evitar emocionarme porque brotaba de nuevo, con todo su realismo, el mismo sentimiento que me
empujó a darle parto, a traerlo sobre el papel. Hasta el aroma de algunas flores y los sonidos del lugar, me
recordaron que no fue en una sórdida ciudad donde di vida a esa poesía. Fue en un hermoso paraje de Lapurdi,
rodeado de esos paisajes que me emvolvían de una nostalgia brutal por mi pueblo, mi amada Guernica. En una
palabra borrosa todavía quedaban huellas de las lágrimas que libres iban fluyendo aquel día, algunas de ellas, a
modo de íntimo bautizo fueron bendiciendo sus rimas. Continué mi lectura en una voz que se iba transformando
en rabia. Distraído sentí un quebrar y crujir de pequeñas ramas, hojas esparcidas. La venus de Picasso, como una
estatua inmóvil, se excusó levantando una mano. “ Continúa, me agrada mucho escucharte, me emociona a pesar
de no entender. Tu forma de expresarlo me conmueve”. Volvía a avergonzarme, y aquella dulce mujer se acercó
hasta mí. Me pidió que le tradujera el verso, me sorprendió verla cerrar los ojos, agitar el ritmo de su respiración,
y colocar una de sus manos sobre mi nuca. Agradeció profundamente la traducción, sentenció que era lo más
tierno y delicioso que había escuchado en muchos meses, y con un beso sincero en mi mejilla se retiro
abandonándome en mi actividad. Medía hora más tarde guardé el cuaderno y quise comprobar el avanzado
estado de composición en el que a buen seguro se hallaba el retrato. Pasé al estudio y ciertamente, Sylvette tenía
razón. No es un acto cualquiera exponerse a ser retratada por Pablo. Caminé unos pasos, Villers bromeaba con la
joven, y el pintor se mostraba algo molesto, temeroso de que el fotografo distrajera demasiado a la modelo. “ Y
tú, ¿ qué haces ahí plantado a modo de espantapajaros? anda, ven aquí, acercate ¿ Qué te parece?”. Estaba
prácticamente terminando, no me cabía la menor duda. El cuadro era muy hermoso en su factura. Toda la
estructura craneal se reflejaba perfectamente proporcionada, los cabellos habían sido impresos con mayor
preciosismo si cabe que en la vida real, sin embargo el escote desaparecía de su espalda, quizás queriendo
otorgarle un mayor protagonismo a la cabeza, que era elevada por un cuello exageradamente largo y muy recto.
Y sin embargo, creí que aquella mujer no se veía reflejada con total justicia en la obra. Su extrema hermosura se
reflejaba de manera muy liviana en la pintura. “Vamos, con sinceridad, ¿ a qué esperas?. Me quedan algunos
retoques y quizás algo todavía pueda tener solución”. Rechazaba tal ofrecimiento, no era posible que Pablo
necesitara de mi opinión. ¿Quién era yo para juzgarle? ¿ No estaba mucho más autorizado el fotógrafo, que al fin
y al cabo trabajaba con imágenes y poseería un mayor dominio del lenguaje estetico?. Mi contacto con la
vanguardia pictórica, era efimero hasta llegar a este lugar. El trabajo me gustaba y múcho. Cuanto más lo
miraba, avanzaba descubriendo nuevos matices, comprendía mejor la intencionalidad de ciertos trazos. Pero no,
decididamente yo no me pronunciaría sobre el cuadro. Porque sinceramente creía que no se podía descubrir a
Sylvette en aquel retrato, podía tratarse de cualquier otra muchacha. Y no me sentía con fuerzas para sincerarme
totalmente con mi amigo. No deseaba por nada del mundo herirle. Opté por sonreír, decirle que me gustaba
bastante y que yo no era la persona más idónea para juzgarlo. No se conformó. Insistió en que deseaba conocer
mi impresión. Al final le dije que me extrañaba la forma en que lo había pintado, parecían varias piezas de un
rompecabezas encajadas entre sí compuesto a trozos. Aceptó y se alegró de mi atrevimiento. Él mismo dijo que
su intención no era evidentemente el realismo, sino todo lo contrario.
- En el realismo se es exageradamente convencional. Se reflejan todas las formas de forma muy estática. El
arte del realismo era pagado por mecenas ávidos de pintar un paisaje hermoso, o un cuadro que retratara la
grandeza de unos monarcas, o ese bodegón apacible, atractivo, que decorara el salón de una mansión. Eran
obras que ayudaban a instalarse cómodamente sin mayores preocupaciones a quienes podían gozar de su
adquisición. Era un arte conformista, muy centrado en dibujar a la perfección las formas, y a la vez,
destinado al conformismo. Y es que socialmente es así. No me explico porque la belleza mueve al
conformismo en la humanidad. La crueldad y lo sombrio, la injusticia y la opresión mueven, agitan el
mundo, provocan debate, crean inconformismo. No es lógico, cuando las mayores muestras de belleza, si
éstas denotan un desarrollo, son dinámicas. Por eso, ante esta ilógica tendencia, no puedo replegarme a los
cánones simplistas y uniformes. La imagen y la pintura, en ocasiones, no siempre, deben tratarse como
estructuras dinámicas, multiformes, para poder plasmar una belleza que va más allá, que invita a la
reflexión, que cuestiona e interroga. Por eso romper con la uniformidad de este rostro también puede ser
dotarlo de una multiplicidad de expresiones no descritas anteriormente. Podemos lograr enriquecer la velada
poliformidad de un individuo. Lo decía Charles Baudelaire: “ La irregularidad, lo inesperado, la sorpresa, lo
asombroso, constituye una parte esencial y característica de la belleza”.
Su explicación fue aplastante. Hasta André dejó de prestar atención a la modelo y escuchaba ensimismado. “
Bravo, bravísimo” gritó sin inmutarse. “ Vamos, vamos, menos lisonja y aprovecha el tiempo, que esto ya está
prácticamente terminado”. Después de degustar un aperitivo, tomar algunas pastas y esa bollería tan típicamente
francesa, despedimos apenados a Sylvette y André. “ Es un sinvergüenza este André. No me mires así,
seguramente tú y yo en su posición haríamos lo mismo, ¿no te parece?”. Soy un poco lento a veces para ciertas
cosas. Un rato después comprendí exactamente a que se refería Pablo. A escasos minutos de la despedida ambos
estarían tomando algo en algún café y André trataría de seducir a otra de las Venus que Pablo inmortalizaría para
siempre.
Por más que miraba la mochila trataba de ignorarla. Pero se hallaba desparramada sobre el suelo, parecía
desear un poco de atención, como si pudieran necesitar de una espalda que la resguardara del frío y le urgiera
emprender la función para la cual había nacido. Viajar y caminar, servir al porteador para trasladar sus
pertenencias, dar protección a sus alimentos, enseres y utensilios. De alguna manera yo sabía que mi aventura
en este lugar debía llegar a su fin. No podía permanecer una sola noche más en la casa. Al atardecer daría por
concluida mi estancia, agradecería la hospitalidad y las atenciones recibidas y partiría apenado, sabiéndome roto
por dentro, pero crecido y renovado. No deseaba robarle ni un minuto más a Pablo. Y creía que Françoise Gillot
y su compañero disfrutaban de escasísimos espacios de intimidad personal que yo no estaba dispuesto a ocupar
por más tiempo. Lo primero que hice fue comunicárselo a ella. Lo supo entender, deseó que en otra ocasión
volviera para visitarles y yo le hice la promesa de que así sería. Sorpresivamente se abalanzó sobre mí, me besó
insistentemente y acabó por abrazarme con mucha fuerza. Verdaderamente sentía mi marcha. Pronto apareció el
pintor. Se lo solté sin demasiados rodeos. Se enfadó de veras. “ No puedes dejarnos así, si apenas empezamos a
conocernos. No voy a permitirte que te marches así como así. ¿ Cúal es el motivo? ¿ Algo te ha molestado? ”.
Finalmente se convenció de que era mi decisión, entendió que yo necesitaba continuar mi viaje y acabó por
abrazarme él también. “Cuidate muchacho, pon cuidado y que nadie destruya tu firmeza. Espero poder volver a
encontrarnos. Espera. Dentro de un par de meses vamos a exponer, será un acontecimiento importante y quiero
que me acompañes, te presentaré algunos literatos, algunos ya los viste aquí el otro día. ¿ Recuerdas?. Están
intrigados y desean conocerte. Telefonearás aquí y lo arreglaremos todo para que nos volvamos a ver”. Comencé
a llorar intensamente, para mí no era facil. Para Pablo tampoco que se marchó disculpándose y me dejó en
manos de su mujer, que me daba ánimos, consciente de que en mí Pablo había penetrado con el mismo influjo, la
misma fuerza con la que ella fue conquistada años atrás.