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LA MIRADA

Lo conocí una tarde de Agosto. Era él, él y su inseparable camiseta de franjas negras. Trabajaba frenético.
Delicadamente o a toda rapidez. Como si arrancara en cada suave hundir de su pincel, una inspiración.
Como si tuviera miedo a perderla en su ansiedad por mojar sus barbillas en un tris, tras, y correr sobre
el lienzo con intención de dar vida a una nueva idea. Allí estaba aquella tela, sorbiendo sus pinceladas,
tela plena en todo su espíritu.

“ Fantástico”, exclamé. Asombrado por mi espontánea expresión me sentí avergonzado, como si un


eructo impertinente hubiera brotado de modo incontrolado. Clavó su mirada en el intruso. La sentí como un
millar de cuchillos desnudos atravesando mi cuerpo, haciéndolo jirones que vomitan vergüenza y pudor, como
si hubiera violado a golpes acompasados el mismísimo silencio sacro. El pintor reconoció en mí la inocencia.
Tornó su penetrante mirada en compasión gratuita, y de su boca partió aquel sorprendente comentario. “ ¿ No
lleva usted nada sobre la cabeza? Debe de estar loco. Hay que estar loco para llevar la cabeza descubierta en
pleno Agosto aquí, bajo este plomizo cielo”. Al principio me sentí confundido. No esperaba tal salida. Quizás un
reproche ligero pero amistoso, una invitación sencilla a dejarlo seguir trabajando, pero el genio cumplió su
papel, resultó imprevisible. “ Oh, salí solo un rato a pasear, no es como usted que necesitará su tiempo bajo este
sol”, me justifiqué tímidamente. “ El justo para cuatro garabatos. Hay que pasar el rato de alguna manera, ¿No le
parece?” Bromeaba el hombre medio calvo, de blanquecino y escaso pelo. “ ¿ Está usted de paso, verdad?. Por
su Francés, intuyo que no es galo, usted debe de ser un compatriota ”; sonreía ya más jovial el pintor exiliado,
proscrito por una irreverente dictadura. “ Soy vasco, de Guernica, me exilié hace unos años, mejor dicho, me
exiliaron”. Quedo sorprendido, pero satisfecho. “Reconfortante encontrarse con camaradas”.
Intuyó mis circunstancias, y por intuir, creo que lo hizo hasta de mi escasa malicia, mi inofensividad. Le
resultaba a todas luces pintoresco, grotesco, con aquella mochilita desgarrada y el mapa a medio plegar lleno de
manchas de aceite. Unas latas de sardinas, comidas torpemente, habían decorado irreverentemente el rumbo de
mí deambular. Lo observé combinando sus pastas, quizás no pintaba paisaje alguno. Tan sólo sustraía a pleno
sol, colores, los robaba del entorno, deseando recrear toda su viveza, su luminosidad. Al ocaso del día lo ayude
a transportar sus atriles y cacharros. Él entre sus manos sostenía el lienzo y en silencio caminabamos, él cómo
abstraido de mi presencia y yo aturdido todavía por no terminar de encajar tan magnífica compañía. Era un
caminito dulce, sin demasiados escarpados, franqueado por un sotobosque debil, seco, exausto, perdido de hojas,
visiblemente quebradizo al calor del día.
Fumaba y fumaba sin descanso, uno tras otro. No hubo otro hombre en mi vida que causara tal
impresión en mí como él. En el corto periodo de tiempo que disfruté intensamente de su locura, de sus totems y
ensoñaciones, descubrí la fuerza de su obra, toda su resuelta rebeldía, el fuego abrasador que lo empujaba en un
torrente de creatividad insaciable. Desplegaba inmensamente cada una de sus pulsiones, cuestionándolo todo
para tratar de comprender tanto vacío, frustrándose por no alcanzar la hermosura de llenar con sus obras los
sinsentidos de la realidad falsa y pusilánime que lo encolerizaba.
“ Hoy no, por favor, no puedo atender a ningún periodista, no es posible, Jaqueline, tengo invitados, una
modelo me está esperando. Qué? Mañana?. No, no, no, es un mal día también, la semana pasada, acordé verme
mañana con un colega, para hacer una sesión de fotos. Con él la cosa es distinta, será muy divertido. Aplázalo
hasta la semana que viene, todo para la semana que viene, tengo mucho que hacer. Gracias, Jaqueline, gracias,
eres encantadora, ¿ Te lo había dicho ya?. Lo sé, pero eres encantadora, porque eres comprensiva. Cuídate
mucho, un beso”. “Oh, perdone, amigo, lo he dejado ahí, plantado como ese platanero que asoma detrás de la
ventana. Un pequeño asunto telefonico, que sabrá disculpar. Bueno, ¿ y qué le parece la estancia?”. “ Espaciosa
y.. ”, no me atreví a usar ningún atributo, no deseaba emplear ningún calificativo sobre el magnifico lugar, ante
el artista que me había conquistado con sus muestras de empatía y su sorprendente hospitalidad. “ ¿ Qué le
ocurre? Vamos, suéltelo ya, no guarde cuidado, espaciosa y.... Es cierto, no puedo ocultarlo, lo sé, es espaciosa,
pero también sucia, desordenada, desbarajustada. Probablemente le dé a usted la razón, pero quizás no se salve
de que le invite a ayudarme a poner un poco de orden en todo esto. No me mire usted con esa cara de susto, que
es una broma. Caramba, debe de desarrollar más su sentido del humor, sino está usted perdido”.
Se lo dije después aliviado. No vieron mis ojos desorden, ni suciedad, ni nada que no tuviera que ver
con una profunda impresión por otro lado muy razonable, como les explicaré a continuación. Tuve que retener
lo máximo posible cada bocanada de oxigeno que trataba de administrar a mis pulmones, porque la emoción me
impedía serenar mis ánimos. Por más que traté de calcular, de razonar y hallar lógica a todo aquello, no pude
encajar finalmente cómo en aquel espacio tan infinitamente amplio se amontonaban por centenares las más
dispares y extraordinarias creaciones pictóricas y escultóricas que jamás pude tener a mi alcance. Cualquier
excusa, cualquier pretexto se veía trasformado en una significación, en un motivo de reflexión, en una
apabullante descripción pictórica. Alcanzaban esas formas, las cajas de cartón, cartones de galletas, envoltorios,
hierros de chatarra aparentemente inservibles, esferas de materiales diversos, cartones entrelazados recreando
una figura humana o abstracta. Caminar se caminaba con dolor y con miedo por los corredores y habitaciones
intercomunicadas. Sobre todo con miedo, a quebrar, herir o resquebrajar cualquiera de sus obras que se
amontanaban ya sin sitio en todas aquellas salas. No existía lugar ni rincón posible para la desnudez. Marcos
amontonados, bocetos, papeles de gruesa proporción manchados con carboncillo. Pinceles resecados y abatidos
en el suelo, algunos como en botica, tratando de ser recuperados entre ungüentos y modernísimos disolventes.
Toda clase de objetos inundaban de desbordante imaginación y rebeldía, aquel estudio de artista consagrado. Él
no pintaba, no esculpía, no dibujaba. Trataba a mi entender, de escupir, de estrangular, de quebrar todas sus
angustias, todas sus obsesiones, todas sus frustraciones encaminadas por su fuerza interior, a través de su
inabarcable creatividad.
“ Mire, mire usted toda esa gente. Permítame serle sincero. Yo sé que no es lo común, pero no me
importa, debo ser sincero, tengo que serle sincero. Mire a toda esa gente”, mi cara extrañada lo hizo reaccionar
enseguida. “ Sí, hombre, sí, toda esa gente, me refiero al mundo exterior, a esa locura que se desarrolla ahí
fuera. Toda esa gente tratando de sonreír, se saludan. Buenos días, buenas noches, ¿ Qué tal, cómo evoluciona de
su enfermedad la señora? . Es lo que le pregunta, tan ancho, con la conciencia tranquila, un empleado a su jefe,
deseando ardientemente por dentro que la palme, que la palme la mujer de ese jodido cabrón. Todos tratando de
parecer felices. No pasa nada, no ocurre nada. Sonría, vamos, es fácil. ¿Lo ve?.Todo se soluciona con una
sonrisa, todo está bien. ¿ Comprende lo que trato de hacerle ver? Todos tratan de parecer felices, y entre tanto
tiempo tratando de parecerlo, se olvidan de tratar de serlo. Es una sátira, una burla a sí mismos. Patético,
ciertamente patético; y lo peor no es eso, lo peor es que se acepta, se acepta y ya está. Se resignan a esa falsedad.
Es una gran mentira consensuada. Aparente usted ser feliz, fiche su jornada de correción diaria, no amargue al
projimo, hombre, sea usted educado. ¿Qué le parece, eh, qué le parece? ”. Quedaba mirándome con aquella
profundidad desasosegante, con la fuerza de unos ojos que se clavan con toda la paciencia del mundo sobre uno
y lo interrogan eternamente, lo cuestionan casi obsesivamente. En esa profundidad, en esa mirada tensa,
enérgica, fogosa, se esconde el eterno explorador de razones. Un buscador incansable que por más que no haya
tesoro alguno en el camino, sino indiferencia y evasivas, sigue planteando los mismos enigmas, cuestionando
todo su alrededor. Desarmando tarimas podridas, erigidas sobre el vacío, al que caeremos todos los que
insistimos en mantenernos sobre ellas, falsos, cínicos e inamovibles. “ Le entiendo y sé que no es fácil vivir en
esta grotesca selva, pero hay que sobrevivir”. Todo el gesto de Pablo cambió bruscamente. Durante un tiempo
se mantuvo en silencio, auscultándome con su mirada, tratando de combatir con la fuerza arrolladora de sus ojos,
mi afirmación. No lo había dejado fuera de juego, ni tampoco sin saber qué decirme. Aquel hombre conocía
otros registros de la comunicación y trataba en ese otro plano, diametralmente opuesto, de resquebrajar mi
confianza. Sin embargo, trató de ponerme a prueba, parecía gustarle luchar y convencer. Gozaba estableciendo
guerras dialécticas y usaba de cuantos recursos disponía a su alcance, fuesen éstos verbales o gestuales;
dominaba bien ese terreno. “ ¿ Y de verdad merece la pena soportar el peso de tanta careta, para sólo
sobrevivir?. Eso para mí no es vida, es la más insultante de las mediocridades”, expuso contrariado con el
mundo, revelado contra la condición humana esclavizada.
“ No trato de establecer que es lo bueno o lo malo, lo inteligente o lo alienante. Tan sólo de descubrir la
naturaleza, el porqué de las cosas. La gente trata de sobrevivir, no desea complicaciones. Y sobrevivir es
legítimo, nadie quiere naufragar, quedarse en el barco y correr el riesgo de que se hunda. Se conforman con la
postal. ¿ El viento viene del norte? Pues se abrigan. ¿ Parece que va a hacer calor? Se refugian en la sombra. La
lógica es cruel a veces, pero tiene sentido. Es el sentido común. Quizás sea aburrido, constriña la imaginación, la
rebeldía, la inquietud y tantas cosas más, pero forma parte del instinto”. Pablo puso una mano sobre mi hombro,
era enorme. “Caballero, en este instante le confieso que me alegro profundamente de haberle conocido y dése
por satisfecho. Jamás me permito estas licencias. En cuanto al instinto, ha dado usted en el clavo. Los seres
superiores no se guían por el instinto, tratan de superarlo, porque el instinto sólo a secas, es una gruesa cadena
atada a la lógica, al deseo de supervivencia. Vea usted qué silogismo acabamos de construir entre usted y yo.
Nos encontramos justamente en el mismo punto que antes, exactamente en el mismo punto. En la supervivencia.
Quien trata de superar esa actitud primaria estará determinado por el deseo. Algo le mueve en dirección de algo
y en ese proceso de moverse para superar la mera supervivencia y realizarse en otro plano superior, aparecerá el
peligro. Cuando se decide afrontar el riesgo, se ha superado el instinto de supervivencia y ya se avanza contra él.
La mediocridad a sido barrida del mapa, se camina hacia otro estado de conciencia, y comienza a despertar la
vida; que no es supervivencia, si no lucha activa y consciente, no instintiva, es así que queda superada la actitud
defensiva. La vida es esa apuesta que tratando de superar la mera supervivencia se transforma en batalla, en pos
de un ideal, de un sentido profundo, abrazando el reto diario y constante. ¡ Le confieso que me cuesta
levantarme terriblemente todos los días!. ¡Enfrentarme a diario con todo lo que debo aguantar sobre mis
espaldas! ¿Y sabe? Un deseo superior plasmado en mi arte, en mi creatividad, en todo cuanto tengo todavía por
explorar, descubrir y crear, me empuja. En todo ello residen mis fuerzas para levantarme de la cama casi a
diario. Es el deseo y el sueño, la ilusión, lo que da aliento a la vida. Sin motivaciones, sin algo que nos mueva,
tan sólo sobrevivimos. ¿ Le han dicho a usted alguna vez que posee una capacidad de condensacióno?. Acertó
de pleno. La gran diferencia entre los seres superiores y los mediocres reside en ese punto, los primeros viven,
los últimos sobreviven”. Una explosión de emoción me sobrecogió. Primero un sudor instantáneo, frio, despúes
un leve mareo, más tarde la oscuridad.
“ ¡Amigo! ¡Amigo! ¿ Se encuentra bien?. Vaya susto, ya pasó. Espero que se sobreponga. Tiene que
estar de mejor color, ¿Sabe?. Deseo presentarle a la mismísima Venus en persona, una mujer sumamente
brillante. Françoise regresó de hacer unos recados hará unos diez minutos. Justo hizo acto de presencia en el
momento en el que usted se desplomó. Nos ha dejado helados. Ella me ayudó a arrastrarlo hasta este catre.
Menos mal que ha recobrado usted el sentido. Quizás fue el calor. ¿ Ha comido algo en las últimas diez horas?.
El fuerte apetito junto con el agotamiento fisico puede producir desmayos. Debe usted descansar. Ah, por ahí
viene”. Françoise Gilot apareció con un enorme frutero. Picasso extendió un gran melocotón, sonriente,
convenciéndome de que la fruta me sentaría bien. Aquella mujer de vigorosas cejas, graciosa boca y hermoso
pelo negro, no dejó de sonreir en ningún momento.
“ Me he permitido traerle sus pertenencias”, exclamó Gilot, acercándome la mochila. En el intercambio,
mi cuaderno cayó sobre el suelo, habriendose hacia la mitad. Picasso se agacho de inmediato, para recogerlo. Lo
tomó entre sus manos y lo cerró discretamente. “¿ Me permite hacerle una pregunta? ”. Asentí con mi cabeza
bastante avergonzado. “ Verá, me resulta usted misterioso. Hay algo en usted que no puede ocultar. Lo percibo
como inofensivo, como alguien de fiar, pero no logro intimidarlo, desnudarlo, desarmarlo. Y en cuanto al
cuaderno ¿ qué es realmente? ¿ Se trata de su diario personal? ¿ O de algo más especial? ¿ Toma notas sobre
algún asunto? ¿ O es usted un periodista tratando de inmiscuirse en nuestras vidas? Porque si es eso, si se trata de
eso, ha abusado usted de mi confianza y no creo que deba ser muy explicito sobre que es lo que deseo que haga.
Vamos, no se quede ahí pasmado. Al menos respire. No soy ningún monstruo, no lo voy a devorar. Reaccione,
hombre. Diga algo”. Se había enojado ante lo que para él se trataba de una estratagema. El periodista avispado,
que sin presentarse como tal, trataba de elaborar un reportaje en el centro mismo de la intimidad de su casa, su
familia, su entorno natural.
Françoise frenó su ira. Lo convenció de que, al menos, me dejara expresarme. Tomé aliento. Nunca
jamás pasé por situación tan violenta. Tan sólo minutos antes, tenía por enfermero a uno de los genios más
importantes de la pintura moderna. Y mientras trataba de asimilar tal paradoja, su olfato de hombre acorralado,
siempre en estado de alerta, lo había desorientado. Tras un inocente cuaderno se agazapaban todos los fantasmas
imprevisibles que lo asaltarían por sorpresa. Todo el precio de la fama, la pérdida de intimidad en un cuaderno.
Y su dueño, un jovencillo desgarbado, falto de fuerzas, desparramado sobre un sillón, al que lo agobiaban las
gélidas gotas de sudor, contorneandole el rostro; no podía articular palabra, tan sólo trataba de esquivar el fuego
abrasador de su inquiriente mirada. Llegué a sentír punzadas de dolor en lo afilado de su insistencia, en la
profundísima negrura de sus ojos expectantes, alertas, como si en mí hallara un peligro real. “ No es lo que cree.
No tengo nada que ocultar. Abra, abra el cuaderno con confianza y lea, lea sin ningún tipo de reservas”. Respiré
aliviado. Mis palabras al menos lo habían disuadido y apartó todo el peso de su rostro inquisidor de mi visión,
tornando todo su cuerpo hacia el cuaderno.

Nada. Ni un murmullo. Silencio axfisiante. Ladrido lejano de perro exaltado. Crujir de madera bajo los
pies de Gilot que trata de acomodarse, mirándome compasiva, satisfecha, guiñándome un ojo para sonreír
tiernamente después. Volví a observar al pequeño gran hombre. Rascaba su oreja izquierda, entre un tic nervioso
y un gesto de sorpresa. Se volvió sobre Françoise. “ Vaya, lo siento amigo. Acércate, mira, mira en qué ocupa
los ratos libres nuestro invitado”. La aludida arrastró su silla para situarse junto a Pablo. Inclinó levemente su
cabeza, y por el gesto de la cara supe que había pasado lo peor, aquel embarazoso estado de confusión.
“ Es preciso que entienda lo sucedido. Debe entenderlo. Creo que aún siendo joven y por cuanto expresa
aquí en este cuaderno, usted sabrá entender nuestro anterior incidente. De hecho son los poetas los que siempre
saben ir más allá, los que encierran mayor profundidad de palabra, una apertura experiencial más rica. Deseo
que lo olvide, no debió suceder nunca”. Aquella disculpa me emocionó hondamente. Pero reprimí cualquier
manifestación. A Pablo le herían los sentimentalismos. Su espíritu se elevaba sobre las emociones para
atravesar su espesura, en busca de nuevos signos, tratando de trascenderlas con intención de traducirlas, de
situarlas en el mundo, vertebrando para ellas un significado concreto, un sentido. “ De acuerdo, no se preocupe,
lo comprendo. Uno debe de protegerse. Instinto de supervivencia. ¿ Lo recuerda? ”. En ese mismo instante el
pintor agitaba su dedo señalándome. Dirigiendose a la única mujer que compartía nuestra estancia trataba de
convencerla. “ ¿ Has visto, has visto? ¡ Me ha tendido una trampa!. Este tipo es más listo de lo que he alcanzado
a imaginar. Me hace girar en torno a un mismo concepto, a una misma finalidad dialéctica. Y me encierra en
ella, no me deja salir. Pero me gusta, está luchando y con firmeza. Detrás de su aparente timidez, de su
superficial inocencia, existe una férrea voluntad. Atención, esto métetelo en la cabeza, puede servirte. Es otra
gran diferencia entre los hombres mediocres y las personas superiores. Los primeros carecen de voluntad para
vivir, sobreviven. Los últimos, desean vivir, tienen voluntad para ello y ponen todo su esfuerzo. Tienes razón. Es
natural defenderse. Yo también lo hago, sí. Pero fuera de mi instinto de supervivencia, común a todos lo
mortales, existe una voluntad de superar tan bajo grado de existencia. Por eso hablamos de seres superiores, son
aquellos que superan la mediocridad, que superan la adversidad, que se hayan en otro plano. Ya lo expliqué
anteriormente, cuando alguien asume los riesgos y enfrenta el peligro, supera la supervivencia y está viviendo.
Aún en el caso de que esa persona en circunstancias extremas pierda la vida en su empresa, aún en esos casos,
puede haber vivido mucho más que aquellos que sobrevivan vagando por el mundo durante décadas. La vida si
no es experiencia, no es nada, tan solo vacío. Y para ello hay que atreverse, atreverse a vivir ”.
No necesitó mi aprobación. Compartía convicciones y las ofrecía como instrumentos. Sin demasiado
boato. Su discurso era intensidad vivencial; sus palabras, la herencia de su sinceridad. Su timbre de voz contenía
la rabia, toda la ira, la misma que trataba de transmitir bajo una lógica aplastante durante años. No a través de
alusiones explícitas, no. Todos sus soliloquios eran la guerra al conformismo, a la resignación alienante de tantos
y tantos hombres y mujeres.
“ ¿ Desde cuándo lo lleva haciendo? Dígame”, reformó su rictus Pablo. “ Oh, vamos, no me diga que no
sabe de qué le hablo, de su poesía, exactamente, de sus versos. Estoy seguro de que no se trata de una dedicación
reciente, y al menos, no es tan sólo una dedicación. Debe de ser valiente, sabe que conmigo no sirven las falsas
modestias. No se preocupe, puede hablar sin temor. Yo lo escucho”. Quedo inmóvil. Dirigía de vez en cuando el
cigarrillo a su boca y esta vez se mostro paciente en extremo. Miraba sus uñas, las perfilaba con uno de sus
dedos, mordía en uno de sus extremos y me miraba inquieto. Explotó contrariado. “ ¿ Quiere que le diga una
cosa? Me importa una mierda la imagen que usted tenga formada de mí, me importa un pimiento lo que digan
esos monstruos de la prensa, la radio y la opinión publica en general. No quiero que toda esa imagen establezca
barreras entre usted y yo. En ningún modo estoy dispuesto a tolerar todo eso. Soy de carne y hueso y necesito
charlar con gente anónima, necesito saber de sus opiniones, qué hacen, a que se dedican, cuáles son sus pasiones
y sus porqués, y si hallaron alguna vez respuestas, no respuestas parche, respuestas sólidas, respuestas para
siempre. Estoy harto de tanto intelectual, graznando a mi alrededor. Yo sé que comprende exactamente lo que
quiero decirle, lo comprende y ahora debe de hacer el esfuerzo de superar la maldita barrera que le impide ser
libre ante mí. No soy ningún monstruo, soy como usted, quizás con una habilidad desarrollada, de acuerdo, pero
soy humano”. Hice un movimiento lo suficientemente expresivo para que Picasso clavase su mirada en mis
labios. Apoyó sus manos sobre las rodillas, dejó caer parte de la ceniza de su manoseado tabaco negro y esperó
sin inmutarse. “ En el fondo tiene usted razón. Tengo la sensación que por alguna causa que desconozco, hay
algo que nos permite conectar sin ni tan siquiera establecer acuerdo alguno en torno a nuestros diálogos. Esto es.
Usted pinta y yo escribo. Usted tiene su instrumento y yo el mío. No es tan sólo una dedicación la poesía. Es una
forma de interpretar la vida, un metalenguaje.”. Picasso se regocijaba encantado de las palabras que libres fluían
condensadas en el maravilloso espacio de aquella habitación, llena de sus obras y creaciones más recientes.
“Muchacho, volvemos a entendernos. Vuelve usted a sorprenderme. Lo más importante en la poesía no es
precisamente lo que el público en general entiende, sino su lenguaje oculto, su significación real que tan sólo
atrapó el autor en su contorno esencial, en el mismo momento en el que brotó su genesis. Y a veces, el mismo
autor tarda años en recuperar el daimon de esa creación. Lo hallará como por casualidad releyendo sus versos,
como una proyección de futuro, como una herramienta que hasta ese mismo momento no desveló su verdadero
misterio, porque no le fue necesario al propio autor, conservando toda su esencia para esa relectura.”
Boquiabierto cerré los ojos. La llave desconocida brotó de su boca para abrir los candados de las
percepciones inexpresadas. Tejió en un instante algo que palpitaba en mi corazón desde que aún siendo un niño
pasaba tardes enteras rasgando cuadernos y hojas, y sabiendo en el fondo de mi corazón, que algún día todo
aquel trabajo, toda aquella ardua búsqueda, aquellos renglones de rimas, interrumpidos por la impotencia,
hallarían su plena realización y sentido algún día. En mi interior conservaba respuestas que ni tan siquiera era
capaz de leer porque desconocía el idioma en el cual fueron escritas. Y ahora con el pequeño malagueño
comenzaba a atisbar como en una explosión de colores y formas, la traducción a mis interminables búsquedas.
La sensación más sorprendente es haber sentido que las respuestas siempre habían estado en mi interior
congeladas en el tiempo. Tan sólo al calor de alguien grande, alguien que obrara en favor de un iniciado como
yo, podría comenzar a escarbar sobre el hielo que me impedía crecer. Y Pablo lo estaba consiguiendo, más tarde
llegaría a entender que con plena intencionalidad.

Desperté inquieto con la sensación de apenas haber descansado. La escasez de luz que alcanzaba a
penetrar por entre las rendijas del ventanal, sirvió para cerciorarme de que no se trataba de un sueño, que era
cierto que la tarde anterior había estado leyendo poesías a un Pablo pensativo y una Françoise, que
entusiasmada, me animaba a continuar. Con precaución salí de la estancia, deseoso por absorber los primeros
rayos de un sol que se disfrutaba eterno en aquellos campos serenamente accesibles. Entre arbustos
desordenados, herbaceas salpicando el terreno caprichoso que serpenteaba irregular por todo el valle, pude
encontrar una graciosa piedra sobre la que sentarme y respirar con la amplitud propia de quien no va acumulando
preocupaciones valdías y enigmas innacesibles.
El todavía débil astro alcanzaba a extender sus anaranjados brazos hacía todo el paraje y por donde
quiera que yo arrastrara mis ojos, todo cuanto era objeto de mi visión emanaba vida y belleza. Descubrí que en el
tumulto uno se vuelve ciego y sordo. Que en la calma uno aviva la vista y se le vuelven dulces melodías todos
los silencios. Asentado en la corona de un árbol, llamó mi atención un diminuto pájaro, que con sus estridentes
trinos, estaba despertando en mí una suerte de nostalgia hacia toda la hermosura que ignoramos mientras
permanecemos encerrados en nuestras angustias. Las mismas que nos volverán inquietos, huraños, ariscos hacia
las oportunidades de amor y plenitud que la verdadera realidad que gobierna el mundo nos va ofreciendo. Sus
trinos eran la bellisima realidad que en aquel lugar invadía toda la creación. Ese era el poder y no otro, el que
emanaba de tan diminuta criatura, volver a rescatar para mi percepción de la realidad la verdadera naturaleza de
la vida: estar atentos a la belleza y negar la crueldad y la angustia cuantas veces sea necesario para que
emerjamos de nuestras celdas al exterior.
Quise ver más alla de tan romántica vivencia, y sí, la belleza encierra su propia condena, porque lo
sencillo carece de seguridades y apegos que lo vigoroso, lo hermético, lo complejo posee. El pajarillo que ahora
mostraba toda su jovialidad y vitalidad pasaría meses más tarde la crudeza del invierno, la falta de alimentos, los
castigos añadidos de la intemperie y quién sabe si en su vuelo hacia tierras más calidas se encontraría con el
perdigón asesino de una cruel escopeta. Lo bello no es gratuito y a veces tampoco fácil. Soporta sus cadenas, sus
esclavitudes, sus dogmas. Hay que saber ver siempre más allá. Entender que los dulces pájaros del campo, al
igual que los grandes genios de la humanidad, cantan, revolotean, se aparean y únicamente alcanzamos a percibir
en ellos hermosura y felicidad. No los observamos encerrados en las pequeñas jaulas de metal que otros de su
misma especie tienen que padecer. Y sin embargo, quizás sean otras las jaulas, las condenas, las prisiones que
tengan que soportar, cautivos por sutiles penas.
Decidí caminar hacia la casa, no deseaba preocupar con mi ausencia a quienes tan amablemente y de
manera tan imprevista me habían ofrecido alojamiento y alimento. Sobre todo grata e irrepetible compañía. A
Françoise la encontré en el patio – Ah, ya viniste de tu paseo. Buenos días, poeta – Me sorprendió la joven
Venus de Picasso. Me turve y sentí un terrible pánico a ser descubierto. No había tenido tiempo en reparar en
ello. Un terrible misterio emanaba de aquella mujer, misterio que concentraba todo su poder de atracción. No era
especialmente guapa, de sus rasgos no se adivinaban excelencias ni tampoco especiales cualidades que pudieran
llamar la atención. En su amabilidad, su superioridad intelectual transformada en cercanía y naturalidad, en su
espíritu curioso y aventurero al mismo tiempo, resultaba ciertamente mágica – Te buscaba porque Pablo insiste
en verte. No se ha levantado todavía y a mí me cuesta trabajo convencerle. Quizás tú puedas hacer algo -. Me
sorprendió aquella observación. Un completo desconocido era requerido por el pintor consagrado en pleno exilio
estando éste en pijama, o sin él, postrado en la cama. Su mujer, la que tantas horas ha pasado junto a él, es
incapaz de animarlo a reiniciar sus tareas cotidianas, no ha podido hacerlo razonar ni lo ha motivado para que
desayune y atienda sus asuntos, y éste, requiere mi presencia. Me sentía totalmente superado por las
circunstancias. Sobrecogido ante la incierta responsabilidad que recaía en mis hombros.
No sabía qué debía enfrentar en aquel dormitorio. Françoise se había decidido a ejercer de escudera.
Como el bueno de Sancho, trataba de apartar de mi visión los horripilantes gigantes, que amenazantes como
fantasmas, me hacían palidecer, debilitándome, vaciandome de fuerza y decisión. Se empeñaba en hacerme
avanzar con la bravura que otorga una sonrisa cálida y una mano suave apoyada sobre el cuello. En medio de la
espesura del miedo, el rechinar de unos muelles viejos de cama y la tos intencionada de un artista ya maduro y
perro viejo se me revelaron como signos. Señales evidentes de que nada peligroso podía pasarme. Tan sólo un
ataque histriónico de ira, de un ser que desde su pedestal, con toda su grandeza, no puede evitar sentirse solo,
abandonado e indefenso.
Al dormitorio de Pablo se accede desde el cuarto de baño. Fue irrepetible la fascinación que llegué a percibir
en aquella atmósfera única. Picasso yacía, remolón y recostado a un lado de la cama, en camiseta, con los ojos
semicerrados, en medio de un mal disimulo de su impaciente espera. Sobre su cama, una bombilla desnuda, y
destacando en la pared, sobre su cabeza, algunos de sus dibujos favoritos. Me llamó la atención un antiguo
escritorio sobre el que se amontonaban cartas, documentos, papeles, sobres y paquetes de cigarrillos. Y como
pincelada determinante de toda la escena, un alambre que partía del cable de la luz hasta la estufa; del que
colgaban una serie de cartas sujetas por pinzas de tender ropa. Los ojos negros de la más grande inspiración que
yo obtendría para toda mi vida, se hallaban nuevamente clavados en mí. Françoise, con un gesto de confianza y
despidiendose de Pablo, optó por dejarme solo en medio de la tormenta vital que se desataría en unos segundos.

- Todo es inútil, nada tiene sentido, no encuentro razón alguna por la cual deba levantarme. Ni tan siquiera sé
que he hecho de mi vida en todos estos años, y para colmo, soy un hombre enfermo, un hombre mayor y
enfermo, que está solo, al que nadie hace caso...
- Pablo, vamos, no creo que tengas en tan mala consideración a Françoise, ella te adora..
- No hablaba de ella ahora. Hablo del mundo, de las personas, de todos aquellos que se llenan la boca de
elogios y nunca están cuando verdaderamente se les necesita...
- ¡Oh, vamos! ¿ Pablo Picasso? ¿ solo?. Tengo entendido que todas las mañanas esta casa es un centro de
reunión, debate, camaradería, diversión... Eso es lo que al menos leí no hace tanto tiempo...
- Cuando le hablo de soledad, ¿ está usted entendiendo realmente a lo que me refiero?
Quedé pensativo. Había conocido tantas formas de soledad. Me resultaba curioso. Y hasta liberador romper
con esa sensación de aislamiento, de excepción que vive uno cuando se siente en soledad. Es absurdo. Te sientes
solo y además estando convencido de que a nadie le suceden estas cosas, únicamente a ti. Hay algo de orgullo
clasista en todo ello. Es nuestra vanidad oculta que se manifiesta hasta en el más absurdo de los vacios.

- ¿No me contestas, no tienes nada que decir?


- ¿ Eh?. Perdona, sí, sí. He reflexionado muchas veces a cerca de ese sentimiento, que por cierto, no tiene
nada de exclusivo sino que es común a todos los mortales..
- Continúa..
- En realidad esa capacidad es un regalo, es un don, si sabemos apreciar donde estriba su razón de ser..
- No comprendo cómo puedes tratar de convertir en cualidad tal agonía.
- Vas a entenderlo. El sentimiento de soledad, en ocasiones, es fiel reflejo del nivel de independencia y
libertad del individuo. Diría aún más, del ser autorrealizado.
- No tiene mucho sentido. El ser libre no puede vivir esclavitudes de esa naturaleza.
- Sí puede. El desapego del común de los mortales, la autoafirmación, el realizarse por la propia búsqueda y
experimentación, puede traer por consecuencia, incomprensión, el desarraigo de los compañeros y amigos,
la distancia de quienes no han andado todavía ese camino, como consecuencia, soledad. La gente huye de
aquellos que rechazan las relaciones dependientes, absorbentes, posesivas, temen las relaciones en libertad...
Y esa es la tragedía de la vida, la polaridad a la que injustamente nos sometemos los seres humanos. La
interdependencia y la posesión, las dulces cadenas...o el abandono y la anulación.
- Hay algo de cierto en todo cuanto dices. No andas desencaminado, he experimentado esas sensaciones.
- Aún olvidándonos de todo lo anterior. El conflicto de la soledad, es una consecuencia lógica y deseable,
desde la premisa más extraordinaria de la vida, de la madre natura... el ser humano se siente solo porque no
haya un ser semejante a él, no encuentra la afinidad absoluta, es un problema identitario. Toma conciencia
propia e individual de sí mismo. Nadie siente como él, nadie experimenta lo que él llega a vivir e interpretar,
no logra transmitir con la misma fuerza y capacidad vivencial e intuitiva sus experiencias, descubre como un
imposible el compartir en plenitud todo cuanto él desearía llegar a transmitir. Todo ello es maravilloso,
porque la naturaleza a través de millones de años, en su gran obra, ha concebido billones y billones de seres
y formas complejas, cada una distinta de las demás. No existe un solo ser vivo idéntico. La soledad y
sentirse solo es en definitiva el precio de la unicidad. El ser único, irrepetible e incomparable trae por
consecuencia sentirse solo, abandonado e incomprendido.
- Fabuloso. Impresionante. Tengo que confesar que a conclusiones como éstas son a las que yo ya llegué hace
ahora unos años. Me las has refrescado.
- Queda algo importante. Cuando mayor sea el recorrido del camino propio de autorrealización, mayores
diferencias se establecerán entre ese ser y los demás. Se hallarán en planos distintos, desiguales en
sensibilidades. Su unicidad y originalidad, su experiencia específica habrá aumentado y crecido en su ser
interior. A mayor conciencia de esta verdad, mayores contactos de soledad. En tu entorno es posible que
nadie pueda acompañarte en ese camino, únicamente tú mismo estando presente en los signos que irán
apareciendo.

El pintor exclamó, aplaudió, me tomó de la mano, se mostraba exultante. Había recuperado el ánimo
instantáneamente y de un respingo saltó de la cama, quedando yo abrumado por aquella nueva puesta en
escena. Sus cambios temperamentales me aturdían, no sabía qué debía de esperar, cual sería su siguiente
reacción ni tan siquiera en qué momento una frase o afirmación inoportuna podría volverlo con toda su ira
en contra mía. Ahora registraba cajones desesperado, y de tanto en tanto feliz se dirigía a mí, recuperado
completamente:

- Sí, eso es, tú has aparecido de repente en mi vida quizás seas uno de esos signos a los que te has referido
anteriormente. Tuve un amigo que tenía la excéntrica idea de declarar que muchas de las personas que
aparecen en nuestras vidas son predestinadas, estan ahí para mandarnos un mensaje, evitar que nos
desviemos del camino, o hacernos razonar cuando estamos ofuscados. Creo que ciertamente pudiera tener
razón... y en señal de agradecimiento..me refiero al hecho de tu aparición...¡ Demonios, juraría que lo puse
aquí!...digo, que en señal de agradecimiento, te haré un obsequio. ¡ Eso espero, no puede ser que se haya
extraviado!. Creo que puede tener mayor valor en tus manos. Considéralo como un regalo común, mio y de
Malroux. ¡ Aja! – Exclamó victorioso, al urgar entre unos viejos cuadernos, sobre los cuales ejercían de
pisapapeles algunos libros. Tenían el aspecto de no haber sido ni tan siquiera abiertos. Me puse en pie. Pablo
sostenía con su mano izquierda una cartulina de cierto espesor. Mientras tanto, su agradable sonrisa
contrastaba con el brillo de sus ojos negros expectantes, vacilantes respecto a mi reacción. Pronto comprendí
que era lo que Malraux tenía que ver en todo esto. Sobre la cartulina una especie de collage literario y
cromatico conformaba el original y exclusivo regalo. El pintor, satisfecho por mi sorpresa y el agrado que a
sus ojos me era imposible ocultar, me extendió la mano y dijo solemnemente:
- De esta sencilla manera, y para que conste ante nosotros dos solos, queda perpetuada nuestra amistad..
- Gracias, no sé qué decir..
- No, no es necesario. Más no por favor..¿ No crees que ya dijiste bastante anteriormente?. Vayamos, pues, a
nuestros “quehaceres”.

Salimos de la estancia; Pablo se dirigió a almorzar con su compañera y yo decidí tomarme algunas horas
para conocer más de cerca aquella apacible villa. La cartulina en cuestión todavía la conservo enmarcada. La
sigo enseñando con orgullo a los nuevos amigos, algunos callan no terminando de creerse esta odisea personal de
juventud, a pesar de que yo trato de narrarles los hechos de la manera más verosímil posible. Los hay también
que se estremecen ante los dibujos envolventes que emergen entre los nerviosos trazos del celebre escritor. En el
lado inferior derecho coquetean en confianza las rúbricas de Pablo y Malraux.
De vuelta a la casa, me relamía satisfecho. No sólo por las ricas viandas y aromáticos vinos degustados, sino
por el cálido ambiente respirado en las bodegas del puerto. Hombres entusiasmados alrededor de una mesa de
cháchara, recelosos de los forasteros. Una gruesa camarera de ademanes bruscos portando platos de pescado frito
y bandejas con hogazas de pan tierno. Refriegas de cartas, y esos vasos chatos bañados en ese desagradable
anisete que se empeñan en tomar acompañado de agua. Un marinero barbado, que me agarra del cuello de la
camisa, me hace confesiones extrañas de viejas hazañas que por su susurro se convierten en secreto. Su vigoroso
aliento, lo suficientemente persuasivo como para abandonar la atestada taberna. Observé a aquel renacuajo
ayudando en sus tareas a la madre, cosiendo redes de pesca sin demasiado entusiasmo. Callejuelas, trasiego de
gentes y olores diversos. Librerías curiosas, lúgubres señores, jóvenes a la carrera cargados de libros; y en un
callejón apartado, mujeres que se insinúan apenas con gracia.

Ya llegué a la casa. Entro, al fondo me saluda Gilot que prepara un ramo de flores. Paso a la estancia en
donde nos reunimos en sobremesa. Descubro a Picasso con mi cuaderno en sus manos muy pegado a sus ojos.

- Ajá, ya estas de vuelta...Um, me pillaste husmeando..


- No pasa nada, Pablo, después de todo, ya no tengo secretos que ocultarte.
- Oh, bueno, vamos. Eso sería terrible. Siempre hay que guardar algo para sí, sino estamos acabados. Un buen
amigo siempre decía: “ Quitarse caretas es bueno, arrancar junto a ellas la piel que nos protege es
peligroso”. ¿ Me permites una pequeña observación?
- Sí, ¿de qué se trata?..

Quizás estaría frente a uno de los momentos más álgidos de nuestro intercambio de impresiones, ahora
podría sincerarse en mayor grado respecto a mi poesía.

- Verás, he estudiado – no muy a fondo, desde luego – este cuaderno. Estoy seguro de que no puedo ni mucho
menos sacar una conclusión adecuada ni medir tu talento, pero tengo la impresión de que en muchas de tus
poesías adoleces de ...cómo expresarlo... adoleces, o pecas de un exceso de inocencia. Ya está, lo dije.. no
sé andarme con rodeos, lo siento... sí, adoleces de cierta inocencia.
- Es cierto, dices bien.
- Luego, no es inconsciente, se trata de un acto intencionado.
- Sí, así es. Quiero reivindicar la inocencia frente al discurso generalizado del mundo, que admite que en la
vida es la malicia la que debe gobernar, que indica a las personas que cada minuto de sus vidas deben estar
en tensión, alertas, desconfiando de todo y de todos, prejuzgando y esperando el golpe. Frente a esa criba de
las relaciones humanas, ese virus, esa lepra que dinamita unas relacciones sanas, de igual a igual, yo pienso
que lo revolucionario es no hacerse permeable a esa actitud generalizada. Y es la inocencia, una cierta
ingenuidad, el arma más adecuada para ser impermeable a esa actitud de continuo desprecio a la dignidad y
nobleza de las personas. Esta actitud de la que estamos hablando, es una forma de estar en el mundo que se
retroalimenta a sí misma. Cuando uno va con la pierna levantada por delante, el otro lo toma como agresión,
se defiende, y el primero se suponía en lo cierto, y tratará de seguir atacando porque se siente acorralado por
unas condiciones que el mismo creo anteriormente...
- Eres muy valiente si realmente caminas por el mundo conservando la inocencia de un niño y la ingenuidad
que dices reivindicar. Tus poesías me han removido bastantes cosas por dentro. He sido empujado a
recuperar antiguas vivencias que hace muchos años fueron duras, difíciles de superar. Es en tus poesías
fatalistas, derrotadas, en donde más he conseguido conectar contigo. Si el bueno de mi tocayo Neruda me
escuchara decir esto, a buen seguro movería la cabeza defraudado. Él renunció a esta clase de poesia, en la
que fue muy prolífico en sus inicios, para pasarse a rimar en favor del pueblo y la esperanza. Eso es
estupendo si uno puede hacerlo. No me iré por las ramas, no perdamos el hilo. Ahora, escúchame bien,
porque creo haber conectado contigo de un modo especial. Me pondré un poquito serio. Es importante lo
que voy a decirte. Quiero compartir contigo todo lo que jamás podré compartir con otros seres. Tú
comprendes no sólo mis palabras y discursos, sino la agonica llamada que lanzo repetidamente una y otra
vez detrás de cada perorata o expresión, sentencia u omisión. Tu poesía tiene algo de grito de Munch. Ese
grito que la gente ha llegado a observar con verdadero espanto, es el mismo grito censurado que todo ser
encierra y retiene entre sus miedos y sumisiones. Es ese grito existencialista que interroga a todos y cada
uno de nosotros sobre las incertezas que nos van aniquilando, vaciándonos por dentro, anulándonos. Es el
grito atrapado, censurado, roto, que se revuelve entre la repulsión de nuestras mordazas impuestas. Nadie
desea afrontarlo. Y sin embargo, todos han soñado alguna vez con poder liberarlo para satisfacer esa
necesidad; dejar caer, rotas por fin, las pesadas cadenas. Se han imaginado en el centro mismo de un gran
desierto, sin miedo a ser vistos, para finalmente gritar sin reprimirse. Han añorado abrir la boca como las
fauces de cualquier tigre furioso y emitir ese grito, el grito definitivo, aún a riesgo de hacer saltar de puro
esfuerzo, todas las cuerdas vocales destrozadas a base de rabía incontenida. Y es que, amigo, la rabia
contenida nos pudre por dentro, nos va pudriendo y aniquilando. Nos deja sin fuerzas, apáticos, nos
exprime, nos va consumiendo y lo peor es que lo hace poco a poco, sin tiempo para poder enterarnos. Todo
el mundo calla, da su correcto parecer, nadie quiere aniquilar el consenso general que parece se establece
sobre el gran tabú; la certeza de que vivimos en un mundo desorientado, carcomido por la inconsistencia de
todo cuanto nos rodea. Quien hoy es amigo, por algo que dijiste o decidiste, deja de serlo; así, sin previo
aviso y con medias explicaciones. Todo desaparece un día sin una razón de peso aceptable, seria, que lo
justifique. Es esa inconsistencia la que empujó al suicidio a aquellos que un día decidieron que lo que
motivara su vida durante años, había dejado de tener sentido. De repente, no significaba nada, parecía no
importarles los sacrificios, los trabajos, los esfuerzos empleados para aquella causa, ideal o fin. Quizás la
noche anterior dieron su última pincelada, colocaron en el pentagrama la corchea adecuada, cincelaron por
última vez el saliente de la piedra todavía virgen. El poder y la magia del proceso creativo vibró aún por
algún tiempo en sus vidas, pero un día se levantaron y todo eso ya era historia. No existía motivo, razón, ni
fuerza impulsora que diera sentido a todo lo que habían estado haciendo durante años. Esa es la
inconsistencia de la vida. Todo se acaba y casi siempre de forma inesperada, sin avisar. Es cuando
sobreviene la desorientación, un terrible vértigo lo invade todo. Un día desaparece, y uno todo ese tiempo ha
estado tratando de mantener el equilibrio, de no naufragar en la incerteza, de superarlo para sobrevivir,
concentrado en combatirlo. Cuando el vertigo desaparece, sobreviene la nada. Y entonces ¿ qué nos queda?
¿ Y entonces, qué?”

Carcajadas de niños lejanos invadiendo el atardecer. Pablo entrecruza sus piernas, una sobre otra, satisfecho.
Cree que no va a obtener respuesta. Se hace el distraído, tenso pero altivo, como convencido de haber ganado la
partida.

- La nada es muy valiosa.


- - ¿ Qué? ¿ Que es lo que has dicho?

Pablo se remueve inquieto en su silla desgastada. Ahora deja que sus piernas se apoyen en el suelo, coloca sus
codos sobre sus rodillas, aproxima su aturdido rostro en una mezcolanza de sorpresa divertida y desconcierto
imprevisto.

- La nada es muy valiosa, eso dije.


- ¿ Y cómo es eso?
- A veces sólo en el vacío se hallan respuestas. Cuando no existe un resquicio de espacio en la vida, cuando el
ego y el alma misma se ven oprimidas por infinitud de barreras, experiencias mal digeridas, traumas viejos
que están dificultando nuestras respuestas inteligentes, quizás de manera traumática, nos sobreviene el
vacío. Un vacío que quizás era necesario para encontrarse de veras con el centro de uno mismo, descubrirse
ya desnudo, sin armaduras, mordazas, poses apresantes y....
- De acuerdo, de acuerdo, ya comprendo el concepto, tampoco hace falta que te extiendas más, puedes si
quieres sintetizar. El desierto, los cuarenta días y cuarenta noches, el camino del yo, y todo eso ¿ Sí? ¿ Es
así?. La crisis como eslabón de evolución, dolorosa pero vivificante, como el parto. La incertidumbre y el
dolor del cambio. Eso es. Sin embargo, no termina de convencerme. ¿ Y qué me dice usted del vacío
anímico, existencial? ¿Lo ha sentido usted alguna vez?. Ese vacío que se instala en lo cotidiano, cuando toda
búsqueda no encuentra otro origen y otro fin que la duda, el escepticismo, la misma naúsea por un mundo
falso, roto, exageradamente desprendido. Esto me recuerda al bueno de Vang Gogh, él hablaba de ello
constantemente, no con un lenguaje definido o interpretable, sino intuitivo. El fue el velero agitado por todas
las fuerzas, incapaz de hallar un puerto a donde arribar, sin saber muy bien su finalidad en las revueltas
aguas de la vida. Siempre lleno de pasión, ternura y emoción por derramar, ahogado en su propia vitalidad,
porque fue una más de las atroces victimas de la ignorancia. Lo ignoraron y de que manera. Lo expresaría
cuando en medio de su tormento halló una conclusión llena de desengaño y desesperanza. En mi opinión
una de las afirmaciones más nobles y sinceras que jamás pude escuchar.
- Me tiene en ascuas, suéltela ya...
- Se puede tener en lo más profundo del alma, un corazón calido y sin embargo, puede que nadie acuda jamás
a acogerse a él.

Se hizo el silencio. En el poblado patio de plataneros y abedules, cesó el rechinar de los pajaros entre los
colores de la siembra tardía. La penetrante brisa norteña nos mantuvo inertes unos minutos. Me decidí a retomar
el hilo de nuestra plática.

- No puedo negarlo. Sé lo que se siente cuando uno desea destapar el tarro de las esencias y no existe paladar
sensible dispuesto a disfrutar de sus aromas y deliciosos matices. Lo peor de todo es ese panico que aparece
poderoso cuando descubrimos que sólo compartiendo y derramando nuestras mieles para los demás, éstas
podrán alcanzar su misión. Saber que pudiera caducar, enmohecerse, esa ternura que nos obligan a guardar
como confitura en las oscuras soledades del corazón, nos empuja a sentirnos impotentes. Nos vivimos
incapaces de hacer entender al prójimo, ¡cuánto desperdicio estamos generando!. Y todo, porque no somos
capaces de abrir nuestra receptividad, encerrados en nuestras miserias, a los regalos que desean brindarnos
brillantes seres que vagan por el mundo. Genios perdidos, desorientados, animados por el mismo aliento de
aquel pintor holándes que muriò solo y confundido como en una eterna tormenta sin fin, como abandonado
a la ceguedad de una perpetua noche. Esa es una parte de la historia, pero tiene su reverso. Sin saberlo Van
Gogh llenó su vida de pleno sentido a través de la pintura. Fue uno de los padres del expresionismo,
combinó como nadie los colores cuya calidez todavía nos sobrecoge. Despertó los más bellos sentimientos
de muchos hombres que contemplando sus oleos, renacieron quizás de sus tinieblas a algún viejo recuerdo.
Una ilusión ivernada por la duda, brotó por fin liberada, resurgió un sincero deseo de tomar en serio las
nuevas oportunidades que brinda la vida..

Pablo sonrió irónicamente. Se arrascó su brillante calva tostada, giró hacia mi posición sobre uno de sus
hombros y sentenció de la manera que sigue:

- ¡Ay, amigo!. Poeta y literato, literato y poeta. Tienes una dialéctica fluida, sabes manejar bien la palabra,
pero creo que no alcanzas a comprender el nudo de garganta, la sequedad abrasante en la boca, el ahogo que
produce el pánico. Es ésa precisamente la fuerza de la angustia; cuando ella te atrapa, la vida pierde valor y
ella lo gobierna todo... ya nada tiene sentido.
- Sí existe un sentido. Un fin último.
- ¿ Cuál? ¿ A caso un joven como tú ha dado con la clave que generaciones de filósofos y maestros han sido
incapaces de desvelar?
- No llega a tan extrema intención mi conclusión. Pero sí te diré que en las situaciones más difíciles hay una
misión importante que cumplir. Y es negar la fatalidad, no dejar que se instale en ti, no darle poder y una
fuerza que no merece. Desahogar y destrozarla para que no nos ciege con su omnipresencia, para que esos
rayos de luz que tan ansiosos deseamos puedan servir a su finalidad, que no es otra que enseñarnos cual es el
opus del vida, el centro mismo de la existencia, el camino de búsqueda real.
- Bien ¿ Y?.
- Cada cual ha de andar su trecho y cada cual debe encontrar cual es su sitio y su misión en todo este asunto.
- ¿ Y qué propones? Buda, Cristo, la Santisima Trinidad, el Papa de Roma, el Santo Oficio...
- No. El encuentro con uno mismo alejado de las opiniones ajenas que carecen de la vivencia experiencial
propia. Para ser feliz hay que estar libre de la dominación exterior. ¿ Y sabe quién lo aconsejaba?
- ¡ Hum!. Tiene miga el asunto. Sí, siento curiosidad. Quién llego a tal elucubración?
- Un cuentista fabuloso. Como dice usted, un literato. Robert Louis Stevenson.
- Caramba, muchacho. Me dejaste en blanco, me perdí, ya no sé a qué venía todo esto, me siento
avergonzado, nunca en muchos años me había ocurrido esto..

Quedó mudo por unos instantes. Dejó que su vista se perdiera en el horizonte por primera vez en todo el tiempo
que paseé con él. A intervalos me miraba y se sonreía picaramente. Levantaba su mano agitándola haciendo
gestos de incredulidad, se reía en silencio guiñándome un ojo y tornaba nuevamente a sus cabilaciones. Habría
transcurrido un cuarto de hora en esta actitud. Después se levantó de la silla dando algunos pasos hacia el lado
derecho de su estudio. Tomó de un viejo armario una especie de sombrero que se lo puso sobre la cabeza.
Colocándose de espaldas a mí, se volvió por sorpresa apuntándome con un revólver poniendo cara de malo. Yo
quise participar de su broma, él parecía divertirse. Fue exquisito comprobar que un artista no tiene porqué
hallarse siempre en esa arquetípica pose intelectual. Pueden, deben, para desprenderse del peso mitico que otros
colocan sobre sus espaldas, sin pedirles permiso, divertirse de las formas más sencillas y para algunos ridículas
que podamos imaginar. Ridículo es dejarse atrapar por los complejos apresantes y las limitaciones que tratan de
imponer, desde el mundo exterior, a nuestras posibles manifestaciones de naturalidad e imaginación. Pablo era
un ser profundamente libre en el caso que nos ocupa. Me hizo reir de veras cuando con un gorro de marinero y
una extraña y curiosa pipa, tuvo la ocurrencia de imitar a Popeye el marino. Daba grandes zancadas por todo el
piso y lanzaba guturales gruñidos que pusieron en alerta a Françoise. “ ¿Todo bien?”. Perpleja había asomado su
cabeza tras la enorme puerta de madera. Pablo se agachó ante ella y logró hacerla participar de su juego. “
Olivia, mi bella amada, ¿Cuando zarparemos hacia nuevos horizontes?”. Después de unos minutos, Gilot
interrumpió la escena para darle un recado a Pablo. Su amigo André Villers había telefoneado para avisar que se
dirigía a visitar al pintor. “Oh, fantástico. Teníamos concertada una cita de la que ya ni me acordaba. Estupendo,
te presentaré a mi buen amigo. Hemos colaborado juntos y compartido algunas cosas en torno a la fotografia.
Creo que congeniarás bien con él.”. El rictus de Pablo había cambiado considerablemente respecto a cuando lo
encontré un minuto antes de mantener nuestra charla. Estaba eufórico.. Tan sólo alguien poderoso y con un gran
estado de salud puede soportar tal inestabilidad emocional. El chiquito, como llegué a llamarle con su permiso
unos días después, haciéndole sabedor del gran afecto que yo sentía ya hacía él, podía levantarse un día como el
ser más apático y desengañado del mundo. Se transformaba rápidamente de ser un desengañado Albert Camus
por la mañana, a un Durruti inquebrantable por la tarde. Pablo me invitó a tomar un café y algunas pastas, antes
de que llegara André. No se quitó ni la gorra de marinero, guardó en uno de sus bolsillos la pipa y me explicó
que hoy deseaba continuar divirtiéndose. Que nuestra charla había sido lo suficientemente seria como para tratar
de hallar ahora un equilibrio. La sesión de fotos nos aportaría ilusión y fuerzas para todo lo que restaba de
semana. Yo le creí capaz de todo. Gilot, sin embargo, no parecía hacernos excesivo caso. Sobre un papel trataba
de emborronar algun boceto. Lamenté no haber conocido más con profundidad a esta mujer. Sobre todo su
pintura. Me llamaba la atención su espíritu libre. El misterio que la envolvía la convertía en una especie de musa.
Hacía justicia a la aberrante dicotomía en la que Pablo apresaba a las mujeres: existían para el dos tipos de
hembras. Las mujeres Venus. Y la mujer-felpudo. Así de duro, así de injusto se mostraba Pablo que tanto debía a
sus amantes y esposas.
El ama de llaves nos alertó de la presencia del fotógrafo. Éste pasó al comedor saludándonos a todos.
Picasso hizo algunos gestos para que se acercara. “ Aquí te presento a un camarada. Está pasando unos días con
nosotros hasta que se recupere. Tuvo un desmayo y no quiero que luego la prensa diga que Picasso es un ser ruin
y poco hospitalario. Así es que, ya ves, nos toca estar de enfermeros.”. Prontamente, y más serio, le habló de mis
inquietudes intelectuales, nos arrastró a los dos hacia una de las estancias de la casa y nos obligo a sentarnos.
“Está bien Villers, ésta probablemente será la sesión de fotos más divertida que jamás hayamos disfrutado
juntos. Así es que saca tu artilujio que comenzó la fiesta.” Cuando Pablo había adoptado frente a un espejo la
que él juzgaba la pose más adecuada, André intervino. “ Demasiado seria esa pipa. Y un poco escaso el
vestuario”. A Pablo se le cambió el gesto. “ Me éstas provocando ¿ Eh? ¿ Es eso acaso lo que tratas de hacer,
provocarme? Prepárate, ahora vuelvo”. Marchó muy decidido creando de veras cierta expectación en los dos, la
cúal nos impidió cruzar apenas cuatro palabras. Irrumpimos en una sonora carcajada cuando asomó de tal guisa.
Se había colocado una barba postiza de feria, una nariz de payaso, y sostenía a modo de pipa entre sus manos
una tetera tomando con su boca el canutillo por el que discurre normalmente el té. Esta vez suponiamos que
aspiraba un exquisito tabaco aromático. Estaba gracioso y el fotógrafo disfrutó disparando unas cuantas
instantáneas. Las gafas que portaba para la ocasión lo transfomaron en un anciano marinero, orgulloso de sus
andanzas y aventuras. “Ahora vereís”, corrió entusiasmado hasta la otra punta del cuarto. Se había transformado
en un gentelman inglés haciendo gestos discursivos en pose de estar ofreciendo un mitin sobre moral y buenas
costumbres. Nos lo pasábamos en grande, y pronto, alertada por la algarabía, Françoise quisó unirse a nosotros
no pudiendo evitar contagiarse de nuestra fiesta. Pablo aprovechó su anterior ocurrencia y se transformo en el
vaquero, esta vez apacible y amable, que porta su pistola no muy convencido de tener que usarla.

Pasamos el resto de la tarde escuchando a Pablo algunas de sus consideraciones sobre la fotografia
como arte. Decidí dejarlos solos para que pudieran disfrutar de su propio espacio, y me eché a caminar entre las
calles de Cannes. Transcurrió como una hora y media para cuando volví sobre mis pasos y pude ver a Pablo
despidiéndose de su buen amigo. Acerté a escuchar la invitación que le hacía para el día siguiente, ya que tendría
ocasión de tomar algunas fotografías mientras trataba de retratar a una bella mujer que iba a posar para él.
André se mostró encantado con la idea y prometió ser puntual a la cita. “ El es esa clase de personas con las que
uno se siente seguro, de las que nada hay que temer. Y eso me gusta”, comentaría Picasso después. Parecía que
ambos mantenían una estrecha relación no sólo personal sino artística. Es posible que ésta durará toda la vida.
Supe más adelante de la enorme fe que el pintor malagueño depositaba en la amistad, incluso su opinión firme
de que esta debe ser inquebrantable, tanto como para que las diferencias políticas, se supediten a ésta y no al
reves. Estas convicciones le supondrían más de un disgusto en la vida por sus propios posicionamientos sociales.
Pablo, con gran dolor, llegó a perder viejos amigos que no compartían sus ideas políticas.

Primero, un murmullo. Después, un trasiego de voces entrecortadas, carcajadas. Pequeños silencios


interrumpidos por una indescifrable concatenación de vocablos, distintos entre sí, de modulación variada. Unas
veces alta, otras queda e inesperadamente altisonante. Me coloqué una bata y abandonando mi morada de sueños
dulces traté de salir al baño. Un misterioso encuentro con Sabartes, me persuadió en su gesto de la necesidad de
no portar semejante indumentaria. Presto nuevamente salí dispuesto a aprovechar la jornada. Había decidido
visitar algún museo, comprar algo de prensa para interesarme por la situación en España y encontrar alguna
librería, en busca de esa rareza exquisita, transformada en joya. Respirar sin prisa, caminar sin rumbo fijo.
Me asomé involuntariamente a una de las salas. Allí Gilot trataba de adelantar alguno de sus lienzos. No
quise inportunarla. Nuevamente en el pasillo, Sabartes me somete a examen. Por primera vez, desde mi estancia
en la casa, pudiera intuirse en él un gesto de aprobación. Puede considerarse una victoria. Un secretario personal
de gran celo y reserva.
Decido bajar por las escalerillas. Compruebo que los pocos francos que me quedan están en su sitio,
ahora sí, avanzo decidido. Cuando ya tomo la puerta para salir a la calle, un grito desesperado pronuncia mi
nombre. Estoy perdido, mis planes tendran que ser pospuestos.
“ Acércate, ven. Te presentaré algunos camaradas” . Sabía que Pablo se hallaba reunido. Toda la
animación que me había despertado lo evidenciaba. No deseaba inmiscuirme en asuntos ajenos a mí. Me sentía
mal. No sabía dónde situar el límite entre la hospitalidad y el abuso de confianza. Sin embargo, Pablo me
presentó con toda clase de boato y convencimiento. Todos los allí presentes hacían gestos de profundo respeto,
de reverente consideración, interesados ciertamente en conocer al lucido poeta, al inspirado pensador amigo de
Pablo Picasso. Apunto estuvo de ponerme en un verdadero aprieto, porque comenzó a contar con toda suerte de
detalles nuestras elucubraciones y conversaciones del día anterior.
A un lado un tal Aragón parece que desea intervenir. A su izquierda, Picasso, sonrié profundamente
satisfecho. Y Tabarond, un hombre cuyo busto se asemeja a un científico loco, de pelos alborotados, arropado
por una bufanda estampada; clava sus ojos en mis labios esperando la deslumbrante verborrea con la que el
malagueño, me ha dotado. “ Es usted muy joven, y un joven brillante, al decir de Pablo”, sentencia una Señora.
Me sentí totalmente mareado, dispuesto a desplomarme otra vez, en esta ocasión totalmente liberado. Cuando de
pronto, un nuevo arrebato del chiquito me devolvió del purgatorio a la tierra presente. “ Señores, se terminó por
hoy, tengo mucho que hacer, gracias por todo, gracias. No sé que sería de mí sin vuestra grata compañía. Ha sido
fantástico el debate. Aragón, le ratifico mi desacuerdo. Esto le hace a usted más interesante”. Todos rieron.
Tomaron sus prendas, se despidieron, incluso uno de ellos, cuyo nombre olvidé sin remedio, me cogió del
hombro diciéndome: “ No se que le dijiste, pero lo tienes en el bote, lo has impresionado”.
El último de aquellos hombres marchó, fue entonces que Pablo me buscó de nuevo interesado,
escudriñándome con su mirada, tratando de rescatar nuestra recién nacida complicidad. Con la excusa de
enseñarme algunas de sus obras inéditas me llevó hasta uno de sus estudios. Una vez allí se mostró inquieto,
como hallando la manera de introducirse en alguna nueva idea. Hizo que me sentara junto a un gran cuadro de
formas fantásticas. Garabatos que bien pudieran confundirse con los de un niño, pero dotados de tal capacidad
expresiva y pleno sentido en sus trazos, que brillaban como la creación del gran maestro Pablo.

Apuntó con su dedo hacia el exterior.


- ¿ Qué le parecen, eh? Me refiero a mis visitas.
- Son curiosos.
- Ajá. ¿ curiosos?. Mas bien necesarios, diría yo. Estos contactos con la gente recargan mis baterías aun
cuando lo que ocurra no tenga la menor relación con mi trabajo. Es como la llama que ilumina toda mi
jornada. Sería muy excitante poder presentarte algunos otros amigos. Sartre, por ejemplo...
- ¿ Sartre? ¿ El polemico filósofo? ¡ No me diga que es su amigo!
- Incondicional. O al menos, de los más importantes. Pero no le he traido para tratar sobre mis amigos ¿Sabe?.
Anoche estuve unas cuantas horas en vela reflexionando, pensando sobre todo lo hablado. Y la verdad es
que el asunto tiene sentido y un sentido muy profundo..
- ¿ Le parece? Me siento avergonzado. No debió presentarme a sus amigos sino como un peregrino de los
caminos, un trashumante que cayó por casualidad y que usted acogió, cosa de la que le estoy muy
agradecido y...
- Basta, por favor. Un hombre iluminado por los conceptos que usted maneja debiera tenerse en mayor
estima. Es maravilloso que huya de la notoriedad, pero no debe caer en el desprecio propio. Debe saber
respetarse a sí mismo y considerarse con justicia. En cuanto a la casualidad a la que usted aduce, reniegue de
ella. No existe, los destinos están llamados a cumplir su misión. Mire, no sé si se habrá dado cuenta, pero
cuando hablamos de la creatividad y de la originalidad del ser, estamos confluyendo en una especie de
mística, sí señor, esa es la cuestión. Una mística de la conciencia elevada, una transcendencia del grupo, de
la masa y un encuentro sincero con la verdad, o al menos con una de las grandes verdades. Partimos del
análisis de la soledad como necesaria en el ser que trata de trascender la supervivencia. ¿Correcto?. Sólo en
soledad uno puede descubrir la unicidad del ser, y por lo tanto, empezar a decidir, abandonar la mera
supervivencia. Y la verdadera clave, el motor que lo empuja todo es el sueño, que sólo nace en el ser
consciente que puede tomar sus propias decisiones y optar por sus preferencias; es el profundo deseo, la
férrea voluntad la que posibilita el crecimiento. ¿ Bien?. Luego se emprenderá ese camino en solitario ante
el cual uno debe responder solo, sin nadie que pueda tomar una decisión por uno mismo, con el pánico del
error, de la equivocación.
- En el fondo, estamos de acuerdo en que la soledad puede ser un camino necesario en la vida, una vía
importante para el crecimiento, que por supuesto, hay que saber descubrir..
- Sí, sí, así es. Para el artista es también una necesidad, la soledad es complice de sus estados creativos, no
digo con ello que a veces no sea duro enfrentarse a ella, pero a diferencia con el común de los mortales, el
ser cretivo no huye, la acepta. Esa es la diferencia. La gran mayoría de la gente carece del espíritu de
creación o invención, y cuando se produce el encuentro consigo mismo, en soledad, se encuentran con el
vacío; es terrible, dramático, encontrar ese vacío, no tener nada que ofrecer al mundo, nada que decir. Aquí
conviene apuntar que tal carencia no tiene que ver con el propio potencial. Al fin y al cabo se trata de una
elección, todo se elige de alguna manera. La creatividad no surge por casualidad, se da un camino de
encuentro del ser con esa habilidad. Y esto se produce cuando se posibilitan espacios.

Picasso se adentraba con total sencillez y facilidad en campos reflexivos que yo, tiempos atrás, añoraba
explorar con otras personas; contrastando esas ideas que aun siendo propias, en boca de un hombre de su talla,
sonaban más autorizadas, más logicas y convincentes. Intervine con toda la confianza que iba ganando.

- Totalmente de acuerdo. Tiene mucho sentido. Es verdad, nada surge espontáneamente. Es como obviar la
dinamica, quién desarrolla una habilidad dio pasos en esa dirección. Espontaneidad es igual a una habilidad
automática. Natural. Madurada. Es más, ese vacio que dices que encuentran la mayoría de las personas es
forzado por una soledad violenta, negada, no aceptada. No existe receptividad. No se abren al silencio. Sólo
en el silencio surgen las voces censuradas del interior, las fealdades ocultas, aquello de lo que se huye,
aquello que no se acepta. En ese dolor están quizás apresadas las llaves perdidas con las que desatar muchas
cadenas, los yunques sobre los que pulverizar prejuicios e imposturas.
- En otras palabras. La soledad es necesaria para hallar la comprensión, para que no haya interrupción en la
manifestación del ser, del ser aútentico y trascendente. Sólo cuando ese ser emerge, sin interrupciones, la
creatividad se expande enteramente y halla su máxima expresión.

Pablo decidió levantarse. Sus ojos ya no me asustaban, al contrario, deseaba ser objeto de su mirada
traviesa, exploradora, sentía como tras ellos un enorme océano de misterios y enigmas podría arrastrarme,
ahogándome en sus ensoñaciones y explicaciones profundas con la más absoluta de las ansiedades. Deseaba
seguir engullendo todas las claves elementales que impulsaban al genio, todas esas convicciones
profundamente masticadas.

Picasso avanzó, y dejando una distancia mínima entre ambos, dijo:

- Bingo, muchacho. En cierto sentido has conectado con lo que algunos vienen manteniendo desde el
principio de los tiempos. La creatividad es en parte mística también. Se necesita soledad y silencio, es
entonces cuando se produce la manifestación del ser auténtico y trascendente. En ese trance ese estado de
encuentro con lo profundo de nosotros mismos, con las incógnitas y deseos que nos empujan, emerge el
poder creativo. Ostentar ese poder es ser como dioses. Poder crear lo que nadie jamás concibió en la misma
forma ni bajo las mismas circunstancias, es un hecho único, mágico y dotado de una naturaleza propia que
le otorga su misterio y su propia misión. Nada surge sin una causa, sin ser una respuesta a algo o una manera
de explicar algo; luego, toda creación es necesaria y forma parte de la vida. Pero hay algo en todo nuestro
discurso verdaderamente tragico, revelador, que todavía no hemos adivinado. ¿ Qué sucede, qué ocurre
cuando todo fluye por sí mismo, el tiempo desaparece, el nivel de concentración es total, o quizás ni tan
siquiera existe porque uno ya no controla su torrente creativo?. Uno se siente deliciosamente pequeño, tan
sólo vehículo, arteria por la que fluyen las ideas, o los brochazos, o los conceptos de ganarle verticalidad a
una figura, o dar un aspecto ambiguo a un tono para que gane el resto de la composición. ¿ No te ha
ocurrido también a ti? ¿ No te aterra pensar que algunas de tus poesías surgen sin tu permiso, que nacen en
su parto relegándote al papel de simple comadrona?
- ¡Oh, Pablo!. Sí, esa sensación me recorre ahora mismo todo mi cuerpo. Es verdad, no me ocurre sólo a mí.
Pensé que se trataban de simples ensoñaciones mías, desvarios inconfesables. Y te juro que es la sensación
más deliciosa en el proceso creativo. Esto demuestra en cierto sentido que todos esos conceptos que hemos
manejado son experiencias. En el proceso creativo a veces trascendemos nuestra vida cotidiana, nos
situamos en otro plano, ya no rige nuestra voluntad consciente. Lo dificil de todo esto es esa impresión que a
veces nos desocoloca cuando al releer un texto, o retomar un cuadro en tu caso, no nos sentimos
responsables de esa obra, no podemos creer que haya partido de nosotros mismos, al menos esa parte que
conocemos de nosotros mismos. Nos sorprendemos, no nos creemos autores.
- Estamos planeando sobre un gran tabú, camarada. He conocido infinitud de artistas que se cagan en los
pantalones a penas se asoman a esta idea a la que nos estamos acercando. El ego, ese es su problema, el ego.
Les da pavor conocer la verdad. Los arruina el desencanto que en ellos les produce desprenderse de su
genuinidad. Lo cierto es que el ego se desarrolla en todo su potencial por el miedo que tenemos los artistas a
reconocer la naturaleza extraña a nosotros mismos de la inspiración, de nuestras creaciones, como don,
como gracia.
- Estoy realmente emocionado, Pablo. Siento tal afinidad e identidad con todo lo que estamos tratando, que
ahora empiezo a comprender muchos desvelos del pasado, ansiedades, miedos, compulsividad ignorada. Si
se trata de un tabú, es porque existe. No son sensaciones ni de Pablo Picasso, ni mías. Muchas otras
personas las han experimentado y no se quieren enfrentar, no se desea hablar de ello. Y en verdad, si pienso
detenidamente, es muy agradable llegar a ese estado de concentración o inspiración. A ese coqueteo con las
musas en donde el mundo exterior, nuestras bajezas, nuestras limitaciones e incongruencias parecen diluirse
en un instante, en el cual todo es serenidad y paz intensa.
- Se ha alcanzado el tao. La presencia absoluta del ser en el acto que desarrolla, estando totalmente presente
en el aquí y en el ahora. En este caso, como parte activa desde la observancia serena.
- Me perdí...
- Menos mal, empezaba a temer que eras inagotable, incombustible. Si hemos de continuar en esta dinámica
por muchos dias, habrá que coger fuerzas. ¿ Qué te parece una buena tortilla de patata, un tomate recién
cogido de su mata y un buen tinto español para recuperarse, camarada?.
- Estupendo. El entusiasmo puede empujarle a uno al Ramadan inconsciente.
- No nos pongamos pedantes, por favor. Que la cosa se ha desmadrado hace ya unas horitas.

Irrumpimos en cómplices carcajadas, dirigiendonos hacia el comedor. La compañera de Pablo, hizo un


comentario sobre nuestra aparente clausura. “ Pensé que vuestros ejercicios espirituales se alargarían durante
días, empezaba a estar preocupada”. Pablo le dedicó unos cuantos piropos, me puso en el tremendo compromiso
de opinar sobre su mujer. “¿No me digas que no es estupenda? ¿Un poco madura para ti quizás? Esto tampoco
tiene la menor importancia. ¿ No está ella conmigo? No habría nada de malo en que estuviera con un
jovencísimo poeta. Es más, exquisita vianda para el romanticismo francés que atesoran estas mujeres. Aunque
creo que no, en el caso que nos ocupa no sería el romanticismo un revulsivo adecuado”. Ella sonreía, golpeaba el
hombro del malagueño pidiendole cautela y luego se burlaban los dos a pierna suelta de mi pudor, por ese color
melocotón característico que tomaban mis pómulos en los aprietos en los que me embarcaba el pintor.

Esos ojos eternos, inmensos, sólo los ojos, alrededor bruma impenetrable. Y su dedo, alzado a media
altura, indicándome agitado. Eso sí, su calva solemne y las cejas que se arquean o se posan misteriosas en el
inicio de un guiño apremiante. Me he sobresaltado en la cama, pero no asustado, ni confundido, ¡qué va!
exhausto por la intensidad de una emoción de la que no puedo librarme. Sentir que en estos días he vivido
cincuenta años. Como si en unas horas recorrieras los largos caminos que por muchas décadas buscaste hasta el
hartazgo. Es la sed quebradiza y agónica que se ve arrastrada a un oceano de espuma fria y cristalina agua dulce.
Saciar hasta la extenuación un anhelo indefinido pero presente. La casa permanece en silencio, la vida acaba de
ser retomada. He bajado despacio, sigiloso, risueño también. Voy a perderme en una cueva de tesoros apiñados
en los rincones. Amontonados, vibrantes, provocativos, o como entes vacilantes que no se sabe si perdieron su
ser o por el contrario lo van a sorprender a uno a sus espaldas con un seco extertor. Es el caso de un toro,
ejecutado al carboncillo, cuyas cuencas de ojos vacías le dan un aspecto lúgubre. Es su cabeza poderosa,
majestuosa. Diríase que preside, y con derecho a replica, porque tiene la boca entreabierta. Ejerce de guardiana
la mismísima señora. Una virgen solitaria, que si tuviera olfato le invadiría una terrible nostalgia por los tiempos
en los que la vistieron toda ella de policromías y ricos barnices. Casi resbalo en una esquina. Son fotos de
Picasso en olor de multitudes. Sobre ellas, una cartulina desde la que me observa un dibujo a una tinta. ¡Qué
ojos! Sin embargo boca torcida y sombría. Me parece el rostro de un cristo llano, un nazareno sabedor del final
de sus días. La luz entra por los ventanales enormes. Y ahí estás digna, entera, la mecedora del monstruo. Como
descansando, sabedora de su misión, alargándose en una sombra desdibujada. Astutas palomas que no me
avandonan ni un segundo. Me vigilan, es gracioso imaginárselas confidentes. La jaula es hermosa, amplia, pero
como para todo cautivo, el espacio escaso. A un metro, un sofá que a su izquierda contiene múltiples objetos
además de una enorme cometa. Me siento definitivamente. Recuerdo que el correo lo tengo atrasado. Algunos
rostros conocidos retornan a mi mente, me sonríen y yo sé que cuando vuelva a ellos ya no seré el mismo.

- Qué? ¿Tratando de ordenar las actividades de este día?

Ahí esta. Ligeramente corvado. Íntimo, carente de todo pudor. En camiseta y puro calzoncillo. Mueve un cuadro
de 2x15 aproximadamente, y entre otra serie de lienzos, parece tratar de buscar algo. Da unos pasos y como
sorprendido se vuelve hacia mí.

- Estás ausente ¿ Qué te pasa?


- Nada, me sente aquí y pensaba.
- Ya veo ya, primero pones en marcha las turbinas, no vaya a ser que se encasqueten.... Por favor, al menos
toma café, algo de fruta. Has de acompañarnos hoy en el desayuno. Sabartes ya me avisó que está listo, no
debemos hacerles esperar; ve tú primero, yo hiré despúes.

Gilot espera en la sala. La saludo y me siento. Conversamos algo acerca de mi exilio, mi viaje por la
comarca, y ella no deja en todo momento de mostrarse interesada. Es una mujer cansada. Tiene coraje, firmeza,
le ha tocado luchar en la vida, tomar decisiones muy temprano. Lleva años ya con Pablo. Trata de convencerme
que mi estancia le esta siendo de gran ayuda. Soy un revulsivo, dice que Pablo hasta ha logrado terminar un
cuadro que tuvo apartado por meses. Silbando se aproxima a su Venus, la besa. “ Vamos, que se enfría, sírvete”.
Me apremia. Decide contarnos sus planes. Al parecer, una joven modelo posará a la tarde para él. Por la mañana,
antes de almorzar, desea salir a hacer algunas compras – “ Mis pinceles están de asco, ya no puedo trabajar así,
hay que reponer el material ”-. Me sugiere la posibilidad de acompañarlo. Después de charlar los tres, le da
algunas instrucciones a Sabartes, que mantiene como puede el equilibrio de tres paquetes enormes que acaba de
recoger del Correo. En mi habitación tomó unos sobres prestos para enviar, algunos francos y mi
documentación. Pablo me espera, se ha ajustado su gorrita madrileña, lleva puesta una chaqueta de lana, y de
camino saluda algunos paisanos mientras me recomienda algunos autores literarios. Con un discreto codazo me
guiña un ojo; han pasado dos jóvenes sonrientes apresurando su marcha. “ ¡ Oh! espera, no puedo evitarlo”.
Entra en una panadería y compra una hogaza recién horneada, vaporosa, que sostiene satisfecho bajo el
brazo.Varias veces se troncha de la risa con mis comentarios jocosos sobre las costumbres francesas, y modifica
su gesto transformándolo en aprovador en lo concerniente a la gastronomía gala. De vuelta de nuestros recados
decido ir al huerto y colaborar algo con la casa, recogiendo algunos frutos de tan anárquica cosecha.

Entro y pido explicaciones sobre el lugar más apropiado para las frescas viandas. Pablo agradece la cosecha,
parece haber ordenado un poco su material. Se deshace de algunos materiales ya inservibles. Con un trapo
desgastado se seca dedo a dedo y trata de quitarse de las manos algunos pegotes de oleo que permanecía aún
fresco entre sus cachibaches. “Puedes dejarlo todo ahí mismo, sobre esa mesa. Ese pepino tiene muy buen color.
A veces creo que un día lo dejaré todo para dedicarme al huerto. Pero luego desecho la idea, porque la inquietud
empuja más y debo seguir pintando”. A los pocos minutos la mesa ya está lista, se han acostumbrado a los
modos galos y almuerzan temprano. “ Tiene sus ventajas, luego uno puede alargar la siesta”. Las buenas
tradiciones no las ha abandonado. Algunas sobre las que yo no me he pronunciado y que no considero buenas,
tampoco. Pongamos por caso, su afición a los toros, hacía los que siente verdadera atracción reflejada en muchas
de sus obras. En lo que me concierne, yo personalmente, no comento con nadie mi aversión hacia el grotesco
sacrificio en las plazas. Anatema. Ese gusto español por la tragedia, la sangre, el riesgo frente al animal
malherido y acorralado. Ensañamiento en abrirle las heridas y desgarrar su cuerpo. No deseo entrar en
polémicas. Hace tiempo que descubrí que es en las empatías donde debe uno volcarse, las sintonías se deben
cultivar en las relaciones humanas, sin que con ello se abandonen las propias convicciones. Siempre existe
tiempo para que se produzca el desencuentro.

La dama llegó puntual a la cita. Exploró cada rincón de la casa, discretamente sentada, mientras yo trataba
de acompañarla. Ella tomó la iniciativa.

- Usted no es de aquí.
- Acertó ¿ Cómo lo supo?
- ¡Oh!, vamos. Ese pelo negro, sus facciones, los ademanes espontáneos, resueltos.. eso se nota. Y sin
embargo, su francés es bastante correcto.
- Eso dicen, no me lo explico, la verdad, pero así lo afirman. Y usted ¿ Cómo se siente?
- Un poco nerviosa ¿ Se nota mucho?
- No, que va. Lo díje porque me pareció que para usted era trámite.
- ¿ Trámite? ¿ Posar para él?. Si fuera para otro, quizás, pero no se que clase de retrato resultará de este
encuentro.

Marché a tomar un baño. El agua caliente me sienta bien y cada cierto tiempo lograr relajarme,
invadiéndome una agradable sensación liviana. El aseo aporta ligereza a los miembros, a la piel, al bienestar
general. “ Tonterías ”, que diría un viejo amigo. Tres cuartos de hora más tarde la sesión ya había tomado su
rumbo. Hice acto de presencia con verdadera curiosidad. Lo primero que observé fue la excelente firmeza que
mantenía Sylvette. El amplio escote simplemente caía hacía atrás de su espalda sobre la que descansaba parte de
su melena porque se hallaba con el pelo recogido. A pesar de que el trabajo consistiría en tomar su perfil, se
trataba de una mujer de extraordinaria belleza, perfectamente proporcionada y que en esta posición no perdía ni
brillo ni presencia. La chica no se inmutaba. Por supuesto que se percató de mi llegada. Sonrió amistosamente a
pesar del silencio que reinaba. Escuché unos pasos y al volverme, me alegré. Era André, el fotografo, que me
saludaba cámara en mano.

- ¿ Ya estamos todos? ¿ No falta nadie más?

Pablo bromeaba, centrado sin embargo en su obra. Me ausenté para que nada perturbara sus respectivos
trabajos. Llevaba días sin escribir poemas. No pasaba habitualmente una semana sin haber compuesto un par de
versos. Nunca me parecía adecuado el momento de finalizarlos. Era como darles sepultura, enviarlos a un cajón
en el que perderían su alma, y al recuperarlos se mostraban frios, vacíos de espíritu, tremendamente mudos, me
arrancaban la más triste de las indiferencias. La pasión surgida en su composición se había evaporado para
siempre. Y yo no los reconocía, se habían transformado; violentamente me mostraban su rostro más abyecto, sus
heridas ocultas por las que sangraban su insustancialidad. Sin embargo, en ocasiones mis versos me mostraban
su lado más amable. Tomé con la misma inseguridad que siempre el block, lo abrí y dirigiéndome a las últimas
notas, leí. Lo quise comparar con el primero de esa serie compuesto muchos meses atrás. Fue una buena idea,
porque me ayudó a comprender que la progresión era visible. Salí al jardín y parapetado en uno de los árboles,
ausente del entorno, comencé a recitar uno de ellos con cierto tono lastimero. En algunas ocasiones sucedía que
no podía evitar emocionarme porque brotaba de nuevo, con todo su realismo, el mismo sentimiento que me
empujó a darle parto, a traerlo sobre el papel. Hasta el aroma de algunas flores y los sonidos del lugar, me
recordaron que no fue en una sórdida ciudad donde di vida a esa poesía. Fue en un hermoso paraje de Lapurdi,
rodeado de esos paisajes que me emvolvían de una nostalgia brutal por mi pueblo, mi amada Guernica. En una
palabra borrosa todavía quedaban huellas de las lágrimas que libres iban fluyendo aquel día, algunas de ellas, a
modo de íntimo bautizo fueron bendiciendo sus rimas. Continué mi lectura en una voz que se iba transformando
en rabia. Distraído sentí un quebrar y crujir de pequeñas ramas, hojas esparcidas. La venus de Picasso, como una
estatua inmóvil, se excusó levantando una mano. “ Continúa, me agrada mucho escucharte, me emociona a pesar
de no entender. Tu forma de expresarlo me conmueve”. Volvía a avergonzarme, y aquella dulce mujer se acercó
hasta mí. Me pidió que le tradujera el verso, me sorprendió verla cerrar los ojos, agitar el ritmo de su respiración,
y colocar una de sus manos sobre mi nuca. Agradeció profundamente la traducción, sentenció que era lo más
tierno y delicioso que había escuchado en muchos meses, y con un beso sincero en mi mejilla se retiro
abandonándome en mi actividad. Medía hora más tarde guardé el cuaderno y quise comprobar el avanzado
estado de composición en el que a buen seguro se hallaba el retrato. Pasé al estudio y ciertamente, Sylvette tenía
razón. No es un acto cualquiera exponerse a ser retratada por Pablo. Caminé unos pasos, Villers bromeaba con la
joven, y el pintor se mostraba algo molesto, temeroso de que el fotografo distrajera demasiado a la modelo. “ Y
tú, ¿ qué haces ahí plantado a modo de espantapajaros? anda, ven aquí, acercate ¿ Qué te parece?”. Estaba
prácticamente terminando, no me cabía la menor duda. El cuadro era muy hermoso en su factura. Toda la
estructura craneal se reflejaba perfectamente proporcionada, los cabellos habían sido impresos con mayor
preciosismo si cabe que en la vida real, sin embargo el escote desaparecía de su espalda, quizás queriendo
otorgarle un mayor protagonismo a la cabeza, que era elevada por un cuello exageradamente largo y muy recto.
Y sin embargo, creí que aquella mujer no se veía reflejada con total justicia en la obra. Su extrema hermosura se
reflejaba de manera muy liviana en la pintura. “Vamos, con sinceridad, ¿ a qué esperas?. Me quedan algunos
retoques y quizás algo todavía pueda tener solución”. Rechazaba tal ofrecimiento, no era posible que Pablo
necesitara de mi opinión. ¿Quién era yo para juzgarle? ¿ No estaba mucho más autorizado el fotógrafo, que al fin
y al cabo trabajaba con imágenes y poseería un mayor dominio del lenguaje estetico?. Mi contacto con la
vanguardia pictórica, era efimero hasta llegar a este lugar. El trabajo me gustaba y múcho. Cuanto más lo
miraba, avanzaba descubriendo nuevos matices, comprendía mejor la intencionalidad de ciertos trazos. Pero no,
decididamente yo no me pronunciaría sobre el cuadro. Porque sinceramente creía que no se podía descubrir a
Sylvette en aquel retrato, podía tratarse de cualquier otra muchacha. Y no me sentía con fuerzas para sincerarme
totalmente con mi amigo. No deseaba por nada del mundo herirle. Opté por sonreír, decirle que me gustaba
bastante y que yo no era la persona más idónea para juzgarlo. No se conformó. Insistió en que deseaba conocer
mi impresión. Al final le dije que me extrañaba la forma en que lo había pintado, parecían varias piezas de un
rompecabezas encajadas entre sí compuesto a trozos. Aceptó y se alegró de mi atrevimiento. Él mismo dijo que
su intención no era evidentemente el realismo, sino todo lo contrario.

- En el realismo se es exageradamente convencional. Se reflejan todas las formas de forma muy estática. El
arte del realismo era pagado por mecenas ávidos de pintar un paisaje hermoso, o un cuadro que retratara la
grandeza de unos monarcas, o ese bodegón apacible, atractivo, que decorara el salón de una mansión. Eran
obras que ayudaban a instalarse cómodamente sin mayores preocupaciones a quienes podían gozar de su
adquisición. Era un arte conformista, muy centrado en dibujar a la perfección las formas, y a la vez,
destinado al conformismo. Y es que socialmente es así. No me explico porque la belleza mueve al
conformismo en la humanidad. La crueldad y lo sombrio, la injusticia y la opresión mueven, agitan el
mundo, provocan debate, crean inconformismo. No es lógico, cuando las mayores muestras de belleza, si
éstas denotan un desarrollo, son dinámicas. Por eso, ante esta ilógica tendencia, no puedo replegarme a los
cánones simplistas y uniformes. La imagen y la pintura, en ocasiones, no siempre, deben tratarse como
estructuras dinámicas, multiformes, para poder plasmar una belleza que va más allá, que invita a la
reflexión, que cuestiona e interroga. Por eso romper con la uniformidad de este rostro también puede ser
dotarlo de una multiplicidad de expresiones no descritas anteriormente. Podemos lograr enriquecer la velada
poliformidad de un individuo. Lo decía Charles Baudelaire: “ La irregularidad, lo inesperado, la sorpresa, lo
asombroso, constituye una parte esencial y característica de la belleza”.

Su explicación fue aplastante. Hasta André dejó de prestar atención a la modelo y escuchaba ensimismado. “
Bravo, bravísimo” gritó sin inmutarse. “ Vamos, vamos, menos lisonja y aprovecha el tiempo, que esto ya está
prácticamente terminado”. Después de degustar un aperitivo, tomar algunas pastas y esa bollería tan típicamente
francesa, despedimos apenados a Sylvette y André. “ Es un sinvergüenza este André. No me mires así,
seguramente tú y yo en su posición haríamos lo mismo, ¿no te parece?”. Soy un poco lento a veces para ciertas
cosas. Un rato después comprendí exactamente a que se refería Pablo. A escasos minutos de la despedida ambos
estarían tomando algo en algún café y André trataría de seducir a otra de las Venus que Pablo inmortalizaría para
siempre.

Por más que miraba la mochila trataba de ignorarla. Pero se hallaba desparramada sobre el suelo, parecía
desear un poco de atención, como si pudieran necesitar de una espalda que la resguardara del frío y le urgiera
emprender la función para la cual había nacido. Viajar y caminar, servir al porteador para trasladar sus
pertenencias, dar protección a sus alimentos, enseres y utensilios. De alguna manera yo sabía que mi aventura
en este lugar debía llegar a su fin. No podía permanecer una sola noche más en la casa. Al atardecer daría por
concluida mi estancia, agradecería la hospitalidad y las atenciones recibidas y partiría apenado, sabiéndome roto
por dentro, pero crecido y renovado. No deseaba robarle ni un minuto más a Pablo. Y creía que Françoise Gillot
y su compañero disfrutaban de escasísimos espacios de intimidad personal que yo no estaba dispuesto a ocupar
por más tiempo. Lo primero que hice fue comunicárselo a ella. Lo supo entender, deseó que en otra ocasión
volviera para visitarles y yo le hice la promesa de que así sería. Sorpresivamente se abalanzó sobre mí, me besó
insistentemente y acabó por abrazarme con mucha fuerza. Verdaderamente sentía mi marcha. Pronto apareció el
pintor. Se lo solté sin demasiados rodeos. Se enfadó de veras. “ No puedes dejarnos así, si apenas empezamos a
conocernos. No voy a permitirte que te marches así como así. ¿ Cúal es el motivo? ¿ Algo te ha molestado? ”.
Finalmente se convenció de que era mi decisión, entendió que yo necesitaba continuar mi viaje y acabó por
abrazarme él también. “Cuidate muchacho, pon cuidado y que nadie destruya tu firmeza. Espero poder volver a
encontrarnos. Espera. Dentro de un par de meses vamos a exponer, será un acontecimiento importante y quiero
que me acompañes, te presentaré algunos literatos, algunos ya los viste aquí el otro día. ¿ Recuerdas?. Están
intrigados y desean conocerte. Telefonearás aquí y lo arreglaremos todo para que nos volvamos a ver”. Comencé
a llorar intensamente, para mí no era facil. Para Pablo tampoco que se marchó disculpándose y me dejó en
manos de su mujer, que me daba ánimos, consciente de que en mí Pablo había penetrado con el mismo influjo, la
misma fuerza con la que ella fue conquistada años atrás.

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