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Separó
algunos, se los dio a Lobo y regresó el resto. —Cóbrese, artista —dijo”. Una nueva
característica sale a relucir: es un ser justo, y el homicidio que acaba de cometer es
comprensible en la medida que, de alguna forma está impartiendo justicia.
Lobo quedó absorto con lo que acababa de ver, este sujeto que le recordó a alguien que ya
había visto en el pasado, este ser imponente, protector de hombres y mujeres, perspicaz, justo
y justiciero… este es el narcotraficante que Yuri Herrera describe desde la perspectiva de su
personaje Lobo en la primera escena de su novela.
La segunda observación, por más superflua y evidente que suene, es que Lobo ya se
había imaginado un palacio, esto es importante remarcarlo ya que la estructura de la novela se
va cimentando desde el cantante. Lo que le llega al lector no pasa directamente por la voz del
narrador sino que previamente ha sido interpretado por el Artista y su propia experiencia. Con
lo anterior quiero dejar ver que el propio personaje de Lobo está influenciado por
representaciones previas del mundo, y del mundo del narco por supuesto; cualquier juicio de
valor proferido por Lobo no será generado espontáneamente. Este análisis se concentra en la
representación del narcotraficante y, en Trabajos del reino, de entrada nos damos cuenta que
será difícil obtener una visión original del narco por medio de los ojos del Artista quien asume
que el rey “vino a posarse entre los simples y convirtió lo sucio en esplendor”, atribuyéndole
una cualidad casi metafísica, elevándolo a una condición superior a la del resto de los
mortales.
Gracias a las palabras de los otros personajes de la novela, la imagen del capo se hace
cada vez más clara. Al tratar de ingresar por primera vez al palacio para cantarle al Rey, un
guardia le dice a Lobo: “Más te vale caerle en gracia. […] Aquí el que la riega se chinga”;
otro rasgo se manifiesta: la exigencia del patrón, el poco margen de error que tienen sus
sirvientes cuando se trata de satisfacerlo.
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Abad Faciolince, Héctor. «Estética y narcotráfico». Revista de Estudios Hispánicos, vol. 42, 1995.
La relación de Lobo y la Niña, su amante, proporciona un nuevo cariz a la figura del
Rey pues “también a ella la había rescatado”. Se configura entonces la imagen de salvador, de
hombre compasivo. Sin embargo, “notaba el Artista en sus ojos [los de la Niña], también tenía
un hambre de otros cariños que no había en Palacio.” Este es quizás el primer signo que
revela una imperfección o carencia respecto a la vida en la corte.
Pareciera que el narrador busca alejar al lector de todo juicio de valor respecto a las
actividades propias del narco, algo es claro, no se está frente a una novela con fines didácticos
ni moralizantes. Por ejemplo, en ciertos pasajes, tras una escena aterradora o cruenta, el
narrador desvía la atención aplacando así la violencia de la historia y evitando que el lector se
convierta en un juez (un juez simple y sesgado) de sus personajes. De golpe, lo que
suponemos es uno de los sicarios de la Corte dice:
Entonces, tras la macabra confesión del hombre que extrae un diente a todos los que
asesina, el narrador irrumpe con un punto de vista que humaniza a ese grupo de asesinos; se
puede hablar incluso de un sentimiento de empatía en donde resalta más la fraternidad que los
une que las atrocidades que puedan haber cometido. O luego:
Una vez más, no es la intención del escritor chocar o generar escozor al narrar la cruel historia de
Peligroso, lo verdaderamente importante por ahora es que prevalezca el espíritu de camaradería que
se vive en el Palacio. En resumen, incluso si suceden cosas horribles, la vida en el Palacio es
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Herrera, Yuri. Trabajos del reino.
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Ídem.
agradable. Herrera nos propone un código moral alejado de los cánones tradicionales: el código
moral del Palacio. En palabras de Héctor Abad Faciolince (incluso si él se basa en el caso colombiano,
sus postulados al respecto se pueden transportar perfectamente al mexicano) las sociedades que
han vivido el fenómeno del narcotráfico no sólo redefinen la apreciación estética, cómo ya vimos en
el caso arquitectónico, sino que