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Jorrín Abellán
Apr 11, 2020
Hoy termina mi tercera semana de trabajo online para la universidad estatal de los Estados
Unidos en la que soy profesor desde hace seis años. De lunes a viernes he participado en diez
reuniones virtuales en las que he tenido que usar MS Teams, Zoom, Skype, Blackboard Ultra, y
Google Hangouts. Además, mi docencia (que es habitualmente online o híbrida) ha seguido su
curso normal en la plataforma de enseñanza virtual de mi institución (D2L Brightspace). A la
docencia y las reuniones de trabajo con compañeros/as, hay que añadir las tareas de
investigación relacionadas con la preparación de proyectos, escritura de artículos, análisis de
datos, revisión de artículos, colaboración con asociaciones profesionales, etc.
Una de las situaciones más extrañas que he vivido en estas tres semanas de confinamiento
forzoso ha sido mi participación en dos tribunales de tesis doctoral, que también se han
producido de forma virtual. Me ha generado cierta tristeza no poder celebrar como se merece
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el trabajo intenso que mis estudiantes de doctorado han venido realizando durante los cuatro
últimos años. ¡Una lástima!
No obstante, estoy viendo atónito la respuesta que las instituciones de educación superior de
prácticamente todo el mundo vienen dando a la crisis global del Covid-19. Tanto las más
progresistas como las conservadoras, y las "medio-pensionistas," se han lanzado en tromba a
ofrecer el 100% de sus cursos de manera online, en una suerte de pedagogía kamikaze de la
compulsión.
Los seres humanos reaccionamos de manera compulsiva cuando sentimos un impulso fuerte e
irresistible para realizar algo, aunque sea absolutamente irracional. Esto es exactamente lo que
está sucediendo. Universidades en las que la tecnología más puntera que se venía empleando
era el correo electrónico, piden ahora a sus docentes y estudiantes que realizen una transición
inmediata a la enseñanza y el aprendizaje online. ¿De verdad que le vamos a pedir a ese
docente que tiene problemas para reproducir un video de Youtube en una clase presencial
usando un proyector, que “imparta” su asignatura virtualmente? ¿En serio?
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• Las universidades se han lanzado al abismo de la virtualización de la docencia
ofreciendo infraestructuras precarias y en muchas ocasiones dependientes de terceros,
que no se han probado lo suficiente, que son caras, y para las que no se ha formado
apropiadamente al profesorado. Los que carecen de una preparación adecuada en
docencia online están optando por la realización de sesiones síncronas que les
permitan replicar las horas de clase presencial que vertebraban su docencia
anteriormente. Cualquiera que disponga de un mínima experiencia impartiendo cursos
online sabe de los inconvenientes que las sesiones síncronas apoyadas en video-
conferencia tienen. De hecho, la flexibilidad que ofrece el aprendizaje online se va al
garete cuando exigimos a nuestros estudiantes que asistan a un sesión síncrona. La
tormemta perfecta ocurre cuando a ello le añadimos los problemas de infraestructura
tecnológica que muchas universidades están teniendo para proveer este servicio.
Intentar reproducir la docencia presencial en tiempos de crisis es un error que está
teniendo consecuencias económicas innecesarias, además de no contribuir a la calidad
de la formación de nuestros estudiantes. Estrategia kamikaze #4.
A las cuatro estrategias kamikaze anteriores se unen otras muchas derivadas por ejemplo,
de la falta de sensibilidad y justicia social que la virtualización forzosa de la docencia tiene
entre el profesorado y alumnado que se encuentra en situaciones desfavorecidas. Por
ejemplo, se ha venido hablando en los medios del impacto que estas medidas tendrán en
el alumnado que carece de acceso a internet, o incluso de ordenador. Tal y como sucede
en investigación, las medidas de virtualización forzosa potenciarán sin duda, el llamado
“efecto Mateo.” Los que más tienen tendrán un mejor acceso y posibilidades de éxito en la
crisis, mientras que los que menos tienen, tendrán aún menos. Las medidas de
virtualización que la mayoría de universidades han implementado, legitiman el efecto
anterior dejando a su suerte una vez más, a los que más lo necesitan.
Y ¿qué me dicen de los docentes que tienen que dar clase, investigar y participar en
reuniones mientras cuidan de sus hijos e hijas en casa? ¿Y las madres y padres solteras o
con sus parejas hospitalizadas? No puedo ni imaginarlo…
Pero ¿qué podemos hacer para aliviar los efectos que estas medidas están teniendo en el
alumnado y el profesorado? Mi propuesta es sencilla:
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-Asumámoslo, “perder” un semestre académico no es algo tan nefasto si tenemos en
cuenta la situación actual de pandemia.
-Tratemos de concluir nuestras asignaturas prestando especial atención a los que peor lo
están pasando, haya o no evaluaciones finales. De verdad. No es importante.
Dentro de unos años, cuando miremos atrás recordaremos cómo nos sentimos durante la
pandemia. Es posible que revivamos los miedos de perder a nuestros seres queridos, y la
profunda incertidumbre que nos encogió los corazones. Nadie se acordará de las
asignaturas que tomamos o impartimos en ese año 2020 maldito. Eso se lo aseguro.