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Identidades populares rurales en el sur chileno

(mediados del siglo XX)

Ernesto Bohoslavsky*

En esta ponencia realizamos un acercamiento a la cuestión de las identidades populares en el


agro araucano, específicamente en las provincias de Cautín, Malleco y Bío Bío, a mediados del
siglo XX. Entendemos que un estudio de las formas identitarias asumidas, reprimidas y
reconstruidas por los actuales sujetos colectivos guardan una gran relación con su historia reciente.
Volver al pasado para comprender el presente se nos torna necesario una vez más: iluminar el
presente a través del pasado recomendaba Marc Bloch hace 60 años y nada demuestra que se pueda
desechar ese consejo. Demás está decir que está en buena parte vedada la posibilidad de encontrar
criterios y elementos diferenciadores entre los grupos humanos: entendemos que el desarrollo de los
fenómenos de construcción de identidades son sumamente complejos y en ellos intervienen
numerosos factores.1 Las agrupaciones humanas inventan, rastrean, seleccionan de sus archivos
mentales colectivos y de sus tradiciones, aquellos elementos que les resultan útiles a la
conformación de la diferencia o la similitud al interior de los grupos. Nuestra intención es ir
señalando algunos elementos históricos y sociales que ayudan a la comprensión de los diversos
sentidos de pertenencia asumidos por los comuneros mapuche, los inquilinos y los peones
afuerinos.
Y esta dificultad para diferenciar los actores que componen los sectores populares no sólo
tiene que ver con la existencia de un amplísimo mestizaje racial y cultural existente en la Araucanía.
En el caso de los sectores populares rurales araucanos se desenvuelve un conjunto de actores muy
diferentes entre sí, pero que a la vez guardan una serie de similitudes y experiencias compartidas.
Como resultado inicial de nuestras pesquisas, podemos afirmar que los mapuche y los campesinos
chilenos comparten similares condiciones materiales de vida (deficiencias en la alimentación, en el
acceso a la salud y la educación, distribución desigual de la riqueza nacional, déficits
habitacionales). Poseen serias dificultades para la organización y el mantenimiento de
organizaciones sindicales o étnicas; sufren crudamente la represión estatal y patronal a la
sindicalización. Se ven perjudicados y discriminados por parte de las clases dominantes y los
aparatos estatales.2 Pero esa similitud en los estándares de vida no se refleja en una identidad que
*
Grupo de Estudios de Historia Social (GEHiSo). Becario de iniciación en la investigación de la U. N. Comahue.
1
En estos procesos de construcción de las identidades intervienen tanto las definiciones de los propios actores sobre sí
mismos como las miradas que sobre ellos se posan, así como las instituciones (Estado, Iglesia, escuela, medios de
comunicación) y los intelectuales. ROMERO, L.; ¿Qué hacer con los pobres?, Sudamericana, 1997, p. 189 ss.
2
La cuestión de las condiciones materiales de vida la Araucanía la hemos abordado en BOHOSLAVSKY, E. «Indios y
rotos. Un acercamiento a sectores populares rurales de la Araucanía, 1930-55», ponencia presentada en las VII
2

hermane a campesinos chilenos y mapuche, por el contrario, en ese contexto parecen reafirmarse las
tendencias a construir identidades que no sólo excluyen a los sectores acomodados de la sociedad
nacional, sino también al otro grupo popular. Los proyectos encaminados a unificar reclamos y
luchas, en este período y los anteriores, no tuvieron una fructífera recepción en el agro del sur
chileno, salvo contadas excepciones.3
Por razones de espacio, no incorporamos un detallado contexto de las transformaciones
sufridas por la agricultura hacendal chilena entre 1920 y 1973. 4 Pero, a título ilustrativo, podemos
mencionar las principales tendencias que vemos desplegarse. La producción agropecuaria,
principalmente la cerealera, se vuelca al abastecimiento del creciente mercado urbano, perdiendo
definitivamente su perfil exportador. Las tentadoras oportunidades económicas derivadas de este
proceso llevaron a los hacendados a abandonar o convertir la hasta entonces forma laboral
predominante, el inquilinaje. Vemos que las formas salariales van tomando el lugar que antaño
ocupaban los inquilinos y sus familias. Junto a este proceso de proletarización se desarrolla uno de
introducción acelerada de tecnología agrícola. Las notorias dificultades de lograr un abastecimiento
adecuado del mercado urbano forzaron la intervención estatal para asegurar la disponibilidad de
alimentos y la estabilidad de precios. La transferencia de ingresos generados a partir de la política
de precios permitió derivar ganancias del campo a la ciudad, y a título más general, de los
trabajadores a los propietarios. La presencia del Estado permitió tibiamente la sindicalización rural,
alterando la tradicional dominación oligárquica. Paralelamente, se observa que en estos años cerca
de 1/4 de las comunidades mapuche son transformadas en parcelas individuales, de escasas
superficies y con graves limitaciones productivas y ecológicas.

Los mapuche tras la «Pacificación de la Araucanía»

Los pobladores mapuche son el aspecto social más distintivo del sur chileno. Su presencia en
la toponimia, la dieta, vocabulario y costumbres es notoria. El número total de miembros de esa
población ha sido motivo de variadas disputas, no exentas de intenciones políticas. A fines de los
´60 Stuchlik la estimaba en 400.000, aunque se han sugerido otros valores. 5 Es importante

Jornadas Interescuelas de Historia, Neuquén, 1999.


3
Una excepción a este fenómeno parece haber sido el accionar de A. Panguilef y el congreso Araucano, en los años
´30, promoviendo una república indígena que incluyese también a obreros y campesinos chilenos. BENGOA, J.;
Historia del pueblo mapuche, Sur, 1989.
4
Las obras referidas al tema son amplísimas. Sólo mencionaremos dos de las consultadas: BAUER, A.; La sociedad
rural chilena. Desde la conquista española a nuestros días, Andrés Bello, Santiago, 1994; BAUER, A. y
HAGERMAN, A.; «Tierra y trabajo en el campo chileno, 1850-1935», en DUNCAN, K. y RUTLEDGE, I. (comp.); La
tierra y la mano de obra en América Latina, FCE, México, 1987.
5
El censo de 1952 indica que en las provincias de Arauco, Bío Bío, Malleco, Cautín, Valdivia y Osorno vivían unos
130.000 mapuches sin contar la población indígena urbana (cercana a las 80.000 personas). En 1960 se registraban unos
138.894 mapuche. STUCHLIK, Milan; «Niveles de organización social de los mapuches», en A.A.V.V.; Segunda
semana indigenista, Escuelas Universitarias de la Frontera, Temuco, 1970.
3

mencionar que el peso específico de ese estrato socioétnico alcanzaba un gran peso: en el caso de
Cautín llegaba al 25% de la población ¿Dónde habitaba este gran conjunto demográfico? En su gran
mayoría lo hacía en alguna de las 3000 reducciones creadas en los 50 años posteriores a la
conquista de la Araucanía, de las cuales unas 700 fueron posteriormente parceladas. Hasta 1930 se
entregaron aproximadamente 500.000 has., a las comunidades, sobre las que vivían unos 78.000
mapuche (aproximadamente 6 has. per cápita).6

Reducciones (1884-1929)7
PROVINCIA TÍTULOS HECTÁREAS POBLADORES POB/TIT HAS/POB HAS/TIT
Arauco 66 7116 1912 28,96 3,72 107,81
Bío Bío 6 659 112 18,66 5,88 109,83
Malleco 350 83741 11512 32,89 7,27 239,26
Cautín 2102 317112 56938 27,08 5,56 150,86
Total país 3078 475.423 77.751 25,26 6,11 154,45

El vuelco de las actividades guerreras a las sedentarias tras la pacificación de la Araucanía


produjo un trastorno psicológico y emocional muy fuerte en el mundo mapuche. Con escasos
conocimientos agrícolas se ven forzados a cultivar regularmente la tierra y tener unos pocos
animales de escasa cuantía, y a abandonar las prácticas de ganadería extensiva con sus circuitos de
engorde y comercialización.. Este cambio provocó la concentración y la sedentarización de la
población, eliminando las presiones económicas que cohesionaban las redes de parentesco, políticas
y comerciales y que determinaban una organización total de los mapuches. 8 La radicación de la
comunidad forzó a la comunidad a seguir los patrones establecidos por el Estado. El pueblo
mapuche debió supeditarse a la voluntad y al derecho estatal, perdiendo su autonomía política. La
reducción y la comunidad perdieron prácticamente todo poder administrativo, organizativo y
coercitivo sobre la población. El resultado más visible de este paso obligado al minifundismo fue la
pauperización de la sociedad mapuche. De acuerdo con Bengoa, la situación social se caracteriza
por la pertenencia imperativa a un pequeño territorio con el cual se debe cubrir la subsistencia, que
tempranamente mostraron sus limitaciones productivas.9

6
«Desde esa época hasta 1960, los huincas usurparon de diversas formas, incluso violentas, otras 100.000 hectáreas a
los nguluche, quedando sus tierras reducidas a 400.000 hectáreas, mientras que la población siguió en aumento»,
FALASCHI, C. La tierra de los nguluche. Políticas, legislación y lucha allende los Andes, IREPS-APDH, Neuquén,
1992, p.7. De la tierra comprendida entre el Bío Bío y el Llanquihue, los mapuche recibieron cerca de un 5%, mientras
que 18.000 colonos extranjeros y nacionales recibieron en conjunto unos 9.000.000 de has., a razón de 500 has. per
capita.
7
Elaboración propia en base a FALASCHI, op. cit., p. 7.
8
«Como consecuencia del progreso concreto histórico que llevó a la situación actual de los Mapuches, desaparecieron o
se alteraron muchos factores que anteriormente forzaban a los Mapuches a que se formasen y se mantuviesen mayores
unidades de organización social», STUCHLIK, op. cit., p. 104.
9
«La tecnología de manejo agrícola, de carácter extensivo, fue aplicada en pequeñas superficies, generalmente colinas,
que rápidamente se sobretalajearon y erosionaron, perdiendo buena parte de su valor productivo», BENGOA, op. cit., p.
366.
4

El vuelco forzado a la agricultura generó una violenta desestructuración de las tareas


consuetudinariamente asignadas a varones y mujeres. Así como los roles masculinos tradicionales
se vieron afectados por el agotamiento y la pobreza de los recursos naturales utilizados, la mujer
mapuche también recibió una serie de presiones y descolocaciones de su marco. Encontró una
fuerte competencia hacia su papel económico ya que el mercado satisfacía con menor costo los
productos textiles que solía proveer. Estos productos de origen industrial fueron entrando en la
medida en que la aculturación se hizo más notoria y, en consecuencia, fue cediendo la producción
local de hilado y tejido. Surgió un excedente de mano de obra femenina, que buscó mejores
horizontes en ámbitos urbanos, desarrollando labores domésticas y de baja calificación.
Entre 1930 y 1964 cientos de títulos de merced fueron convertidos en 20.000 títulos
individuales.10 Son varios los analistas sociales y económicos de la época que consideraban que la
pequeña propiedad agrícola, especialmente la indígena, constituía un grave problema económico,
agrícola y social. Observaban que estos pequeños propietarios estaban obligados a abandonar el
minifundio y a dedicarse al pequeño comercio, buscar un empleo rural o dirigirse a las ciudades. En
efecto, algunos estudios demuestran que la única estrategia para detener el proceso de hijuelización
era la emigración de los miembros jóvenes de la comunidad: los mapuche muestran una tendencia
demográfica estable y un equilibrio entre habitantes y superficie, pero al precio de la sangría
demográfica de las comunidades y la mediería en tierras ajenas.11
Inostroza y Klapp recurren al concepto de etnoestrato para referirse a la sociedad mapuche.
Esto significa que se trata de una comunidad que presenta un aspecto bifaz. Por un lado presenta
rasgos, pautas de conducta, creencias, tecnología y niveles de vidas pertenecientes a la estructura
agraria chilena del campesinado y a sus sistemas productivos. Pero junto con este grupo de
elementos compartidos, mantiene características culturales absolutamente propias, de notable
resistencia al cambio o la asimilación.12 La permanencia de la estructura de la comunidad ha sido
posible gracias a un repliegue de la sociedad mapuche con respecto a la chilena, y al desarrollo de
un desenvolvimiento de carácter interno que les permitió mantener la unidad territorial comunitaria.
Es especialmente significativa la permanencia de una refracción intracultural y una apertura a la
adopción de los préstamos instrumentales de la sociedad del entorno. Dentro de las concepciones
propias de los mapuche, hay un lugar para la forma de mirarse a sí mismos, al propio grupo ¿Cómo
se veían a sí mismos los mapuche? Se consideraban mapuche básicamente a partir de la
confrontación con otro grupo étnico: eran distintos a los huinca, a los blancos. Además de este
enfrentamiento, algunos de los criterios de identidad en que se basan para diferenciarse eran la
10
Tras distribuir las tierras, hubo reducciones donde la hijuela individual no superaba la hectárea. El Ministerio de
Trabajo reconoció en 1950 que la superficie promedio de las parcelas familiares era de 2,5 has FALASCHI, op. cit., p. 9
11
INOSTROZA, Luis y KLAPP, Pedro; Desarrollo mapuche en la post-ocupación. Estudio de cuarenta comunidades
de Chol-Chol entre los años 1890-1965, tesis de grado, UFRO, Temuco, 1983. Para el tema de la mediería, p. 49.
12
INOSTROZA y KLAPP, p. 53.
5

exención impositiva, la utilización del mapudungu, la confraternidad entre las comunidades y la


pobreza material. Se creían disímiles, por ejemplo, en el hecho de que no debían pagar impuestos a
los bienes raíces como sí lo hacían los propietarios chilenos. Por una serie de legislaciones
protectoras estaban exentos del pago de ciertas retribuciones impuestas sobre las propiedades
rústicas. Consideraban esta exención como una suerte de retribución estatal frente a la serie de
usurpaciones cometidas por extranjeros o nacionales. Entendían que las tierras de los huinca eran
aquellas mismas que les han quitado. Esta creencia se ve reforzada, por el especial trato que recibe
la propiedad rústica indígena en el nivel legal, que generó entre los poseedores comunales la
sensación compartir un mismo universo, caracterizado por la propiedad colectiva, la no apropiación
privada de esos medios de producción y la imposibilidad de enajenar la tierra. El aislamiento al que
los mapuche han estado sometidos terminó por reafirmar ciertos valores, consolidar su cultura
nativa y evitar, o al menos postergar, la aculturación. Cultivan sus tierras, pero se mantienen
aislados, discriminados y marginados por el resto de la población del país. Para Bunster, al ser
individualizados como una minoría étnica y sociocultural, se defienden de una aculturación
acelerada por parte de la cultura dominante:
«En contacto con el resto de la población chilena, no se ha producido en ellos una aculturación
masiva, como ha sucedido en otras partes del mundo con poblaciones indígenas. Por el
contrario, han desarrollado una cohesión interna mayor. Los mapuches han mantenido de este
modo, y con mucho orgullo, sus pautas culturales» 13
La lengua es otro elemento que utilizan para diferenciarse del poblador chileno. Es un
aglutinante muy fuerte de la población mapuche y actúa como un demarcador simbólico de
acentuada presencia. El idioma se presenta como una frontera infranqueable para los no mapuche. Y
para los hablantes del mapudungu aparece como un área de exclusividad, un coto al que no pueden
acceder los extraños, un refugio inviolable de las familias y de la comunidad. Otra característica que
utilizaban para deslindarse de los huinca tiene que ver con una supuesta macro-comunidad a la que
pertenecerían, que se caracterizaría por la hospitalidad desplegada con sus miembros. En efecto, los
mapuche de Chol Chol (Cautín) al ser consultados por Stuchlik, sostenían que cualquier indígena
podía recorrer toda la Araucanía durmiendo y comiendo en cualquier comunidad donde lo
sorprendiera la noche. Se piensan como una categoría grande de personas, que sin estar organizadas
entre sí, presentan tantos rasgos en común que los separan claramente de los no mapuches y los
cohesionan en una unidad coherente. Cada familia, reducción o comunidad es hasta tal punto
similar a otra que esta similitud forma una identidad cultural y social de los mapuche como
sociedad. No se consideran como un agregado insignificante de la sociedad chilena, sino como una
sociedad en sí, con sus propias especificidades. El área física en el que comúnmente se mueven los
mapuche y tienen relaciones sociales no se extiende más allá de unos cuantos kilómetros, sobre los
13
BUNSTER, X., «Algunas consideraciones en torno a la dependencia cultural y el cambio entre los mapuches», en
A.A.V.V., op. cit., p. 27.
6

que se realizan las tareas cotidianas (actividades laborales, transacciones comerciales) y los hechos
extraordinarios o pertenecientes al ciclo vital. La pobreza es otro de los rasgos que los mapuche
asumen como compartidos y generadores de identidad, frente a los chilenos que son considerados
pudientes. Aunque esta diferenciación está expresada centralmente en términos de un conflicto
étnico, no deja de estar exenta de atributos clasistas, que expresarían una potencial solidaridad de
intereses entre los campesinos chilenos pobre y los mapuche:
«la separación tradicional entre mapuche y wingka gradualmente se va entendiendo como una
separación entre pobres y ricos (sería tal vez más exacto decir entre campesinos y habitantes de
las ciudades) pero a la vez aun sigue siendo expresada en términos de una separación entre
Mapuche y wingka» 14
Las condiciones de vida de los sectores populares rurales son bastante similares más allá de
la pertenencia a distintos mundos étnicos o categorías laborales y legales ocupadas.15 Pero aunque
comparten un empobrecido standard de vida, los mapuche representan su sociedad como una forma
humana particular. Sin embargo, entiende Stuchlik, esta visión que los mapuche tiene de sí mismos
como grupo choca con una serie de tendencias internas de las comunidades. A pesar de la
delimitación más o menos estricta de los espacios físicos comunitarios, hay pocos signos que
permiten considerarla realmente como una comunidad organizada y sólo funciona como tal en
pocas situaciones concretas ya que en su interior se estaba desarrollando un proceso de creciente
individualización que llevaba a un deterioro del accionar y pensamiento colectivo.

Los campesinos

La diversidad de formas laborales existentes en las haciendas se multiplican por una serie de
variables: el carácter de la demanda de la mano de obra, la estacionalidad del trabajo, el acceso a la
tierra, talajes o aguadas de la hacienda, el trabajo familiar y extra-familiar disponible, el nivel de
inversión a realizar, la densidad y carácter de las vinculaciones con la figura patronal, etc. Desde
Aconcagua para el sur, las haciendas se configuraban bajo una misma organización autoritaria
piramidal. La estructura tenía en su cúspide al patrón, a quien le seguía el administrador (que tenía a
su cargo todos los aspectos relacionados con la producción). A éste respondían los mayordomos,
capataces, sotas y encargados de las cuadrillas de trabajadores. En la base se encontraban los
inquilinos, diversos tipos de peones, hijueleros, aparceros y medieros. Junto con esta masa rural,
existían miles de familias campesinas independientes, que desarrollaban sus vidas en los intersticios

14
STUCHLIK, op. cit., p. 107.
15
BOHOSLAVSKY, op. cit. Como decía Ruiz: «es posible que algunos lectores piensen que los problemas que
expongo no son solamente propios de la mapuches, sino comunes a todos los ´agricultores pobres´. Tendrían razón en
parte. Es muy difícil determinar los criterios para hacer la separación entre mapuche y no mapuche cuando aquél tiene
un 90% de mestizaje», RUIZ, A., «Los conceptos económicos y la sociedad mapuche», en A.A.V.V.; op. cit., p. 32.
7

entre las haciendas. Para el presente trabajo, sólo haremos mención a dos de los grupos más
importantes: los inquilinos y los peones afuerinos, también llamados gañanes o rotos.
El reclutamiento de la fuerza de trabajo descansaba en buena medida sobre los inquilinos, pues
ellos la proveían de trabajadores voluntarios. Este sistema consistía en el arraigo de los trabajadores
y sus familias dentro de haciendas, recibiendo formas de remuneración mixta, en dinero y regalías
(porción de tierras, huerto, talajes, casa y comida). Estaba obligado a permanecer en la explotación
proporcionando mano de obra a cambio de remuneraciones mixtas en dinero efectivo y regalías. 16
Tenía habitación para él y su familia (el inquilino solía estar casado y ser padre) y una ración de
tierra en potrero. El sistema de inquilinaje le ofrecía al campesino un lugar donde habitar, una
vivienda familiar y tierras para proveer a las necesidades más elementales. Ofrecía un número de
jornadas de trabajo relativamente alto, aunque con baja remuneración y algún grado de estabilidad
según la voluntad del patrón y el alcance del ambiente paternalista de cada hacienda.17
Los inquilinos mejor situados lograban desarrollar cierta capacidad de ahorro y movilidad
social, facilitada por alianzas matrimoniales con pequeños propietarios. Contar con una familia
numerosa, colocar hijos en las medierías y hacerlos trabajar en las propias raciones fue el soporte de
la acumulación inquilina. Los hijos de inquilinos accedían a una vivienda al reemplazar al
progenitor o al ser radicados en otro puesto de trabajo. Esto implicaba el derecho a casa, y por lo
tanto, la posibilidad de fundar familia. 18, Acceder a la tierra dejaba el camino abierto al matrimonio,
y con ello la posibilidad de obtener más adelante un trabajo de mayor jerarquía. Los inquilinos son
los que sufren en forma permanente la violencia patronal y exhiben una posición muy endeble ya
que dependen profundamente de la buena voluntad del hacendado para mantener su tierra y
vivienda. Se ven obligados a aceptar las humillaciones permanentes, el derecho de pernada sobre
sus mujeres y el maltrato de los mayordomos. 19 Tanto en la literatura como en los textos
autobiográficos, los inquilinos aparecen como el estereotipo negativo de la masculinidad, en
oposición al peonaje: sumisión, docilidad, falta de iniciativa, dependencia del patrón.20 Las
imágenes que se proyectaban del inquilino tenían que ver con la fidelidad, el paternalismo, la idea
de un futuro compartido, de trabajo constante como condición previa al progreso. En las haciendas
coexistían familias consanguíneas lo que contribuyó a construir socialmente la imagen de una gran

16
ORTEGA, E., Transformaciones agrarias y campesinado, CIEPLAN, Santiago, 1987, p. 71
17
ORTEGA, op. cit., p. 73-4
18
«La concepción de la familia hacendal aparece basada en el matrimonio para asegurar la reproducción de la
descendencia y en las relaciones sexuales abiertas, concebidas como derecho del hacendado sobre las mujeres del
inquilinaje», VALDES et. al. Masculino y femenino en la hacienda chilena del siglo XX, CEDEM, Santiago, 1995, p.
90.
19
Para un análisis de las relaciones entre los sexos y el clima de violencia al interior de los fundos, VALDÉS et. al, op.
cit. Otros autores consideran que el trato hacia los inquilinos no era tan severo como con los peones afuerinos. BAUER
y HAGERMAN, op. cit.
20
«Domesticados generación tras generación por patrones, curas y capataces, los inquilinos parecen no tener
escapatoria a un destino que los amarra a la tierra y a un patrón», VALDÉS et. al., op. cit., p. 64.
8

familia en la que los inquilinos eran los hijos menores, y por lo tanto, los más vulnerables. 21 Para
quien no acatara el modelo de familia existía la amenaza de la sanción laboral y la expulsión de la
hacienda. La vida cotidiana de la gran familia hacendal estuvo conformada por la convivencia de
personas y relaciones sociales interiores y exteriores a la casa, pero no relacionadas armónica ni
horizontalmente.
El trabajador afuerino no residía en el fundo y sólo trabajaba en forma ocasional en él,
especialmente para labores de temporada. Constituía la mayor parte de la mano de obra que se
tomaba en los períodos de máxima demanda, como la cosecha. Solía provenir de las reducciones
indígenas o de las áreas de agricultura de tipo minifundista. La jornada de trabajo se prolongaba
más de 11 horas en el promedio anual (e incluso más horas durante el verano). El roto se amarraba a
la soltería, no poseía tierra ni familia que lo obligasen a una morada fija y no solía reconocer a la
prole que iba desperdigando en su andar por los caminos. El afuerino pernoctaba en los caminos,
«se arranchaba en las ciudades o se iba al monte, a esperar en casa de sus familiares pequeños
propietarios que nuevamente llegara el tiempo de trabajo». 22 Migraba de una hacienda a otra en
busca del jornal para el día y no tenía demasiados pruritos a la hora de abandonar mujer, hijos,
trabajo y disciplina. Es por eso que se oían descripciones como las siguientes, provenientes de los
latifundistas:
«Esta clase de huasos es sin duda mucho menos moral y laboriosa que la de los inquilinos, y ella
es la que de ordinario causa los desórdenes en las trillas, en las chinganas y en las juntas de
gentes que se forman en el bodegón de la hacienda». 23
Cuando hablaban de ellos, reforzaban las ideas de vagancia, delincuencia y aprovechamiento.
Las acusaciones de apego a los naipes y al cuchillo fácil también estaban presentes. Esta serie de
lecturas se potenciaban a través de imágenes racistas.24 De la misma manera que son vistos como
vagos, malentretenidos y alborotadores por parte de patrones y administradores, también se pueden
hallar visiones más románticas de los afuerinos, pero realizadas por los inquilinos. Estas
representaciones tienen que ver con la libertad de la que goza y la posibilidad de renunciar a su
labor cuando lo desea. La orientación del peonaje hacia la libertad genera la aparición de relaciones
esporádicas, producto de la itinerancia. Por eso,
«la inmoralidad y el desorden asociado a las uniones familiares consensuales y a la ilegitimidad
en los nacimientos de los hijos, se encuentra más cercano al segmento peonal que en familias
estables residentes en fundos y haciendas, permanentemente sometidos al control y la vigilancia
del patrón y de la Iglesia Católica» 25
21
«En la hacienda, la importancia de la familia y los lazos de sangre para mantener el control sobre la tierra y el poder
hacendal conformaron un discurso de exaltación de la familia que encontraba eco en la sociedad nacional», VALDÉS
et. al., op. cit., p. 82.
22
VALDÉS, et. al, op. cit., p. 22
23
Citado en VALDÉS et. al., op. cit., p. 62.
24
«Para muchos terratenientes la haraganería y la irresponsabilidad eran profundas características de las clases más
bajas (producto del mestizaje andaluzaraucano) y consideraban que un pago más elevado sólo conduciría a vicios
mayores», BAUER y HAGERMAN, op. cit., p. 113.
25
VALDÉS et. al, op. cit., p. 94.
9

Si los inquilinos nacían y morían dentro de las haciendas, los afuerinos eran el contacto entre
haciendas y ciudades, minas y salitreras. Comunicaban espacios y modos de vida distintos al
inquilinaje, posibilitando la emigración de aquellos que no eran absorbidos por las haciendas. Estos
peones errantes vagaban de norte a sur, del salitre a las cosechas, de los oficios urbanos a obras de
infraestructura, estigmatizados con la denuncia de ser prisioneros de la vagancia y el alcohol.

V - Conclusiones

En esta ponencia nos hemos internado en el complejo tema de las identidades, centrados en la
Araucanía de mediados de este siglo. Vemos que el mundo de los sujetos populares contaba con una
heterogeneidad profunda, dentro de la que se destacaban algunos grupos, presentando identidades
particulares Estos sectores populares manifiestan, más allá de las pertenencias asumidas, un mismo
sustrato de condiciones de vida, caracterizado por la carestía, la pobreza material y el aislamiento de
los sectores populares urbanos organizados en sindicatos y partidos políticos. Este aislamiento se
mantiene más allá de la creciente intervención estatal en el agro, que vemos desarrollarse en la
época. El contexto socioeconómico se caracteriza por el abandono del inquilinaje y la imposición de
las formas salariales en el agro. Para el caso mapuche, vemos que cerca de un cuarto de las tierras
comunitarias son divididas entre sus miembros, generando un desenfrenado proceso de
hijuelización que termina generando la expulsión de los jóvenes. En el campo popular encontramos
a las familias mapuche, arrinconadas hace más de un siglo y que se caracterizan por su
agrupamiento en superficies delimitadas de propiedad colectiva. Por otro lado se encuentran los
campesinos, tanto los que son pequeños propietarios o arrendatarios y cuentan con trabajo familiar
(y extraordinariamente asalariado), y aquellos otros que no tienen propiedades y venden en forma
ocasional o permanente su fuerza de trabajo. En este trabajo nos hemos concentrado en los
inquilinos y los peones afuerinos.
Como consecuencia de la «Pacificación de la Araucanía» el pueblo mapuche se vio forzado a
la práctica de actividades económicas sedentarias que terminaron por doblegar las amplias redes
montadas en la Araucanía y hacia la Patagonia argentina y restarle poder cohesionador y
organizador a las comunidades. El asentamiento forzoso produjo una serie de experiencias de
descolocaciones de las formas tradicionales, de usurpaciones y de violencia, dando lugar para que la
sociedad mapuche se hermetizara e impermeabilizara frente a la presencia externa. Estos cierres no
imposibilitaron la expresión de fenómenos de aculturación (como los textiles), pero si mitigaron sus
efectos y expansión. Los indígenas sustentaban su identidad sobre criterios seleccionados (lengua,
10

raza, política impositiva), que no ocultan algunas similitudes muy claras con el campesinado
araucano, lo que permite clasificarlo como etnoestrato.
En cuanto a los inquilinos, sabemos que su posición otrora mayoritaria va perdiendo fuerza a
lo largo del siglo. La familia inquilina permanece en la hacienda y necesita de la permanente buena
voluntad del hacendado, por lo que se ve obligada a soportar los atropellos y arbitrariedades
cotidianas. Sobre él se posan las imágenes de sumisión y fidelidad a toda prueba. A cambio de ello,
obtiene vivienda, tierras y la posibilidad de prosperar. Los afuerinos aparecen como contrafiguras a
los inquilinos, en tanto se muestran como indóciles, reacios al trabajo y a la autoridad patronal.
Dado que son personas sin arraigos familiares ni laborales permanentes, deambulan de un oficio en
otro, de hacienda en hacienda, del salitre a la construcción de caminos. Ofrecen a los grupos
populares rurales experiencias de otros ámbitos, de donde surgen las prácticas de resistencia
individual o grupal a la economía hacendal, en plena decadencia hacia los años ´50 y ´60 de este
agonizante siglo.

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