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Ernesto Bohoslavsky*
hermane a campesinos chilenos y mapuche, por el contrario, en ese contexto parecen reafirmarse las
tendencias a construir identidades que no sólo excluyen a los sectores acomodados de la sociedad
nacional, sino también al otro grupo popular. Los proyectos encaminados a unificar reclamos y
luchas, en este período y los anteriores, no tuvieron una fructífera recepción en el agro del sur
chileno, salvo contadas excepciones.3
Por razones de espacio, no incorporamos un detallado contexto de las transformaciones
sufridas por la agricultura hacendal chilena entre 1920 y 1973. 4 Pero, a título ilustrativo, podemos
mencionar las principales tendencias que vemos desplegarse. La producción agropecuaria,
principalmente la cerealera, se vuelca al abastecimiento del creciente mercado urbano, perdiendo
definitivamente su perfil exportador. Las tentadoras oportunidades económicas derivadas de este
proceso llevaron a los hacendados a abandonar o convertir la hasta entonces forma laboral
predominante, el inquilinaje. Vemos que las formas salariales van tomando el lugar que antaño
ocupaban los inquilinos y sus familias. Junto a este proceso de proletarización se desarrolla uno de
introducción acelerada de tecnología agrícola. Las notorias dificultades de lograr un abastecimiento
adecuado del mercado urbano forzaron la intervención estatal para asegurar la disponibilidad de
alimentos y la estabilidad de precios. La transferencia de ingresos generados a partir de la política
de precios permitió derivar ganancias del campo a la ciudad, y a título más general, de los
trabajadores a los propietarios. La presencia del Estado permitió tibiamente la sindicalización rural,
alterando la tradicional dominación oligárquica. Paralelamente, se observa que en estos años cerca
de 1/4 de las comunidades mapuche son transformadas en parcelas individuales, de escasas
superficies y con graves limitaciones productivas y ecológicas.
Los pobladores mapuche son el aspecto social más distintivo del sur chileno. Su presencia en
la toponimia, la dieta, vocabulario y costumbres es notoria. El número total de miembros de esa
población ha sido motivo de variadas disputas, no exentas de intenciones políticas. A fines de los
´60 Stuchlik la estimaba en 400.000, aunque se han sugerido otros valores. 5 Es importante
mencionar que el peso específico de ese estrato socioétnico alcanzaba un gran peso: en el caso de
Cautín llegaba al 25% de la población ¿Dónde habitaba este gran conjunto demográfico? En su gran
mayoría lo hacía en alguna de las 3000 reducciones creadas en los 50 años posteriores a la
conquista de la Araucanía, de las cuales unas 700 fueron posteriormente parceladas. Hasta 1930 se
entregaron aproximadamente 500.000 has., a las comunidades, sobre las que vivían unos 78.000
mapuche (aproximadamente 6 has. per cápita).6
Reducciones (1884-1929)7
PROVINCIA TÍTULOS HECTÁREAS POBLADORES POB/TIT HAS/POB HAS/TIT
Arauco 66 7116 1912 28,96 3,72 107,81
Bío Bío 6 659 112 18,66 5,88 109,83
Malleco 350 83741 11512 32,89 7,27 239,26
Cautín 2102 317112 56938 27,08 5,56 150,86
Total país 3078 475.423 77.751 25,26 6,11 154,45
6
«Desde esa época hasta 1960, los huincas usurparon de diversas formas, incluso violentas, otras 100.000 hectáreas a
los nguluche, quedando sus tierras reducidas a 400.000 hectáreas, mientras que la población siguió en aumento»,
FALASCHI, C. La tierra de los nguluche. Políticas, legislación y lucha allende los Andes, IREPS-APDH, Neuquén,
1992, p.7. De la tierra comprendida entre el Bío Bío y el Llanquihue, los mapuche recibieron cerca de un 5%, mientras
que 18.000 colonos extranjeros y nacionales recibieron en conjunto unos 9.000.000 de has., a razón de 500 has. per
capita.
7
Elaboración propia en base a FALASCHI, op. cit., p. 7.
8
«Como consecuencia del progreso concreto histórico que llevó a la situación actual de los Mapuches, desaparecieron o
se alteraron muchos factores que anteriormente forzaban a los Mapuches a que se formasen y se mantuviesen mayores
unidades de organización social», STUCHLIK, op. cit., p. 104.
9
«La tecnología de manejo agrícola, de carácter extensivo, fue aplicada en pequeñas superficies, generalmente colinas,
que rápidamente se sobretalajearon y erosionaron, perdiendo buena parte de su valor productivo», BENGOA, op. cit., p.
366.
4
que se realizan las tareas cotidianas (actividades laborales, transacciones comerciales) y los hechos
extraordinarios o pertenecientes al ciclo vital. La pobreza es otro de los rasgos que los mapuche
asumen como compartidos y generadores de identidad, frente a los chilenos que son considerados
pudientes. Aunque esta diferenciación está expresada centralmente en términos de un conflicto
étnico, no deja de estar exenta de atributos clasistas, que expresarían una potencial solidaridad de
intereses entre los campesinos chilenos pobre y los mapuche:
«la separación tradicional entre mapuche y wingka gradualmente se va entendiendo como una
separación entre pobres y ricos (sería tal vez más exacto decir entre campesinos y habitantes de
las ciudades) pero a la vez aun sigue siendo expresada en términos de una separación entre
Mapuche y wingka» 14
Las condiciones de vida de los sectores populares rurales son bastante similares más allá de
la pertenencia a distintos mundos étnicos o categorías laborales y legales ocupadas.15 Pero aunque
comparten un empobrecido standard de vida, los mapuche representan su sociedad como una forma
humana particular. Sin embargo, entiende Stuchlik, esta visión que los mapuche tiene de sí mismos
como grupo choca con una serie de tendencias internas de las comunidades. A pesar de la
delimitación más o menos estricta de los espacios físicos comunitarios, hay pocos signos que
permiten considerarla realmente como una comunidad organizada y sólo funciona como tal en
pocas situaciones concretas ya que en su interior se estaba desarrollando un proceso de creciente
individualización que llevaba a un deterioro del accionar y pensamiento colectivo.
Los campesinos
La diversidad de formas laborales existentes en las haciendas se multiplican por una serie de
variables: el carácter de la demanda de la mano de obra, la estacionalidad del trabajo, el acceso a la
tierra, talajes o aguadas de la hacienda, el trabajo familiar y extra-familiar disponible, el nivel de
inversión a realizar, la densidad y carácter de las vinculaciones con la figura patronal, etc. Desde
Aconcagua para el sur, las haciendas se configuraban bajo una misma organización autoritaria
piramidal. La estructura tenía en su cúspide al patrón, a quien le seguía el administrador (que tenía a
su cargo todos los aspectos relacionados con la producción). A éste respondían los mayordomos,
capataces, sotas y encargados de las cuadrillas de trabajadores. En la base se encontraban los
inquilinos, diversos tipos de peones, hijueleros, aparceros y medieros. Junto con esta masa rural,
existían miles de familias campesinas independientes, que desarrollaban sus vidas en los intersticios
14
STUCHLIK, op. cit., p. 107.
15
BOHOSLAVSKY, op. cit. Como decía Ruiz: «es posible que algunos lectores piensen que los problemas que
expongo no son solamente propios de la mapuches, sino comunes a todos los ´agricultores pobres´. Tendrían razón en
parte. Es muy difícil determinar los criterios para hacer la separación entre mapuche y no mapuche cuando aquél tiene
un 90% de mestizaje», RUIZ, A., «Los conceptos económicos y la sociedad mapuche», en A.A.V.V.; op. cit., p. 32.
7
entre las haciendas. Para el presente trabajo, sólo haremos mención a dos de los grupos más
importantes: los inquilinos y los peones afuerinos, también llamados gañanes o rotos.
El reclutamiento de la fuerza de trabajo descansaba en buena medida sobre los inquilinos, pues
ellos la proveían de trabajadores voluntarios. Este sistema consistía en el arraigo de los trabajadores
y sus familias dentro de haciendas, recibiendo formas de remuneración mixta, en dinero y regalías
(porción de tierras, huerto, talajes, casa y comida). Estaba obligado a permanecer en la explotación
proporcionando mano de obra a cambio de remuneraciones mixtas en dinero efectivo y regalías. 16
Tenía habitación para él y su familia (el inquilino solía estar casado y ser padre) y una ración de
tierra en potrero. El sistema de inquilinaje le ofrecía al campesino un lugar donde habitar, una
vivienda familiar y tierras para proveer a las necesidades más elementales. Ofrecía un número de
jornadas de trabajo relativamente alto, aunque con baja remuneración y algún grado de estabilidad
según la voluntad del patrón y el alcance del ambiente paternalista de cada hacienda.17
Los inquilinos mejor situados lograban desarrollar cierta capacidad de ahorro y movilidad
social, facilitada por alianzas matrimoniales con pequeños propietarios. Contar con una familia
numerosa, colocar hijos en las medierías y hacerlos trabajar en las propias raciones fue el soporte de
la acumulación inquilina. Los hijos de inquilinos accedían a una vivienda al reemplazar al
progenitor o al ser radicados en otro puesto de trabajo. Esto implicaba el derecho a casa, y por lo
tanto, la posibilidad de fundar familia. 18, Acceder a la tierra dejaba el camino abierto al matrimonio,
y con ello la posibilidad de obtener más adelante un trabajo de mayor jerarquía. Los inquilinos son
los que sufren en forma permanente la violencia patronal y exhiben una posición muy endeble ya
que dependen profundamente de la buena voluntad del hacendado para mantener su tierra y
vivienda. Se ven obligados a aceptar las humillaciones permanentes, el derecho de pernada sobre
sus mujeres y el maltrato de los mayordomos. 19 Tanto en la literatura como en los textos
autobiográficos, los inquilinos aparecen como el estereotipo negativo de la masculinidad, en
oposición al peonaje: sumisión, docilidad, falta de iniciativa, dependencia del patrón.20 Las
imágenes que se proyectaban del inquilino tenían que ver con la fidelidad, el paternalismo, la idea
de un futuro compartido, de trabajo constante como condición previa al progreso. En las haciendas
coexistían familias consanguíneas lo que contribuyó a construir socialmente la imagen de una gran
16
ORTEGA, E., Transformaciones agrarias y campesinado, CIEPLAN, Santiago, 1987, p. 71
17
ORTEGA, op. cit., p. 73-4
18
«La concepción de la familia hacendal aparece basada en el matrimonio para asegurar la reproducción de la
descendencia y en las relaciones sexuales abiertas, concebidas como derecho del hacendado sobre las mujeres del
inquilinaje», VALDES et. al. Masculino y femenino en la hacienda chilena del siglo XX, CEDEM, Santiago, 1995, p.
90.
19
Para un análisis de las relaciones entre los sexos y el clima de violencia al interior de los fundos, VALDÉS et. al, op.
cit. Otros autores consideran que el trato hacia los inquilinos no era tan severo como con los peones afuerinos. BAUER
y HAGERMAN, op. cit.
20
«Domesticados generación tras generación por patrones, curas y capataces, los inquilinos parecen no tener
escapatoria a un destino que los amarra a la tierra y a un patrón», VALDÉS et. al., op. cit., p. 64.
8
familia en la que los inquilinos eran los hijos menores, y por lo tanto, los más vulnerables. 21 Para
quien no acatara el modelo de familia existía la amenaza de la sanción laboral y la expulsión de la
hacienda. La vida cotidiana de la gran familia hacendal estuvo conformada por la convivencia de
personas y relaciones sociales interiores y exteriores a la casa, pero no relacionadas armónica ni
horizontalmente.
El trabajador afuerino no residía en el fundo y sólo trabajaba en forma ocasional en él,
especialmente para labores de temporada. Constituía la mayor parte de la mano de obra que se
tomaba en los períodos de máxima demanda, como la cosecha. Solía provenir de las reducciones
indígenas o de las áreas de agricultura de tipo minifundista. La jornada de trabajo se prolongaba
más de 11 horas en el promedio anual (e incluso más horas durante el verano). El roto se amarraba a
la soltería, no poseía tierra ni familia que lo obligasen a una morada fija y no solía reconocer a la
prole que iba desperdigando en su andar por los caminos. El afuerino pernoctaba en los caminos,
«se arranchaba en las ciudades o se iba al monte, a esperar en casa de sus familiares pequeños
propietarios que nuevamente llegara el tiempo de trabajo». 22 Migraba de una hacienda a otra en
busca del jornal para el día y no tenía demasiados pruritos a la hora de abandonar mujer, hijos,
trabajo y disciplina. Es por eso que se oían descripciones como las siguientes, provenientes de los
latifundistas:
«Esta clase de huasos es sin duda mucho menos moral y laboriosa que la de los inquilinos, y ella
es la que de ordinario causa los desórdenes en las trillas, en las chinganas y en las juntas de
gentes que se forman en el bodegón de la hacienda». 23
Cuando hablaban de ellos, reforzaban las ideas de vagancia, delincuencia y aprovechamiento.
Las acusaciones de apego a los naipes y al cuchillo fácil también estaban presentes. Esta serie de
lecturas se potenciaban a través de imágenes racistas.24 De la misma manera que son vistos como
vagos, malentretenidos y alborotadores por parte de patrones y administradores, también se pueden
hallar visiones más románticas de los afuerinos, pero realizadas por los inquilinos. Estas
representaciones tienen que ver con la libertad de la que goza y la posibilidad de renunciar a su
labor cuando lo desea. La orientación del peonaje hacia la libertad genera la aparición de relaciones
esporádicas, producto de la itinerancia. Por eso,
«la inmoralidad y el desorden asociado a las uniones familiares consensuales y a la ilegitimidad
en los nacimientos de los hijos, se encuentra más cercano al segmento peonal que en familias
estables residentes en fundos y haciendas, permanentemente sometidos al control y la vigilancia
del patrón y de la Iglesia Católica» 25
21
«En la hacienda, la importancia de la familia y los lazos de sangre para mantener el control sobre la tierra y el poder
hacendal conformaron un discurso de exaltación de la familia que encontraba eco en la sociedad nacional», VALDÉS
et. al., op. cit., p. 82.
22
VALDÉS, et. al, op. cit., p. 22
23
Citado en VALDÉS et. al., op. cit., p. 62.
24
«Para muchos terratenientes la haraganería y la irresponsabilidad eran profundas características de las clases más
bajas (producto del mestizaje andaluzaraucano) y consideraban que un pago más elevado sólo conduciría a vicios
mayores», BAUER y HAGERMAN, op. cit., p. 113.
25
VALDÉS et. al, op. cit., p. 94.
9
Si los inquilinos nacían y morían dentro de las haciendas, los afuerinos eran el contacto entre
haciendas y ciudades, minas y salitreras. Comunicaban espacios y modos de vida distintos al
inquilinaje, posibilitando la emigración de aquellos que no eran absorbidos por las haciendas. Estos
peones errantes vagaban de norte a sur, del salitre a las cosechas, de los oficios urbanos a obras de
infraestructura, estigmatizados con la denuncia de ser prisioneros de la vagancia y el alcohol.
V - Conclusiones
En esta ponencia nos hemos internado en el complejo tema de las identidades, centrados en la
Araucanía de mediados de este siglo. Vemos que el mundo de los sujetos populares contaba con una
heterogeneidad profunda, dentro de la que se destacaban algunos grupos, presentando identidades
particulares Estos sectores populares manifiestan, más allá de las pertenencias asumidas, un mismo
sustrato de condiciones de vida, caracterizado por la carestía, la pobreza material y el aislamiento de
los sectores populares urbanos organizados en sindicatos y partidos políticos. Este aislamiento se
mantiene más allá de la creciente intervención estatal en el agro, que vemos desarrollarse en la
época. El contexto socioeconómico se caracteriza por el abandono del inquilinaje y la imposición de
las formas salariales en el agro. Para el caso mapuche, vemos que cerca de un cuarto de las tierras
comunitarias son divididas entre sus miembros, generando un desenfrenado proceso de
hijuelización que termina generando la expulsión de los jóvenes. En el campo popular encontramos
a las familias mapuche, arrinconadas hace más de un siglo y que se caracterizan por su
agrupamiento en superficies delimitadas de propiedad colectiva. Por otro lado se encuentran los
campesinos, tanto los que son pequeños propietarios o arrendatarios y cuentan con trabajo familiar
(y extraordinariamente asalariado), y aquellos otros que no tienen propiedades y venden en forma
ocasional o permanente su fuerza de trabajo. En este trabajo nos hemos concentrado en los
inquilinos y los peones afuerinos.
Como consecuencia de la «Pacificación de la Araucanía» el pueblo mapuche se vio forzado a
la práctica de actividades económicas sedentarias que terminaron por doblegar las amplias redes
montadas en la Araucanía y hacia la Patagonia argentina y restarle poder cohesionador y
organizador a las comunidades. El asentamiento forzoso produjo una serie de experiencias de
descolocaciones de las formas tradicionales, de usurpaciones y de violencia, dando lugar para que la
sociedad mapuche se hermetizara e impermeabilizara frente a la presencia externa. Estos cierres no
imposibilitaron la expresión de fenómenos de aculturación (como los textiles), pero si mitigaron sus
efectos y expansión. Los indígenas sustentaban su identidad sobre criterios seleccionados (lengua,
10
raza, política impositiva), que no ocultan algunas similitudes muy claras con el campesinado
araucano, lo que permite clasificarlo como etnoestrato.
En cuanto a los inquilinos, sabemos que su posición otrora mayoritaria va perdiendo fuerza a
lo largo del siglo. La familia inquilina permanece en la hacienda y necesita de la permanente buena
voluntad del hacendado, por lo que se ve obligada a soportar los atropellos y arbitrariedades
cotidianas. Sobre él se posan las imágenes de sumisión y fidelidad a toda prueba. A cambio de ello,
obtiene vivienda, tierras y la posibilidad de prosperar. Los afuerinos aparecen como contrafiguras a
los inquilinos, en tanto se muestran como indóciles, reacios al trabajo y a la autoridad patronal.
Dado que son personas sin arraigos familiares ni laborales permanentes, deambulan de un oficio en
otro, de hacienda en hacienda, del salitre a la construcción de caminos. Ofrecen a los grupos
populares rurales experiencias de otros ámbitos, de donde surgen las prácticas de resistencia
individual o grupal a la economía hacendal, en plena decadencia hacia los años ´50 y ´60 de este
agonizante siglo.