FÑ A v a sc o

El EVANqEÜO EN los ESCRÍTOS

ds san Francisco
“Así dice el S eñor”.
EL EVANGELIO EN LOS ESCRITOS DE SAN FRANCISCO
El título del libro “Así dice el Señor” evoca una veta importante
de la vida de Francisco. Su sentido no dista mucho de aquello
otro que repite en su Testamento: “El Señor me dio, me da...”
Para Francisco el Señor no es sólo recuerdo; es sobre todo
presencia, es acción. Su vida viene a ser, en consecuencia,
más que nada escucha y respuesta.
La escena del evangelio abierto es, en la vida de Francisco,
más frecuente sin duda de lo que nos dicen sus biógrafos.
Cuando él acude al evangelio y lee las palabras del Señor,
no las recoge simplemente por fidelidad a una historia que
él ama profundamente, sino porque tienen un valor de presente.
No es que “el Señor dijo”; es que “el Señor dice, continúa diciendo”.
El presente libro intenta descubrir la conciencia que Francisco
tiene de que el Señor, intensamente presente en la vida del creyente,
continúa hablando (revelando quién es Dios, qué es el hombre,
el mundo...), actuando... Pero se propone también ofrecemos la
otra cara: cómo responde Francisco.
Para Francisco el evangelio se convierte en palabra viva
y actual, en su vida y la de sus seguidores: “ésta es la forma y vida
de los hermanos menores: observar el santo evangelio
de nuestro Señor Jesucristo”.

DIÑO DOZZI, franciscano capuchino,

nació en Móntese (Italia) en 1944.
Es doctor en ciencias bíblicas por el Pontificio Instituto
Bíblico de Roma y especialista en temas franciscanos.
A éstos ha dedicado preferentemente su vida como
profesor, investigador y divulgador.
Entre su abundante producción literaria, queremos
destacar su excelente obra de investigación:
II vangelo nella Regola non bollata di Francesco d’Assisi.
El libro que ahora publicamos -el primero del autor que se traduce
al castellano- está en línea con su preocupación
por divulgar el pensamiento y la espiritualidad franciscana.
Colección Hermano Francisco - n° 43
Dino Dozzi

“Así dice
el Señor”
El evangelio en los escritos
de san Francisco

Editorial Franciscana Arantzazu

Oñati-Guipúzcoa
2003
 Versión castellana
por José Antonio Guerra
de la obra italiana
DIÑO DOZZI, “ C o s í dice il Signore”
II vangelo negli scritti di san Francesco
© Edizioni dehoniane Bologna

Siglas
de los escritos de Francisco
citados en el volumen

Adm Admoniciones
AID Alabanzas al Dios altísimo
2CtaF Carta a los fieles, segunda redacción
CtaL Carta al hermano León
CtaM Carta a un ministro
CtaO Carta a toda la Orden
IR Primera regla, no bulada (1221)
2R Segunda regla, bulada (1223)
SalVir Saludo a las virtudes
Test Testamento
Portada: Diseño de la Hna. Ma Teresa Pandelet.
UltVol Ultima Voluntad para Clara y sus hermanas
VerAl La verdadera alegría

1C Celano: Vida primera

2C Celano: Vida segunda
LM San Buenaventura: Leyenda Mayor
LP Leyenda de Perusa

- Los textos de los escritos de Francisco los tomaremos del

I.S.B.N.: 84-7240-192-8
D.L. M-36250-2003
Imprime: Lettergraf, S.L.
Madrid - 2003
libro J. Herranz-Javier Garrido-J.A.Guerra, Los escritos de
Francisco y Clara de Asís. Textos y apuntes de lectura, Arantzazu
2001.
- Las citas de las biografías de Francisco están tomadas del
volumen San Francisco de Asís. Escritos. Biografías. Documentos
de la época, Madrid (BAC), segunda ed., 2003.
 INTRODUCCIÓN

Este libro se desarrolla desde dos perspectivas distintas y

complementarias: la perspectiva bíblica y la franciscana. El
camino es cómodo y panorámico: no pretende abrir vías
nuevas o conquistar alturas desconocidas. No hay necesidad
de aparejos técnicos para un trepador-exegeta: el aparato
crítico está reducido al mínimo para no hacer pesada la
lectura.
Hace como unos quince años tuve la suerte de defender
en el Pontificio Instituto Bíblico una tesis: II vangelo nella
Regola non bollata di Francesco d ’Assisi. Aquel estudio se
publicó más tarde, y luego lo retomé y profundicé en varios
artículos. Fue también traducido verbalmente, en un lenguaje
divulgativo, para franciscanos, religiosos y laicos. La buena
acogida que tuvo la “versión oral y divulgativa” me animó a
aceptar la invitación de los amigos del grupo del “Proyecto
formativo” a publicarla1
Camino siempre a caballo entre la Biblia y el francisca-
nismo, dividiendo el tiempo y las energías entre las dos
vertientes, con el inconveniente de robar tiempo y energías a
una única especialización, pero con la ventaja de establecer
diálogo entre dos realidades que siento como complementa-1

1 Debo agradecer a mis hermanos Vincenzo y Marino, que me han

regalado su tiempo para dedicarlo a este trabajo, y a Antonieta Valsecchi,
que me ha ayudado a corregir las pruebas.
 8
9
rías y que recíprocamente se enriquecen. Para una conferen­
interpreta los textos evangélicos con este fin o de este modo.
cia, para un encuentro de tres días o una tanda de ejercicios
Los cita y los comenta como luz para su camino existencial,
espirituales, parto con la Biblia y los escritos de san Francis­
como fuente de sentido para su vida. El problema que Francis­
co; sé que me van a ser suficientes.
co se plantea no es cómo interpretar el evangelio en sí mismo,
No fue casualidad que aquella tesis en ciencias bíblicas sino cómo vivir a la luz del evangelio. Sus escritos nos
tuviese como objeto de estudio la Primera Regla o Regla no revelan su forma de traducir el evangelio en vida vivida: en
bulada: en este escrito, el más importante y largo de los de san modo de pensar y de juzgar, en sentimientos y actitudes, en
Francisco, casi la mitad del texto lo constituyen las citas valoraciones y comportamientos, mentalidad y concreción.
evangélicas, siendo el resto comentario o aplicación de las Para conocer cómo Francisco interpreta el evangelio, hemos
mismas. No hay duda de que éste ha de ser el punto de partida de ver cómo éste cambia su pensamiento y su vida.
de quien quiera estudiar cómo Francisco lee e interpreta el
Ofreceremos, en primer lugar, una visión panorámica de
evangelio. Es lo que vamos a hacer nosotros, ocupándonos en
las citas evangélicas en los escritos de Francisco, para
un segundo momento de las citas evangélicas que aparecen en
percatarnos por medio de ellas de su principio hermenéutico
el resto de sus escritos2.
(capítulo primero). Frente al “así dice el Señor”, el “así dice
Francisco no es un biblista o un teólogo de profesión; su respuesta”, de Francisco (capítulo segundo); “así dice las
tampoco es sacerdote, y se discute si llegó a ser diácono. Es relaciones humanas” (capítulo tercero); “así dice la misión”
un hombre que, entre finales del siglo XII y comienzos del (capítulo cuarto); “así dice la creación” (capítulo quinto); “así
X m , se encuentra con el evangelio, que le cambia la vida. En dice a Dios” (capítulo sexto); “así dice su vida evangélica”
sus escritos -extraordinariamente numerosos para un hombre (capítulo séptimo). Respondiendo al Señor que habla, Francis­
de discreta cultura y que incluso tiene sospechas respecto de co se dice a sí mismo y dice también su modo de leer e
su importancia-encontramos muchísimas citas bíblicas, sobre interpretar el evangelio. La 1R tiene precisamente como título:
todo neotestamentarias y, particularmente, evangélicas, “Ésta es la vida del evangelio de Jesucristo” (IR Pról 2).
introducidas con el estribillo “así dice el Señor”. El problema
hermenéutico no le es ciertamente extraño, al menos si lo
entendemos como búsqueda del modo de interpretar el
evangelio en la vida, que es tal vez la cuestión final y funda­
mental de la hermenéutica.
No podremos pedir a los escritos de san Francisco una
interpretación evangélica histórico-crítica o retórica o
semiótica o de cualquier otro tipo técnico, porque él no cita e
2
Para verificaciones filológicas y bibliográficas más puntuales, sobre
todo en lo que respecta a la IR, puede consultarse -entre otros- también
nuestro estudio: II vangelo nella Regola non bollata di Francesco d ’Assisi,
Roma 1989.
 CAPÍTULO PRIMERO

Así dice el Señor

La presencia y la palabra del Señor

Conviene comenzar nuestro estudio con una rápida

panorámica de los escritos de san Francisco que hoy están a
nuestra disposición, y de las numerosísimas citas evangélicas
que encontramos en ellos -introducidas sistemáticamente con
la expresión “así dice el Señor”- , para de este modo dejar
claro inmediatamente el presupuesto del que parte su herme­
néutica evangélica: la presencia viva del Señor que dice: “Yo
estoy con vosotros todos los días”.

1. Los escritos de san Francisco

Los biógrafos asocian la conversión de Francisco a las
palabras del Crucifijo de San Damián: “Vete, Francisco, y
repara mi casa, que, como ves, amenaza ruina” 1, o a la
escucha y la explicación de la perícopa evangélica de la
misión, cuando él, en la iglesita de la Porciúncula, “al oír que
los discípulos de Cristo no debían poseer ni oro, ni plata, ni
dinero; ni llevar para el camino alforja, ni bolsa, ni pan, ni
bastón; ni tener calzado, ni dos túnicas, sino predicar el reino
de Dios y la penitencia, al instante, saltando de gozo, lleno del1

1 LM 2,1.

12
Espíritu del Señor, exclamó: ‘Esto es lo que yo quiero, esto es
lo que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo del corazón
anhelo poner en práctica’”2. Estas dos referencias son,
ciertamente, muy significativas: la primera, por la importancia
que Francisco dará al Crucifijo viviente que le habla, y a la
Iglesia; la segunda, por la importancia que para él tendrá el
evangelio y la invitación de Jesús a vivir y a anunciar el Reino
de Dios sin llevar nada consigo.
Pero, extrañamente, cuando Francisco, al término de su
vida, en el Testamento, recuerda y representa su “incipit”, no
habla ni de las palabras del Crucifijo de San Damián ni de la
lectura del evangelio, sino de su encuentro con los leprosos:
“El Señor me dio a mí, el hermano Francisco, el comenzar de
este modo a hacer penitencia, pues, como estaba en pecados,
me parecía extremadamente amargo ver a los leprosos; pero
el Señor mismo me llevó entre ellos, y practiqué con ellos la
misericordia. Y, al separarme de ellos, lo que me parecía
amargo, se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo; y,
después de un poco de tiempo, salí del mundo”3.
Este dato es suficiente para explicar la importancia única
que los escritos tienen para conocer a Francisco: las biografías
y las crónicas nos descubren cómo otros le ven; en sus escritos
nos ponemos en contacto directo con él.
Sorprende, a este respecto, el verificar que no hace más
de un siglo que, alentados ademas por estudiosos no francisca­
nos y no católicos, recurrimos por fin a sus escritos para
conocer a Francisco. Prácticamente, tan sólo después de la
segunda guerra mundial comienzan los franciscanos a estudiar
los escritos del santo, guiados por el gran maestro K. Esser,
cuya larga y paciente investigación, que le ha permitido
2 1C 22.
3 Test 1-4.
13
presentar su edición crítica, ha sido de excepcional valor4*.
Dividimos los escritos de Francisco en cinco grupos:
oraciones, cartas, avisos espirituales, textos legislativos,
últimas recomendaciones. Conservamos tres autógrafos suyos:
la Bendición al hermano León y las Alabanzas al Dios
altísimo, que se encuentran por uno y otro lado del pergamino
que se conserva en la basílica del santo en Asís, y la Carta al
hermano León, que se guarda en la catedral de Espoleto.
Para el tiempo en que vivió, la formación cultural de
Francisco era discreta, su conocimiento bíblico bueno, su
sensibilidad artística óptima. En general “hacía escribir” sus
textos (cf. Test 15): el latín, más o menos correcto de varios
de sus escritos, revela la obra de distintos secretarios. El
Oficio de la Pasión atestigua que entendía bien el latín. Sabía
también expresarse en lengua vulgar, y la literatura italiana
coloca entre los primerísimos textos de su historia el Cántico
de las criaturas de Francisco de Asís.
Stanislao da Campagnola ha sintetizado en estos términos
la relación Francisco-colaboradores y lengua escrita-lengua
hablada: el Francisco “escritor” ha quedado, durante siglos, en
la penumbra. Sus escritos fueron consultados exclusivamente
por motivos de edificación o para extraer de ellos directrices
morales. De este modo, los biógrafos, antiguos o modernos,
han podido dejar de él una imagen de encantamiento y de
leyenda. En cambio, los escritos de Francisco, aun cuando no
todos sean del mismo peso ni haya que dar sólo a ellos el
privilegio de fuente, tienen de hecho un puesto privilegiado
entre las fuentes franciscanas, constituyen la fuente primordial
para estudiar la vida y la experiencia del santo.
Sus escritos, acompañados de buenas introducciones,
4 Publicada en 1976, fue revisada en la “editio minor” de 1978, y
siguiendo ésta se han hecho las últimas ediciones castellanas.
 14
están hoy disponibles en las diversas lenguas5 y son objeto de
la atención de muchos y cualificados estudiosos, incluso
laicos6.
2. “Así dice el Señor”:
las citas evangélicas en los escritos de san Francisco
Francisco muestra en sus escritos que conoce bien los
textos bíblicos. En la escuela parroquial de San Jorge de Asís
recibió una formación elemental, y aprendió un poco de latín,
teniendo como base, con toda probabilidad, el Salterio. Pero
la fuente principal de su conocimiento de los textos bíblicos
fue ciertamente la liturgia (misal, breviario, evangeliario); y
también le fueron de gran ayuda la lectura personal -n o
obstante lo raros que eran entonces los libros-, la meditación,
el arte y el drama litúrgico. De hecho, no sólo las fuentes
biográficas, sino también los escritos del santo, revelan un
notable conocimiento del Nuevo Testamento, e incluso del
Antiguo Testamento, sobre todo de los Salmos.
5 La última edición castellana de los escritos, con amplias introduc­
ciones y comentarios, y numerosas notas explicativas, puede verse en:
J.Herranz - J.Garrido - J.A.Guerra, Los escritos de Francisco y Clara de
Asís. Textos y apuntes de lectura, Arantzazu 2001; y la correspondiente
edición de bolsillo Los escritos de Francisco y Clara de Asís, Arantzazu
2001 (Nota del traductor).
6 Bibliographia Franciscana, preparada por el Instituto Histórico de
los Capuchinos informa anualmente, a partir de 1931, de lo que se publica
en el mundo sobre temática franciscana, dando cuenta también de cuanto
se refiere a los escritos de san Francisco. L. Pellegrini resume la orienta­
ción de los estudios franciscanos de los últimos decenios con este eslogan:
“Del Francisco de las biografías al Francisco de los escritos y de los
‘dicta’”. Una buena presentación sistemática de los escritos de Francisco
nos la otrece C. Paolazzi, Letlura degli “Scritti” di Francesco d ’Assisi,
Edizioni O.R., Milano 1987. En relación con el contextcrhistórico, social
y cultural en que se enmarcan los escritos de Francisco véase: Francisco
de Asís y el primer siglo de historia franciscana, Arantzazu 1999.
15
En los escritos de Francisco son frecuentísimas las citas
bíblicas, en particular del Nuevo Testamento y sobre todo de
los evangelios. Contrariamente a cuanto cabría esperar, no cita
nunca el libro de los Hechos de los apóstoles1 ni menciona
jamás los dos sumarios sobre la vida de la primera comunidad
cristiana (FIch 2,42-48 y 4,32-35). Francisco va directamente
a Jesucristo, que habla en el evangelio.
Ciertamente puede ser útil contar los textos bíblicos o las
palabras y alusiones bíblicas encontradas en los escritos de
Francisco, para lo cual basta consultar los índices de las
últimas ediciones de los escritos en las distintas lenguas78. Fas
“figuras” y las “enseñanzas” bíblicas privilegiadas en sus
escritos han sido estudiadas por Fázaro de Marte9 y Optatus
van Asseldonk10*respectivamente. Francisco cita mucho la
regla de oro de Mt 7,12: “Todo cuanto queráis que os hagan
los hombres, hacédselo también vosotros a ellos” ; siguen
luego en uso frecuente las bienaventuranzas de Mt 5,3-13, en
particular la de los perseguidos; va a continuación Mt 20,25-
28, que recoge la invitación de Jesús a hacerse servidores de
los demás. Del evangelio de san Lucas cita especialmente el
discurso de la misión de los doce (Le 9,1-6), y el de la misión
7 Se aprecian, sin embargo, en sus escritos algunas dependencias
literarias de este texto neotestamentario, como, por ejemplo, en CtaO 5,
IR 10,3; 2R 10,8 (Nota del traductor).
8 Ver: J.Herranz - J.Garrido - J.A.Guerra, Los escritos de Francisco
y Clara de Asís. Textos y apuntes de lectura, 447-454. Es útil también a
este respecto el trabajo de J.F.Godet - G.Mailleux, Opuscula sancti Francisci,
Scripta sanctae Clarae. Concórdame, Index, Liste de fréquence, Tables
comparatives (Corpus des Sources Franciscaines, V), Louvain 1976.
9 Cf. L. Iriarte, Figuras bíblicas “privilegiadas" en el itinerario
espiritual de san Francisco, en: Selecciones de Franciscanismo, 28, 1981,
127-143.
10 Cf. O. van Asseldonk, Insegnamenti biblici “privilegiad” negli
scritti di san Francesco, en: AA.VV., Lettura biblico-teologica delle Fonti
Francescane, Antonianum, Roma 1979, 83-116.
16
de los setenta y dos discípulos (Le 10,1-9), y también Le
18,19: “Sólo Dios es bueno”. Juan es ciertamente el evange­
lista más citado, y particularmente: Jn 4,23-24: “Dios es
espíritu y debe ser adorado en espíritu y en verdad” ; Jn 6,64:
“Mis palabras son espíritu y vida”; Jnl0,l-16: Jesús, el buen
pastor; Jn 13: el lavatorio de los pies; Jn 14,6: “Yo soy el
camino, la verdad y la vida”; Jn 14,23: la morada de la
Trinidad en el creyente; y, finalmente, Jn 17: la oración
sacerdotal de Jesús.
Esta rápida panorámica puede darnos una idea de las
predilecciones de Francisco, sin olvidar que estos textos “non
sunt numerandi sed ponderandi”. La cantidad de artículos y
libros que estudian la relación entre Francisco y la Biblia, y
en particular el evangelio, es verdaderamente enorme, pero
muchas veces dejan bastante que desear en cuanto a su
calidad11.
La IR, además de las normas conciliares y papales que
contiene, cita explícitamente algunas frases patrísticas, pero
sus citas son sobre todo de textos bíblicos, y casi siempre
neotestamentarios. Estas citas, en particular las de los evange­
lios, son fundamentales no sólo cuantitativamente -constitu­
yen casi la mitad del texto total-, sino también cualitativa­
mente; el resto forma cuerpo con ellas, comentándolas,
explicitándolas y actualizándolas.
Para descubrir el sentido de la IR 12, es indispensable
11 Todos ellos aparecen reunidos y catalogados en Bibliogmphia
Franciscana. Señalamos aquí: AA.W ., Parola di Dio e Francesco d ’Assisi', y
A. Rotzetter - W. Van Dijk - T.Matura, Un camino de evangelio. El
espíritu franciscano ayer y hoy, Paulinas, Madrid 1984. En cuanto a la
exégesis medieval, en la que conviene introducir también la de Francisco,
se ha de tener en cuenta a los especialistas: H. De Lubac, M.-D. Chenu, C.
Spicp, B. Smalley.
12
Particularmente útiles son: D. Flood - W. Van Dijk - T. Matura, La
nascita di un carisma. Una lettura della prima Regola di san Francesco
17
verificar atentamente estas citas bíblicas, anotando cualquier
variación (omisiones, añadidos, cambios, fusiones) respecto
al texto conocido por Francisco: la Vulgata, en la versión
atestiguada por el “evangeliario” 13.
Para los exegetas éste es un momento de profunda
reflexión y de vivo debate acerca del fin de su trabajo, de los
métodos usados, de la relación exégesis-hermenéutica, Biblia-
Tradición, Biblia-Iglesia, texto-vida14*. L aDei Verbum tiene ya
más de 30 años: algunos la consideran superada o, al menos,
necesitada de ulteriores clarificaciones, y no sin razón la
Comisión Pontificia Bíblica elaboró el año 1993 un precioso
documento acerca de “La interpretación de la Biblia en la
Iglesia”. Se requiere un mayor diálogo interdisciplinar, para
evitar que la teología caiga en el extrinsecismo, que la
espiritualidad se convierta en espiritualismo y que la exégesis
(Presenza di san Francesco, 26), Milano 1976; y F. Accrocca - A. Ciceri,
Francesco e i suoifrati. La Regola non bollata: una regola in cammino,
Edizioni Biblioteca Francescana, Milano 1998).
13 En la sacristía del Protomonasterio de Santa Clara de Asís está
celosamente conservada una preciosa reliquia: se trata del breviario de san
Francisco y del evangeliario -encuadernado con él-, que es como le llama
el autógrafo del hermano León que explica el origen de las dos partes
(breviario y evangeliario) y el uso que de él hizo Francisco: “El bienaven­
turado Francisco consiguió este breviario para sus compañeros los
hermanos Ángel y León; ya que en el tiempo en que estuvo sano quería
decir siempre el oficio, como está prescrito en la regla; y en el tiempo de
su enfermedad, cuando no podía recitarlo, quería escuchar su lectura. Y así
continuó hasta la muerte. Hizo también escribir este evangeliario, y los
días en que no podía escuchar la misa por enfermedad o por cualquier otro
impedimento evidente, se hacía leer el evangelio que ese día se leía en la
iglesia durante la misa. Y así continuó hasta su muerte”.
14 El problema hermenéutico, como tal, es un problema moderno,
pero, nunca ha dejado de plantearse en formas diversas. Es mérito sobre
todo de H. De Lubac el haber mostrado la importancia y la riqueza
teológica de la interpretación bíblica en la Tradición.
18
se reduzca a arqueologismo15.
La hermenéutica actual da gran importancia a la historia
de la interpretación bíblica. El “exegeta”, al que sometemos
a examen, es Francisco de Asís, que no era exegeta de
profesión: leía el evangelio para vivirlo, veía en el evangelio
la regla de vida; pero, actuando así, interpretaba el texto
evangélico. Esta interpretación suya del evangelio la podemos
recabar de sus escritos, en particular de la IR: en ella el
evangelio es presentado como la regla de vida de la fraterni­
dad franciscana, y la vida de esta primera fraternidad -que
rápidamente se extiende y se desarrolla hasta convertirse en
una Orden religiosa- aparece como interpretación vivida del
evangelio.
La IR 16 es el escrito más largo, más sistemático y más
representativo de la espiritualidad de Francisco de Asís: en él
encontramos su modo de interpretar y de vivir el evangelio.
¿Por qué casi la mitad de esta “regla” son frases evangélicas?
¿Por qué y en qué sentido la vida descrita en dicha regla es
definida como “vida del evangelio de Jesucristo” (IR Pról 2)1
Si es verdad que la historia de la interpretación bíblica es
importante, que la comprensión de la Sagrada Escritura crece
15 Al menos teóricamente, hoy se acepta que no se pueden contrapo­
ner la “exégesis en la Sorbona” y la “exégesis en la Iglesia”: “rehacer la
unidad de la exégesis” es el fin que declaran tener también los cuadernos
de lectura bíblica Parola, Spirito e vita. Pero es necesario no olvidar jamás
que la puerta primera e indispensable para acceder al sentido del texto es
el texto mismo.
16 La IR es llamada así para distinguirla de la Regla bulada
(aprobada por Honorio III con la bula “Solet annuere” del 29 de noviem-
brede 1223). Es un texto que se ha formado gradualmente de 1209a 1221.
La “vida” de los primeros años, que Francisco hizo escribir “con pocas
palabra y sencillamente” -com o él mismo dice en Test 15- fue aprobada
oralmente por Inocencio III en 1209/10, pero se fue ampliando gradual­
mente tanto para incluir las respuestas a los nuevos problemas que se
planteaban en la vida, como para aceptar la normativa eclesiástica.
19
con las relecturas eclesiales, que la mejor interpretación del
evangelio se encuentra en la vida de los santos17, es útil
también para la exégesis de hoy descubrir cómo Francisco de
Asís interpretó el evangelio: puede tratarse de una pequeña
contribución “para comprender más plenamente el sentido de
la Sagrada Escritura” (DV, 12).
Tenemos necesidad tanto de expertos que nos ayuden a
leer la Escritura históricamente, como de hombres espirituales
que nos ayuden a profundizarla en el espíritu (H. De Lubac).
Francisco de Asís es ciertamente uno de estos “hombres
espirituales”.
En la “historia de los efectos” del texto evangélico, el
gran florecimiento de santidad franciscana en el curso de ocho
siglos, y los centenares de Institutos religiosos y seculares que
todavía hoy se esfuerzan por encarnar la vida del evangelio
según el modelo franciscano constituyen, a nuestro juicio, una
buena carta credencial de importancia hermenéutica para los
escritos de Francisco de Asís18*.
3. “Estoy con vosotros todos los días”:
la hermenéutica evangélica de san Francisco
El gran objetivo de Ja misión de Jesús y el gran contenido
del evangelio es la proclamación del reino de Dios. Pero,
17
“¿Quién es el intérprete vivo del sentido cristiano del texto? Es el
santo, el fiel que vive plenamente según la realidad y el misterio expresado
por los textos. Es la Iglesia en su santidad. Éste es el “quinto evangelio”,
es decir el evangelio vivido, que e s , también él, un medio interpretativo
del evangelio escrito. Podemos decir que san Francisco de Asís es un
intérprete del evangelio más fiel que muchos doctores y exegetas, porque
lo ha cultivado en sus realidades existenciales, porque lo ha vivido” (C. M.
Martini).
18 M. Blondel advertía que el cristianismo no está fundado sólo sobre
“reliquias literarias”: hay ciertamente otros hilos que nos vinculan a Cristo,
otra historia hecha de reliquias vivientes.
20
¿dónde está este reino de Dios? ¿cuándo y cómo se realizará?
Sea por el temor ancestral a lo divino, sea porque entrevemos
que dicho reino tiende a implicarnos personalmente, el hecho
es que siempre tenemos la tentación de alejarlo de nosotros,
proyectándolo en un futuro lejano o relegándolo en la iglesia
o queriéndolo ver en alguna extraordinaria aparición. Pregun­
tado por los fariseos: “¿Cuándo vendrá el reino de Dios?”,
Jesús respondió: “El reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y
no podrán decir: ‘Vedlo aquí o allá’, porque el reino de Dios
ya está entre vosotros” (Le 17,20-21).
Francisco se define a sí mismo “ignorante e inculto”
(CtaO 39): no conoce ni emplea las técnicas exegéticas en uso
en su tiempo19, pero de la manera de citar la Biblia emerge su
hermenéutica. Funde con frecuencia las citas evangélicas
introduciéndolas sistemáticamente con “así dice el Señor en
el evangelio”. “Evangelio” en singular: el mismo Señor habla
en los cuatro evangelios; no le interesa distinguir un evangelio
de otro. Y hay que subrayar también la fuerza de aquel
presente: “dice”. No es un presente histórico, que corresponda
a “dijo”, sino un presente verdadero: el Señor habla hoy a
Francisco a través de las palabras de los evangelios.
La gran intuición de la que parte toda su hermenéutica es
simplicísima; pero, tal vez por ser tan simple, es fácil de
olvidar: se trata de la presencia de Cristo en el evangelio y en
la vida cristiana. Lo fundamental es que Cristo está vivo, está
presente y que le habla en el evangelio.
Para Francisco, Jesucristo está vivo en la Iglesia, en la
Eucaristía, en el evangelio, en la vida cristiana. Muchos
19
La técnica exegética medieval puede ser resumida de alguna
manera en aquel dístico: “Littera gesta docet, quid credas allegoria,
moralis quid agas, quo tendas anagogia”, aún cuando el panorama es
mucho más vasto y variado: Cf. H. De Lubac, Esegesi medievale. I quatro
sensí della Scrittura, Ed. Paoline, Roma 1972 (2 vol.); y B. Smalley, Lo
studio della Bibbia nel medioevo, Ed. II Mulino, Bologna 1972.
21
presupuestos hermenéuticos de hoy encuentran una verifica­
ción práctica sorprendente en Francisco, “ignorante e inculto”.
Introduce siempre las citas evangélicas con la expresión “dice
el Señor”; el Concilio Vaticano II afirma que Cristo “está
presente en su palabra, ya que es él quien habla cuando en la
Iglesia se lee la Sagrada Escritura”20. Francisco tiene la misma
devoción a la Eucaristía que a la palabra de Dios; el Concilio
Vaticano II dice que “la Iglesia ha venerado siempre las
divinas Escrituras al igual que el Cuerpo mismo del Señor”21.
K. Esser ha hecho notar justamente cómo Francisco se
anticipó en esto extrañamente a la enseñanza conciliar. Siente
que es Jesucristo quien le habla en el evangelio: es éste el
punto de partida de toda su hermenéutica y es por ello que no
fue un oyente sordo del evangelio”22.
Jesucristo se revela a Francisco en el evangelio como la
verdad a seguir y a vivir. Francisco se pone, no ante un simple
texto literario, sino ante el Misterio de una presencia viva, la
de Cristo, y entra en comunicación con este Misterio, con lo
que el texto revela y esconde; y el testimonio es el único
medio de transmisión que se corresponde homogéneamente a
esta comunicación (M.-D. Chenu). El Misterio cristiano, en
efecto, no es algo para ser contemplado curiosamente, como
si de un puro objeto de ciencia se tratara, sino que debe ser
interiorizado y vivido; el sentido espiritual del Misterio es el
sentido que se descubre, o más bien aquel en el que se
penetra, viviéndolo; más fundamentalmente todavía: todo el
proceso de comprensión espiritual es idéntico, substancial­
mente, al proceso de conversión. La palabra de Dios, palabra
viva y eficaz, no alcanza su cumplimiento real y su pleno
significado sino mediante la transformación que ella opera en
20
Sacrosanctum Concilium 7.
O1
Dei Verbum 21.
22 Cf. 2C 22.
 22
el que la recibe (H. De Lubac). La verdad de fe es un camino
a seguir (P. Ricoeur), y no se accede a la verdad sino en la
medida en que uno se empeña con ella, y de ella da testimonio
(S. Kierkegaard): el conocimiento verdadero del texto
evangélico se da cuando el evangelio es vivido (F. Manns).
Para Francisco la verdad del evangelio no es una cosa que
se ha de saber, sino una persona viva a la que se ha de seguir,
una vida que se ha de vivir con esta persona, con Cristo. En el
animado diálogo hermenéutico de hoy, se puede abrir un poco
de espacio también para Francisco de Asís, de quien Buena­
ventura escribe que en la Iglesia concibió y dio a luz el
espíritu de la verdad evangélica23.
Jesucristo, evangelio y vida son para Francisco tres
realidades que mutuamente se reclaman y mutuamente se
iluminan: Jesucristo puede ser encontrado en el evangelio
vivido, el evangelio es revelación de una presencia encarnada,
la vida cristiana es la encarnación de una presencia revelada,
la presencia de Cristo, camino, verdad y vida. En este sentido,
la vida cristiana es el lugar en que continúa resplandeciendo
la verdad de Cristo en sus dos inseparables aspectos de
revelación y encarnación. Los títulos de “ángel del sexto
sello” y “alter Christus”, que la tradición ha aplicado a
Francisco, tratan de expresar precisamente este concepto.
La Admonición 7 revela con claridad que para Francisco
el texto bíblico no ha de ser estudiado “en sí mismo”, sino que
ha de ser tomado como fuente de luz para un camino que se
ha de recorrer, para una vida que se ha de vivir. En la respues­
ta de fe se realiza aquel círculo hermenéutico entre intérprete
e interpretado, sobre el que insiste P. Ricoeur.
En esta hermenéutica de la presencia encarnada, se da una
extraordinaria y, al mismo tiempo, sencilla fusión de horizon­
tes no sólo entre pasado y presente y entre texto y vida, sino
23
Cf. LM3,1.
23
también entre hermenéuticas sectoriales y hermenéutica
general: consciente de que la verdadera clave de lectura de
todo lo real y en todo tiempo está en la viva presencia de
Cristo por obra del Espíritu Santo, Francisco sabe reconocer
y amar esta Verdad y sabe servirla.
“La verdadera ciencia de las Escrituras, en el sentido
antiguo del término, no depende exclusivamente de la ciencia
en su sentido moderno, aún cuando de ella saque gran
provecho: no es posible separarla de esa mirada por medio de
la cual se reconoce a Cristo. Como está en estrecha relación
con la fe, lo está también con la humildad, con la pureza de
corazón, con la perfección de la vida” (H. De Lubac).
La gran verdad que Francisco ha descubierto en el
evangelio y que le permite unificar las diferentes etapas y los
diversos modos en que ella se expresa, es la presencia viva y
encarnada de Cristo. Con Cristo, Francisco sabía a dónde iba.
P. Sabatier lo dice muy bellamente: “Lo que Francisco pedía
en sus nuevas meditaciones no era sino el pan cotidiano; y en
el evangelio lo encontraba en sobreabundancia, ya que su
mirada sabía reconocer el alimento espiritual allí donde tantos
otros no habrían visto sino piedras”.
Para Francisco, la verdad del evangelio es la presencia en
él de Cristo verdad, y la verdad de la vida cristiana es la
presencia en ella de Cristo verdad. La función de la hermenéu­
tica es la de revelar la presencia de Cristo-verdad en el
evangelio y la de ayudar a encarnar la presencia de Cristo-
verdad en la propia vida, que puede entonces ser definida
justamente como “vida del evangelio de Jesucristo”.
Francisco sabía reconocer la presencia del Señor en sus
varias manifestaciones: en la Palabra, en la eucaristía, en los
leprosos, en las circunstancias. Pero era muy consciente de
que, para percatarse de esa presencia viva, se necesita una
mirada de fe, como se desprende con particular claridad de la
24

conclusión de la Admonición 1:
16 Ved que diariamente se humilla (cf. Fil 2,8),
como cuando desde el trono real (Sab 18,15) vino
al seno de la Virgen; diariamente él mismo
viene a nosotros en humilde apariencia;18 diaria­
mente desciende desde el seno del Padre al altar
(cf. Jn 1,18) en manos del sacerdote.19 Y como se
mostró a los santos apóstoles en carne verdadera, CAPÍTULO SEGUNDO
así también ahora se nos muestra a nosotros en el
pan sagrado. Y como ellos con su vista corporal
sólo veían su carne, pero contemplándolo con los “Si quieres ser perfecto... ven y sígueme”
ojos del espíritu creían que él era Dios, 21 así Así responde Francisco al Señor
también nosotros, al ver con los ojos corporales el
pan y el vino, veamos y creamos firmemente que
son sus santísimos cuerpo y sangre vivos y verda­ Las palabras evangélicas las siente Francisco como
deros.22 Y el Señor está siempre de esta manera dirigidas a él mismo. Al Señor que habla en el evangelio
con sus fieles, como él mismo dice: Ved que yo Francisco responde con el coraje, la concreción y la esenciali-
estoy con vosotros hasta el fin del mundo (Mt dad que lo caracterizan. Considera que es agradable deber
28,20). suyo: obedecer a Cristo que habla en el evangelio vivido en la
Iglesia, custodiar la palabra del Señor en el corazón, seguir a
Cristo camino, verdad y vida.

1. Obedecer a Cristo que habla en el evangelio

vivido en la Iglesia
El primer testimonio escrito de la respuesta que Francisco
quiere dar al Señor que le habla en el evangelio, es precisamente
la IR. Su inicio (Prólogo y capítulo 1) y su capítulo 24 están
temáticamente ligados y forman un gran conjunto de lo que es
el programa de vida expuesto en ella: sus palabras e ideas
fundamentales pueden resumirse en “vida” y “obediencia”.
La obediencia de Francisco a cuanto el Señor le pide en
el evangelio está presente en todos sus escritos, pero particular­
mente en las dos reglas. Veamos el capítulo primero de la IR.
1La regla y vida de estos hermanos es ésta: vivir
 26
en obediencia, en castidad y sin nada propio, y
seguir la doctrina y las huellas de nuestro Señor
Jesucristo (cf. IPe 2,21), que dice:2 Si quieres ser
perfecto, ve (Mt 19,21), vende todo lo que tienes
(cf. Le 18,22) y dáselo a los pobres, y tendrás un
tesoro en el cielo; y ven, sígueme (Mt 19,21). 3 Y
también: Si alguno quiere venirse conmigo,
niéguese a sí mismo y tome su cruz y sígame (Mt
16,24). 4 Asimismo: Si alguno quiere venirse
conmigo y no pospone a su padre y a su madre, a
su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y herma­
nas, y hasta su propia vida, no puede ser mi
discípulo (Le 14,26).5 Y: Todo el que haya dejado
padre o madre, hermanos o hermanas, mujer o
hijos, casas o campos por mí, recibirá cien veces
más y poseerá la vida eterna (cf. Mt 19,29; Me
10,29; Le 18,29).
La expresión con que se abre el capítulo 1 - “la regla y vida
de los hermanos es ésta”- evoca el inicio del Prólogo: “Ésta
es la vida del evangelio de Jesucristo”. El modo de introducir
las cuatro citas de 1,2-5 revela que por medio de nuestro texto
Jesucristo habla hoy a través de las palabras evangélicas, sin
que importe si las recoge de un evangelista u otro.
El “vender todo” de 1,2 está unido con el vivir “sin nada
propio” ; el negarse a sí mismo de 1,3 alude sobre todo al vivir
“en obediencia”; el “posponer” a los propios familiares de 1,4
se refiere particularmente al vivir “en castidad”; y 1,5 resume
todas las cosas que se han de dejar para seguir al Señor. Estas
referencias refuerzan notablemente la unión que el texto trata
de establecer entre la obediencia a la Iglesia y la obediencia al
evangelio.
En 1,2-5 entra directamente en la definición de la “regla
y vida”, que consiste en “vivir en obediencia, en castidad y sin
nada propio” y en “seguir la doctrina y el ejemplo [literalmen­
te “las huellas”] de nuestro Señor Jesucristo que dice...”. Aquí
27
encontramos también las condiciones para poder hacer propia
esta “regla y vida”: 1,2 dice substancialmente que ésta es
“perfección”; 1,3 dice que es “seguimiento”; 1,4, que es
“discipulado” ; y 1,5, que significa “recibir el céntuplo y
poseer la vida eterna”.
Las tres primeras citas comienzan con una frase condicio­
nal, continúan refiriéndose a los conceptos de obediencia,
castidad y sin nada propio, y terminan de forma extraordina­
riamente semejante - “sígueme”, “sígame”, “ser mi discípu­
lo”- , evocando de forma explícita e l “seguir” de 1,1. Hay que
notar, además, el gran número de verbos de acción -tam bién
ellos en coherencia con el programático “seguir” de 1,2- que
aparecen en estas tres primeras citas evangélicas: “vete,
vende, da, ven, sígueme” (1,2); “venir, niéguese, tome, siga”
(1.3) ; “viene, pospone, ser discípulo” (1,4).
Todos estos verbos pueden ser resumidos en tres
movimientos-momentos: dejar, seguir, recibir; y éstos parecen
puestos particularmente en evidencia en el englobante 1,5: “el
que haya dejado... por mí... recibirá”. Al movimiento-momen­
to del “dejar” pertenecen: “ir, vender, dar” (1,2), “negarse”
(1.3) , “posponer” (1,4); al movimiento-momento de “seguir”
a Jesucristo, que es también el motivo para dejar todo lo
demás (“porm í”), pertenecen: “venir, seguir” (1,2), “tom arla
cruz, seguir” (1,3), “ser discípulo” (1,4); al movimiento-
momento del “recibir”, que es también el fruto o el resultado
de los dos movimientos precedentes, pertenecen “ser perfec­
to” y “tener un tesoro en el cielo” (1,2), “venir conmigo”
(1.3) , “venirse conmigo” (1,4).
Para hacer propia la “vida” aquí descrita, no basta, pues,
con “dejar” ; quedan otros dos movimientos-momentos: el de
“seguir” y el de “recibir”. Cada una de las tres primeras citas
evangélicas, después de haber dicho “dejar”, añade que tiene
lugar el “seguir” a Jesucristo, ser “discípulo suyo” ; la cuarta
cita (1,5) es todavía más explícita: se trata de dejarlo todo
 28
“por mí”. La regla y vida de los hermanos consiste, por tanto,
en vivir en obediencia, en castidad y “sin nada propio” para
poder así seguir a Jesucristo.
El tercer movimiento-momento es el de “recibir”. Quien
“deja” todo y “sigue” a Jesucristo, “recibe” esto: ser perfecto
y tener un tesoro en el cielo (1,2), sigue a Jesús (1,3), va con
él (1,4), recibirá cien veces más y poseerá la vida eterna (1,5).
Lo que se recibe después de haberlo dejado todo para seguir
a Jesús queda expresado en términos diversos: es “la vida
eterna”, que es cien veces más que aquello que se ha dejado,
es la perfección, es el tesoro en el cielo; “vida eterna” que
consiste también en ir detrás de Jesús, en ir con él. Dejarlo
todo, seguir a Jesucristo, recibir la vida eterna son tres
movimientos-momentos inseparables y complementarios.
Echemos ahora una mirada al Prólogo que está inmediata­
mente antes del texto ya examinado:
1 ¡En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíri­
tu Santo! 2 Ésta es la vida según el Evangelio de
Jesucristo, que el hermano Francisco pidió al
señor papa le concediera y confirmara, y que éste
le concedió y confirmó para sí y sus hermanos,
presentes y futuros.3El hermano Francisco y todo
aquel que sea cabeza de esta Religión, prometa
obediencia y reverencia al señor papa Inocencio y
a sus sucesores. 4 Y todos los demás hermanos
están obligados a obedecer al hermano Francisco
y a sus sucesores.
El término “vida” de 1,1 aparece también en Pról 2 (lo
volvemos a encontrar en 2,1.2.3 y en la conclusión de la regla,
24,1.4). Nótese la correspondencia entre “Ésta es la vida del
evangelio de Jesucristo” (Pról 2) y “La regla y vida de estos
hermanos es ésta” (1,1): es evidente la intención de definir esa
“vida”,y, al hacerlo, se resalta inmediatamente la estrecha
unión entre la vida de los hermanos y la vida del evangelio.
29
I lay que notar, a este propósito, la gran variedad de términos
que aquí se usan: “ésta es la vida del evangelio de Jesucristo”
(Pról 2), “esta religión” (Pról 3), “la regla y vida de los
hermanos es ésta” (1,1), “esta vida” (2,1), “nuestra vida” (2,
2.3), “obediencia” (2,9), “religión” (2,10), nuevamente
“obediencia” (2,10 y 13), “esta vida” (24,1.4), “regla” (24,4).
“En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” :
así comienza el Prólogo de la IR. Puede que no se trate sólo
de un simple recurso a un género literario de la época: el
recuerdo de la Trinidad sugiere al lector la importancia de la
fe que pronto se revelará como elemento fundamental, sea en
la descripción-definición de esta “vida”, sea como condición
para hacerla propia.
En la presentación de la propia vida y la de los hermanos,
Francisco enumera seguidamente cuatro elementos que han de
ser considerados fundamentales: vida, evangelio, Jesucristo,
confirmación del papa.
El v. 2 comienza con la expresión: “Ésta es la vida del
evangelio de Jesucristo”. El proyecto de vida, cuya concesión
y confirmación ha pedido el hermano Francisco al papa, y que
éste de hecho le ha concedido y confirmado, se describe y
define a continuación como “vida del evangelio de Jesucris­
to” : una expresión difícil que establece una relación directa
entre la vida de los hermanos por una parte, y la vida del
evangelio de Jesucristo por otra. A esta primera relación
fundamental con la vida del evangelio de Jesucristo, el v. 2
añade otra igualmente importante: la concesión y confirma­
ción del papa.
La vida aquí descrita y definida como “vida del evangelio
de Jesucristo” no está en contraposición con la estructura
eclesiástica ni es independiente de ella; más bien son insepa­
rables: se vive en una perenne relación de obediencia y
reverencia al sumo representante de la estructura eclesiástica.
 30
La vida que aquí se presenta es la vida del evangelio de
Jesucristo vivida -lo es sólo si es vivida- en la obediencia al
papa, esto es en la Iglesia, en obediencia a la Iglesia.
En IR 2 “esta vida” es denominada “obediencia” por tres
veces: “Y acabado el año y el tiempo de la probación, [el
candidato] sea recibido a la obediencia” (2,9); “En adelante no
le estará permitido pasar a otra religión, ni vagar fuera de la
obediencia” (2,10); “Y los hermanos que han prometido
obediencia...” (2,13). Y en 2,12 se dice de forma categórica:
“Ninguno sea recibido contra la forma y disposiciones de la
santa Iglesia”. Y como en el Prólogo y en el capítulo 1,
tampoco aquí hay oposición o independencia entre las
indicaciones del papa y las del evangelio; sólo hay clarifica­
ción recíproca: ser recibidos en “esta vida” equivale a ser
recibidos a la “obediencia”, que es a la vez obediencia a
Jesucristo, al evangelio y a la Iglesia.
En efecto, en el Prólogo y en el capítulo 1 Francisco
presenta su vida y la de los hermanos como obediencia, y esta
obediencia es, ante todo, obediencia a Jesucristo: los herma­
nos deben “seguir su doctrina y su ejemplo” (1,1), esto es,
deben obedecerle; él dice que hay que venderlo todo y
seguirle (1,2), hay que negarse a sí mismo y seguirle (1,3), hay
que quererle a él más que a cualquier otro (1,4), hay que dejar
todo lo demás por él (1,5): “esta vida” consiste en obedecer a
Jesucristo poniendo en práctica todo lo que él dice. En
segundo lugar, es obediencia al evangelio: la expresión de
Pról. 2 - “Esta es la vida del evangelio de Jesucristo”- , aunque
resulta más bien enigmática, tiene un primer significado, el de
que “esta vida” consiste en vivir el evangelio de Jesucristo,
esto es , en obedecer a su evangelio. Lo cual viene confirmado
por todo el capítulo 1: la “doctrina” y el “ejemplo” de Cristo
que se han de seguir están recogidos en el evangelio; para
obedecerle a él es preciso obedecer concretamente al evange­
lio. Finalmente, es obediencia a la Iglesia, en la persona del
31
papa que confirma la regla, y al que Francisco y sus sucesores
prometen “obediencia y reverencia” (Pról. 3).
La obediencia a Jesucristo, al evangelio, a la Iglesia es,
por consiguiente, el elemento más determinante; y es funda­
mental notar cómo estas tres obediencias están en íntima
relación entre sí. Para obedecer a Jesucristo es preciso
obedecer a lo que él dice en el evangelio (1,1; 2,14,3,1-2); la
vida del evangelio de Jesucristo ha de ser concedida y
confirmada por el papa, y la obediencia en relación con el
evangelio y con Jesucristo debe ir acompañada por una
continua obediencia al papa (Pról. 3-4) y a la Iglesia (2,12).
En 2,10, tras haber recordado dos consecuencias jurídico-
eclesiales que se derivan del hecho de ser recibidos a la
obediencia después del año de probación, citando textualmen­
te la bula de Honorio, se dice: “conforme al mandato del señor
papa y según el evangelio”. La Iglesia interpreta y actualiza
con palabra autorizada el evangelio de Jesucristo. Para ser
conscientes de esto y para sacar de ello las debidas consecuen­
cias, es necesaria una condición, que nunca se explicita pero
que claramente se sobreentiende: la fe. Sólo la fe hace posible
la obediencia a Jesucristo y sólo ella posibilita ligar de forma
indisoluble la obediencia a Jesucristo y la obediencia al
evangelio y a la Iglesia.
Veamos ahora la conclusión de la IR que constituye una
unidad con el Prólogo:
1 ¡En el nombre del Señor! Ruego a todos los
hermanos que aprendan el tenor y sentido de las
cosas que están escritas en esta vida para la
salvación de nuestra alma, y que las traigan fre­
cuentemente a la memoria.2 Y suplico a Dios, que
él mismo, que es omnipotente, trino y uno, bendi­
ga a todos los que enseñan, aprenden, tienen,
recuerdan y practican estas cosas, cuantas veces
repiten y hacen lo que aquí está escrito para la
 32
salvación de nuestra alma; 3 y ruego a todos,
besándoles los pies, que las amen mucho, las
guarden y las conserven. 4 Y de parte de Dios
omnipotente y del señor papa, y por obediencia,
yo, el hermano Francisco, mando firmemente e
impongo que nadie suprima nada de lo que está
escrito en esta vida, ni sobrescriba nada (cf. Dt
4,2; 12,32), ni tengan los hermanos otra regla. 5
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre, y por
los siglos de los siglos. Amén.
En la conclusión de la IR, Francisco se dirige, pues,
solemnemente a todos sus hermanos y les pide, en primer
lugar, no que observen cuanto está escrito en la regla, sino que
aprendan “la letra y el contenido [literalmente, “el tenor y
sentido”] de las cosas que están escritas en esta vida”.
Ya en relación con el Prólogo y los dos primeros capítu­
los se ha podido notar el significativo paso de “regla” a
“vida” ; es clara la preferencia por este segundo término;
también aquí, al final de todo, la IR en su conjunto es llamada
“esta vida”. Y sorprende igualmente la expresión “las cosas
que están escritas en esta vida”. Sería de esperar la petición de
que se viva esta vida o se observe esta regla, o se aprenda el
contenido de este escrito; en cambio se pide que se aprenda el
tenor y el sentido de lo que está escrito en esta vida.
“El tenor y el sentido” hace referencia a algo que está
contenido - “escrito”- en esta vida, pero que no es inmediata­
mente evidente, que hay que buscar, descubrir, aprender: es el
significado profundo de esta vida. Y no debe ser cosa de poca
importancia si de ello depende la salvación del alma.
Al “ruego a todos los hermanos” sigue el “suplico a Dios”
que bendiga a cuantos cumplan lo que aquí se pide (24,2).
Pero, ¿qué es lo que se pide? Sorprende el hecho de que, entre
diez verbos sólo dos - “practican” y “hacen”- se refieran a
33
poner en práctica; los otros ocho verbos se refieren al aprendi­
zaje, a la profundización, a la interiorización. Estamos en
Imea con cuanto se pide en 24,1: aprender el tenor y el sentido
de las cosas que están escritas en esta vida y traerlas frecuen-
lemente a la memoria.
En 24,4 Francisco, apelando a toda la autoridad que tiene,
ordena a los hermanos que no tengan ninguna otra regla y no
quiten ni añadan nada a “lo que está escrito en esta vida”, es
decir, a la regla que aquí se presenta. De lo cual se deduce que
para Francisco no hay en ella nada que pueda considerarse
superfluo y que, por tanto, pueda ser suprimido, ni en ella
lalta nada esencial, que tenga que ser añadido. Su única
"regla” deberá ser cuanto está “escrito en esta vida”.
¿Por qué en la conclusión de la regla se pide como cosa
primera que los hermanos aprendan el tenor y el sentido de lo
que aquí está escrito?, ¿y por qué se dice con tanta fuerza y
cIaridad que los hermanos no deben tener otra regla? La respues-
la es: la regla y vida que aquí se presenta consiste en obedecer
a Cristo, que habla en el evangelio vivido en la Iglesia; por
consiguiente, los hermanos no deberán tener otra regla; y en
esta regla de vida no queda nada por añadir ni hay nada que
quitar: en ella está todo lo esencial y no hay nada superfluo.
Aprender “el tenor y el sentido” de esta regla de vida
significa acogerla y vivirla como obediencia a Cristo, que
habla en el evangelio vivido en la Iglesia. Solamente desde
esta perspectiva la regla de vida aquí presentada no tiene
necesidad de añadiduras -e n toda circunstancia se tratará de
obedecer a Cristo que habla en el evangelio vivido en la
Iglesia- y de que algo se suprima en ella -son inseparables
lies elementos: Cristo, evangelio, Iglesia-. Sólo si lo entende­
mos así, se puede decir que los hermanos no deberán tener
ninguna otra regla.
Después de la obediencia a Cristo que habla en el
34
evangelio vivido en la Iglesia, los dos elementos-eje de la
respuesta de Francisco son, ciertamente, guardar la palabra del
Señor en el corazón y seguir a Cristo. Son elementos que
constituyen la base-fondo de todos sus escritos y en particular
de toda la IR, pero el capítulo 22 de ésta es, sin duda, el texto
fundamental para cualquier estudio sobre la importancia que
el santo atribuye a la palabra del Señor, o sobre el modo que
él tiene de entender el seguimiento del Señor.
Centraremos nuestra atención seguidamente en el capítulo
22 de la IR, analizándolo primero en aquello que nos dice
acerca de custodiar la palabra del Señor en el corazón, y
profundizándolo luego para descubrir en él el modo original
que tiene Francisco de entender el seguimiento de Cristo
como camino, verdad y vida. Como veremos, los dos aspectos
están íntimamente unidos (aquí está precisamente la originali­
dad de Francisco); pero, por claridad expositiva, es oportuno
que ahora los distingamos. La primera lectura del capítulo 22
de la IR nos pondrá en contacto con todo el texto y en él
descubriremos la importancia que Francisco da al custodiar la
palabra del Señor en el corazón; la segunda nos hará entrar en
su dinámica profunda y nos revelará que Francisco interpreta
el seguimiento de Cristo como camino de fe.
2. Guardar la palabra del Señor en el corazón
Francisco, tan atento a la palabra del Señor, no podía
olvidar la parábola del Sembrador, cuya explicación reproduce
íntegramente en el capítulo 22 de la IR, fundiendo, como es
habitual en él, las tres versiones sinópticas y anteponiendo a
la larguísima cita la aplicación directa a sí mismo y a sus
seguidores:
10 Guardémonos mucho de ser el terreno junto al
camino, o el pedregoso, o el lleno de cardos, 11
según lo que dice el Señor en el Evangelio: La
35
semilla es la palabra de Dios.
Dos tercios del capítulo están constituidos por citas
evangélicas, y pertenecen éstas a los cuatro evangelios: en la
primera parte, sobre todo los Sinópticos, en la segunda, casi
exclusivamente Juan. Ya esta extraordinaria concentración de
eilas evangélicas sugiere que en el capítulo más largo de la IR
el centro de atención está en la palabra evangélica del Señor
i|ue se ha de escuchar, que se ha de guardar en el corazón de
íorma que pueda producir su fruto.
a) Una opción de fondo: escuchar al Señor
y “aborrecer nuestro cuerpo ”
La primera parte del capítulo (vv. 1-9) es una solemne y
sentida exhortación a “escuchar lo que dice el Señor” y a
‘‘aborrecer nuestro cuerpo con sus vicios y pecados”.
1 Estemos atentos todos los hermanos a lo que
dice el Señor: Amad a vuestros enemigos y haced
el bien a los que os odian (cf. Mt 5,44), 2 pues
nuestro Señor Jesucristo, cuyas huellas debemos
seguir (cf. IPe 2,21), llamó amigo al que lo
traicionaba (cf. Mt 26,50) y se ofreció espontánea­
mente a los que lo crucificaron. 3 Son, por tanto,
amigos nuestros todos los que injustamente nos
causan tribulaciones y angustias, sonrojos e
injurias, dolores y tormentos, martirio y muerte; 4
y debemos amarlos mucho, ya que, por lo que nos
hacen, obtenemos la vida eterna. 5 Y aborrezca­
mos nuestro cuerpo con sus vicios y pecados,
porque el diablo quiere que vivamos carnalmente
para arrebatarnos el amor de nuestro Señor Jesu­
cristo y la vida eterna, y perderse a sí mismo con
todos en el infierno; 6 pues nosotros, por nuestra
culpa, somos hediondos, míseros y opuestos al
bien, y, en cambio, prestos y decididos para el
36
mal, porque, como dice el Señor en el Evangelio:
7 Del corazón proceden y salen los malos pensa­
mientos, los adulterios, las fornicaciones, los
homicidios, los hurtos, la avaricia, la maldad, el
engaño, la impureza, la envidia, los falsos testi­
monios, las blasfemias, la insensatez (cf. Me 7,21-
22; Mt 15,19);8 todas estas maldades proceden de
dentro, del corazón del hombre (cf. Me 7,23), y
esto es lo que mancha al hombre (Mt 15,20).
Pero ahora, después de haber dejado el mundo,
ninguna otra cosa hemos de hacer sino seguir la
voluntad del Señor y agradarle.
El capítulo comienza, pues, poniendo ante los hermanos
una enseñanza y un ejemplo de Jesús. La enseñanza es: “amad
a vuestros enemigos y haced el bien a los que os odian”
(22,1); el ejemplo es: “nuestro Señor Jesucristo... llamó amigo
al que le traicionó, y se ofreció espontáneamente a los que le
crucificaron” (22,2). El verbo del que depende todo el período
es “estemos atentos”: se ha de prestar atención a cuanto dice
Jesús y a su ejemplo, precisamente porque el proyecto de vida
de los hermanos consiste en “seguir las huellas del Señor”,
que se convierte, por tanto, en el punto de referencia y en
criterio de sus valoraciones y las opciones.
A este propósito, es interesante advertir el orden en que
se sacan las dos consecuencias de 22,3-4, introducidas por la
conjunción conclusiva “por tanto”. La primera consecuencia
no se refiere a lo que hay que hacer, sino a una valoración:
“.S'on por tanto amigos nuestros todos aquellos que injustamen­
te...” (22,3). Sólo a continuación se señala también la actitud
concreta que se ha de tener con aquellos que nos hacen sufrir:
“debemos amarlos mucho” (22,4).
El “y aborrezcamos” de 22,5 evoca, por oposición, el
“amar” de 22,1.4: hemos de aborrecer nuestro cuerpo con sus
vicios y pecados, porque no hacerlo significaría vivir carnal­
37
mente y porque el diablo quiere que vivamos carnalmente,
|mi a así quitarnos el amor de Jesucristo y la vida eterna. Vivir
ni malmente equivale por tanto a amar nuestro cuerpo con sus
vicios y pecados, lo que significa amarnos egoístamente sólo
ii nosotros mismos.
El texto de 22,1-9 está dividido en dos partes (22,1-4 y 5-
*>), que quieren presentar los dos aspectos complementarios de
una orientación y de una opción de fondo: amar a los enemi­
gos se opone a amar nuestro cuerpo con sus vicios y pecados;
seguir las huellas del Señor se opone a vivir según la carne;
lener la vida eterna se opone a perder el amor de Jesucristo.
Dos son los caminos que tienen ante sí los hermanos:
"seguir las huellas del Señor” o “vivir según la carne”, dos
caminos diametralmente opuestos: el primero implica
considerar amigos y amar mucho a los que nos hacen sufrir,
y aborrecer nuestro cuerpo con sus vicios y pecados; el
segundo supone, en cambio, amar nuestro cuerpo y dejar que
los malos deseos, que salen de nuestro corazón, se desaho­
guen sin control. El “seguir las huellas del Señor” comporta
lener la vida eterna, y el “vivir según la carne” nos conduce a
perder el amor de Jesús y la vida eterna.
“Seguir las huellas del Señor” significa hacernos violen­
cia, salir de nosotros mismos, para seguir, no el propio criterio
natural de valoración y las propias tendencias naturales, sino
el criterio de valoración y las opciones de Jesucristo; “vivir
según la carne” no exige esfuerzo, en cuanto que “nosotros
por nuestra culpa somos... opuestos al bien” (22,6) y porque
“del corazón... proceden... todas las maldades” (22,7-8). La
luz que ilumina ambos caminos es la palabra del Señor: esta
palabra es la que dice en qué consiste y a dónde lleva tanto el
“seguir las huellas del Señor”, como el “vivir según la carne”.
Para poder “seguir las huellas del Señor” hará falta un
corazón nuevo, purificado, del que no salgan más “todas esas
38
maldades”... que manchan al hombre” (22,7-8). El “dejar el
mundo”, de que habla 22,9, no tiene tanto un significado
sociológico cuanto un sentido teológico, que consiste en “estar
atentos a lo que dice el Señor” y en “aborrecer nuestro cuerpo”.
“Seguir las huellas del Señor” de 22,2 es sustituido aquí por
“seguir la voluntad del Señor” y -se añade- “agradarle”.
b) Guardar la palabra
Hecha la opción de fondo de escuchar lo que dice el
Señor, he aquí la segunda etapa: guardar la palabra del Señor.
Esto será posible cuidándose mucho de ser terreno no apto
para la palabra, y estando muy atentos a Satanás.
- Cuidarse mucho de ser tierra junto al camino
o tierra pedregosa o entre cardos
“Seguir la voluntad del Señor y agradarle” (22,9) consis­
te, ante todo, en cuidarse mucho de ser tierra junto al camino
o tierra pedregosa o llena de cardos (22,10). Los términos
están claramente tomados de la parábola evangélica al igual
que de ella se toma íntegramente la explicación (22,11-18):
10 Guardémonos mucho de ser el terreno junto al
camino, o el pedregoso, o el lleno de cardos, 11
según lo que dice el Señor en el Evangelio: La
semilla es la palabra de Dios. Y la que cayó
junto al camino y fue pisoteada, son los que
escuchan la palabra y no la entienden; 13 y en
seguida viene el diablo, y les arrebata lo sembra­
do en sus corazones y quita la palabra de sus
corazones, no sea que creyendo se salven. 14 Y la
que cayó en terreno pedregoso son los que, al
escuchar la palabra, la acogen al instante con
gozo, 15 pero, cuando surge la tribulación y la
persecución a causa de la palabra, inmediatamen­
39
te se escandalizan-, éstos no tienen raíz en sí
mismos, sino que son inconstantes pues creen por
algún tiempo, pero en el momento de la prueba se
retiran. 16 Y la que cayó entre cardos son aquellos
que escuchan la palabra de Dios, pero, entrando
en ellos los afanes y las fatigas de este mundo, la
seducción de la riqueza y el deseo desordenado de
las demás cosas, ahogan la palabra y se quedan
sin fruto. Y la sembrada en buen terreno son
aquellos que, escuchando la palabra con corazón
bueno y óptimo, la entienden y la retienen, y dan
fruto en la paciencia (cf. Mt 13,19-23; Me 4,15-
19; Le 8,5.11-15).
La confrontación de nuestro texto y los tres pasajes
sinópticos correspondientes evidencia que la atención se
concentra particularmente en “palabra”, “corazón”, “compren-
der/creer” y en “perder” la palabra o en “custodiarla”. No
hasta el encuentro material con la palabra, ni el escucharla;
hace falta acogerla con fe. No es tampoco suficiente “creer
por un tiempo” (22,15), sino que es preciso “entender” y
“guardar” la palabra de Dios en el corazón; sólo así tiene lugar
un encuentro fructífero.
En 22,11 -18 se alude a cuatro casos de encuentro entre la
palabra y el corazón, pero sólo en el último de ellos el
encuentro produce fruto. En los cuatro casos, la palabra es
escuchada (22,12.14.16.17), pero en el primero “no la com­
prenden” (22,12) y en seguida viene el maligno “y les arrebata
lo sembrado en sus corazones” (22,13); en el segundo,
“cuando surge la tribulación y la persecución ... se retiran”
(22,15); en el tercer caso “las fatigas de este mundo... ahogan
la palabra y se quedan sin fruto” (22,16); en el cuarto, en
cambio, “la entienden” - a diferencia de los prim eros-, “la
retienen” (a diferencia de los segundos), “dan fruto” - a
diferencia de los terceros-.
40
Pero también la escucha de la palabra se puede hacer de
modos diversos: mientras en los tres primeros casos se usa el
verbo “escuchar”, sin más, en el cuarto se emplea la expresión
“escuchar con corazón bueno y óptimo”. En los tres primeros,
se escucha la palabra, pero, por un motivo u otro, pronto
desaparece del corazón. Sólo en el cuarto caso se “retiene” la
palabra. Quien no comprende la palabra con fe, la pierde
(22,12-13); quien no resiste durante la tribulación, la persecu­
ción y la tentación, la pierde igualmente (22,14-15); quien está
atento a los intereses mundanos, deja que la palabra sea
ahogada y, por consiguiente, que prácticamente se pierda
(22,16). La recomendación: “Guardémonos mucho de no ser
el terreno junto al camino, o el pedregoso, o el lleno de
cardos” (22,10), significa, por tanto, que hemos de escuchar
la palabra de forma que sea entendida, retenida y dé fruto en
la paciencia (22,17).
- Guardarse de Satanás que quiere quitarnos
y ahogar la palabra
Después de la ardiente llamada de atención con que
introduce la explicación de la parábola del sembrador, aparece
otra nueva: hay un enemigo que quiere arrancar y ahogar la
palabra del Señor:
18 Y por eso, nosotros, los hermanos, como dice
el Señor, dejemos que los muertos entierren a sus
muertos (Mt 8,22). 9 Y guardémonos mucho de la
malicia y de las sutilezas de Satanás, que quiere que
el hombre no tenga su mente y su corazón vueltos
a Dios.20Y, acechando en torno, desea apoderarse
del corazón del hombre, so pretexto de alguna
recompensa o ayuda, y ahogar la palabra y los
preceptos del Señor, borrándolos de la memoria,
y quiere cegar, por medio de los negocios y preocu­
paciones de este mundo, el corazón del hombre, y
41
habitar en él, como dice el Señor: Cuando el
espíritu inmundo sale del hombre, anda vagando
por lugares áridos (Mt 12,43) y secos buscando
descanso; y, al no encontrarlo, dice: Volveré a
mi casa, de donde salí (Le 11,24). Y al llegar la
halla desocupada, barrida y adornada (Mt 12,44).
24 Y va y toma a otros siete espíritus peores que él,
y entrando habitan allí; y elfinal de aquel hombre
es peor que el principio (cf. Le 11,26).
En 22,19 se aplica a los hermanos la invitación que Cristo
dirige a aquel discípulo que le había pedido que le permitiese
marchar a sepultar a su padre (Mt 8,22): el único camino que
lleva a la vida eterna es el de seguir al Señor, guardando su
palabra; todo lo demás forma parte del reino de los muertos y
no hay razón para ocuparse de ello. El “guardémonos mucho”,
que va antes de los vv. 20-24 y los resume, está en paralelo
con el “guardémonos mucho” de 22,10. También los objetos
ilc estas dos llamadas de atención están estrechamente
vinculados: en 22,10-18 se trataba de cuidarse de ser “terreno
pinto al camino, o terreno pedregoso o terreno lleno de
cardos”, y en 22,19-24 se trata de cuidarse de “la malicia y las
sutilezas de Satanás” que quiere que la semilla de la palabra
de Dios no encuentre tierra buena, esto es, no quede en el
corazón.
La presencia de la palabra pone el corazón en relación
con Dios [“verbum in corde - cor ad Deum”, así sintetiza W.
ligger todo el capítulo), y esto es lo que Satanás no quiere.
I’ara que eso no suceda, intenta evitar que el corazón “se
ol iente a Dios”, y trata de hacerlo arrancando del corazón la
palabra. Satanás se esfuerza en cegar al hombre -s e ve con fe
sólo cuando se tiene un corazón en el que está presente la
palabra-, y los medios de que se sirve son los “negocios y
preocupaciones de este mundo” : al preocuparse de estas cosas,
el corazón se ciega, deja de ver a Dios, pierde la fe.
42
En 22,21-24 se presentan las intenciones de Satanás
fundiendo las palabras evangélicas de Mt 12,43-45 y Le
11,24-26. Satanás es llamado “espíritu inmundo”, expresión
que recuerda 22,8 -todas las maldades que proceden del
corazón y que “manchan” al hom bre- y, por oposición, el
corazón “limpio” y la mente “pura” de 22, 25-29: si en el
hombre está Satanás/espíritu inmundo, del corazón proceden
todos los males que hacen al hombre inmundo; si, en cambio,
del hombre sale Satanás/espíritu inmundo, entonces el hombre
tiene en sí un corazón “puro”.
El hombre - o el corazón del hom bre- es presentado como
una casa de la que el espíritu inmundo ha salido al entrar la
palabra; pero es preciso continuar cuidándose mucho de
Satanás que quiere retornar a la casa, y puede hacerlo tan sólo
si el corazón del hombre, bajo pretexto de una recompensa o
de una ventaja cualquiera, borra de su memoria y sofoca la
palabra y los preceptos del Señor, y si el corazón, ocupándose
de quehaceres mundanos, se hace ciego (22,20).
c) Permanecer en Cristo
Después de la elección del campo (22,1-9) y la exhorta­
ción a guardar la palabra (22,10-24), he aquí la tercera parte
(22,25-40): permanecer en Cristo. Se trata de “adorar a Dios
con un corazón limpio” (22,25-31) y de recurrir a Cristo, que
es camino, verdad y vida (22,32-40).
- Adorar a Dios con corazón puro
25
Por eso, hermanos todos, estemos muy vigilan­
tes, no sea que, so pretexto de alguna recompensa
o quehacer o ayuda, perdamos nuestra mente y
corazón o los apartemos del Señor. 26 Antes bien,
por la santa caridad que es Dios (cf. lJn 4,16),
ruego a todos los hermanos, tanto a los ministros
43
como a los demás, que, removido todo impedi­
mento y pospuesta toda preocupación y todo afán,
como mejor puedan sirvan, amen, honren y adoren
al Señor Dios, y háganlo con limpio corazón y
mente ]3ura, que es lo que él busca por encima de
todo; 2 y hagamos siempre en ellos habitación y
morada (cf. Jn 14,23) a aquel que es el Señor Dios
omnipotente, Padre e Hijo y Espíritu Santo, que
dice: Vigilad, pues, orando en todo tiempo, para
que seáis dignos de veros libres de todos los males
que han de venir, y de estar en pie ante el Hijo del
hombre (cf. Le 21,36). Y, cuando oréis, decid
(Me 11,25; Le 11,2): Padre nuestro, que estás en
los cielos (Mt 6,9). Y adorémosle con puro
corazón, porque es necesario orar siempre y no
desfallecer (Le 18,1); 30 pues tales son los adora-
dores que el Padre busca. Dios es espíritu, y los
que lo adoran es preciso que lo adoren en espíritu
y en verdad (cf. Jn 4,23-24).
En 22,25 se resumen todas las llamadas de atención que
preceden en orden a custodiar la palabra del Señor en noso-
Iros, y se presenta algo de gran importancia: se pasa de la
relación palabra-corazón a la relación corazón-Señor. Que la
palabra no resida en el corazón significaría que el corazón se
aleja del Señor. El v. 26 comienza con una expresión particu­
larmente solemne - “Antes bien, por la santa caridad que es
I )ios...”- , que tiene su origen en Juan (cf. lJn 4,16), y con la
cual se pide a todos los hermanos que “como mejor puedan
sirvan, amen, honren y adoren al Señor Dios”; y eso han de
hacerlo -notem os la importancia del m odo- “con corazón
limpio y mente pura” .
Del corazón y de la mente se ha hablado varias veces más
arriba: en 22,5-8 se habla del corazón “inmundo”, del corazón
del que salen todas las maldades que manchan al hombre; en
.12,9-25 nos encontramos ante un corazón en vías de purifica­
44
ción; y, finalmente, en 22,26-31 se describe el corazón “puro”.
¿Qué es lo que ha cambiado para que ese corazón, que antes
era “inmundo”, se convierta en un corazón “puro”? La entrada
y la permanencia en él de la palabra de Dios. Esta purificación
del corazón por obra de la palabra evoca aquello que se lee en
Juan: “vosotros estáis ya limpios por la palabra que os he
dicho” (Jn 15,3).
La purificación del corazón por medio de la palabra
conduce a que sea posible el “servir, amar, honrar y adorar al
Señor Dios con limpio corazón y mente pura”, que es lo que
el Señor Dios “busca por encima de todo” (22,26), y lo que,
por consiguiente, deben hacer los hermanos (cf. 22, 9.26). El
modo concreto de “servir, amar, honrar y adorar al Señor Dios
con limpio corazón y mente pura” queda expresado en 22,27:
“y hagamos siempre en ellos habitación y morada (cf. Jn
14,23) a aquel que es el Señor Dios omnipotente, Padre e Hijo
y Espíritu Santo”. La palabra “siempre” subraya la idea de que
no se trata de algo que pueda hacerse una vez por todas, sino
de un acción continuada, y la expresión “en ellos” está
aludiendo al corazón.
“Habitación” es el substantivo del verbo “habitar” de
22,20, y evoca la imagen del corazón del hombre como casa,
tal como dice 22,22. La palabra “morada” remite a Jn 14,23
y pone en relación la presencia de la palabra de Dios en el
corazón con la inhabitación de la Trinidad. Para “verse libres
de todos los males” de 22,27 y conservar la palabra del Señor
en el corazón, es necesario vigilar y orar: sólo con un corazón
vigilante en la oración y en la fe, sólo con un corazón purifica­
do por la presencia de la palabra, es posible “estar en pie ante
el Hijo del hombre” y decir la plegaria de los hijos al Padre,
no sólo al final de los tiempos sino también ahora, en lo
cotidiano del presente.
En 22,29 se dice: “Y adorémosle con puro corazón” :
“adorar” expresa el significado profundo de “orar” ; y, siendo
45
“corazón” uno de los términos del capítulo, “con limpio cora­
zón” viene a ser el resultado del largo camino de purificación
interior operado por la palabra acogida y custodiada con fe.
listos son los adoradores que busca el Padre. “En espíritu y en
verdad” equivale a “con limpio corazón”. Se trata de una
adoración con un corazón purificado por la palabra de Dios
acogida y conservada con fe. Tan sólo con este “corazón limpio”
es posible adorar al Padre “en Espíritu y en verdad”, porque
Cristo ha sido interiorizado en él por el Espíritu mediante la
palabra. Cristo es el nuevo y único templo en que es posible
adorar al Padre. La interiorización de la palabra en el corazón
ha hecho que el corazón haya sido “cristificado” y que, por
tanto, se haya convertido en templo en que se adora a Dios.
- Recurrir a Cristo, que es camino, verdad y vida
32
Y recurramos a él como al pastor y obispo de
nuestras almas (cf. IPe 2,25), que dice: Yo soy el
buen pastor, que apaciento a mis ovejas y doy la
vida por mis ovejas (cf. Jn 10,11.14-15). 3 Todos
vosotros sois hermanos; 34 y no llaméis padre a
ninguno de vosotros en la tierra, pues uno es
vuestro Padre, el que está en los cielos. Y no os
llaméis maestros, pues uno es vuestro maestro, el
que está en los cielos (cf. Mt 23,8-10). 36 Si
permanecéis en mí y mis palabras permanecen en
vosotros, todo lo que queráis, lo pediréis y se os
dará (Jn 15, 7). Donde hay dos o tres reunidos
en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt
18,20). Ved que yo estoy con vosotros hasta el
fin del mundo (Mt 28,20). ' Las palabras que os
he dicho son espíritu y vida (Jn 6,63). 40 Yo soy el
camino, la verdad y la vida (Jn 14,6).
Estos versículos están caracterizados por una constante y
explícita referencia a Cristo, presentado primero como buen
46
pastor y luego como camino, verdad y vida. La imagen y los
términos de 22,33 pertenecen a IPe 2,25: “Erais como ovejas
descarriadas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de
vuestras almas”. Es interesante notar que de IPe 2,21 nuestro
texto ha tomado ya la expresión “seguir las huellas” (22,2).
El breve himno de IPe 2,21-25 presenta a Cristo como
modelo que se ha de imitar o, mejor, como guía a quien hay
que seguir: “Cristo ha padecido por vosotros, dejándoos un
ejemplo para que sigáis sus huellas” (IPe 2,21). En 22,32 la
expresión “recurramos a él” vuelve a tomar la idea de “seguir
las huellas” ; “como al pastor” subraya, al igual que en IPe, la
idea del guía; y “obispo-guardián” da la idea de la seguridad
que ofrece ese guía.
En 22,32 vuelve a tomarse la imagen del pastor y de las
ovejas, pero ahora es el mismo Jesús, el guía y pastor, quien
se dirige a las ovejas que le siguen, para asegurarlas: “Yo soy
el buen pastor, que apaciento a mis ovejas y doy la vida por
mis ovejas”. La frase está tomada claramente de Jn 10, pero
no es exactamente idéntica, sino, más bien, hace referencia a
todo el contexto de Jn 10,1-30: Francisco resume aquí todo el
capítulo de Juan.
Si Jesús es el buen pastor, se podrá “recurrir a él” con
confianza para dejarse guiar. “Yo apaciento a mis ovejas y
doy mi vida por mis ovejas”, subraya la solicitud diligente del
pastor y la pertenencia de las ovejas a él. La relación pastor-
ovejas, el adjetivo “bueno”, la insistencia en el adjetivo
posesivo “mías”, las dos actitudes del pastor en relación con
sus ovejas - “apacentar” y “dar la vida”- son suficientes para
hacer caer en la cuenta de toda la profundidad teológica de la
alegoría del buen pastor.
Siguiendo a Cristo, el buen pastor, llegamos a conocer
que todos somos hermanos (22,33) porque tenemos un único
Padre (22,34). En 22,35 se pone en evidencia la idea de
47
“verdad”, que sigue a la de “camino” -buen Pastor a quien
hay que seguir- y de “vida” -Jesús nuestro hermano nos hace
partícipes de la vida del Padre-,
El v. 36 emplea el verbo “permanecer”, el mismo que
aparece referido tanto a la palabra como a Cristo: la manera de
hacer siempre en el corazón “una habitación” a la Trinidad es
“permanecer en Cristo”, y la manera de “permanecer en
Cristo” es que sus palabras “permanezcan en nosotros” ; así
podremos pedir lo que queramos y se nos dará.
Los vv. 37-38 juntan y relacionan dos frases de Mateo
muy distantes entre sí (18,20 y 28,20), pero que tienen en
común que aseguran la presencia de Jesús. Esta presencia está
condicionada a la fe en él: “Donde dos o tres están reunidos
en mi nombre”. El “permanecer” en Cristo y el que sus
palabras “permanezcan” en nosotros está, por consiguiente,
condicionado a la fe.
En 22,39-40 encontramos dos definiciones juntas: se dice
qué son las palabras de Jesús y quién es Jesús. Ambas
definiciones han sido sacadas del evangelio de Juan: la
primera, de Jn 6,64 y la segunda, de Jn 14,6. La unión de
ambas es claramente intencionada: de las palabras a la
Palabra, de las palabras a Cristo.
Pero este paso tiene lugar a través del Espíritu. La
palabra, acogida con fe y conservada con perseverancia,
purifica el corazón, que de este modo se convierte en un
corazón “espiritual”, impregnado del Espíritu de Cristo y, en
cuanto tal, capaz de adorar a Dios. ¿Cómo es posible que la
palabra realice este milagro? La respuesta se nos da en 22,39-
40: las palabras de Jesús comunican Espíritu y vida, porque
son Espíritu y vida; y lo son en cuanto palabras de Jesús, que
es el camino, la verdad y la vida.
La función de la palabra y del Espíritu es, pues, la de
conducirnos a Cristo: palabra y Espíritu actúan conjuntamente
48
y están en íntima relación; es más, las palabras de Jesús “son”
Espíritu (22,39). La palabra acogida y custodiada en el
corazón ha llevado a los hermanos a Cristo que es el camino,
la verdad y la vida.
d) Contemplar la gloria del Padre
Cristo es el camino que lleva al Padre. El texto ha
recordado al Padre ya otras cuatro veces (22,27.28,30,34) para
presentar la nueva relación que con la Trinidad se instaura en
un corazón que, conservando la palabra, permanece en Cristo.
Pero es en la parte final del capítulo donde las referencias al
Padre son particularmente frecuentes (cuatro veces aparece el
término “Padre” y dieciocho encontramos pronombres o
adjetivos posesivos referidos al Padre).
Naturalmente no se trata del Padre en sí mismo, sino de
la relación entre el Padre, el Hijo y los hermanos; una relación
que lleva a estos últimos a “contemplar la gloria del Padre”
(22,56). Pero la relación hermanos-Padre se da a través de la
mediación del Hijo: se trata de conocer al Padre en el Hijo
(22,41-44) y de ser santificados en la verdad (22,45-55).
- Conocer al Padre en el Hijo
41 Tengamos presentes, pues, las palabras, la
vida y la doctrina y el santo Evangelio de quien se
dignó rogar por nosotros a su Padre y manifestar­
nos su nombre, diciendo: Padre, glorifica tu
nombre (Jn 12,28) y glorifica a tu Hijo, para que
tu Hijo te glorifique. 42 Padre, he manifestado tu
nombre a los hombres que me diste; porque las
palabras que tú me diste se las he dado, y ellos las
han aceptado y han conocido que salí de ti y han
creído que tú me enviaste. 43 Yo ruego por ellos;
no por el mundo, 44 sino por éstos que me diste,
49
porque son tuyos y todo lo mío es tuyo.
El v. 41 hace de bisagra con cuanto precede: “Tengamos
presente... el santo evangelio” viene a ser una condensación
del “guardar la palabra” para “permanecer en Cristo” ; la frase
“quien se dignó rogar por nosotros a su Padre y manifestarnos
su nombre” es un anticipo y un resumen de cuanto más abajo
se va a desarrollar. “La vida y la doctrina” de Jesús que hemos
de tener presentes, equivale a “la doctrina y el ejemplo
[huellas]” del Señor que hemos de seguir de IR 1,1. En 22,41
advertimos también la fuerte actualización expresada en “por
nosotros” y “a nosotros”: manifestarnos. Con 22,42 comienza
la oración de Jesús, tomada libremente de Jn 17.
En 22,41-42a tiene especial relieve el verbo “manifestar”;
y en 22,42b-44 la terminología relativa a “acoger”, “recono­
cer”, “creer”. El papel de Jesús es el de “dar” las palabras del
Padre (22,42b). Todo se puede reconducir al Padre, pero todo
se hace históricamente visible en el Hijo: las palabras que se
han de acoger son palabras del Padre, pero nos las da Jesús; lo
que hemos de reconocer es que Jesús ha salido del Padre, lo
que hemos de creer es que Jesús ha sido enviado por el Padre.
La revelación y el conocimiento del Padre tienen lugar en el
Hijo. Lo que distingue al “mundo” de aquellos que el Padre ha
dado a Jesús (22,43-44) es la fe. Como toda la persona y toda
la acción de Jesús es del Padre, y Jesús muestra ser del Padre
en su conocerse, revelarse y actuar como Hijo, de igual
manera los hermanos son y muestran ser del Padre en ese
“dejarse dar” al Hijo mediante la fe.
- Ser santificados en la verdad
45 Padre santo, guarda en tu nombre a los que
me diste, para que sean uno, como nosotros. 46
Digo esto en el mundo para que tengan gozo en sí
mismos. 47 Yo les he dado tu mensaje, y el mundo
50
los ha odiado, porque no son del mundo, como
tampoco yo soy del mundo. No ruego que los
saques del mundo, sino que los guardes del mal.
49 Hazlos dignos de admiración en la verdad. 50 Tu
palabra es la verdad. 51 Como tú me enviaste al
mundo, también yo los he enviado al mundo. 52 Y
por ellos me consagro a mí mismo, para que sean
consagrados en la verdad. 53 No ruego solamente
por ellos, sino también por aquellos que han de
creer en mí por su palabra, para que alcancen la
unidad consumada, y el mundo conozca que tú me
enviaste y los has amado, como me has amado a
mí. 54 Y les daré a conocer tu nombre, para que el
amor con que me has amado esté en ellos y yo en
ellos. 55 Padre, quiero que los que tú me ^ ^
diste
estén también conmigo donde yo estoy para que
contemplen tu gloria (cf. Jn 17,1.6.8-11.13-15.17-
20.23-24.26) en tu reino (Mt 20,21). Amén.
Mientras en 22,41 -44 la idea fundamental es la revelación
del Padre en el Hijo y, por tanto, el conocimiento del Padre en
el Hijo por parte de los hermanos, en 22,45 tiene lugar un
cambio que hace de la santificación la idea dominante. Está
siempre presente la oración de Jesús al Padre por los hermanos.
En 22,45 el término “Padre” está calificado con el
adjetivo “santo”, porque se le pide que manifieste su santidad
en los hermanos, “guardándolos en su nombre” como en un
lugar sagrado, y haciéndoles participar en la unión que existe
entre el Padre y el Hijo. El “nombre” no puede ser sino el de
“Padre”: éste es el nombre de Dios revelado por Jesús; y Dios
se manifiesta como “santo” manifestándose como “Padre”.
Se pide al Padre que “conserve en su nombre” a aquellos
que ha dado a Jesús. Hay, por tanto, una estrecha relación
entre el ser “conservados en el nombre” del Padre y ser
“dados” a Jesús. El motivo es que el “lugar” de la revelación
del nombre del Padre y, por consiguiente, el “lugar” en el que
51
se suplica al Padre que conserve a los hermanos, es Jesús: ser
conservados en el nombre del Padre significa ser conservados
en Jesús, permanecer en Jesús en cuanto revelador del nombre
del Padre, en cuanto Hijo del Padre. El gozo al que se alude
en 22,46 es el propio de los hijos que han encontrado al Padre.
En 22,47 se insiste en la idea de que la “palabra” que
Jesús “ha dado” a los hermanos es del Padre: el hecho de que
el los la hayan acogido con fe ha provocado el odio del mundo;
pero así mismo esto es motivo de gozo, porque es consecuen­
cia y, por ello, prueba de la presencia de lo divino también en
los hermanos, como se verificaba en Jesús.
Los vv. 49-52 unen íntimamente Padre-Jesús-palabra-
liermanos, como también misión-revelación-santificación. Son
los anillos constitutivos de toda la última parte del capítulo:
la santidad es la vida íntima del Padre comunicada a los
hombres en el Hijo, que es el camino del Padre hacia los
hombres, la verdad y la vida del Padre ofrecida a los hombres.
“Hazlos dignos de admiración en la verdad” significa:
ayúdalos a vivir como hijos en el Hijo.
De hecho, sólo en Jesucristo pueden los hermanos
conocer al Padre y sólo en el Hijo pueden vivir como hijos,
porque Jesús, aparte de ser “la verdad”, es también “la vida”
que comunica el Padre (22,40). Como Jesús se hace digno de
admiración a sí mismo viviendo como Hijo del Padre y
realizando las obras del Padre, de la misma manera los
hermanos son dignos de admiración en Jesús viviendo unidos
al Padre y realizando sus mismas obras: de hecho, Jesús,
además de ser “la verdad” y “la vida”, es también “el camino”
que lleva al Padre (22,40). El “lugar” en que los hermanos son
hechos dignos de admiración es Jesucristo.
“Ser hechos dignos de admiración” quiere decir, por
lanto, permanecer en Cristo y, en él, entrar en una relación
profunda con la palabra y con la Trinidad; se trata de dos
significados íntimamente ligados entre sí: recibir con fe la
52
revelación del Padre en el Hijo interiorizando la palabra-
Espíritu, y vivir como hijos del Padre en el Hijo.
El capítulo concluye con el v. 55 que reproduce Jn 17,24a
con una pequeña pero significativa variante: donde Juan dice
“mi gloria” -la de Jesús-, nuestro texto pone “tu gloria” -la
del Padre-; luego se añade: “en tu reino” . La frase “los que tú
me diste” sugiere la imagen del Padre que coge por la mano
a los hombres y los acompaña a Jesús, para que en él se
encuentren con la palabra del Padre y con el Padre mismo.
“Quiero” tiene una fuerza particular que parece hacer referen­
cia a la última petición de Jesús al Padre, que es decisiva y lo
compendia todo: “que los que tú me diste estén también
conmigo donde yo estoy”. Pero, ¿dónde está Jesús? Lo que
sigue nos ayuda a responder: “Para que contemplen tu gloria
en tu reino”. El “lugar” privilegiado desde o en el que es
posible “contemplar la gloria del Padre” y que puede ser
llamado “reino del Padre”, es el mismo Jesús, revelado y
conocido como Hijo del Padre. Jesús no sólo “revela” la
verdad del Padre, sino que “es” la verdad del Padre; no sólo
“comunica” la vida del Padre, sino que “es” la vida del Padre;
no sólo “indica” el camino que lleva al Padre, sino que “es”
el camino al Padre. He aquí “el lugar”en el que es posible
“contemplar la gloria del Padre”: estar “donde” está Jesús,
significa estar en él, es decir, en el camino, en la verdad y en
la vida del Padre.
Concluyendo, guardar la palabra del Señor en el corazón
es la segunda gran respuesta que Francisco da al Jesús que le
habla en el evangelio.3
3. Seguir a Cristo, que es camino, verdad y vida,
como camino de fe
Como hemos constatado, IR 22 es ciertamente el texto
fundamental para comprender el valor que la palabra del
53
Señor tiene para Francisco. Pero, continuemos profundizando,
y descubriremos que ese capítulo responde también a la
pregunta sobre el significado que Francisco da al seguimiento
de Cristo, tan importante para él.
Es cierto, como ya hemos dicho, que la primera respuesta
de Francisco a Jesús, que le habla, es la de la obediencia, esto
es, ejecutar cuanto le pide; “seguir las huellas del Señor”
(22,2) significa “seguir la doctrina y el ejemplo [las huellas]
del Señor Jesucristo” (1,2), significa obrar como él obró. IR
22.1- 4 pone ante los hermanos a Jesús como modelo que se ha
de imitar (aún cuando la palabra “imitar/imitación” no se usa
nunca en la IR ni en los demás escritos de Francisco). Es
preciso “hacer como” ha hecho Jesús (amar a los enemigos de
22.1- 4 es sólo un ejemplo; en la IR hay otros muchos). Pero
la originalidad de IR consiste en presentar el seguimiento
como camino de fe.
a) Orientación y opción de fe
En cada una de las cuatro partes de IR 22 aparece
claramente que el seguimiento es concebido como un camino
de fe que tiene como meta el “permanecer” cada vez más
plenamente en Cristo, camino, verdad y vida, conociendo en
él cada vez más profundamente al Padre, y entrando cada vez
más íntimamente en comunión con él. Un indicio de esta
concepción j oanea del seguimiento lo constituyen las numero­
sas citas de Juan 17 que aparecen en el capítulo 22 de la IR.
En 22,1-9 se presenta el “seguir las huellas del Señor”
como el objetivo y, por tanto, como el criterio indispensable
de orientación y para hacer la opción de fondo. En 22,1-4 hay
una exhortación a que los hermanos se orienten activamente
hacia lo que dice el Señor. Y el Señor dice cosas desconcer­
tantes: que se ame a los enemigos como él mismo los ha
amado. Se trata de entrar en su lógica y de asimilar su propia
54
actitud considerando amigos nuestros y amando mucho a
todos aquellos que injustamente nos hacen sufrir. Éstas son
las “huellas del Señor” que hemos de seguir, y es éste el
camino que hemos de emprender para “tener la vida eterna”
(22,4). Se trata de cambiar de dirección y de mentalidad, de
invertir la jerarquía de valores, tomando como punto de
referencia no ya a nosotros mismos con nuestros vicios y
pecados, sino el evangelio. En efecto, en 22,1-9 se presentan
dos caminos opuestos, y la evaluación de los mismos se hace
en base a las palabras evangélicas. Es una evaluación de fe:
las palabras y las actitudes de Jesús son las que nos dicen
quiénes son los verdaderos amigos y quiénes los verdaderos
enemigos del hombre.
b) La relación de fe con la palabra de Dios
En 22,10-24 se dice que escuchar la palabra, comprender­
la, guardarla y dar fruto es la etapa esencial del seguimiento.
Tanto la terminología como los conceptos expresados hacen
referencia clara a la fe. La palabra de Dios es como una
semilla que ha de encontrar “tierra buena” para dar fruto.
La idea de que “debemos seguir las huellas del Señor”
que encontramos en 22,2, se retoma en 22,9 con aquello de
que “ninguna otra cosa hemos de hacer sino seguir la voluntad
del Señor y agradarle”; habremos de guardarnos mucho de ser
terreno no apto para acoger la semilla de la palabra (22,10-17)
y habremos de cuidarnos de Satanás que quiere arrancar la
palabra del corazón, para así apartarlo de Dios (22,19-24).
También el verbo “cegar” (22,20) implica la idea de que
el corazón no habitado por la palabra, no puede “ver a Dios”
y, por tanto, no puede mantenerse orientado hacia él: de la
idea de la escucha se ha pasado a la de la visión, que culmina­
rá en el “ver la gloria del Padre” de 22,55. Tanto el “escuchar”
como el “ver” son modos evangélicos, sobre todo joaneos, de
55
expresar el camino de la fe.
El verbo “habitar” y términos afines, expresan, tanto en
el NT como en IR 22, la relación de fe: en aquel corazón del
que procedían todas las maldades, por la fe ha entrado -y en
él continúa estando- la palabra, y gracias a ella ha tenido que
“salir” Satanás. Pero Satanás se empeña en “volver a la casa” ;
si la encuentra “vacía”, se instala nuevamente en el corazón
del hombre y la situación que se crea en él es peor que la
precedente, porque ha desaprovechado el único medio de que
disponía para salir del dominio de Satanás: el encuentro de la
fe con la palabra de Dios.
El primer “guardémonos mucho” (22,10) quiere preparar
el terreno para la palabra y la fe; el segundo (22,19) quiere
defender la permanencia de la palabra y de la fe en el corazón.
Tanto el primero momento como el segundo exigen un
intenso trabajo interior, que consiste en liberar el corazón de
toda otra preocupación y en mantenerlo libre, en orden a hacer
espacio a la palabra de Dios. El único camino de salida de la
triste situación descrita en 22,6-8, y, en consecuencia, el único
modo de ponerse a seguir a Cristo, es el de acoger y mantener
la palabra de Dios, instaurando y profundizando con ella una
relación de fe.
c) La relación de fe con Cristo
Hay una íntima conexión entre la relación de fe con la
palabra y la relación de fe con Cristo (22,25-40): el “retener
en nosotros la palabra” tiene como efecto el “permanecer en
Cristo”. En el camino de la fe y del seguimiento, la palabra es
como la puerta de entrada: en casa está él, el Señor. Mante­
niendo la palabra con fe, se entra en una relación de fe cada
vez más profunda con Cristo, se “permanece” en él.
Es la presencia de la palabra en el corazón y en la mente,
esto es la fe, la que limpia el corazón y purifica la mente, y la
 57
56
En 22,39-40 se presenta la relación profunda entre el
que posibilita servir, amar, honrar y adorar a Dios como él
“retener en nosotros la palabra” y el “permanecer en Cristo”,
quiere (22,26). Es precisamente esta relación impregnada de
entre la palabra y Cristo, entre la palabra y el Espíritu, entre el
fe y este tipo de seguimiento lo que Dios “busca por encima
Espíritu y Cristo, esclareciendo de este modo también el
de todo”. El corazón es “puro” porque ha sido purificado por
“lugar” de la adoración del Padre y, por consiguiente, del
la presencia de la palabra, es decir por la fe, y gracias a la fe,
seguimiento: “en Espíritu y en verdad”. Aquí se sintetiza el
sólo a ella, puede el corazón llegar a ser habitación y morada
camino de la fe y del seguimiento: de las palabras de Jesucris­
de la Trinidad.
to, que son Espíritu y vida, se va al mismo Jesucristo que es
En 22,27 aparece la vigilancia en la oración como
el camino, la verdad y la vida. Las palabras de Jesús, acogidas
instrumento permanente de progresiva purificación del
con fe, esto es, como portadoras de Espíritu y de vida, hacen
corazón y como modo de “estar en pie ante el Hijo del
entrar en comunión con él, que es “el camino” entre el Padre
hombre”. La palabra y la oración nos llevan a Cristo, y en él
y los hombres, tanto en el aspecto de la revelación (Padre-
encontramos al Padre. Las importantes síntesis de 22,29-31
Jesús-hombres) y del conocimiento-fe (hombres-Jesús-Padre),
revelan que el Padre busca personas que le adoren “con
como en el aspecto de la vida (Padre-Jesús-hombres) y de la
corazón limpio”, “en Espíritu y verdad”, en Cristo. No se trata
comunión (hombres-Jesús-Padre).
de tres “lugares” diversos; como es único el “lugar” de la
La mediación de la revelación está ordenada a la media­
revelación de Dios, así es único también el “lugar” en que
ción de la comunión: Jesús es “la verdad” para que pueda ser
Dios puede ser encontrado y adorado y, por tanto, “seguido”:
para nosotros “el camino” y “la vida”. En IR 22 es presentado
Cristo es la verdad del Padre interiorizada en el corazón por
el camino de fe como un ascender desde la palabra a Cristo,
el Espíritu mediante la fe.
para que, por medio de él, podamos conocer al Padre en el
Los dos temas del seguimiento y de la fe aparecen de
Hijo y podamos vivir como hijos del Padre en el Hijo.
nuevo perfectamente fundidos en la alegoría del pastor y de
las ovejas de Jn 10, que se recoge en 22,32: “recurrir” a
Cristo, buen pastor, significa encontrar al Padre de todos. d) La relación de fe con el Padre
En 22,36 se establece una nueva relación entre el “perma­ El seguimiento como camino de fe nos ha conducido a
necer” de las palabras de Jesús en nosotros y el “permanecer” Cristo, pero el camino no se ha terminado todavía, porque
de Jesús en nosotros: Jesús permanece en nosotros si sus Cristo es “el camino” al Padre: el camino que lleva a Cristo es
palabras permanecen en nosotros; éste es el camino propuesto un camino de fe como lo es también el que se hace siguiendo
en IR 22: del “retener en nosotros la palabra” se pasa al a Cristo. Toda la terminología de 22,41-55 es de revelación,
“permanecer en Cristo”. Son dos etapas fundamentales e y la revelación exige que sea acogida en la fe.
íntimamente ligadas en un seguimiento presentado como El “tengamos presente” de 22,41 retoma y sintetiza tanto
camino de fe. De un primer nivel de interioridad -la palabra el “retener en nosotros la palabra” como el “permanecer en
en el corazón-, se pasa a uno segundo -nosotros en Cristo-: Cristo” : es indispensable “observar” el evangelio porque
la fe se hace comunión, el “seguir” se transforma en “perma­ equivale a “mantenerse” en Cristo en cuanto que Jesús está
necer”.
58
presente en el evangelio y en el evangelio nos revela al Padre.
Este concepto vuelve a aparecer en 22,42: la manifestación
del nombre del Padre por parte de Jesús consiste en dar a los
hermanos las palabras recibidas del Padre, y esto acaece
cuando les da el evangelio.
“Manifestar” y “glorificar”, tanto en Juan como en IR 22,
son prácticamente sinónimos y exigen una respuesta de fe. La
glorificación del Padre y del Hijo consiste en la manifestación
del Padre como Padre de Jesús, y de éste como Hijo del Padre.
La revelación acogida con fe constituye la verdadera glorifi­
cación del Padre y del Hijo. Como Jesús manifestó su gloria
durante su vida terrena y glorificó al Padre viviendo como
Hijo en constante unión con él y revelándose de este modo “la
verdad” del Padre, así serán ahora los hermanos, que “obser­
van” el evangelio con fe activa, los que continuarán glorifi­
cando al Hijo y al Padre1.
En 22,45-55 se habla de hacer digno de admiración en la
verdad. Se ruega al “Padre santo” que “guarde” a los hermanos
en su nombre (22,45), esto es que los conserve en su fe y en
su vida de hijos, de modo que puedan participar en la unión
Padre-Hijo. La palabra del Padre es la verdad (22,50) y la
palabra del Padre se identifica con Jesús (“Yo soy... la verdad”,
22,40): las palabras del Padre que Jesús ha dado a los hermanos
son, pues, Jesús mismo. En su evangelio se confirma la presen­
cia viva de Jesucristo: “guardando” el evangelio, se está en
Cristo-verdad, revelación del nombre del Padre, se vive como
hijos en el Hijo. Es una vida impregnada de fe.
El mundo de la incredulidad odia a los hermanos como ha
odiado a Jesús, y por el mismo motivo: lo que los separa es la
1 La unión entre fe, glorificación-revelación y santificación aparece
sutilmente sobreentendida en muchos escritos de Francisco; en forma más
explícita está presente en la Paráfrasis del Padrenuestro donde “santifica­
do sea tu nombre” se explica en estos términos “clarificada sea en nosotros
tu noticia” (ParPN 3).
59
le. Pero Jesús ha enviado a los hermanos al mundo como el
Padre le ha enviado a él al mundo: se trata de la misma misión
reveladora, en vista de la fe que continúa. Jesús se santifica a
sí mismo viviendo como Hijo y revelando así al Padre. De
esta santificación-revelación proviene la posibilidad de la
santificación-revelación realizada por los hermanos, llamados
a vivir como hijos en el Hijo. Este evangelio vivido, esta
palabra encarnada, fruto de la fe, se convertirá en instrumento
de revelación de forma que también otros crean en el Hijo
enviado por el Padre, y se amplíe la familia de los hijos
amados por el Padre en el Hijo.
Donde hay fe en el Hijo, allí está el Hijo y, por tanto,
también el amor del Padre. El reino de Dios, el reino del Padre
es el Hijo: él es el “lugar” en el que es posible “ver la gloria
del Padre” (22,55). Pero el Hijo está donde dos o tres personas
están reunidas “en su nombre” (22,37), es decir, reunidas por
la fe en él.
El largo camino del seguimiento lleva al reino del Padre:
es un camino de fe que, bajo la guía del Espíritu, conduce de
la palabra a Cristo y, en él, al Padre; de la escucha de la
palabra a la visión del Padre, mediante un progresivo proceso
de interiorización de la palabra de Cristo en la fe.
Sólo entonces se llegará a tener un corazón limpio, que
pueda servir, amar, honrar y adorar a Dios como a él le
agrada. Sólo “manteniendo el evangelio” en el sentido de
“interiorizarlo” en la fe, será posible “mantener el evangelio”
en el sentido de “observarlo”.
 CAPÍTULO TERCERO

“Bienaventurados los pobres

porque de ellos es el reino de los cielos ”
Así dice Francisco las relaciones humanas

Francisco se pone a la escucha de Jesucristo, que dice en

el evangelio: “Bienaventurados los pobres en el espíritu
porque de ellos es el reino de los cielos” ; contempla al Señor
de la gloria humillándose hasta compartir la condición
humana y elegir una vida pobre. ¿Puede, acaso, Francisco
hacer otra cosa que no sea seguir a Jesús en la humildad y en
la pobreza? A diferencia de lo que hacían tantos movimientos
cvangélico-pauperísticos de su tiempo, Francisco une estre­
chamente la pobreza con la humildad y la fraternidad.
De esta manera la pobreza se convierte en la gran
condición de la minoridad y ésta, a su vez, en la de la fraterni­
dad. Al igual que la fraternidad y la minoridad, también la
pobreza es un modo de relacionarse con los otros antes que
con las cosas. Por desgracia esta dimensión relacional ha sido
a veces olvidada, reduciendo la pobreza a la relación con la
cosas que se pueden tener o no tener, llegando incluso a
batallas “fraternas” feroces para establecer cuál de los grupos
era el más pobre.
“Bienaventurados los pobres en el espíritu porque de ellos
62
es el reino de los cielos”, es la bienaventuranza más querida
por Francisco, que ve en el “reino de los cielos” la hermosa
noticia de la paternidad de Dios y de la fraternidad humana,
y en la “pobreza en el espíritu”, la minoridad y la pobreza. El
camino de la bienaventuranza evangélica, que condice a los
pobres en el espíritu a la posesión del reino de los cielos, es
considerado y representado por Francisco como un camino de
comunión, que lleva, con Cristo humilde y pobre, a vivir entre
los marginados, sin nada propio, siendo pobres y menores
para poder ser hermanos de todos. Así dice Francisco la
bienaventuranza de los pobres en el espíritu, así dice evangéli­
camente las relaciones humanas.
1. Con Cristo humilde y pobre entre los marginados
El capítulo primero de la IR es de suma importancia
porque define “la regla y vida de los hermanos”, y señala la
gran condición para poder “seguir la doctrina y el ejemplo de
nuestro Señor Jesucristo”. Esta definición y condición giran
en torno a la pobreza.
Los cuatro textos evangélicos fundantes (Mt 19,21;
16,24; Le 14,26; Mt 19,29) indican el objetivo -la perfección
y la vida eterna-, la vida que se ha de seguir para lograr ese
objetivo -e l seguimiento de Cristo y el discipulado-, las
condiciones indispensables para ponerse a seguir a Jesús y
lograr la perfección-vida eterna -vender todo lo que se tiene,
negarse a sí mismo, “posponer” a los familiares y la vida
misma, abandonar la familia y los bienes-. Las condiciones
esenciales para iniciar el seguimiento de Jesús se reducen a
una sola: desapropiarse de todo -cosas, personas y hasta uno
mismo-, por amor de Jesús, descubierto como el tesoro para
cuya adquisición vale la pena vender todo lo demás.
Esta definición de la regla y vida de los hermanos presenta,
por tanto, el “sin nada propio” como fundamental, al mismo
63
tiempo que como relativo: fundamental, en cuanto es la gran
condición para el seguimiento; relativo, respecto a lo que es
todavía más importante, el seguimiento de Jesús1, que es el que,
y sólo él, permite alcanzar la perfección y la vida eterna. Queda,
pues, claro desde el comienzo que la pobreza es importante,
y hasta fundamental, pero sólo como condición: no tendrá, por
tanto, sentido alguno que la absoluticemos. Y queda claro
también que la pobreza no se refiere sólo a las cosas, o sólo a
las personas, sino también a uno mismo, a la propia vida, a la
propia voluntad: la puerta de entrada a la regla y vida de los
hermanos es, en verdad, ser “sin nada propio”.
Ésta es la imagen que evoca Francisco, poco antes de morir,
al recordar y volver a proponer los inicios de “esta vida”, la suya
y la de los primeros hermanos: “Y los que venían a tomar esta
vida, daban a los pobres todo lo que podían tener, y se contenta­
ban con una túnica, reforzada por dentro y por fuera, con el
cordón y los calzones. Y no queríamos tener más” (Test 16-17).
Lo primero que hacían era dar todo a los pobres: sabían - y así
lo sentían- que hacer este gesto y mantenerse en este estado
era condición indispensable para vivir “esta vida” evangélica
en el seguimiento de Cristo. El contento que experimentaban
era satisfacción interior, sencilla y profunda, por la bondad de
la opción que habían hecho.
El amor de Francisco a la pobreza como condición
esencial para la vida evangélica, está expresado claramente en
la Ultima voluntad para Clara y sus hermanas, que él escribió
a Clara de Asís y que ella custodió fielmente hasta su muerte:
“Yo, el hermano Francisco, pequeñuelo, quiero seguir la vida
y la pobreza del altísimo Señor nuestro Jesucristo y de su
santísima Madre, y perseverar en ella hasta el fin; y os ruego,
1 En lo que se refiere a la relación entre seguimiento y pobreza,
remitimos a Dalla “sequela Christl” di Francesco d ’Assisi alVapología
della povertá. Atti del XVIII Convegno internazionale di studifrancescani,
Centro italiano di studi sull’Alto Medioevo, Spoleto 1992..
64
señoras mías, y os aconsejo, que viváis siempre en esta
santísima vida y pobreza. Y cuidaos mucho, para que de
ningún modo, ni por la enseñanza ni por el consejo de nadie,
os apartéis jamás de ella” (UlVol 1-3).
En la IR la vida de los hermanos era definida como
“seguir la doctrina y el ejemplo [las huellas] de nuestro Señor
Jesucristo”; en el texto que acabamos de transcribir Francisco
vuelve a emplear la expresión pero sustituyendo “la doctrina
y el ejemplo [las huellas]” por “la vida y la pobreza” del
Señor (UlVol 1). La enseñanza del Señor se encarna y se
resume cada vez más claramente en su vida pobre, y es ésta la
que Francisco solemnemente profesa y quiere seguir2. Este
propósito, este descubrimiento y este tesoro, los confía tierna
y celosamente a “sus señoras”, subrayando la preciosidad del
bien que les consigna y poniéndolas en guardia, con respetuo­
so y delicado cuidado, ante lo que pueda significar apartarse
del vivir “en esta santísima vida y pobreza”.
Francisco quiere seguir, y propone a todos sus hermanos
que sigan, la humildad y pobreza del Señor: “Empéñense
todos los hermanos en seguir la humildad y pobreza de
nuestro Señor Jesucristo” (IR 9,1). De la confrontación de la
IR 9,2 con UlVol l 3, emerge que la humildad y la pobreza del
Señor son presentadas en estrecha relación, que la vida de
Jesucristo está caracterizada ante todo por la humildad, y que
la humildad de Jesús es, en su persona, cualidad más impor­
tante que la misma pobreza.
Vemos aquí la diferencia que hay entre la espiritualidad
de Francisco y la de los movimientos evangélico-pauperísticos
9 es preciso- que, diversamente de cuanto normalmente se cree, su
“El modelo que Francisco asume no es el de la comunidad
apostólica de Jerusalén, sino el ejemplo mismo de Cristo, tal como nos
narra y expone el Evangelio (cf. R. Manselli, Para mejor conocer a
Francisco de Asís, Arantzazu, 1997, 223).
El texto de UlVol 1 es el siguiente: “Yo, el hermano Francisco,
pequeñuelo, quiero seguir la vida y pobreza de nuestro Señor Jesucristo”.
65
contemporáneos a él4. Francisco sabe penetrar en el significa­
do profundo de los textos neotestamentarios, como se deja
ver, por ejemplo, en 2CtaF 5: “Y siendo sobremanera rico,
quiso escoger la pobreza en este mundo, junto con la biena­
venturada Virgen, su madre”. En el versículo precedente se
habla de la encarnación (“María, en cuyo seno recibió la carne
verdadera de nuestra humildad y fragilidad”). “Siendo rico”
hace referencia a 2Cor 8,9: “... siendo rico, se hizo pobre por
vosotros”, pero también a Fil 1,6-8: “El cual (Cristo), siendo
ile condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios;
sino que se despojó de sí mismo, tomando condición de siervo
y apareciendo en su porte como hombre, y se humilló a sí
mismo...”.
El gran ejemplo que hemos de imitar en Jesucristo
“tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo
Cristo” (Fil 2,5)- y en su Madre, no es tanto el de la pobreza
material cuanto el de la humildad, que lleva al Hijo de Dios a
asumir la condición humana de siervo, “haciéndose obediente
hasta la muerte” (Fil 2,8). María es asociada a este gran
ejemplo de pobreza-humildad en cuanto Madre, esto es, como
lugar e instrumento de la humillación-encarnación, y en
cuanto que, con su disponible “fíat”, también ella se hace
“obediente hasta la muerte” del Hijo.
Si esta unión entre pobreza, humildad y comunión vale
para Jesús, debe valer también para quien, como Francisco y
4 “Se debe recordar -e l testimonio de san Francisco sobre este punto
conversión no ha sido la de un rico que ha querido hacerse pobre -n o nos
encontramos frente a otro Valdo-, sino que ha nacido de haber sido
impactado por el dolor y el sufrimiento. En este dolor y en este sufrimiento
encuentra, a un mismo tiempo, a Cristo y la pobreza. Sobre este punto el
lestimonio del propio Francisco en su Testamento es inequívoco” (R.
Manselli, Para mejor conocer a Francisco de Asís, 217-218)
66
los suyos, quiere ponerse a seguirle5. En IR 9,2 se dice que
los hermanos “deben gozarse cuando conviven con gente baja
y despreciada, con los pobres y débiles, con los enfermos y
leprosos, y con los mendigos que están a la vera del camino”.
No es la pobreza la que ocupa el primer plano, sino más bien
la humildad, que es una actitud más íntima, más profunda y
prioritaria en relación con la pobreza, el único terreno en el
que puede nacer y vivir la plantita de la pobreza. Sin humil­
dad, la pobreza está desprovista de alegría, es sólo carencia de
algo. Cierto que la humildad, a diferencia de la pobreza, es
difícilmente cuantificable y, tal vez, precisamente por eso, en
2R 6,3 aparece invertido el orden de los dos términos de
“humildad y pobreza”, y la casuística, que se refiere a la
“altísima pobreza”, absorbe cada vez más espacio y adquiere
mayor importancia, con frecuencia en perjuicio de la humil­
dad y, a veces, hasta del buen sentido6.
Pero en los comienzos no fue así. Francisco, poco antes
de morir, recuerda y representa en el Testamento el “incipit”
de su nueva vida: “El Señor me dio a mí, el hermano Francis­
co, el comenzar de este modo a hacer penitencia: pues, como
estaba en pecados, me parecía extremadamente amargo ver a
los leprosos; pero el Señor mismo me llevó entre ellos, y
practiqué con ellos la misericordia. Y, al separarme de ellos,
lo que me parecía amargo se me convirtió en dulzura del alma
y del cuerpo; y, después de un poco de tiempo, salí del
mundo” (Test 1-3).
5 Para tener una visión del contexto social, político y económico es
útil Assisi al tempo di san Francesco. Atti del V Convegno internazionale.
6 En cuanto al primer siglo franciscano, cf. M. D. L a m b e r t , Povertá
francescana. La dottrina d ell’assoluta povertá di Cristo e degli Apostoli
nell’Ordine francescano (1210-1323), Edizioni Biblioteca Francescana,
Milano 1995. Para ampliar el horizonte, cf. La conversione alia povertá
nell’Italia dei secoli XII-XIV. Convegni del Centro di Studi sulla
spiritualitá medievale, Centro italiano di studi sull’Alto Medioevo,
Spoleto 1991.
67
Francisco - a diferencia de sus biógrafos- presenta su
conversión ligada, como ya dijimos, no a la apertura-lectura
del texto de los evangelios o a la invitación que le hizo el Cristo
de San Damián, sino a la compañía de los leprosos7. En esta
preciosísima descripción que el mismo Francisco hace de su
conversión, no se habla de abandonar los bienes, sino de estar
misericordiosamente con los leprosos, antes que con cualesquie­
ra otros marginados o necesitados de una amistad solidaria y
de un afecto sincero, más, incluso, que de bienes materiales8*.
ITancisco es consciente de que, en el momento de la conversión,
se operó en él una inversión de valores: de la huida ante los
marginados a la opción por ellos. Y en esta opción por los
marginados encontró el sentido profundo de su seguimiento
de Cristo. Se trata de una elección de campo social, que da
concreción a su propósito de seguir las huellas de Cristo.
Se ha dicho con toda la razón que el momento central de
la conversión de Francisco no ha sido el pauperístico, sino el
paso de una condición humana a otra, la aceptación de la
propia inserción en una marginalidad, el introducirse entre los
excluidos (R. Manselli). Queda todavía demasiada retórica
acerca del “poverello”, retórica que vacía la experiencia
religiosa y la propuesta cristiana de Francisco de Asís, de su
7
“La conversión de san Francisco es, lo repito, la superación del
horror ante el leproso y el reconocimiento en él del dolor de Cristo, del
sentido de una crucifixión nueva y diversa, como es la del hombre
firmemente encerrado y aislado en la maldición de su enfermedad. En esta
conversión está el punto de partida, el fondo psicológico en el que va
colocado el sentido de la pobreza de Francisco de Asís” (R. Manselli,
l’ara mejor conocer a Francisco de Asís, 218).
g
F. Accrocca hace notar que “Francisco no eligió ante todo el
socorrer a los hombres: eran ya muchos los que lo hacían, también en su
tiempo; simplemente optó por hacerse uno de ellos, abrazando el dolor
humano y la marginación como camino privilegiado para seguir las huellas
de Cristo crucificado” (F. Accrocca - A. Ciceri, Francesco e i suoifrati,
21 ).
68
radical novedad y de cuanto tenían de más “subversivo” en
relación con los esquemas tradicionales de la cristiandad
medieval (F. Accrocca).
Este tipo de condescendencia misericordiosa, de comu­
nión solidaria, fue lo que impresionó a Francisco en la actitud
de Dios, hecho hombre en Jesucristo; y fue ésta la experiencia
que también él, en su pequeñez, hizo con los leprosos,
probando aquí el cambio de lo amargo en dulce y la fuerza -se
trata casi de no poder actuar de otra m anera- para “salir del
mundo”, de este mundo pecaminoso en el que se camina en
solitario hacia Dios sin conseguir ver a los “leprosos”. Sin
este tipo de pobreza, presente en los ojos y en el corazón,
cualquier otra pobreza, que, aun siendo radical y absoluta sólo
fuera material y exterior, sería árida, inútil, elitista y ofensiva.
Cierto que fue radical la pobreza de Francisco, pero fue
consecuencia de una opción aún más difícil y radical: la
opción por la solidaridad y por la comunión de vida con los
marginados, siguiendo en esto las huellas de Cristo9.
1 El Señor manda en el Evangelio: Mirad, guar­
daos de toda malicia y avaricia (cf. Le 12,15);2 y
también: cuidaos de los afanes de este mundo y de
las preocupaciones de esta vida (cf. Le 21,34; Mt
13,22).
3 Por eso, ninguno de los hermanos, dondequiera
que esté y adondequiera que vaya, en modo alguno
tome, reciba, o haga recibir pecunia o dinero ni
para vestidos ni para libros, ni por el pago de
algún trabajo, absolutamente por ninguna razón, a
Q
“Para san Francisco, la pobreza no es sólo un hecho de renuncia, ni
es sólo un ejercicio ascético para acercarse a la perfección, ni es tampoco
sólo un medio para estar más cerca de Cristo; es la única posibilidad que
él ve para descender al nivel de los verdaderos pobres, de aquellos que
viven cotidianamente la humillación, el sufrimiento de la necesidad, el
riesgo del hambre” (R. Manselli, Para mejor conocer a Francisco de Asís,
225).
69
no ser en caso de manifiesta necesidad de los
hermanos enfermos.
Las frases evangélicas que Francisco reproduce, recu­
rriendo con libertad a la fusión de dos versículos de Lucas
(12,15 y 21,34) -pero lo hace respetando mucho su significa­
do original-, ponen severamente en guardia a los hermanos
respecto a toda forma de posesión, de codicia, de avaricia y de
preocupaciones a causa de los bienes de este mundo. Lo que
sorprende es cómo concretiza esta llamada de atención, de
suyo genérica, en la prohibición absoluta de recibir dinero. Es,
sin duda una concretización muy radical, y revela la extrema
seriedad con la que quiere acoger la invitación de Jesús. No
recibir dinero por ninguna razón es indudablemente una forma
muy seria de garantizar la pobreza y, por tanto, el “seguimien­
to de Cristo” en solidaridad con los pobres y los marginados.
Del conjunto de los escritos de Francisco se desprende
claramente que la prohibición de recibir dinero no está
motivada por una visión maniquea, sino por una fuerte
exigencia de concreción, que le llevará a identificar con
nitidez el objetivo, y los instrumentos más eficaces para
alcanzarlo; y todo con una simplicidad, una coherencia y un
coraje que te desarman. No aceptar dinero permite permanecer
en un estado en el que se puede compartir la vida de los
pobres y de los marginados, no simplemente por solidaridad
social, sino por motivación teológica: es el mismo Cristo
quien ha elegido a los pobres para que le representen10. Esto
es substancialmente el “sine glossa” con que Francisco
interpreta el evangelio y que con tanta insistencia recomienda
en Test 38-39.
Para mantenerse en la “altísima pobreza”, los hermanos
10 En el juicio final, descrito en Mt 25,31-46, aparecen varias
categorías de pobres: el hambriento, el desnudo, y también el forastero, el
enfermo, el encarcelado. En la práctica son las mismas categorías de
pobres que aparecen en IR 9,2.
70
no deberán recibir dinero “por ninguna razón, a no ser en caso
de manifiesta necesidad de los hermanos enfermos” (IR 8,3).
He aquí una excepción, que es preciosa en el “ecosistema”
rígido y coherente de Francisco. El no recibir dinero está en
función de la pobreza, pero la excepción a la prohibición
absoluta de recibir dinero indica que hay algo que es más
importante que la misma pobreza. La manifiesta necesidad de
los hermanos enfermos es razón suficiente para recibir dinero:
el cuidado de los hermanos enfermos es más importante que
el cerco que se ha construir en torno a la pobreza. Ha de
estimarse más la caridad que la importantísima pobreza.
Una confirmación evidente y preciosa de esta jerarquía de
valores la encontramos al final del capítulo 8 de 1R, dedicado
todo él a la prohibición de recibir dinero: “No obstante, en
caso de manifiesta necesidad de los leprosos, los hermanos
pueden pedir limosna para ellos” (IR 8,10). No se habla
explícitamente de dinero, pero es evidente el paralelismo con
la “manifiesta necesidad de los hermanos enfermos” de IR
8,3, donde se permite recibir dinero.
La humildad y la pobreza son las características típicas de
la vida evangélica de Francisco en el seguimiento de Cristo.
Pero el hecho de que no se dé a sí mismo, ni dé a los que se
unen a él el título de “pobres” sino el de “hermanos menores”,
nos fuerza a asociar la pobreza a la minoridad y la minoridad
a la fraternidad. El programa evangélico de Francisco, o sea
la forma fundamental de su seguimiento de Cristo, se puede
resumir así: menores siempre y entre todos para ser hermanos
siempre y de todos". Así resultan explicables y coherentes las
11 “Es impresionante cómo el hijo del mercader ha encontrado, a
través de la comprensión inmediata y directa del mensaje de Cristo y no
mediante el estudio de la teología, el valor supremo de la humanidad: no
en el rico y poderoso de la tierra, sino en el más pobre, más abandonado,
más despreciado, como justamente es el leproso. En esta recuperación del
valor de la persona humana, en cuanto redimida por Cristo y, por ello,
71
dos excepciones a la rígida prohibición de recibir dinero.
Francisco se propone seguir la humildad y la pobreza del
Señor, y esto le lleva a hacer concretamente la opción por la
marginación, no porque ésta sea un bien en sí misma, sino por
solidaridad fraterna con los últimos. En la intuición originaria
de Francisco y antes de las acomodaciones institucionales, los
“hermanos menores” son un grupo de personas que, poniéndose
a seguir a Cristo humilde y pobre, no pueden menos de hacer
el mismo tipo de opción que su Señor, que los lleva a compartir
solidaria y fraternamente con los marginados del tiempo.
2. Sin nada propio
Francisco prefiere la expresión, más radical y concreta,
“sin nada propio”, al término, más abstracto, de “pobreza”.
“Nada” significa “nada”: se trata de desapropiarse de todo, de
todo derecho, de todo bien.
a) Desapropiación de todo
“Cuando los hermanos van por el mundo -escribe
Francisco- no lleven nada para el camino: ni bolsa, ni alforja,
ni pan, ni pecunia, ni bastón” (IR 14,1); ni derecho a oponerse
al malvado, ni derecho de propiedad sobre el propio vestido.
No deberán llevar consigo ni siquiera una austeridad que les
impida acoger con bondad a cualquiera, o que haga que
alguien -aunque sea enemigo, ladrón o bandido-, pueda
sentirse a disgusto*12. En la mentalidad-espiritualidad de
Francisco es preferible una gozosa y acogedora alegría a una
actitud penitencial rígida y distante, que podría correr el riesgo
convertida inmediatamente en hermana, está una de las enseñanzas más
altas de Francisco de Asís” (R. Manselli, Para mejor conocer a Francisco
de Asís, 209-210).
12
“Y todo aquel que venga a ellos, amigo o adversario, ladrón o
bandido, sea acogido benignamente” (IR 7,14).
72
73
de una introvertida autocomplacencia, aunque sea espiritual13.
y de espiritualidad.
Es pobreza desapropiarse también de una imagen heroicamen­
te ascética y con la que uno se siente a gusto, para hacer lugar, Es a este tipo de pobreza al que se hace referencia en 2R
con humildad y familiarmente, a todos, incluso a quienes no 3,10-11: “Aconsejo, también, amonesto y exhorto a mis
pueden permitirse el lujo, espiritualmente elitista, de una hermanos en el Señor Jesucristo, a que, cuando van por el
austeridad buscada, del silencio rígido, del horario que se ha mundo, no litiguen ni se enfrenten a nadie de palabra (cf.
de respetar, de la observancia regular. 2Tim 2,14), ni juzguen a otros, sino sean apacibles, pacíficos
Y esto se hace sinceramente, como corresponde a y mesurados, mansos y humildes, hablando a todos honesta­
mente, según conviene”. Se trata de una pobreza que se exige
verdaderos pobres y verdaderos hermanos menores, sin una
siempre y en relación con todos (“cuando van por el mundo”)
actitud de “benigna condescendencia” y sin juzgar a los otros.
Citando muy oportunamente Rom 14,3, IR 9,12 recuerda: “El y que presupone la desapropiación del derecho a defender los
propios derechos, verdaderos o presuntos, de forma que quede
que no coma no juzgue al que come”. Francisco se ha
anulado incluso el pretexto mismo de litigio o de disputa; de
percatado perfectamente del significado del texto paulino.
una pobreza-minoridad a la que se niega previamente el
Una pobreza sin caridad no es auténtica; como tampoco lo es
derecho a juzgar por cualquier motivo; de una pobreza que a
una caridad sin pobreza, esto es, una caridad que, en el
quien la vive reconoce sólo el derecho y el deber de ser,
momento concreto en el que se practica, no sabe desapropiar­
sencillamente y con sentido de reconocimiento, siempre y con
se de la tentación de juicio o de autocomplacencia.
todos, “apacibles, pacíficos y mesurados, mansos y humildes”.
Mientras IR 9,12 mira sobre todo a la vida de la fraterni­
Una vez más se ve claramente que la planta de la pobreza
dad, 2R 2,17 hace referencia, hasta con un cierto rigor, a cómo
franciscana puede nacer sólo en ese terreno humilde que se
los hermanos han de comportarse en relación con los que no llama minoridad.
pertenecen a la fraternidad: “A todos ellos le amonesto y
Francisco escribe con fuerza en el Testamento: “ Mando
exhorto a que no desprecien ni juzguen a quienes ven que se
firmemente, por obediencia, a todos los hermanos que,
visten de prendas suaves y de colores, y que toman manjares
dondequiera que estén, no se atrevan a pedir a la curia
y bebidas delicadas, sino más bien cada uno juzgúese y
romana, ni por sí ni por intermediarios, escrito alguno en
despréciese a si mismo”. Es expresión de pobreza vestirse
lavor de una iglesia o de otro lugar, ni so pretexto de predica­
“ropas viles” (2R 2,16), pero sería una caricatura de la
ción, ni por sufrir persecución en sus cuerpos, sino que,
pobreza la de aquel que luego desprecia y juzga a quien viste
cuando en alguna parte no sean recibidos, huyan a otra tierra
lujosamente. No basta con desapropiarse de vestidos ricos y
(cf. Mt 10,23) a hacer penitencia con la bendición de
privarse de comidas suculentas; es preciso desapropiarse
Dios”(Test 25-26). Leyendo este texto, se advierte en seguida
también, y sobre todo, del hábito del orgullo y de la costumbre
la auténtica libertad evangélica alcanzada por el autor, pero se
de juzgar y despreciar, no raramente disfrazada de profetismo
perciben también las estratagemas mezquinas puestas en
13
“Y guárdense de mostrarse exteriormente tristes e hipócritamente práctica por otros para reapropiarse, con una cierta astucia, de
sombríos; antes bien muéstrense gozosos en el Señor y alegres y conve­ lodo aquello a lo que habían renunciado. Francisco se esfuerza
nientemente agradables” (IR 7,15).
en desenmascarar la infinita casuística puesta en práctica por
74
quien, no teniendo el corazón humilde y pequeño, quiere
continuar sintiéndose pobre y pareciéndolo.
El no poseer nada restituye la libertad de ir por el mundo
como peregrinos y extranjeros.
1 Los hermanos no se apropien nada para sí, ni
casa, ni lugar, ni cosa alguna.2 Y, cual peregrinos
y extranjeros en este mundo (cf.lPe 2,11; Sal
38,13), sirviendo al Señor en pobreza y humildad,
vayan por limosna confiadamente. 3 Y no tienen
por qué avergonzarse, pues el Señor se hizo pobre
por nosotros en este mundo (cf. 2Cor 8,9). 4 Ésta
es la excelencia de la altísima pobreza (2Cor 8,2),
la que a vosotros, queridísimos hermanos míos, os
ha constituido herederos y reyes del reino de los
cielos (cf. Sant 2,5; Mt 5,3; Le 6,20), os ha hecho
pobres de cosas y sublimado en virtudes ( cf. Sant
2,5) (2R 6,1-4).
La expresión “peregrinos y extranjeros” de 1Pe 2,11 ha
inspirado profundamente a Francisco, que ha sentido la
necesidad de sustituir el modelo de la “stabilitas loci” del
monaquismo por el de la “mobilitas loci”. “Éste es nuestro
claustro”, dicen los hermanos a Dama Pobreza, indicando el
mundo entero14. Pero para sentirse en casa estando en cual­
quier parte, es preciso haber tenido antes el coraje de desapro­
piarse de todo. Sólo en esta perspectiva se puede entender, en
su impresionante concreción y en su profundo significado, el
mandato de no apropiarse “nada, ni casa, ni lugar, ni cosa
alguna”. Es el presupuesto de la libertad de poder ser “pere­
grinos y extranjeros en este mundo, sirviendo al Señor en
pobreza y humildad” 15.
14 Cf. Sacrum Commercium, 63.
15 También en la IR 7,13 se dice: “Guárdense los hermanos,
dondequiera que estén, en eremitorios o en otros lugares, de apropiarse
para sí algún lugar, o de defenderlo contra alguien”.
75
Es condición necesaria para poder ser herederos y reyes
del reino de los cielos: la idea y el vocabulario están clara­
mente tomados de Sant 2,5: “¿Acaso no ha escogido Dios a
los pobres según el mundo para hacerlos ricos en la fe y
herederos del reino que prometió a los que le aman?”. “La
excelencia de la altísima pobreza”, como se dice en 2R 6,4,
entraña no apropiarse “de nada”, que, por supuesto, se refiere
a las cosas materiales, pero que incluye también todo otro bien
o derecho, superando la continua tentación de apropiárnoslo:
la desapropiación total tiene como punto de partida motiva-
cional y como término de llegada una actitud de fe incondicio­
nal y de confianza en la Providencia.
b) Desapropiación de todo derecho
La primera de las dos modalidades de evangelización
propuestas a los hermanos que van entre los infieles (IR 16),
es expresión de una actitud interior y exterior profundamente
unida a la pobreza-humildad; consiste de hecho en no litigar
ni disputar con quienes tienen una fe diversa, en estar sujetos
a todos por amor de Dios, y en confesar que son cristianos.
Vuelve a tomar el mandato de IPe 2,13 -e n el contexto
bíblico se refiere sólo “a toda humana institución”- , amplian­
do su alcance, hasta el punto de incluir en él la sumisión “a
toda humana criatura”, actitud y comportamiento posibles en
quien se siente desapropiado del deber y del derecho no sólo
de imponer a alguien la propia fe, sino incluso del simple
tener que defenderla verbalmente.
Francisco cita IPe 2,13 también en la 2CtaF 47: “Nunca
debemos desear estar sobre los demás, sino, más bien, debemos
ser siervos de toda humana criatura y estarles sometidos [serví
et subditi] por Dios”. El término subditi aparece también en
IR 7,2, donde encontramos una alusión a la misma actitud pero
en el caso de quien trabaja en casa ajena: “Los hermanos, en
76
cualquier lugar donde estén sirviendo o trabajando en casa de
otros, no sean administradores, ni escribanos, ni estén al frente
de las casas donde sirven; ni acepten oficio alguno que engendre
escándalo o cause daño a su alma (cf. Me 8,36); sino sean
menores y súbditos [minores et subditi] de todos los que se
hallan en la misma casa”. Nos encontramos ante un ejemplo
concreto de lo que significa vivir como “hermanos menores”
en el trabajo “en casa de otros”; se trata de un tipo de trabajo
que, lejos de crear problemas, parece ser normal al menos en
el contexto de los tiempos más primitivos. Vivir como hermanos
menores no está en contraste ni con el trabajo en sí mismo, ni
con el trabajo al servicio y en dependencia de otros; pero quedan
excluidas expresamente labores de dirección o situaciones de
poder y prestigio.
En Test 19 Francisco recuerda -e n forma nostálgica y
propositiva al mismo tiempo-los tiempos de los inicios, cuando
“éramos incultos y estábamos sometidos a todos” [idiotae et
subditi ómnibus]. En SalVir 14-18 se hace una ampliación
ulterior: “La santa obediencia confunde a todos los propios
quereres corporales y carnales; y mantiene mortificado su cuerpo
para obedecer al espíritu y para obedecer a su hermano, y está
sujeto y sometido a todos los hombres que hay en el mundo;
y no sólo a los hombres, sino también a todas las bestias y fieras,
para que, puedan hacer de él lo que les parezca en cuanto les
sea dado de lo alto por el Señor (cf. Jn 19,11)”.
Se trata de estar en una situación de pobreza-sumisión,
pobreza-servicio, pobreza-minoridad con quien esté a nuestro
lado. Los términos minores y maiores indican, en tiempo de
Francisco, dos grupos sociales distintos y contrapuestos; los
términos subiecti y subditi, en cambio, no indican técnicamen­
te un grupo social, sino describen la realidad existencial de los
minores en muchos aspectos. La opción de Francisco para sí
y para quien quiera vivir como él es precisamente la de ser
contemporáneamente minores, subditi, subiecti en cualquier
77
contexto y en relación con todos. No sólo existe la pobreza en
lo que se refiere a las cosas materiales, sino también en el
campo del poder16, y este segundo tipo de pobreza, ciertamen­
te más comprometido y difícil que el primero, es al que se
refieren ciertos pasajes que están más o menos en relación con
1Pe 2,13. Esta condición de minoridad y de sumisión pone a
los hermanos a merced de todos y los deja indefensos frente
a toda posible injusticia.
La unión que Francisco ve entre pobreza, obediencia y
fraternidad aparece con gran claridad en una de sus Admoni­
ciones:
1 Dice el Señor en el Evangelio: El que no
renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi
discípulo (Le 14,33);2 y: El que quiera salvar su
vida, la perderá (Le 9,24).3 Abandona todo lo que
posee y pierde su cuerpo el que se entrega a sí
mismo totalmente a la obediencia en manos de su
prelado. 4 Y todo cuanto hace y dice, si sabe que
no es contra la voluntad del prelado, y mientras
sea bueno lo que hace, es verdadera obediencia. 5
Y si alguna vez el súbdito ve que algo es mejor y
de más provecho para su alma que lo que le manda
16 “No es casualidad que el vocabulario medieval en torno a la
pobreza, que incluye los términos que expresan la miseria material
(famelicus, esuriens, mendicus, pannosus, indigens, inops, egens)
contenga también términos que aluden a la debilidad y a la fragilidad
física, cultural, jurídica, a la falta o a la privación de un status social y de
poder (peregrinus, debilis, humilis, orphanus, vidua, exiliatus, captivas,
senex, negrotas, leprosas, infirmus, ydiota, simplex, etc.). La variedad de
vocablos y los nexos que entre ellos se dan, constituyen una pauta clara
para comprender la óptica con la que se tiende a ver y a caracterizar el
mundo de los pobres; es un mundo privado ante todo de aquellas
connotaciones, de aquellas garantías, de aquellos instrumentos de poder
que son propios de las jerarquías sociales (militares y religiosas) y de los
grupos a ellas ligados” (G. Miccoli, Francisco de Asís. Realidad y
memoria de una experiencia cristiana, Arantzazu, 1994, 88).
78
el prelado, sacrifique voluntariamente lo suyo a
Dios, y esfuércese en poner por obra lo que le
manda el prelado. 6 Pues ésta es la obediencia
caritativa (cf. IPe 1,22), porque da lo que debe a
Dios y al prójimo. 7 Pero, si el prelado le manda
algo que va contra su alma, aunque no le obedezca
no por eso lo abandone. 8 Y si por ello ha de sufrir
persecución por parte de algunos, ámelos más por
Dios. 9 Porque quien prefiere sufrir persecución a
desear separarse de sus hermanos, se mantiene
verdaderamente en la obediencia perfecta, ya que
entrega su vida (cf. Jn 15,13) por sus hermanos”
(Adm 3,1-9).
La frase evangélica de la que parte la Admonición (Le
14,33) hace referencia a la pobreza, pero luego se habla de la
obediencia presentando sucesivamente tres casos y calificán­
dolos de “verdadera obediencia” (v. 4), “obediencia caritati­
va” (v. 6) y “obediencia perfecta” (v. 9). Es curioso observar
que se define como “obediencia perfecta” precisamente
aquella en la que ni se da ni se puede dar la obediencia,
porque obedecer en ese caso sería ir contra la conciencia. Pero
Francisco dice al súbdito que, “aún no obedeciendo [al
superior], no por eso lo abandone”17: se subraya la actitud
interior que lleva a cuidarse del hermano; el hermano más
fuerte ha de preocuparse del más débil; y, en nuestro caso, el
más débil es el hermano superior, que se ha alejado del
evangelio. En esta Admonición, se parte de la pobreza, se pasa
a la obediencia y se llega a la caridad, anticipada ya en el v. 6
con el adjetivo “caritativa”: es una extraña “confusión de las
virtudes” 18.
17 Nótese la finura sintáctica: el no obedecer es frase secundaria,
siendo la principal la que dice que no abandona al superior.
18 Lo que en los escritos de Francisco aparece como importante no
es la definición o la distinción precisa de una virtud respecto a otra, sino
la actitud interior fundamental. Ver a este propósito el originalísimo
79
El pasaje fundamental lo constituye el v. 3, donde se dice
que quien se somete totalmente a la obediencia lo abandona
lodo. En la espiritualidad de Francisco, también la obediencia
es una forma de pobreza, y no ciertamente la última en
importancia, ya que el bien, de cuya desapropiación aquí se
trata, es la propia voluntad, justamente equiparada con “uno
mismo”. También en la Admonición 2, comentando Gen 2,16-
17 - “Come del fruto de cualquier árbol del Paraíso, pero del
árbol de la ciencia del bien y del mal no comas”- , Francisco
explica que “come del árbol de la ciencia del bien, el que se
apropia su voluntad”: el pecado por excelencia, sea de los
primeros padres como de cualquiera después de ellos, es la
desobediencia.
c) Desapropiación de todo bien
Otro de los contenidos de la pobreza, que encontramos
subrayado frecuentemente en los escritos de Francisco, es el
no gloriarse de ninguno de los bienes que Dios hace en
nosotros, restituyéndoselos a él, que es la única fuente de todo
bien. Se trata de no apropiarse de aquello que no es nuestro
sino del Señor, como se expresa con claridad en IR 17,17: “Y
restituyamos todos los bienes al Señor Dios altísimo y sumo,
y reconozcamos que todos son suyos, y démosle gracias por
lodos ellos, ya que todos los bienes de él proceden”.
En IR 17,5-6 se pide a todos los hermanos, cualquiera
que sea la función u oficio que tengan, que se humillen en
lodo, y que no se gloríen ni se gocen en sí mismos, ni se
exalten interiormente “de las palabras y obras buenas, y hasta
de ningún bien que Dios hace, dice y obra alguna vez en ellos
y por ellos”. Todo el bien y todo bien procede de Dios; los
Saludo a las virtudes, en particular los vv. 6-7: “Quien posee una y no
ofende a las otras, las posee todas. Y quien ofende a una, ninguna posee
y a todas ofende”.
80
hermanos no son sino instrumento del que Dios se sirve para
hacer el bien. El adverbio temporal “alguna vez” relativiza
ulteriormente la importancia del instrumento.
Muy bella es la expresión que encontramos en Adm 11,4:
“Y dichoso quien nada retiene para sí, restituyendo al césar lo
que es del césar y a Dios lo que es de Dios” 19. Es clara la
intención de aplicarla a la pobreza, como se ve también por el
versículo que inmediatamente precede: “El siervo de Dios que
no se aíra ni se turba por cosa alguna vive rectamente, sin
nada propio”. Airándose o turbándose por el pecado ajeno,
uno se apropia del pecado mismo, como gloriándose de un
bien se apropia de lo que pertenece sólo a Dios. Este es el
objeto de la Adm 18,2: “Dichoso el siervo que restituye todos
los bienes al Señor Dios, porque el que se reserva algo para sí,
esconde en sí mismo el dinero de su Señor Dios, y lo que creía
tener se le quitará”20.
Para Francisco el contenido de la pobreza es vivir “sin
nada propio”: sin cosa alguna que defender, sin derechos que
reclamar, sin amor propio al que ceder, sin juzgar a nadie,
como los menores, siendo súbditos de todos y estándoles
sujetos. R. Manselli hace notar que esta actitud no hay que
confundirla con el simple dejar hacer o una mera renuncia:
Francisco no predica la revolución “no porque no se percate
de la injusticia, la maldad, el dolor y la pobreza, sino porque
está convencido de que el hombre puede y debe tener la fuerza
moral de ir más allá de todo esto. Meta y ejemplo de esta
superación es Cristo crucificado, el Cristo humillado y
sufriente, a quien, en su humilde y real humanidad, quiso
Francisco hacer presente entre los hombres. Quiso hacer
presente la vida total de Cristo: desde el pesebre hasta la
19 Cf.M t 22,21.
20 Francisco se hace eco aquí de la parábola evangélica de los
talentos (cf. en particular Mt 25,18) y del dicho de Jesús recogido en Le
8,19.
81
cruz”21. Sin nada, para tenerlo todo: la desapropiación total,
exterior e interior, sirve para crear el espacio en que se pueda
acoger a Dios, al mismo Dios, que se nos da totalmente a
nosotros. Es nuevamente Francisco quien encuentra la
expresión más concisa y bella para expresar el contenido y el
fin de la pobreza: “Por consiguiente, nada de vosotros
retengáis para vosotros mismos, para que enteros os reciba el
que todo entero se os entrega” (CtaO 29)22.
Para Francisco, ser pobre quiere decir desear ser exacta­
mente lo que se es, sano o enfermo, agradeciéndoselo sincera­
mente al Señor: “Y ruego al hermano enfermo que dé gracias
por todo al Creador, y que desee estar, sano o enfermo, tal
como el Señor le quiere” (IR 10,3).
Frente a situaciones y apersonas difíciles, pobreza quiere
decir no juzgar al prójimo, sino aceptarlo y amarlo como es,
como un don de Dios, sin desear que sea distinto. En la Carta
a un ministro, que se encuentra cansado y decepcionado de
sus hermanos, escribe Francisco: “todas las cosas que te son
un obstáculo para amar al Señor Dios y quienquiera que te
ponga obstáculo, sea de los hermanos o de cualesquiera otros,
aunque te azotaran, debes tenerlo por gracia” (CtaM 2).
Nótese la contraposición consciente “obstáculo-gracia”.
Francisco añade: “Y no quieras de ellos otra cosa, sino lo que
el Señor te dé”; detrás de “ellos” está el Señor: Francisco
sugiere con claridad que la historia, y lo cuotidiano en ella,
puede ser leída con fe. “Y no quieras que (para ti) sean
mejores cristianos. Y sea esto para ti mejor que vivir en un
eremitorio”. Eos otros están bien tal como son, son un don de
Dios. Pobreza es también la renuncia a la pretensión o al
deseo de que los otros sean distintos de como son.
21 R. Manselli, Para mejor conocer a Francisco de Asís, 234-235.
22
La contraposición nada-todo resalta todavía más en el original
latino: “Nihil ergo de vobis retineatis vobis, ut totos vos recipiat qui se
vobis exhibet totum”,
82
La pobreza, tal como la entiende Francisco, comprende
verdaderamente todas las formas de relacionarse con Dios,
consigo mismo, con los otros, con las cosas y con todo el
mundo interior propio: en este sentido -pero sólo en este
sentido omnicomprensivo- la pobreza es la característica de
Francisco. Todo está estupendamente concatenado: “Donde
hay paciencia y humildad, allí no hay ira ni turbación. Donde
hay pobreza con alegría, allí no hay codicia ni avaricia” (Adm
27,2-3); “Señora santa pobreza, el Señor te salve con tu
hermana la santa humildad... La santa pobreza confunde a la
codicia y la avaricia y a las preocupaciones de este mundo”
(SalVir 2.11).
3. Pobres y menores para ser hermanos
En los escritos de Francisco aparece claro el significado
relacional de la pobreza, que debe estar siempre acompañada
por la minoridad, de la que es expresión. Pero el proceso se
completa solamente si aquellos que escogen vivir siendo
pobres y menores lo hacen para vivir verdaderamente como
hermanos, tanto entre ellos como con todos y en todas las
circunstancias. En esta relación está el modo específico que
Francisco tiene de leer la bienaventuranza evangélica de la
pobreza.
a) Como los otros pobres
“Como los otros pobres” es la expresión que encontramos
en IR 7,8, donde Francisco habla del trabajo de los hermanos,
de la limosna y de las situaciones de necesidad en que pueden
llegar a encontrarse. Con estas palabras expresa la concretez
y la cotidianidad de la marginación elegida por Francisco,
pero revela también su voluntad de compartir y de fraternidad:
Y los hermanos que saben trabajar, trabajen y
83
ejerzan el oficio que conozcan, siempre que no vaya
en contra de la salvación del alma y pueda realizarse
honestamente.4 Pues dice el profeta: Comerás los
frutos de tus trabajos; dichoso eres y te irá bien (Sal
127,2);5y el apóstol: El que no quiera trabajar, que
no coma (cf. 2Tes 3,10); 6 y también: Cada uno
permanezca en el arte y oficio en el que ha sido
llamado (cf. ICor 7,24).7 Y por el trabajo pueden
recibir todas las cosas necesarias, excepto pecunia.
8Y, cuando sea necesario, vayan por limosna como
los otros pobres (IR 7,3-8).
El capítulo 7 de la IR, al que corresponde el capítulo 5 de
la 2R, presenta el trabajo como el medio ordinario para el
sustentamiento de los hermanos23. Las dos primeras citas
bíblicas sirven para dejar claro que los hermanos no deben
considerarse en un “status” particular que les exima de la
necesidad de trabajar para tener lo necesario. Sobre este tema,
tanto en tiempo de Francisco como posteriormente, se ha
recurrido con frecuencia a la cita de Le 10,7 - “Permaneced en
la misma casa, comiendo y bebiendo lo que tengan, porque el
obrero tiene derecho a su salario”- , y a la de ICor 9,13 - “¿No
sabéis que los ministros del culto viven del culto, que los que
sirven al altar del altar participan?”-.
Francisco se mueve en una dirección totalmente distinta:
no quiere separar a sus hermanos de la condición normal de
todos, ni de la de los otros pobres, y no quiere tampoco que
los hermanos tengan un trabajo específico que hacer. También
es pobreza trabajar para comer, como lo hacen todos; hacer el
trabajo que uno conoce, si se trata de un trabajo honesto;
recibir la recompensa por el trabajo; ir a pedir limosna cuando
sea necesario, exactamente “como los otros pobres” (IR 7,8),
que no pueden permitirse no trabajar, o no pueden escoger el
23 Acerca del trabajo como opción de vida de Francisco y de su
fraternidad, cf. F. Accrocca - A. Ciceri, Francesco e i suoifrati, 31-48.
84
trabajo. Y, casi como si se tratara de compensar la diferencia
de situación existente entre los pobres de necesidad y los que
lo son por elección, Francisco permite a sus hermanos que
reciban lo necesario por el trabajo, pero les prohíbe firmemen­
te recibir dinero.
En 2R 5,1-2 se presenta el trabajo como “gracia”, que se
ha de acoger “fiel y devotamente”, de forma que no se apague
“el espíritu de la santa oración y devoción, al que las demás
cosas temporales deben servir”. Se nota la preocupación de no
permitir que el trabajo absorba toda la atención y todo el
tiempo en perjuicio de la oración, como se nota también una
clara visión de fe y de reconocimiento de esta realidad, que
con frecuencia es vivida sólo como necesidad.
Al final de su vida, en su Testamento, vuelve Francisco
a subrayar la importancia del trabajo, y lo hace recordando
que desde el comienzo él ha trabajado siempre manualmente
y declara que todavía quiere hacerlo: “Y yo trabajaba con mis
manos, y quiero trabajar; y quiero firmemente que todos los
demás hermanos trabajen en algún trabajo humilde y honesto
Los que no saben, que aprendan, no por la codicia de recibir
la paga del trabajo, sino por el ejemplo y para desechar la
ociosidad. Y cuando no nos den la paga del trabajo, recurra­
mos a la mesa del Señor, pidiendo limosna de puerta en
puerta” (Test 20-22).
Su ejemplo da mayor valor al mandato repetido con
fuerza y que se dirige a todos los hermanos. En relación con
lo dicho en las dos reglas, aquí se añade la prescripción de que
se aprenda a trabajar, dirigida a quien no sabe: evidentemente
el aumento del número de los hermanos o la casuística
interesada hacen ahora necesaria esta añadidura, que subraya
la importancia que Francisco da al binomio trabajo-pobreza.
Con toda claridad se dice que el fin del trabajo y, si es
necesario, el de aprender un oficio, no es recibir la recompen­
sa, sino “dar ejemplo y evitar la ociosidad”. El “ejemplo” que
85
se ha de dar es ante todo de solidaridad con los pobres, que
están obligados a trabajar para comer, pero también de
libertad interior respecto de cualquier forma de “codicia”.
3 Y, cuando sea necesario, vayan por limosna. 4
Y no se avergüencen, y recuerden que nuestro Señor
Jesucristo, el Hijo del Dios vivo omnipotente (cf.
Jn 11,21), puso su rostro como piedra durísima (cf.
Is 50,7) y no se avergonzó;5 y fue pobre y huésped
y vivió de limosna, como también la bienaventurada
Virgen y sus discípulos (IR 9,3-5).
10 Y manifieste confiadamente24el uno al otro su
necesidad, para que éste le encuentre lo necesario
y se lo proporcione (IR 9,10).
Para comprender el significado profundo de la pobreza de
Francisco puede ayudarnos volver a leer atentamente estos
pasajes. Lo esencial no es una especie de emulación con
quienes menos tienen: cuando sea necesario, los hermanos
pueden pedir limosna, buscando y recabando lo que les sirve,
pero teniendo en cuenta obviamente cuanto se ha dicho, esto
es, que el medio primero y fundamental para el sustento es el
propio trabajo (cf. IR 7) y que el dinero se podrá aceptar sólo
para los hermanos enfermos y para los leprosos (IR 8,3.10).
Los versículos que hemos transcrito no centran la atención
tanto en el permiso de ir a pedir limosna, cuanto en la
invitación a no “avergonzarse” de ir por limosna. No es
casualidad que el verbo aparezca dos veces en el v. 4. El
ejemplo de Jesucristo (el título “Hijo de Dios vivo, omnipoten­
te” sirve para resaltar el contraste), que no se ha avergonzado
de ser pobre y huésped y de haber vivido de limosna, es para
animar a que tampoco los hermanos se avergüencen de ir por
limosna en caso de necesidad.
También la cita de Is 50,7 nos ilustra. En el tercer canto
24 En el original: «secure», lo que, en nuestro caso, da a la confianza
el valor sobreañadido de la certeza de ser atendido (Nota del traductor).

rl Siervo tic Jahvé, éste, ultrajado y golpeado, expresa toda su
confianza en Dios: “Mi Señor me ayudaba, por eso no
quedaba confundido; por eso ofrecí el rostro como pedernal,
y sé que no quedaré avergonzado”. La pobreza propuesta aquí
por Francisco no consiste tanto en no tener lo necesario para
vivir, cuanto en ser libres del orgullo y del amor propio25.
Después de que en la primera parte de la IR 9 se habla de
no avergonzarse de ir por limosna en caso de necesidad, en el
v. 10 se anima a no avergonzarse de pedir ayuda. Pero cambia
el contexto: de la limosna entre la gente se pasa a la limosna
dentro de la fraternidad. El concepto es substancialmente
idéntico, pero el “no se avergüencen” del v. 4 es sustituido por
la expresión más familiar y delicada “manifieste confiadamen­
te” del v. 10. Como antes se subrayaba la pobreza consistente
en no avergonzarse de pedir lo necesario fuera de la fraterni­
dad, ahora se subraya la pobreza que consiste en pedir ayuda
en el seno de la fraternidad en caso de necesidad. Y pedir
ayuda significa reconocerse necesitados, reconocer que no
somos perfectos ni suficientes por nosotros mismos, ser
conscientes de que somos débiles, de que carecemos de algo,
de que precisamos de otros, de que, por consiguiente, somos
pobres.
Esta pobreza no la reconocemos fácilmente, pero es más
radical, más profunda, más verdadera y más preciosa que una
pobreza sólo material. Una vez más la pobreza de Francisco
va más allá de la simple renuncia a bienes únicamente
materiales: es una pobreza más esencial, máscreatural, más de
relación, y no sólo con las cosas sino también consigo mismo,
con Dios y con los otros.
El v. 9 concluye con unas palabras de ánimo a no
25
' Tanta insistencia en el vencimiento de la vergüenza probablemente
refleja también las dificultades que han ido apareciendo, lo que no quita
nada al significado que Francisco da a “no avergonzarse de ir por
limosna”.
87
avergonzarse de ir por limosna fuera de la fraternidad; esas
palabras tienen, entre otras, esta justificación: “por la caridad
y las limosnas que hayan hecho [los que se las hayan hecho],
recibirán el premio del Señor”. No hay que avergonzarse de
hacer el bien: los hermanos que van por limosna hacen bien
a los que se la dan, puesto que a estos últimos les ofrecen la
ocasión de que el Señor les pague su gesto y su generosidad.
La misma argumentación, en forma todavía más delicada y
fina, se encuentra en el v. 10 para estimular a que se pida
ayuda con confianza en el interior de la fraternidad: “para que
éste [el hermano] le encuentre lo necesario y se lo proporcio­
ne”. También es pobreza esa capacidad de salir del replega-
miento sobre uno mismo -incluso en caso de necesidad
objetiva- para dirigirse al exterior. Es cuanto hay que vivir en
la cotidianidad de las relaciones con los demás.
13 Y en caso de necesidad, les está permitido a
todos los hermanos, dondequiera que estén,
servirse de todos los alimentos que pueden comer
los hombres, como dice el Señor de David, el cual
comió los panes de la ofrenda, que no estaba
permitido comer sino a los sacerdotes (cf. Mt
12,4; Me 2,26) (IR 9,13).
En orden a definir la concepción que Francisco tiene de
la pobreza, son también iluminadoras sus frecuentes alusiones
a casos de necesidad. Ya hemos notado en IR 8,3.10 que “en
caso de manifiesta necesidad” de los hermanos enfermos o de
los leprosos, los hermanos podrán recibir incluso dinero: esto
nos ha descubierto que en la mentalidad de Francisco hay algo
que es más importante incluso que la importantísima pobreza:
la caridad-fraternidad.
En IR 9,13 se dice que “en caso de necesidad, les está
permitido a todos los hermanos, dondequiera que estén,
servirse de todos los alimentos que pueden comer los hom­
bres”, y se cita a Me 2,25-26, donde Jesús defiende a los
 89
88
Es pobreza comer sólo determinados alimentos, es pobreza
discípulos que en día de sábado habían arrancado espigas para
andar descalzos, es pobreza tener una regla austera y precisa,
matar el hambre: “¿No habéis leído nunca lo que hizo David
que se ha de seguir en cualquier circunstancia; pero es pobreza
cuando se encontró en necesidad y tuvo hambre, él y sus
también aceptar sencillamente lo que se deriva de la necesidad,
compañeros?”. Y Jesús concluye con unas palabras luminosas
como deben hacer cotidianamente todos los demás pobres, que
y liberadoras: “El sábado está hecho para el hombre y no el
no tienen reglas particulares que profesar o consultar, sino sólo
hombre para el sábado” (Me 2,27).
la humilde y poco ostentosa regla de la necesidad, con la que
Nótese el sentido de totalidad en la terminología usada:
han de echar cuentas arriesgándose y poniéndose en peligro ellos
todos los hermanos, dondequiera que estén, todos los alimen­
mismos. Francisco sabe reconocer la autenticidad y la preciosi­
tos (única condición: que puedan ser comidos por los hom­
dad de esta pobreza que muchos no la pueden escoger aún
bres). La misma apertura, universal y liberadora, la encontra­
teniendo que estar sometidos a ella, y propone que “esta necesi­
mos al final del capítulo: “También en tiempo de manifiesta
dad que no tiene ley” sea leída como “gracia del Señor” (cf. 1R
necesidad, todos los hermanos hagan lo mismo con las cosas
9,16). Frente a la pobreza rígida, heroica y elitista de posible
que les son necesarias, según la gracia que el Señor les dé,
sabor farisaico, Francisco prefiere una pobreza más normal,
porque en la necesidad no hay ley” (IR 9,16).
más humilde, más “publicana”.
Este respeto a la necesidad aparece también en otras
La pobreza que él propone es dura y exigente: es una
ocasiones en los escritos legislativos de Francisco. En 2R
pobreza que pide desapropiarse no sólo de todas las cosas
2,14-15 se describe minuciosamente el vestido del hermano:
externas y materiales, sino también de la propia voluntad y del
una túnica con la capucha y otra sin ella, los que la quieran
orgullo; exige también la desapropiación de todo derecho a
tener; “Y los que se vean obligados por la necesidad pueden
defender las propias ideas, los propios bienes, y hasta la
llevar calzado” (v. 16). En 2R 3,13 se prohíbe a todos montar
propia vida; exige desapropiarse hasta de todo bien para
a caballo, “a no ser que se vean obligados por una manifiesta
restituirlo al único propietario que es Dios. Impresiona esta
necesidad o enfermedad”. En los diversos casos hay una
pobreza absoluta y global, pero impresiona más todavía el
condición común, el estado de necesidad: y la necesidad no
gozo que Francisco describe como fruto de esta desapropia­
tiene ley.
ción total, al que llama “verdadera alegría”. Es el evangelio de
Y, ¿quién tendrá que juzgar cuándo se da el estado de la cruz; es cruz, pero es todavía más: evangelio, noticia que
necesidad? La respuesta es tan liberadora como responsabili- colma de alegría, tesoro encontrado para cuya adquisición
zadora. Francisco escribe al hermano León: “Esto te aconsejo: merece la pena venderlo todo gozosamente y sin tardanza, no
que hagas, con la bendición de Dios y mi bendición, como sea que pase la ocasión del gran negocio.
mejor te parezca que agradas al Señor Dios y sigues sus
1 D ic h o so s los p o b re s d e espíritu, p o rq u e de
huellas y pobreza” (CtaL 2.3). En IR 16,7 la elección entre los
ello s es el reino de los cielo s (Mt 5,3).
dos modos de comportarse entre los infieles queda confiada 2
al discernimiento de los mismos hermanos: “El otro modo es, Hay muchos que, entregados constantemente a
la oración y las devociones, hacen muchas absti-
que, cuando vean que agrada al Señor, anuncien la palabra
nencias y mortificaciones corporales, ~ pero por
Dios”.
90
una sola palabra que parece ser injuriosa para su
propio yo o por cualquier cosa que se les quita, se
escandalizan enseguida (cf. Mt 13,21) y se alte­
ran. 4 Estos tales no son pobres de espíritu, porque
quien es de verdad pobre de espíritu se odia a sí
mismo y ama a los que le pegan en la mejilla (cf.
Mt 5,39) (Adm 14).
En esta Admonición Francisco pone de relieve el signifi­
cado global de la pobreza, que abarca también la negación del
amor propio y del orgullo. La verdadera pobreza nace
exclusivamente del corazón, del espíritu, de la interioridad de
cada uno: la humildad sincera desarraiga todo sentido de
competitividad y de defensa de los propios derechos, supues­
tos o verdaderos.
Pero aquí se subraya sobre todo el contraste entre la
bienaventuranza de la pobreza (v. 1) y la irritación (v. 3). Ser
en verdad pobres significa estar desapropiados de todo: los
que se escandalizan y se alteran “por cualquier cosa que se les
quita” muestran que todavía tenían algo de lo que se les podía
despojar. La misma expresión encontramos en la Adm 4,
dirigida a “los que han sido colocados sobre los demás”: “Y
en la medida en que se turban más porque se les quita la
prelacia que porque se les quita el oficio de lavar los pies, en
esa misma medida se hacen bolsas para peligro de su alma”.
En la Adm 14 aparece la consciente y reveladora contraposi­
ción entre la bienaventuranza de la pobreza y la irritación por
sentirse defraudados en algo; en la Adm 4 advertimos una
implícita contraposición entre “el tesoro” evangélico de la
verdadera pobreza y el “tesoro fraudulento”, que mezclan
aquellos que se turban cuando se les quita un oficio26.
26 La misma idea aparece también en IR 17,4: “Y ningún ministro o
predicador se apropie el ser ministro de los hermanos o el oficio de la
predicación, de modo que, en el momento en que se lo ordenen, deje su
oficio sin oposición alguna”.
91
Para Francisco, la pobreza es desapropiación de todo, de
lo que está fuera o de dentro de uno mismo. Y esta total
desapropiación, que constituye el tesoro de que habla la
parábola de Jesús, es la que hace verdaderamente dichosos a
los que la viven. Es una pobreza que abarca lo exterior, pero
mucho más lo interior; es relación con las cosas, pero más con
las personas. La expresión “como los otros pobres” marca la
referencia social y existencial, pero a ella añade Francisco una
motivación, un estilo y un objetivo evangélicos: ser pobres y
menores para ser hermanos.
b) En el seno de la fraternidad
Los capítulos 4-6 de la IR hablan de las relaciones que
han de darse en el seno de la fraternidad. En 5,9 leemos:
“Ninguno de los hermanos tenga poder o dominio, máxime
entre ellos” ; y en 6,3 encontramos esta afirmación categórica:
“Y a ninguno se le llame prior, sino que a todos sin excepción
se le llame hermanos menores”. Pero, he aquí que en estos
tres capítulos, encontramos hasta 22 veces la distinción entre
“ministros y siervos” y “los otros hermanos” ; y, si por una
parte estos capítulos presentan un tipo de fraternidad que
privilegia las relaciones horizontales, pareciendo excluirse
decididamente todo orden jerárquico entre los hermanos, por
otra, encontramos en ellos justamente esta clara distinción de
funciones. ¿Cómo puede ser esto?
A los “ministros y siervos” se les presenta como herma­
nos que tienen una función precisa y jurídicamente definida:
“son constituidos ministros y siervos de los demás hermanos”
y deben distribuir a éstos en los lugares, visitarlos, amonestar­
los y confortarlos (4,2); deben recordar que su oficio no les da
derecho a ser servidos sino que les crea el deber de servir a
sus hermanos y el de cuidarse de sus almas (5,1), de las que
deberán rendir cuentas (4,6), y que deben proveer a la
92
solución de los problemas de quienes les han sido confiados
(6,2). En 4,3 se dice que “todos los demás hermanos”, es
decir, quienes no son ministros y siervos, han de “obedecerles
[a los ministros y siervos] diligentemente”.
Pero notemos lo que se dice en 5,14: todos los hermanos
“se sirvan y se obedezcan voluntariamente unos a otros”. Esto
nos lleva a afirmar que, al menos jurídicamente hablando, las
funciones en el seno de la fraternidad no están del todo claras.
¿Por qué se ha de llamar “ministros y siervos” sólo a unos si
todos deben servirse y obedecerse mutuamente? ¿Qué relación
existe entre la obediencia de los súbditos a los ministros y la
que mutuamente se han de prestar todos los hermanos?
¿Cómo pueden concillarse las relaciones horizontales y las
verticales?
En estos capítulos se deja ver un claro ejemplo de cómo
ha ido formándose gradualmente la IR. Encontramos aquí dos
tipos de material: en el más antiguo, las relaciones entre los
hermanos eran concebidas evangélicamente, como relaciones
de servicio recíproco (5,14), usando la terminología de
“ministro y siervo” referida a todos; en el momento en que,
sea por el gran aumento del número de los hermanos, sea
incluso por presiones externas, hubo de crearse una estructura
organizada con sus responsables, también éstos fueron
llamados “ministros” o “ministros y siervos”.
Se había sentido la necesidad de distinguir clara yjurídica-
mente a los “ministros y siervos” de los “demás hermanos”,
pero no se quería escoger términos como los de “mayores” o
“priores”, porque o estaban explícitamente prohibidos en el
evangelio, o podían expresar poder o dominio, o falsear los
términos y el significado evangélicos de minoridad (5,11),
fraternidad (6,3) y humilde servicio de unos a otros (5,14; 6,4).
En realidad, no eran muchas las posibilidades de escoger: a los
responsables se les llamó “ministros” o “ministros y siervos”,
y los demás eran simplemente “los otros hermanos”. Y así nació
93
una cierta confusión terminológica y jurídica.
El material más antiguo de la IR se inspiraba sólo en el
evangelio y presentaba la relación entre los hermanos como
ese hacer a los otros lo que uno desea para sí, como un
servirse humilde y un obedecerse mutuo:
4 Y trátense entre sí como dice el Señor: Todo lo
que queréis que os hagan los hombres, hacédselo
también vosotros a ellos (Mt 7,12); 5 y: Lo que no
quieres que te hagan a ti no lo hagas a otro (cf. Tob
4,15) (IR 4,4-5).
9 Además, ninguno de los hermanos tenga poder o
dominio, máxime entre ellos.10 Pues, como dice el
Señor en el Evangelio: Los príncipes de las naciones
las dominan y los que son los m ayores ejercen el
p o d er sobre ellas; no será a s í entre los hermanos;11
y todo el que quiera ser el m ayor entre ellos, sea su
ministro y siervo (cf. Mt 20,25-26), y el que es el
m ayor entre ellos, hágase como el m enor (cf. Le
22,26) (IR 5,9-12).
13 Y ningún hermano haga mal o hable mal a otro;
14 sino, más bien, p o r la caridad del espíritu, sírvan­
se y obedézcanse voluntariamente unos a otros (cf.
Gal 5,13).15 Y ésta es la verdadera y santa obedien­
cia de nuestro Señor Jesucristo (IR 5,13-15).
3 Y a ninguno se le llame prior, sino que a todos sin
excepción se les llame hermanos menores. 4 Y
lávense los pies los unos a los otros (cf. Jn 13,14)
(IR 6,3-4).
Cuando hubo que dar una estructura jurídica a la fraternidad,
la función de servicio se subrayó sobre todo en relación con los
“ministros y siervos”, toda vez que podían ser los más tentados
a interpretar diversamente su papel; pero no se pudo omitir el
recordar con ejemplos concretos que el servicio mutuo queda
como el tipo de relación fundamental de todos hacia todos.
94
El hecho de que el material jurídico-moral estaba en clara
dependencia del evangélico, crea, por una parte, alguna confu­
sión jurídica en el texto actual, pero, por otra, subraya fuertemen­
te que tampoco las relaciones jurídicas deben anular o poner
entre paréntesis las relaciones evangélicas. Algo parecido ocurrió
también respecto de la obediencia: cuando se hubo de pasar de
las relaciones de tipo evangélico puramente horizontales a otras
que tuvieran presente también la estructura jurídica, se subrayó
el deber que los “otros hermanos” tienen de obedecer a los
“ministros y siervos”, pero no se pudo olvidar la obediencia
recíproca expresada claramente en 5,14 y que está implícita en
las relaciones de quienes, como hermanos menores, deben estar
dispuestos a lavarse los pies unos a otros (cf. 6, 4). También en
este caso, como en el del servicio, el “desarrollo” del texto puede
contribuir a que se cree alguna confusión, pero subraya que
tampoco las relaciones jurídicas pueden prescindir de las
relaciones evangélicas, que se sugieren al decir “sírvanse y
obedézcanse voluntariamente unos a otros”27.
En estos capítulos 4-6 de la IR tenemos un claro ejemplo
tanto del diálogo que hubo entre el evangelio y la vida, como de
la prioridad del evangelio sobre el derecho, de las relaciones
fraternas inspiradas en el evangelio sobre las jurídicas e institu­
cionales. También dentro de la fraternidad se ha de vivir en
calidad de pobres y menores para poder vivir como hermanos.
c) Siempre y con todos
Después de haber presentado las relaciones de los hermanos
menores entre sí (cap. 4-6), la IR pasa a describir el modo en
que los hermanos menores deben relacionarse con los otros en
27
La formulación de 5,14: “Por la caridad de espíritu sírvanse y
obedézcanse voluntariamente unos a otros” recuerda Gal 5,13: “Servios
por amor los unos a los otros”. En ambos casos se subraya que el culmen
de la libertad es hacerse libremente esclavos los unos de los otros.
95
las diversas circunstancias. No queremos hacer un elenco
acabado de los casos en que se ha de vivir como hermanos
menores; bastarán unos cuantos ejemplos para entender lo que
lia de ser una precisa y constante forma de vivir como hermanos
menores, que es la de actuar como tales “siempre y con todos”.
Al igual que en los capítulos 4-6, también en los capítulos
7-11 aparece claramente que se ha de vivir siempre como hermanos
y como hermanos de todos, pero aparece igualmente claro que
es preciso vivir siempre como menores y siendo los menores entre
lodos. Las dos actitudes -vivir como hermanos siempre y siendo
hermanos de todos, y vivir como menores siempre y siendo los
menores entre todos- están íntimamente relacionadas, con una
relación en la que el vivir como menores está subordinado a vivir
como hermanos y está en función de ello.
En los escritos de Francisco el término “hermanos” es mucho
más frecuente que el de “menores”28. No hay duda de que para
él -y el hecho es particularmente evidente en estos capítulos de
la IR - es mucho más importante vivir como hermanos que como
menores. Nótese que las exigencias de vivir como menores no
van nunca en perjuicio del vivir como hermanos, y que, al contra­
rio, han de servir para esto. Tendrán que vivir como menores,
rechazando puestos de dirección y de prestigio; pero su trabajo
como menores no supondrá nunca un alejamiento de la sociedad.
En caso de necesidad, irán por limosna: pero sólo en caso de
necesidad y tras haber recurrido antes al trabajo. No nos encontra­
mos, pues, frente a un grupo que vive al margen de la sociedad,
con reglas propias, y que en nombre de la minoridad rechaza la
condición común de la gente que ha de trabajar para vivir.
Los hermanos tendrán, más bien, que vivir entre la gente y
abrir las barreras del corazón y de la fraternidad siempre y a
todos: siempre, incluso cuando reciban humillaciones; a todos,
28
En la IR, por ejemplo, el término “hermanos” aparece 93 veces y
el de “menores”, 4 veces.
96
incluidos los pobres, los enfermos, los leprosos, los mendicantes
y hasta las personas “difíciles”. El pedir limosna y el solicitar
ayuda son expresiones claras de minoridad, pero son también
delicadas expresiones de fraternidad. La aceptación de la
enfermedad y el agradecimiento a Dios por ella significan
aceptarse en condiciones de minoridad y ver con fe, esto es como
providencial, esta condición de minoridad: es compartir fraterna
y gozosamente una condición humana de las más difíciles y más
comunes.
Que el vivir como menores sea entendido en nuestro texto
en función del vivir como hermanos se desprende, con particular
evidencia, de las normas que se refieren al no apropiarse lugar
ninguno y a no recibir dinero.
Las normas que IR 8 presenta sobre la prohibición de recibir
dinero son extremadamente duras y rígidas. Tanta rigidez tiene
su explicación sólo en este tipo de convencimiento: el dinero
constituye un riesgo mortal para la minoridad; la minoridad es
condición-dimensión fundamental de la fraternidad; por tanto, los
hermanos menores deberán cuidarse con toda solicitud del dinero.
El razonamiento en forma positiva es el siguiente: para vivir de
verdad como hermanos siempre y siéndolo de todos, es preciso
vivir siempre como menores y siéndolo entre todos; y para ser
menores siempre y entre todos es necesario no aceptar dinero. La
confirmación nos la dan las dos excepciones (8,3.10): se podrá
recibir dinero en favor de los hermanos enfermos y de los leprosos.
Si se ha de escoger entre el heroísmo de “no tocar nunca el dinero”
y las exigencias concretas de la caridad fraterna, Francisco no tiene
dudas: no recibir dinero es condición-dimensión normal del vivir
como menores; vivir como menores es condición-dimensión
normal del vivir siempre como hermanos y siéndolo de todos; pero
cuando la caridad fraterna lo exige, pueden hacerse excepciones
a la prohibición de aceptar dinero, mientras no está prevista
excepción alguna respecto del vivir siempre como hermanos y
siendo hermanos de todos.
97
La expresión más hermosa de este tipo de relación entre mino­
ridad y fraternidad la vemos en 9,1-2: seguir la humildad y la
pobreza del Señor (9,1) no significa seguir heroicamente un ideal
de minoridad, fin en sí mismo; significa algo bien concreto y preci­
so, esto es, vivir gozosa y fraternamente entre los últimos (9,2).
Los capítulos 7-9 de la IR quieren describir lo que es vivir
siempre como hermanos menores y lo que es vivir como
hermanos menores de todos. Las dos actitudes están en íntima
relación entre sí, pero no en el mismo plano: la pobreza y la
minoridad están en función de la fraternidad. El vivir siempre
como pobres y menores y siendo pobres y menores entre todos
es condición-dimensión del vivir como hermanos que lo sean
siempre y lo sean de todos.
No tendría sentido vivir, incluso heroicamente, como pobres
y como menores si luego no se vive como hermanos. Es preciso
vivir siempre como menores, y siendo los menores entre todos,
para poder vivir siempre como hermanos y como hermanos de
todos. Con ello queda patente no sólo una precisa jerarquía de
valores, sino también una concepción de la fraternidad que,
queriendo abarcar a todos y teniendo necesidad de expresarse
concretamente en el compartir la vida con todos, no puede sino
poner decididamente a los hermanos al nivel de los últimos.
Es así como Francisco dice evangélicamente las relaciones
humanas.
 CAPÍTULO CUARTO

“Id: yo os mando...”
Así dice Francisco la misión

Francisco siente que le son dirigidas a él en persona las

palabras del Señor a los apóstoles y a los discípulos: “Id, yo os
mando”. Para darse cuenta de la pasión con que se toma esta
misión en relación con el mundo entero, basta volver a leer el
comienzo de la Carta a los fieles. El amor y la fantasía le
sugieren esta carta “urbi et orbi”, esta especie de carta encíclica:
1A todos los cristianos religiosos, clérigos y laicos,
hombres y mujeres, a cuantos habitan en el mundo
entero, el hermano Francisco, su siervo y súbdito:
mis respetos con reverencia, paz verdadera del cielo
y caridad sincera en el Señor.2Puesto que soy siervo
de todos, a todos estoy obligado a servir y a adminis­
trar las fragantes palabras de mi Señor. 3 Por eso,
considerando detenidamente que, dada la enferme­
dad y debilidad de mi cuerpo, no puedo visitaros
personalmente a cada uno, me he propuesto haceros
llegar, por medio de esta carta y de mensajeros, las
palabras de nuestro Señor Jesucristo, que es la
Palabra del Padre, y las palabras del Espíritu Santo,
que son espíritu y vida (Jn 6,63) (2CtaF 1-3).
En esta carta emerge con claridad tanto la pasión misionera
100
de Francisco -la expresa como “servicio”, que consiste en
“administrar a todos las fragantes palabras” del Señor- como el
horizonte universal en que se mueve. Pero la indicación precisa
de los contenidos y de las formas de realizar la vocación
misionera la encontramos en los capítulos 14-17 de la IR, que
registran una fuerte concentración de citas evangélicas de tipo
apostólico-misionero, tomadas de Mt 10,1-42 -discurso
apostólico-, de Le 9,1-6 -misión de los doce- y de Le 10,1-20
—misión y retomo de los 72 discípulos—. El resto del material
evangélico que se cita, está tomado del discurso de las bienaven­
turanzas (14,4-6; 16,12.15.16), del discurso escatológico (16,19-
21) y del discurso sobre las condiciones para seguir a Jesús
(16,9.1 Ib); pero todo entra en una óptica de misión. Estadística­
mente, en estos cuatro capítulos de la IR tenemos 10 citas de los
discursos de misión, 6 del discurso de las bienaventuranzas, 3 del
discurso escatológico, 2 del discurso acerca de las condiciones
para seguir a Jesús. Pero es sobre todo la importancia de las citas
de tipo apostólico-misionero la que lleva a reconocer que nos
encontramos frente a la “carta magna” de la misión según
Francisco.1
1. Las modalidades de la misión
a) Todos misioneros
Todo el material de IR 14-17 está inserto en la estructura
que crean las citas evangélicas extraídas de los discursos de
misión; es en este contexto en el que, también el resto del
material evangélico o las explicaciones dadas y las normas
dictadas, adquieren un significado unitario de tipo misionero. Se
podría esperar que, en consecuencia, el texto estuviese dirigido
sólo a quienes van a misiones. Pero no es así.
El capítulo 14 está dirigido a los hermanos “que van por el
mundo”: a ellos se aplican normas que Jesús dio a los doce o a
los 72 discípulos al enviarles a la misión, y normas del discurso
101
de las bienaventuranzas dirigido a todos. Los destinatarios del
capítulo 14 son todos los hermanos, no sólo los misioneros, y “a
lodos los hermanos, tanto a los clérigos como a los laicos, a los
que van por el mundo y a los que moran en un lugar” va dirigido
el brevísimo capítulo 15 que, con su prohibición de tener
caballerías y montar a caballo, hace una aplicación de la regla
general de “no llevar nada para el camino”. El capítulo 16 tiene
unos destinatarios específicos: “aquellos hermanos que por
divina inspiración quieren ir entre los sarracenos y otros infieles”
(16,3-8), pero el gran mandato inicial (1-2) y todo el resto del
capítulo (9-21) están dirigidos a “todos los hermanos, dondequie­
ra que estén” (16,10). En el capítulo 17, sólo los cuatro primeros
versículos están dirigidos a los predicadores, pero precisando
que “todos los hermanos prediquen con las obras” (17,3); el
resto está pensado para todos. El hecho de que Francisco
presente estas normas a todos y no sólo a los misioneros, revela
algo sencillo pero de gran importancia: para él todos los
hermanos, dondequiera que estén y cualquier cosa que hagan,
son enviados del Señor a la misión en el mundo; y su vida
evangélica es misionera en sí misma.
Francisco no reproduce aquí en su integridad los discursos
de la misión de Jesús, sino que hace una selección, omitiendo o
dejando en la sombra algunos conceptos, y subrayando, en
cambio, otros. Comparemos ahora los textos sinópticos de la
misión (Mt 10,1-42; Le 9,1-6 y 10,1-20; Me 6,7-13.30-32) y el
texto de Francisco con el fin de descubrir qué ideas evangélicas
deja en la sombra o ignora y cuáles, por el contrario, recoge y
subraya; de esta forma podremos apreciar el estilo misionero de
Francisco.
b) Las modalidades evangélicas de la misión
dejadas en la sombra o ignoradas por Francisco
Veamos las ideas importantes de los discursos evangélicos
102
de la misión dejadas en la sombra en nuestro texto. Destacamos
dos: ir y predicar. En los cuatro pasajes evangélicos de la misión,
la idea de “ir” está subrayada con insistencia y tiene un significa­
do espacial. Francisco, sin embargo, no destaca la idea de “ir”:
a veces no tiene un significado espacial y en todo caso no
aparece nunca como esencial para la misión. La frase “los
hermanos van por el mundo” (IR 14 título) tiene más un sentido
socio-teológico que geográfico-espacial y, al mismo tiempo, las
determinaciones del capítulo 15, que son aplicación del “no
lleven nada para el camino”, están dirigidas a todos los herma­
nos, “a los que van por el mundo y a los que moran en un
lugar”. Nuestro texto considera “en misión” no sólo a quien va
entre los infieles, sino a todos los hermanos y siempre.
En las cuatro perícopas evangélicas de la misión, aparece
como fundamental el “predicar”, cosa que no se puede decir del
texto que nos ocupa. Es verdad que 14,2 recoge Le 10,5 - “En
cualquier casa en que entren, digan primero: La paz a esta casa”- ,
pero en 16,7, al presentar el primer modo de vivir como misioneros
entre los infieles, se dice que consiste en no promover disputas
ni controversias, en estar sometidos a toda humana criatura, y en
confesar que son cristianos: la predicación oral no es ciertamente
la característica de esta primera modalidad de misión.
En 16,7 donde presenta la segunda manera de vivir entre los
infieles, encontramos por fin que “anuncien la palabra de Dios”;
pero hay que notar dos cosas: el anuncio de la palabra de Dios
entra en la segunda modalidad, lo que significa que no es lo más
importante, y, además, aparece un inciso de tipo limitativo:
“cuando vean que agrada al Señor”. En 16,8 encontramos el
tema del “hablar”, pero de una forma conscientemente particular:
“Estas y otras cosas que agraden al Señor pueden decirles tanto
a ellos como a los demás”. En el texto no parece haber un gran
interés por precisar el objeto del “decir” y además el inciso
“pueden” lleva a pensar que se trata de una concesión.
El verbo “predicar” lo encontramos sólo en 17,1, y, para
103
colmo, en una prohibición: “Ningún hermano predique contra la
forma y las disposiciones de la santa Iglesia y sin que se lo haya
concedido su ministro”. En 17,2 añade una amonestación al
ministro: “guárdese de concedérselo [el permiso] a alguno sin
discernimiento”.
No se puede afirmar con certeza que que la IR considere
esencial o suficiente la predicación, al menos la de la palabra;
porque 17,3 habla de otro modo de predicar, y esta vez lo
presenta positivamente y como deber de todos: “Mas todos los
hermanos prediquen con las obras”. Ese “mas” expresa con
nitidez cuál es el tipo de predicación más importante, posible y
obligatorio para todos.
Lo que sigue, 17,4, está también en esta misma dirección:
“Y ningún ministro o predicador se apropie el ser ministro de los
hermanos o el oficio de la predicación, de modo que, en el
momento en que se lo ordenen, deje su oficio sin oposición
alguna”. En 17,6 aparece una exhortación ardorosa -concierne
también a los predicadores- a no gloriarse “de las palabras y
obras buenas”, porque es Dios quien hace, dice y obra todo bien
“en ellos y por ellos”. Y de forma aún más explícita dice 17,11:
“El espíritu de la carne quiere y se esfuerza mucho por tener
palabras, pero poco por tener obras”. Podemos, pues, concluir
que lo que se refiere a predicar oralmente, fundamental en los
pasajes evangélicos de la misión, queda aquí en la sombra. En
nuestro contexto, la atención está puesta particularmente en el
testimonio del evangelio que se ha de dar por la vida.
Tratemos ahora de ver qué ideas están presentes en los
cuatro textos evangélicos de la misión y, sin embargo, son
totalmente ignoradas en la IR; tomaremos en consideración
únicamente las más importantes. Comenzamos por la omisión
más significativa. Los cuatro pasajes evangélicos de la misión
subrayan con fuerza los poderes que Cristo da a sus enviados
para expulsar demonios y curar enfermos (Mt 6,7b; Le 9,1-2);
señalan además el orden en que han de servirse de estos poderes:

104
“Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, limpiad a los
leprosos, expulsad a los demonios” (Mt 10,8a); y cuentan,
finalmente, cómo los enviados se han servido de estos poderes
(Me 6,13; Le 9,6.10; 10,17). En IR 14-17 todo este tipo de
material ha sido sistemáticamente omitido. En 17,6 se reproduce
sólo Le 10,20, donde todo el acento está puesto, no en “que los
espíritus se os sometan”, sino en “mas no os alegréis” de esto,
idea que se desarrolla en 17,5-19.
Se ha omitido también Injustificación “el obrero tiene derecho
a su salario” de Le 10,7 y Mt 10,10. En los cuatro pasajes evangéli­
cos de la misión se dice que si alguno no recibe a los enviados,
éstos deben marcharse sacudiendo el polvo de su calzado en
testimonio contra ellos (Mt 10,14; Me 6,11; Le 9,5; 10,10-11).
En el texto de IR no aparece nada de esto, antes al contrario se
dice: “No resistan al malvado” (14,4), "estén sometidos a toda
humana criatura por Dios” (16,6), “deben exponerse a los enemi­
gos, tanto visibles como invisibles” (16,11).
En Mt 10,16-17 leemos: “Os mando como ovejas en medio
de lobos. Sed, pues, prudentes como serpientes y sencillos como
palomas. Guardaos de los hombres. Os entregarán...”; en IR
16,1-2 se reproduce íntegramente Mt 10,16, pero se omite lo
referente a guardarse de los hombres de Mt 10,17; y las normas
que vienen a continuación -ir entre los infieles, estar sometidos
a todos, confesarse cristianos, anunciar la palabra de D ios- no
parecen ejemplos típicos de sencillez y, sobre todo, de prudencia.
c) Las modalidades misioneras tomadas de los evangelios
y subrayadas por Francisco
Veamos ahora las modalidades misioneras que IR toma
literalmente de los textos evangélicos de la misión: “No lleven
nada para el camino: ni bolsa, ni alforja, ni pan, ni pecunia, ni
bastón” (14,1), de Le 9,3 y 10,4; “en toda casa en la que entren
digan primero: Paz a esta casa” (14,2), de Le 10,5; “Y permane­
105
ciendo en la misma casa, coman y beban lo que haya en ella”
(14,3), de Le 10,7a; “Mirad que yo os envío como ovejas en
medio de lobos. Sed, pues, prudentes como serpientes y sencillos
como palomas” (16,1-2), de Mt 10,16; “A todo aquel que me
confiese delante de los hombres, también yo lo confesaré delante
de mi Padre, que está en el cielo” (16,8), de Le 9,26; “Quien
pierda su vida por mi causa, la salvará para la vida eterna”
(16,11), de Le 9,24; “Si os persiguen en una ciudad huid a otra”
(16,14), de Mt 10,23a; “Yo os digo a vosotros mis amigos: no os
dejéis atemorizar por ellos, y no tengáis miedo a los que matan
el cuerpo y después de esto no pueden hacer más” (16,18), de Mt
10,28 y Le 12,4; “Y el que persevere hasta el fin, ése se salvará”
(16,21), de Mt 10,22b; “Mas no os alegréis de que los espíritus
se os sometan” (17,6), de Le 10,20.
De la confrontación de los textos de la misión de los
Sinópticos con IR 14-17 se desprenden algunas conclusiones: en
el texto de Francisco 1) no aparece el ejercicio de los poderes
extraordinarios, ni la verificación de la acogida, ni la prudencia
entendida como guardarse de los que les persiguen, ni el coraje
basado en la protección divina; 2) no son esenciales ni suficien­
tes el “ir”, entendido espacialmente, ni el predicar con la palabra;
3) emergen con claridad las ideas privilegiadas y, por tanto,
importantes de esta “carta magna” de la misión: la pobreza de
medios - “no lleven nada para el camino”-, la persecución como
situación normal - “os mando como ovejas en medio de los
lobos”- , el no gloriarse de los frutos de la misión - “no os
alegréis de que los espíritus se os sometan”-.
También el material evangélico, que no ha sido tomado de
los textos de la misión, confirma estas modalidades privilegia­
das. En 14,4-6 se presentan cinco normas extraídas del discurso
de las bienaventuranzas (Mt 5,39 y Le 6,29-30): “No resistan al
malvado”, “preséntenle también la otra mejilla”, “no le impidan
que se lleve también la túnica”, “den a todo el que les pida”, “a
quien les quita lo suyo, no se lo reclamen”.
106
La justicia de los escribas proponía el “ojo por ojo y diente
por diente” (Mt 5,38); Jesús exige en cambio no oponerse al
malvado y poner a su disposición también lo que injustamente
le pide. La cuestión a que responden estas normas es: ¿cómo hay
que comportarse ante la injusticia? La respuesta es: no oponien­
do resistencia alguna. En 14,4-6, con el fin de poner un ejemplo,
toma del discurso de las bienaventuranzas una de las tres ideas
importantes: “Os envío como ovejas en medio de los lobos”. Lo
que se dice en 16,3-4 no es ciertamente un ejemplo del “sed
prudentes como serpientes y sencillos como palomas”, sino más
bien de “os envío como ovejas en medio de los lobos”. Es el
Señor quien les envía en aquella situación humanamente sin
esperanza.
En 16,4b-6 se presentan los dos modos posibles de vivir
entre los infieles; el orden en que aparecen es ya indicio suficien­
te de cuál de los dos es el preferido. El primer modo consiste en
no promover disputas ni controversias, sino en estar “sometidos
a toda humana criatura por Dios” y en confesar “que son
cristianos”. Tenemos aquí un hermoso ejemplo tanto del “no
lleven nada para el camino” -n i siquiera su capacidad de discutir
y convencer- como del “como ovejas en medio de lobos” -estén
sometidos y a merced de todos-. El segundo modo - “anuncien
la palabra de Dios”- está circunscrito-justificado por “cuando
vean que agrada al Señor”.
En 16,10-1 la se dice que “todos los hermanos, dondequiera
que estén, recuerden que se dieron y entregaron sus cuerpos al
Señor Jesucristo”, y que “así dice el Señor: Quien pierda su vida
por mi causa, la salvará para la vida eterna”. Habiéndose
entregado a sí mismos y habiendo entregado sus cuerpos al
Señor, no tienen necesidad de llevar nada para el camino (basta
que lleven al Señor), no deben extrañarse ni atemorizarse si los
lobos les destrozan como a ovejas, y no deben gloriarse de
eventuales resultados.
En 16,1 Ib se saca una consecuencia indiscutible: “Por su amor
107
deben exponerse a los enemigos, tanto visibles como invisibles”.
Se han entregado a sí mismos al Señor y él les envía como ovejas
entre lobos: ¿que pueden hacer sino “exponerse” a ser despedaza­
dos? El inciso “por su amor” une la persecución de los hermanos
con la persecución que encontró Jesús, y el verbo “deben” actualiza
para los hermanos el significado de las predicciones de la pasión
en los sinópticos: como Jesús “debió” y quiso libremente entregar­
se a las manos de sus enemigos, así los hermanos “deben” exponer­
se a los enemigos “por amor suyo”.
En la larga cadena de citas tomadas en 16,12-21 el material
que no proviene de los textos evangélicos de misión se presenta
como justificación, explicación y profundización de la idea “Os
envío como ovejas en medio de lobos”.
En 17,1 se dice: “Ningún hermano predique contra la forma
y las disposiciones de la santa Iglesia y sin que se lo haya
concedido su ministro”; se trata de una preciosa ejemplificación
del “no lleven nada para el camino”: no lleven la orgullosa
pretensión de erigirse en jueces de la Iglesia o de predicar sin
permiso. La frase “mas todos los hermanos prediquen con las
obras” de 17,3 relativiza la predicación oral y pone en primer
plano la predicación con las obras. El texto de 17,4, con su
prohibición a los ministros y a los predicadores de apropiarse de
su ministerio u oficio, y con el deber de abandonarlos en cuanto
les sea ordenado, es un hermoso ejemplo de actualización del
“no lleven nada para el camino”.
Con 17,5-6 se introduce la tercera idea importante de la
“carta magna” del apostolado: “No gloriarse de nada”: “Por eso,
por la caridad que es Dios, ruego a todos mis hermanos,
predicadores, orantes, trabajadores, tanto a los clérigos como a
los laicos, que se esfuercen por humillarse en todo, y no gloriarse
ni gozarse en sí mismos, ni exaltarse interiormente de las
palabras y obras buenas, y hasta de ningún bien que Dios hace,
dice y obra alguna vez en ellos y por ellos, según lo que dice el
Señor: Mas no os alegréis de que los espíritus se os sometan”.
108
En 17,8 se amplía el concepto de “lobos” incluyendo en él
no sólo a los enemigos materiales, sino también a los espiritua­
les; dilata también el concepto de persecución, introduciendo en
él “toda clase de angustias o tribulaciones del alma o del cuer­
po”. En 17,10 se retoma 16,2, y se explica su significado: la
prudencia y la sencillez son entendidas como “sabiduría” y
“prudencia” no de este mundo ni de la carne, sino del Espíritu
del Señor. Esta idea se explicita en la contraposición entre los
deseos del “espíritu de la carne” y los del “Espíritu del Señor”
(17,11-16). En 17,17-18 vuelve a tomar en forma positiva y
completa el concepto expresado en 17,5-8; allí se decía que no
había que gloriarse de bien alguno, ya que ninguno nos pertene­
ce; aquí se dice: “restituyamos todos los bienes al Señor Dios
altísimo y sumo”.
En 17,19 parecen resumirse las modalidades del apostolado
franciscano: frente a todo el mal presente en el mundo - “cuando
veamos y oigamos decir o hacer el mal o blasfemar contra
Dios”- , los hermanos no deben ni perder el coraje ni buscar
ansiosamente nuevos medios apostólicos para vencer al mal;
simplemente tendrán que bendecir y alabar al Señor, no llevando
consigo nada -n i siquiera el ansia o la preocupación por vencer
el mal-, viviendo como ovejas en medio de lobos, conscientes
de que difícilmente las ovejas llevan las de ganar entre los lobos,
y no gloriándose de bien alguno, sino refiriéndolo sólo a Dios:
sin vanagloria ni victimismo.
He aquí, pues, las tres modalidades evangélicas subrayadas
por Francisco: “No lleven nada para el camino”, “os envío como
ovejas en medio de los lobos”, y “no os alegréis de que los
espíritus se os sometan”. Estas tres ideas no expresan simple­
mente modalidades previas o consecuencias o valoraciones de
los resultados de la misión, sino, más bien, definen la misión
como testimonio del evangelio en la vida diaria.
109
- No llevar consigo nada sino el Espíritu del Señor
El “no lleven nada para el camino” adquiere un gran relieve
al estar al comienzo de esta “carta magna” del apostolado. Al
elenco evangélico de las cosas que no se han de llevar consigo
cuando se va a la misión -bolsa, alforja, pan, pecunia, bastón-,
Francisco añade cosas que resultan incluso más difíciles: el
“derecho” a oponerse al malvado con el ojo por ojo y diente por
diente, el “derecho de propiedad” sobre el propio vestido, sobre
la túnica y sobre todo aquello que les pertenece. Este material
está tomado del discurso de las bienaventuranzas. Los destinata­
rios de estas normas misioneras no son sólo los hermanos
cuando “van por el mundo (14,1), y “el camino” es el de la vida
de todos.
El “no lleven nada para el camino” no se refiere simplemen­
te al equipaje: la misión, según Francisco, consiste en no llevar
para sí otra cosa que el Espíritu del Señor (cf. 17,14-16), porque
la eficacia del apostolado no sólo no se deriva de aquello que se
lleva, sino ni siquiera de lo que uno es. El no llevar nada consigo
es ya en sí mismo misión evangelizadora, porque es todo lo que
los hermanos pueden hacer: dar testimonio del evangelio
creando espacio al Espíritu del Señor, el único evangelizador
nuestro y de todos.
- Vivir como ovejas en medio de los lobos
por amor del Señor
El texto “mirad que yo os envío como ovejas en medio de
los lobos” (16,1) está precedido por un simplicísimo “dice el
Señor”: todos los hermanos deben saber que es precisamente el
Señor quien así les envía al mundo. El “sed prudentes como
serpientes y sencillos como palomas” (16,2) podría ser entendido
como una invitación a tener los ojos abiertos, como lo entiende
Mt 10,17: cuidaos de los hombres porque os perseguirán.
Francisco, en cambio, sigue una dirección totalmente distinta: en
110
17,10 se hablará explícitamente de “defenderse de la sabiduría de
este mundo y la prudencia de la carne”, y en 16,3-4 dice que
quien quiera ir entre sarracenos y otros infieles, vaya. Por
supuesto que no era “prudente” ir entre los sarracenos; equivalía
a ir al matadero, al martirio; pero justamente por esto se da el
permiso de ir y se llama la atención al ministro para que no se
oponga.
En 16,6 se explica cómo ha de ser el primer modo de vivir
la vida apostólica entre los infieles: “no promuevan disputas ni
controversias, sino que estén sometidos a toda humana criatura
por Dios y confiesen que son cristianos”. Se está sugiriendo que
la primera forma de vivir la vida apostólica entre los infieles es
estar entre ellos “como ovejas entre lobos”, realizando así una
opción misionera precisa. A todos “dondequiera que estén” se
dice en 16,10 que recuerden que “se dieron y entregaron sus
cuerpos al Señor”: por tanto, ahora le pertenecen.
La consecuencia que se saca de 16,10 es clara e inequívoca:
“por su amor deben exponerse a los enemigos, tanto visibles
como invisibles”. Esta afirmación es muy importante y clarifica­
dora. Va dirigida a todos “dondequiera que estén”: el exponerse
a los enemigos es, pues, un deber de todos los hermanos, un
deber que siempre está vigente; el “deben” está diciendo que el
exponerse a los enemigos no es simple consecuencia inevitable
de la misión, sino un deber positivo, por amor del Señor.
Las ovejas en medio de los lobos son destrozadas: los
hermanos deben ir en medio de los lobos precisamente para
hacerse desgarrar, “porque dice el Señor: Quien pierda su vida
por mi causa, la salvará para la vida eterna” (16,11). En 16,12 se
añade que deben considerarse “dichosos” los que padecen
persecución: “por causa de la justicia” equivale a “por mi causa”
de 16,11 y a “por su amor” de 16,11. “Si me han perseguido a
mí, también os perseguirán a vosotros” de 16,13 hace referencia
al tema del seguimiento del Señor, y constituye la motivación
cristológica: si el Señor les envía como ovejas en medio de
111
lobos, es porque él mismo fue también voluntariamente “como
oveja al matadero” (Hch 8,32) y porque ha verificado que es éste
el camino para la vida eterna. En 16,16 se dice todavía más
claramente: “Alegraos en aquel día y saltad de gozo”; “aquel
día” es el largo día de la persecución. En 16,21 aparece una serie
de invitaciones a no temer, a no dejarse turbar, a perseverar en
esta actitud.
El vivir como ovejas entre los lobos por amor del Señor no
es sólo ni sobre todo una consecuencia de la misión, sino que es
en sí mismo misión evangelizadora, en cuanto seguimiento del
Señor por el camino del Calvario con la cruz a cuestas. Es una
misión evangelizadora desconcertante, pero es la opción hecha
por el Señor para la salvación de la humanidad y, por ello,
propuesta como fundamental por Francisco.
- No gloriarse de ningún bien, sino restituirlo a Dios
Esta modalidad está particularmente subrayada en 17,5-18.
En 17,5-6 se pide a todos los hermanos, independientemente del
papel o del oficio que desempeñen, que se humillen en todo, que
no se gloríen ni se gocen en sí mismos, ni se exalten interiormente
de “las palabras y obras buenas, ni de ningún bien que Dios hace,
dice y obra alguna vez en ellos y por ellos”. Todo el bien y todo
bien procede de Dios; los hermanos no son otra cosa que instru­
mentos de los que Dios “alguna vez” se sirve para hacer el bien.
En 17,7-8 se recuerda con fuerza que “no nos pertenecen
sino los vicios y pecados” y que debemos gozamos, no de los
resultados o de la esperanza de resultados, sino sólo de la
situación de tentación y de tribulación en la que el Señor nos
tiene. La soberbia y la vanagloria (17,9) serían un apropiarse de
lo que no nos pertenece y un “huir” de nuestra situación. La
sabiduría mundana y la prudencia carnal (17,10) tienen otros
motivos de alegría y otros métodos para conseguirla, que
consisten en decir muchas palabras y en buscar la exterioridad.
112
El Espíritu del Señor, en cambio, quiere la mortificación, la
humildad, la paciencia, la paz interior, y desea sobre todo el
temor divino, la divina sabiduría y el divino amor: todos éstos y
sólo éstos son los verdaderos resultados de la misión (16,10-12),
que han de ser referidos y restituidos con gozo y reconocimiento
al Señor Dios altísimo y sumo (17,17-19).
Frente a la humanidad alejada de Dios, o en medio de ella,
los hermanos no deben angustiarse o ponerse a buscar afanosa­
mente nuevos métodos cada vez más eficaces; simplemente
tendrán que “bendecir y alabar al Señor”, quedarse en su puesto,
sin plantearse siquiera el problema de los resultados: en realidad
hay Otro que piensa en ellos. Este “estar en su lugar”, con
humildad y reconocimiento, es ya en sí mismo misión evangeli-
zadora.
Las tres ideas que resaltan en los capítulos 14-17 de la IR
están tomadas de los pasajes evangélicos de la misión, en los que
el apostolado consiste en ir a anunciar el reino de Dios y a
ejercitar los poderes extraordinarios dados por Jesús: curar a los
enfermos y expulsar demonios. Para Francisco, en cambio, es
apóstol quien da testimonio del evangelio en la vida no llevando
nada consigo sino el Espíritu del Señor, viviendo como oveja en
medio de lobos por amor del Señor y no gloriándose de bien
alguno, sino refiriéndolo sólo a Dios: nada menos y nada más.
Estas son las obras con que todos los hermanos pueden y deben
predicar.
Por muy original que pueda parecer, esta concepción del
apostolado y de la misión está claramente presente en la Biblia,
Es suficiente recordar algunos textos: 2Cor 12,9: “Te basta con
mi gracia; mi poder se manifiesta en la debilidad”; IPe 2,21:
“Cristo padeció por vosotros, dejándoos un ejemplo, para que
sigáis sus huellas”; Jn 15,4: “Como el sarmiento no puede dar
fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco
vosotros si no permanecéis en mí”; y sobre todo, el sermón de la
montaña (Mt 5-7).
113
Se comprende ahora por qué la “carta magna” del apostola­
do se dirige a todos los hermanos, estén donde estén, prescin­
diendo de su estado y de su función: ser apóstoles significa vivir
el evangelio y dar testimonio de él viviéndolo. El predicar de
palabra y el ir materialmente por el mundo no son esenciales, e
ir entre los infieles es sólo una forma, entre otras, de poner en
práctica la vocación misionera.
2. La cotidianidad de la misión
Todos los hermanos están llamados a ser misioneros
siempre y dondequiera que se encuentren, en lo cotidiano de su
vida. Un ejemplo de esta cotidianidad lo encontramos en la carta
que Francisco escribe a un ministro cuyo nombre no conocemos,
pero sí la fatiga que le suponía el vivir el evangelio en el día a
día de la vida fraterna. Este ministro comunica a Francisco su
situación y le pide que le autorice dejar su puesto de responsabi­
lidad y retirarse a un eremitorio. Leemos el comienzo de la carta
que Francisco le envía:
1 Al hermano N., ministro:
El Señor te bendiga (cf. Núm 6,24).
2 Te digo, como puedo, respecto al caso de tu alma,
que todas las cosas que te son un obstáculo para
amar al Señor Dios y quienquiera que te ponga
obstáculo, sea de los hermanos o de cualesquiera
otros, aunque te azotaran, debes tenerlo por gracia.
3 Y quiérelo así y no otra cosa. 4 Y sea esto para ti
verdadera obediencia al Señor Dios y a mí, pues sé
firmemente que ésta es la verdadera obediencia.
5 Y ama a los que esto te hacen. 6 Y no quieras de
n
ellos otra cosa, sino lo que el Señor te dé. Y
ámalos precisamente en esto, y no quieras que sean
mejores cristianos. 8 Y sea esto para ti mejor que
vivir en un eremitorio. (CtaM 1-8).
114
Se subraya con fuerza el contraste terminológico obstáculo-
gracia. Francisco no dice al ministro lo que tiene que “hacer”,
sino cómo debe leer la realidad que está viviendo: las cosas y las
personas que considera impedimentos y obstáculos para “amar
al Señor”, ha de tenerlas por gracia recibida. Francisco está
seguro de ello y se muestra extremadamente decidido al
proponerlo: “Y quiérelo así y no otra cosa. Y sea esto para ti
verdadera obediencia al Señor Dios y a mí, pues sé firmemente
que ésta es la verdadera obediencia”. Francisco ha conseguido
esta seguridad en la valoración del hecho y en el discernimiento,
gracias a la “mens evangélica” de la que está impregnado, una
“mens” que le permite ver a todos y todo como providenciales.
El verbo “deber”, usado con gran insistencia, no se asocia a
permanecer en el propio puesto pese a los impedimentos, sino a
“tenerlo [todo] por gracia”. Lo que hay que curar es el ojo: de la
mirada iluminada por la fe nacerán consiguientemente los
sentimientos, las expectativas y las opciones prácticas. En primer
lugar, los sentimientos: “Y ama a los que esto te hacen”; en
segundo lugar, las expectativas: “y no quieras de ellos otra cosa”;
y, finalmente, las opciones prácticas: “y sea esto para ti mejor
que vivir en un eremitorio”.
Los vv. 5-6 revelan de forma particularmente clara la lógica
de Francisco: podríamos pensar que la frase “Y no quieras de
ellos otra cosa” se completaría con “sino lo que ellos te dan”; y,
sin embargo, se da un cambio de sujeto especialmente significa­
tivo: “Y no quieras de ellos otra cosa sino lo que el Señor te dé”
por su medio. Francisco sabe percibir la presencia del Señor que
actúa mediante las personas y las circunstancias: todas, siempre
y comoquiera. De ahí se deriva el deber de amar a todos y
siempre, acogiendo a todos y todo como don del Señor. “Y no
quieras que [en beneficio tuyo] sean mejores cristianos”. Los
demás marchan bien y son un don del Señor así como son.
Ocurre con demasiada frecuencia que justificamos nuestras
expectativas interesadas que se refieren a los otros con el clásico
115
“por su bien”. En todo caso, sería de mal gusto recibir un regalo
y expresar que querríamos uno distinto.
No lleven nada para el camino, ni siquiera el deseo de que
los otros, las cosas y las circunstancias sean diversos de como
son. Vayan como ovejas en medio de lobos: los lobos pueden
encontrarse entre los sarracenos y otros infieles, pero pueden
estar también en la fraternidad, entre los compañeros de viaje de
la vida cotidiana, y hasta disfrazados de corderos; le ocurrió al
mismo Jesús, traicionado por Judas. No se gloríen de ningún
bien, y refiéranlo sólo a Dios: toda persona y toda circunstancia
es bien y es gracia; es bien y gracia la fe que hace reconocer todo
como bien y como gracia; no hay que gloriarse de ello, sino
“referirlo”, “restituirlo” al Señor en actitud reconocida.
Así dice Francisco la misión de la cotidianidad y la cotidia­
nidad de la misión.
3. El gozo de la misión
Es llamativa la radicalidad de Francisco en el modo de
interpretar la misión; deja de lado todo lo que es ejercicio de
poder, incluso el evangélico, y subraya el ir indefensos y
desapropiados de todo, llevando consigo tan sólo la palabra y la
presencia del Señor: es una misión que cada uno la vive en su
día a día. Y llama todavía más la atención el gozo que acompaña
a esta misión. Francisco experimenta la verdad de las bienaven­
turanzas, sobre todo la que se refiere a los perseguidos, que
aparece transcrita en IR 16:
12 D ichosos los que padecen persecución p o r causa
de la justicia, porque de ellos es el reino de los
cielos (Mt 5,10). 13 Si me han perseguido a mí,
también os perseguirán a vosotros (Jn 15,20).14 Y:
Si os persiguen en una ciudad, huid a otra (cf. Mt
10,23).15 D ichosos vosotros cuando os odien, y os
maldigan, y os persigan, y os excluyan, y os injurien
116 117

y rechacen vuestro nombre como maldito, y cuando Verdadera alegría- incluso antes que la carta de Santiago.
digan contra vosotros toda clase de calumnias por Tal vez la tradición ha optado por una interpretación más
mi causa (cf. Mt 5,11; Le 6,22).16Alegraos en aquel
fácil e inocua con el fin de exorcizar su excesiva y cruda
día y saltad de gozo porque es grande vuestra
claridad: es alegría soportar pacientemente los contratiempos que
recompensa en el cielo (cf. Mt 5,12; Le 6,23) (IR
16,12-16). de cuando en cuando nos ocurren. Además, la de Francisco ha
sido llamada “perfecta” alegría, cuando el texto habla simple­
Para describir el gozo de la misión, Francisco recurre en sus
mente de “verdadera” alegría. Leyéndola atentamente, caemos en
citas sobre todo al sermón de la montaña. Funde resueltamente
la cuenta de que se ha cuidado el texto en sus mínimos detalles
el discurso de la misión con el de las bienaventuranzas. Ir como
y de que, más allá de referencias autobiográficas, se perciben en
ovejas en medio de lobos significa encontrar persecución, odio,
él claros significados simbólicos y universales.
insultos: éste es el mandato misionero de Jesús que recoge
En la primera parte Francisco describe lo que no es verdade­
Francisco; pero añade que la misión así concebida ha de ser
ra alegría; en la segunda explica en qué consiste la verdadera
vivida con gozo. Éste es el sentido de la incorporación de las
alegría. Son tres los casos presentados.
bienaventuranzas en el contexto misionero.
El primero: “Llega un mensajero y dice que han venido a la
No tenemos derecho a nada. No turbarse, sino mostrarse,
Orden todos los maestros de París. Escribe: En esto no está la
por el contrario, serenos y felices en medio de las pruebas y
verdadera alegría”. Es la Orden de hermanos menores, nacida
tribulaciones: éste es el programa evangélico y misionero que
hace pocos años; no se sabe todavía si tendrá futuro o no. Los
Francisco resume en IR 17,8: “Debemos más bien gozarnos
maestros de París, que representan la cultura del tiempo, no sólo
cuando nos vemos asediados por diversas tentaciones y cuando
reconocen a los pequeños hermanos menores, sino que entran en
soportamos en este mundo toda clase de angustias o tribulacio­
la Orden. ¿No es acaso ésta una buena noticia? El juicio es
nes del alma o del cuerpo por la vida eterna”. Sorprende también
lapidario: “Escribe: En esto no está la verdadera alegría”. La
en este caso -como ya en IR 9 ,3 - que el verbo “deber” está
verdadera alegría no la puede crear la cultura, su reconocimiento
referido a un sentimiento que se ha de experimentar: la lógica
o su posesión.
subyacente es de tipo consecuencial y de verificación. Las
bienaventuranzas son el resultado y la comprobación de que ha Segundo caso: “Han venido [a la Orden] todos los prelados
sido acogido el evangelio en la propia vida. ultramontanos, arzobispos y obispos, y también el rey de Francia
y el rey de Inglaterra. Escribe: En esto no está la verdadera
La referencia bíblica es Sant 1,2: “Considerad como una
alegría”. Ahora se trata de los “grandes” de la Iglesia y de la
gran alegría, hermanos míos, el estar rodeados por toda clase de
sociedad, del poder eclesiástico y político: no sólo reconocen a
pruebas”. Esta asociación es particularmente querida por
los pequeños hermanos menores, sino que todos ellos han
Francisco. No es casualidad que la expresión “gran alegría”
entrado en la Orden. ¡Qué noticia más extraordinaria! Pero he
evoque la famosa página de los escritos de Francisco de Asís -la 1
aquí el estribillo: “Escribe: En esto no está la verdadera alegría”.
1 “Y deben gozarse cuando conviven con gente baja y despreciada,
La felicidad no viene del reconocimiento por parte del poder
con los pobres y débiles, con los enfermos y leprosos y con los mendigos eclesiástico o político.
que están a la vera del camino”.
118
Tercer caso: “Y dice también que mis hermanos han ido
entre infieles y los han convertido a todos a la fe. Y que, además,
yo he recibido de Dios tanta gracia, que sano enfermos y hago
muchos milagros. Te digo que en todas estas cosas no está la
verdadera alegría”. ¿No hay un mandato de Jesús, según el cual
se ha de ir por todo el mundo a predicar el evangelio y a
convertir a todos? ¿No es gracia de Dios poder sanar a los
enfermos y hacer milagros? Todo esto lo han hecho Francisco y
sus hermanos: ¿no podrá ser, al menos ésta, una fuente de
alegría? No: “En todas estas cosas no está la verdadera alegría”.
Ni siquiera el poder de la fe y del evangelio es para Francisco
fuente de verdadera alegría.
Naturalmente al hermano León le brota la pregunta que
separa la primera de la segunda parte del relato: “Pero, ¿cuál es
la verdadera alegría?”
o
Vuelvo de Perusa y, en medio de una noche
cerrada, llego aquí; es tiempo de invierno, está todo
embarrado y hace tanto frío, que en los bordes de la
túnica se forman carámbanos de agua fría congelada
que golpean continuamente las piernas, y brota
sangre de sus heridas.
9 Y todo embarrado, aterido y helado, llego a la
puerta; y, después de golpear y llamar un buen
rato, acude el hermano y pregunta: -¿Quién es?
Yo respondo: -El hermano Francisco.10 Y él dice:
-Largo de aquí. No es hora decente para andar de
camino; no entrarás (VerAl 6-10).
Los términos evidencian todo un movimiento de acerca­
miento progresivo -vuelve, llega, golpea la puerta, llama,
pide, insiste, queda- que es interrumpido sistemática y
violentamente con tres “márchate”, seguidos por tres motiva­
ciones del rechazo, cada vez más duras. Las condiciones en
que se acerca no son, sin duda, favorables: viaje largo, noche,
invierno, fango, frío, heridas. Lrancisco responde al hermano
119
portero diciéndole que es un hermano, que es Lrancisco, el
fundador. Pero el portero le dice a la cara el primer “largo de
aquí”; como también por qué no le acepta: “no es hora decente
para andar de camino”.
11 Y al insistir yo de nuevo, responde:
-Largo de aquí. Tú eres un simple y un inculto. Ya
no vienes con nosotros. Nosotros somos tantos y
tales, que no te necesitamos.
Ante la humillación ofensiva del primer “largo de aquí”,
Francisco no se va, e insiste en llamar y pedir; se gana
entonces el segundo “largo de aquí”, justificado con un
motivo todavía más hiriente: “no te necesitamos”, nos eres
inútil.
12 Y yo vuelvo a la puerta y digo:
-Por amor de Dios, acogedme por esta noche.
13Y él responde: No lo haré.14Vete al lugar de los
cruciferos y pide allí.
Aun después del rechazo segundo, Francisco continúa
ante de la puerta, y humildemente vuelve a hacer la petición,
añadiendo nuevas consideraciones: al menos por amor de
Dios y sólo por esta noche. Pero llega terrible el tercer “vete”,
seguido de una nueva justificación: no sólo eres un inútil,
¡hasta eres un peso para nosotros! ¡Vete al lugar de los
cruciferos, pues, ya de noche, allí estarán reunidos los
leprosos!
¿Cómo va a acabar esto? ¿Se marcha Francisco?
15 Te digo que, si he tenido paciencia y no me he
turbado, en esto está la verdadera alegría, y la
verdadera virtud y la salvación del alma”.
No, Francisco no se marcha por sentirse cansado,
ofendido o irritado. Se queda frente a aquella puerta cerrada;
lo vive con paciencia y no se turba, y dice que en esto está la
“verdadera” alegría. La alegría que no nos puede llegar a
 120
Iravcs de la cultura, del poder eclesiástico o político, ni
siquiera del poder sobrenatural; nos llega permaneciendo
“aquí” fraterna y confiadamente, frente a aquella puerta
cerrada. Dentro están sus hermanos: no se sienten hermanos
ni se comportan como tales, pero él los siente hermanos.
Aquella puerta tiene en el relato un claro valor simbólico:
debiera ser la puerta de la acogida, de la estima, de la amistad
por parte de los otros, pero es una puerta que no se ha abierto
y que, tal vez, no se abrirá nunca. Y Francisco se queda allí,
frente a la puerta cerrada, paciente e imperturbable.
Sus sentimientos fraternos no están condicionados por los
sentimientos de los demás. El amor se basta a sí mismo, no
tiene necesidad de justificaciones y de motivaciones. Hay una
alegría que se siente cuando la puerta se abre y dos brazos se
extienden para acogernos: esta alegría es fácil y la conocemos
todos. Francisco describe otra alegría, la que podemos
experimentar quedando frente a una puerta cerrada: no es una
alegría estoica o terca, sino sencillamente evangélica. Con la
palabra “sencillamente” queremos decir “auténticamente”,
“heroicamente”. Estamos en la lógica del grano que debe
morir para dar fruto, en la lógica del amor que se deja insultar
y ser objeto de burla, permaneciendo en la cruz y dando así la
vida por aquellos que están a sus pies, a los que se excusa
porque “no saben lo que hacen”. Esto es lo verdaderamente
importante en la vida, éste es el tesoro de la parábola evangé­
lica: es el evangelio de la cruz, anunciado con gozo en la vida,
es el gozo de la misión, que Francisco experimenta y que, por
ello, no se cansa de proponer.
CAPÍTULO QUINTO
“Te bendigo, Padre,
Señor del cielo y de la tierra”
Así dice Francisco la creación
Al finalizar los seis días de trabajo, Dios miró complaci­
do todo lo que había creado, desde la naturaleza hasta el
hombre, y “vio que era muy bueno” (Gen 1,31). Hace dos mil
años, en Palestina, un hombre, llamado Jesús, con el rostro
iluminado, elevó los ojos al cielo y dijo: “Te doy gracias,
Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido
estas cosas a sabios y prudentes y se las has revelado a los
pequeños” (Mt 11,25). Doce siglos más tarde -exactamente en
1225- un hombre, llamado Francisco, estaba en una cabaña de
esteras, que para él se había construido en San Damián; con
el rostro iluminado, alza al cielo sus ojos enfermos y compone
el Cántico de las criaturas'.
Tres momentos y tres sujetos diversos: son comunes a
ellos el canto, la alegría, la bendición, y una mirada que sabe
ver la belleza de lo creado y del Creador. El Dios del Génesis
se complace en la bondad/belleza de sus criaturas; Jesús
bendice al Padre/Señor del cielo y de la tierra porque se ha
revelado a los pequeños; el pequeño Francisco, ya casi ciego,
1Cf. LP 83.
 122
ve con claridad la bondad/belleza de las criaturas y alaba con
ellas al Padre/Señor del cielo y de la tierra; ha recibido la
revelación evangélica de Dios como Padre y de las criaturas
como hermanas.
Todas las palabras del Cántico de las criaturas rezuman
fe gozosa y agradecida. También Francisco ve que todo lo que
le rodea es cosa muy buena, y lo canta; también Francisco
bendice al Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ha
revelado en Jesús, a los pequeños, el evangelio de la paterni­
dad de Dios y de la fraternidad cósmica.
En el Cántico2 se contempla a las criaturas como instru­
mento de alabanza, de revelación y de restitución a un tiempo.
1 Altísimo, omnipotente, buen Señor,
tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y
toda bendición (cf. Ap 4, 9.11).
2 A ti solo, Altísimo, te corresponden
y ningún hombre es digno de pronunciar tu
nombre.
Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas
(cf. Tob 8,7),
especialmente el señor hermano sol,
él es el día y por él nos alumbras;
y es bello y radiante con gran esplendor:
de ti, Altísimo, lleva significación.
“ Los estudios sobre el Cántico de las criaturas son numerosísimos.
Mencionamos sólo algunos que nos parecen orientativos y fundamentales:
F. Bajetto, Treinta años de estudios (1941-1973) sobre el Cántico del
Hermano Sol. Bibliografía razonada, en: Selecciones de Franciscanísima,
13-14, 1976, 173-220; S. Ruggeri, M aterialiper uno studio sul “Cántico
difrate Solé", en Accademie e Biblioteche d ’Italia 43 (1975) 60-102; G.
Ravasi, “Cántico delle creature” e salmi delta creazione, en Parola di
Dio e Francesco d ’Assisi, Assisi 1982, 64-89; C. Paolazzi, Francesco
d ’Asssisi, la “lode", il “Cántico” e la letteraturavolgare, en IIfrancesca-
nesimo e il teatro medievale (Atti del Convegno nazionale di studi. San
Miniato, 8-9-10 ottobre 1982) Castelfiorentino 1984, 70-120.
123
5 Loado seas, mi Señor, por la hermana luna y
las estrellas (cf. Sal 148,3):
en el cielo las has formado claras y preciosas y bellas.
6 Loado seas, mi Señor, por el hermano viento,
y por el aire y el nublado y el sereno y todo
tiempo (cf. Dan 3,64- 65),
por el cual a tus criaturas das sustento (cf. Sal
103,13-14).
7Loado seas, mi Señor, por la hermana agua (cf.
Sal 148,4.5),
que es muy útil y humilde y preciosa y casta.
8 Loado seas, mi Señor, por el hermano fuego
(cf. Dan 3,66),
por el cual alumbras la noche (cf. Sal 77,14):
y es bello y alegre y robusto y fuerte.
9 Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la
madre tierra (cf. Dan 3,74),
que nos sustenta y gobierna
y produce distintos frutos con flores de colores y
hierbas (cf. Sal 103,13.14).
10 Loado seas, mi Señor, por los que perdonan
por tu amor (cf. Mt 6,12).
y sufren enfermedad y tribulación.
11 Bienaventurados aquellos que las sufren en
paz (cf. Mt 5,10),
pues por ti, Altísimo, coronados serán.
12 Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la
muerte corporal
de la cual ningún hombre vivo puede escapar.
13 ¡Ay de aquellos que morirán en pecado mortal!
Bienaventurados los que encontrará en tu santísima
voluntad,
pues la muerte segunda no les hará mal (cf. Ap
2,11;20,6).
14 Load y bendecid a mi Señor (cf. Dan 3,85),
y dadle gracias y servidle con gran humildad.
 124
1. Las criaturas como instrumento de alabanza
La estructura literaria y el contenido del Cántico se
apoyan en el estribillo “Loado seas”, que aparece 8 veces. A
él hemos de añadir el “tuyas son las alabanzas” del v. Ib, al
que corresponde, en forma inclusiva, el “load” conclusivo del
v. 15a. La primera constatación fundamental que se ha de
hacer es, pues, que nos encontramos frente a un cántico de
alabanza.
El paralelo bíblico más claro de nuestro Cántico es el
Cántico de los tres jóvenes, en Dan 3,52-90, donde aparece
con particular evidencia la estrecha relación entre bendición
y alabanza. Los vv. 3,52-56 comienzan siempre con “Bendito
seas...” y acaban diciendo: “ensalzadlo con himnos por los
siglos” ; en los vv. 3,57-90 el primer verso dice siempre
“Bendecid... al Señor” y el segundo hace el eco con la
expresión “ensalzadlo con himnos por los siglos”. Los dos
cánticos pueden ser definidos como cantos de alabanza.
¿A quién se alaba en el Cántico de las criaturas? Al
“Altísimo”, al “omnipotente, buen Señor”, a “mi Señor”. El
“Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas” del v. 3a
podría hacer pensar que también las criaturas son objeto de la
alabanza, pero, queda desautorizada esta interpretación con
sólo leer los vv. lb-2a, en los que se dice: “tuyas [del Señor]
son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición. A ti
solo, Altísimo, te corresponden”. Lo confirman, además,
todos los escritos de Francisco, en los que “alabanza/alabar”
se reserva siempre y exclusivamente para Dios.
¿Quién es el que alaba? Francisco, el hombre Francisco
y el hombre del que él habla. Todos los escritos del santo —y
en especial sus plegarias- están impregnados de la alabanza
a Dios. En ellos se presenta toda la vida cristiana como
respuesta de alabanza total y agradecida a Dios, que se entrega
125
totalmente al hombre3.
Pero, si el alabado es Dios y el que alaba es el hombre,
¿qué papel juegan las criaturas? ¿Qué significado tiene el
complemento de especificación “Cántico de las criaturas? Y,
¿cómo explicar eso de “Loado seas, mi Señor, con todas tus
criaturas” del v. 3a y los siete siguientes “Loado seas, mi
Señor, por...? De, con, por son tres preposiciones distintas,
que, íntimamente relacionadas entre sí, exigen una explica­
ción común.
En este fuerte y limpio flujo de alabanzas que sube del
hombre a Dios, dos son los papeles que pueden asignarse a las
criaturas: uno causal y otro instrumental. En el primer caso, el
significado global del Cántico sería éste: “Loado seas, mi
Señor, a causa de las criaturas” ; en el segundo caso: “Loado
seas, mi Señor, por medio de las criaturas”. La hipótesis
causal explica bien el por, pero no tan bien las otras dos
preposiciones, de y con. La hipótesis instrumental, en cambio,
explica bien las tres preposiciones: la alabanza que el hombre
eleva a Dios pasa a través de las criaturas, que, de ese modo,
se convierten en instrumentos de esa alabanza -p o r la
hermana luna y las estrellas-, y se unen a la alabanza del
hombre -con todas tus criaturas-, hasta el punto de que a este
Cántico de alabanza se le puede llamar con toda razón
“Cántico de las criaturas”.
En el Cántico se advierte una intensa religiosidad difusa,
una armonía sinfónica, una liturgia cósmica viva y participa­
da, pero el estribillo “Loado seas, mi Señor” es ya de suyo
suficiente para excluir todo sentido vago, anónimo y panteísti­
co; hay una acción precisa que es la “alabanza”, hay un
destinatario que se llama “Señor”, hay un sujeto personal de
la acción al que repetidamente se hace referencia expresa con
el adjetivo posesivo “mío”. Sólo una clara identificación tic
3 Cf. en particular IR 23.
126
esta acción, de este sujeto y de este destinatario permite el que
podamos incluir de modo convincente el Cántico en el
contexto de los escritos de Francisco y en la constante e
intensa religiosidad que los caracteriza.
Sólo tras el reconocimiento de la acción religiosa de
alabanza que se desarrolla en el Cántico, del actor principal
que interviene, y de la dirección exclusivamente teológica que
lo caracteriza, podemos prestar atención a otros aspectos del
Cántico, importantes pero secundarios, como son la poesía y
la ecología, aspectos que, si se separan del humus teológico y
religioso, no acertarán a expresar plenamente cuanto Francis­
co quiso decir.
Pero la característica peculiar de la alabanza del Cántico
es la mediación de las criaturas. Francisco sabe que sólo a
Dios corresponde todo honor, toda gloria y toda alabanza.
Ante este Dios altísimo, omnipotente y bueno, el hombre, que
es indigno hasta de nombrarle4, no puede hacer otra cosa que
bendecirle y alabarle. Y para no hacerlo directamente, el
hombre alaba a Dios sirviéndose de “sus” criaturas: son
criaturas de Dios, pero son también nuestros hermanos y
hermanas. Éstas son las credenciales de que están dotadas las
criaturas para realizar la función de mediación de la
bendición-alabanza entre el hombre y Dios. Éste es el
recorrido de la alabanza: Francisco-criaturas-Señor.
Y si el Señor es alabado por medio de todas las criaturas,
de forma más clara e intensa ocurre esto en las criaturas
humanas, sobre todo cuando éstas se hacen instrumentos
conscientes de la alabanza. Esto tiene lugar particularmente en
4 A “ningún hombre es digno de pronunciar tu nombre” del Cántico
(v. 2b) hace eco el “todos nosotros, míseros y pecadores no somos dignos
de nombrarte” de IR 23,5. Mientras en el segundo caso, para dar gracias
dignamente al Padre se pide ayuda a Cristo, al Espíritu Santo, a María, a
los ángeles y a los santos, en el Cántico se pide ayuda a las criaturas para
poder alabar y bendecir al Señor.
127
los cuatro casos recordados en la segunda parte del Cántico:
cuando los hombres perdonan (v. 10a-b)5, cuando soportan en
paz enfermedad y tribulación (vv. 10c-11), cuando consiguen
tener a la muerte por hermana (v. 12) y cuando se encuentran
hasta el fin en la “santísima voluntad” del Señor (v. 13)6. Es
interesante e importante notar que la alabanza y la alegría de
que está impregnada la primera parte del Cántico -la podría­
mos llamar “cosmológica”- encuentran su continuación en la
parte segunda-podríamos definirla como “antropológica-, en
la que se toma en consideración no a las personas sanas,
felices, satisfechas, sino a las que se hace referencia en las
bienaventuranzas evangélicas: las que soportan injusticias y
perdonan, las que sufren y viven en paz7.
El v. 14 resume el Cántico dirigiéndose a todos y a todo,
recuperando la dimensión de alabanza del ser y del obrar de
toda criatura, y particularmente del hombre (cf. v. 14b: “y
dadle gracias y servidle con gran humildad”), y colocando en
5 La LP 84 cuenta que los vv. 10-11 del Cántico fueron compuestos
y añadidos por Francisco con ocasión de una violenta controversia entre
el obispo y el podestá de Asís, que Francisco consiguió resolver. C.
Paolazzi (Francesco d ’Assisi, l.c., 106-107) ofrece la hipótesis, bastante
convincente, de que la añadidura se refiere sólo a 10b: “por los que
perdonan por tu amor”.
6 La LP 7 dice que los vv. 12-13 fueron compuestos por Francisco e
incluidos en el Cántico cuando recibió la noticia de que estaba para morir.
En el v. 13 al “Bienaventurados” corresponde el “Ay”. También en IR 21
7-8 encontramos esta misma contraposición: “Dichosos los que mueren en
penitencia, porque estarán en el reino de los cielos. ¡Ay de aquellos que no
mueren en penitencia, porque serán hijos del diablo”.
7 En los vv. 10-13 hay referencias claras, aunque no sean textuales,
no sólo al sermón de la montaña sino también a dos breves secuencias del
Apocalipsis: “Conozco tu tribulación y tu pobreza, aunque eres rico... No
temas por lo que vas a sufrir... Sufriréis una tribulación... Manténte fiel
hasta la muerte y te daré la corona de la vida... El vencedor no sufrirá daño
de la muerte segunda” (Ap 2,9-11); “...Dichosos los muertos que mueren
en el Señor. Desde ahora, sí -dice el Espíritu- que descansen de sus
fatigas, porque sus obras les acompañan” (Ap 14,13).
 I2K
el primerísimo lugar la dirección teológica y el significado
profundamente religioso de todo el Cántico.
2. Las criaturas como instrumento de revelación
El nuestro no es sólo un cántico de alabanza, sino
también de revelación. ¿Qué es lo que aquí se nos revela?
Ante todo, Dios; pero también el hombre y su vocación, e
incluso las criaturas y su función. Y, ¿quién es el que revela?
Francisco, y también las criaturas.
Francisco nos revela que Dios es altísimo, omnipotente,
bueno, Señor; que a él le pertenecen, y sólo a él le correspon­
den la alabanza, la gloria, el honor y toda bendición; que Dios
es tan grande que ningún hombre es digno de nombrarlo. Es
Francisco quien nos revela también que entre este Dios
altísimo y omnipotente y el hombre existe una relación de
cercanía, de amistad, de recíproca pertenencia, tanto que el
hombre puede llamarle a Dios nueve veces “mi Señor”.
Y Francisco nos revela también que las criaturas son “tus
criaturas”, de Dios; que Dios cuida amorosamente de los
hombres iluminándolos de día por medio del sol y de noche
por medio del fuego, y dándoles sustento por medio de la
tierra y de las estaciones; que toda criatura es “hermano” o
“hermana” del hombre. Francisco nos revela también que
aquellos que soportan en paz la enfermedad y la tribulación
serán coronados por Dios, y que nada tendremos que temer si
la hermana muerte nos encuentra en su santísima voluntad.
Pero -lo hemos dicho ya respecto de la alabanza- el
aspecto peculiar de la revelación del Cántico consiste en la
mediación de las criaturas. A Dios le revelan no sólo las
palabras de Francisco, sino también las criaturas; y este
segundo tipo de revelación no acaece sólo en su condición
estática de criaturas, sino sobre todo en el servicio concreto de
todas ellas al hombre.
129
Se ha hecho notar que casi todos los numerosos adjetivos
que en el Cántico se refieren a las criaturas, en el resto de sus
escritos Francisco los refiere también a Dios. La belleza, la
preciosidad, la luminosidad, la fortaleza, la humildad que se
hallan presentes en las criaturas revelan la belleza, la preciosi­
dad, la luminosidad, la fortaleza, la humildad de Dios. Las
criaturas hablan de Dios, revelan a Dios.
En este sentido, el sol adquiere un valor paradigmático:
es la primera de las criaturas por cuyo medio se alaba al
Señor; es la que encabeza la lista y de la que se dice, con el
adverbio “especialmente” (3b), que ocupa un lugar privilegia­
do entre todas. Si tenemos en cuenta substantivos, adjetivos,
verbos y adverbios, son ocho las cualidades referidas al sol,
distribuidas en cuatro líneas (vv. 3b-4b); y entre estas cualida­
des, se da un relieve particular a las que se refieren a la
iluminación, a la revelación. Precisamente por esto el crescen­
do de la estrofa encuentra su ápice en el v. 4b, donde se
concluye diciendo explícitamente del sol: “de ti, Altísimo,
lleva significación”. El sol, como fuente de luz, “lleva
significación” de Dios de modo muy particular, pero también
toda la creación lleva en sí una referencia a Dios, y es, por
consiguiente, su revelación8.
En el Cántico, las criaturas revelan a Dios no tanto por lo
que metafísicamente son en sí mismas, sino sobre todo por el
modo en que se muestran al hombre y por lo que hacen por él.
8 Francisco percibe con claridad y expresa de forma incisiva el
significado de revelación típico de los salmos de la creación. Léase, por
ejemplo, el Sal 19,2-5: “El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento
pregona la obra de sus manos: el día al día le pasa el mensaje, la noche a
la noche se lo susurra. Sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene
su voz, a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su
lenguaje. Allí le ha puesto su tienda al sol: él sale como el esposo de su
alcoba, contento como un héroe, a recorrer su camino. Asoma por un
extremo del cielo, y su órbita llega al otro extremo; nadie se libra de su
calor”.
130
La teofanía de las criaturas del Cántico no es estática, sino
dinámica, no es de tipo ontológico sino histórico. El sol
ilumina de día; las luna y las estrellas hacen limpia y bella la
noche; el aire, las nubes, las estaciones garantizan el sustento
de las criaturas; el agua es útil y preciosa; el fuego ilumina y
calienta; la madre tierra ofrece a todos el alimento con frutos,
flores y hierbas. Las cosas buenas y bellas, que las criaturas
dan al hombre, revelan el cuidado atento y solícito que Dios
tiene por él.
Dios nos ilumina por medio del sol, Dios provee de sustento
a sus criaturas por medio de las estaciones, Dios nos ilumina
de noche por medio del fuego. La “significación” de Dios que
en sí mismas llevan las criaturas se convierte en revelación y
mediación de su paterna providencia en favor del hombre.
En el Cántico encontramos una perfecta integración de
los dos grandes libros escritos por la mano de Dios: el libro de
la Palabra y el de la creación. Dos libros que hablan del
mismo Dios, pero que, para ser leídos y entendidos en su
revelación, tienen necesidad de un ojo creyente.
3. Las criaturas como instrumento de restitución
Además de ser un cántico de alabanza y de revelación, el
nuestro se presenta como un cántico de restitución, y acaso la
alabanza y la revelación encuentran su último fin y su
significado más profundo precisamente en la restitución.
“Restituir” significa volver a dar una cosa a su propieta­
rio. ¿Cuáles son las cosas de las que en el Cántico se dice que
se han de devolver al propietario? El v. Ib proclama: “tuyas
son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición” ; y en
el v. 2a se añade: “a ti sólo, Altísimo, corresponden”. Toda
alabanza, toda gloria, todo honor y toda bendición pertenecen
sólo al Señor, le corresponden sólo a él; son cosas suyas y a él
sólo le son debidas. Restituir la alabanza a Dios significa
131
alabarle, restituirle la gloria significa glorificarle, restituirle el
honor significa honrarle. El Cántico, en cuanto “cántico de
alabanza”, es “restitución” a Dios de la alabanza, de la gloria
y del honor que únicamente a él le pertenecen.
La alabanza se convierte en el modo concreto de restituir
a Dios todo lo que le pertenece, y viene a ser el modo concre­
to de hacer continuamente espacio dentro de uno mismo al
don de Dios, es decir, a Dios mismo que se da totalmente al
hombre. En este sentido, es elocuentísima la contraposición
“nada-entero”, que encontramos en CtaO 29: “Nada de
vosotros retengáis para vosotros mismos, para que enteros os
reciba el que todo entero se os entrega”.
En el v. 3a se habla de “todas tus criaturas” y en el v. 6c
se hace nuevamente alusión a “tus criaturas”. Todo es criatura
de Dios, todo pertenece a Dios; pero en el Cántico cada una
de estas criaturas es llamada también “hermano” nuestro o
“hermana” nuestra. Todo ha sido creado por Dios y todo se lo
regala al hombre como hermano o hermana. Reconocer esto
es ya un modo de “restituir” a Dios lo que es suyo.
Pero se dice también que las criaturas son los instrumen­
tos de los que Dios se sirve para cuidarse de los hombres (cf.
v. 3c: “por él nos alumbras”; v. 6c: “por el cual a tus criaturas
das sustento”; v. 8b: “por el cual alumbras la noche”). Dar
gracias al Señor por esto - y hacerlo recorriendo hacia atrás el
camino que Dios realiza para llegar hasta nosotros, es decir,
a través de las criaturas- es otro modo de restituir que el
hombre tiene a su disposición.
El Cántico comienza iluminando de día al actor más
importante, “el Altísimo, omnipotente, buen Señor”, de quien
se dice: “tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda
bendición”; todo parte de él y todo debe volver a él en forma
de alabanza, de gloria, de honor y de bendición. La conclusión
del Cántico vuelve a tomar y sintetiza toda esta actitud de
132
restitución: “Load y bendecid a mi Señor, y dadle gracias y
servidle con gran humidad”. El “Altísimo, omnipotente, buen
Señor” del comienzo se convierte en el v. 14a en “mi Señor”,
expresión que subraya por una parte la cercanía de Dios en
relación con el hom bre-“mi”- y por otra, su señorío -Señor”-.
Frente al “Señor” están todas las criaturas, y en particular
los hombres, en actitud de servicio: “servidle con gran
humildad” (v. 14b). Toda la creación alaba a Dios, lo revela
y se entrega a él. Pero es obvio que la alabanza, la revelación
y, aún más, la restitución, tengan lugar sobre todo en el
hombre. De hecho, sólo el hombre, recogiendo y orientando
a Dios la bendición cósmica en forma de alabanza, de
revelación y de restitución, puede convertirse en voz cons­
ciente de toda criatura.
Hay momentos en que la bendición del hombre se hace
particularmente clara y fuerte: son aquellos en los que el
hombre “divinamente” perdona - “por tu amor”- y sufre “en
paz” (vv. 10-11), y aquellos en los que llega a considerar
hermana a la muerte, y logra que ésta le encuentre en el
cumplimiento de la “santísima voluntad” del Señor (vv. 12-
13). Estos momentos particularmente claros y fuertes de
bendición coinciden con aquellos en los que resulta más arduo
acoger a todos y todo como don de Dios, y es más difícil
alabarlo, revelarlo como dador de todo don, restituirle todo, y
entregarse enteramente a él.
La restitución presupone el don. La relación hombre-
criatura-Dios como restitución está basada en la relación
Dios-criatura-hombre con don. Dios da al hombre, el hombre
restituye a Dios. Estamos en una clara conciencia de fe y en la
circularidad del don: todo es don de Dios y todo es restituido
a Dios. La realidad de la revelación es el don de Dios al
hombre; y la realidad de la alabanza es el don del hombre a
Dios. En este sentido la restitución es el significado más
profundo al que también la alabanza y la revelación hacen
referencia definitiva.
Las criaturas son el instrumento del que Dios se sirve
para entregarse al hombre y el instrumento del que el hombre
se ha de servir para restituirse a Dios. En las criaturas, como
instrumentos de mediación entre Dios y el hombre y entre el
hombre y Dios, es difícil no percibir una referencia al gran
mediador, a Cristo, el “lugar” de la bendición en cada uno de
los tres significados encontrados en el Cántico. También este
escrito viene a confirmar de este modo la particular atención
de Francisco al misterio de la encarnación y a la humanidad
del Hijo de Dios.
Podemos decir que en el Cántico encontramos fundidos
los tres significados: la alabanza, la revelación y la restitución.
Y hallamos aquí, serenamente expresado y subrayado con
vigor, el papel de las criaturas como instrumento de alabanza,
de revelación y de restitución. Se trata en verdad de un
Cántico de las criaturas. Pero es necesario saber reconocer,
como Francisco lo supo, cada una de las voces, saber armoni­
zarlas y dirigirlas, obteniendo así un espléndido coro cósmico
de alabanza, revelación y restitución al Creador y Señor de
todos y de todo. El Cántico nos ayuda a reconocer que
verdaderamente todo -s i lo leemos en profundidad, es decir,
con fe, como don de D ios- es muy bello y muy bueno.
Jesús bendijo al Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque había revelado “estas cosas a los pequeños” (cf. Mt
11,25); y Francisco es, sin duda, uno de aquellos pequeños
que han escuchado la revelación del Padre en el Hijo: no es
por casualidad que la liturgia ha escogido justamente este
texto evangélico para la fiesta de san Francisco. Otro día Jesús
proclamó: “bienaventurados los mansos, porque ellos hereda­
rán la tierra” (Mt 5,3); Francisco, pobre y humilde, abre los
ojos de la fe y se descubre heredero de la tierra y del cielo. Y
así dice Francisco evangélicamente la creación.
 CAPITULO SEXTO

Bienaventurados los limpios de corazón

porque ellos verán a Dios
Así dice Francisco a Dios

No hay página de los escritos de Francisco que no hable

de Dios. Pero, más que el “cuánto” -tendríamos que referirnos
aquí a la casi totalidad del texto de sus escritos- nos interesa
el “cómo” Francisco ve y siente a Dios y habla de él. Especial­
mente significativa a este respecto, es la página de las
Alabanzas al Dios altísimo, en las que Francisco reconoce la
santidad y la unicidad de Dios, su vida íntima y trinitaria, a
partir de las cosas estupendas que él realiza; arranca de la
historia y llega a la Trinidad.
1 Tú eres el santo Señor Dios único,
el que haces maravillas (cf. Sal 76,15).
2 Tú eres el fuerte,
tú eres el grande (cf. Sal 85,10),
tú eres el altísimo,
tú eres el rey omnipotente;
tú, Padre santo (Jn 17,11), rey del cielo y de la
tierra (cf. Mt 11,25).
3 Tú eres el trino y uno, Señor Dios de los dioses
(Sal 135,2);
tú eres el bien, el todo bien, el sumo bien,
136 137

Señor Dios vivo y verdadero (ITes 1,9). son la acentuada orientación teológica: todo está dirigido a Dios
4 Tú eres el amor, la caridad (lJn 4,8.16); en la primera parte, todo se resuelve en agradecimiento a Dios;
tú eres la sabiduría, en la segunda, Dios aparece exhortándonos a amar, desear y
tú eres la humildad, creer-; la contemplación de la historia de la salvación en su
tú eres la paciencia (Sal 70,5), globalidad: creación, redención, salvación final; la universalidad
tú eres la belleza, de los destinatarios de la historia de la salvación ofrecida por
tú eres la mansedumbre; Dios y a cuya acogida exhorta; la totalidad de la respuesta. Nos
tú eres la seguridad,
encontramos ante una unidad literaria y temática que trata de
tú eres el descanso,
presentar la respuesta total y agradecida del hombre al don total
tú eres el gozo,
tú eres nuestra esperanza y alegría, y gratuito de Dios.
tú eres la justicia,
tú eres la templanza, -Agradecimiento (23,1-6)
tú eres toda nuestra riqueza a satisfacción.
La primera parte (vv. 1-6) constituye un solemne himno
5 Tú eres la belleza,
tú eres la mansedumbre, de acción de gracias, que hace pensar en la influencia de la
tú eres el protector (Sal 30,5), liturgia: “Te Deum”, “Gloria”, Prefacio, Salterio. En los vv.
tú eres nuestro custodio y defensor; 1-4 aparece un triple agradecimiento en forma directa: “Te
tú eres la fortaleza (cf. Sal 42,2), damos gracias” ; en los vv. 5-6 encontramos un doble motivo
tú eres el refrigerio. de agradecimiento expresado en forma indirecta: “Imploramos
6 Tú eres nuestra esperanza, que... te den gracias”.
tú eres nuestra fe,
tú eres nuestra caridad, a) “Te damos gracias” (23,1-4)
tú eres toda nuestra dulzura,
tú eres nuestra vida eterna, 1 Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios,
grande y admirable Señor, Padre santo (Jn 17,11) y justo, Señor, rey del
Dios omnipotente, misericordioso Salvador. cielo y de la tierra (cf. Mt 11,25), te damos gra­
cias por ti mismo, pues por tu santa voluntad, y
Pero preferimos examinar aquí un texto mejor articulado
por medio de tu único Hijo con el Espíritu Santo,
y todavía más rico: IR 1-11.1 creaste todas las cosas espirituales y corporales, y
a nosotros, hechos a tu imagen y semejanza, nos
1. “Te agradecemos” (IR 23,1-6) colocaste en el paraíso (cf. Gen 1,26; 2,15). Y
nosotros caímos por nuestra culpa.
En el capítulo 23 de la 1R encontramos interminables listas
3 Y te damos gracias porque, así como nos
de adjetivos y substantivos referidos a Dios, de verbos exhortati­
creaste por tu Hijo, así también, por el santo amor
vos dirigidos a “nosotros”, y de términos que describen nuestro con que nos amaste (cf. Jn 17,26), hiciste que él,
modo de relacionarnos con él. Otras características de este texto verdadero Dios y verdadero hombre, naciera de la
138
gloriosa siempre Virgen beatísima Santa María, y
quisiste que nosotros, cautivos, fuéramos redimi­
dos por su cruz y sangre y muerte.
4Y te damos gracias porque este mismo Hijo tuyo
ha de venir en la gloria de su majestad (cf. Mt
25,31) a arrojar alfuego eterno a los malditos (cf.
Mt 25,41), que no hicieron penitencia y no te cono­
cieron; y a decir a todos los que te conocieron y
adoraron y te sirvieron en la penitencia: Venid, ben­
ditos de mi Padre; recibid el reino que os está pre­
parado desde el origen del mundo (cf. Mt 25,34).
El hecho de que la expresión “te damos gracias” se repita
por tres veces de idéntica manera, resalta la importancia que
el texto quiere dar a este agradecimiento; y el que este
agradecimiento esté explícitamente motivado por la creación
(vv. 1-2), la redención (v. 3) y el retorno del Hijo (v. 4), une
estrechamente el reconocimiento del hombre y la obra
creadora, redentora y salvadora de Dios: la primera y funda­
mental actitud humana frente a Dios, que nos ha creado, nos
ha redimido y nos salvará, es la del agradecimiento.
Pero el primer “te damos gracias” (v. 1) precede a “por ti
mismo”: antes de estar agradecido a Dios por lo que ha hecho
y hará por nosotros, lo estamos por él mismo y en él mismo,
si bien este fino y precioso motivo de nuestra acción de gracias
no quiere indicar objetos o razones distintas de agradecimiento.
Dios se nos ha revelado como nuestro creador, redentor y
salvador (cf. v. 9), y a este Dios le damos gracias.
La terminología litúrgica, admirada y entusiasta, que usa
Francisco para describir a Dios - “omnipotente, altísimo,
santísimo, sumo Dios, Padre santo y justo, Señor Rey del
cielo y de la tierra”- , no está tomada de la filosofía, sino de la
revelación; no pretende hacer una descripción ontológica de
Dios, sino hacerse eco de una experiencia viva y personal: el
Dios que aquí se describe no es el “Dios en sí”, sino el “Dios
139
por nosotros”.
Este conocimiento “experiencial” de Dios y la actualiza­
ción de la relación con él, se expresan claramente por la
constante referencia de la historia de la salvación a “noso­
tros”: “nosotros, hechos a tu imagen y semejanza” fuimos
colocados en el paraíso (v. 1); “y nosotros caímos por nuestra
culpa” (v. 2); “nos creaste..., nos amaste...” ; nos redimiste (v.
3). En el primer plano no aparece la historia universal de la
salvación, sino la relación actual y personal de Dios con
nosotros -é l nos creó, nos redimió y nos salvará- y la nuestra
con Dios -te damos gracias-, aún cuando es justo señalar los
grandes motivos por los que se dan gracias a Dios.
El espacio que los vv. 1-4 dedican a Dios y a nosotros es
expresión de una clara jerarquía de importancia: casi todo
describe a Dios. Pero hagamos la comparación entre lo que se
dice de nosotros y lo que se dice de Dios.
Por lo que se refiere a “nosotros”, se alude a un hecho del
pasado - “caímos”- , a uno del presente - “te damos gracias”-
y a una alternativa que está también ligada al presente
- “conocer/no conocer a Dios”; los verbos están en pasado en
relación con el momento en que “vendrá” el Hijo, pero se
refieren a nuestro presente-.
En cambio, por lo que se refiere a Dios, de los tres
conceptos -crear, redimir, salvar- que aparecen, dos están en
pasado - “creaste” ; “quisiste que nosotros fuéramos redimi­
dos”- y uno en futuro - “ha de venir en la gloria... y decir : ...
Benditos...”-; la cosa será todavía más evidente en el v. 8:
“nos creó, nos redimió y ... nos salvará”.
Los cuatro primeros versículos constituyen, pues, una
solemne plegaria de acción de gracias que nos pone ante Dios;
nuestra actitud de agradecimiento, de fe, de adoración y de
penitencia nace de reconocer que Dios nos ha creado y que,
habiendo nosotros caído, él nos ha redimido; pero es, al
140
mismo teimpo, condición para ser definitivamente salvados
por el Hijo que volverá: la historia de la salvación, por la que
damos gracias a Dios, se actualiza en nuestra vida de agrade­
cimiento, de fe, de adoración.
b) “Imploramos que Jesús, María y los santos
te den gracias por nosotros” (23,5-6)
5 Y porque todos nosotros, míseros y pecadores,
no somos dignos de nombrarte, imploramos supli­
cantes que nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo amado,
en quien te has complacido (cf. Mt 17,5), que te
basta siempre para todo y por quien tantas cosas nos
has hecho, te dé gracias por todo, junto con el
Espíritu Santo Defensor como a ti y a él mismo le
agrada. ¡Aleluya!
6 Y a la gloriosa madre, la beatísima siempre
Virgen María, a los bienaventurados Miguel, Ga­
briel y Rafael, y a todos los coros délos bienaventu­
rados serafines, quembines, tronos, dominaciones,
principados, potestades (cf. Col 1,16), virtudes,
ángeles, arcángeles; a los bienaventurados Juan
Bautista, Juan Evangelista, Pedro, Pablo, y a los
bienaventurados patriarcas, profetas, inocentes,
apóstoles, evangelistas, discípulos, mártires, confe­
sores, vírgenes; a los bienaventurados Elias y Enoc,
y a todos los santos que fueron, serán y son, humil­
demente les suplicamos, por tu amor, que te den
gracias por estas cosas, como te agrada a ti, sumo
Dios verdadero, eterno y vivo, con tu queridísimo
Hijo nuestro Señor Jesucristo y el Espíritu Santo
Defensor,por los siglos de los siglos. Amén. ¡Alelu­
ya! (Ap 5,13; 19,3-4).
Tenemos aquí dos párrafos que expresan ideas y tienen
una estructura substancialmente idénticas: “Imploramos
suplicantes que nuestro Señor Jesucristo... te dé gracias” (v.
141
5) “humildemente suplicamos [a María, a los ángeles y a los
santos] que te den gracias” (v. 6). Los dos párrafos tienen
también en común la modalidad de la acción de gracias
- “como a ti te agrada”- y el motivo - “por todo”, “por estas
cosas”- , y también el recuerdo de las tres personas divinas y
el gozoso y litúrgico grito conclusivo del “aleluya”.
Tras el triple “te damos gracias” de vv. 1-4, nos encontra­
mos con esta aparente contradicción, hermosa y delicada, de
la que arranca la segunda sección: “Y porque todos nosotros,
míseros y pecadores, no somos dignos de nombrarte...”,
suplicamos a Cristo y a los santos que lo hagan por nosotros.
La contradicción es sólo formal: en realidad continúa nuestro
agradecimiento a Dios, pero unido al de Cristo - “que te basta
siempre para todo y por quien tantas cosas nos has hecho”-,
y al de María, de los ángeles y de los santos, las personas
declaradas “benditas de mi Padre” y que entraron ya en su
reino. Al esquema “te damos gracias” de la sección primera,
le sustituye ahora el esquema: “suplicamos a Cristo y a los
santos que te den gracias por nosotros”.
La jerarquía de importancia de estos mediadores de
nuestra acción de gracias la expresa claramente el orden en
que se les recuerda: Cristo, María, ángeles, santos; pero el
motivo profundo por el que todos ellos son “especialistas” en
la acción de gracias a Dios es el mismo, el expresado al aludir
a la intercesión de Jesucristo. Dice Francisco que Jesucristo
puede dar gracias a Dios como a Dios le agrada - “como te
agrada”- , precisamente porque es el Hijo querido en quien
Dios se ha complacido, que le basta siempre en todo, por cuyo
medio el Padre ha hecho por nosotros tantas cosas: Cristo es
especialista en la acción de gracias porque es especialista en
la vida filial. Aun reconocido el carácter único de Cristo, se ha
de aceptar que no es otro el motivo por el que María, los
ángeles y los santos pueden dar gracias a Dios “como le
agrada”. Todos nosotros tenemos necesidad de su mediación
142
y no somos dignos de nombrar a Dios precisamente porque,
a diferencia de ellos, somos “míseros y pecadores”.
La primera parte del capítulo (vv. 1-6), en forma hímnica,
laudatoria y cuasi litúrgica nos pone a “nosotros”, míseros y
pecadores, frente a Dios, que nos ha creado, nos ha redimido
y nos salvará. Las dos actitudes que hemos de tener ante él
son: por una parte, el agradecimiento, y por otra, la fe, la
adoración y el servicio en la penitencia. Ambas están íntima­
mente ligadas y parecen ser dos aspectos de una misma
realidad: la de nuestra vida evangélica, en la que se actualiza
la historia de la salvación, y que constituye el verdadero modo
de dar gracias Dios.
2. “Ninguna otra cosa... sino Dios, verdadero y sumo bien”
- Exhortación (IR 23,7-11)
La segunda parte del capítulo (vv. 7-11) está caracteriza­
da por verbos de exhortación, tanto en indicativo - “rogamos
y suplicamos”- , como, sobre todo, en subjuntivo; y también
en ella, como anteriormente en la primera, “nosotros”,
miserables y míseros, somos colocados frente a “Dios”, que
nos ha creado, nos ha redimido, y nos salvará. Al mismo
tiempo vuelve a hacerse alusión a nuestras actitudes ante
Dios: el agradecimiento, la fe, la adoración, el servicio,
presentándolas esta vez aún más estrechamente relacionadas.
Finalmente, emerge con claridad el contenido global y el
significado profundo de la vida evangélica aquí descrita.
a) “A todos, los pequeños y los grandes, les
rogamos y suplicamos que perseveremos
todos en la verdadera f e ” (23,7)
7 Y a todos los que quieren servir al Señor Dios
en el seno de la santa Iglesia católica y apostólica,
143
y a todos los órdenes siguientes: sacerdotes, diáco­
nos, subdiáconos, acólitos, exorcistas, lectores,
ostiarios y a todos los clérigos; a todos los religiosos
y religiosas; a todos los conversos y niños; a los
pobres e indigentes; a los reyes y príncipes; a los
trabajadores y agricultores; a los siervos y señores;
a todas las vírgenes y continentes y casadas; a los
laicos, varones y mujeres; a todos los niños, adoles­
centes, jóvenes y ancianos; a los sanos y enfermos;
a todos los pequeños y grandes; a todos los pueblos,
gentes, tribus y lenguas (cf. Ap 7,9); y a todas las
naciones y a todos los hombres de todos los lugares
de la tierra, que son y serán, humildemente les
rogamos y suplicamos todos nosotros, los hermanos
menores, siervos inútiles (Le 17,10), que persevere­
mos todos en la verdadera fe y en la penitencia,
porque de otro modo nadie se puede salvar.
La primera sección está constituida por un largo párrafo,
que tiene como estructura la que se expresa en el título. Los
tres adjetivos que acompañan al substantivo “Iglesia” -santa,
católica y apostólica- son una clara profesión de devoción, de
ortodoxia y de fidelidad; pero la construcción de la frase
“todos los que quieren servir al Señor en el seno de la santa
Iglesia”, y el detallado elenco que sigue de clérigos, religiosos
y laicos, aun expresando reconocimiento, respeto y veneración
hacia los diversos estados y ministerios dentro de la Iglesia,
recuerdan también que, para todos, lo fundamental es “servir
al Señor Dios”.
El aparente desorden en que son enumerados los laicos
-desde “todos los niños, los pobres e indigentes” hasta “todas
las naciones y todos los hombres de la tierra”- parece sugerir
que, para servir a Dios poco importa ser pobres o reyes, siervos
o señores, célibes o casados, hombres o mujeres, jóvenes o
ancianos, sanos o enfermos: si algunos tienen una cierta ventaja,
éstos parecen serlos “pequeños”, nombrados sistemáticamente
144
en primer lugar, en relación con los “grandes”.
Pero he aquí que, en un cierto momento, parece que el
elenco rompe de hecho sus límites y va más allá de los
confines tanto eclesiales como históricos, para recordar a
todos los pueblos de toda tribu y lengua, y a todos los hom­
bres de la tierra que son y serán, lo mismo que se ha señalado
como esencial para los clérigos, los religiosos y los laicos de
la Iglesia católica: que han de “perseverar en la verdadera fe
y en la penitencia”.
Después del detallado y universal elenco de los destinata­
rios, aparecen finalmente dos verbos: “rogamos y suplica­
mos”, que, acompañados por el adverbio “humildemente”,
expresan una petición sentida, respetuosa y clara: como en el
“imploramos suplicantes” del v. 5, dirigido a Cristo, y en el
“humildemente suplicamos” del v. 6, dirigido a los santos,
también aquí se ruega al mundo entero con humilde y clara
“parresía”.
El sujeto lo constituye el “todos nosotros, los hermanos
menores, siervos inútiles”, el mismo de los vv. 1-6, aun
cuando sólo ahora quede explicitado. Y el motivo es que a los
“hermanos” los pone en una relación familiar no sólo entre sí
y con los católicos, sino con todos los hombres; siendo
“menores”, todos pueden mirarlos sin miedo y sin someti­
miento; la condición de “siervos” califica su oración-petición
universal como servicio; el subrayar que son “inútiles” hace
que la atención no esté puesta en los mensajeros sino en el
“Señor” y en su mensaje; la expresión en su conjunto los
coloca humildemente entre aquellos que deben “perseverar en
la verdadera fe y en la penitencia”, entre ellos y ocupando el
último puesto.
La palabra “todos” incluye todas las categorías y todas las
personas señaladas más arriba, comprendidos los “hermanos
menores”, como confirma el empleo de la primera persona
plural: “perseveremos”. Fe y penitencia se refieren, al igual
145
que en la primera parte del capítulo, a la vida de los hermanos
con sus diversos contenidos y significados: agradecimiento,
fe, adoración y servicio de Dios, una vida en la que se
actualiza la historia de la salvación de Dios en favor nuestro.
Fe y penitencia es una forma de endíadis que retoma y traduce
aquella universal actitud de respuesta pedida por Jesús en Me
1,15: “Convertios [‘poenitemini’] y creed al evangelio”.
El v. 7 constituye la humilde y vigorosa súplica que los
hermanos menores elevan a todos los hombres que quieren
servir a Dios: todos, incluidos los hermanos menores, tienen
un único modo de poder ser salvados por Dios, y es el
“perseverar en la verdadera fe y en la penitencia”, una actitud
que es, al mismo tiempo, fruto y condición de la salvación,
modo y lugar en que se expresa la verdadera fe, se sirve a
Dios, se le dan gracias y se actualiza para nosotros la historia
de la salvación.
b) “Engrandezcamos a Dios, salvador de todos
los que en él creen y esperan y lo aman ” (23,8-11)
8Amemos todos con todo el corazón, con toda el
alma, con toda la mente, con toda la fuerza y
fortaleza, con todo el entendimiento, con todas las
energías, con todo el empeño, con todo el afecto,
con todas las entrañas, con todos los deseos y
quereres, al Señor Dios (cf. Me 12,30.33; Le
10,27), que nos dio y nos da a todos nosotros todo
el cuerpo, toda el alma y toda la vida, que nos
creó, nos redimió y por sola su misericordia nos
salvará (cf. Tob 13,5); que nos ha hecho y hace
todo bien a nosotros, miserables y míseros, pútri­
dos y hediondos, ingratos y malos.
9 Ninguna otra cosa, pues, deseemos, ninguna
otra queramos, ninguna otra nos agrade y deleite,
sino nuestro Creador y Redentor y Salvador, el
solo verdadero Dios, que es el bien pleno, el todo
 146
bien, el total bien, el verdadero y sumo bien; que
es el solo bueno (cf. Le 18,19), piadoso, manso,
suave y dulce; que es el solo santo, justo, verdade­
ro, santo y recto; que es el solo benigno, inocente,
puro; de quien y por quien nos viene y en quien
está (cf. Rom 11,36; Heb 2,10) todo el perdón,
toda la gracia, toda la gloria de todos los peniten­
tes y justos, de todos los bienaventurados que
gozan juntos en los cielos.
10 Nada, pues, impida, nada separe, nada se inter­
ponga; 11 nosotros todos, en todas partes, en todo
lugar, a toda hora y en todo tiempo, todos los días
y continuamente, creamos verdadera y humildemen­
te, y tengamos en el corazón y amemos, honremos,
adoremos, sirvamos, alabemos y bendigamos,
glorifiquemos y sobreexaltemos, engrandezcamos
y demos gracias al altísimo y sumo Dios eterno,
Trinidad y Unidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo,
creador de todas las cosas y salvador de todos los
que en él creen y esperan y lo aman; que, sin princi­
pio y sin fin, es inmutable, invisible, inenarrable,
inefable, incomprensible, inescrutable (cf. Rom
11,33), bendito, loable, glorioso, sobreexaltado (cf.
Dan 3,52), sublime, excelso, suave, amable, deleita­
ble y sobre todas las cosas todo deseable por los
siglos. Amén.
Toda esta segunda parte de IR 23 es una exhortación;
pero mientras en la primera sección (v, 7) la exhortación está
en indicativo - “rogamos y suplicamos”- y está dirigida por un
sujeto - “todos nosotros, los hermanos menores”- a unos
destinatarios —todos los hombres—,en la segunda sección (vv.
8-11) la exhortación está en subjuntivo y no hay distinción
entre sujeto y destinatarios. Distinguimos aquí cuatro párra­
fos: tres de ellos son muy largos y uno, muy breve (v. 10). En
cada uno de los tres largos párrafos encontramos el mismo
esquema que toma en consideración a “Dios” y a “nosotros”,
147
con una cascada de verbos que expresan lo que Dios ha hecho,
hace y hará por nosotros, y lo que nosotros debemos hacer en
relación con Dios; luego aparece una larga serie de comple­
mentos de modo que acompañan a estos verbos referidos a
Dios y a nosotros; y, por fin, hay una serie de adjetivos y
substantivos que describen tanto a Dios como a nosotros.
Sinteticemos todo este material.
Los 13 verbos que expresan lo que “Dios” ha hecho, hace
y hará por nosotros, pueden ser resumidos en tres: ha creado,
ha redimido, salvará. Los 11 complementos modales, que
acompañan a estas acciones de Dios en favor nuestro, se
reducen a tres: totalmente, gratuitamente, a todos. Más difícil
es reducir los 47 adjetivos y substantivos que describen a
Dios: el solo y verdadero Señor, uno y trino, sumo bien, sobre
todas las cosas deseable.
Por lo que se refiere a “nosotros”, los 17 verbos exhortati­
vos que expresan lo que nosotros hemos de hacer en relación
con Dios, se reducen a siete: creer en él, desearle, amarle,
honrarle, adorarle, servirle, darle gracias. Las 24 términos que
acompañan a estos verbos, caracterizándolos, se reducen a
siete: todos, totalmente, exclusivamente, siempre, en todo
lugar, verdaderamente, humildemente. Los 11 adjetivos y
substantivos que nos describen a nosotros los podemos
reducir a ocho: míseros, ingratos, malos, penitentes, justos,
creyentes, esperanzados, amantes de Dios. Estas reducciones
nos ayudan no sólo a comprender con mayor claridad y más
sintéticamente cuanto los vv. 8-11 dicen acerca de Dios y de
nosotros, sino también a descubrir su significado profundo.
Procedamos gradualmente a la confrontación de lo que de uno
y otros se dice.
Uniendo los verbos con sus correspondientes complemen­
tos de modo, tenemos por una parte a Dios, que nos ha creado,
nos ha redimido y nos salvará totalmente, gratuitamente, a
todos; por otra parte, estamos nosotros, a quienes se exhorta
 148
a creer en él, a desearle, a amarle, a honrarle, a adorarle, a
servirle y a darle gracias, todos, totalmente, exclusivamente,
siempre, en todo lugar, verdadera y humildemente. Por parte
de Dios tenemos el don total, gratuito y universal de la
creación, de la redención y de la salvación; a nosotros se nos
exhorta a que nuestra respuesta sea total, agradecida y
universal.
Confrontemos ahora los adjetivos y los substantivos que
describen a Dios y nos describen a nosotros. Dios es: el solo
y verdadero Señor, uno y trino, sumo bien, sobre todas las
cosas deseable. La descripción que se refiere a nosotros parece
confusa y hasta contradictoria; primeramente somos descritos
como “míseros, ingratos y malos”, luego como penitentes,
justos, creyentes, esperanzados y amantes de Dios. En
realidad, no hay contradicción alguna; encontramos aquí la
misma relación que en los vv. 1-6: nosotros, por nuestra
culpa, somos míseros, ingratos y malos, pero Dios nos ha
redimido, y ahora podemos vivir como penitentes, justos,
creyentes, esperanzados y amantes de Dios. El paso de una
vida de miseria, de ingratitud y de malicia a una vida de
penitencia, de justicia, de fe, de esperanza y de caridad es
fruto de la acción creadora y redentora de Dios y, al mismo
tiempo, condición para poder recibir la plenitud del don de
Dios, la salvación definitiva.
Examinemos ahora brevemente el v. 10: “Nada, pues,
impida, nada separe, nada se interponga”. Por una parte está
Dios y por la otra estamos nosotros, y el v. 10 exhorta a que
nada impida nuestra relación con Dios, nada nos separe de él,
nada se interponga entre él y nosotros. Este versículo, en su
brevedad, tiene una importancia fundamental: la exhortación
a evitar todo impedimento, toda separación y toda interposi­
ción entre nosotros y Dios significa concretamente invitarnos
a evitar todo aquello que puede impedirnos vivir esta “vida de
fe y de penitencia”.
149
El verbo del v. 8 es “amemos”, el verbo primero del v. 9,
y el que lo resume, es “deseemos”, y el primero de los verbos
de exhortación del v. 11 es “creamos”; los tres aparecen en
forma de quiasmo en el mismo v. 11, antes de los atributos
referidos a Dios: “...Salvador de todos los que en él creen,
esperan y lo aman”. La fe, la esperanza y la caridad constituyen
el contenido y el significado de la vida evangélica aquí descrita.
En el v. 8 se nos recuerda que Dios “nos creó, nos
redimió y por sola su misericordia nos salvará” ; en el v.9 a
Dios se le llama “creador, redentor y salvador”; en el v. 11 se
nos exhorta a dar gracias a Dios “creador de todas las cosas y
salvador de todos los que en él creen y esperan y lo aman”.
Toda la gran exhortación de vv. 8-11 está impregnada de una
admirada exaltación de Dios y de sus obras, y es expresión de
un profundo reconocimiento a él; el último de los múltiples
verbos exhortativos de esta sección es “demos gracias” (a
Dios). Como en la primera parte, también aquí la acción de
gracias a Dios continúa teniendo un papel preponderante.
En IR 23,8-11 Francisco presenta, por una parte, a Dios,
con su don total, gratuito y universal de la creación, de la
redención y de la salvación, y, por otra, nos presenta a
nosotros, que somos exhortados a responder de forma total,
agradecida y universal; nuestra respuesta es a la vez fruto y
condición del don salvífico de Dios, y consiste en una vida de
fe, esperanza y caridad, vivida en el reconocimiento a Dios.
La primera parte privilegia la acción de gracias; la segunda, la
exhortación; pero el tema es el mismo.
3. La vida como respuesta total y reconocida
al don total y gratuito de Dios
Del análisis de la IR 23,1-11 emergen sentimientos y
actitudes clara y fuertemente caracterizados por las virtudes
teologales de la fe, la esperanza y la caridad, por la acción de
 no
r.iüi'iiis y la alabanza a Dios, y por la actualización de la
historia de la salvación. La vida evangélica que en este
capítulo se describe, se presenta como respuesta total y
reconocida al don total y gratuito de Dios.
IR 23 habla de muchas cosas que Dios ha hecho, hace y
hará por nosotros, de muchos dones que nos ha ofrecido, nos
ofrece y nos ofrecerá; pero, más que “los dones de Dios”
-cuanto tenemos y somos-, subraya “el don de Dios”, a Dios
como don total a nosotros. Es muy significativo que en el v.
1, antes que por la creación, la redención y la salvación, se
den gracias a Dios “por él mismo”: es ésta la verdadera clave
para interpretar los innumerables adjetivos y substantivos que
lo describen.
Sabemos que todo bien nuestro proviene de Dios, pero
somos exhortados a creer en él, a no desear otra cosa que a él
y a amarlo no en la lógica comercial del “do ut des”, sino en
la del amor, en la que don y reconocimiento se salen de la
materialidad contable para entrar en la plenitud de la relación
auténticamente interpersonal. Es verdad que Dios nos ha creado,
nos ha redimido y nos salvará (v. 8), pero ahora él es “nuestro
creador y redentor y salvador” (v. 9); es verdad que nos ha hecho
y nos hace “todo bien” (v. 8), pero nosotros lo amamos porque
lo reconocemos y sentimos como nuestra “plenitud de bien,
totalidad de bien, nuestro bien completo, como el verdadero
y sumo bien” (v. 9); sus dones son preciosos, pero él es “subli­
me, excelso, suave, amable, deleitable y sobre todas las cosas
todo deseable por los siglos” (v. 11).
El “lugar” en que se alcanzan y gustan los dones de Dios
y, todavía más, el don de Dios, es la vida filial y fraterna, la
vida de fe, esperanza y caridad, la vida de agradecimiento y de
alabanza aquí descrita; este modo de vida viene a ser la
respuesta al don total de Dios.
Pero también la respuesta del hombre debe caracterizarse
por la totalidad. Vuélvanse a leer, por ejemplo, los elementos
151
modales indicados en el v. 11: “en todas parte, en todo lugar”
-la totalidad espacial-, “todos nosotros” -la totalidad
hum ana-, “a toda hora y en todo tiempo, todos los días y
continuamente” -la totalidad temporal-, “verdadera y humilde­
mente” -la total autenticidad-. La expresión del v. 9: “ningu­
na otra cosa”, repetida tres veces, subraya la exclusividad de
Dios como objeto de esperanza; los cuatro verbos “desear,
querer, agradar, deleitar” indican la totalidad de los sentimien­
tos que han de brotar; “bien pleno, todo bien, total bien,
verdadero y sumo bien” indican a Dios reconocido como
único bien.
El capítulo 23 de IR presenta el encuentro entre Dios,
que nos da gratuitamente todos los dones y se nos da a sí
mismo por entero, y nosotros, que, en actitud de reconoci­
miento a Dios, respondemos con fe, esperanza, caridad,
agradecimiento y alabanza. La vida aquí descrita es la
respuesta total y agradecida del hombre al don total y gratuito
de D ios1.
4. Del evangelio de la paternidad de Dios al evangelio de
la filiación y de la fraternidad de todos los hombres
Un evangelio es una buena noticia, una noticia que se
escucha con gozo. El evangelio por excelencia es Jesucristo,
que, con su vida y sus palabras, con su presencia histórica y su
permanencia entre nosotros, nos comunica la extraordinaria
noticia de que Dios es, de que tiene el rostro y el corazón de
un padre, que es omnipotente y bueno. El evangelio de
Jesucristo nos trae la extraordinaria noticia de que estamos
perdonados, hemos sido acogidos en casa, somos hijos en la
familia trinitaria de Dios. Y esto vale para todos los hombres:
todos somos hijos del mismo padre y, por tanto, todos somos*
Tanto por su género literario como por su contenido, el capítulo 23
de IR puede ser definido “el magníficat de san Francisco”.
 hermanos entre nosotros. Del evangelio de la paternidad de
I )ios deriva el evangelio de la filiación y de la fraternidad de
todos los hombres.
Éste es el camino que encontramos en IR 23,1-11, no en
forma teórica y esquemática, sino como fruto, reflejo, efecto,
experiencia, perfume del encuentro con el evangelio: de ahí
nacen la alegría desbordante, la confianza sin límites, el
agradecimiento imparable, la alabanza dilatada que penetran
cada palabra de este texto. Quien lo escribe está sumergido en
la experiencia del evangelio y siente en cada fibra de su ser la CAPÍTULO SÉPTIMO
paternidad de Dios, la propia filiación, la fraternidad univer­
sal. No le bastan las palabras para expresar y comunicar la “Esta es la vida del evangelio
intensidad de la experiencia evangélica que está viviendo, y, de Jesucristo”
en consecuencia, recurre a la exhortación: “Ninguna otra cosa,
Así dice Francisco su vida evangélica
pues, deseemos, ninguna otra queramos, ninguna otra nos
agrade y deleite sino...” (IR 23,9). Y es tanta su alegría que no
puede tenerla sólo para sí: siente la necesidad y la urgencia de La primera “regla y vida” que escribió Francisco -la
comunicar a todos este evangelio, esta noticia extraordinaria. Regla no bulada (IR )- fue definida por él mismo como “vida
El elenco detallado e interminable de IR 23,7 [véase también del evangelio de Jesucristo” (Pról 2). ¿Cual es el sentido de
el inicio de la 2CtaF] revela el conmovedor deseo de que no esta expresión original? ¿Qué relación existe para Francisco
haya nadie en el mundo entero que pueda quedar excluido de entre el evangelio y la vida que describe en su regla?
llegar al conocimiento de esta noticia extraordinaria: Dios es Es importante esclarecer, antes de nada, la relación entre
Padre, nosotros somos sus hijos y hermanos entre nosotros2. “regla” y “vida” de los hermanos. En toda la IR el término “re­
gla” figura únicamente dos veces, al comienzo y al fin (1,1 y
24,4), y siempre va unido a “vida”, que encontramos hasta 26
veces, a las que debemos añadir 5 formas del verbo “vivir” . Es
evidente la preferencia de nuestro texto por el término “vida”.
El escrito en cuanto tal es una “regla”, pero, para
destacar que se trata de una “regla de vida”, se da claramente
la preferencia al segundo término. Nuestro texto describe un
modo de vivir, y es esto lo que se define como “vida del
evangelio de Jesucristo” en cuanto “vida según el evange­
IR 23 es un ejemplo precioso de contemplación limpia y auténtica; lio”, en cuanto “vida del evangelio” y en cuanto “vida de
en cuanto tal es también un ejemplo de evangelización extraordinariamente
eficaz, en coherencia con el modo que tiene Francisco de decir la misión.
Jesucristo”.
 154
1. Vida según el evangelio
El primer significado de la expresión “Ésta es la vida del
evangelio de Jesucristo” es que la vida que se describe en la
IR es una “vida evangélica”, un modo de vivir inspirado en el
evangelio, una vida según el evangelio de Jesucristo, presenta­
do como “camino” que se ha de seguir, como “verdad” que se
ha de acoger con fe, como “vida” que se ha de vivir.
a) Los hermanos deben seguir el camino
que Jesucristo indica en el evangelio
El evangelio de Jesucristo es el único y absoluto punto de
referencia. Es “el evangelio”, siempre en singular, aun cuando
los cuatro evangelios son abundantemente citados y frecuente­
mente fundidos; es “el evangelio de Jesucristo”: es él quien
habla h o y -“dice”, siempre en presente-mediante el evangelio.
¿Cómo tienen que vivir los hermanos? ¿Cuál es su regla
de vida? Es Jesucristo quien les indica el camino por medio de
su evangelio. Y por ello se reserva tanto espacio a las citas
evangélicas, siendo el resto del texto de IR paráfrasis del
evangelio o indicaciones de actualización en orden a traducir
en vida concreta el camino marcado por el evangelio. En IR
22,40 el mismo Jesús dice: “Yo soy el camino”.
Otro modo de expresar que los hermanos deben seguir el
camino que Jesús señala en el evangelio, es precisamente el
verbo “seguir”, tan frecuente en los escritos de Francisco y
sobre todo en la IR: se trata de seguir a Jesucristo, sus
palabras, su enseñanza, su ejemplo, su voluntad, sus huellas,
su humildad y pobreza.
La terminología, las coligaciones y las frecuentísimas
citas evangélicas expresan con claridad este concepto: los
hermanos deben seguir siempre y fielmente el camino que
Jesucristo indica en el evangelio.
155
b) Los hermanos deben acoger con fe activa la verdad
que Jesús presenta en el evangelio
No basta obedecer materialmente todos los mandatos
evangélicos de Jesús y seguir al detalle sus huellas; hay algo
que hacer todavía más importante: acoger con fe activa la
verdad que Jesús presenta en el evangelio.
“La verdad” es Jesucristo en cuanto revelación del Padre,
en cuanto presente en su evangelio, en cuanto acogido e
interiorizado por el Espíritu en la fe, y en cuanto “lugar” en
que es posible llegar a ser “glorificados” y “santificados”, a
ver la gloria del Padre y a vivir como hijos en comunión con
él. “La verdad”, como aparece con particular claridad en IR
22, es el Cristo evangélico acogido con fe operante: el
seguimiento, tal como aquí se presenta, consiste justamente en
“conservar la palabra” (con fe), de manera que uno “perma­
nezca en Cristo” (la verdad) y así “vea la gloria del Padre”.
“Tener presente” su santo evangelio, según dice IR
22,41, con los dos significados inseparables de acogerlo con
fe y de observarlo, resume toda la regla de vida de los
hermanos. Sólo si las palabras de Jesús permanecen en
nosotros por medio de una fe activa, permaneceremos
nosotros en Cristo-verdad.
No se puede seguir el camino que señala Jesús en el
evangelio, sin “hacer la verdad” en el sentido joaneo, es decir,
sin hacer propio en la fe el proyecto de Dios que Jesús revela
en el evangelio. Es lo que se quiere decir cuando en IR 11,6
se acude a lJn 3,18: “No amemos de palabra y de boca, sino
con obras y de verdad”.
c) Los hermanos deben vivir la vida que Jesús
describe en el evangelio
En el evangelio se nos enseña cómo Jesús vivió y cómo

quiere él que vivamos nosotros: la vida de los hermanos deberá
eon formarse fielmente a la vida del Señor. Por lo que se refiere
a las huellas de Jesús que se han de reproducir, los hermanos
deberán servirse y obedecerse mutuamente porque “ésta es la
verdadera y santa obediencia” de Jesús (IR 5,14-15); habrán
de considerar amigos y amar mucho a los enemigos, porque
Jesús llamó amigo al que lo traicionó, y porque espontáneamen­
te se ofreció a los que le crucificaron (IR 22,1-3).
Por lo que se refiere a la enseñanza de Jesús que se ha de
seguir, habría que transcribir casi la mitad del texto total;
también esto demuestra que la vida de los hermanos debe
conformarse con la vida evangélica presentada por Jesús; la
vida de los hermanos consiste en obedecer a Jesucristo que
habla en el evangelio vivido en la Iglesia.
Para poder vivir la vida que Jesús describe en el evange­
lio, Francisco cree indispensable una gran condición perma­
nente: vivir “sin nada propio”, lo que permite crear en uno
mismo un espacio al Señor y vivir siempre como hermanos y
como hermanos de todos. No se trata de desapropiarse sólo de
las cosas; se ha de renunciar a todo, incluso a sí mismo. IR 2
traduce en normas concretas esta necesidad de abandonarlo
todo: hasta el vestido quedará reducido al mínimo indispensa­
ble. No tendrán ni siquiera formularios “propios” de oración
ni normas particulares “propias” acerca de las comidas: usarán
las oraciones de la Iglesia y podrán, evangélicamente, comer
de todo (IR 3,3.13). Ni siquiera la pobreza podrán tenerla
“como propia”.
Las relaciones entre los hermanos (IR 4-6) están regula­
das por la ley del servicio y de la obediencia mutuos (IR
5,14); “a todos sin excepción se les llame hermanos menores”
(IR 6,3). Los hermanos no deberán tener un “status” que les
exima de trabajar para vivir, y no podrán apropiarse de lugar
alguno (IR 7). El dinero constituye un grave peligro, y podrán
157
recibirlo exclusivamente en caso de necesidad de los enfermos
y de los leprosos (IR 8, 3.10).
El “sin nada propio” y la “minoridad” encuentran en IR
9 una expresión socio-psicológica concreta excelente: “Y
deben gozarse cuando conviven con gente baja y despreciada,
con los pobres y débiles, con los enfermos y leprosos, y con
los mendigos que están a la vera del camino” (IR 9,2). Puesto
que Jesús “fue pobre y huésped y vivió de limosna” (IR 9,5),
los hermanos deberán hacer otro tanto. Cada uno debe
manifestar con confianza al otro su necesidad, sin juzgar
nunca al hermano (IR 9,10-11). Si un hermano cae enfermo,
“desee estar, sano o enfermo, tal como el Señor le quiere” (IR
10,1.3). No podrán apropiarse de derecho alguno y defender­
lo; por lo cual, en toda circunstancia, “procuren responder
humildemente, diciendo: Soy un siervo inútil” (IR 11,3).
En la sección que presenta a los hermanos como testigos
del evangelio (IR 14-17), el “sin nada propio” tiene un papel
fundamental: el “no lleven nada para el camino” no se refiere
sólo al equipamiento material, sino también al derecho de
defenderse de la injusticia y de la violencia, al servirse de
modos y medios apostólicos humanamente eficaces, a
cálculos de prudencia humana; alude a la renuncia al uso no
sólo de armas materiales sino también de armas dialécticas, a
la renuncia a la apropiación del oficio de ministro o de
predicador y hasta a la apropiación del bien que deriva de su
vida y de su apostolado.
En la IR 22 el “sin nada propio” se refiere a la desapro­
piación ejercida en la única tarea que ha sido confiada a los
hermanos, la de quitar los obstáculos a la eficacia de la
palabra y del Espíritu: todo tipo de propiedad quita espacio a
Dios en el corazón y en la vida. El vivir “sin nada propio” es
hacer de uno mismo lugar de acogida del don de Dios, y
resume la vida entera de los hermanos como vida según el
evangelio de Jesucristo.
 158
2. Vida del evangelio
El segundo significado de la expresión “ésta es la vida del
evangelio de Jesucristo”, complementario del primero y, en
cierto modo, su consecuencia, es el siguiente: en la medida en
que la vida de los hermanos es conforme al evangelio de
Jesucristo, es también el “lugar” en que éste se vive.
a) La vida de los hermanos es el lugar en que el evange­
lio de Jesucristo se hace camino recorrido y visible
El evangelio es un escrito que indica el camino para la
vida eterna. Si nadie lo consulta para ponerse a caminar hacia
la vida eterna, el evangelio queda inutilizado, prácticamente
muerto. Consultarlo para otros fines o con otros intereses,
equivaldría a estudiar un mapa de carreteras interesándose
sólo por el tipo de papel o por el método tipográfico utilizado.
Para Francisco el evangelio es una camino que se ha de
recorrer1. El conocimiento y el estudio del evangelio deben
servir para vivirlo; de lo contrario no sirven para nada, y hasta
pueden hacer daño.
La IR presenta la vida de los hermanos como “el lugar”
en el que el evangelio de Jesucristo se hace camino recorrido.
En el Prólogo se dice que Francisco pidió al papa y obtuvo de
él la confirmación de su vida evangélica. No es que el
1 Particularmente clara e incisiva, a este propósito, es la Adm 7
(definida por F. Menns, “un verdadero tratado de hermenéutica): “Dice el
Apóstol: La letra mata, pero el espíritu da vida (2Cor 3,6). La letra mata
a aquellos que únicamente desean saber las solas palabras, para ser tenidos
por más sabios que los demás y poder adquirir grandes riquezas que legar
a sus consanguíneos y amigos. La letra mata también a aquellos religiosos
que no quieren seguir el espíritu de las divinas letras, sino que sólo desean
saber las palabras e interpretárselas a los demás. Y son vivificados por el
espíritu de las divinas letras aquellos que no atribuyen al propio yo toda
la letra que saben y desean saber, sino que con la palabra y el ejemplo la
restituyen al altísimo Señor Dios, de quien es todo bien”.
159
evangelio de Jesucristo en sí mismo necesite ser concedido y
confirmado por el papa; pero sí que necesita su intervención
lo que se refiere al modo de concretar el camino a recorrer por
Francisco y los suyos para vivir el evangelio de Jesucristo.
Para Francisco el evangelio no es un texto literario, sino
algo vivo: son las “fragantes palabras” de Jesús y del Espíritu
Santo2. Si las palabras evangélicas son “fragantes”, es porque
son expresión viva de Jesucristo, que está presente y vive en
el evangelio, como está presente y vive en la Eucaristía. Y
solamente la Iglesia custodia la presencia viva de Cristo en la
Eucaristía y en sus palabras.
La confirmación, por parte de la Iglesia, de que el camino
seguido por Francisco y sus compañeros es conforme al
evangelio de Jesucristo, significa y garantiza que también en
su vida, como en la de la Iglesia, el evangelio está vivo. Sólo
la Iglesia lo puede garantizar: la confirmó, y no es casualidad
que la alusión a la misma esté en el comienzo de la IR.
Solamente en lo concreto de la vida se siguen, calcan y
hacen visibles la enseñanza y las huellas de Jesús. Pero esta
enseñanza y estas huellas están contenidas en el evangelio: la
vida de los hermanos es el lugar en que el evangelio de
Jesucristo se presenta como camino recorrido y visible, se
convierte en vida, vuelve a tomar vida. La vida de los herma­
nos constituye la vida del evangelio de Jesucristo.
Si nadie recorriese el camino indicado por el evangelio,
ese camino se haría irreconocible. Nos ayuda a entenderlo lo
que sucede con un camino cualquiera: si está en desuso,
pronto se deteriora y desaparece; también el camino evangéli­
co es “para recorrerlo”. Es por eso que en Lucas, “el teólogo
del camino”, el término indica concretamente el camino de los
cristianos; y es también por ello que en Juan “el camino” no
es una indicación abstracta, sino la persona histórica de Jesús.
2 2CtaF 2; cf. IR 22,39.
160
“Estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la
vida y son pocos los que lo encuentran” (IR 11,13, que recoge
Mt 7,14); dan con él sólo los que lo buscan y lo recorren de
hecho. En IR 22 se presenta toda la vida de los hermanos
como seguimiento, es decir, como camino ya recorrido. Y es
muy significativo que a este seguimiento se le dé el sentido de
continuación de la revelación del Padre: esto es posible sólo
en la medida en que el seguimiento hace de la vida de los
hermanos el lugar en que el evangelio de Jesucristo se hace
camino recorrido, y en él y por medio de él el evangelio
continúa ejerciendo su función reveladora. “Teniendo presente
el evangelio” (IR 22,41) los hermanos siguen la vida evangé­
lica, haciéndose portadores vivientes de aquella palabra que
no cesa de estar viva en ellos.
En IR 22 se da también un gran relieve a la explicación
de la parábola del sembrador: sólo en la “tierra buena”, sólo
en la vida de los hermanos como camino evangélico practica­
do, quedan impresas, se hacen visibles, toman vida las huellas
del evangelio de Jesucristo. El “tener presente la palabra en el
corazón” con fe activa da la “vida eterna” a los hermanos,
pero da vida también a la palabra de Dios. La IR presenta la
vida de los hermanos como el lugar en que el evangelio de
Jesucristo se convierte en camino visiblemente recorrido, en
el que él vive.
b) La vida de los hermanos es el lugar en que está vivo y
produce fruto el evangelio de Jesucristo
La vida de los hermanos, presentada en IR 22 como
acogida con fe activa de la revelación evangélica, es el lugar
en que el evangelio se hace plenamente “verdadero” y “vivo”.
Como la vida de Jesús ha sido el lugar en el que ha podido
resplandecer la verdad, así la vida de los hermanos es el lugar
en que ésta puede continuar viviendo y produciendo sus frutos
161
de santidad y de revelación. Esta “verdad” es el evangelio
como revelación del misterio de Cristo: en cuanto tal vive y
produce sus frutos en la vida de los hermanos.
En IR 22 hay una tendencia a identificar la semilla evangé­
lica con los hermanos que la acogen con fe activa. Es lo que
atrevidamente quiere expresar cuando dice: “La semilla es la
palabra de Dios. La que cayó... son los que...” Los Sinópticos
usan expresiones diversas, siendo ésta la forma que utiliza
Lucas, y sólo en dos ocasiones (8,14.15): el hecho de que frente
a tantas expresiones distintas (4 por cada Sinóptico), nuestro
texto escoja ésta para los cuatro casos, nos induce a pensar que
se trata de algo intencionado y significativo.
“La palabra [el evangelio]... son aquellos que”: como el
corazón no tiene historia sin evangelio, tampoco la tiene el
evangelio, que se pierde, muere, si no es acogido con fe. La
palabra que muere son aquellos que no permiten que el
evangelio viva en ellos. El significado es fuerte y claro: son
evangelio que vive y produce fruto, aquellos que reciben la
palabra evangélica con fe activa.
En IR 23 se presenta la vida de los hermanos como una
‘‘vasij a” que tendrá que vaciarse por completo para llenarse sólo
y totalmente del único sumo bien, que es Dios. Pero Dios se
da en el Espíritu (cf. IR 22,30) y el Espíritu se da en las palabras
de Jesús, en el evangelio (22,37): la vida de los hermanos es,
pues, acogida total y reconocida del evangelio.
“Nada, pues, impida, nada separe, nada se interponga”
(23,10): la “vasija” tendrá que ser luminosa, perfectamente
transparente a la presencia viva del contenido evangélico. La
insistencia sobre el “nada” sugiere que, más allá de la imagen
de la “vasija”, se ha de llegar a la de “la materia” en sentido
aristotélico: aunque conceptualmente son distintas, “la
materia” y “la forma” no pueden existir separadamente. Los
hermanos lo toman todo de la “forma del evangelio”, pero el
evangelio no puede existir y producir fruto si no es en una

“loriiiii tic vida personal” y encarnada. La vida de los herma­
nos es el lugar en que el evangelio de Jesucristo vive y
produce fruto.
En la vida de los hermanos el evangelio viene a ser
camino recorrido y verdad acogida; esta vida es el buen
terreno en que cae y fructifica el evangelio, es su ostensorio
viviente y transparente. El evangelio vive en la vida evangéli­
ca de los hermanos.
3. Vida de Jesucristo
íntimamente unido a los dos precedentes, hay un tercer
significado: en la vida de los hermanos, que es vida según el
evangelio y vida del evangelio, vive Jesucristo. Para llegar a
esta conclusión sería suficiente recordar la relación que la IR
establece entre el evangelio y Jesucristo: obedecer al evange­
lio es obedecer a Jesucristo, seguir el evangelio es seguir a
Jesucristo, “guardar el evangelio” es “permanecer en Cristo” ;
el evangelio es Jesucristo, que habla hoy.
En la IR la vida de los hermanos es “seguimiento de
Cristo” y “vida en el Espíritu”; son dos aspectos de una única
realidad: el seguimiento de Cristo en el Espíritu. IR 22,39
recoge Jn 6,64: “Las palabras que os he dicho son espíritu y
vida”. Es el Espíritu el que nos da vida a nosotros, al evange­
lio y a Cristo. Es él quien, haciéndonos acoger y mantener con
fe activa el evangelio, nos conduce a “permanecer en Cristo” :
el Espíritu es así artífice de nuestra “cristificación”. Es él
quien, haciendo que se reciban y se mantengan con fe activa
las palabras de Jesús, vivifica el evangelio, haciéndolo pasar
de la muerte de la “letra” a la vida del Espíritu: el Espíritu es
así artífice de la “evangelización”. Y, por fin, es él quien,
haciendo acoger y conservar con fe viva las palabras de Jesús
en las que él está presente, da vida en el Espíritu a Cristo, y le
permite vivir en nosotros: el Espíritu continúa siendo artífice
163
de la “encarnación”. En estos tres casos, la vida es fruto del
encuentro de la palabra y el Espíritu en la vida evangélica de
los hermanos.
La encarnación ha tenido lugar en el encuentro de la
Palabra, el Espíritu, y un lugar humano de acogida. La Palabra
de Dios se hizo carne por obra del Espíritu Santo en la Virgen
María. La Palabra y el Espíritu de Dios se reclaman mutua­
mente, pero el encuentro se da sólo en un lugar humano de
acogida como María. La vida de los hermanos es presentada
en IR como disponibilidad total y reconocida al don total y
gratuito de Dios, esto es como lugar humano que acoge por
medio del encuentro entre Palabra y Espíritu de Dios.
De esta manera, en la vida de los hermanos puede
continuar dándose la encarnación, es decir, puede estar
brotando la vida de Jesucristo, una vez más, por obra del
Espíritu Santo, el que da la vida al evangelio y a Jesucristo en
la existencia de los hermanos. Su vida, como “vida en el
Espíritu” es el lugar en que vive Jesucristo.
Nos hemos preguntado más arriba en qué sentido la
“regla y vida evangélica”, presentada por Francisco, la define
él como “vida del evangelio de Jesucristo”. Aclarado que el
punto de referencia no es el texto de la regla, sino la vida de
los hermanos, nos hemos encontrado con tres respuestas
complementarias e interdependientes.
La vida de los hermanos es una vida según el evangelio
de Jesucristo-, los hermanos han de vivir el evangelio de
Jesucristo. El programático “seguir las huellas del Señor”
indica el camino evangélico que se ha de seguir; “seguir la
voluntad del Señor y agradarle” (IR 22,9) hace referencia a la
vida como un camino de fe activa que permite acoger y hacer
propia la “verdad evangélica” ; el modo concreto de seguir con
fe activa “la vida evangélica” es sobre todo el vivir “sin nada
propio”.
164
La vida de los hermanos es vida del evangelio de Jesu­
cristo: el evangelio de Jesucristo vive en la vida de los
hermanos. De hecho es en ésta donde el camino, la verdad y
la vida evangélicas pasan de la muerte de la letra a la expe­
riencia de vida: el camino se hace camino recorrido y visible,
la verdad es acogida y continúa revelando, la vida se muestra
como experiencia verificable. La vida vivida es el lugar en
que la palabra evangélica puede continuar su camino de
revelación y de glorificación del Hijo y del Padre, comunican­
do la vida divina de la que es portadora, y haciéndose de esta
manera plenamente “verdadera” y “viva”.
La vida evangélica de los hermanos es la actualización de
Jesucristo: Jesucristo, que está presente y habla en su evange­
lio, vive en la vida de los hermanos. Como en el seno de
María, por obra del Espíritu Santo el Verbo toma carne
también en la vida de los hermanos, y en ésta Jesucristo puede
continuar viviendo y glorificando al Padre. Los hermanos,
viviendo el evangelio en el Espíritu Santo y en la Iglesia, se
hacen también ellos Iglesia, es decir, lugar en el que hoy vive
Jesucristo, en el que Jesucristo se hace actual como camino,
verdad y vida. Cuando evangelio y vida se encuentran, la
relación es vital para ambos.
Se podría pensar que Francisco ve tanta riqueza de
significado sólo en su vida y en la de quienes se unirán a él
observando la regla. No es así. Francisco no tenía intención de
fundar una orden religiosa. Incluso en su primera regla, piensa
simplemente en cómo vivir el evangelio. Para convencerse de
esto basta con leer la carta dirigida a todos los fieles: en ella
se encuentran -referidos precisamente a todos los fieles- los
grandes contenido de la IR 3. Limitémonos a un breve texto
que descubre el significado que para Francisco tiene la vida
3 Muy pronto este modo de vivir el evangelio tomó incluso una forma
institucional, y hasta llegó a ser una orden religiosa; y probablemente todo
esto ha sido providencial. Pero “en los comienzos no fue a sf’.
165
evangélica de todos los fieles:
48 Y sobre todos aquellos y aquellas que hagan
estas cosas y perseveren hasta el fin, reposará el
Espíritu del Señor (Is 11,2) y hará en ellos habita­
ción y morada (cf. Jn 14,23). 49 Y serán hijos del
Padre celestial (cf. Mt 5,45), cuyas obras hacen.50
Y son esposos, hermanos y madres de nuestro
Señor Jesucristo (cf. Mt 12,50). 51 Somos sus
esposos cuando el alma fiel se une a Jesucristo,
por el Espíritu Santo. 52 Somos sus hermanos
cuando cumplimos la voluntad de su Padre, que
está en el cielo (cf. Mt 12,50); 53 somos sus
madres, cuando lo llevamos en el corazón y en
nuestro cuerpo (cf. ICor 6,20) por el amor y por
una conciencia pura y sincera, y lo damos a luz
por las obras santas, que deben ser luz para los
demás por el ejemplo (cf. Mt 5,16) (2CtaF 48-53).
“Que hagan estas cosas” se refiere a “seguir las huellas”
del Señor, acogiendo con fe y observando las “fragantes
palabras de mi Señor” (2CtaF 2). El texto “serán hijos del
Padre celestial, cuyas obras hacen” expresa de forma clara y
sencilla lo que hemos encontrado también en IR 22: los frutos
nos dicen de qué árbol se trata, el “vivir como hijos” expresa
el “ser hijos” del Padre; el concepto de “cristificación” está ya
aquí presente: somos hijos en el Hijo, porque son del Padre
las obras que hacemos, como eran del Padre las obras que
hacía Jesús.
Pero la “cristificación” se hace todavía más evidente en
el “parentesco” que se instaura con Jesús: somos sus “esposos,
hermanos y madres”. “Somos esposos cuando el alma fiel se
une a Jesucristo, por el Espíritu Santo” ; aquí aparece el
Espíritu Santo como artífice de esta unión esponsal entre el
fiel y Cristo, cosa que tendrá lugar cuando “hagan estas cosas
y perseveren”, es decir, mediante la acogida con fe y el
cumplimiento de la palabra; y en IR 22 ese artífice es la
 M

166

palabra de Dios, pero en cuanto es interiorizada y observada Cristo; el “tener presente el evangelio” en el sentido tic-
como “Espíritu y vida”; en ambos textos esta unión esponsal, interiorizarlo en la fe representa el tiempo de la “gestación” y
esta cristificacióri, es obra de la palabra y del Espíritu en del crecimiento de Cristo en nosotros; “tener presente el
aquellos que “tienen presente el evangelio”. evangelio” en el sentido de observarlo es el momento del
“Somos hermanos cuando cumplimos la voluntad de su “parto”. Las “santa operación” consiste en vivir como hijos en
Padre, que está en los cielos”. También en IR 22 “seguir las el Hijo, en dar a luz a Cristo-verdad, que sale del seno de la
huellas del Señor” significa “seguir la voluntad del Señor y vida de los cristianos para continuar glorificando-revelando al
agradarle”. La voluntad del Padre la vemos y conocemos en Padre, extendiendo cada vez más la familia de hijos de Dios.
la vida y en la enseñanza de Jesús, que se ha revelado como Como en María, por obra del Espíritu Santo, la palabra de
Hijo de Dios viviendo como Hijo del Padre, haciendo siempre Dios se hizo carne, y como en la Eucaristía, por obra de la
su voluntad y agradándole. “Tener presente el evangelio” palabra y del Espíritu Santo, el pan y el vino se convierten en
significa “actuar como él”, convirtiéndonos así en sus cuerpo y sangre de Cristo, de igual manera, siempre por obra
hermanos, en hijos del Padre como él, en hijos en el Hijo, en de la palabra y del Espíritu Santo, en los creyentes Cristo es
personas “cristificadas”. concebido de nuevo y dado a luz. En la fe y en la vida de los
Pero el término más fuerte es el de “madre”. “Somos sus creyentes, por obra del Espíritu Santo la palabra de Dios
madres, cuando lo llevamos en el corazón y en nuestro cuerpo vuelve a tomar “carne”: cuando el evangelio se hace vida, es
por el amor y por una conciencia pura y sincera, y lo damos a Cristo quien toma vida. La encarnación continúa.
luz por las obras santas, que deben ser luz para los demás por
el ejemplo”. La cristificación se expresa aquí en forma
especialmente plástica y vigorosa, sugiriendo la idea de la
concepción -m ediante la semilla de la palabra acogida y
conservada- y de la gestación - “lo llevamos en el corazón y
en nuestro cuerpo”- , y usando explícitamente la expresión
“dar a luz”4: la observancia del evangelio como fruto maduro
de su crecimiento interior en la fe.
Concepción, gestación y parto presentan aquí magnífica­
mente el camino de la progresiva cristificación como un
proceso materno, unitario y progresivo, que da la vida a
Cristo. Queda así expresado el mismo itinerario del segui­
miento propuesto en IR 22, seguimiento que encuentra su
significado más profundo precisamente en la progresiva
cristificación. Recibir el evangelio con fe y “concebir” a

4 El original latino dice “parturimus”; literalmente: “parimos”.

 CONCLUSIÓN

“¡No te acerques! ¡Quítate las sandalias de los pies,

porque el lugar en que estás es tierra santa!” : así se dice a
Moisés en Ex 3,5; y él se cubrió el rostro por miedo a mirar
hacia Dios. “¿Quién podrá estar en la presencia del Señor, de
este Dios tan santo?”, dicen aterrados los habitantes de Bet-
Sémes, que se apresuran a llevar a otro lugar el arca de la
alianza (cf. ISam 6,20). El término “santo” en la Biblia
expresa el mundo de lo divino; tan distinto y lejano es de lo
humano, que causa temor entre los hombres. Este sagrado
respeto y temor reverencial será superado, en parte y gradual­
mente, gracias al “acercamiento” progresivo de Dios mismo
al hombre, colmando, en lo posible, la sima que separa a
ambos, mediante los puentes de la revelación, la alianza y la
encarnación; aun cuando “el totalmente otro” y todo aquello
que tiene un cierto contacto con él -lugar, persona, institu­
ción- será tratado “con pinzas”.
Se dice en Isaías 6 que el serafín tomó con las tenazas la
brasa que estaba sobre el altar, para purificar los labios y el
corazón del profeta, y hacerlo capaz de escuchar la voz del
Dios tres veces santo, de percibir su presencia y de transmitir
su voluntad. Dios quiere crear un “pueblo santo”: “Sed santos
porque yo soy santo” (Lev 19,2). Éste es el sentido de la
alianza que Dios hace con Israel: “Os tomaré como mi pueblo
y seré vuestro Dios” (Ex 6,7). Es significativo y eficaz el uso
de los dos adjetivos personales “mío” y “vuestro”: la radical
170
diversidad entre Dios y el hombre queda superada por la
propuesta-posibilidad de pertenencia recíproca. La santidad no
expresa ya sólo el mundo divino sino también el del hombre
que acoge a Dios. Israel se pregunta: “¿Quién subirá al monte
del Señor, quién estará en su lugar santo?”; y la respuesta es:
“El que tiene manos inocentes y corazón puro, el que no jura
en falso” (Sal 24,3-4). Es, pues, posible emplear el puente que
el Señor ha echado entre él y los hombres, y lo podrá hacer
quien sea inocente y esté purificado.
Pese a la inevitable, vasta y compleja mezcla de normas
morales, cultuales, jurídicas e higiénico-sanitarias, que
advertimos en los libros véterotestamentarios, el concepto
propio de la santidad exigida a Israel es el de la acogida de la
relación con Dios, el ser “santos porque él es santo”, ser
aquello que ha descubierto que es: pueblo de Dios. La ley es
el gran don de Dios, la cerca que protege y delimita, la
indicación precisa de cómo hay que comportarse para ser
“santos como él es santo”, para ser fieles a la alianza estipula­
da con Dios. Pero se trata de un ley no fácil de observar, de
modo que Dios tendrá que prometer una nueva alianza no
excesivamente ligada al cumplimiento de las cláusulas antes
vigentes: “Pondré mi ley en el fondo de su ser y la escribiré en
su corazón. Entonces yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”
(Jer 31,33); “Santificaré mi gran nombre, profanado entre las
naciones, profanado allí por vosotros..., mostraré mi santidad
por medio de vosotros..., de todas vuestras inmundicias e
idolatrías os he de purificar; y os daré un corazón nuevo... Os
infundiré mi espíritu y haré que caminéis según mis precep­
tos” (Ez 36,23-27).
En el Antiguo Testamento se había intentado hacer santos
-n o en el sentido de canonizarlos, sino en el sentido propio de
serlo- y sin embargo el balance había sido decepcionante:
resultaba prácticamente imposible ser fieles a la alianza de
Dios, conquistar la santidad. La única esperanza estaba en
171
confiar en estas promesas proféticas de un corazón nuevo y de
un espíritu nuevo. De la santidad como conquista a la santidad
como don: he aquí la forma de expresar el paso de la primera
a la segunda alianza.
La nueva situación que se creó con la presencia encarnada
del Hijo de Dios entre los hombres la expresa Jesús en el
sermón de la montaña cuando describe y rechaza la justicia de
los escribas -habéis oído que se dijo..., pero yo os digo” (Mt
5,21-48)- y la de los fariseos -la limosna, la oración y el
ayuno hechos hipócritamente no sirven de nada (Mt 6,1-18)-,
para hablar luego de la nueva justicia exigida a sus discípulos.
Pero la nueva justicia, es decir, la nueva santidad -com o
suena- no parece tan diversa de la primera: el “sed santos
porque yo soy santo”, queda sustituido por “Sed perfectos
como vuestro Padre”. Sin embargo, un pequeño esfuerzo
exegético será suficiente para advertir que hay una diferencia
y que ésta es abismal.
En el programático sermón de la montaña (Mt 5-7)
encontramos afirmaciones chocantes: bienaventurados los
pobres, bienaventurados los perseguidos; encontramos
también exigencias de Jesús que parecen irrealizables: lo que
queréis que los hombres os hagan a vosotros, hacédselo
vosotros a ellos; perdonad siempre a todos; no juzguéis; sed
perfectos. ¿Cómo interpretar estas declaraciones y estas
exigencias de Jesús? Estamos en el corazón del evangelio y no
es de extrañar que esta página haya llamado la atención de
muchos estudiosos. Las interpretaciones dadas se pueden
resumir en tres: la del perfeccionamiento progresivo, la del
cumplimiento imposible y la de la ética temporal.
Según la interpretación del perfeccionamiento progresivo,
Jesús se muestra aquí muy exigente, pero sabe muy bien que
el hombre no podrá jamás observar del todo lo que se le pide.
Pide 100 para conseguir al menos 50. Cada uno hará lo que
pueda. Hay una parte de verdad en esta interpretación: de
 172
hecho el evangelio nos habla de la perfección; pero se ha de
recordar que en el Antiguo Testamento encontramos exigen­
cias substancialmente idénticas (Tob 4,15). En todo caso, ¿la
novedad que aporta el evangelio consistiría tan sólo en que
exige más? Hemos de decir que esta interpretación de que
hablamos no se sostiene. Y, sin embargo, es así como muy
frecuentemente interpretamos el evangelio: como si fuera un
conjunto de reglas morales que se han de observar para
salvarse, para ir al paraíso, para llegar a ser santos.
La interpretación del cumplimiento imposible, típica del
mundo protestante, sostiene que, si tomamos en serio el
sermón de la montaña, podemos desesperarnos: ¿quién puede
vivir así? Nadie. Y, entonces, ¿por qué Jesús se muestra tan
exigente? Nos ayuda Pablo: no es la ley la que salva, sino la
fe. Estas exigencias de Jesús hacen que el hombre pueda
palpar con su mano la absoluta incapacidad de observar la ley,
y, por consiguiente, experimentar el pecado. Será necesaria la
misericordia gratuita de Dios para salvarse. También esta
interpretación tiene su parte de verdad: no es la ley la que
salva, sino la fe. Pero cabe preguntarse: ¿era necesario que
Dios se hiciera hombre, para descubrir la debilidad de éste?
La interpretación de la incapacidad del hombre no es suficien­
te. Y, sin embargo, muchas veces es ésta nuestra interpreta­
ción del evangelio: la prueba está en nuestro desánimo, en
nuestra resignación, en nuestro rostro triste.
Según la interpretación de la ética temporal, Jesús
anuncia la inminencia del fin, y sus exigencias se fundan en
la gravedad de la hora. Está a punto de llegar el juicio final; se
ha de hacer un último esfuerzo. Son leyes de emergencia,
heroicas, para el breve tiempo que queda. También hay parte
de verdad en esta interpretación: la dimensión escatológica es
fundamental en los evangelios. Pero hemos de tener presente
que en los evangelios, Jesús no aparece nunca como un
exaltado fanático y angustiado; habla de gozo y de confianza
173
porque la salvación de Dios está ya presente y actúa. La
interpretación de la ética temporal no es aceptable, y, sin
embargo, es de aquí de donde se derivan sentimientos y
actitudes de temor, de angustia y de fanatismo religioso,
irreconciliables con el evangelio.
Estas tres interpretaciones, aunque diversas, parten de un
mismo presupuesto: el de la ley; reducen el sermón de la
montaña a ley: una ley que pone la perfección en su mismo
cumplimiento, o una ley salvífico-pedagógica, o una ley de
emergencia. La lógica evangélica, en cambio, es distinta: el
evangelio no es una ley, sino un “un anuncio gozoso”, en cuya
escucha hay un placer, sumo placer. Es el anuncio de la
presencia del reino de Dios en medio de nosotros, es decir, del
perdón y de la salvación en Jesús. Es el anuncio de que se nos
han perdonado los pecados, de que somos hijos del Padre, de
que no debemos ni podemos tener miedo a nada, ni siquiera
a nuestro pecado, ni a la muerte.
Sólo partiendo del anuncio del evangelio se hacen
comprensibles las fuertes exigencias de Jesús, dirigidas a
hombres a los que se ha condonado toda deuda, a hombres
que han hallado la perla preciosa y que, para conseguirla,
venden en seguida todo lo demás con gran alegría: a quien
mucho se ha dado, mucho se le exigirá. Sólo sobre la base del
don de Dios, se hacen comprensibles las exigencias del
sermón de la montaña. No se trata de un código moral
acabado: son sólo ejemplos, síntomas, signos, de lo que ocurre
a una persona que ha acogido el reino de Dios, que ha
experimentado el don de Dios. La ley entrega al hombre a sus
propias fuerzas; el evangelio, en cambio, lo pone frente al don
de Dios y le pide hacer de este don el fundamento de la vida.
Más que de moral cristiana, se trata de fe vivida a la luz del
don de Dios, de testimonio gozoso de un don recibido.
El comportamiento cristiano, aun contemplado concreta­
mente y visto en su seriedad, no es ya condición de salvación,
 175

sino consecuencia: como si se tratara de un no poder hacer de único e irrepetible de celebrar el amor, que proclamemos la
otra manera, además de, naturalmente, una indispensable grandeza del Señor por las grandes cosas que hace en nosotros
verificación de la acogida del don de Dios, verificación de la el Omnipotente, cuyo nombre es “Santo”.
fe. Se pide el perdón de las pequeñas deudas de los otros a En la respuesta que san Francisco da al Señor que le habla
quien ha saboreado el gozo del perdón total, gratuito e en el evangelio, hay agradecimiento. A este “peregrino del
incondicional de la propia y radical deuda, por parte de Dios. Absoluto” y del mundo le resulta ligero el camino. Para poder
Se pide perdón y amor a quien ha probado el gozo del hijo caminar expeditamente ha de tener poco que llevar: Le basta
pródigo que, al retorno, ha encontrado, y sabe que siempre el evangelio, que es su brújula. “Así dice el Señor”, y Francis­
puede encontrar, el abrazo emocionado del padre. co camina seguro pisando las huellas de Jesús; sabe que
La gran novedad evangélica no consiste en el “sed llegará al Padre. De camino se encuentra a sí mismo, a los
perfectos”, sino en el “como vuestro Padre”. No en vano el otros, a las criaturas, pero tiene en su mano las claves de
paralelo de Le 6,36 dice: “Sed misericordiosos como vuestro lectura para saber reconocer a todos y todo. Así dice Francisco
Padre”. La gran novedad evangélica consiste en la revelación el evangelio.
del rostro paterno de Dios para todos; la “perfección” de Dios
es su “misericordia”. La gran regla evangélica será la de sentir
y comportarse como el Padre de todos, para quien es impensa­
ble cualquier barrera, discriminación y marginación: éste es el
camino evangélico, ésta es la santidad. El corazón nuevo
prometido por los profetas es un corazón de hijos que han
conocido en Dios a su Padre, y que, por consiguiente, no
tienen miedo a nada ni a nadie, ni siquiera a su propia
debilidad y a su incapacidad para ser santos; el espíritu nuevo
prometido por Ezequiel es el gran regalo de unos ojos de hijo,
capaces de descubrir que todo es don y gratuidad.
La santidad evangélica jamás presenta un rostro triste: es
belleza, es libertad, es sentirse como hijos en casa propia,
aspirando a pleno pulmón el aire de la gratuidad y espirando
gozoso reconocimiento. No es cuestión de ganar nada, no es
cuestión de conquistar o de merecer nada: no lo conseguire­
mos jamás, porque somos radicalmente incapaces; pero es que
ni siquiera lo necesitamos, puesto que todo nos ha sido ya
dado. Se nos pide únicamente que conozcamos cada vez más
el don de Dios (cf. Jn 4,10), que hagamos de él la base
agradecida de nuestra vida, que nos inventemos nuestro modo
♦ ^

ÍNDICE

Siglas de los escritos de Francisco............................................5

I n t r o d u c c i ó n ...............................................................................7

C a p ít u l o p r im e r o
Así dice el Señor
La presencia y la palabra del Señor................................. 11
1. Los escritos de san Francisco ...................................... 11
2. “Así dice el Señor”: las citas evangélicas
en los escritos de san Francisco.................................. 14
3. “Estoy con vosotros todos los días”:
la hermenéutica evangélica de san Francisco . . . . 19

C a p ít u l o se g u n d o
“Si quieres ser perfecto... ven y sígueme”
Así responde Francisco al Señor........................................ 25
1. Obedecer a Cristo que habla en el evangelio
vivido en la Iglesia..................................................... 25
2. Guardar la palabra del Señor en el corazón................ 34
a) Una opción de fondo: escuchar al Señor
y “aborrecer nuestro cuerpo ” .......................................... 35
b) Guardar la palabra ..................................................38
- Cuidarse mucho de ser tierra junto al camino
o tierra pedregosa o entre cardos ................................. 38
- Guardarse de Satanás que quiere quitarnos
y ahogar la p a la b ra .......................................................... 40
c) Permanecer en Cristo .................................................. 42
17 8
- Adorar a Dios con corazón puro ................................ 42
- Recurrir a Cristo, que es camino, verdad y vida ........45
d) Contemplar la gloria del Padre................................48
- Conocer al Padre en el H ijo ........................................48
- Ser santificados en la verdad ......................................49
3. Seguir a Cristo, que es camino, verdad y vida,
como camino de fe ........................................................52
a) Orientación y opción de f e ............................................ 53
b) La relación de fe con la palabra de Dios .................... 54
c) La relación de fe con Cristo.......................................... 55
d) La relación de fe con el Padre......................................57
C a p ít u l o tercero
“Bienaventurados los pobres
porque de ellos es el reino de los cielos”
Así dice Francisco las relaciones humanas ........................ 61
1. Con Cristo humilde y pobre entre los m arginados........ 62
2. Sin nada propio .................................................................. 71
a) Desapropiación de todo................................................ 71
b) Desapropiación de todo derecho.................................. 75
c) Desapropiación de todo b ien ...................................... 79
3. Pobres y menores para ser hermanos ............................ 82
a) Como los otros pobres................................................ 82
b) En el seno de la fraternidad........................................ 91
c) Siempre y con to d o s.................................................... 94
C a p ít u l o cuarto
“Id: yo os mando. . . ”
Así dice Francisco la misión ................................................ 99
1. Las modalidades de la m isió n ........................................ 100
a) Todos misioneros.........................................................100
b) Las modalidades evangélicas de la misión
dejadas en la sombra o ignoradas por Francisco........101
c) Las modalidades misioneras tomadas de los
evangelios y subrayadas por Francisco........................ 104
- No llevar consigo nada sino el Espíritu del Señor . . . 109
179
- V ivir com o oveja s en m edio de los lo b o s p o r
a m or d el S e ñ o r ............................................................................ 109
—N o g lo ria rse de ningún bien, sino restitu irlo a D io s .111
2. La cotidianidad de la misión.......................................113
3. El gozo de la m is ió n ..............................................................H 5
C a p ít u l o q u in t o
“Te bendigo, Padre,
Señor del cielo y de la tierra”
Así dice Francisco la creación...........................................121
1. Las criaturas como instrumento de alabanza............... 124
2. Las criaturas como instrumento de revelación............. 128
3. Las criaturas como instrumento de restitución ............ 130
C a p ít u l o se x t o
“Bienaventurados los limpios de corazón
porque ellos verán a Dios”
Así dice Francisco a Dios..................................................135
1. “Te agradecemos” (IR 23,1-6) .............................................136
23, 1-6: Agradecimiento.............................................. 137
a) “Te dam os g r a c ia s ” (23,1-4)............................................... 137
b) “Im ploram os que Jesús, M aría y los san tos
te den g ra cia s p o r n o so tro s” (23,5-6).......................... 140
2. “Ninguna otra cosa... sino Dios, verdadero
y sumo bien” .............................................................142
23,7-11: Exhortación ...................................................... 142
a ) “A todos, los pequ eñ os y los grandes, les
rogam os y su plicam os que p erseverem o s
to d o s en la verd a d era f e ” (23,7) ................................. 142
b ) “E ngran dezcam os a D ios, sa lv a d o r de todos
los que en él creen y esperan y lo a m a n ” (23,8-11) ... 145
3. La vida como respuesta total y reconocida
al don total y gratuito de Dios................................... 149
4. Del evangelio de la paternidad de Dios al evangelio
de la filiación y de la fraternidad de todos
los hombres...............................................................131
180

CAPÍTULO SÉPTIMO
“Esta es la vida del evangelio
de Jesucristo”
Así dice Francisco su vida evangélica .............................. 153
1. La vida según el evangelio.............................................. 154
a) L os h erm anos d eben se g u ir el cam ino PUBLICACIONES
que Jesu cristo in dica en e l e v a n g e lio ............................... 154 de la
b) L os h erm anos deben a c o g e r con f e a c tiv a la Colección «Hermano Francisco»
verd a d que Jesú s pre se n ta en el e v a n g e lio ......................155
c) L o s herm anos deben v iv ir la vida que Jesús
d esc rib e en el e v a n g e l i o ...................................................... 155 Sin IVA
2. La vida del evangelio........................................................ 158 1. J. GARRIDO, L a fo rm a de vid a fra n cisca n a (agotado)
a) La vida de lo s herm anos es el lu gar en que 2. K. ESSER, L a O rden franciscana. O rígen es e ideales 8.00 euros
el eva n g elio de Jesu cristo se hace cam ino 3. T. LARRAÑAGA, O ídm e hermanos. C elebraciones
fra n cisca n a s (agotado)
reco rrid o y v i s i b l e ...................................................................158 8.00 euros
4. E. LECLERC, E l C án tico de las criaturas
b) La vid a de los h erm anos e s e l lu g a r en 5. E. MOTTE - C. HEGO, L a P a sc u a de san F r a n c isc o 6.00 euros
que e stá vivo y p ro d u ce fru to e l eva n g elio de 6. M. HUBAUT-M.T.MALEYSSYE, « O s a n u nciam os lo
Jesu cristo ................................................................................. 160 que hem os visto» 6.00 euros
7. J. GARRIDO, L a fo rm a de vida de Santa C la ra 8.00 euros
3. Vida de Jesucristo .............................................................162 L o s escritos de F r a n c isc o y C la ra de A sís (agotado)
8.
9. K. ESSER, Tem as espirituales 8.00 euros
C o n c l u s ió n 169 10. K. ESSER, E l Testamento de S a n F r a n c isc o de A s ís 8.00 euros
11. T. LARRAÑAGA, O ra n d o co n san F r a n c isc o 10.00 euros
12. F. URIBE, L a vida religiosa según sa n F r a n c is c o de A s ís 6.00 euros
13. E. LECLERC, F r a n c is c o de A sís. E l retorno a l E v a n g e lio 8.00 euros
14. C. A. LAINATI, Santa C la ra de A sís 6.00 euros
15. J. GARRIDO, L a fo rm a de vida fran ciscan a , ayer y hoy 10.00 euros
16. NGUYEN VAN KHANH, C risto en el pensam iento
de F r a n c isc o de A sís 9.00 euros
17. CARLOS DÍAZ, E c o lo g ía y pobreza en F r a n c isc o de A s ís 6.00 euros
18. M. ABDON SANTANER, F r a n c isc o de A s ís y de Jesús 7.00 euros
19. D. DE AZEVEDO, S a n F r a n c isc o de A sís. F e y vida 7.00 euros
20 . C elebraciones fra n c isc a n a s p o r la paz 6.00 euros
21 . JESÚS SANZ, F r a n c is c o y C la ra de Asís. Ic o n o y p a la b ra
de am istad 8.00 euros
22 . MICHEL HUBAUT, C risto nuestra dicha. A p re n d e r a o ra r
con F r a n c is c o y C la ra de A sís 8.00 euros
23. FERNANDO URIBE, P o r los cam in os de F r a n c is c o de A sís 8.00 euros
24. THEOPHILE DESBONNETS, D e la intuición a la in s­
titución. L o s fra n cisca n o s 8.00 euros
25. MARCO BARTOLI, C la ra de A sís 10.00 euros