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Economia de La Impermanencia PDF
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ECONOMIA DE LA IMPERMANENCIA
1.1 Tercero: al acelerarse el cambio y afectar, cada vez, a sectores más remotos de la
sociedad, aumenta también la incertidumbre sobre las necesidades futuras.
Reconocida la inevitabilidad del cambio, pero sin saber con certeza las exigencias
que nos planteará, vacilamos en destinar grandes recursos a unos objetos
fiados rígidamente y encaminados a servir objetivos inmutables. Para evitar
compromisos con formas y funciones fijas, construimos para un uso a corto
plazo, o bien, alternativamente, procuramos hacer productos adaptables.
«Jugamos sobre seguro», tecnológicamente hablando.
1.5 Segundo: los avances de la tecnología permiten mejorar el objeto con el paso del
tiempo. La computadora de la segunda generación es mejor que la de la primera y
peor que la de la tercera: Como cabe prever ulteriores avances tecnológicos,
nuevas mejoras a intervalos cada vez más breves, muchas veces resulta lógico,
económicamente, construir para un plazo breve, más que para un plazo largo.
David Lewis, arquitecto y urbanista de «Urban Design Associates», de Pittsburgh,
habla de ciertas casas de apartamentos de Miami que son derribadas a los
diez años de su construcción. Los perfeccionados sistemas de acondicionamiento de
aire en edificios más nuevos perjudica la rentabilidad de estas casas «viejas».
Considerados todos los factores, resulta más barato derribar estos edificios de diez
años que repararlos.
EL OTRO TÚ
¿Que ocurriría si la sociedad utilizara las nuevas técnicas de ingeniería genética para
inmiscuirse en la naturaleza biológica de los seres humanos? ¿No tendría
consecuencias desastrosas? ¿Qué sucedería con la clonación, por ejemplo?
Pero aunque nos olvidemos de esas hordas de esclavos, ¿qué decir de la clonación
de unos cuantos individuos? Porque hay gente adinerada que podría permitirse el lujo
de pagarlo, o gente dotada que podría someterse a la operación por petición popular.
Habría entonces dos copias –o tres o mil-, de tal banquero, o de cual gobernador , o
del científico de más allá. ¿No correríamos el peligro de crear una especie de casta
privilegiada que se reproduciría cada vez en mayor número y que poco a poco tomaría
el mundo en sus manos?
Antes de preocuparnos hemos de preguntar si realmente va a haber una gran
demanda de clonaciones. ¿Le gustaría al lector que le clonaran? El nuevo individuo
tendría los mismos genes que usted, por tanto su mismo aspecto y, quizá, el mismo
talento pero no sería usted. El clon, en el mejor de los casos, no sería más que un
gemelo suyo. Los gemelos comparten la misma dotación genética, pero cada cual
tiene su propia individualidad y son dos personas distintas y distinguibles. La clonación
no es, pues, el camino a la inmortalidad, porque la conciencia de uno no sobrevive en
el clon. Además, nuestro clon sería bastante menos que un gemelo. Los genes, por sí
solos, no forman la personalidad; a ello contribuye el medio a que está expuesto el
individuo. Los gemelos se crían en entornos idénticos, en la misma familia y bajo la
influencia mutua del otro. Un clon de nosotros mismos, quizá 30 ó 40 años más joven,
se criaría en un mundo absolutamente distinto y se vería conformado por influencias
que, de seguro, le harían parecerse cada vez menos a nosotros con la edad. Incluso
podría suscitar envidia y celos, porque él es joven y nosotros viejos. Quizás nosotros
hayamos sido pobres y luchado para hacernos con una posición, mientras que él
gozará de ese status desde el principio. El simple hecho de que no lo veamos como un
niño, sino como un alter ego más aventajado, acentuaría la envidia y los celos.
Los clones no crecerían igual que yo. No tendrían la misma motivación que yo tuve
para lanzarme a escribir, que fue la de escapar a la miseria de los barrios bajos…, a
menos, claro, que les diéramos a cada uno su barrio bajo para que pudiera escapar de
él. Tendrían además –cosa que yo no tuve- una diana a la que disparar: el yo original,
mi persona. Yo hice lo que me vino en gana, mientras que ellos estarían condenados a
imitarme y, probablemente, se negarán. ¿Cuántos de mis clones habrá que mantener
y alimentar y cuidar para que no se metan en líos, hasta encontrar uno que sea capaz
de escribir como yo y acceda a ello?
© Isaac Asimov
El cataclismo de Damocles
Esto no es un mal plagio del delirio de Juan en su destierro de Patmos, sino la visión
anticipada de un desastre cósmico que puede suceder en este mismo instante: la
explosión -dirigida o accidental- de sólo una parte mínima del arsenal nuclear que
duerme con un ojo y vela con el otro en las santabárbaras de las grandes potencias.
Así es: hoy, 6 de agosto de 1986, existen en el mundo más de 50.000 ojivas nucleares
emplazadas. En términos caseros, esto quiere decir que cada ser humano, sin excluir
a los niños, está sentado en un barril con unas cuatro toneladas de dinamita, cuya
explosión total puede eliminar 12 veces todo rastro de vida en la Tierra. La potencia de
aniquilación de esta amenaza colosal, que pende sobre nuestras cabezas como un
cataclismo de Damocles, plantea la posibilidad teórica de inutilizar cuatro planetas más
que los que giran alrededor del Sol, y de influir en el equilibrio del Sistema Solar.
Ninguna ciencia, ningún arte, ninguna industria se ha doblado a sí misma tantas veces
como la industria nuclear desde su origen, hace 41 años, ni ninguna otra creación del
ingenio humano ha tenido nunca tanto poder de determinación sobre el destino del
mundo.
En la educación, por ejemplo: con sólo dos submarinos atómicos tridente, de los 25
que planea fabricar el gobierno actual de los Estados Unidos, o con una cantidad
similar de los submarinos Typhoon que está construyendo la Unión Soviética, podría
intentarse por fin la fantasía de la alfabetización mundial. Por otra parte, la
construcción de las escuelas y la calificación de los maestros que harán falta al Tercer
Mundo para atender las demandas adicionales de la educación en los 10 años por
venir, podrían pagarse con el costo de 245 cohetes Tridente II, y aún quedarían
sobrando 419 cohetes para el mismo incremento de la educación en los 15 años
siguientes.
Puede decirse, por último, que la cancelación de la deuda externa de todo el Tercer
Mundo, y su recuperación económica durante 10 años, costaría poco más de la sexta
parte de los gastos militares del mundo en ese mismo tiempo. Con todo, frente a este
despilfarro económico descomunal, es todavía más inquietante y doloroso el
despilfarro humano: la industria de la guerra mantiene en cautiverio al más grande
contingente de sabios jamás reunido para empresa alguna en la historia de la
humanidad. Gente nuestra, cuyo sitio natural no es allá sino aquí, en esta mesa, y
cuya liberación es indispensable para que nos ayuden a crear, en el ámbito de la
educación y la justicia, lo único que puede salvarnos de la barbarie: una cultura de la
paz.