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EL HOMBRE SIMPLE

De estatura perfecta para que sus labios siempre carmín se acoplaran con
los míos. Nuestros dedos se entrelazaban irreversiblemente, sus manos estaban
hechas a la medida de las mías. Su cintura tenía la medida perfecta para mis
brazos. Sus ojos lóbregos delineados delicadamente con el mismo color oscuro
podían mirar a los míos con sólo elevar ligeramente su rostro. ¿Qué habré tenido
yo? Me pregunto ahora y sigo sin respuesta, tal vez nunca tuve nada y fui sólo uno
más de sus impulsos.

Hace tal vez ocho meses que la conocí. Antes de comenzar mi jornada en
la fábrica solía ir al mismo café cada mañana, tenía dos meses haciéndolo, el
mismo tiempo que llevaba inaugurado el lugar. Aquel día me acompañaba Alonso
y ella nos atendió. Jamás le había visto, pensé que recién empezaba a trabajar
ahí. Cuando la vi mis ojos se llenaron de luz con su piel arena y sus ojos robles,
me sentí atropellado con su actitud arrogante que contrastaba con lo lindo de su
sonrisa, aunque sus labios ocultaban algún tipo de misterio que me invitaba a
descifrarlo. Sus mejillas adornadas con unos hoyuelos que podrían aspirar mi
alma si ella lo decidía, su coleta por atrás le hacía lucir su rostro que deslumbraba
de coqueteo. Su personalidad tan seductora me atrapó en seguida e hizo
olvidarme del dolor de cualquier amor pasado. Ordené de forma discreta.

- Oye - dije susurrando a Alonso - ella me gusta.

- Cálmate, sólo desayunamos y nos vamos- respondió.

No podía mantener la calma desde que la vi, como si supiese que ganaría
la lotería o que en unos minutos fuera a morir. Tenía la misma inquietud de un
niño de 7 años durante la mañana de navidad antes de abrir sus regalos. Y con
muchos nervios pero poco temor me atreví a preguntarle su nombre en cuanto
regresó con nuestro desayuno.

- Oye, ¿cómo te llamas? – pregunté.


- Ana - dijo ella con una sonrisa que atravesó mi corazón.

Se retiró de nuestra mesa, pero mi mirada no la volvió a soltar. Aproveché


cada oportunidad que tuve para preguntarle algo ¿cómo te va? ¿hace cuánto
trabajas aquí? etc. Incluso tuve que pedir vasos con agua que no me bebía sólo
para volver a tenerla cerca.

Después de aquel día comencé a ir a todas horas al café, a veces la veía y


otras no, pero en cada ocasión preguntaba por ella. Mi interés por Ana era
evidente y sus compañeros lo sabían, hasta que alguno de ellos me incitó más,
fue a través de él que supe todo lo que ella nunca mencionaba, sus intereses, sus
datos personales y hasta sus gustos, sobre todo sus gustos.

Con la confianza de saber mucho sobre ella me atreví a acercarme cada


vez más y más. Hasta que un día se decidió a salir conmigo. Fuimos al parque,
comimos un helado, bebimos un par de tragos en un bar hasta que el calor de las
copas nos llevó a un lugar más privado. Bastó abrir la puerta de aquél lugar para
que el ambiente elevara su temperatura. Cómo si no hubiese otra oportunidad mis
labios tocaron a los suyos, su lengua moría de sed de mí. Mis manos rodearon su
cintura y comenzaron a entrar bajo su blusa, su piel ardía de deseo. Me tomó del
cuello y fue abriendo mi camisa botón por botón hasta llegar a la parte más baja.
Comencé a acariciar su cuerpo mientras le desprendía la ropa, podía sentir su
acelerado pulso, la transpiración de su piel, con mi lengua rozaba su cuello y
bajaba lentamente hasta sentir sus senos excitados que desbordaban de mis
manos, grandes colinas que mordí suavemente sin cesar. Acaricié sus piernas
perfectas, templo de afrodita. Susurraba mis más íntimos deseos en su oído,
mientras ella rugía descubriendo caminos prohibidos hacia el clímax de la gloria,
besé cada centímetro de su piel, mordía sus labios. En un intercambio inagotable
de perfumes nuestra respiración agitada se sincronizaba, navegamos por los
océanos del placer hasta llegar al umbral del alba, vibramos y nos llenamos de
amor y locura y fuimos uno solo durante un tiempo.
Después de salir algunas ocasiones con ella, tuve que partir por varios días
de la ciudad, no supe nada de Ana y ella nada de mí. Cuando volví, enseguida fui
a buscarla, pero no estaba más. Como si fuese a buscar algo que no existiera, ella
se encontraba en ninguna parte. Pregunté por ella en todos lados y nadie sabía
nada. Supe entonces que no fui yo quien dejo a Ana, sino que ella me dejó a mí.

Tras más de una semana de buscarla reapareció con su cabello


desaliñado, su actitud era carente, el brillo de su rostro había desaparecido. Tal
vez fue el amor de alguien más que quitó de ella toda su gracia, pero a mí me
seguía pareciendo perfecta, así supe que estaba enamorado a pesar de que ella
no quería ser amada. Tuve que insistir por mucho tiempo para que aceptara salir
conmigo nuevamente, y aunque no pude recuperarla, ahora está ahí, frente a mí,
hermosa. Tal vez no me había sentido tan completo como lo estoy hoy. El dolor lo
ha convertido en amor. Ahí estamos ambos, mirándonos, el hombre simple y la
mujer equivocada.

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