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Objetos perdidos

En la oficina de los objetos perdidos se podía encontrar casi cualquier cosa; todo
era cuestión de una correcta orientación, de parte de Don Juan, para que los
usuarios recuperaran sus pertenencias, resultado de sus descuidos.
Don Juan era el encargado de la ventanilla. Todos los días desfilaban ante él
personas pidiendo toda clase de artículos: carteras, llaves, maletas, portafolios.
Otros pocos buscaban artículos menos comunes: equipo para escalar el Everest,
vestidos de novia olvidados en vagones de tren, máquinas para detectar oro.
Algunos se querían pasar de listos, preguntaban por bolsas de dinero, abrigos de
pieles. Hasta un niño fueron a buscar en alguna ocasión, claro que Don Juan los
encausó a la oficina correcta.
Don Juan se vanagloriaba de tener siempre una respuesta acertada para cada
caso. Hacía lo que estuviera en sus manos para que las personas encontraran las
cosas extraviadas. Un individuo llegó buscando su fe perdida y Don Juan lo envió
con un cura, amigo de él.
El día que llegó Luzbel diciéndole que había perdido toda esperanza de llevarse el
alma del propio Don Juan, este no tuvo más remedio que poner el letrero de
“Cerrado” en la ventanilla, recoger sus cosas y acompañar al diablo para ir en
busca de la perdición de su alma.

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