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CONFERENCIA EPISCOPAL DE COLOMBIA

LA IGLESIA EN COLOMBIA:
UNA COMUNIDAD QUE CAMINA EN LA ESPERANZA

Mensaje pastoral
con ocasión de los cien años
de la
Conferencia Episcopal de Colombia

2008
PRESENTACIÓN

LA IGLESIA EN COLOMBIA:
UNA COMUNIDAD QUE CAMINA EN LA ESPERANZA

Miramos a Colombia con los ojos límpidos y bien abiertos, propios del discípulo
de Jesucristo llamado por él para ser enviado en una misión que no es otra que la
continuación de la misma de él.

No podemos mirar la Iglesia en Colombia por el hueco de la cerradura. Sería


injusto con nuestra Patria. La miramos desde un contexto más amplio: Desde el
esfuerzo de la Iglesia universal por responder al mundo moderno y desde nuestra
vitalidad continental expresada en las Conferencias Generales del Episcopado
Latinoamericano. Eso nos hace ver que no somos islas sino que caminamos
juntos en la esperanza y nos enseñamos mutuamente.

La primera parte nos invita a entrar en este amplio mundo eclesial en el que
Colombia se encuentra insertada también como protagonista.

No podemos mirar a la Iglesia en Colombia con una sola mirada sino con dos
muy precisas: Mirada hacia adentro para ver su calidad de vida cristiana e
invitarla a marchar hacia la santidad y mirada hacia fuera, hacia la situación
histórica, social y política que nos habla de urgencias como la superación de la
violencia, el logro de la paz, la eliminación de la exclusión y la desigualdad, etc.

La segunda parte nos lleva a dar una mirada a Colombia y sus problemas, desde
nuestro estrecho compromiso con Cristo.

No podemos mirar a la Iglesia en Colombia con la mirada de una organización no


gubernamental, como un cuerpo de investigación social o como una realidad
puramente exterior, sino sobre todo como algo interior, profundo. La miramos
como Jesús nos ha enseñado.

El misterio de la Iglesia en Colombia es el hecho de ser ella comunión de


colombianos unidos en la fe, la esperanza y el amor. La miramos como una
realidad sacramental y como una comunidad de discípulos misioneros guiada por
el Espíritu Santo en el anuncio de la palabra, en la celebración de la fe y en el
servicio de la caridad.

2
La tercera parte nos conduce en este mirar a nuestra Iglesia en Colombia con la
adecuada mirada, la mirada de Jesús quien con sus enseñanzas y sus acciones nos
enseña una nueva manera de ver la vida conforme con la sabiduría de Dios que él
nos muestra.

De esta mirada con que hemos contemplado la realidad, nace una serie de
compromisos y acciones de nuestra Iglesia que peregrina en Colombia y que son
expresión de la adhesión integral de nuestra existencia a la persona de Jesús y de
nuestro ser parte de las entrañas mismas de esta Patria cuyo presente y cuyo
futuro vemos con preocupación pero con esperanza.

Estos compromisos, para entenderlos mejor, los podemos reunir en torno a


algunos ejes principales. Tal vez nos parezcan demasiados, pero, como decía San
Francisco de Sales, cuando sale la reina de las abejas todas las demás abejas salen
con ella. Quiere decir, que si nos comprometemos a fondo con alguna de las
tareas anotadas, fluye naturalmente el que estemos, aún sin quererlo, apoyando
todas las demás.

Vida, don sagrado: Católicos de Colombia, antorcha de luz y vida en Cristo,


Acogida desplazados, Víctimas y victimarios, Familia, Biodiversidad,
humanismo cristiano, Amor de Dios ante el sufrimiento. Dignidad de la mujer,
Juventud, minorías étnicas.

Verdad: Comunicación, calidad educativa, cultura del diálogo, pastoral de la


inteligencia, ecumenismo.

Misión: Experiencia mística y vivencial, Parroquia, comunidad de comunidades,


Formación discípulos misioneros, Solidaridad universal, Misión ad gentes,
Misión permanente, testigos, inserción pastoral en las regiones (inculturación),
organismos de ayuda.

Paz: Reconciliación, empleo digno, sanación del corazón, humanismo cristiano,


bien común, portadores de paz, denuncia profética.

Ética: Honestidad, ética laboral, conversión, solidaridad.

La descripción de todos estos compromisos que los católicos de Colombia,


Obispos, sacerdotes, religiosos y laicos, asumimos, constituye la cuarta parte,
que responde a esa finalidad y tarea que a todos, discípulos misioneros
colombianos, se nos ha confiado: que nuestros pueblos en Cristo tengan vida.

3
Concluyo dando un agradecimiento muy grande a todo el episcopado colombiano
que desde su asimilación del documento de Aparecida elaboró la serie de
compromisos y tareas que debemos asumir como Iglesia en Colombia.

Otro agradecimiento muy grande también al equipo de sacerdotes del


Secretariado Permanente del Episcopado por la reflexión en torno a la lectura de
Aparecida a la luz de nuestra Patria y finalmente el agradecimiento a la Pontificia
Universidad Bolivariana y a su facultad de Teología que corrió con el mayor peso
en esta obra, al enriquecernos con la reflexión teológica, al acoger las
indicaciones múltiples de los Obispos de Colombia y al enfrentar la redacción
final del documento.

Marque este documento, una entusiasta etapa de reflexión y de acción en


Colombia caracterizada por el vigor evangelizador, la audacia apostólica y la
santidad de los discípulos misioneros que nos pide el acontecimiento de
Aparecida.

A la Virgen María, receptora de la acción formidable del Espíritu, le


encomendamos nuestra Patria, nuestra pastoral y el futuro de nuestra Iglesia en
Colombia, una comunidad que camina en la esperanza.

+ Luis Augusto Castro Quiroga


Arzobispo de Tunja
Presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia

4
INTRODUCCIÓN
LOS CIEN AÑOS
DE NUESTRO CAMINAR EN LA ESPERANZA

1 Con la alegría de ser discípulos misioneros de Jesucristo, los pastores de la


Iglesia Católica en Colombia queremos presentar, asumiendo la vocería de todos
nuestros hermanos y hermanas en la fe, una palabra que nos sirve para
encaminarnos hacia el futuro con una actitud de esperanza.

2 Celebramos en este año dos conmemoraciones que revisten una importancia


especial para todos nosotros. Por una parte, el centenario de la existencia de
nuestra Conferencia Episcopal, como cuerpo colegial 1. Por otra parte, como otros
países de América Latina, nuestra Patria celebra el segundo centenario de su
existencia como nación independiente. Ambas conmemoraciones nos ofrecen
una excelente oportunidad para presentar este mensaje a todos nuestros hermanos
y hermanas, con la invitación para que todos juntos, pastores y fieles, acojamos
con alegría la inspiración y las orientaciones de un importante acontecimiento
eclesial que tuvo lugar entre los días 13 y 31 de mayo del año 2007 en la ciudad
brasileña de Aparecida, la V Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano.

3 Tenemos la firme convicción de que la Iglesia debe estar presente en todo lo


que tiene que ver con la construcción de nuestra nación. Este propósito lo
compartimos con nuestros conciudadanos sin distinciones de ninguna clase. Nos
une con todos ellos un mismo amor por la Patria. Con quienes pertenecen a otras
confesiones cristianas o simplemente religiosas, nos unen además una misma fe
en Dios, un mismo amor por Nuestro Señor Jesucristo o unos mismos ideales en
los que fundamentamos nuestras opciones y nuestros compromisos. Todos
abrigamos el deseo sincero de poder edificar juntos una nación en la que sea
posible vivir de una manera humana y fraternal.

4 Es evidente que la perspectiva desde la cual hablamos los creyentes, los


miembros de la Iglesia, no puede ser otra que la de la Evangelización. Estamos
convencidos de que, desde esta perspectiva, tenemos una importante palabra que
decir para iluminar y motivar la labor de todos. En este sentido queremos
referirnos a las ricas enseñanzas que han ido surgiendo recientemente de la
reflexión pastoral de la Iglesia en todos los niveles, en el nivel de la Iglesia
universal, en el de las Iglesias de América Latina y El Caribe, en el de nuestra

5
Iglesia en Colombia. Ellas nos deben servir no solamente para la edificación de
nuestra Iglesia sino también para la realización de la misión que nos encomienda
el Señor en la situación concreta que vivimos.

5 Que el aporte que nos corresponde ofrecer, en cuanto Iglesia, es un aporte


evangelizador nos lo ha recordado el Papa Pablo VI en uno de los documentos
recientes más importantes del Magisterio de la Iglesia, la Exhortación Apostólica
Evangelii Nuntiandi2 La Iglesia existe para evangelizar, afirma el Papa: esa es su
razón de ser y el mayor motivo de su alegría. Si la Iglesia no evangeliza no tiene
ni siquiera razón de existir (cf. DA 29-32).

6 La Conferencia de Aparecida fue convocada por el Papa Juan Pablo II, al


final de su pontificado, y fue inaugurada personalmente por el Papa Benedicto
XVI. Como fruto de una intensa labor de preparación que duró varios años y de
los trabajos mismos de la Conferencia, se elaboró en ella un documento en el que
encontramos la inspiración y las orientaciones que nos deben servir para la
edificación de nuestras Iglesias en los próximos años y para la realización de
nuestra misión en las actuales circunstancias que viven nuestros países 3

8 “Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él


tengan vida”. Ésta es la formulación que sirvió para expresar la temática y los
propósitos de la Conferencia de Aparecida. Se pueden reconocer fácilmente en
ella dos temas complementarios:

 El primero es el tema del discipulado misionero: todos los miembros de la


Iglesia, pastores y fieles, somos discípulos del Señor, enviados en misión a
anunciar el evangelio. El documento de Aparecida nos ofrece en este sentido una
rica reflexión, con una valiosa fundamentación cristológica y eclesiológica.

 El segundo tema señala el objetivo que nos debe animar, al realizar la


misión: lograr que “nuestros pueblos en Él tengan vida”. En este enunciado se
pueden reconocer fácilmente los propósitos pastorales propiamente dichos de la
Conferencia de Aparecida.

9 A la Asamblea Episcopal de Aparecida la precedieron otras cuatro


Conferencias Episcopales. En ellas se fue elaborando un importante discurso
doctrinal y pastoral que ha servido para definir la identidad profética de nuestras
Iglesias y a la vez la manera, también profética, como comprendemos en América
Latina la misión de la Evangelización. Esas cuatro Conferencias fueron: la de
Río de Janeiro (1955), la de Medellín (1968), la de Puebla (1979) y la de Santo
Domingo (1992).

6
10 Al discurso del Magisterio episcopal de estas cuatro Conferencias Generales
del Episcopado Latinoamericano se añade ahora el mensaje de Aparecida. Esta
Conferencia Episcopal nos ayuda a comprender mejor que el anuncio del
evangelio, que es el objetivo propio de nuestra misión, no sólo tiene
consecuencias para un futuro lejano, el futuro que trasciende nuestra existencia
terrenal, sino también para el presente, en el cual somos responsables de que vaya
aconteciendo en nuestra historia el Reino de Dios. Se comprende por eso muy
bien la expresión que aparece en el título del documento de Aparecida: “Para que
nuestros pueblos en Él tengan vida”.

La reflexión que proponemos en el presente documento

11 La reflexión que invitamos a hacer por medio del presente documento, a la


luz de Aparecida, se divide en cuatro partes:

 La primera tiene como título “La Conferencia episcopal de Aparecida y la


tradición de nuestra Iglesia en Colombia”. Queremos en ella hacer memoria
de la inspiración y las orientaciones del Magisterio de la Iglesia desde el
Concilio Vaticano II, sobre todo las de las Conferencias Generales del
Episcopado Latinoamericano y las de esta Conferencia Episcopal
Colombiana.

 En una segunda parte, titulada “La vida de nuestra nación mirada con ojos
de discípulos misioneros”, consideramos, desde la perspectiva de los
discípulos misioneros de Jesucristo, la situación de nuestro país.

 En una tercera parte, titulada “Discípulos misioneros llamados a renovarnos


como Iglesia-comunidad de vida”, recogemos la reflexión que la Conferencia
de Aparecida nos ofrece acerca del tema del discipulado misionero que
tratamos de profundizar de tal manera que nos permita dar un paso más hacia
adelante en el proceso de renovación de nuestra Iglesia.

 La cuarta parte, titulada “Comprometidos para que nuestro pueblo tenga


vida en Cristo”, proponemos los compromisos y líneas pastorales que deben
guiar la renovación de nuestra Iglesia en los próximos tiempos y el sentido
del aporte que nos corresponde realizar en la situación de nuestra Patria. Con
una conclusión que tiene como título “Con la esperanza puesta en Dios, nos
declaramos en estado de misión permanente”, proponemos para nuestra
Iglesia en Colombia un compromiso misionero permanente.

7
PRIMERA PARTE
LA CONFERENCIA DE APARECIDA
Y LA HISTORIA RECIENTE
DE NUESTRA IGLESIA EN COLOMBIA

12 Aparecida no es un acontecimiento aislado en la historia de nuestras


Iglesias. Es un acontecimiento eclesial que hay que entender dentro de la
tradición que tenemos en América Latina, en cuanto Iglesia. Por una parte, la
tradición de cinco siglos que comenzó con la primera Evangelización de nuestros
pueblos. Por otra, la tradición de los últimos cincuenta años, tiempo en el cual
han tenido lugar las grandes Conferencias Generales del Episcopado de nuestro
continente.

13 Al evocar la historia de cinco siglos de nuestras Iglesias, reconocemos, con


Aparecida, el mérito de los misioneros que evangelizaron nuestro mundo. Su
labor fue tan eficaz que ya desde los comienzos de la labor misionera la fe
cristiana estaba profundamente arraigada en nuestros pueblos. Transcurridos
apenas unos pocos años después del “descubrimiento”, ya existían en nuestro
continente Iglesias sólidamente consolidadas de acuerdo con las estructuras de la
Iglesia universal (Diócesis, Parroquias). Desde entonces ha sido tan importante el
papel del cristianismo en nuestro mundo latinoamericano que no es posible
comprender nuestra historia sin tener en cuenta la fe cristiana y la labor, sobre
todo pastoral, que la Iglesia ha realizado en él.

14 La Conferencia de Aparecida reconoce, como lo hizo también


explícitamente el Santo Padre Benedicto XVI, que la gracia que ha sido para
nuestro continente la labor evangelizadora de los primeros misioneros se realizó,
como es apenas comprensible, con los métodos misioneros propios del pasado (A
5)4. En este sentido, tenemos una deuda histórica con las culturas indígenas de
nuestro continente, pero eso no debe ser motivo para que tengamos una memoria
negativa en relación con los orígenes de nuestra existencia como Iglesia, ni debe
ser razón para que desconozcamos el don que representa para nosotros la fe
cristiana que nos trajeron los primeros misioneros. Cómo no recordar al respecto
a “aquellos intrépidos religiosos franciscanos, dominicos, mercedarios,
agustinos, jesuitas; ni a los Obispos y sacerdotes diocesanos que organizaron las
Diócesis y parroquias; ni a las religiosas contemplativas; ni a los laicos
catequistas, muchos de ellos indígenas; ni a los religiosos de San Juan de Dios y a
los que, emulándolos, se dedicaron al servicio de los enfermos y desvalidos” 5.

8
1 NUESTRA IGLESIA EN ESTOS TIEMPOS DE RENOVACIÓN Y
DE COMPROMISO

15 En cuanto a la historia reciente de nuestras Iglesias, ella se remonta a la


década de los años cincuenta del siglo pasado, cuando llegaba a su término el
pontificado del Papa Pío XII. A él le correspondió la creación del CELAM
(Consejo Episcopal Latinoamericano), el organismo eclesial con el que empezó a
hacerse realidad la integración de las Iglesias de nuestro continente, y al que
debemos la preparación y la realización de las cinco Conferencias Generales del
Episcopado Latinoamericano que han orientado la vida de nuestras Iglesias en los
últimos cincuenta años.

16 Pero el comienzo propiamente dicho de esta época eclesial que vivimos lo


encontramos en el Concilio Vaticano II (1962-1965), el gran movimiento de
renovación (aggiornamento) de la Iglesia que puso en marcha el Papa Juan
XXIII. Una mirada memorial en relación con la historia de nuestras Iglesias
desde la época del Concilio nos permitirá comprender mejor la significación del
mensaje doctrinal y pastoral que nos ofrece ahora la Conferencia de Aparecida.

1.1 EL CONCILIO VATICANO II

17 Nuestra mirada memorial tiene que ser dirigida ante todo al Concilio
Vaticano II. Apenas habían transcurrido unos pocos meses desde su elección,
cuando el Papa Juan XXIII comunicó el 25 de enero de 1959, en la celebración de
la fiesta de la conversión de San Pablo, su intención de convocar un Concilio
Ecuménico con el fin de poner en marcha un gran movimiento de renovación de
la Iglesia. El fundamento de este gran movimiento debía ser el “retorno a las
fuentes”, es decir, el proceso que debía hacer posible volver a beber el agua
fresca del evangelio, la tradición original que nos permite descubrir siempre de
nuevo el fundamento de la existencia cristiana y eclesial, remontarnos hasta la
persona misma del Señor. La finalidad de esta gran empresa, según las
intenciones del Papa Juan XXIII, debía ser que, renovada en el espíritu original
del evangelio, la Iglesia pudiera responder mejor a los retos que le planteaba el
mundo moderno y el mundo por venir.

18 Nunca podremos valorar suficientemente la importancia del Concilio


Vaticano II para la renovación de nuestras Iglesias. Durante las cuatro sesiones
en las que se desarrolló aquel Pentecostés eclesial (1962-1965), se elaboró una
rica documentación que en todo momento nos ha permitido encontrar, en estos
años, la fuente de inspiración y de orientación con la que hemos contado para

9
renovarnos como Iglesia y con la que deben contar las generaciones cristianas en
los años venideros para continuar hacia adelante dicha renovación 6. Nuestra
Iglesia en Colombia experimentó también aquella primavera eclesial y ha seguido
renovándose con entusiasmo desde entonces con ese aire nuevo del espíritu del
Concilio.

19 Se puede resumir en pocas palabras lo que fue el espíritu del Concilio y lo


que fue la orientación que le señaló el Papa Juan XXIII, un Papa que tenía su
mirada puesta en Jesucristo y el corazón lleno de bondad, de optimismo y de
esperanza7. Espíritu de apertura y de diálogo, orientación pastoral. La Iglesia
entró desde entonces en diálogo fecundo con la cultura moderna y dio testimonio
ante el mundo de que ella, “maestra en humanidad”, tiene un importante servicio
que prestar a todos los pueblos, la inspiración del evangelio.

20 Con este espíritu del Concilio la Iglesia se volvió a descubrir a sí misma


como Iglesia-comunión (eclesiología de la comunión), es decir, como comunidad
de hermanos y hermanas unidos en una misma fe, en una misma esperanza, en un
mismo amor8. Comunidad también sacramental llamada a hacer manifiesto en
ella el misterio de la comunión misma que acontece en Dios Trinidad y, a la vez,
la aspiración profunda de llegar a constituir una gran fraternidad que late en la
humanidad. Esta concepción de la Iglesia-comunión es el fundamento de todo lo
que se estableció en el Concilio, tanto en el sentido del desarrollo de la
eclesiología, como en el de las orientaciones prácticas para realizar la renovación
de la Iglesia y para comprender lo que debe ser su misión en el mundo.

1.2 EL CONCILIO Y LA II CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO


LATINOAMERICANO (MEDELLÍN, 1968)

21 Todas las Iglesias del mundo fueron convocadas para poner por obra la
orientación del Concilio, o, como también decimos, para hacer su “recepción”.
Esa fue la tarea que realizó entre nosotros la II Conferencia General del
Episcopado Latinoamericano (Medellín, 1968).

22 Medellín realizó esta “recepción” de manera original. Lo hizo a partir de


la Constitución Pastoral Gaudium et Spes. En ella el Concilio concibe la misión
de la Iglesia como un servicio pastoral: convocada por el Señor para constituir
una comunidad fraternal, la Iglesia ha sido enviada a realizar en el mundo una
historia de salvación. Su servicio pastoral en la historia humana (diaconía
histórica) consiste en el anuncio del evangelio, una inspiración que ella debe
proclamar siempre para dar respuesta adecuada a los retos que plantea a los
hombres el mundo moderno con sus angustias y esperanzas. Nuestras Iglesias

10
asumieron toda la inspiración y las orientaciones del Concilio, pero pusieron un
énfasis especial en la concepción conciliar de la misión, como se puede
comprobar por la temática que se señala en el título mismo de la Conferencia de
Medellín: “La misión pastoral de la Iglesia en la actual situación de América
Latina”.

23 ¿Cuál era esa situación de la que se habla en el título que se dio a la


Conferencia de Medellín? Ante todo era la situación de pobreza y sufrimiento que
vivían las grandes mayorías de la población de nuestros países. Algunos
interpretaban esta situación en términos de subdesarrollo; otros empezaban a
interpretarla más bien como una situación de dependencia en el contexto general
del mundo del momento.

24 El mundo estaba entonces polarizado entre dos grandes ideologías que


sustentaban dos modelos diferentes de ordenación de la sociedad, el capitalismo y
el comunismo. Y mientras las grandes mayorías de la población de nuestro
continente y, en general de todo el Tercer Mundo, se debatían en condiciones
angustiosas de desorganización social, de pobreza extrema, de sufrimiento,
nuestros países eran presa codiciada de estas ideologías.

25 En estas circunstancias, la Iglesia latinoamericana, animada por el


entusiasmo renovador del Concilio, realiza su gran opción: responder con actitud
profética al reto que le plantea la situación social del continente. Ante todo
afirma su decisión de convertirse en “voz de los sin voz”. Su comprensión
profética de la misión pastoral se manifiesta en su opción explícita por los más
pobres, como exigencia que se deriva necesariamente del evangelio. La Iglesia se
compromete, por decisión de sus pastores, a apoyar y compartir el propósito de la
construcción de un mundo mejor, edificado sobre el fundamento de la justicia.
De acuerdo con el llamamiento del Papa Pablo VI, la Iglesia latinoamericana
rechaza como algo que no es “ni cristiano ni evangélico” todo tipo de violencia
como medio para llevar a cabo el cambio de la sociedad.

26 Los compromisos concretos que se establecen en la Conferencia de


Medellín son consignados en dieciséis documentos agrupados en torno a tres ejes
fundamentales:

1) Promoción humana.
2) Evangelización y crecimiento en la fe.
3) Iglesia visible y sus estructuras.

Ya en estos títulos se puede percibir lo que serán los esfuerzos que se realizarán

11
en adelante en todas nuestras Iglesias, con un deseo de renovación y con un
entusiasmo decidido por asumir la misión eclesial con énfasis especial en las
implicaciones sociales del evangelio9.

1.3 LA “RECEPCIÓN” DEL ESPÍRITU Y DE LAS ORIENTACIONES DEL


CONCILIO Y DE LA CONFERENCIA DE MEDELLÍN EN NUESTRA
IGLESIA

27 A nuestra Conferencia Episcopal de la Iglesia en Colombia le correspondió


realizar hace aproximadamente cuatro décadas la importante tarea de hacer la
“recepción” de la inspiración y de las orientaciones de la Conferencia de
Medellín, en la cual se había realizado a su vez la “recepción” del Concilio
Vaticano II en nuestras Iglesias de América Latina. Como fruto de su XXV
Asamblea General (1969), la Conferencia Episcopal de Colombia publicó
entonces el documento que conocemos con el título de “La Iglesia ante el
cambio”10. En él se recogieron las conclusiones de la Asamblea con los mismos
títulos de los documentos de Medellín:

1) Promoción humana
2) Evangelización y crecimiento en la fe
3) Iglesia visible y sus estructuras.

28 Este mensaje pastoral es seguramente uno de los más importantes en toda la


historia de la Conferencia Episcopal Colombiana. En él podemos reconocer el
entusiasmo con el cual nuestra Iglesia asumió el espíritu conciliar y las
orientaciones de la Conferencia de Medellín para dar respuesta así a los
interrogantes que planteaba la situación del país. Con toda claridad se señala en
él el espíritu profético con el cual nuestra Iglesia se ha esforzado durante todos
estos años por realizar su misión pastoral.

29 La Iglesia percibe la situación que se vive en el país como una situación de


cambio, en la que juega un papel especial la problemática de la justicia social.
Esa es la razón de ser del título del documento de la Conferencia Episcopal en su
Asamblea Plenaria: “La Iglesia ante el cambio”. Como lo había afirmado el
Concilio, refiriéndose a la situación general del mundo, la Conferencia Episcopal
Colombiana señala el proceso de cambios que empiezan a darse en el país, frente
a los cuales propone su mensaje de compromiso pastoral: en consonancia con el
espíritu que se respira entonces en la Iglesia universal, este mensaje deja percibir
una clara actitud de apertura, de optimismo, de esperanza.

30 Con el mismo entusiasmo con el que lo hicieron las otras Iglesias hermanas

12
de nuestro continente, nuestra Iglesia se esforzó por renovarse, a la luz del
espíritu del Concilio y de Medellín, en todos los aspectos de su existencia. Pero
el énfasis de sus opciones se puso, de acuerdo especialmente con la inspiración de
la Conferencia de Medellín, en el sentido profético con el que se comprometía la
Iglesia a responder a los retos de una sociedad que empezaba a evolucionar en
búsqueda de un futuro mejor y que reclamaba transformaciones sociales
orientadas a la construcción de un mundo fundamentado en una auténtica justicia
social. Este énfasis social lo encontramos de nuevo más tarde en el documento de
la Conferencia Episcopal al que se le dio como título “Justicia y exigencias
cristianas”11.

1.4 EL CAMINO HACIA APARECIDA

31 Durante todo el tiempo de su pontificado, el Papa Juan Pablo II acompañó


paso a paso el caminar de nuestras Iglesias. Sus viajes pastorales fueron una
incansable oportunidad que él aprovechó para proclamar sus mensajes y ofrecer
sus orientaciones a todas las Iglesias del mundo. Sus orientaciones fueron
fundamentales para la celebración de dos de las grandes Asambleas del
Episcopado de nuestro continente (Puebla, 1979; Santo Domingo, 1992) y para la
celebración del Sínodo Especial de Obispos de América reunido en Roma en el
año 1997, a partir del cual publicó el Papa la Exhortación Apostólica Post-sinodal
conocida con el título de Ecclesia in America.

32 Ya desde la Conferencia de Santo Domingo se había contemplado la


posibilidad de la reunión de un Sínodo Episcopal que no congregara solamente a
Obispos de América Latina y El Caribe, sino a Obispos de todo el continente.
Por otra parte, para la preparación del paso hacia un tercer milenio de
cristianismo, el Papa convocó Sínodos especiales del Episcopado de todos los
continentes y promulgó documentos de mucha importancia, como las Cartas
Apostólicas tituladas Tertio Millenio Adveniente y Novo Millenio Ineunte. En el
trasfondo de todos estos acontecimientos y documentos se encuentra el
llamamiento que hace el Papa a la Iglesia a emprender una nueva Evangelización,
tema que se había originado en realidad en la Iglesia de América Latina. La
convocación del Papa para fomentar la integración entre todas las Iglesias del
continente americano tiene una gran importancia y la temática propiamente dicha
del Sínodo nos muestra el camino que señalaba el Papa a nuestras Iglesias para
lograr su integración: “Encuentro con Jesucristo vivo, camino de conversión,
comunión y solidaridad”.

33 Durante todo el tiempo que ha transcurrido desde la creación del CELAM


en 1955, y en particular desde la época del Concilio Vaticano II, hemos pues

13
venido recibiendo una rica inspiración doctrinal y pastoral del Magisterio de la
Iglesia. De manera especial tenemos que subrayar la doctrina acerca de la misión
que encontramos en las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano
desde Río de Janeiro (1955), pero sobre todo desde la Conferencia de Medellín
(1968). Los aspectos fundamentales de esta doctrina los podemos resumir así:

 El aspecto pastoral profético de la misión. En efecto, si a la luz de la


doctrina del Concilio, la misión de la Iglesia se comprende como el “servicio
pastoral” para iluminar la historia humana por medio de la proclamación del
evangelio con el fin de lograr que ella sea una historia auténticamente humana y
fraternal, a la luz de la Conferencia de Medellín este servicio pastoral es
concebido en un “sentido profético”, que pone el énfasis en el compromiso por la
justicia para la edificación de un mundo más justo, desde la perspectiva de los
más pobres.

 El tema de la Evangelización. La Conferencia de Puebla (1979), a la que


precedió la III Asamblea General del Sínodo de Obispos (1974) de la que surgió
la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi del Papa Pablo VI (1975), define,
por su parte, esta misión pastoral profética, con un espíritu de comunión y
participación, en términos de “Evangelización”, y señala como objetivo de esta
labor el lograr que en nuestro continente se haga realidad una civilización del
amor, como se puede adivinar por el título que se dio al documento de Puebla:
“La Evangelización en el presente y el futuro de América Latina”12.

 La nueva Evangelización. Con ocasión de la celebración de los quinientos


años del “descubrimiento” de América, el Papa Juan Pablo II señaló para
nuestras Iglesias el tema de la “nueva Evangelización”, del que se ocupó la IV
Conferencia General del Episcopado Latinoamericano reunida en Santo Domingo
en 1992, cuyo documento de Conclusiones tiene como título “Nueva
13
Evangelización, promoción humana y cultura cristiana” . Un lugar especial,
como se puede adivinar por este título, lo ocupa en la Conferencia la temática de
la inculturación del evangelio, así como el énfasis en lo referente a la
participación viva de los laicos en la tarea de la Evangelización. La nueva
Evangelización se convirtió desde entonces en el eje de todas las opciones
pastorales de nuestras Iglesias, un proyecto que ha tenido además repercusión
universal, especialmente con ocasión del comienzo del tercer milenio del
cristianismo.

34 La Conferencia Episcopal colombiana ha procurado convocar en todo


momento a los cristianos para asumir las responsabilidades que le competen a
cada cual, de acuerdo con esta inspiración, para contribuir a la solución de los

14
problemas del país y sobre todo para contribuir a la construcción del país que
todos deseamos.

35 Se pueden recordar en particular los comunicados que ha producido esta


Conferencia Episcopal como fruto de sus Asambleas Plenarias y el trabajo y
dedicación de sus organismos que también se han concretado en contribuciones
como el documento “Testigos de esperanza” del Secretariado Nacional de
Pastoral Social (2006). El llamamiento permanente a la justicia, a la superación
de las situaciones difíciles que se han vivido en este tiempo en nuestra nación y la
participación en la búsqueda de la paz han constituido la preocupación
permanente de esta Conferencia Episcopal. Por medio de quienes la han
presidido, en los últimos años, pero también de sus delegados, la Conferencia se
ha hecho presente con todas sus posibilidades en los diálogos y en todo lo que
tiene que ver con la búsqueda de la paz.

36 Al final del pontificado del Papa Juan Pablo II y en los comienzos del
pontificado del Papa Benedicto XVI, nuestras Iglesias se han venido interrogando
acerca de los pasos que se deben dar hacia el futuro para responder, fieles al
Espíritu del Señor, a los retos que nos plantea actualmente nuestro mundo. Fue
éste el sentido de los trabajos de los últimos años que condujeron a la celebración
de la Conferencia de Aparecida, cuya inspiración y cuyas orientaciones queremos
acoger ahora en nuestra Iglesia colombiana.

37 La Conferencia de Aparecida nos motiva para mirar la realidad de nuestra


nación con ojos de discípulos misioneros y para continuar la misión que tenemos
como Iglesia. Ella nos invita a participar con esta mirada en el proyecto de
construir un país más justo, más humano, más fraternal.

1.5 UNA IGLESIA EN PERMANENTE RENOVACIÓN AL SERVICIO DEL


PUEBLO COLOMBIANO

38 El recuento que hemos hecho de las orientaciones del Magisterio de la


Iglesia, sobre todo las de los últimos cincuenta años, nos permite mirar la historia
vivida en nuestras Iglesias en el tiempo pasado. Podemos hablar de los últimos
cien años, con ocasión de la celebración del centenario de la Conferencia
Episcopal. Nuestras gentes han vivido su historia en relación estrecha con su
Iglesia. De ella han recibido un permanente acompañamiento y respuesta para
muchas de sus necesidades. No es posible olvidar la labor desempeñada por ella
en el campo educativo y en el de la salud, ni se puede pasar por alto la entrega de
tantas personas consagradas que han dedicado sus vidas al servicio de los más
pobres, de los más necesitados, de los que más sufren.

15
39 Al evocar la historia vivida por la Iglesia en América Latina en este sentido,
la Conferencia de Aparecida dedica un importante lugar de su documento de
Conclusiones para expresar la acción de gracias que debemos dirigir a Dios por
todo lo que ha sido posible obrar en nuestro mundo por la actividad pastoral de la
Iglesia. También nosotros en nuestra Iglesia en Colombia tenemos incontables
motivos de gratitud para con Dios por todo lo que Él ha obrado por medio de
nuestras comunidades, de sus pastores, de tantas personas que han vivido de
acuerdo con el espíritu del evangelio. Pero ahora queremos considerar el
momento que vivimos en la actualidad, para reflexionar acerca de la
responsabilidad que tenemos como discípulos misioneros de Jesucristo y para
afirmarnos en la esperanza que nos debe animar para caminar hacia el futuro.

16
SEGUNDA PARTE
LA VIDA DE NUESTRA NACIÓN MIRADA
CON OJOS DE DISCÍPULOS MISIONEROS
40 “Con los ojos iluminados por la luz de Jesucristo Resucitado podemos y
queremos contemplar al mundo, a la historia, a nuestros pueblos de América
Latina y El Caribe, y a cada una de sus personas” (A 18). Estas palabras de la
Conferencia de Aparecida nos han sido dirigidas a todas las Iglesias del
continente y nosotros las queremos acoger en nuestra Iglesia en Colombia para
iluminar y motivar con ellas nuestros compromisos pastorales y evangelizadores.

1 LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS Y LA MIRADA DE LOS


DISCÍPULOS MISIONEROS

41 Desde el Concilio Vaticano II estamos acostumbrados a utilizar la expresión


“signos de los tiempos” para referirnos, a la luz de nuestra fe, a los
acontecimientos de la historia14. De esta manera reconocemos que en todas las
realidades, especialmente en los acontecimientos de la historia humana,
percibimos la presencia salvadora de Dios. Evidentemente, no es difícil
comprender esta manera de hablar cuando los acontecimientos de la historia son
positivos. Sin embargo, también en los acontecimientos que no llevan este sello
positivo, podemos percibir, con una mirada de fe, la manifestación de Dios. En
este caso, ellos son invitaciones que Dios nos hace a la conversión, a enderezar el
rumbo de la vida. Fue ésta la manera como hablaron los profetas de Israel, al
proclamar la Palabra de Dios con la mirada puesta en los acontecimientos de su
tiempo.

42 No es otra cosa lo que nos propone hacer la Conferencia de Aparecida,


cuando nos invita a considerar la realidad con mirada de discípulos misioneros,
con la mirada misma de Jesús. Es otra manera de hablar de los “signos de los
tiempos”. Así, en el segundo capítulo de la primera parte, titulado “La mirada de
los discípulos misioneros sobre la realidad”, la Conferencia describe la situación
socio-cultural, económica y socio-política de nuestro mundo latinoamericano y se
refiere, en particular, a algunos aspectos de dicha situación: al tema ecológico y
al tema étnico. El capítulo termina con una importante reflexión acerca de los
desafíos que presenta a la Iglesia la realidad así mirada: “Situación de nuestra
Iglesia en esta hora histórica de desafíos”. La tercera parte del documento (“La
vida de Jesucristo para nuestros pueblos”) nos propone finalmente, en cuatro
capítulos, una reflexión pastoral sobre el servicio evangelizador que la Iglesia está

17
llamada a prestar en nuestro mundo desde varios puntos de vista:

1) La misión de los discípulos al servicio de la vida plena.


2) Reino de Dios y promoción de la dignidad humana.
3) La familia, las personas y la vida.
4) Nuestros pueblos y la cultura.

También nosotros queremos compartir con nuestras comunidades esta reflexión


de discípulos misioneros que nos propone la Conferencia de Aparecida, con
nuestra mirada puesta en la situación de nuestro país.

2. LA IGLESIA, UNA COMUNIDAD EXPERTA EN HUMANIDAD,


DEFENSORA DE LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA15

43 El documento de Aparecida fundamenta la reflexión que nos ofrece sobre la


responsabilidad que nos compete a todos en la sociedad con una referencia
explícita a los conocidos principios acerca de la dignidad de la persona humana.
Es el tema del capítulo octavo, que aparece en la tercera parte del documento:
“Reino de Dios y promoción de la dignidad humana”. Como se puede ver, al
presentar esta reflexión a la luz de la temática del Reino de Dios, la Conferencia
la fundamenta en los principios del evangelio. Son muy importantes los títulos
concretos por medio de los cuales se nos señala la manera de dar razón de este
compromiso con la dignidad humana: la opción preferencial por los pobres y
excluidos (A 391-398), una renovada pastoral social para la promoción humana
integral (A 399-405), la globalización de la solidaridad y la justicia internacional
(A 406), los rostros sufrientes que duelen (A 407-430).

44 La Iglesia Católica siempre ha subrayado y promovido la dignidad de la


persona humana basándose en el hecho de que el hombre fue creado a imagen y
semejanza de Dios (Gn 1, 27), que la Palabra se hizo hombre (Jn 1, 14), que
fuimos salvados por la muerte de Jesucristo (Rm 5, 6-9) y que esperamos
resucitar como el Señor (I Cor 15, 20-23).

45 El mensaje en este sentido del Episcopado latinoamericano reunido en


Aparecida comienza con una importante afirmación que condensa y sirve de
fundamento a todas las demás afirmaciones que se refieren a esta temática: en
Cristo, Señor de la vida, alcanza su más alta dignidad nuestra vocación humana
(A 43).

46 Principio fundamental en este sentido es el de la igualdad de todos los seres

18
humanos y el de la necesidad de superar todo tipo de discriminaciones en la
humanidad. En particular se señala en el documento de Aparecida el tema de la
igualdad en dignidad entre el hombre y la mujer. “La antropología cristiana
resalta la igual dignidad entre varón y mujer en razón de ser creados a imagen y
semejanza de Dios”; así mismo, “el misterio de la Trinidad nos invita a vivir una
comunidad de iguales en la diferencia” (A 451). De este doble dato,
antropológico y teológico, surge una consecuencia ética: “La relación entre la
mujer y el varón es de reciprocidad y colaboración mutua. Se trata de armonizar,
complementar y trabajar sumando esfuerzos. La mujer es corresponsable, junto
con el hombre, del presente y el futuro de nuestra sociedad humana (A 452),

47 La dignidad humana se refiere tanto a nuestro ser como a nuestra tarea.


Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, quien nos hizo libres y sujetos de
derechos y deberes, inteligentes y capaces de amar, servir, ser solidarios y
comprometernos con la comunidad (A 342). Nos dotó de conciencia moral y de
valores éticos y estéticos (380), pero al mismo tiempo nos asoció a su proyecto
creador que nos compromete a trabajar por el perfeccionamiento del mundo y nos
compromete igualmente a respetar y proteger la creación (A 387). Nos dio sobre
todo la capacidad de asumir con esperanza la tarea que nos corresponde realizar:
podemos vivir por eso en alianza permanente con Dios para alcanzar, en Cristo,
“fuente de nuestra dignidad absoluta, innegociable e inviolable”, la vida eterna (A
104). Todo esto tiene que ver con la “dignidad trascendental de la persona
humana” (A 341), con su “dignidad infinita”, que tiene su fuente en el amor
insuperable de Dios por cada persona (A 388) y cuya plenitud será alcanzada
cuando Dios lo sea todo en todos (A 389).

3 NUESTRA NACIÓN, EL MUNDO, AMÉRICA LATINA

48 Ya no es posible comprender la realidad de una nación sin tener en cuenta


sus nexos con el mundo entero y con el contexto geográfico cercano. Poco a
poco va haciéndose más evidente que nunca, que no hay ninguna nación en el
mundo que pueda bastarse a sí misma. Al término de una visita pastoral que
realizó el Papa Juan Pablo II en la nación hermana de Cuba pronunció unas
palabras que podemos referir a todos nuestros pueblos: “Que Cuba se abra al
mundo y que el mundo se abra a Cuba”, dijo el Papa. Estas palabras expresan un
reto ineludible para todos los pueblos. Somos en realidad, como también se ha
dicho en estos últimos años, una “aldea global”. Cada día va creciendo más la
conciencia de todos en el sentido de que constituimos una misma humanidad, una
gran familia en la que tenemos que vivir en comunión.

3.1 EL FENÓMENO DE LA GLOBALIZACIÓN

19
49 Con esta conciencia tiene que ver el fenómeno que designamos
recientemente con el nombre de globalización, un fenómeno al que se han
referido repetidas veces el Magisterio de la Iglesia y los Episcopados de distintos
lugares del mundo, entre ellos el nuestro, por las implicaciones que tiene en la
situación de los pueblos y de las personas (cf. A 406)16.

50 Este fenómeno es una realidad que se viene dando en el mundo actual sobre
todo desde cuando comenzó el gran desarrollo de las nuevas tecnologías de
información y comunicación social (NTICs). Una realidad en sí misma positiva.
Se le ha designado también en algunos ambientes como “mundialización”,
expresión que subraya el hecho de que todos somos ciudadanos de un mismo
mundo.

51 La globalización debería hacer posible, en principio, una integración cada


vez mayor entre los hombres y entre los pueblos. Lamentablemente todavía
estamos lejos de lograr que este ideal se haga realidad en el mundo. Existen
fronteras ideológicas, religiosas y políticas que dividen geográficamente a las
naciones e imponen limitaciones de comunicación entre los pueblos. Es cierto
que debemos preocuparnos por cuidar la propia identidad. Sin embargo, este
cuidado no puede ser pretexto para encerrarnos dentro de estrechos horizontes.
La fe cristiana tiene mucho que aportar en este sentido. Ella nos motiva a tener
una actitud ilimitada de apertura cuando de lo que se trata es de la fraternidad
entre las personas y entre los pueblos y nos invita a superar todo tipo de
discriminaciones.

52 Se han señalado con frecuencia los riesgos que trae consigo el fenómeno de
la globalización, sobre todo en el campo de lo económico. Con todo lo
importante que es, por ejemplo, el mercado libre en las sociedades democráticas y
a pesar de las tendencias irreversibles de apertura y libertad que se van
imponiendo cada día más en el mundo en este campo, no deja de constituir
simultáneamente una angustiosa realidad el problema de la desigualdad creciente
entre los pueblos, una situación que está en alguna forma ligada con este
fenómeno. En el juego de las relaciones entre las naciones bajo la lógica del
capitalismo, mientras algunas prosperan cada día más, otras se van quedando
rezagadas en el proceso de su desarrollo. Los más débiles son los que más sufren
en el desarrollo de estas relaciones.

53 Pero el fenómeno de la globalización no se plantea solamente en el campo


de las nuevas tecnologías de información y comunicación social (TIC) ni sólo en
el campo de lo económico. Es sobre todo un fenómeno que ha ido creando una

20
nueva cultura, una nueva realidad política que tiene importantes repercusiones en
la organización de la sociedad, como el hecho de subrayar el papel de la sociedad
civil como guardiana de los derechos humanos. Se ha señalado también que este
fenómeno de la globalización, mirado a grandes rasgos, ha traído consigo el
riesgo de imponer un pensamiento único que privilegia los aspectos técnicos,
lucrativos e instrumentales del sistema en detrimento de los aspectos sociales,
humanos y de sentido de la vida.

54 En alguna forma se da el fenómeno de la globalización también en el campo


de la religión y de las religiones con logros positivos como lo son el del
ecumenismo y el diálogo entre las religiones de la humanidad. En este campo,
nuestras Iglesias tienen todavía un largo camino por recorrer. En nuestras
Iglesias se presenta en la actualidad un crecimiento muy notable de alternativas
religiosas, sobre todo de grupos cristianos no católicos que nos plantean grandes
interrogantes.

55 El diálogo entre las religiones es un factor de mucha importancia para la


integración de la humanidad y lo será seguramente cada vez más hacia el futuro.
Se ha dicho con razón que si no se da la paz entre las religiones, no se podrá dar
la paz en el mundo. Naturalmente hay que tener en cuenta también, en este
contexto, el fenómeno del pluralismo que se percibe actualmente en todos los
órdenes. Este fenómeno ha significado la caída de los paradigmas de los
llamados grandes relatos de la humanidad, hecho que ha propiciado la
multiplicidad de opciones, de razones y comportamientos que hacen difícil, pero
necesario, el que se busquen acuerdos y consensos fundamentales, sin sacrificar
dentro del respeto de los valores de los interlocutores.

55 La Iglesia no ha cerrado los ojos ante el fenómeno de la globalización. El


Magisterio de la Iglesia ha llamado la atención sobre sus consecuencias negativas
que han afectado sobre todo a los más pobres. El Papa Juan Pablo II invitó
repetidas veces a globalizar la solidaridad, y en este mismo sentido se ha hablado
de la importancia que tiene orientar este proceso no sólo en el sentido de
participar en la gran búsqueda de un nuevo orden mundial en general, sino
también y sobre todo en el sentido de un gran diálogo ético y de un gran diálogo
espiritual y místico de la humanidad.

56 Las discusiones actuales en torno al tema del neo-liberalismo en su relación


con la búsqueda de un nuevo orden mundial han suscitado repetidos
pronunciamientos de parte de la Iglesia que nos encontramos no sólo en
importantes documentos de su Magisterio universal sobre la doctrina social, sino
también en los documentos que han surgido de las grandes Asambleas

21
Episcopales en nuestro continente.

3.2 NUESTRA NACIÓN EN EL CONTEXTO DE AMÉRICA LATINA

57 América Latina ha sido el escenario de un gran encuentro entre distintas


etnias de la humanidad: la raza indígena, la raza blanca, la raza afro-descendiente
principalmente. Este hecho es de una importancia muy grande: en el mestizaje
que se da entre nosotros se realiza un encuentro humano y cultural que constituye
por sí mismo una gran riqueza antropológica y cultural en el mundo y que tendrá
seguramente consecuencias de mucha importancia para la paz y la convivencia de
la humanidad en el futuro.

58 Nuestro continente es en sí mismo un gran escenario de pluralismo étnico y


cultural en el mundo, en razón de las diferencias que caracterizan a los distintos
grupos humanos y que se manifiestan de muchas maneras: en la visión que
tenemos frente a la realidad, en la cultura, en el arte, en el aspecto ético. “La
persona humana es en su esencia misma aquel lugar de la naturaleza donde
converge la variedad de los significados en una única vocación de sentido” (A
42). La importancia de esta realidad no es solamente antropológica, en un sentido
general: nos hace pensar también en el carácter privilegiado que tiene este
escenario mestizo en el sentido de la convivencia pacífica y para la tolerancia.

59 Hay que reconocer, de todos modos, que en nuestro continente no hemos


encontrado todavía realmente el camino definitivo hacia la integración.
Tradicionalmente hemos sido un conjunto de naciones, cada una de ellas
encerrada dentro de sí misma y con una apertura limitada hacia las demás. En
ciertos momentos hemos vivido situaciones especialmente difíciles. Sin embargo
no han faltado esfuerzos de integración en nuestra historia pasada y en la
actualidad. Desde la época del acceso de nuestras naciones a la independencia y
por lo tanto desde la época en la cual comenzó a darse el proceso de afirmación
de cada una de ellas en su identidad nacional se dieron intentos de integración.
Un ejemplo, en este sentido, es el sueño de una Gran Colombia del Libertador
Simón Bolívar, pero también los distintos esfuerzos que se han dado desde los
años 70 en materia económica, cultural, social.

60 Colombia tiene que comprenderse a sí misma desde el mundo y desde


América Latina, un continente en el que la Iglesia ha desempeñado un importante
papel en relación con la integración de nuestros pueblos. Ella ha mostrado una
gran vitalidad profética que ha servido a nuestras Iglesias particulares para definir
la identidad eclesial que compartimos y la manera como creemos que debemos

22
realizar la misión evangelizadora en los respectivos países. El Magisterio de la
Iglesia se ha referido a nuestro continente como “el continente de la esperanza”,
lo que podemos también entender en relación con las posibilidades de integración
que tenemos. No deja de ser significativo para nosotros en Colombia el hecho de
que una Asamblea Episcopal Latinoamericana de tanta importancia como lo fue
la Conferencia de Medellín, hubiera tenido lugar en nuestra nación. En este año
estamos precisamente celebrando el cuadragésimo aniversario de este
acontecimiento.

4 LA SITUACIÓN ACTUAL DEL PAÍS

61 Como ya se ha dicho, la Conferencia de Aparecida nos invita a mirar la


realidad con una mirada de discípulos misioneros. En este sentido queremos
compartir con nuestros hermanos y hermanas de la Iglesia en nuestra nación una
reflexión que nos pueda motivar a todos para trabajar juntos en la búsqueda de un
camino luminoso para la construcción de nuestra Patria. En todo esto nos anima
una actitud de fe, una gran esperanza y, sobre todo el amor de Dios que nos
convoca a vivir fraternalmente. La mirada de los discípulos misioneros tiene que
ser una mirada positiva, animada por la esperanza.

62 En el momento que vivimos, nuestro país presenta signos de progreso en


comparación con la situación que se vivía entre nosotros en otros momentos.
Organismos internacionales atribuyen una mejor calificación al país en el tema de
los derechos humanos, lo que no significa naturalmente que el camino que
tenemos todavía por recorrer en este campo no sea largo y difícil. Además, en el
país se está dando un proceso de apertura muy importante que permite pensar en
la posibilidad de realizar tratados de cooperación con otros países.

63 Sin embargo, vivimos al mismo tiempo momentos difíciles en muchos


aspectos, por ejemplo en lo referente a la pérdida de legitimidad de nuestras
instituciones, lo que ha obedecido a muchos factores, entre ellos y en gran medida
a las relaciones que muchas personas, que tienen responsabilidades políticas, han
establecido con grupos y poderes corruptos. A pesar de todo, aún en esto
podemos hablar de aspectos positivos: se han empezado a afrontar con seriedad
en el país situaciones que no se afrontaban en otros momentos; a pesar de sus
limitaciones, es evidente que las instituciones responsables de la justicia muestran
mejores resultados de su gestión. Es urgente, sin embargo, que tomemos
conciencia de que no será simplemente por el camino de la aplicación de la
justicia penal como podremos construir un país mejor.

5 LA REALIDAD DE NUESTRA NACIÓN DESDE “LOS

23
VALORES FUNDAMENTALES NO NEGOCIABLES”

64 No es fácil hacer un balance completo de la realidad del país desde el punto


de vista de sus problemas, en razón de su complejidad, pero se pueden señalar
algunas situaciones más evidentes. Son incontables y conocidos de todos los
diagnósticos que se hacen permanentemente al respecto. Nos puede servir para
ello, en principio, recordar la manera como el Magisterio de la Iglesia ha descrito
la situación social que vivimos en América Latina, al hablar de los “rostros
sufrientes” de nuestro mundo. La Conferencia de Aparecida ha añadido una
palabra a las descripciones hechas por las Conferencias Episcopales de Puebla y
Santo Domingo, que ha titulado “rostros sufrientes que nos duelen”: las
personas que viven en la calle en las grandes urbes, los migrantes, los enfermos,
los adictos dependientes, los detenidos en las cárceles (A 407-430).

65 Como ya se ha dicho, nuestra mirada de los problemas no es la de los


expertos sino la de discípulos misioneros de Jesucristo, mirada de fe que puede
contribuir a comprender mejor la realidad desde criterios profundos que todos
podemos compartir: la dignidad humana, la fraternidad, un código ético
fundamentado en principios como el de la justicia y el amor, con todo lo que esto
implica. No queremos ver los problemas como realidades que existen en sí
mismas, sino con el rostro del sufrimiento que producen en nuestras gentes.

5.1 “EL RESPETO Y LA DEFENSA DE LA VIDA HUMANA”

66 Pero debemos comenzar por considerar los criterios con los cuales hacemos,
por contraste, la evaluación de la situación, con la ayuda de las reflexiones que
nos propone al respecto la Conferencia de Aparecida. Ante todo, el tema de la
dignidad de la persona humana. Todo ser humano posee una altísima dignidad
que no puede ser pisoteada, que tenemos que respetar y promover siempre. En
virtud de ello, la vida humana, don gratuito de Dios, debe ser cuidada “desde la
concepción, en todas sus etapas, [y hasta la muerte natural] sin relativismos” (A
464). Son múltiples los atentados que se cometen contra la vida: el aborto
(469g) y la eutanasia (A 436), a los que se les encubre con apelativos que parecen
estar a tono con el progreso, la autodeterminación e incluso la compasión; la
manipulación genética y embrionaria y los ensayos médicos contrarios a la ética
(A 467), así como el comercio de órganos. Un énfasis especial lo merece la
consideración de una cultura anti-vida, que atenta contra los invitados a la vida ya
desde antes de nacer (los gestantes). Si se quiere reconocer realmente la dignidad
de la persona humana es indispensable defender la vida humana desde el
momento mismo de la fecundación y hasta su finalización natural, con base en los

24
principios de una ética fundada en la consideración del ser humano como
persona. De lo contrario, una ética utilitarista, con argumentos circunstanciales y
de acuerdo con la conveniencia de los más poderosos, siempre encontrará excusas
para violar los derechos humanos (A 467).

67 Nos tienen que preocupar fenómenos como el del suicidio, sobre todo de
jóvenes (A 445) acosados por la falta de oportunidades y de un acompañamiento
y orientación que les permita descubrir el sentido de la vida (A 314) y forjar un
proyecto que incentive su existencia. Nos tienen que preocupar problemas como
el de la drogadicción y el alcoholismo (A 461), el narcotráfico o narco-negocio, el
terrorismo (A 542), el secuestro (A 65) y la violencia política ya sea paramilitar,
guerrillera o estatal, las migraciones forzadas y el desplazamiento (A 73); el
crimen organizado y la violencia común e intra-familiar (A 78). También el caso
de la pena capital (A 467), a la que se han referido con frecuencia los documentos
del Magisterio de la Iglesia recientemente.

68 Tenemos que reconocer que se da también entre nosotros una situación


lamentable de pérdida de la capacidad de compasión que debe tener todo ser
humano. La comprobamos, en no pocas ocasiones, en el caso de los los
enfermos. Aunque hay esfuerzos muy importantes por humanizar los servicios de
salud y las políticas del Estado tienden a lograr una cobertura total para su
cuidado, muchas veces priman intereses de otro tipo en este campo. De ahí la
necesidad de fomentar, por todos los medios, la sensibilidad frente a la situación
de los enfermos, sobre todo frente a los más desprotegidos. Aparecida nos
recuerda que “los cristianos como discípulos y misioneros estamos llamados a
contemplar en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que
nos llama a servirlo en ellos” (cf. A 417-421).

69 Pero hay sobre todo una realidad de extrema gravedad que afecta a nuestra
nación y es en gran parte consecuencia de la situación social: el fenómeno de la
violencia. De nuevo aquí tenemos que reconocer que estamos en presencia de un
fenómeno complejo que está intrínsecamente relacionado con otros males que
afectan a nuestra sociedad, como causas o como consecuencias, como lo son el
narcotráfico y el secuestro, la injusticia y la exclusión, entre otros, y que presenta
además muchas modalidades.

70 El secuestro constituye un gravísimo atentado contra la vida y contra la


libertad. Nuestra Patria ha sido golpeada escandalosamente por este flagelo que
es en realidad el más inhumano y denigrante que se pueda dar en una sociedad y
que ha sido practicado entre nosotros con diversos fines: con fines extorsivos

25
propios de la criminalidad corriente y como instrumento de lucha con fines
también extorsivos o políticos. Es prácticamente imposible describir el
sufrimiento que con esta práctica abominable del secuestro se ha causado a las
personas, a las familias, a toda la sociedad. Quienes acuden a este monstruoso
medio para lograr los fines que pretenden, atentan contra los valores humanos
más sagrados: la vida, la libertad, la dignidad de la persona. Al comerciar con la
vida de las personas han causado daños irreparables en la sociedad. El mundo
entero rechaza esta práctica. Con la mirada de Jesucristo, que es la mirada que
debemos tener sus discípulos, queremos solidarizarnos totalmente con los
secuestrados y participar con todas nuestras posibilidades en todas las tareas que
se emprendan para lograr que desaparezca completamente de nuestra sociedad
este crimen abominable.

5.2 LA REALIDAD DE LA FAMILIA, NÚCLEO DE DESARROLLO INTEGRAL


DE LA FE Y LA SOCIEDAD

71 Los Obispos se refieren en Aparecida al tema de la familia con igual


insistencia dentro de sus consideraciones acerca de la dignidad humana. La
familia, núcleo fundamental de la sociedad, pasa ciertamente por una situación de
crisis preocupante en la actualidad, situación que tiene muchas causas (A 479).
Se dice en Aparecida que la defensa fundamental de la dignidad humana y de los
valores tiene que comenzar desde la familia (cf. A 468). La Iglesia tiene aquí un
campo pastoral de primera importancia: urge un acompañamiento pastoral de la
familia (469h) que contribuya a que los cónyuges descubran la gracia sacramental
del matrimonio (A 117) y el sentido profundo del amor esponsal (A 175g), que se
debe traducir en frutos concretos de donación y generosidad, los cuales llenan de
sentido, de luz, de alegría y tranquilidad la vida cotidiana. Un acompañamiento
que permita superar los problemas conyugales y que ayude a entender y asumir la
maternidad y la paternidad como un compromiso responsable (469f), fundado en
la entrega de Cristo (A 433). Es importante descubrir la familia como imagen de
Dios quien en su misterio más íntimo, el misterio trinitario, no es soledad, sino
familia. En este misterio encuentran su origen, su modelo perfecto, su
motivación más bella y su último destino nuestras familias (cf. A 434).

72 Al referirse al tema del matrimonio y la familia, el documento de Aparecida


nos dice: “La familia es uno de los tesoros más importantes de los pueblos
latinoamericanos y caribeños, y es patrimonio de la humanidad entera. En
nuestros países, una parte importante de la población está afectada por difíciles
condiciones de vida que amenazan directamente la institución familiar. En
nuestra condición de discípulos y misioneros de Jesucristo estamos llamados a
trabajar para que esta situación sea transformada, y la familia asuma su ser y su

26
misión en el ámbito de la sociedad y de la Iglesia” (A 432).

73 La familia tiene, para decirlo una vez más, una importancia indiscutible
como el ámbito natural para el desarrollo de las personas, principalmente de los
niños y los jóvenes. Todo lo que realicemos a favor de ella constituye un gran
aporte para lograr que nuestra sociedad sea mejor. Es indispensable, en este
sentido, fomentar pedagógicamente ideales nobles y profundos entre los jóvenes
y entre los niños, un sentido profundo de la fidelidad y una educación generosa
para la convivencia. Éste es uno de los proyectos más importantes que ha
emprendido con razón la Iglesia en los últimos tiempos, al definir la familia como
el “santuario de la vida”.

74 La familia es afectada también por una violencia que se da al interior de


ella. La violencia que afecta a nuestro país no es solamente la de los
movimientos de la insurgencia guerrillera o paramilitar. Existen otros tipos de
violencia que destruyen el tejido social de la nación. Uno de ellos es el de la
violencia “silenciosa” intra-familiar. Patrones culturales como el machismo o el
patriarcalismo y otros factores como el estrés, la estrecha situación económica, la
falta de amor, de diálogo y de comprensión en los hogares amenazan la integridad
de las personas en la familia, de hombres y mujeres que sufren una violencia
física y sicológica que destruye la familia como primera comunidad nuclear del
desarrollo y de la promoción humana.

75 Un mal muy grave, en el ámbito de la familia, lo constituye el maltrato


infantil y la situación de abandono a la cual están sometidos los niños con
frecuencia en nuestra sociedad. Se trata de una violencia que se extiende desde el
maltrato de las madres embarazadas y desde el desamparo de las mismas, hasta el
desconocimiento de los derechos de los niños en general y hasta situaciones como
la del abuso sexual. Esta violencia tiene evidentemente muchas causas: es
consecuencia, por ejemplo, de la crisis misma moral del núcleo familiar en el que
los padres de familia no tienen conciencia de su compromiso con la vida y con la
misión que tienen y a que acuden inclusive a acciones que atentan contra la vida,
la integridad y la seguridad de niños y pre-adolescentes. A esto hay que añadir la
deficiente preparación con la que cuentan las personas para solucionar conflictos
familiares y de autoridad. No falta en todo esto un factor que agrava la situación:
la influencia de drogas y sustancias sico-activas que conducen a hombres y
mujeres a causar daños físicos y sicológicos en los menores de edad.

76 Equidad de género. Hay que tener en cuenta, entre las situaciones


angustiosas de nuestra sociedad, el caso de la niñez desamparada, el de los
indigentes, el de los sin techo. Pero hay que hacer mención especialmente de la

27
situación de la mujer. Es imposible desconocer los grandes valores de los que ha
dado testimonio la mujer entre nosotros en todos los ambientes, también en los
más humildes: la mujer ha dado en nuestra sociedad un admirable testimonio de
generosidad y de entrega. Mujeres que se han realizado en todos los campos de
la vida y del trabajo, mujeres que dan su vida al interior de los hogares, mujeres
que en el campo religioso dan testimonio de fe y de caridad y han renunciado a
formar un hogar para crear una familia universal. Teóricamente se le reconoce a
la mujer entre nosotros una dignidad igual a la del hombre, pero como
consecuencia de cierta mentalidad vacía y consumista que se ha ido
generalizando en nuestro mundo, que hace un uso comercial de la imagen
femenina, se le desconoce de hecho a la mujer su dignidad. Ella misma, como
consecuencia de esta mentalidad, ha caído en el riesgo de no valorar ya con
frecuencia su vocación específica y ha perdido a veces el entusiasmo necesario
para participar, en un compromiso estable, en la construcción de hogares
sólidamente constituidos. Y aunque muchas mujeres van teniendo, en razón de
sus capacidades y valores, las mismas oportunidades que los hombres, para
muchas otras no existe una verdadera equidad social.

77 La proliferación del turismo sexual en muchas lugares, en especial en las


ciudades capitales de nuestro país, el tráfico de mujeres para la explotación
sexual, la prostitución infantil y juvenil, el fenómeno de las llamadas “pre-
pagos” o “damas de compañía”, además de ser frutos de la degradación moral a
la cual ha llegado en muchos casos nuestra sociedad, son también una fuente de
generación de violencia, que se fundamenta en una cultura del consumo, en una
visión instrumental de la vida que ha llevado a muchas personas por el camino
del negocio, de la compra-venta de la dignidad humana. En este último campo,
hay que reconocer lo doloroso que es el negocio de la “trata de blancas”, un
negocio que es verdaderamente inhumano y degradante.

5.3 INTERROGANTES QUE PLANTEA EN NUESTRA SOCIEDAD, EN


PARTICULAR, EL MUNDO JUVENIL

78 La situación de la juventud en nuestra nación nos plantea también


importantes interrogantes. La Conferencia de Aparecida se refiere a este tema en
varios lugares del documento de sus Conclusiones (cf. sobre todo A 442-446).
En el caso de nuestra situación concreta, Colombia es, como en general todos los
países de América Latina, un país fundamentalmente joven que tiene que
comprender los retos que le plantea la juventud. Un alto porcentaje de los
jóvenes está entre nosotros por fuera del sistema educativo del país y no está
ocupándose en actividades que le dignifiquen. Por lo tanto, es un segmento
poblacional muy vulnerable. El hecho de estar muchos de ellos marginados de

28
las posibilidades que les debe ofrecer la sociedad, los aleja también de la
participación protagónica en las instituciones, en las actividades económicas, en
los escenarios vitales para su formación integral, arrojándolos a la conformación
de subculturas, contra-culturas, o las llamadas sub-culturas “cool”, que muchas
veces degeneran en grupos delincuenciales. El hecho de sentirse excluidos, crea
en ellos la sensación de no tener un futuro promisorio. Esta situación hace que
los jóvenes busquen diversos escenarios para expresar sus identidades. Hoy por
hoy, se comprueba un número incontable de tendencias juveniles, sobre todo en
las grandes ciudades, las cuales dan muestra de la falta de un sentido colectivo
que los cobije a todos.

79 El crecimiento de las ciudades en la segunda mitad del siglo pasado trajo


consigo significativos cambios en lo económico, lo político y lo social. En esta
situación de cambio apareció el fenómeno de las tribus urbanas o sub-culturas
juveniles dentro de una misma cultura. Los jóvenes encuentran la manera de
expresarse de modo espontáneo dentro de estas culturas como una forma de
hacerse sentir en la sociedad. Las agrupaciones juveniles surgen con frecuencia
como respuesta a la inconformidad con el régimen tradicional (cultura del
desencanto) o nacen para darle continuidad a un sistema que ha beneficiado a
personas de ciertos círculos sociales. Se habla de tribus urbanas. Una tribu
urbana es una agrupación en la que el joven desea ser reconocido y salir del
anonimato, sin importarle pagar el precio que sea para cumplir con el ritual
respectivo de iniciación. Allí, cada miembro construye una realidad con relativa
claridad, tiene una imagen, y actitudes y comportamientos que lo hacen sentirse
original, libre y bien consigo mismo y con sus contemporáneos. Estos grupos son
vistos como movimientos de desorden social, de rebeldía y antipatía frente a la
ley y a las tradiciones establecidas. Poseen una manera particular de
comunicarse, de ver la vida y de entablar relaciones. Unidos por los lazos de la
amistad, sienten el gremio como algo vivo, que ofrece a sus integrantes la
seguridad y el soporte afectivo del que carecen. Tienen sus reglas y
características específicas, las cuales se ven reflejadas en elementos como el
lenguaje, la música, la estética, el deporte, el uso del tiempo libre, el modo de
habitar los espacios.

5.4 LA EDUCACIÓN PARA LA FE, LA CONVIVENCIA Y LA


TRANSFORMACIÓN DE LA CULTURA: UN GRAN RETO QUE TIENE
NUESTRA SOCIEDAD

80 La educación como derecho y fundamento en la construcción de una


sociedad que se transforma, nos presenta en estos últimos años avances
significativos. La revolución educativa que impulsa el mejoramiento de la

29
calidad de la educación, la cobertura, la formación para el trabajo y el desarrollo
humano, el fortalecimiento de instituciones como el SENA (institución
reconocida nacionalmente como posibilitadora del desarrollo laboral, nacida del
seno de la Iglesia) y todas aquellas disposiciones legales del Gobierno nacional,
muestran cómo la transformación de la cultura se puede lograr a través de la
educación.

81 Pero hay ciertamente todavía una situación precaria también en este campo,
no solamente en relación con su cobertura, sino sobre todo en el sentido de su
calidad. No deja de preocupar la falta de lineamientos morales, espirituales y
sociales que construyan modelos educativos integrales, desde los valores, para
que la educación forme en la convivencia ciudadana, en el respeto a los derechos
fundamentales de la persona humana, en la capacidad de aceptación de la
diferencia y en la búsqueda del diálogo como condición necesaria para lograr la
paz (cf. A 481-483).

82 El secularismo, el falso respeto a la individualidad, cierta influencia de las


nuevas tecnologías de información y comunicación (TICs) sin control ético, la
exclusión de vastos sectores de los beneficios de la educación electrónica y del
acceso a Internet, el descenso en el reconocimiento a la dignidad de los maestros,
son elementos que han contribuído a afectar negativamente el mundo de la
educación y de la formación ética y religiosa. Se trata de una situación compleja
que nos plantea grandes retos.

5.5 EL CAMINO HACIA LA PAZ

83 La Asamblea Nacional Constituyente de 1991 se convirtió en un hecho de


mucha trascendencia en la historia reciente de Colombia. Se trataba de realizar
unas reformas profundas que hicieran posible una democracia real, no puramente
representativa sino participativa. La Asamblea promulgó una nueva Constitución
que parte del reconocimiento de los derechos fundamentales. Y si bien es cierto
que la realidad dinámica de nuestras naciones no nos permite asumir una actitud
dogmática en relación con un Documento como éste, que de hecho va
evolucionando como lo muestran las reformas que se van aprobando, sí
constituye una referencia firme para la edificación de una sociedad. Fruto
inmediato de esta Asamblea y de la nueva Constitución que promulgó son
ciertamente los procesos de paz a los cuales ha dado lugar en estos últimos años,
a los cuales se han acogido algunos grupos armados. Pero no toda la subversión
ha aceptado entrar en estos procesos. Naturalmente, también hay que comprender
el proceso de paz con los grupos de autodefensa a la luz de esta nueva ordenación
constitucional de la Nación.

30
84 La seguridad de los ciudadanos es mejor actualmente que en otros
momentos, sin lugar a dudas. Sin embargo, no se puede decir que todo esté
conseguido en materia de seguridad democrática y en lo referente a la
consecución de una paz verdadera. Sabemos ciertamente que el enfrentamiento
militar no es el camino ideal para solucionar los problemas del país y para
alcanzar la paz. Sabemos también que el desarrollo de nuestro país se mide en la
báscula de una cultura democrática que favorezca la justicia social, en la que se
dé una inversión social más decidida en cuestiones de salud, educación, vivienda
y trabajo para todos, y, en definitiva, una cultura democrática que haga posible el
que nuestra sociedad vaya siendo cada vez más igualitaria y reduzca la brecha
entre ricos y pobres.

85 La situación de las organizaciones que eligieron como método para realizar


su proyecto político la lucha armada ha sufrido cambios fundamentales en los
últimos años en América Latina. Entre nosotros es una realidad fácil de
comprobar que estos movimientos ya no se caracterizan propiamente por el
proyecto político que en cierta forma los animaba en otro momento. Además de
ello ya prácticamente no cuentan con ninguna posibilidad de imponer algún
proyecto por el camino de las armas. Pero el problema de estos grupos se ha
venido agravando recientemente aún más por su vinculación con el narcotráfico
que los ha convertido en grupos de mucho poder económico. Esta alianza ha
hecho crecer en una forma insospechada la violencia y ha terminado por producir
consecuencias de corrupción de la sociedad indescriptibles.

86 Un grave problema que ha venido también a complicar el panorama de la


violencia en Colombia ha sido el del para-militarismo, cuyos orígenes se
encuentran en gran parte en la ausencia del Estado en la mayor parte del territorio
o en su incapacidad para enfrentar los movimientos subversivos que afectaron
durante estos años de manera significativa los intereses de muchas personas. Los
diversos grupos de autodefensa llegaron a constituir en el país un enorme poder
que ha ejercido un influjo general en todos los ámbitos y ha dejado un panorama
indescriptible de sufrimiento y de muerte. A la gravedad que ya de por sí
caracterizaba a este fenómeno se vino a añadir también la vinculación con el
narcotráfico.

87 La violencia en nuestro país ha revestido pues múltiples formas y, como ya


se ha dicho brevemente en las últimas décadas se ha visto reforzada por la
creciente relación de los grupos insurgentes y paramilitares con el narcotráfico, de
tal manera que unos y otros se han convertido en verdaderos empresarios del
mismo y se han enriquecido de manera inimaginable. El dinero del narcotráfico

31
ha alimentado así financieramente la capacidad de violencia que han tenido estos
grupos, tanto los de la subversión guerrillera como los paramilitares, para lograr
sus objetivos.

88 Lamentablemente, Colombia ha sido un escenario privilegiado para el


desarrollo de los cultivos ilícitos y para el florecimiento del fenómeno del
narcotráfico. La cultura que ha surgido como consecuencia de este negocio ha
generado un poder que ha pervertido todos los ámbitos de la sociedad. Ha creado
en muchísimas personas aspiraciones que contradicen los mejores valores de la
vida humana, de la familia y de la sociedad. Se ha generado así una cultura de la
prepotencia: la opulencia, la ostentación, el consumismo. Se han fomentado
ambiciones de todo tipo en un número cada vez mayor de personas y se ha
contribuido en gran manera a la corrupción de los responsables de la conducción
de la sociedad. Este fenómeno ha producido índices inauditos de violencia y todo
tipo de sufrimientos, hasta convertirnos en un mundo de muerte. Lo peor de todo
ha sido la mentalidad que se ha creado por este camino de la empresa del
narcotráfico. Acabar con la ética personal y pública ha sido la peor obra del
narcotráfico.

89 Se han ensayado todas las fórmulas posibles para enfrentar este mal. Con el
apoyo de fuera se ha librado una guerra implacable no sólo contra el comercio de
las drogas, sino inclusive contra su producción, lo que ha incidido en la situación
social del país y ha producido numerosas víctimas. Se ha hablado de la necesidad
de considerar el consumo en alguna forma como un problema de salud pública
que debe ser afrontado con los medios que este tipo de problemas reclama.
Algunos han propuesto también la elaboración de una legislación que legalice
esta empresa y este comercio, así como su utilización. Es evidente, en todo caso,
que solamente un gran esfuerzo por mejorar las condiciones de la sociedad, sobre
todo en el campo de la educación, podrá arrojar luz para responder a este
problema social. Los valores espirituales son de una importancia muy grande en
la realización de esta tarea pedagógica.

90 En términos generales hay que señalar como un gran mal que produce
consecuencias desastrosas en la sociedad en todos los campos y que explica, en
gran parte, muchos de los problemas que la afectan el fenómeno de la corrupción,
sobre todo la que se da en las personas que tienen una responsabilidad especial en
la conducción de la nación. La generalización de una mentalidad caracterizada
por la falta de escrúpulos nos exige realizar una tarea pedagógica de
sensibilización ética y moral, que se fundamente en ideales profundos y que
permita superar la mentalidad ambiciosa y facilista que afecta a nuestra sociedad.

32
91 La paz es un gran reto que supone un compromiso decidido con la justicia
social y, en relación con la situación de violencia que hemos vivido, un claro
compromiso con la verdad, la (justicia) reparación y el perdón. El proceso que
estamos viviendo es de una trascendencia incalculable. Los diálogos de paz
tienen que ser realizados cada vez más con base en criterios de memoria, perdón
y reconciliación.

92 Queremos insistir de manera especial en la necesidad de poner por encima


de todos los intereses en relación con la problemática de la violencia que hemos
vivido, la preocupación por las víctimas. Hay que hacer justicia a todos, a los
vivos y a los muertos. Una sociedad que se olvida de las víctimas no tiene futuro
y siempre está condenada a repetir estas historias de sufrimiento. Las víctimas
tienen un derecho ineludible a la verdad y a la reparación, pero su sanación no
puede consistir simplemente en la reparación material. Tiene una importancia
muy grande el crecimiento de una sociedad civil que se comprometa con este
propósito. Pero es necesaria una formación permanente para la paz: es
necesario aprender a convivir pacíficamente, a superar la intolerancia y la
tentación de radicalidad en relación con la solución de los conflictos sociales. Es
necesario renunciar a la violencia y desarmar totalmente los corazones. El clima
apropiado para realizar esta pedagogía de la paz tiene que estar inspirado por el
respeto de la dignidad humana. Hay una conciencia general en el país acerca de
la necesidad de participar en el compromiso de trabajar por la construcción de
una sociedad más equitativa, por una sociedad capaz de desarrollar condiciones
propicias para la convivencia pacífica en un marco ético-político derivado de la
puesta en marcha de lo que definimos como el Estado Social de Derecho, con un
compromiso incondicional con el respeto de los Derechos Humanos.

5.6 HACIA EL DESARROLLO INTEGRAL: EL GRAN RETO DE LA JUSTICIA


SOCIAL Y DE LA PROMOCIÓN DEL BIEN COMÚN COMO FUNDAMENTO
INDISPENSABLE PARA LOGRAR LA PAZ 17

93 Somos uno de los países del continente con índices más graves de
desigualdad social lo que constituye, si no la causa principal de la mayor parte de
los problemas que tenemos, sí una de sus causas más importantes. La brecha
entre los ricos y los pobres es enorme. Es cierto que se han hecho esfuerzos en
los últimos años por aliviar la situación de los más pobres. Sin embargo, los
progresos que se han logrado en lo referente al desarrollo económico del país no
caminan a la par con los logros que se deberían alcanzar en lo referente a la
creación de una sociedad más igualitaria.

94 El desempleo es uno de los fenómenos en los que se manifiesta la gravedad

33
de la situación social que vivimos. Todavía es muy grande la tasa de desempleo,
pero existen además formas veladas de desempleo que muestran el verdadero
alcance de este problema. Hay que señalar aquí el empleo informal, el empleo
mal remunerado en especial de las mujeres, el trabajo “sucio” o inhumano. El
salario de muchos trabajadores no les permite vivir con frecuencia de manera
digna y justa.

95 El problema social se ha visto agravado de manera especial en la época


reciente por el fenómeno del abandono del campo por parte de los campesinos,
que ha traído como consecuencia una gran concentración creciente de la
población en las ciudades. Esta situación trae consigo el desaprovechamiento de
las inmensas posibilidades de desarrollo agrícola que tiene el país, mientras la
concentración de la población en las ciudades hace que aumenten cada día más
los cinturones de miseria.

96 El fenómeno del desplazamiento y de la marginación tiene como causa


principal, por otra parte, la violencia. El enfrentamiento entre los distintos
actores armados que se ha vivido con frecuencia en los campos ha producido en
muchas personas un insoportable sentimiento de temor y de inseguridad. La
magnitud del fenómeno es tal que nos encontramos el 87% de los municipios del
país literalmente “sitiados” por asentamientos de población en los que es casi
imposible encontrar oportunidades de vivir una vida digna.

97 Esta situación se presenta también de manera crítica en las zonas urbanas,


donde la lucha por el control del territorio y del narcotráfico obliga a muchas
familias a realizar lo que podríamos llamar un “desplazamiento intra-urbano”.
Lamentablemente este fenómeno se ha convertido en algo que constituye un
factor generador de resentimientos y de desestabilización de la convivencia de las
comunidades que se ha vuelto tan común que ya con frecuencia no despierta una
sensibilidad social en muchas personas.

5.7 LAS MINORÍAS ÉTNICAS DE LA NACIÓN

98 Aparecida se ha ocupado expresamente de los grupos étnicos, una cuestión


que tiene una importancia muy grande en todos nuestros países (cf. A 529-533).
La problemática de las minorías étnicas es de mucha importancia en Colombia.
Las estadísticas revelan que los grupos étnicos colombianos representan
aproximadamente el 13.9% de la población. En ellos es posible visualizar la
riqueza multi-cultural, del país, que hoy es reconocida en la Constitución
Nacional de 1991. Desde la promulgación de ésta, se ha avanzado
significativamente en el reconocimiento y la protección de la diversidad

34
multiétnica y multicultural. Prueba de ello, es no sólo la valoración de las
manifestaciones culturales de todos estos pueblos, sino también el reconocimiento
de las lenguas amerindias (13 familias lingüísticas) en igualdad de condiciones
con el castellano.

99 La presencia de grupos aborígenes se puede comrobar en los 32


Departamentos del país, pero con mayor fuerza en las zonas tropicales húmedas y
selváticas. En los últimos 20 años, los procesos de organización y visualización
de los grupos étnicos han cobrado suma importancia, a tal punto que en la
actualidad se han consolidado una serie de organismos entre los que se
encuentran algunas organizaciones y comunidades religiosas de la Iglesia
Católica, con fines de promoción y reivindicación de sus derechos, sobre todo en
los aspectos de autonomía, territorio (resguardos), leyes propias y cultura.

100 Pero, a pesar de las reivindicaciones y de los adelantos democráticos que se


han dado en Colombia en relación con los pueblos ancestrales, todavía se
comprueba lo precarias que son entre ellos las condiciones de vida y lo mucho
que hay que hacer por el reconocimiento de sus derechos, por su salud,
educación, alimento y vivienda. Persisten además mecanismos de degradación
cultural como la guerra, las campañas colonizadoras o la imposición de
programas educativos que afectan a estos grupos, incluso la desaparición física, el
racismo y la lucha por sus tierras como amenazas serias para la existencia de
estos grupos y su identidad.

5.8 LA PROBLEMÁTICA AMBIENTAL, EL CUIDADO DEL EN TORNO

100 Nuestro país tiene una gran riqueza en biodiversidad, no sólo en recursos
naturales sino en lo que concierne a pueblos y culturas, poseedoras de
patrimonios milenarios. En este sentido, corresponde al Estado, a las
instituciones y a la sociedad en general, la protección de este tesoro.

101 Colombia es escenario de graves preocupaciones en relación con la


problemática ambiental. Nuestro medio ambiente, como conjunto de sistemas
ecológicos y de recursos naturales, es de una riqueza imponderable, pero cada vez
se deteriora más y ve amenazado el soporte de la vida humana y la base del
sistema de producción económica del país a causa de la irresponsabilidad y de la
falta de conciencia que se ha tenido. A esto hay que añadir el deterioro del medio
ambiente que se ha producido a causa de fenómenos y de desastres naturales. De
una manera especial hay que señalar la creciente contaminación del aire y del
agua que van afectando cada día más la vida de las personas.

35
102 Hay que reconocer que cada día más se vienen realizando progresos entre
nosotros en lo referente a la responsabilidad frente al medio ambiente en todos los
niveles, en el de las autoridades y en el de la comunidad. Sin embargo, son
todavía muchas las situaciones lamentables que se presentan en este sentido
debidas, por ejemplo, a los intereses egoístas e irresponsables de algunas personas
o al puro afán de lucro. Entre muchos otros interrogantes que se plantean, se
señala actualmente el de la destinación de grandes extensiones de tierra
subsidiadas para las siembras extensivas de plantas proveedoras de bio-
combustibles, un problema que constituye objeto de discusión no solamente entre
nosotros.

103 Las personas más desprotegidas, al carecer de medios de subsistencia,


deterioran fácilmente el ambiente porque éste se convierte en la única posibilidad
que tienen de subsistencia. De esta manera se destruyen bosques, se dañan las
cuencas de los ríos, se afecta la fauna.

104 La irresponsabilidad en relación con el medio ambiente se convierte siempre


en una verdadera agresión contra el ser humano. El deterioro de nuestra “casa
común” atenta contra la dignidad humana e imposibilita un desarrollo sostenible.
Consideramos como un deber ineludible el de la defensa de la vida y con este
tema tiene que ver también el cuidado del medio ambiente.

105 La explotación inadecuada y la degradación de la naturaleza con fines


económicos contribuyen a la agudización de fenómenos de marginalidad y de
pobreza, de inequidad y con frecuencia alimentan los conflictos sociales. Una de
las mayores razones de nuestro atraso económico y social es la mercantilización
de las relaciones y la incapacidad de integrar lo económico con lo ecológico y lo
cultural. Todo esto nos exige introducir criterios éticos en la racionalidad
económica, precisamente en el aspecto relacionado con el interés ecológico, pues
una de las causas del deterioro del medio ambiente es la primacía de intereses
económicos, como se ha dicho, por encima de la dignidad de las personas, de los
pueblos y de las culturas.

106 En el mundo cada vez más globalizado en el cual vivimos hay que llamar la
atención sobre los problemas que plantean las prácticas injustas de las
instituciones financieras y de las empresas multinacionales que se fortalecen
debilitando las economías locales, causando daños a la bio-diversidad de manera
irrecuperable por la deforestación, por el agotamiento de las reservas de aguas y
por su contaminación, por la explotación irresponsable de los recursos naturales.
Las consecuencias de estas situaciones son un verdadero atentado contra el
escenario de la vida digna de las personas. La Conferencia de Aparecida ha

36
llamado la atención sobre todo esto y ha invitado a despertar la conciencia de
quienes tienen responsabilidades especiales en la sociedad y a no olvidar los
criterios nobles, humanos, sociales, teológicos con los cuales se debe iluminar la
responsabilidad de todas las personas (cf. A 78-79).

107 Estas situaciones y problemas y muchos otros que constituyen nuestra


realidad nos plantean interrogantes que queremos mirar con la mirada que hemos
propuesto, a la luz de la Conferencia de Aparecida, como mirada de los discípulos
misioneros de Jesucristo. Lo que queremos ver con esta mirada no son
simplemente problemas, considerados en sí mismos, sino los rostros de nuestros
hermanos, los rostros de todas las personas que somos el sujeto de estas
realidades de nuestra Patria, sobre todo los rostros de los que más sufren, para
solidarizarnos con ellos y para emprender todos juntos la tarea de trabajar por la
construcción de un mundo más humano y fraternal.

6 LA REALIDAD ACTUAL DE NUESTRA IGLESIA

108 La Iglesia Católica ha tenido tradicionalmente una importancia muy grande


entre nosotros y la sigue teniendo. Ella ha desempeñado en la historia y en la
vida de nuestro país un importante papel y tiene conciencia de su misión en el
proceso de edificación de nuestra sociedad hacia el futuro. Repetidas veces se ha
reconocido que la Iglesia es una de las instancias de mayor credibilidad en el país,
lo que no queremos considerar de ninguna manera con una actitud triunfalista,
sino como un desafío permanente.

109 En un país de regiones, como lo es el nuestro, es apenas obvio que las


diferencias entre sus habitantes sean tan marcadas. En esa misma diversidad
reconocemos una gran riqueza. Pero hay algo que tiene una importancia muy
grande como factor de comunión en medio de esta diversidad: la sensibilidad
religiosa de nuestras gentes, una fe sencilla que se manifiesta en la piedad
popular, en el fenómeno que se ha designado también en muchos de los
documentos del Magisterio de la Iglesia como la religiosidad popular. Hemos
sido tradicionalmente un pueblo eminentemente religioso, practicante. Las
Conferencias Episcopales de América Latina han reconocido lo valiosa que es
esta sensibilidad religiosa: “Cuando afirmamos que hay que evangelizarla o
purificarla, no queremos decir que esté privada de riqueza evangélica.
Simplemente deseamos que todos los miembros del pueblo fiel, reconociendo el
testimonio de María, traten de imitarla cada día más. Así procurarán un
contacto más directo con la Biblia y una mayor participación en los
sacramentos” (A. 262). “No podemos devaluar la espiritualidad popular, o
considerarla un modo secundario de la vida cristiana, porque sería olvidar el

37
primado de la acción del Espíritu y la iniciativa gratuita del amor de Dios... Es
también una expresión de sabiduría sobrenatural...”. “Es una espiritualidad
encarnada en la cultura de los sencillos, que no por eso es menos espiritual, sino
que lo es de otra manera” (A. 263).

110 Nuestras gentes, en general, tienen un fuerte sentido de pertenencia a su


Iglesia y un gran aprecio por sus pastores. Ellos han atendido con dedicación las
necesidades de las comunidades en el campo de lo religioso, especialmente en lo
referente a la vida sacramental y a todo lo que tiene que ver con la piedad
popular. Pero además han desempeñado también un importante papel en el
campo de la pedagogía de la fe, en la formación cristiana de los fieles,
personalizada y comunitaria. También han ejercido en las comunidades un
liderazgo que ha contribuido a la organización y al desarrollo de las mismas.

6.1 RETOS QUE NOS PLANTEAN ALGUNOS CAMBIOS QUE HAN TENIDO
LUGAR EN NUESTRA IGLESIA

111 Nadie pone en duda la importancia que tiene para nuestra fe el interés por lo
social. Nuestra fe tiene que estar caracterizada, en virtud de su esencia misma,
por esta sensibilidad, sobre todo si se piensa en la realidad del sufrimiento de las
personas, en la urgencia que tiene en todo tiempo la afirmación de los derechos
humanos, en la necesidad de trabajar en la construcción de un mundo
fundamentado en la justicia social con la mirada puesta en la búsqueda de la paz.
Evidentemente, la Iglesia no es simplemente un movimiento social en la historia
humana. Ella tiene mucho más que ofrecer a la humanidad que la sola solución
de este tipo de problemas.

112 Para algunos este énfasis que se ha puesto en lo social se ha convertido en


un problema porque lo ven como causa de un descuido de la Iglesia en relación
con sus tareas propias, la acción santificadora como con frecuencia se dice, sobre
todo cuando el compromiso con lo social es asumido en un sentido excesivamente
secularizado y a veces con cierta orientación ideológica. Esta problemática nos
debe plantear la pregunta por lo que debemos hacer para lograr la integración
entre la fe y la práctica de la religión, entre la fe y la vida, integración que es
fundamental en el cristianismo.

113 Se puede poner en relación con lo anterior, en alguna forma, el fenómeno


del desplazamiento de muchos miembros de la Iglesia Católica hacia otros grupos
cristianos o religiosos. Es evidente que se pueden aducir muchas razones como
causa de este desplazamiento, por ejemplo, la acogida cordial que se brinda a
quienes acuden a estos grupos. Pero algunos señalan como una de mucha

38
importancia el énfasis en lo social que se ha dado en la actividad pastoral de la
Iglesia Católica, sobre todo en las décadas sesenta y setenta del siglo pasado. Se
afirma que ya ella no aparece como el ámbito en el que se da primordialmente el
interés por lo sagrado, por lo trascendente, por lo espiritual. En este sentido
muchas personas experimentan el deseo de buscar en otros grupos y movimientos
lo que ya no encuentran en el catolicismo.

114 Hay otra realidad que no podemos pasar por alto cuando nos preguntamos
por la situación actual de nuestra Iglesia y cuando nos preguntamos por los retos
que tenemos actualmente para la realización de la misión. Es el fenómeno de la
secularización, una situación que se presenta en el mundo actual en general y que
tiene que ver con la modernidad; una situación que afecta no sólo al cristianismo,
sobre todo occidental, sino inclusive a otras confesiones cristianas y a otras
religiones. El mundo se está volviendo cada vez más secular y por este camino se
ha ido apartando, o liberando según el parecer de algunos, de la religión.

115 Entre nosotros este fenómeno no plantea tal vez los mismos interrogantes
que en otros lugares del mundo, ya que nuestro pueblo es muy religioso, muy
sensible por la religión y muy positivo en relación con la Iglesia. Sin embargo,
también en algunos ambientes de nuestra sociedad se percibe una cierta
mentalidad secularizada, por ejemplo en ambientes urbanos, en donde
comprobamos la disminución creciente de la práctica religiosa. Los ambientes
urbanos son ciertamente ambientes complejos en los que conviven grupos de
población muy diversificados, algunos de ellos caracterizados todavía por una
mentalidad más bien rural y por lo tanto tal vez menos permeable por este
fenómeno de la secularización, y otros grupos de personas que cada vez tienen
menos sensibilidad religiosa, que no practican ya la religión o sólo lo hacen
esporádicamente en ciertos momentos de la vida, a veces en un sentido más bien
formal, y que con frecuencia no tienen ya sentido de pertenencia a la Iglesia.
Frente a este fenómeno nos tenemos que empezar a preguntar por lo que significa
anunciar y vivir el evangelio en un mundo secular y acerca de lo que es por
ejemplo realizar el anuncio del evangelio en ambientes urbanos.

116 El Papa Benedicto XVI ha llamado la atención con frecuencia sobre el


problema que representa para la Iglesia en nuestros días el relativismo, una
mentalidad que constituye también para nuestra Iglesia en Colombia un
importante reto. Se ha ido generalizando una cultura que ya no valora los
fundamentos de la vida: los fundamentos humanos, éticos, espirituales. Una
mentalidad que ya no tiene sentido de pertenencia a una comunidad como la
Iglesia y considera como igual pertenecer a un grupo cualquiera. Se ha ido
generalizando, por muchas causas, una mentalidad superficial perdida en el

39
consumismo, en la comodidad y la vida fácil, sin ideales verdaderamente
valiosos. También esta situación nos plantea interrogantes cuando nos
preguntamos por los retos que tenemos al realizar la misión que el Señor nos ha
encomendado.

117 ¿Qué hacer frente a todo esto, como Iglesia? ¿Podemos contentarnos con
una comprensión de la fe cristiana en el sentido del ejercicio de la práctica
devocional de la religión que acompañamos pastoralmente? ¿Cómo integrar con
una comprensión religiosa de la fe cristiana, entendida en el sentido de la
religiosidad popular, la experiencia espiritual e inclusive mística tan deseada hoy
como respuesta para los interrogantes más profundos de la existencia humana? Y,
¿cómo compaginar con todo esto la responsabilidad social que implica nuestra fe?

118 El cristianismo es ciertamente una experiencia que nos permite establecer ya


en esta vida una auténtica relación con Dios, pero no es un simple sistema de
prácticas religiosas. Tenemos que valorar, es cierto, todas las manifestaciones de
la piedad popular que caracterizan la vida de los miembros de nuestras
comunidades, pero tenemos que reconocer también que nuestra religión nos pide
hacer mucho más. Desde otro punto de vista, tenemos que reconocer todo el
valor que tiene la dimensión social de la fe y la religión que practicamos: nuestra
religión es una religión de la compasión, una religión del amor infinito. Pero,
como se ha dicho más arriba, no podemos comprender nuestra religión como un
simple movimiento social, una especie de poderosa ONG cuyos objetivos se
cumplen en el campo de la praxis social.

119 Por eso mismo no es suficiente que nos esforcemos solamente con realizar
una misión de renovación permanente de nuestra Iglesia “hacia adentro”, misión
que ciertamente tenemos que realizar. Es necesario además realizar nuestra
misión como una misión “hacia afuera” para ofrecer el aporte que nos
corresponde ofrecer, en cuanto Iglesia, con el propósito de edificar un mundo más
humano, más justo, en el que sea posible la paz verdadera. Para expresarlo con
las palabras que el Papa Benedicto XVI señaló a la Conferencia de Aparecida
para precisar sus propósitos, debemos comprender la misión que se nos confía, en
cuanto discípulos misioneros de Jesucristo, como compromiso por lograr que
“nuestros pueblos tengan vida en Jesucristo”.

40
TERCERA PARTE
DISCÍPULOS MISIONEROS DE JESUCRISTO,
LLAMADOS A RENOVARNOS
COMO IGLESIA – COMUNIDAD DE VIDA
120 El mensaje de la Conferencia Episcopal de Aparecida es una gran
convocación dirigida a todas nuestras Iglesias a renovarse como comunidades de
discípulos misioneros, como se afirma expresamente desde el comienzo del
documento: “La Iglesia es llamada a hacer de todos sus miembros discípulos y
misioneros de Cristo, Camino, Verdad y Vida, para que nuestros pueblos tengan
vida en Él” (A 1). Sobre esta invitación queremos reflexionar en nuestra Iglesia
de Colombia. Queremos en esta tercera parte de este documento reflexionar con
nuestras comunidades el tema del discipulado misionero y referirnos a las
opciones de renovación eclesial que se nos proponen en el documento de
Aparecida.

1. LA EXPERIENCIA DE LOS DISCÍPULOS EN EL ENCUENTRO


CON EL SEÑOR

121 Para comprender el mensaje de Aparecida sobre el discipulado misionero


son de mucha utilidad dos categorías, que pueden ser consideradas en realidad
como dos claves de lectura complementarias: la noción de experiencia y la
noción de testimonio. Nuestra relación con Jesucristo debe ser, según estas
categorías, una experiencia de configuración con el Señor que empieza a
acontecer desde nuestro bautismo (Rm 6,1s), experiencia que nos capacita para
ofrecer en el mundo un testimonio acerca de su persona y de su obra, lo que
fundamenta por lo tanto el hecho de nuestra condición de personas enviadas en
misión por el Señor. Estas dos categorías nos permiten expresar adecuadamente
lo que significa para nosotros ser cristianos y constituir, en cuanto tales, la
comunidad de la Iglesia.El que ha tenido la experiencia del Señor, debe
testimoniarla.

122 Nuestra reflexión sobre este tema nos remite a varios lugares del documento
de Aparecida, en particular al cuarto capítulo de la segunda parte que tiene como
título “La vocación de los discípulos misioneros a la santidad”. Este tema es
desarrollado por medio de cuatro reflexiones que nos permiten ver el sentido del
mensaje de la Conferencia de Aparecida:

1) Llamados al seguimiento de Jesucristo.

41
2) Configurados con el Maestro.
3) Llamados a anunciar el evangelio del Reino de la vida;
4) Animados por el Espíritu Santo.

Es evidente que el propósito que nos anima aquí no es el de de comentar


propiamente en detalle cada uno de estos temas del documento de la Conferencia
de Aparecida, por lo cual recomendamos recurrir directamente a él.

123 En el comienzo de la primera encíclica del Papa Benedicto XVI leemos las
siguientes palabras: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o
una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona,
que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”. Es
cierto: el punto de partida de nuestra existencia cristiana es el encuentro con la
persona de Jesucristo. No una idea, ni una filosofía, tampoco un cuerpo de
doctrinas. No una ideología o un proyecto político. Aún más: no es simplemente
el recuerdo de alguien que vivió hace dos mil años, sino el encuentro con aquel a
quien Dios ha constituido como Señor, el Resucitado, el cual vive actualmente
desde Dios en medio de nosotros. El cristianismo es la experiencia vivida del
Señor testimoniada en medio del mundo. Es la experiencia de la luz que hace que
los cristianos resplandezcan en el mundo por la santidad de sus vidas.

124 Nuestra condición de discípulos misioneros se fundamenta en la relación


que debemos establecer con la persona de Jesucristo, el Señor. Con este fin,
hacemos memoria de él, en el mismo sentido de la recomendación del Señor a sus
discípulos en vísperas de su pasión y de su muerte: “Hagan esto en
conmemoración mía” (1Cor 11,24-5; Lc 22,19). La Iglesia cumplió siempre este
encargo del Señor. Lo hizo, seguramente desde los orígenes, al celebrar la fiesta
de la Pascua. Lo hizo también por medio de la celebración de la Eucaristía, sobre
todo en el llamado “día del Señor”. En la Eucaristía, la comunidad cristiana tiene
la experiencia mística del encuentro con el Señor y el envío misionero al mundo
necesitado de sentido.

125 De acuerdo con la mentalidad memorial del pueblo judío, la Iglesia mantuvo
siempre viva la memoria del Señor al actualizar en la liturgia su presencia real,
presencia compartida en comunión como un encuentro personal, íntimo y
profundo con él. Una hermosa etimología de nuestra lengua nos puede ayudar a
entender lo que era la mentalidad memorial de los judíos con la cual debemos
realizar el mandato del Señor. “Recordar” significa literalmente en nuestra
lengua “volver a poner en el corazón”. Así es como hacemos los cristianos la
memoria del Señor que fundamenta nuestra condición de discípulos: desde
nuestra existencia profunda, desde nuestro corazón, como un encuentro personal,

42
integral, con él.

126 Jesús nos encomendó celebrar la misma cena memorial que él celebró con
sus discípulos para compartir con él el momento decisivo de su existencia, su
muerte. Sin embargo, el memorial que celebramos en la Iglesia no es
simplemente el memorial de una cena, sino el de la persona del Señor, el de toda
su vida, de tal manera que, al celebrar esta cena entramos en comunión personal
con él. Compartimos el Cuerpo entregado del Señor y su Sangre derramada, pero
también el memorial de su vida, el que nos ha sido conservado por la tradición
escrita que nos dejaron los primeros testigos, sus discípulos: al leer en la liturgia
la Palabra de esta tradición que nos encontramos en los evangelios, en toda la
Escritura, entramos en contacto con la persona de Jesús, con sus palabras y sus
acciones. Por esta razón hablamos también, al referirnos a la celebración más
importante de la Iglesia, de la “cena de la Palabra” que nos permite tener acceso
a todo lo que ha sido la vida del Señor. Es el encuentro amoroso que impele a la
misión en esperanza.

127 En todo esto no entramos simplemente en relación con alguien que vivió en
el pasado. La fe de la Iglesia en la resurrección nos da la seguridad de que aquel
con quien entramos en comunión personal es el Señor Resucitado, que vive
actualmente en Dios y desde Dios en medio de nosotros. Todo lo que la tradición
evangélica nos recuerda acerca de Jesús está iluminado por la fe en la
resurrección del Señor y adquiere en alguna forma vida para nosotros en el
presente, aunque pertenezca al pasado.

128 Jesús convocó a sus discípulos para “estar con Él” y “para enviarlos en
misión” a anunciar la buena noticia de la salvación por todo el mundo (Mc 3,14s;
Mt 28,16-20). “Estar con él” significó para sus discípulos, según una bella
expresión de Aparecida, que los llevó aparte “para hablarles al corazón” (A 154).
Significó también que los invitó a hacer una experiencia que los configuró con él
y que fundamentó su condición de discípulos. Al hacer esta experiencia, los
discípulos aprendieron a vivir a la manera del Maestro, aprendieron a mirarlo
todo con su mirada. “Estar con el” significó para ellos aprender a experimentar a
Dios como él lo hacía. Como él que afirmaba que conocía profundamente al
Padre, y que el Padre lo conocía a él.

129 Dios es para Jesús ante todo, como para sus hermanos los judíos, el Dios de
la libertad, el Dios Yahveh de la liberación del éxodo (Ex 3,1s). Pero también el
Dios a quien habían experimentado en su caminar nómada los antiguos Patriarcas,
Abraham, Isaac y Jacob, como un Dios que los bendijo con la promesa de una
descendencia numerosa y de una tierra en la que habrían de convertirse en un

43
gran pueblo (Gn 12,1). El Dios de la creación y de todos los pueblos que vela por
las aves del cielo que no trabajan ni se angustian y sin embargo son felices, y que
reviste de tal manera con la belleza de los lirios la hierba de los prados que ni
Salomón, en todo su esplendor, se vistió como ella (Mt 6,25s).

130 El misterio de Dios tal como lo experimentó Jesús es, en una palabra, el
mismo misterio que experimentó Israel en su historia de salvación y que le
permitió entrar en comunión profunda y personal con Él. Sin embargo, la
experiencia de Dios propia de Jesús fue la del Abbá de la misericordia, la
experiencia del Padre del amor sin límites. Es ésta la revelación en plenitud de
Dios que Jesús nos comunicó y que sus seguidores debían realizar cuando los
llamó “para estar con Él” y convertirse en sus discípulos.

131 Los evangelios nos comunican de muchas maneras el testimonio de los


primeros discípulos sobre la vida de Jesús, que ellos compartieron con él. Nadie,
según ellos, está excluido del Reino de Dios del que habla Jesús. Él come y bebe
con publicanos y pecadores (Mc 2, 16); abraza a los leprosos, excluidos de la
comunidad (Lc 5, 13) y muestra espontáneamente su afecto a quienes son
despreciados, como en el caso de la mujer señalada como pecadora (Lc 7, 36-50).
Su enseñanza implica actitudes inauditas para sus contemporáneos como la del
amor a los enemigos (Mt 5, 44), la del perdón sin límites que hace siempre
posible la reconciliación entre los hombres (Mt 5, 24), la de la acogida compasiva
de los más humildes (Lc 14, 15-24) (A 353).

132 Lucas, el evangelista de la misericordia, ha percibido de manera especial


este aspecto de la experiencia de Dios de la que da testimonio Jesús. En este
sentido nos ha transmitido las llamadas parábolas de la misericordia (Lc 15,1s).
Cuando Jesús habla en ellas del pastor que va tras la oveja descarriada, o de la
mujer que busca la dracma perdida, o del padre que sale al encuentro de su hijo
pródigo y lo abraza, lo que el evangelista nos invita a percibir no son sólo
palabras conmovedoras, sino la manera misma de ser y de actuar del Dios que nos
revela Jesús.

133 El tercer Evangelio ha captado de manera especial la experiencia de Dios


que revelaba Jesús en el sentido de la compasión por los que sufren: por los
pobres, por las viudas y los huérfanos, por las mujeres. Pero también lo han
hecho los otros testigos de la tradición. En la primera de las cartas de la tradición
de Juan encontramos, por ejemplo, una afirmación que sólo es posible
comprender a partir de la experiencia que Jesús hacía de Dios, su Padre: “Dios es
amor” (1 Jn 4,8).

44
123 También nosotros, sus discípulos, somos llamados a realizar la experiencia
de Dios que hacía Jesús. Como a sus primeros discípulos, Jesús nos convoca
también a nosotros, los discípulos de todos los tiempos, para “estar con él” y
para aprender en su cercanía a realizar la misma experiencia de Dios, su Padre,
que él hacía. También a nosotros nos llama aparte para “hablarnos al corazón”
(cf. A 154). En el contacto con Jesús, también nosotros, como sus primeros
discípulos, aprendemos a tener la misma mirada del Maestro, su manera de vivir,
de hablar y de actuar.

134 Configurados con Cristo por el bautismo, por el cual nos sumergimos en el
misterio de su muerte y su resurrección, según la expresión de San Pablo (cf. Rm
6,1), los discípulos de hoy tenemos además en la comunidad de la Iglesia la
alegría de poder encontrarnos con él de muchas maneras, en persona, no sólo en
los sacramentos, sobre todo en el de la Eucaristía, sino también en la vida de
todos los días, en su presencia sacramental en los hermanos, de manera especial
en los más pobres.

135 La bella expresión de San Pablo, fundamentada en la experiencia de su


adhesión al Señor, nos señala el ideal que nos debe animar también a nosotros,
sus discípulos de todos los tiempos, en el camino de nuestra configuración con él:
“Ya no soy yo el que vive: es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20). Pero
digámoslo de nuevo: no es suficiente entender esta relación nuestra con la
persona del Señor como un recuerdo del pasado. Como en el caso de la
experiencia de Pablo, quien no conoció a Jesús en persona durante su vida
terrena, descubrimos que es posible encontrarnos hoy con el Señor Resucitado,
que vive glorificado en Dios y desde Dios en medio de nosotros.

136 Sin embargo, recordamos también lo que el Señor decía durante su vida
terrenal acerca de la posibilidad de encontrar a Dios en el contacto personal con
él, su Hijo, su enviado. “Quien me ve a mí, ve al Padre” (cf. Jn 14,7). El cuarto
evangelio nos lo dice desde el principio: Jesús es la Palabra misma de Dios que
se ha hecho carne (cf. Jn 1,1). Él es además el camino que nos conduce hacia el
Padre: el que cree en Jesús encuentra la vida eterna (cf. Jn 6,1s). Con el apóstol
Pedro podemos por eso confesar también nosotros, los discípulos de Jesús de
todos los tiempos: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Y
también decir lo que en otras circunstancias decía Pedro para responder a la
pregunta que les había hecho Jesús a sus discípulos con motivo de lo que había
sucedido con quienes se escandalizaban por lo que él decía: “¿A quién (otro)
iremos? Sólo tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6, 68). En un mundo ávido
de experiencias extremas, sólo la experiencia personal con el Señor garantiza el
sentido y humanidad de todo el esfuerzo humano.

45
2 LA IGLESIA, COMUNIDAD DE DISCÍPULOS MISIONEROS

137 No estamos llamados a ser testigos de la persona del Señor y sus discípulos
misioneros de manera puramente individual, nos lo recuerda la Conferencia de
Aparecida (A 156). Ahora bien, la conciencia eclesial que nos invita a tener
Aparecida no es otra que la del Concilio Vaticano II 18. Ella está presente en todo
el documento, pero sobre todo en un denso mensaje eclesiológico centrado en el
aspecto de la comunión que encontramos en el capítulo quinto de la segunda
parte, titulado: “La comunión de los discípulos misioneros en la Iglesia”. Un
amplio espacio en el mismo capítulo lo ocupa el desarrollo de otros temas
específicos que concretan en un sentido pastoral esta reflexión sobre la Iglesia.
Son ellos el tema de “los lugares” en los cuales se realiza la comunión de la
Iglesia y el de las “vocaciones específicas”, así como el tema de los que han
abandonado la Iglesia para adherirse a otros grupos religiosos y el tema del
ecumenismo y del diálogo inter-religioso. El tema conciliar de la Iglesia
particular como realización concreta de la eclesiología de comunión está presente
en todo el documento de Aparecida, sobre todo donde se habla de los lugares en
los que se realiza la comunión.

138 Es evidente que, además de la concepción conciliar de la Iglesia presente en


todo el mensaje de Aparecida, también está latente en él todo el desarrollo de la
eclesiología que hemos vivido en América Latina en las últimas décadas, por
ejemplo, el principio de la comunión y la participación que fue tan importante en
la Conferencia de Puebla. De la misma manera hay que mirar las referencias de
la Conferencia de Aparecida a las comunidades eclesiales de base, o como se dice
simplemente, a las pequeñas comunidades.

2.1 LA IGLESIA MISTERIO Y SACRAMENTO DE COMUNIÓN19

139 Se puede definir la eclesiología de la Conferencia de Aparecida, ante todo,


como una eclesiología de la comunión. Es la misma concepción de la Iglesia que
encontramos en el Concilio. La Iglesia es un Misterio de comunión. “Misterio”
tiene aquí una significación muy importante, explicable a partir del Nuevo
Testamento y de toda la tradición de la Iglesia: nos invita a pensar en la
“realidad profunda” de la Iglesia. La Iglesia no puede ser concebida
simplemente como una institución, como una gran organización: su realidad es
mucho más profunda. La constituye el hecho de ser comunidad, el hecho de ser
comunión de personas. Es algo original, algo de los orígenes, puesto que ésta es
la concepción de la Iglesia que podemos encontrar en el Nuevo Testamento, pero
también algo nuevo en nuestros días, algo que hemos redescubierto de manera

46
especial desde el Concilio, cuando se nos invitó a no mirar la comunidad de la
Iglesia no como una simple organización, como una realidad puramente exterior,
sino sobre todo como algo interior, profundo. El misterio de la Iglesia es el
hecho de ser ella comunión de personas unidas en la fe, en la esperanza, en el
amor.

140 De acuerdo con la eclesiología del Concilio, Aparecida nos invita a mirar el
misterio de la Iglesia como una realidad sacramental. Estamos acostumbrados a
definir el sacramento como un signo eficaz, es decir, como un signo en el que se
realiza lo que se significa de tal manera que lo podemos percibir y experimentar.
En la Iglesia, en cuanto sacramento, se pueden percibir y experimentar dos
realidades. Por una parte, la realidad misma de Dios Trinidad, que es un misterio
de comunión (cf. A 155). Por otra parte, el deseo profundo que anima a la
humanidad: el deseo de constituir una fraternidad (A 155). La eclesiología de la
comunión, comprendida en este sentido sacramental, nos compromete a hacer
realmente de la Iglesia una comunidad.

2.2 EL ESPÍRITU SANTO Y LA IGLESIA COMUNIÓN

141 No es posible comprender el misterio de la comunión que constituye la


Iglesia, sin hacer referencia al Espíritu Santo. El relato de Pentecostés de Hechos
de los Apóstoles es en este sentido un relato fundacional acerca de la Iglesia, un
relato fundamentalmente eclesiológico. El Espíritu que Jesús había prometido a
sus discípulos descendió sobre ellos y los constituyó como comunidad. Un
mismo Espíritu, el de Dios, es compartido por todos los discípulos de Jesucristo,
el Señor.

142 A partir de Pentecostés, la Iglesia experimenta en todas partes, donde se


anuncia el evangelio, la irrupción del Espíritu que se manifiesta en la diversidad
de los dones y carismas (1Co 12, 1-11) y también en los variados oficios que
deben servir para edificar la comunidad y para realizar la Evangelización (1Co
12, 28- 29). Por medio de estos dones del Espíritu, la comunidad continúa el
ministerio salvífico del Señor hasta que se manifieste de nuevo al final de los
tiempos (1Co 1, 6-7). El Espíritu en la Iglesia forja misioneros decididos y
valientes como Pedro (Hch 4, 13) y Pablo (Hch 13, 9), señala los lugares que
deben ser evangelizados y elige a quienes deben hacerlo (Hch 13, 2) (A 150).

143 El Espíritu guía a la Iglesia en el anuncio de la Palabra, en la celebración de


la fe y en el servicio de la caridad, hasta que el Cuerpo de Cristo alcance la
estatura de su Cabeza (Ef 4, 15-16). De este modo, por la eficaz presencia de su
Espíritu, Dios asegura hasta la parusía su propuesta del Reino para hombres y

47
mujeres de todos los tiempos y lugares, impulsando la transformación de la
historia y sus dinamismos. El Señor sigue derramando así siempre su vida por
medio de la labor de la Iglesia, con “la fuerza del Espíritu Santo enviado desde el
cielo” (1P 1,12). El Señor continúa así, por medio de su Iglesia, la misión que
recibió de su Padre (Jn 20, 21). (A 151). El Espíritu Santo despliega todas las
posibilidades de manifestación de Dios a través de las personas que, animadas por
él, forman la comunidad de los discípulos misioneros.

2.3 LA IGLESIA, PUEBLO DE DIOS20

144 La comunidad que estamos llamados a constituir como Iglesia es sujeto


protagonista de una historia de salvación, la historia de que Jesús hablaba como el
Reino de Dios. El Concilio subrayó en este sentido el tema del Pueblo de Dios,
como sujeto protagonista de esta historia. Un pueblo constituido por la alianza
que Jesús realizó con su sangre, a diferencia del antiguo pueblo de Israel, que
había sido constituido por la alianza de la Ley en el Sinaí. El lazo de comunión
en el Pueblo de Dios de la nueva alianza no será ya una Ley, sino un Espíritu, el
Espíritu mismo que ha hecho surgir en los discípulos el Padre, por medio de su
Hijo Jesucristo.

145 La comprensión de la Iglesia como Pueblo de Dios es uno de los


planteamientos más importantes de la eclesiología conciliar. No se entiende
evidentemente, en este contexto, la noción de pueblo en un sentido puramente
sociológico: hay que entender esta noción en un sentido teológico que permite
reconocer a todos los cristianos, no solamente a la Jerarquía, como Iglesia y a
todos igualmente como protagonistas de la historia de la salvación (cf. 1 Pet 2,4-
9). La condición sacramental que nos constituye a todos como Iglesia es la del
Bautismo. Además de esto, todos los cristianos podemos asumir
responsabilidades en la Iglesia. Con razón se habló por eso, a partir del Concilio,
de una Iglesia toda ella ministerial. El mensaje de Aparecida sobre el discipulado
misionero se aplica a todos los cristianos y puede por eso ser considerado, como
se ha dicho, como una verdadera explicitación de la teología del Pueblo de Dios.

2.4 TODOS LOS MIEMBROS DEL PUEBLO DE DIOS, SOMOS DISCÍPULOS


MISIONEROS DE JESUCRISTO

146 En lo referente a las vocaciones específicas, el documento de Aparecida


enumera en el capítulo quinto de la segunda parte a todos los miembros de la
Iglesia: a los Obispos, a quienes define como misioneros de Jesús Sumo
Sacerdote; a los Presbíteros, a quienes define como discípulos misioneros de
Jesús Buen Pastor; a los Diáconos Permanentes, a quienes define como discípulos

48
misioneros de Jesús Servidor; a los fieles laicos y laicas a quienes considera como
discípulos misioneros de Jesús Luz del mundo; a los Consagrados y Consagradas
de quienes dice que son discípulos misioneros de Jesús Testigo del Padre.

147 Los pastores del Pueblo de Dios. Dentro del Pueblo de Dios, el Señor
encomienda el ministerio pastoral de convocar, animar y presidir a las
comunidades de discípulos, a quienes son constituidos en el ministerio de
Obispos, Presbíteros y Diáconos. Ellos son sacramento de Jesucristo, el Buen
Pastor, y desempeñan su ministerio de presidencia de la comunidad cristiana en
su nombre (“in persona Christi capitis”). La Conferencia de Aparecida se refiere
a este ministerio también en términos de discipulado misionero (A 186-208). El
espíritu con el que debe ser comprendida esta tarea de presidencia de la
comunidad cristiana en la Iglesia no puede ser otro que el espíritu del Señor,
espíritu de servicio, tarea que además debe ser ejercida, según la eclesiología del
Concilio, en un sentido “colegial” como tarea ante todo de Evangelización, pero
también sacerdotal y real.

148 La vida consagrada en la Iglesia. Un aspecto muy importante de la


eclesiología del Concilio fue el de haber comprendido la vida consagrada, en sus
diversas formas, como una realidad eclesial. Tiene por eso también mucha
importancia el que la Conferencia de Aparecida invite a nuestras Iglesias a
despertar de nuevo la conciencia del discipulado misionero en quienes han
consagrado su vida al Señor y a sus hermanos en las distintas comunidades, tanto
masculinas como femeninas (A 216-224), a quienes llama “discípulos misioneros
de Jesús Testigo del Padre”. Desde el primer párrafo dedicado a este tema, la
Conferencia resume de una manera muy bella lo que significa la vida consagrada
en la Iglesia:

“La vida consagrada es un don del Padre por medio del Espíritu a la Iglesia, y
constituye un elemento decisivo para su misión. Se expresa en la vida monástica,
contemplativa y activa, los institutos seculares, a los que se añaden las
sociedades de vida apostólica y otras nuevas formas. Es un camino de especial
seguimiento de Cristo, para dedicarse a él con un corazón indiviso, y ponerse,
como Él, al servicio de Dios y de la humanidad, asumiendo la forma de vida que
Cristo escogió para venir a este mundo: una vida virginal, pobre y obediente (A
206).

149 Los fieles laicos y laicas, discípulos misioneros de Jesús Luz del Mundo. El
propósito de renovación de nuestras Iglesias en el sentido del discipulado
misionero, nos debe motivar para insistir en la necesidad de darle al tema del
laicado toda la importancia que se merece. Precisamente se nos quiere hacer

49
tomar conciencia en la Conferencia de Aparecida de que es toda la comunidad de
la Iglesia la que debe renovarse en la conciencia del discipulado misionero. La
Conferencia de Aparecida recoge en una densa presentación la teología del
laicado que conocemos desde el Concilio, con referencias frecuentes al Bautismo
y en general al Misterio sacramental de la Iniciación cristiana, sin que se pueda
olvidar la doctrina del sacerdocio común. Es absolutamente necesario que en la
Iglesia reconozcamos las posibilidades pastorales de un laicado consciente y
comprometido (A 209-215).Todo el grupo que ha tenido la experiencia del Señor
sale alegre a contar lo que le ha sucedido: la alegría de la salvación.

150 Naturalmente, todos los miembros de la Iglesia, en todas las edades,


estamos llamados a participar activamente en la vida de las comunidades y en las
tareas que implica la misión. Sin embargo, al hablar de los fieles laicos y laicas,
tenemos que poner nuestra atención de una manera especial, en nuestras Iglesias
de América Latina, en los niños y en los jóvenes, en quienes está en alguna forma
el futuro de la Iglesia. En las Conferencias Episcopales de nuestro continente se
ha hecho de manera explícita una opción preferencial por los jóvenes. No
significa esta opción simplemente que en la Iglesia se les deba prestar un cuidado
pastoral especial, sino además que a ellos se les considera como la gran esperanza
de la Iglesia. Si se despierta en nuestros niños y en nuestros jóvenes la
conciencia del discipulado misionero podremos poner bases firmes para la
construcción de una Iglesia renovada. No puede sino estimularnos en este sentido
el gran entusiasmo con el cual el Papa Juan Pablo II se acercó continuamente a la
juventud, entusiasmo que ha continuado demostrando el Papa Benedicto XVI.

151 Las mujeres en la Iglesia. Tiene que ser motivo de alegría para todos
nosotros el hecho del reconocimiento cada vez más evidente del papel de la mujer
en la Iglesia. Es apenas obvio que la Conferencia de Aparecida haya dado
testimonio de este reconocimiento no sólo en el lugar en el cual se habla del
laicado, sino también en otros lugares, por ejemplo, donde se habla de la vida
consagrada. Imposible olvidar el papel que las mujeres han desempeñado en la
realización de la misión de la Iglesia a través de los siglos. Imposible pensar en
la realización actual de dicha misión sin la participación de la mujer, con su
propia identidad y con su capacidad inmensa de entrega. La Conferencia de
Aparecida reconoce el papel de liderazgo pastoral de muchas mujeres en las
comunidades eclesiales (A 451-458).

2.5 EL ECUMENISMO Y EL DIÁLOGO INTER-RELIGIOSO

152 El tema de la Iglesia como Pueblo de Dios le permitió al Concilio


fundamentar una importante reflexión que nos encontramos también en el

50
documento de Aparecida acerca del ecumenismo y acerca del diálogo inter-
religioso (A 227-239). Desde el punto de vista de nuestra eclesiología, el Pueblo
de Dios está constituido ante todo por la Iglesia Católica, pero de él hacen parte
en alguna forma, o están orientados a él, quienes pertenecen a otras confesiones
cristianas, y también los que encuentran a Dios en otras religiones. Aún más,
quienes sin pertenecer a una Iglesia o a una religión buscan a Dios en su vida con
sinceridad de corazón.

153 En este sentido podría decirse que la noción de Pueblo de Dios trasciende en
alguna forma la noción de Iglesia. Como se puede adivinar por este
planteamiento, el Concilio fundamenta en él la actitud ecuménica y toda la
disposición para el diálogo que debe animar a los cristianos. De todas maneras,
la actitud ecuménica no se deriva en la Iglesia, en todo caso, de una necesidad o
conveniencia puramente sociológicas, sino de una exigencia evangélica, trinitaria
y bautismal (A 228).

154 Para nuestras Iglesias, esta consideración tiene una importancia especial,
dado el fenómeno del crecimiento entre nosotros de otros grupos cristianos y
religiosos (A 225-226). En el lugar en el cual el documento de Aparecida nos
habla de las personas que constituyen el Pueblo de Dios, se refiere explícitamente
a quienes han abandonado a la Iglesia en los siguientes términos:

“Según nuestra experiencia personal muchas veces la gente sincera que sale de
nuestra Iglesia no lo hace por lo que los grupos “no católicos” creen, sino
fundamentalmente por lo que ellos viven; no por razones doctrinales sino
vivenciales; no por motivos estrictamente dogmáticos, sino pastorales; no por
problemas teológicos sino metodológicos de nuestra Iglesia. Esperan encontrar
respuestas a sus inquietudes. Buscan no sin serios peligros responder a algunas
aspiraciones que quizás no han encontrado, como debería ser, en la Iglesia” (A
225).

155 Esta manera serena de referirse a esta situación abre un espacio de diálogo
que tendrá que producir frutos en algún momento y que ciertamente evitará que
vivamos situaciones de confrontación que contradicen el espíritu del cristianismo.
Habrá, sin embargo, que tener cuidado con grupos religiosos de finalidad
claramente mercantil o patológica.

2.6 LA VIDA CONCRETA EN LA COMUNIDAD DE LOS DISCÍPULOS


MISIONEROS

156 El documento de Aparecida ha resumido en una especie de compendio la

51
vida de los discípulos misioneros en la Iglesia-comunión. Al igual que las
primeras comunidades de cristianos, hoy nos reunimos asiduamente para
“escuchar la enseñanza de los apóstoles, para vivir unidos y participar en la
fracción del pan y en las oraciones” (Hch 2, 42). Aparecida insiste en la manera
como se nutre la comunión de la Iglesia con el Pan de la Palabra de Dios y con el
Pan del Cuerpo de Cristo. Insiste en el papel de la Eucaristía para la realización
de la comunidad. La Eucaristía, participación de todos en el mismo Pan de Vida
y en el mismo Cáliz de Salvación, nos hace miembros del mismo Cuerpo (1Cor
10, 17). Ella es fuente y culmen de la vida cristiana (A 69), es su expresión más
perfecta y el alimento de la vida en comunión. En la Eucaristía se nutren las
nuevas relaciones evangélicas que surgen de ser hijos e hijas del Padre y
hermanos y hermanas en Cristo. La Iglesia que la celebra es “casa y escuela de
comunión”, donde los discípulos comparten la fe, la esperanza y el amor al
servicio de la misión evangelizadora (A 158).

157 La Conferencia subraya la importancia que tiene la Palabra de Dios en la


comunidad de discípulos misioneros. Si la Iglesia quiere hacer realmente
memoria del Señor, la Palabra de Dios tiene que estar en el centro de su actividad
pastoral, del estudio, de la plegaria (A 248). En la Iglesia debe ocupar un lugar
muy importante la “lectio divina”. El mensaje de la Palabra de Dios,
profundizado por medio de la utilización de distintos métodos y pasos, debe
penetrar toda la vida de la Iglesia, debe animar la pastoral, debe servir para
interpretar los signos de los tiempos. Es al mismo tiempo medio indispensable
para la relación de los miembros de la Iglesia Católica con otros creyentes de
otras denominaciones y otras religiones e inclusive para la relación con los que no
creen en Dios (A 249).

158 La Iglesia debe ser, en una palabra, una comunidad de discípulos misioneros
que comparten su vida en comunión de fe, esperanza y amor. Como comunidad
de fe, todos los miembros de la Iglesia estamos llamados a configurarnos con
Cristo, en quien creemos, cuya existencia asumimos como si fuera la nuestra.
Como comunidad de esperanza, todos compartimos unos mismos ideales, los que
el Señor nos ha señalado para construir nuestro mundo en el sentido del Reino de
Dios y para iluminar la vida de todas las personas con el anuncio de un futuro de
salvación en plenitud. Como comunidad de amor la Iglesia está llamada a ser
testigo del amor de Dios, que es precisamente comunión, para atraer así a las
personas y a los pueblos hacia Cristo. En el ejercicio de la unidad querida por
Jesús, los hombres y mujeres de nuestro tiempo nos sentimos convocados, según
la expresión del documento de Aparecida, para realizar la hermosa aventura de la
fe. “Que también ellos vivan unidos a nosotros para que el mundo crea” (Jn 17,
21). En esta comunidad de amor tiene que ocupar un lugar especial la

52
preocupación por los pobres y por los que sufren. En ella deben encontrar
acogida todas las personas, sin discriminaciones de ninguna clase. En ella tiene
que tener una importancia muy grande la actitud de la compasión y de la
misericordia.

159 El documento de Aparecida nos ofrece finalmente importantes reflexiones


acerca de lo que llama “los lugares privilegiados para vivir la comunión”: la
Diócesis, de la que se dice que es el lugar privilegiado para la comunión (A 164-
169); la Parroquia, a la que define como “comunidad de comunidades” (A 170-
177); las Comunidades Eclesiales de Base y las Pequeñas Comunidades (A 178-
180).

3. LA IGLESIA: ESCUELA DE FORMACIÓN DE LOS


DISCÍPULOS MISIONEROS

160 No es el propósito de estas reflexiones comentar detalladamente todas las


propuestas pastorales de la Conferencia de Aparecida. Siempre será de gran
utilidad por lo tanto recurrir directamente al documento de la Conferencia para
aprovechar la riqueza que se nos ofrece en él para realizar la tarea de renovar
nuestras Iglesias. Pero podemos mencionar las orientaciones que encontramos en
él acerca de los procesos que nos permiten realizar la formación de los discípulos
misioneros, así como los pasos que está llamada a dar la Iglesia, entendida como
comunidad de discípulos misioneros, para edificarse como tal.

161 Un largo capítulo de la segunda parte, el capítulo sexto titulado “El


itinerario formativo de los discípulos misioneros”, después de señalar como
característica fundamental de la espiritualidad del discipulado misionero el
encuentro con Jesucristo (A 243-275) y de señalar los pasos del proceso de
formación, según los momentos de la misma (A 276-300), centra su atención en
lo que llama “lugares de formación para los discípulos misioneros”: la familia, a
la que considera como la primera escuela de la fe (A 302-303); las parroquias (A
304-306); las pequeñas comunidades eclesiales (A 307-310); los movimientos
eclesiales y las nuevas comunidades (A 311-313); los seminarios y las casas de
formación (A 314-327); la escuela (La educación católica y los centros
educativos católicos: A 328-340); las universidades y los centros superiores de
educación católica (A 341-346).

162 Al referirse al fenómeno del abandono de la Iglesia Católica por parte de


algunos de sus miembros que pasan a otros grupos religiosos, el documento de
Aparecida nos ofrece una breve síntesis muy útil para resumir los pasos que
tenemos que dar para progresar por el camino de una verdadera renovación de la

53
Iglesia como comunidad de discípulos misioneros (A 226):

“Hemos de reforzar en nuestra Iglesia cuatro ejes:

a) La experiencia religiosa. En nuestra Iglesia debemos ofrecer a todos


nuestros fieles un “encuentro personal con Jesucristo”, una experiencia
religiosa profunda e intensa, un anuncio kerigmático y el testimonio personal
de los evangelizadores, que lleve a una conversión personal y a un cambio de
vida integral.

b) La vivencia comunitaria. Nuestros fieles buscan comunidades cristianas, en


donde sean acogidos fraternalmente y se sientan valorados, visibles y
eclesialmente incluidos. Es necesario que nuestros fieles se sientan
realmente miembros de una comunidad eclesial y corresponsables de su
desarrollo. Eso permitirá un mayor compromiso y entrega en y por la
Iglesia.

c) La formación bíblico-doctrinal. Junto con una fuerte experiencia religiosa y


una destacada convivencia comunitaria, nuestros fieles necesitan profundizar
el conocimiento de la Palabra de Dios y los contenidos de la fe ya que es la
única manera de madurar su experiencia religiosa. En este camino
acentuadamente vivencial y comunitario, la formación doctrinal no se
experimenta como un conocimiento teórico y frío, sino como una
herramienta fundamental y necesaria en el crecimiento espiritual, personal y
comunitario.

d) El compromiso misionero de toda la comunidad. Ella sale al encuentro de


los alejados, se interesa de su situación, a reencantarlos con la Iglesia y a
invitarlos a volver a ella”.

4 ENVIADOS, COMO SUS TESTIGOS, A ANUNCIAR LA BUENA


NOTICIA DE LA SALVACIÓN

163 El documento de Aparecida nos ofrece una hermosa reflexión sobre este
tema de la misión de los discípulos en varios lugares, en particular en el capítulo
primero de la primera parte titulado “Los discípulos misioneros”. En él se
describe la “alegría de los discípulos misioneros” y se subraya la tarea que el
Señor ha encomendado realizar a la Iglesia: “La misión de la Iglesia es
evangelizar”. Pero el documento toca este tema, de manera especial, en los
cuatro capítulos de la tercera parte que tiene como título: “La vida de Jesucristo
para nuestros pueblos”.

54
164 Al enviar a sus discípulos a anunciar la buena noticia de la salvación, Jesús
los convirtió en misioneros con el encargo de lograr que también los destinatarios
de su misión se convirtieran en portadores y anunciadores de esta buena noticia.
También, pues, podemos decir nosotros que hemos sido enviados, como testigos
de Jesucristo, a realizar la misma misión confiada a los primeros discípulos, la
misión de invitar a todos los hombres a comprometerse con el proyecto del Reino
de Dios. “El tiempo se ha cumplido, el reino de Dios ha llegado. Conviértanse y
crean en la buena noticia” (Mc 1,15).

165 Existe una estrecha relación entre misión y testimonio. La misión que
deben realizar los discípulos de Jesús está indisolublemente ligada con el
testimonio que ellos deben dar de Él. De nuevo aquí podemos decir, con las
palabras del Papa Benedicto XVI, que lo que constituye a los cristianos como
discípulos del Señor, desde el punto de vista del testimonio, no es ni una decisión
ética, ni una gran idea, ni un conjunto de doctrinas, sino su persona misma, de la
que estamos llamados a ser testigos.

4.1 TESTIGOS DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR Y DE SU VIDA

166 Testigos ante todo del Señor Resucitado. El mundo no se habría enterado,
podríamos decir, de la resurrección del Señor sin el testimonio de los Apóstoles,
sin el testimonio de los discípulos. A ellos les fue concedido experimentar el
mundo de la vida nueva, como nos lo han transmitido los relatos de las
apariciones del Señor Resucitado que leemos en los evangelios. Pero también a
nosotros, los destinatarios de ese testimonio de los primeros discípulos, nos ha
sido encomendado el mismo encargo de ser testigos de la persona del Señor
Resucitado.

167 Testigos de su resurrección, pero también de su vida, la que Él vivió en el


pasado cuando llegó en la historia de Israel la plenitud de los tiempos. Sus
primeros discípulos fueron testigos de sus palabras y de sus acciones, testigos de
su destino salvador que culminó con su entrega hasta la muerte (cf. Hch 5,32). Es
esa la razón de ser de la tradición original de la comunidad cristiana que nos
encontramos consignada en las Escrituras sagradas del Nuevo Testamento las
cuales son siempre la referencia necesaria que permite a la Iglesia de todos los
tiempos entrar en contacto con la persona de Jesucristo, el Señor, y a todos sus
miembros convertirse en sus testigos.

4.2 TESTIGOS DEL REINO DE DIOS QUE ANUNCIA JESÚS

55
168 Tema central en los Evangelios es el del Reino de Dios que anuncia Jesús y
que tiene su comienzo propiamente dicho con él mismo y con la misión que él
realiza. Las acciones de Jesús que usualmente designamos como milagros son
signos de que el Reino que Él anuncia ya está aconteciendo y de que es posible
percibirlo en el presente. Jesús utiliza también el lenguaje de las parábolas para
presentar a sus discípulos y a las gentes de su tiempo el mensaje del Reino de
Dios. De todo esto deben dar testimonio los discípulos.

169 De una manera especial enseña Jesús, como un nuevo Moisés en la


montaña, que al antiguo Israel le ha sucedido un Israel nuevo que Mateo designa
como el Reino de los cielos. En el sermón de la montaña (Mt 5-7) y sobre todo
en el mensaje de las bienaventuranzas (Mt 5,1-12) nos ha sido conservado un
mensaje de Jesús que podríamos llamar “el manifiesto del Reino de los cielos”.
Jesús nos enseña que los protagonistas del Reino son los pobres en el espíritu, los
que experimentan en su vida, desde lo más profundo de su existencia, la
necesidad de Dios. A ellos los describe Jesús en todos los otros versos del poema
y los llama felices (A 380-386).

170 Lo que Jesús propone con sus enseñanzas y con sus acciones constituye una
nueva manera de ver la vida, ciertamente desconcertante para los hombres, pero
completamente conforme con la sabiduría del Dios y que él revela. El mensaje de
las bienaventuranzas puede ser leído en clave profética, pero tiene también una
significación sapiencial. Desde este punto de vista podemos entender lo que
afirma San Pablo: “El mensaje de la muerte de Cristo en la cruz parece una
tontería para los que van a la perdición, pero es poder de Dios para los que
vamos a la salvación” (1Cor 1,18). Todo el acontecimiento Jesucristo, en cuanto
tal, es sabiduría de Dios (1Cor 1,30) (A 34). Sólo es posible comprender bien la
realidad con esta sabiduría, con la mirada de Jesucristo. Y también el misterio de
Dios.

171 La vida de Jesús es ella misma la realización de lo que él propone en el


mensaje de las bienaventuranzas. El desenlace de su vida, su muerte en la cruz,
es la testificación plena de lo que él anuncia, la revelación en plenitud de la
realidad profunda de Dios su Padre: “Nadie tiene amor más grande que el que da
la vida por sus amigos” (Jn 15,13). La entrega de la vida es la máxima revelación
del misterio del amor.

172 En la medida en la que recurrimos al testimonio de la comunidad cristiana


primitiva, que nos ha sido conservado en los evangelios y en los otros escritos del
Nuevo Testamento, retornamos a las fuentes, según el espíritu del Concilio
Vaticano II, para fundamentar nuestra existencia como discípulos misioneros de

56
Jesús y como Iglesia. Retornar a las fuentes es ponerse en contacto con la
persona del Señor, remontarse hasta él. Sólo en él, como lo ha dicho el Concilio
y como lo ha repetido el Papa Juan Pablo II en su primera encíclica, se esclarece
el misterio del hombre. Al revelarnos el misterio del Padre y su amor, el Señor
manifiesta plenamente lo que es el hombre y le descubre su altísima vocación (A
107). Pero esto sólo es posible lograrlo desde la comunidad de la Iglesia, en el
contacto con su tradición.

5 LA SANTÍSIMA VIRGEN Y LA COMUNIDAD DE DISCÍPULOS


MISIONEROS

173 Prácticamente en todos los documentos del Magisterio de la Iglesia, los


mensajes que se nos ofrecen terminan con una palabra acerca de la Santísima
Virgen. Es algo completamente comprensible: nadie como ella nos ayuda a
comprender mejor el sentido de la fe que practicamos. Por esta razón, ella ha
estado indisolublemente ligada con la historia de la comunidad de los seguidores
de su Hijo, los discípulos misioneros. La plena experiencia de Dios la llenó y
como fruto nos dio a su Hijo, todo Dios y todo Hombre. María es completa
discípula y total misionera.

174 El Concilio Vaticano II nos dejó una importante enseñanza en este sentido:
puso en estrecha relación el misterio de la Iglesia con la memoria de la Santísima
Virgen, como lo podemos comprobar por la lectura del último capítulo de la
Constitución sobre la Iglesia. De este amor que tenemos a la Madre del Señor en
la Iglesia universal nos han dado testimonio de manera especial los últimos
Papas. En ella reconocemos naturalmente a la Madre del Señor, pero también, de
acuerdo con lo dispuesto por el Concilio Vaticano II y por el Papa Pablo VI, a
nuestra Madre celestial, a la Madre de la Iglesia.

175 Ahora bien, si la devoción a la Santísima Virgen tiene una importancia tan
grande a nivel de la Iglesia universal, no la tiene menos en nuestra Iglesia
latinoamericana. Nuestro cristianismo es incomprensible sin tener en cuenta su
dimensión mariana: el arte cristiano de los cinco primeros siglos de nuestra
existencia como Iglesia, así como la devoción popular de todos los tiempos en
nuestras comunidades lo atestiguan. La Conferencia de Puebla expresó de una
manera muy bella la razón de ser de esta dimensión de nuestro cristianismo:
nuestro pueblo reconoce en María los rasgos maternales del rostro de Dios. La
Conferencia de Aparecida nos invita a poner nuestra mirada llena de confianza en
la Santísima Virgen (A 553), pero se refiere a ella de manera especial en un lugar
en el que nos quiere mostrar que ella nos ayuda a encontrar a Jesucristo, su Hijo,
lo que es condición indispensable para fundamentar nuestra existencia como

57
discípulos misioneros (A 266-272).

176 Una bella reflexión del Papa Benedicto XVI en su segunda encíclica 21, nos
puede servir para terminar la reflexión que hemos realizado en la segunda parte
de este documento. En un antiguo himno cristiano, recitado desde los siglos VIII
y IX, se habla de la Santísima Virgen con la advocación Maria, stella maris. En
el mar tormentoso de la vida humana, dice el Papa, necesitamos una estrella que
nos muestre la meta hacia la cual nos encaminamos. También nos ha servido esta
figura para expresar el gran propósito que nos anima como Iglesia en nuestro
mundo latinoamericano: María brilla en el horizonte de nuestros proyectos, como
estrella de la Evangelización.

58
CUARTA PARTE
COMPROMETIDOS PARA
QUE NUESTRO PUEBLO TENGA VIDA EN CRISTO
177 La Conferencia Episcopal de Aparecida nos ha convocado a todas las
Iglesias de América Latina y El Caribe para que emprendamos un proceso de
renovación eclesial con el entusiasmo que debe suscitar en nosotros la conciencia
de discípulos misioneros del Señor, enviados a realizar la misión de anunciar el
evangelio y de contribuir con nuestros aportes a la edificación de una sociedad
mejor, humana y fraternal en cada una de nuestras naciones. Con este fin hemos
recordado en la primera parte de este documento la tradición de nuestras Iglesias.
Hemos reflexionado sobre lo que significa para nosotros renovarnos en la
conciencia de nuestra condición de discípulos misioneros y hemos dirigido
nuestra mirada de discípulos del Señor a la realidad actual de nuestra nación.
Queremos ahora enunciar los compromisos que, en el sentido del discipulado
misionero, nos deberán servir para renovarnos como Iglesia y para concretar las
acciones que debemos realizar con el fin de construir una nación en la que se
logre lo que se nos ha dicho en Aparecida: “Que nuestros pueblos tengan vida en
Jesucristo”.

178 Las acciones que aquí queremos proponer nacen de la mirada con la que
hemos contemplado la realidad de nuestra nación y de las convicciones que
compartimos con todos nuestros hermanos y hermanas acerca de la dignidad de la
persona humana, cuyos fundamentos profundos encontramos los creyentes en la
revelación de Dios que hemos recibido en la persona misma de Jesucristo. En
cuanto cristianos, estamos llamados a hablar desde la inteligencia de la fe que
profesamos y vivimos. Esta fe no consiste en la aceptación de una simple idea
sobre Dios, sino en la adhesión integral de nuestra existencia a la persona de
Jesús, el Cristo, que es Señor de la vida y tiene una propuesta de sentido para
todos los seres humanos sin distinción ninguna. Nuestra experiencia del Señor
nos urge a decir una palabra de luz y esperanza.

1. ACCIONES CON LAS QUE NOS COMPROMETEMOS

179 Estamos ante todo urgidos por trabajar incansablemente para que el don
sagrado de la vida sea, siempre y en todas las circunstancias y lugares, respetado
y cuidado por todos. La vida es el don de Dios que es Vida. Sin este
compromiso, quedan sin fundamento todas las otras acciones que podamos
emprender. Todos nos tenemos que comprometer con la tarea de formar la

59
conciencia de todas las personas en relación con el respeto por la vida.

180 Es igualmente necesario nuestro compromiso incondicional con la verdad.


Lamentablemente se ha perdido en gran medida en nuestro mundo la
responsabilidad en relación con la verdad. Con esta situación tienen que ver en
gran parte todas las situaciones de mal que vivimos: la violencia, la pobreza, las
desigualdades en todas sus formas, la corrupción que se deja sentir en todas las
estructuras sociales y culturales de nuestro país. Es urgente que nos
comprometamos a erradicar la mentira de todos los corazones, de nuestra
sociedad, de nuestras instituciones.

181 El fenómeno de la globalización es un desafío para que nuestra nación


participe cada día más de la vida de la gran familia humana, con actitudes de
fraternidad. Los límites geográficos, las diferencias linguísticas y culturales, el
pluralismo ideológico, no pueden impedir que reconozcamos que toda persona en
el mundo es un hermano, un prójimo a quien debemos valorar y por quien nos
debemos comprometer con una actitud de solidaridad. Las situaciones de
distanciamiento que hemos venido viviendo recientemente en relación con países
hermanos nos invitan a no permitir que los malintencionados intereses políticos y
económicos nos impidan vivir en paz con todos. Es urgente que acojamos el
llamamiento a globalizar la solidaridad, como la mejor manera que tenemos para
hacer realidad la esperanza de hacer de la humanidad una verdadera gran familia.

182 Aunque es cierto que el fenómeno de la globalización ha traído consigo el


riesgo de que lleguen a las personas, también a los jóvenes y a los niños,
mensajes negativos que atentan contra los valores más nobles de la vida humana,
hay que reconocer que los medios modernos de comunicación han hecho posible
que cada vez tengamos mayores oportunidades de percibir en nuestro mundo
valores de todo tipo en el sentido de la verdad, de la bondad, de la belleza. Los
medios de comunicación con los que contamos en el mundo actual nos permiten
asomarnos al horizonte de otros hermanos que creen en Dios pero no conocen a
Cristo, y también al mundo de quienes no creen en Dios y sin embargo tienen
también muchos valores que mostrarnos. Es necesario que fomentemos en
nuestro mundo una actitud permanente de diálogo con todas las personas, con los
que abrazan la propuesta de vida de Cristo y con los que tienen una viva
sensibilidad en relación con Dios o simplemente con lo sagrado en las grandes
religiones de la humanidad. Con todos ellos tenemos la oportunidad de buscar un
lugar espiritual común en el que podamos encontrarnos para afirmar la dignidad
humana como el valor más grande de todas las culturas. En este sentido debemos
sentirnos llamados a globalizar el testimonio de la fe y a globalizar la
espiritualidad, con el deseo de aportar a los otros todo lo bueno, lo verdadero, lo

60
bello que conocemos, y con el deseo también de dejarnos enriquecer por los
demás. La experiencia profunda de Dios nos permite a todos reconocernos como
sus hijos.

183 La sociedad pacífica es aquella en la cual la economía busca producir bienes


y servicios para elevar el nivel y la calidad de vida de todos sus integrantes; la
política trabaja por una organización social que permita una convivencia pacífica
y fraternal de todos teniendo en cuenta las diferencias dentro de una compartida
comunidad soñada; y los ciudadanos participen,-trabajando, aportando y
vigilando-, en la construcción de esa sociedad imaginada según unos altísimos
valores humanos y espirituales.

184 La Iglesia ha realizado siempre una gran tarea en favor de las personas más
necesitadas en la sociedad. Queremos seguir trabajando mancomunadamente por
todos los excluidos de la sociedad, por los que por ejemplo en nuestras ciudades
son designados como “gamines” y “sacoleros”, y en general por todos los
“indigentes”. En esta situación social, que corresponde al Estado afrontar
decididamente, tenemos nosotros los creyentes, en virtud del sentido que nos da
nuestra experiencia del amor del Señor, una importante misión humanitaria que
realizar, una misión misericordiosa con estos hermanos más desfavorecidos,
carentes con frecuencia de todo afecto y despreciados por la mayor parte de los
miembros de la sociedad.

184 Es necesario emprender acciones concretas en nuestros pueblos y ciudades


que permitan un acercamiento integral y un acompañamiento caritativo a todas
aquellas personas que han sido desplazadas del lugar donde estaban construyendo
su vida. Ellas necesitan ciertamente la ayuda de los recursos básicos que
necesitan para subsistir y para salir adelante, pero necesitan además un
acompañamiento psico-social y espiritual para afrontar su situación. Estas
personas deben ser escuchadas, amadas y contar con el apoyo solidario de
quienes conocen sus miserias y la soledad social en la que viven.

185 Frente a la violencia, el secuestro, el narcotráfico y la corrupción, los


grandes males que afectan a nuestra nación, nos debemos sentir comprometidos a
ayudar, a quienes realizan esta ingrata labor de destrucción del país, a reorientar
sus vidas. Todos juntos podemos trabajar para evitar que surjan nuevos grupos
de personas que se enrolen en el mundo de la contra-cultura del dinero fácil y en
las filas del mundo de la muerte. La honestidad, la honradez y la responsabilidad
son valores que hay que cultivar en el ambiente de nuestras familias y en la
enseñanza de las instituciones educativas (escuelas, colegios y universidades),
como también en la predicación de las Iglesias y Confesiones cristianas y

61
religiosas.

186 De manera especial, se deben fomentar en nuestro país grupos de personas


que lideren el acompañamiento de las víctimas de la violencia y del secuestro, y
también a los responsables de estos flagelos, a los victimarios. Debe promoverse
la creación de un movimiento de fraternidad ciudadana que convoque líderes de
todos los estamentos sociales, para realizar un acompañamiento regular, que
tenga un sentido de comprensión real de estas personas que en su momento se
ven solas cargando tan pesada cruz. Una gran tarea que nos convoca a todos es la
de lograr la reconciliación de todos los colombianos pensando en unos eficaces
procesos integradores, pacificadores y restaurativos que aseguren la paz entre
nosotros.

187 Las empresas y corporaciones son lugares especiales para la construcción de


una sociedad progresista y justa, en cuanto reconozcan que la ética va siempre
unida a las labores de la producción de bienes y servicios, y que las empresas son
comunidades humanas de servicio y de solidaridad para satisfacer necesidades y
elevar la calidad de vida, no para excluir o separar.

188 Al Estado le corresponde buscar los medios necesarios para mejorar la


situación del empleo, pero todos, en la medida de lo posible, podemos
comprometernos a brindar, en el día a día, ayuda organizada y oportuna a quienes
carecen de posibilidades reales, por su incapacidad, para acceder a un empleo y
sufren inclusive el acoso del hambre. Pero no debemos crear una cultura de la
mendicidad. Las muchas instituciones caritativas que existen en nuestra nación y
las muchas acciones que se emprenden se podrían coordinar adecuadamente para
ofrecer soluciones eficaces de ayuda a estos hermanos que no tienen las
posibilidades económicas necesarias para vivir dignamente. Las empresas
pueden pensar soluciones creativas para elevar el nivel de empleo digno para los
que están fuera del círculo productivo.

189 Hemos señalado que una grave forma de violencia es la que se ejerce en el
seno de las familias y contra los niños y preadolescentes. Aquí todos debemos
actuar, convencidos como estamos de la necesidad de la importancia que tiene la
familia como núcleo de la sociedad. Los adultos debemos tener una mayor
comprensión de aquellos que han crecido en circunstancias culturales y religiosas
distintas a nosotros, sin dejar de orientar sus vidas con el testimonio de una vida
coherente. Debemos procurar que los niños, los preadolescentes y los jóvenes
puedan estar siempre abiertos a los buenos consejos de los adultos, y tratar de
ayudar para que se supere todo tipo de violencia entre ellos, inclusive la violencia
verbal.

62
190 Dentro de esta misión que estamos proponiendo, que tiene como sujeto a
toda la comunidad, es urgente progresar en lo referente al reconocimiento de la
dignidad y el papel de la mujer para que, al mismo tiempo que conserva y afirma
su identidad femenina, pueda asumir en igualdad de condiciones con el varón
responsabilidades en la sociedad. Los valores femeninos todos y el papel de la
mujer en el hogar no pueden sacrificarse, sino que, por el contrario, deben seguir
siendo fomentados por la enorme significación que tienen para la construcción de
un país verdaderamente humano. El respeto de la dignidad de la mujer y su
fomento deben ocupar un lugar de primer orden en las preocupaciones por
construir una sociedad mejor. El hombre y la mujer, juntos e iguales, diferentes
pero complementarios, ambos hijos de Dios, unidos por el amor, construyen este
mundo en forma creativa.

191 La misión de corazón que nos compete a todos, comunidades de los


distintos credos religiosos, instituciones de educación, organismos de Gobierno es
la de orientar con una actitud de cercanía y de comprensión al gran número de
niñas, jóvenes y mujeres que ponen en riesgo su dignidad en el oscuro negocio de
la prostitución o del mercado del cuerpo. Nos debemos unir todas las
instituciones del país, en las ciudades y en los pueblos, para diseñar un proyecto
humano que muestre nuevos caminos a quienes viven una situación tan
lamentable, con el fin de crear condiciones preventivas, en relación con el riesgo
de la prostitución y de la “trata de blancas”.

192 El interés por la juventud tiene que ser un propósito prioritario para todos.
Los jóvenes de nuestro país tienen un papel muy importante que desempeñar en
esta gran misión. Es verdad que existen problemas que exigen una decidida
solución: muchos jóvenes, por ejemplo, no tienen acceso a oportunidades de
estudio y de trabajo. Un síntoma de la problemática juvenil es lo que podemos
considerar como las nuevas culturas juveniles que no pueden ser desconocidas.
En relación con ellas, la misión que podemos realizar debe ser de cercanía y
escucha respetuosa para comprender lo que los jóvenes quieren decir al mundo y
para acompañarlos en su caminar por un sendero humano, libre de los grandes
riesgos que tienen que afrontar, como lo son por ejemplo la drogadicción, el
consumismo, la violencia y la indiferencia.

193 No puede dejar de preocuparnos el tema de la educación en Colombia. Es


verdad que hemos mejorado en la cobertura y la profesionalización, pero
debemos esforzarnos por lograr una calidad integral de la misma, sin olvidar que
la educación que se ofrece en la escuela y en las instituciones con las que
contamos no debe terminar con una simple capacitación técnica y profesional

63
para la vida, sino que debe ser una verdadera formación de las personas en
valores auténticamente humanos y espirituales. La familia y las comunidades de
fe juegan un papel muy valioso en la realización de esta tarea: ellas son la
escuela original en la que se siembran, en momentos muy fundamentales de la
vida, las semillas morales, espirituales y sociales que le dan solidez a toda
sociedad que esté buscando hacer una historia auténticamente humana, que sea
verdaderamente modelo para las generaciones venideras. Se requiere, en este
sentido, una verdadera revolución educativa en la que nos sintamos
comprometidos todos los ciudadanos así como las instituciones que fueron
creadas con tal fin.

194 Ante la realidad de las incalculables riquezas que poseemos en términos de


recursos humanos y por el optimismo que nos caracteriza, los colombianos
debemos comprometernos a ofrecer un significativo aporte para encontrar salidas
pacíficas a los conflictos sociales que nos afectan, que destruyen la armonía de
esta bella y rica biodiversidad de nuestra nación. Todos debemos sentirnos
llamados a despertar una actitud de esperanza en todos aquellos con quienes
compartimos una misma historia, lo que debemos hacer por medio de nuestra
manera de pensar, de hablar, de actuar, y con el testimonio de nuestra
responsabilidad en el estudio, en el trabajo, en todas nuestras actividades. Es
urgente, también, globalizar la alegría como actitud fundamental, para fomentar
una permanente mirada positiva, optimista y llena de esperanza que nos ayude a
sanar las tristezas originadas por la enfermedad moral de nuestro país.

195 El fenómeno creciente del abandono del campo nos debe motivar a pensar
en la necesidad de recuperar el valor sagrado de la tierra y de toda la creación
como escenario que nos ha sido dado para que realizarnos como personas y para
realizar al mismo tiempo nuestra historia. La naturaleza es un lugar privilegiado
para experimentar lo divino. En este sentido se hace necesario despertar y
fomentar una conciencia ecológica en todas las personas, de tal manera que se
sientan responsables de los ricos recursos naturales con los que contamos. Desde
la infancia se debe fomentar el respeto y el amor por los valores que ennoblecen
la vida: la belleza, la verdad y la bondad. Esta misión ecológica es urgente,
sobre todo, porque somos responsables directos del mundo que le dejaremos a
quienes vendrán después de nosotros. La preocupación ecológica debe ir
acompañada de unos planes de desarrollo tecnológico y de infraestructura rural
que sean realmente “limpios”, es decir, que no destruyan la naturaleza sino que
la conserven, propiciando al mismo tiempo un bienestar a los habitantes del
campo.

196 En esta misión nos debemos comprometer todas las comunidades del país,

64
porque valoramos la riqueza contenida en la variedad multi-étnica y cultural con
la que contamos. Nos debemos sentir entusiasmados con las riquezas humanas,
culturales y religiosas de los hermanos que pertenecen a las minorías étnicas de
nuestro país. Hay que escuchar a estas comunidades y contar con ellas.
Colombia tiene que nutrirse de la sabiduría de estos compatriotas que tienen sus
propias cosmovisiones y una sensibilidad propia para comprender la realidad
humana, así como una admirable capacidad de vivir en relación armónica con la
tierra y con lo trascendente. Es necesario reivindicar sus derechos. Queremos
seguir con el propósito de una misión que no excluya a ninguna persona que viva
en tierras colombianas, con un gran interés por valorar la identidad de las
comunidades indígenas o afro descendientes.

197 Nos comprometemos en seguir fomentando entre todos los ciudadanos del
país una cultura del diálogo que nos permita, en las ciudades, en los pueblos, en
los municipios, en los barrios, en las parroquias y en las familias, aprender a
solucionar nuestros conflictos sociales y humanos mediante el ejercicio de la
palabra y de la acogida del otro. En este trabajo nos debemos empeñar todos con
ahínco sin ahorrar esfuerzos ni iniciativas individuales y comunitarias. La
Iglesia, en este campo, colabora anunciando la reconciliación, el perdón y el
amor. Este lenguaje es lo más propio de los creyentes. Sólo perdonando de
corazón, acogiendo con misericordia, amando con los sentimientos de Dios,
puede llegarse a una paz verdadera, profunda y duradera. Las leyes y normas de
reparación a las víctimas y a la sociedad, quedan cortas e incompletas si no hay
una reconciliación de los corazones y los espíritus entre víctimas y victimarios,
entre sociedad y ofensores. La reconciliación en el amor es la única vía que hará
de Colombia un banquete donde todos participemos como hermanos y amigos.

198 Un altísimo porcentaje de nuestros compatriotas se apoyan en una fe


concreta o tienen una comunidad en la que viven y alimentan su fe. Parte
fundamental de la misión que estamos proponiendo lo desempeña la oración de
cada persona y de todas las comunidades, como la fuerza espiritual necesaria para
emprender el camino que se nos propone y para construir un mundo en el que se
pueda dar una paz verdadera. Debemos hacer una gran convocatoria para que
toda persona, desde su mundo personal espiritual, pero también desde la
comunidad a la que pertenece, se comprometa a apoyar con su oración el
proyecto de la paz. En un ambiente así, podemos contribuir a superar los malos
sentimientos que van creando un clima negativo en nuestra sociedad. Estamos
proponiendo una misión de sanación de la mente y del corazón en todos los
colombianos. Esta sanación puede servir para generar una actitud de
reconciliación nacional en la que el nefasto pasado no nos robe las esperanzas de
construir un nuevo país.

65
2 CON LA ESPERANZA PUESTA EN DIOS, NOS DECLARAMOS
EN ESTADO DE MISIÓN PERMANENTE

199 “Vayan a hacer discípulos entre todos los pueblos ... y enséñenles a cumplir
cuanto les he mandado. Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo (Mt 28,18-
20) vayan por todo el mundo a proclamar el evangelio”. Éste es el encargo que
tenemos del Señor y que queremos cumplir para convocar a todos nuestros
hermanos y hermanas a trabajar, con esperanza, en la tarea de edificar un mundo
mejor.

200 La misión que queremos emprender no se debe entender como una simple
movilización masiva de recursos y personas para lograr un efecto transitorio,
pasajero, sino como una acción que permita a todos tomar conciencia de la
experiencia humana y espiritual que debemos realizar con entusiasmo, con
novedad y originalidad. Debe ser una misión permanente que haga de la Iglesia
una comunidad, en la que se hace posible realizar la experiencia de la fe, como
algo que constituye un verdadero don para el bien de toda la humanidad. Los
lugares de esa formación son la familia, la parroquia, las pequeñas comunidades
eclesiales, los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades, los seminarios y
centros educativos católicos. La Iglesia colombiana se propone ser, por lo tanto,
una gran comunidad que se realiza en concreto en las parroquias. Cada parroquia
debe ser una comunidad de comunidades. Las comunidades cristianas deben ser
comunidades de fe, amor y esperanza, donde toda persona es acogida como un
hermano y puede encontrar el espacio adecuado para afirmar sus derechos y su
dignidad. La construcción de comunidades es la prioridad de la Iglesia
colombiana para los próximos años. Comunidades donde la celebración de la
Eucaristía convoque a todos como hermanos para luchar con esperanza por un
mundo más justo, para vivir con alegría la fe en medio de las dificultades y para
dar testimonio de un auténtico amor recíproco. Esta es pues la tarea que nos
proponemos: vivir en comunidades de fe, amor y esperanza, pues quien es
llamado en comunidad, en comunidad vive y en comunidad testimonia.

201 Los organismos de ayuda, de caridad, de educación, de formación, de


promoción, han de ser testimonio del amor de Cristo y no simplemente
organismos como cualquier ONG, puesto que su misión consiste en dar
testimonio de la fe en el Señor Resucitado. En este sentido hay que revisar las
políticas de las instituciones eclesiales.

La familia, comunidad primigenia, debe ser la primera en dar testimonio de la fe


a las nuevas generaciones, lo que implica un testimonio de amor, de respeto, de

66
fidelidad de los padres que permita una convivencia del ágape divino. La
experiencia de Dios, generalmente, comienza por la experiencia de sentirse
amado en una familia.

Las universidades y centros superiores de educación católica tienen unas


responsabilidades evangélicas con las que no están comprometidas propiamente
otras instituciones.(356).Las instituciones educativas de la Iglesia tienen
responsabilidades específicas: la investigación científica que realizan debe estar
animada por un profundo sentido humano; el humanismo cristiano debe ser el
trasfondo de toda su actividad investigativa, docente y social; en ellas se debe
fomentar la investigación teológica que ayude a la fe a encontrar nuevas formas
de expresión de su experiencia y de diálogo entre fe y razón. Este último ha de
ser franco, abierto y no limitado por visiones reduccionistas de la realidad.

El humanismo cristiano en ellas no ha de ser simplemente un slogan, sino una


atmósfera que impregne todo su accionar. Para ello, se deben impulsar los
diálogos fe-razón y la revisión de los proyectos universitarios a la luz de la
experiencia del Señor Jesús.

202 Queremos colocarnos en estado permanente de misión, tratando de


fortalecer la dimensión misionera de la Iglesia. Esto nos lleva a recorrer juntos
un camino de conversión que nos convierta en legítimos discípulos misioneros de
Jesucristo. El Espíritu Santo despertará en nosotros la creatividad para encontrar
formas diversas para acercarnos a los ambientes más difíciles de tal manera que
seamos pescadores de hombres.

203 La Iglesia debe propiciar que todos sus miembros se conviertan en testigos
de la experiencia del Señor Resucitado por medio de un testimonio de fe, amor y
esperanza. Ésta es la principal tarea de los cristianos en el mundo que todos
nosotros queremos asumir con alegría. Las líneas prácticas de este estado
permanente de misión nos han sido señaladas por los Presidentes de las
Conferencias Episcopales de las Iglesias de América Latina en un documento
titulado “La misión continental para una Iglesia misionera”22 que hemos de
poner en práctica desde ahora mismo.

204 Este testimonio se identifica con la acción pastoral de la Iglesia que no es


otra cosa que el anuncio del Evangelio, la buena noticia que ponemos en marcha
con el propósito de hacer acontecer el Reino de Dios en el mundo. La pastoral es
la manera concreta como hacemos realidad el dinamismo del Evangelio. No
consiste simplemente en sermones altisonantes o moralizantes, sino en el esfuerzo
cotidiano por hacer realidad en los acontecimientos de nuestra vida, es decir, en la

67
historia humana, el proyecto de Jesús, el Reino anunciado por él.

205 La comunidad cristiana debe poner todo su empeño en la formación de sus


miembros, fieles y pastores, en el espíritu del discipulado misionero, de tal
manera que todos podamos realizar el mismo proceso que vivieron en su
compañía los discípulos del Señor, un proceso de experiencia y testimonio.

Identificados con el Señor, por la experiencia del discipulado, todos los cristianos
podremos entonces convertirnos realmente en sus testigos. El proceso
pedagógico de la formación del discipulado misionero compete a toda la Iglesia.

206 Esta formación debe ser un proceso vivencial. Una vivencia profunda que
podemos definir como encuentro con la persona del Señor Jesús, ante todo como
encuentro pascual con el Resucitado, en su existencia actual. Una experiencia
que podemos llamar mística que nos une íntimamente con la persona que nos
llama, el Señor. Por la identificación con Cristo, debe hacerse perceptible Dios
mismo en el mundo a través de todo cristiano y de toda comunidad. El logro de
esta experiencia vivencial y mística debe tener prioridad sobre cualquier otro
propósito que tengamos al realizar la tarea pastoral en la Iglesia. Es una
experiencia que estamos llamados a realizar en la celebración de la Eucaristía, al
escuchar la Palabra de Dios, en la oración contemplativa. Pero también en la vida
de todos los días, en el encuentro con los hermanos. En dicha experiencia está la
fuente original en la que se fundamenta toda la labor de la Iglesia. Beber en esa
fuente garantiza la autenticidad y legitimidad de la acción pastoral. Todos los
cristianos tenemos por lo tanto que esmerarnos para que nuestra existencia pueda
llenarse de Dios como del agua de la fuente que ha abierto para nosotros
Jesucristo y a la que tenemos acceso de manera especial en la vida sacramental de
la Iglesia. De alguna manera, somos “otros Cristos” para el mundo de hoy.

207 Esta formación debe ser además un proceso vivencial inculturado, de


manera que nuestras culturas y regiones asuman los valores evangélicos dentro de
su propia idiosincrasia, expresión e historia. Colombia es un país con diferentes
regiones, etnias, grupos de distinta índole, provincias culturales, etc. Esa
vivencia debe llevar a la humanización de cada cultura y región y a la superación
de las visiones del hombre y de las prácticas culturales que minimicen el valor de
las personas, sea cual sea su situación social, política, económica o cultural. Una
vivencia inculturada pero no absolutizada. Hay que estar siempre alerta para no
dejar enredar el evangelio en lenguajes, ideologías, costumbres, mercadeos,
prejuicios que le quitan su eficacia y oscurecen lo fundamental: Jesucristo, vida
plena para los hombres colombianos. Una vivencia actualizada pero no
secularizada para evitar que los cristianos, fieles y pastores, aparezcamos más

68
como funcionarios burocráticos que como pastores de la luz y de la vida.

208 Una vivencia del evangelio comprometida con la situación del país, de tal
manera que en todos los aspectos, en el aspecto social, en el político, en el
económico, todo esté al servicio del bien común. Todo cristiano debe proponerse
como objetivo en la realización de su trabajo de todos los días ofrecer un
auténtico testimonio de su fe que lo motive para contribuir a la construcción de
una sociedad igualitaria, en la que sea posible la realización de todas las personas
en la libertad. Toda persona debe contribuir con su trabajo para que se dé un
verdadero progreso en el sentido de una democracia que asegure la libertad de
todas las personas y el acceso de todas ellas a todo lo que les permita vivir
dignamente, en un mundo verdaderamente justo. Cuanto mayor sea el progreso
en el sentido de la democracia, tanto más podremos testificar los principios que
nos animan, desde la perspectiva de nuestra fe, en los que se deben fundamentar
nuestros esfuerzos para que se superen las escandalosas desigualdades que
afectan a nuestra sociedad, de tal manera que pueda darse cada día más el
necesario progreso en el campo de la justicia y de la fraternidad. Todos los
cristianos tenemos el derecho y el deber de participar en los proyectos de la
sociedad civil en todos los aspectos, sobre todo en todos aquellos en los que están
en juego la libertad, la dignidad de la persona humana, la justicia. En este
sentido, los cristianos que participan en la vida política, deben sentirse testigos
del evangelio y no dejarse llevar por las tentaciones de la corrupción, el
individualismo o el poder por el poder.

209 Vivencia del Evangelio en comunidad. En especial, la parroquia debe


crecer como “comunidad de comunidades” (A 99 e, 170 ss, 179, 309) en donde,
bajo la guía del párroco, se viva la fe cotidianamente, se trabaje por un mundo
más libre y más justo, y se mantenga viva la esperanza aun en los momentos más
dolorosos y difíciles de la vida. La Eucaristía, como celebración de encuentro
místico de la comunidad con el Señor, debe ser el centro de la vida parroquial que
permita que en el amor de Cristo se superen las diferencias y se acreciente la
unidad. Por esta razón es importante que los párrocos se esfuercen por hacer
comunidad: que en las Parroquias crezca la unidad entre todo tipo de personas,
de grupos y de lo que constituye la verdadera célula de la sociedad y de toda
comunidad: las familias. Nada más eficaz para lograrlo que congregar a las
personas en torno a la Eucaristía. En medio de la diversidad que caracteriza a los
diferentes grupos, movimientos, asociaciones, la Eucaristía es un precioso medio
de integración, de comunión. Es el lugar privilegiado para el ejercicio del
ministerio del sacerdote quien, a la vez que acoge y fomenta los carismas de
todos los otros miembros de la comunidad, realiza su misión fundamental, la de
ser sacramento de Jesucristo, el Buen Pastor, que congrega a sus ovejas.

69
210 Vivencia del Evangelio que es fuente de paz. La situación de conflicto y de
violencia que vivimos en Colombia debe ser mirada por nosotros como un desafío
para demostrar la virtud pacificadora del Evangelio. En todas nuestras
comunidades se debe dar un alegre testimonio de la manera como el Señor nos
envía a ser portadores de paz, comprometidos con todos los esfuerzos que se
hacen en función del diálogo y la reconciliación de nuestra sociedad. Todo
cristiano, desde la paz de su corazón reconciliado, puede ser un valioso mediador,
facilitador, abogado y defensor en los procesos que se viven en nuestros barrios,
en nuestras regiones, en todo el país, en búsqueda de la reconciliación y la paz, lo
cual, naturalmente exige de todos nosotros igualmente el compromiso por la
justicia y la libertad, para que la paz pueda ser una paz firme y duradera.

211 Vivencia del Evangelio en diálogo con el mundo. Nuestro país va siendo
cada día más pluralista, globalizado, moderno. La Iglesia tiene que entrar en
diálogo con ese mundo por medio de una pastoral de la inteligencia, a través
especialmente de sus colegios y universidades. Los colegios que tienen la misión
de ofrecer a sus alumnos no solamente una buena formación académica sino
también y sobre todo una buena formación humana pueden encontrar en la fe
cristiana un profundo fundamento para la realización de su tarea. Estamos
convencidos de que Jesucristo es la luz del mundo, que ilumina toda nuestra
existencia, también nuestra inteligencia. Las Universidades son, por su parte, un
espacio privilegiado para la formación de las personas con el fin de que asuman
con competencia sus tareas profesionales o también para que cultiven el saber en
un nivel investigativo. Ellas no tienen solamente la responsabilidad de hacer que
dicha formación sea de alta calidad, sino que deben lograr que quienes se forman
en ellas adquieran una verdadera sensibilidad social, para lo cual también la
inspiración cristiana tiene un aporte muy importante que ofrecer. Las
Universidades católicas en particular son instituciones en las que por naturaleza
se debe propiciar la experiencia de la fe que fundamenta una auténtica actitud
ética en las personas que se forman como profesionales competitivos y pueden
estar en capacidad de dar cuenta del diálogo fe-razón en un mundo plural en todo
sentido.

212 Vivencia del Evangelio como experiencia del amor infinito que Dios nos ha
revelado en Jesucristo, como experiencia de su ternura. Es éste el aspecto más
profundo del testimonio al que está llamada la Iglesia en el mundo. Lo puede
ofrecer en todas las circunstancias de la vida pero en ninguna parte puede ser más
importante este testimonio como en las situaciones de dolor que experimentan las
personas de muchas maneras: en la exclusión, en el desplazamiento, en la
enfermedad, en las debilidades morales, en la persecución, en el sufrimiento

70
causado por las dominaciones y los totalitarismos. Es verdaderamente
gratificante el que en la Iglesia existan tantas personas e instituciones consagradas
a dar testimonio de su experiencia de fe en esta labor que manifiesta de
incontables maneras el amor de Dios que sana, que consuela, que llena de valor y
de alegría también a los que sufren. La Iglesia no lo hace simplemente como una
ONG, precisamente porque sólo puede entender la labor de sus instituciones
(hospitales, orfanatos, refugios, centros especializados de atención) como
revelación del amor de Dios que se manifiesta por medio de estas mediaciones.
La competencia profesional de quienes consagran su vida en este campo adquiere
su dimensión máxima cuando la tarea que realizan está animada por el amor de
Dios y lo hacen como una donación de amor. Es evidente que esta vivencia del
amor tierno de Dios, que nos ha sido revelado en Jesucristo, se demuestra
también por la comprensión de los “caídos”, los pecadores, los más débiles a
quienes hay que acompañar de manera especial para que experimenten la
sensación de que son también ovejas que pueden regresar al rebaño del Señor.

213 Vivencia del Evangelio con sentido ecuménico. Los cristianos no estamos
solos en el mundo: compartimos nuestra fe con los hermanos de otras
confesiones cristianas, con creyentes de otras religiones, e inclusive con personas
que dentro de diferentes movimientos tienen ideales y proyectos semejantes a los
nuestros. Colombia va siendo también en este aspecto un país pluralista.
Tenemos por eso la responsabilidad de trabajar porque se haga posible, en medio
de la diversidad, una comunión fraternal y un espíritu de colaboración en favor de
todos los hermanos, en especial de los más humildes, y con el fin de construir
todos juntos un país mejor. El testimonio cristiano es de mucha importancia en la
tarea de la búsqueda de la unidad y en el trabajo conjunto en favor de los demás.
Con los hermanos que pertenecen a otras confesiones cristianas debemos trabajar
por superar el escándalo de la división que contradice la voluntad de Cristo en
relación con su Iglesia. Con las otras religiones y movimientos religiosos
debemos también trabajar para que, conociéndonos y amándonos, podamos aunar
esfuerzos en la búsqueda de una paz mundial, edificada sobre sólidos
fundamentos éticos y espirituales.

214 La realización de esta vivencia de la fe tiene una dimensión profética: nos


permite hacer un juicio sincero sobre lo que no es humano, sobre la injusticia y
todos los males que pueden afectar nuestra vida y la de nuestra sociedad, y nos
permite proclamar, con la mirada puesta en el futuro, la esperanza. Cuando los
cristianos irradian la luz de Cristo, automáticamente quedan al descubierto las
obras de las tinieblas: la injusticia, las violencias de todo tipo, la corrupción en
todos los niveles, la desigualdad social, las infidelidades de los mismos cristianos,
las crisis en las instituciones fundamentales, los abusos de poder, los irrespetos a

71
la dignidad de las personas. Con la luz de Cristo de la que estamos llamados a
dar testimonio puede comenzar la obra de la restauración de nuestro mundo y
todos los procesos necesarios de justa reparación para reconstruirlo todo en la
justicia y el amor.

215 Haciendo esa vivencia del Evangelio, inculturada, pacífica, en diálogo,


ecuménica, comprometida con la sociedad y como manifestación de la ternura de
Dios, los cristianos damos testimonio de la experiencia de la vida de Jesucristo
que tiene virtud salvadora y por lo tanto virtud de transformar toda la realidad. Si
toda la Iglesia colombiana (hombres y mujeres, fieles y pastores, Diócesis y
parroquias, personas y grupos, instituciones y movimientos, religiosos y
religiosas) nos dejamos poseer por Dios, seremos sus antorchas en un mundo que
a veces parece perder el rumbo. La Iglesia va por el mundo portando la antorcha
de Cristo: luz que ilumina y que da la vida.

216 Tenemos un gran proyecto entre manos: no sólo el de ser una comunidad
mejor, renovada en el espíritu de los discípulos del Señor, sino el ser agentes de
una gran tarea, la misión que el Señor nos ha encomendado para edificar un
mundo feliz para todos. Contamos con una profunda inspiración que se ha visto
enriquecida con el mensaje de la Conferencia de Aparecida. Recibimos con
gratitud esta inspiración y queremos dejarnos animar por ella.

217 En un mundo globalizado cada vez más, se comprende bien el interés que se
ha despertado en la Iglesia por realizar su misión como una misión “ad gentes”.
El evangelio no tiene fronteras y el Señor encomendó a sus discípulos que fueran
por todo el mundo anunciando la buena noticia de la salvación. En otros tiempos,
la Iglesia realizó su misión entre nosotros, desde Europa, y su espíritu misionero
se siguió manifestando en momentos en los cuales no contábamos en nuestras
Iglesias de América Latina con los recursos necesarios para realizar la tarea
pastoral. En la actualidad, también nosotros podemos compartir nuestros recursos
y nuestras posibilidades, “desde nuestra pobreza”, para prestar un gran servicio
evangelizador en otros lugares del mundo: acogemos por lo tanto, con mucha
alegría, la posibilidad de realizar también nuestra misión como una misión “ad
gentes”. Son de alabar las iniciativas para enviar laicos, religiosos y sacerdotes a
realizar su misión en países en vías de secularización o en países todavía de
misión.

218 Damos gracias a Dios por el don de nuestra fe, por la vocación eclesial que
nos congrega, por la Nación en la que compartimos nuestras angustias y
esperanzas con todos nuestros hermanos y hermanas, con el gran deseo de
edificar un mundo fraternal, en el que todos podamos crecer en un sentido

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auténticamente humano y en el que se vaya haciendo realidad el Reino de Dios
que Jesús nos anunció. Nos llena de alegría poder poner nuestros propósitos bajo
la protección de la Santísima Virgen en quien vemos, con todos los hermanos de
América Latina, la revelación de los rasgos maternales del rostro de Dios.

73
NOTAS

74
1
Cf. CONCILIO VATICANO II. Constitución Dogmática sobre la Iglesia (Lumen Gentium), cap. 3.
2
PABLO VI. Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi (III Asamblea General del Sínodo de Obispos, 1974),
1975, 1.
3
V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE. Documento de
Aparecida. Bogotá: Ed. CELAM, 2007.
4
BENEDICTO XVI. Audiencia General del miércoles 23 de mayo de 2007. El documento de Aparecida cita el
texto de la alocución del Papa en la Introducción del documento, en el numeral 5.
5
CONFERENCIA EPISCOPAL DE COLOMBIA. LVI Asamblea Plenaria (16 a 18 de octubre de 1991).
Exhortación Pastoral sobre los 500 años de evangelización, II.
6
Los principales documentos conciliares son las cuatro Constituciones. Los Decretos y las Declaraciones
desarrollan los temas que aparecen en ellas, especialmente los de la Constitución Dogmática Lumen Gentium sobre la
Iglesia.
7
Testimonio de la actitud de alegría y esperanza del Papa Juan XXIII en relación con el Concilio es la alocución
de apertura Gaudet Mater Ecclesia que ha sido publicada con la documentación conciliar.
8
Al respecto se pueden consultar dentro de la documentación conciliar los discursos de apertura de las sesiones
segunda, tercera y cuarta del Papa Pablo VI, así como su primera carta encíclica Ecclesiam suam.
9
II CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO. La misión pastoral de la Iglesia
en la actual situación de América Latina a la luz del Concilio. Medelllín, 1968. En realidad fueron publicados dos
tomos, como fruto de la Conferencia: el primero titulado “Ponencias” y el segundo “Conclusiones”.
10
CONFERENCIA EPISCOPAL DE COLOMBIA. La Iglesia ante el cambio. Conclusiones y orientaciones de la
XXV Asamblea Plenaria del Episcopado Colombiano. Bogotá, Ed. oficial del Secretariado del Episcopado
Colombiano, 1969.
11
CONFERENCIA EPISCOPAL DE COLOMBIA. Justicia y Exigencias cristianas. La Conferencia Episcopal
realizó también un importante trabajo de preparación para la II Asamblea General del Sínodo de Obispos sobre el
tema de la justicia, lo que dio lugar a la publicación del documento La Justicia en el mundo. Textos sinodales,
aportes de la Iglesia colombiana. Bogotá, Ed. oficial del Secretariado Permanente del Episcopado Colombiano, 1972.
12
III CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO. La evangelización en el presente
y el futuro de América Latina. Comunión y participación. Puebla, 1979.
13
IV CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO. Nueva Evangelización,
Promoción Humana y Cultura Cristiana. Santo Domingo, 1992.
14
El tema de los signos de los tiempos aparece ya en el Concilio, en particular en la Constitución Pastoral sobre la
Iglesia en el mundo actual, Gaudium et Spes. Pero de manera especial se le encuentra en la Conferencia de Medellín,
como puede verse en las Ponencias.
15
En vísperas de la clausura del Concilio el Papa Pablo VI se presentó ante la Asamblea General de las Naciones
Unidas: el tema de su discurso fue precisamente el de la Iglesia “experta en humanidad”. Desde entonces se creó una
importante tradición en la Iglesia Católica: tanto el Papa Juan Pablo II como recientemente el Papa Benedicto XVI se
han presentado con este mensaje ante todas las naciones del mundo.
16
Ver Globalización y nueva evangelización en América Latina y el Caribe. Reflexiones del CELAM 1999-2003.
Col. Documentos CELAM, No. 145. Bogotá, D.C, CELAM - Centro de Publicaciones, 2003.
17
La Doctrina Social de la Iglesia nos ha ofrecido una rica orientación desde la publicación de la Encíclica Rerum
Novarum del Papa León XIII. En particular señalamos para ilustrar nuestra reflexión la Encíclica Populorum
Progressio del Papa Pablo VI y las Encíclicas sociales del Papa Juan Pablo II.
18
CONCILIO VATICANO II. Constitución Dogmática Lumen Gentium, cap.1 sobre el misterio de la Iglesia.
19
Ibidem.
20
Id., cap. 2 sobre el pueblo de Dios. Cf. Decretos sobre el Ministerio Pastoral de los Obispos Christus Dominus,
sobre los Presbíteros: Presbyterorum Ordinis, sobre la renovación de la vida religiosa Perfectae Caritatis y sobre los
laicos: Apostolicam actuositatem.
21
BENEDICTO XVI, Carta encíclica Spe Salvi, 2007.
22
Consejo Episcopal Latinoamericano. La misión continental para una iglesia misionera. Bogotá: CELAM, 2008.

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