Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
LA IGLESIA EN COLOMBIA:
UNA COMUNIDAD QUE CAMINA EN LA ESPERANZA
Mensaje pastoral
con ocasión de los cien años
de la
Conferencia Episcopal de Colombia
2008
PRESENTACIÓN
LA IGLESIA EN COLOMBIA:
UNA COMUNIDAD QUE CAMINA EN LA ESPERANZA
Miramos a Colombia con los ojos límpidos y bien abiertos, propios del discípulo
de Jesucristo llamado por él para ser enviado en una misión que no es otra que la
continuación de la misma de él.
La primera parte nos invita a entrar en este amplio mundo eclesial en el que
Colombia se encuentra insertada también como protagonista.
No podemos mirar a la Iglesia en Colombia con una sola mirada sino con dos
muy precisas: Mirada hacia adentro para ver su calidad de vida cristiana e
invitarla a marchar hacia la santidad y mirada hacia fuera, hacia la situación
histórica, social y política que nos habla de urgencias como la superación de la
violencia, el logro de la paz, la eliminación de la exclusión y la desigualdad, etc.
La segunda parte nos lleva a dar una mirada a Colombia y sus problemas, desde
nuestro estrecho compromiso con Cristo.
2
La tercera parte nos conduce en este mirar a nuestra Iglesia en Colombia con la
adecuada mirada, la mirada de Jesús quien con sus enseñanzas y sus acciones nos
enseña una nueva manera de ver la vida conforme con la sabiduría de Dios que él
nos muestra.
De esta mirada con que hemos contemplado la realidad, nace una serie de
compromisos y acciones de nuestra Iglesia que peregrina en Colombia y que son
expresión de la adhesión integral de nuestra existencia a la persona de Jesús y de
nuestro ser parte de las entrañas mismas de esta Patria cuyo presente y cuyo
futuro vemos con preocupación pero con esperanza.
3
Concluyo dando un agradecimiento muy grande a todo el episcopado colombiano
que desde su asimilación del documento de Aparecida elaboró la serie de
compromisos y tareas que debemos asumir como Iglesia en Colombia.
4
INTRODUCCIÓN
LOS CIEN AÑOS
DE NUESTRO CAMINAR EN LA ESPERANZA
5
Iglesia en Colombia. Ellas nos deben servir no solamente para la edificación de
nuestra Iglesia sino también para la realización de la misión que nos encomienda
el Señor en la situación concreta que vivimos.
6
10 Al discurso del Magisterio episcopal de estas cuatro Conferencias Generales
del Episcopado Latinoamericano se añade ahora el mensaje de Aparecida. Esta
Conferencia Episcopal nos ayuda a comprender mejor que el anuncio del
evangelio, que es el objetivo propio de nuestra misión, no sólo tiene
consecuencias para un futuro lejano, el futuro que trasciende nuestra existencia
terrenal, sino también para el presente, en el cual somos responsables de que vaya
aconteciendo en nuestra historia el Reino de Dios. Se comprende por eso muy
bien la expresión que aparece en el título del documento de Aparecida: “Para que
nuestros pueblos en Él tengan vida”.
En una segunda parte, titulada “La vida de nuestra nación mirada con ojos
de discípulos misioneros”, consideramos, desde la perspectiva de los
discípulos misioneros de Jesucristo, la situación de nuestro país.
7
PRIMERA PARTE
LA CONFERENCIA DE APARECIDA
Y LA HISTORIA RECIENTE
DE NUESTRA IGLESIA EN COLOMBIA
8
1 NUESTRA IGLESIA EN ESTOS TIEMPOS DE RENOVACIÓN Y
DE COMPROMISO
17 Nuestra mirada memorial tiene que ser dirigida ante todo al Concilio
Vaticano II. Apenas habían transcurrido unos pocos meses desde su elección,
cuando el Papa Juan XXIII comunicó el 25 de enero de 1959, en la celebración de
la fiesta de la conversión de San Pablo, su intención de convocar un Concilio
Ecuménico con el fin de poner en marcha un gran movimiento de renovación de
la Iglesia. El fundamento de este gran movimiento debía ser el “retorno a las
fuentes”, es decir, el proceso que debía hacer posible volver a beber el agua
fresca del evangelio, la tradición original que nos permite descubrir siempre de
nuevo el fundamento de la existencia cristiana y eclesial, remontarnos hasta la
persona misma del Señor. La finalidad de esta gran empresa, según las
intenciones del Papa Juan XXIII, debía ser que, renovada en el espíritu original
del evangelio, la Iglesia pudiera responder mejor a los retos que le planteaba el
mundo moderno y el mundo por venir.
9
renovarnos como Iglesia y con la que deben contar las generaciones cristianas en
los años venideros para continuar hacia adelante dicha renovación 6. Nuestra
Iglesia en Colombia experimentó también aquella primavera eclesial y ha seguido
renovándose con entusiasmo desde entonces con ese aire nuevo del espíritu del
Concilio.
21 Todas las Iglesias del mundo fueron convocadas para poner por obra la
orientación del Concilio, o, como también decimos, para hacer su “recepción”.
Esa fue la tarea que realizó entre nosotros la II Conferencia General del
Episcopado Latinoamericano (Medellín, 1968).
10
asumieron toda la inspiración y las orientaciones del Concilio, pero pusieron un
énfasis especial en la concepción conciliar de la misión, como se puede
comprobar por la temática que se señala en el título mismo de la Conferencia de
Medellín: “La misión pastoral de la Iglesia en la actual situación de América
Latina”.
1) Promoción humana.
2) Evangelización y crecimiento en la fe.
3) Iglesia visible y sus estructuras.
Ya en estos títulos se puede percibir lo que serán los esfuerzos que se realizarán
11
en adelante en todas nuestras Iglesias, con un deseo de renovación y con un
entusiasmo decidido por asumir la misión eclesial con énfasis especial en las
implicaciones sociales del evangelio9.
1) Promoción humana
2) Evangelización y crecimiento en la fe
3) Iglesia visible y sus estructuras.
30 Con el mismo entusiasmo con el que lo hicieron las otras Iglesias hermanas
12
de nuestro continente, nuestra Iglesia se esforzó por renovarse, a la luz del
espíritu del Concilio y de Medellín, en todos los aspectos de su existencia. Pero
el énfasis de sus opciones se puso, de acuerdo especialmente con la inspiración de
la Conferencia de Medellín, en el sentido profético con el que se comprometía la
Iglesia a responder a los retos de una sociedad que empezaba a evolucionar en
búsqueda de un futuro mejor y que reclamaba transformaciones sociales
orientadas a la construcción de un mundo fundamentado en una auténtica justicia
social. Este énfasis social lo encontramos de nuevo más tarde en el documento de
la Conferencia Episcopal al que se le dio como título “Justicia y exigencias
cristianas”11.
13
venido recibiendo una rica inspiración doctrinal y pastoral del Magisterio de la
Iglesia. De manera especial tenemos que subrayar la doctrina acerca de la misión
que encontramos en las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano
desde Río de Janeiro (1955), pero sobre todo desde la Conferencia de Medellín
(1968). Los aspectos fundamentales de esta doctrina los podemos resumir así:
14
problemas del país y sobre todo para contribuir a la construcción del país que
todos deseamos.
36 Al final del pontificado del Papa Juan Pablo II y en los comienzos del
pontificado del Papa Benedicto XVI, nuestras Iglesias se han venido interrogando
acerca de los pasos que se deben dar hacia el futuro para responder, fieles al
Espíritu del Señor, a los retos que nos plantea actualmente nuestro mundo. Fue
éste el sentido de los trabajos de los últimos años que condujeron a la celebración
de la Conferencia de Aparecida, cuya inspiración y cuyas orientaciones queremos
acoger ahora en nuestra Iglesia colombiana.
15
39 Al evocar la historia vivida por la Iglesia en América Latina en este sentido,
la Conferencia de Aparecida dedica un importante lugar de su documento de
Conclusiones para expresar la acción de gracias que debemos dirigir a Dios por
todo lo que ha sido posible obrar en nuestro mundo por la actividad pastoral de la
Iglesia. También nosotros en nuestra Iglesia en Colombia tenemos incontables
motivos de gratitud para con Dios por todo lo que Él ha obrado por medio de
nuestras comunidades, de sus pastores, de tantas personas que han vivido de
acuerdo con el espíritu del evangelio. Pero ahora queremos considerar el
momento que vivimos en la actualidad, para reflexionar acerca de la
responsabilidad que tenemos como discípulos misioneros de Jesucristo y para
afirmarnos en la esperanza que nos debe animar para caminar hacia el futuro.
16
SEGUNDA PARTE
LA VIDA DE NUESTRA NACIÓN MIRADA
CON OJOS DE DISCÍPULOS MISIONEROS
40 “Con los ojos iluminados por la luz de Jesucristo Resucitado podemos y
queremos contemplar al mundo, a la historia, a nuestros pueblos de América
Latina y El Caribe, y a cada una de sus personas” (A 18). Estas palabras de la
Conferencia de Aparecida nos han sido dirigidas a todas las Iglesias del
continente y nosotros las queremos acoger en nuestra Iglesia en Colombia para
iluminar y motivar con ellas nuestros compromisos pastorales y evangelizadores.
17
llamada a prestar en nuestro mundo desde varios puntos de vista:
18
humanos y el de la necesidad de superar todo tipo de discriminaciones en la
humanidad. En particular se señala en el documento de Aparecida el tema de la
igualdad en dignidad entre el hombre y la mujer. “La antropología cristiana
resalta la igual dignidad entre varón y mujer en razón de ser creados a imagen y
semejanza de Dios”; así mismo, “el misterio de la Trinidad nos invita a vivir una
comunidad de iguales en la diferencia” (A 451). De este doble dato,
antropológico y teológico, surge una consecuencia ética: “La relación entre la
mujer y el varón es de reciprocidad y colaboración mutua. Se trata de armonizar,
complementar y trabajar sumando esfuerzos. La mujer es corresponsable, junto
con el hombre, del presente y el futuro de nuestra sociedad humana (A 452),
19
49 Con esta conciencia tiene que ver el fenómeno que designamos
recientemente con el nombre de globalización, un fenómeno al que se han
referido repetidas veces el Magisterio de la Iglesia y los Episcopados de distintos
lugares del mundo, entre ellos el nuestro, por las implicaciones que tiene en la
situación de los pueblos y de las personas (cf. A 406)16.
50 Este fenómeno es una realidad que se viene dando en el mundo actual sobre
todo desde cuando comenzó el gran desarrollo de las nuevas tecnologías de
información y comunicación social (NTICs). Una realidad en sí misma positiva.
Se le ha designado también en algunos ambientes como “mundialización”,
expresión que subraya el hecho de que todos somos ciudadanos de un mismo
mundo.
52 Se han señalado con frecuencia los riesgos que trae consigo el fenómeno de
la globalización, sobre todo en el campo de lo económico. Con todo lo
importante que es, por ejemplo, el mercado libre en las sociedades democráticas y
a pesar de las tendencias irreversibles de apertura y libertad que se van
imponiendo cada día más en el mundo en este campo, no deja de constituir
simultáneamente una angustiosa realidad el problema de la desigualdad creciente
entre los pueblos, una situación que está en alguna forma ligada con este
fenómeno. En el juego de las relaciones entre las naciones bajo la lógica del
capitalismo, mientras algunas prosperan cada día más, otras se van quedando
rezagadas en el proceso de su desarrollo. Los más débiles son los que más sufren
en el desarrollo de estas relaciones.
20
nueva cultura, una nueva realidad política que tiene importantes repercusiones en
la organización de la sociedad, como el hecho de subrayar el papel de la sociedad
civil como guardiana de los derechos humanos. Se ha señalado también que este
fenómeno de la globalización, mirado a grandes rasgos, ha traído consigo el
riesgo de imponer un pensamiento único que privilegia los aspectos técnicos,
lucrativos e instrumentales del sistema en detrimento de los aspectos sociales,
humanos y de sentido de la vida.
21
Episcopales en nuestro continente.
22
realizar la misión evangelizadora en los respectivos países. El Magisterio de la
Iglesia se ha referido a nuestro continente como “el continente de la esperanza”,
lo que podemos también entender en relación con las posibilidades de integración
que tenemos. No deja de ser significativo para nosotros en Colombia el hecho de
que una Asamblea Episcopal Latinoamericana de tanta importancia como lo fue
la Conferencia de Medellín, hubiera tenido lugar en nuestra nación. En este año
estamos precisamente celebrando el cuadragésimo aniversario de este
acontecimiento.
23
VALORES FUNDAMENTALES NO NEGOCIABLES”
66 Pero debemos comenzar por considerar los criterios con los cuales hacemos,
por contraste, la evaluación de la situación, con la ayuda de las reflexiones que
nos propone al respecto la Conferencia de Aparecida. Ante todo, el tema de la
dignidad de la persona humana. Todo ser humano posee una altísima dignidad
que no puede ser pisoteada, que tenemos que respetar y promover siempre. En
virtud de ello, la vida humana, don gratuito de Dios, debe ser cuidada “desde la
concepción, en todas sus etapas, [y hasta la muerte natural] sin relativismos” (A
464). Son múltiples los atentados que se cometen contra la vida: el aborto
(469g) y la eutanasia (A 436), a los que se les encubre con apelativos que parecen
estar a tono con el progreso, la autodeterminación e incluso la compasión; la
manipulación genética y embrionaria y los ensayos médicos contrarios a la ética
(A 467), así como el comercio de órganos. Un énfasis especial lo merece la
consideración de una cultura anti-vida, que atenta contra los invitados a la vida ya
desde antes de nacer (los gestantes). Si se quiere reconocer realmente la dignidad
de la persona humana es indispensable defender la vida humana desde el
momento mismo de la fecundación y hasta su finalización natural, con base en los
24
principios de una ética fundada en la consideración del ser humano como
persona. De lo contrario, una ética utilitarista, con argumentos circunstanciales y
de acuerdo con la conveniencia de los más poderosos, siempre encontrará excusas
para violar los derechos humanos (A 467).
67 Nos tienen que preocupar fenómenos como el del suicidio, sobre todo de
jóvenes (A 445) acosados por la falta de oportunidades y de un acompañamiento
y orientación que les permita descubrir el sentido de la vida (A 314) y forjar un
proyecto que incentive su existencia. Nos tienen que preocupar problemas como
el de la drogadicción y el alcoholismo (A 461), el narcotráfico o narco-negocio, el
terrorismo (A 542), el secuestro (A 65) y la violencia política ya sea paramilitar,
guerrillera o estatal, las migraciones forzadas y el desplazamiento (A 73); el
crimen organizado y la violencia común e intra-familiar (A 78). También el caso
de la pena capital (A 467), a la que se han referido con frecuencia los documentos
del Magisterio de la Iglesia recientemente.
69 Pero hay sobre todo una realidad de extrema gravedad que afecta a nuestra
nación y es en gran parte consecuencia de la situación social: el fenómeno de la
violencia. De nuevo aquí tenemos que reconocer que estamos en presencia de un
fenómeno complejo que está intrínsecamente relacionado con otros males que
afectan a nuestra sociedad, como causas o como consecuencias, como lo son el
narcotráfico y el secuestro, la injusticia y la exclusión, entre otros, y que presenta
además muchas modalidades.
25
propios de la criminalidad corriente y como instrumento de lucha con fines
también extorsivos o políticos. Es prácticamente imposible describir el
sufrimiento que con esta práctica abominable del secuestro se ha causado a las
personas, a las familias, a toda la sociedad. Quienes acuden a este monstruoso
medio para lograr los fines que pretenden, atentan contra los valores humanos
más sagrados: la vida, la libertad, la dignidad de la persona. Al comerciar con la
vida de las personas han causado daños irreparables en la sociedad. El mundo
entero rechaza esta práctica. Con la mirada de Jesucristo, que es la mirada que
debemos tener sus discípulos, queremos solidarizarnos totalmente con los
secuestrados y participar con todas nuestras posibilidades en todas las tareas que
se emprendan para lograr que desaparezca completamente de nuestra sociedad
este crimen abominable.
26
misión en el ámbito de la sociedad y de la Iglesia” (A 432).
73 La familia tiene, para decirlo una vez más, una importancia indiscutible
como el ámbito natural para el desarrollo de las personas, principalmente de los
niños y los jóvenes. Todo lo que realicemos a favor de ella constituye un gran
aporte para lograr que nuestra sociedad sea mejor. Es indispensable, en este
sentido, fomentar pedagógicamente ideales nobles y profundos entre los jóvenes
y entre los niños, un sentido profundo de la fidelidad y una educación generosa
para la convivencia. Éste es uno de los proyectos más importantes que ha
emprendido con razón la Iglesia en los últimos tiempos, al definir la familia como
el “santuario de la vida”.
27
situación de la mujer. Es imposible desconocer los grandes valores de los que ha
dado testimonio la mujer entre nosotros en todos los ambientes, también en los
más humildes: la mujer ha dado en nuestra sociedad un admirable testimonio de
generosidad y de entrega. Mujeres que se han realizado en todos los campos de
la vida y del trabajo, mujeres que dan su vida al interior de los hogares, mujeres
que en el campo religioso dan testimonio de fe y de caridad y han renunciado a
formar un hogar para crear una familia universal. Teóricamente se le reconoce a
la mujer entre nosotros una dignidad igual a la del hombre, pero como
consecuencia de cierta mentalidad vacía y consumista que se ha ido
generalizando en nuestro mundo, que hace un uso comercial de la imagen
femenina, se le desconoce de hecho a la mujer su dignidad. Ella misma, como
consecuencia de esta mentalidad, ha caído en el riesgo de no valorar ya con
frecuencia su vocación específica y ha perdido a veces el entusiasmo necesario
para participar, en un compromiso estable, en la construcción de hogares
sólidamente constituidos. Y aunque muchas mujeres van teniendo, en razón de
sus capacidades y valores, las mismas oportunidades que los hombres, para
muchas otras no existe una verdadera equidad social.
28
las posibilidades que les debe ofrecer la sociedad, los aleja también de la
participación protagónica en las instituciones, en las actividades económicas, en
los escenarios vitales para su formación integral, arrojándolos a la conformación
de subculturas, contra-culturas, o las llamadas sub-culturas “cool”, que muchas
veces degeneran en grupos delincuenciales. El hecho de sentirse excluidos, crea
en ellos la sensación de no tener un futuro promisorio. Esta situación hace que
los jóvenes busquen diversos escenarios para expresar sus identidades. Hoy por
hoy, se comprueba un número incontable de tendencias juveniles, sobre todo en
las grandes ciudades, las cuales dan muestra de la falta de un sentido colectivo
que los cobije a todos.
29
calidad de la educación, la cobertura, la formación para el trabajo y el desarrollo
humano, el fortalecimiento de instituciones como el SENA (institución
reconocida nacionalmente como posibilitadora del desarrollo laboral, nacida del
seno de la Iglesia) y todas aquellas disposiciones legales del Gobierno nacional,
muestran cómo la transformación de la cultura se puede lograr a través de la
educación.
81 Pero hay ciertamente todavía una situación precaria también en este campo,
no solamente en relación con su cobertura, sino sobre todo en el sentido de su
calidad. No deja de preocupar la falta de lineamientos morales, espirituales y
sociales que construyan modelos educativos integrales, desde los valores, para
que la educación forme en la convivencia ciudadana, en el respeto a los derechos
fundamentales de la persona humana, en la capacidad de aceptación de la
diferencia y en la búsqueda del diálogo como condición necesaria para lograr la
paz (cf. A 481-483).
30
84 La seguridad de los ciudadanos es mejor actualmente que en otros
momentos, sin lugar a dudas. Sin embargo, no se puede decir que todo esté
conseguido en materia de seguridad democrática y en lo referente a la
consecución de una paz verdadera. Sabemos ciertamente que el enfrentamiento
militar no es el camino ideal para solucionar los problemas del país y para
alcanzar la paz. Sabemos también que el desarrollo de nuestro país se mide en la
báscula de una cultura democrática que favorezca la justicia social, en la que se
dé una inversión social más decidida en cuestiones de salud, educación, vivienda
y trabajo para todos, y, en definitiva, una cultura democrática que haga posible el
que nuestra sociedad vaya siendo cada vez más igualitaria y reduzca la brecha
entre ricos y pobres.
31
ha alimentado así financieramente la capacidad de violencia que han tenido estos
grupos, tanto los de la subversión guerrillera como los paramilitares, para lograr
sus objetivos.
89 Se han ensayado todas las fórmulas posibles para enfrentar este mal. Con el
apoyo de fuera se ha librado una guerra implacable no sólo contra el comercio de
las drogas, sino inclusive contra su producción, lo que ha incidido en la situación
social del país y ha producido numerosas víctimas. Se ha hablado de la necesidad
de considerar el consumo en alguna forma como un problema de salud pública
que debe ser afrontado con los medios que este tipo de problemas reclama.
Algunos han propuesto también la elaboración de una legislación que legalice
esta empresa y este comercio, así como su utilización. Es evidente, en todo caso,
que solamente un gran esfuerzo por mejorar las condiciones de la sociedad, sobre
todo en el campo de la educación, podrá arrojar luz para responder a este
problema social. Los valores espirituales son de una importancia muy grande en
la realización de esta tarea pedagógica.
90 En términos generales hay que señalar como un gran mal que produce
consecuencias desastrosas en la sociedad en todos los campos y que explica, en
gran parte, muchos de los problemas que la afectan el fenómeno de la corrupción,
sobre todo la que se da en las personas que tienen una responsabilidad especial en
la conducción de la nación. La generalización de una mentalidad caracterizada
por la falta de escrúpulos nos exige realizar una tarea pedagógica de
sensibilización ética y moral, que se fundamente en ideales profundos y que
permita superar la mentalidad ambiciosa y facilista que afecta a nuestra sociedad.
32
91 La paz es un gran reto que supone un compromiso decidido con la justicia
social y, en relación con la situación de violencia que hemos vivido, un claro
compromiso con la verdad, la (justicia) reparación y el perdón. El proceso que
estamos viviendo es de una trascendencia incalculable. Los diálogos de paz
tienen que ser realizados cada vez más con base en criterios de memoria, perdón
y reconciliación.
93 Somos uno de los países del continente con índices más graves de
desigualdad social lo que constituye, si no la causa principal de la mayor parte de
los problemas que tenemos, sí una de sus causas más importantes. La brecha
entre los ricos y los pobres es enorme. Es cierto que se han hecho esfuerzos en
los últimos años por aliviar la situación de los más pobres. Sin embargo, los
progresos que se han logrado en lo referente al desarrollo económico del país no
caminan a la par con los logros que se deberían alcanzar en lo referente a la
creación de una sociedad más igualitaria.
33
de la situación social que vivimos. Todavía es muy grande la tasa de desempleo,
pero existen además formas veladas de desempleo que muestran el verdadero
alcance de este problema. Hay que señalar aquí el empleo informal, el empleo
mal remunerado en especial de las mujeres, el trabajo “sucio” o inhumano. El
salario de muchos trabajadores no les permite vivir con frecuencia de manera
digna y justa.
34
multiétnica y multicultural. Prueba de ello, es no sólo la valoración de las
manifestaciones culturales de todos estos pueblos, sino también el reconocimiento
de las lenguas amerindias (13 familias lingüísticas) en igualdad de condiciones
con el castellano.
100 Nuestro país tiene una gran riqueza en biodiversidad, no sólo en recursos
naturales sino en lo que concierne a pueblos y culturas, poseedoras de
patrimonios milenarios. En este sentido, corresponde al Estado, a las
instituciones y a la sociedad en general, la protección de este tesoro.
35
102 Hay que reconocer que cada día más se vienen realizando progresos entre
nosotros en lo referente a la responsabilidad frente al medio ambiente en todos los
niveles, en el de las autoridades y en el de la comunidad. Sin embargo, son
todavía muchas las situaciones lamentables que se presentan en este sentido
debidas, por ejemplo, a los intereses egoístas e irresponsables de algunas personas
o al puro afán de lucro. Entre muchos otros interrogantes que se plantean, se
señala actualmente el de la destinación de grandes extensiones de tierra
subsidiadas para las siembras extensivas de plantas proveedoras de bio-
combustibles, un problema que constituye objeto de discusión no solamente entre
nosotros.
106 En el mundo cada vez más globalizado en el cual vivimos hay que llamar la
atención sobre los problemas que plantean las prácticas injustas de las
instituciones financieras y de las empresas multinacionales que se fortalecen
debilitando las economías locales, causando daños a la bio-diversidad de manera
irrecuperable por la deforestación, por el agotamiento de las reservas de aguas y
por su contaminación, por la explotación irresponsable de los recursos naturales.
Las consecuencias de estas situaciones son un verdadero atentado contra el
escenario de la vida digna de las personas. La Conferencia de Aparecida ha
36
llamado la atención sobre todo esto y ha invitado a despertar la conciencia de
quienes tienen responsabilidades especiales en la sociedad y a no olvidar los
criterios nobles, humanos, sociales, teológicos con los cuales se debe iluminar la
responsabilidad de todas las personas (cf. A 78-79).
37
primado de la acción del Espíritu y la iniciativa gratuita del amor de Dios... Es
también una expresión de sabiduría sobrenatural...”. “Es una espiritualidad
encarnada en la cultura de los sencillos, que no por eso es menos espiritual, sino
que lo es de otra manera” (A. 263).
6.1 RETOS QUE NOS PLANTEAN ALGUNOS CAMBIOS QUE HAN TENIDO
LUGAR EN NUESTRA IGLESIA
111 Nadie pone en duda la importancia que tiene para nuestra fe el interés por lo
social. Nuestra fe tiene que estar caracterizada, en virtud de su esencia misma,
por esta sensibilidad, sobre todo si se piensa en la realidad del sufrimiento de las
personas, en la urgencia que tiene en todo tiempo la afirmación de los derechos
humanos, en la necesidad de trabajar en la construcción de un mundo
fundamentado en la justicia social con la mirada puesta en la búsqueda de la paz.
Evidentemente, la Iglesia no es simplemente un movimiento social en la historia
humana. Ella tiene mucho más que ofrecer a la humanidad que la sola solución
de este tipo de problemas.
38
importancia el énfasis en lo social que se ha dado en la actividad pastoral de la
Iglesia Católica, sobre todo en las décadas sesenta y setenta del siglo pasado. Se
afirma que ya ella no aparece como el ámbito en el que se da primordialmente el
interés por lo sagrado, por lo trascendente, por lo espiritual. En este sentido
muchas personas experimentan el deseo de buscar en otros grupos y movimientos
lo que ya no encuentran en el catolicismo.
114 Hay otra realidad que no podemos pasar por alto cuando nos preguntamos
por la situación actual de nuestra Iglesia y cuando nos preguntamos por los retos
que tenemos actualmente para la realización de la misión. Es el fenómeno de la
secularización, una situación que se presenta en el mundo actual en general y que
tiene que ver con la modernidad; una situación que afecta no sólo al cristianismo,
sobre todo occidental, sino inclusive a otras confesiones cristianas y a otras
religiones. El mundo se está volviendo cada vez más secular y por este camino se
ha ido apartando, o liberando según el parecer de algunos, de la religión.
115 Entre nosotros este fenómeno no plantea tal vez los mismos interrogantes
que en otros lugares del mundo, ya que nuestro pueblo es muy religioso, muy
sensible por la religión y muy positivo en relación con la Iglesia. Sin embargo,
también en algunos ambientes de nuestra sociedad se percibe una cierta
mentalidad secularizada, por ejemplo en ambientes urbanos, en donde
comprobamos la disminución creciente de la práctica religiosa. Los ambientes
urbanos son ciertamente ambientes complejos en los que conviven grupos de
población muy diversificados, algunos de ellos caracterizados todavía por una
mentalidad más bien rural y por lo tanto tal vez menos permeable por este
fenómeno de la secularización, y otros grupos de personas que cada vez tienen
menos sensibilidad religiosa, que no practican ya la religión o sólo lo hacen
esporádicamente en ciertos momentos de la vida, a veces en un sentido más bien
formal, y que con frecuencia no tienen ya sentido de pertenencia a la Iglesia.
Frente a este fenómeno nos tenemos que empezar a preguntar por lo que significa
anunciar y vivir el evangelio en un mundo secular y acerca de lo que es por
ejemplo realizar el anuncio del evangelio en ambientes urbanos.
39
consumismo, en la comodidad y la vida fácil, sin ideales verdaderamente
valiosos. También esta situación nos plantea interrogantes cuando nos
preguntamos por los retos que tenemos al realizar la misión que el Señor nos ha
encomendado.
117 ¿Qué hacer frente a todo esto, como Iglesia? ¿Podemos contentarnos con
una comprensión de la fe cristiana en el sentido del ejercicio de la práctica
devocional de la religión que acompañamos pastoralmente? ¿Cómo integrar con
una comprensión religiosa de la fe cristiana, entendida en el sentido de la
religiosidad popular, la experiencia espiritual e inclusive mística tan deseada hoy
como respuesta para los interrogantes más profundos de la existencia humana? Y,
¿cómo compaginar con todo esto la responsabilidad social que implica nuestra fe?
119 Por eso mismo no es suficiente que nos esforcemos solamente con realizar
una misión de renovación permanente de nuestra Iglesia “hacia adentro”, misión
que ciertamente tenemos que realizar. Es necesario además realizar nuestra
misión como una misión “hacia afuera” para ofrecer el aporte que nos
corresponde ofrecer, en cuanto Iglesia, con el propósito de edificar un mundo más
humano, más justo, en el que sea posible la paz verdadera. Para expresarlo con
las palabras que el Papa Benedicto XVI señaló a la Conferencia de Aparecida
para precisar sus propósitos, debemos comprender la misión que se nos confía, en
cuanto discípulos misioneros de Jesucristo, como compromiso por lograr que
“nuestros pueblos tengan vida en Jesucristo”.
40
TERCERA PARTE
DISCÍPULOS MISIONEROS DE JESUCRISTO,
LLAMADOS A RENOVARNOS
COMO IGLESIA – COMUNIDAD DE VIDA
120 El mensaje de la Conferencia Episcopal de Aparecida es una gran
convocación dirigida a todas nuestras Iglesias a renovarse como comunidades de
discípulos misioneros, como se afirma expresamente desde el comienzo del
documento: “La Iglesia es llamada a hacer de todos sus miembros discípulos y
misioneros de Cristo, Camino, Verdad y Vida, para que nuestros pueblos tengan
vida en Él” (A 1). Sobre esta invitación queremos reflexionar en nuestra Iglesia
de Colombia. Queremos en esta tercera parte de este documento reflexionar con
nuestras comunidades el tema del discipulado misionero y referirnos a las
opciones de renovación eclesial que se nos proponen en el documento de
Aparecida.
122 Nuestra reflexión sobre este tema nos remite a varios lugares del documento
de Aparecida, en particular al cuarto capítulo de la segunda parte que tiene como
título “La vocación de los discípulos misioneros a la santidad”. Este tema es
desarrollado por medio de cuatro reflexiones que nos permiten ver el sentido del
mensaje de la Conferencia de Aparecida:
41
2) Configurados con el Maestro.
3) Llamados a anunciar el evangelio del Reino de la vida;
4) Animados por el Espíritu Santo.
123 En el comienzo de la primera encíclica del Papa Benedicto XVI leemos las
siguientes palabras: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o
una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona,
que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”. Es
cierto: el punto de partida de nuestra existencia cristiana es el encuentro con la
persona de Jesucristo. No una idea, ni una filosofía, tampoco un cuerpo de
doctrinas. No una ideología o un proyecto político. Aún más: no es simplemente
el recuerdo de alguien que vivió hace dos mil años, sino el encuentro con aquel a
quien Dios ha constituido como Señor, el Resucitado, el cual vive actualmente
desde Dios en medio de nosotros. El cristianismo es la experiencia vivida del
Señor testimoniada en medio del mundo. Es la experiencia de la luz que hace que
los cristianos resplandezcan en el mundo por la santidad de sus vidas.
125 De acuerdo con la mentalidad memorial del pueblo judío, la Iglesia mantuvo
siempre viva la memoria del Señor al actualizar en la liturgia su presencia real,
presencia compartida en comunión como un encuentro personal, íntimo y
profundo con él. Una hermosa etimología de nuestra lengua nos puede ayudar a
entender lo que era la mentalidad memorial de los judíos con la cual debemos
realizar el mandato del Señor. “Recordar” significa literalmente en nuestra
lengua “volver a poner en el corazón”. Así es como hacemos los cristianos la
memoria del Señor que fundamenta nuestra condición de discípulos: desde
nuestra existencia profunda, desde nuestro corazón, como un encuentro personal,
42
integral, con él.
126 Jesús nos encomendó celebrar la misma cena memorial que él celebró con
sus discípulos para compartir con él el momento decisivo de su existencia, su
muerte. Sin embargo, el memorial que celebramos en la Iglesia no es
simplemente el memorial de una cena, sino el de la persona del Señor, el de toda
su vida, de tal manera que, al celebrar esta cena entramos en comunión personal
con él. Compartimos el Cuerpo entregado del Señor y su Sangre derramada, pero
también el memorial de su vida, el que nos ha sido conservado por la tradición
escrita que nos dejaron los primeros testigos, sus discípulos: al leer en la liturgia
la Palabra de esta tradición que nos encontramos en los evangelios, en toda la
Escritura, entramos en contacto con la persona de Jesús, con sus palabras y sus
acciones. Por esta razón hablamos también, al referirnos a la celebración más
importante de la Iglesia, de la “cena de la Palabra” que nos permite tener acceso
a todo lo que ha sido la vida del Señor. Es el encuentro amoroso que impele a la
misión en esperanza.
127 En todo esto no entramos simplemente en relación con alguien que vivió en
el pasado. La fe de la Iglesia en la resurrección nos da la seguridad de que aquel
con quien entramos en comunión personal es el Señor Resucitado, que vive
actualmente en Dios y desde Dios en medio de nosotros. Todo lo que la tradición
evangélica nos recuerda acerca de Jesús está iluminado por la fe en la
resurrección del Señor y adquiere en alguna forma vida para nosotros en el
presente, aunque pertenezca al pasado.
128 Jesús convocó a sus discípulos para “estar con Él” y “para enviarlos en
misión” a anunciar la buena noticia de la salvación por todo el mundo (Mc 3,14s;
Mt 28,16-20). “Estar con él” significó para sus discípulos, según una bella
expresión de Aparecida, que los llevó aparte “para hablarles al corazón” (A 154).
Significó también que los invitó a hacer una experiencia que los configuró con él
y que fundamentó su condición de discípulos. Al hacer esta experiencia, los
discípulos aprendieron a vivir a la manera del Maestro, aprendieron a mirarlo
todo con su mirada. “Estar con el” significó para ellos aprender a experimentar a
Dios como él lo hacía. Como él que afirmaba que conocía profundamente al
Padre, y que el Padre lo conocía a él.
129 Dios es para Jesús ante todo, como para sus hermanos los judíos, el Dios de
la libertad, el Dios Yahveh de la liberación del éxodo (Ex 3,1s). Pero también el
Dios a quien habían experimentado en su caminar nómada los antiguos Patriarcas,
Abraham, Isaac y Jacob, como un Dios que los bendijo con la promesa de una
descendencia numerosa y de una tierra en la que habrían de convertirse en un
43
gran pueblo (Gn 12,1). El Dios de la creación y de todos los pueblos que vela por
las aves del cielo que no trabajan ni se angustian y sin embargo son felices, y que
reviste de tal manera con la belleza de los lirios la hierba de los prados que ni
Salomón, en todo su esplendor, se vistió como ella (Mt 6,25s).
130 El misterio de Dios tal como lo experimentó Jesús es, en una palabra, el
mismo misterio que experimentó Israel en su historia de salvación y que le
permitió entrar en comunión profunda y personal con Él. Sin embargo, la
experiencia de Dios propia de Jesús fue la del Abbá de la misericordia, la
experiencia del Padre del amor sin límites. Es ésta la revelación en plenitud de
Dios que Jesús nos comunicó y que sus seguidores debían realizar cuando los
llamó “para estar con Él” y convertirse en sus discípulos.
44
123 También nosotros, sus discípulos, somos llamados a realizar la experiencia
de Dios que hacía Jesús. Como a sus primeros discípulos, Jesús nos convoca
también a nosotros, los discípulos de todos los tiempos, para “estar con él” y
para aprender en su cercanía a realizar la misma experiencia de Dios, su Padre,
que él hacía. También a nosotros nos llama aparte para “hablarnos al corazón”
(cf. A 154). En el contacto con Jesús, también nosotros, como sus primeros
discípulos, aprendemos a tener la misma mirada del Maestro, su manera de vivir,
de hablar y de actuar.
134 Configurados con Cristo por el bautismo, por el cual nos sumergimos en el
misterio de su muerte y su resurrección, según la expresión de San Pablo (cf. Rm
6,1), los discípulos de hoy tenemos además en la comunidad de la Iglesia la
alegría de poder encontrarnos con él de muchas maneras, en persona, no sólo en
los sacramentos, sobre todo en el de la Eucaristía, sino también en la vida de
todos los días, en su presencia sacramental en los hermanos, de manera especial
en los más pobres.
136 Sin embargo, recordamos también lo que el Señor decía durante su vida
terrenal acerca de la posibilidad de encontrar a Dios en el contacto personal con
él, su Hijo, su enviado. “Quien me ve a mí, ve al Padre” (cf. Jn 14,7). El cuarto
evangelio nos lo dice desde el principio: Jesús es la Palabra misma de Dios que
se ha hecho carne (cf. Jn 1,1). Él es además el camino que nos conduce hacia el
Padre: el que cree en Jesús encuentra la vida eterna (cf. Jn 6,1s). Con el apóstol
Pedro podemos por eso confesar también nosotros, los discípulos de Jesús de
todos los tiempos: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Y
también decir lo que en otras circunstancias decía Pedro para responder a la
pregunta que les había hecho Jesús a sus discípulos con motivo de lo que había
sucedido con quienes se escandalizaban por lo que él decía: “¿A quién (otro)
iremos? Sólo tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6, 68). En un mundo ávido
de experiencias extremas, sólo la experiencia personal con el Señor garantiza el
sentido y humanidad de todo el esfuerzo humano.
45
2 LA IGLESIA, COMUNIDAD DE DISCÍPULOS MISIONEROS
137 No estamos llamados a ser testigos de la persona del Señor y sus discípulos
misioneros de manera puramente individual, nos lo recuerda la Conferencia de
Aparecida (A 156). Ahora bien, la conciencia eclesial que nos invita a tener
Aparecida no es otra que la del Concilio Vaticano II 18. Ella está presente en todo
el documento, pero sobre todo en un denso mensaje eclesiológico centrado en el
aspecto de la comunión que encontramos en el capítulo quinto de la segunda
parte, titulado: “La comunión de los discípulos misioneros en la Iglesia”. Un
amplio espacio en el mismo capítulo lo ocupa el desarrollo de otros temas
específicos que concretan en un sentido pastoral esta reflexión sobre la Iglesia.
Son ellos el tema de “los lugares” en los cuales se realiza la comunión de la
Iglesia y el de las “vocaciones específicas”, así como el tema de los que han
abandonado la Iglesia para adherirse a otros grupos religiosos y el tema del
ecumenismo y del diálogo inter-religioso. El tema conciliar de la Iglesia
particular como realización concreta de la eclesiología de comunión está presente
en todo el documento de Aparecida, sobre todo donde se habla de los lugares en
los que se realiza la comunión.
46
especial desde el Concilio, cuando se nos invitó a no mirar la comunidad de la
Iglesia no como una simple organización, como una realidad puramente exterior,
sino sobre todo como algo interior, profundo. El misterio de la Iglesia es el
hecho de ser ella comunión de personas unidas en la fe, en la esperanza, en el
amor.
140 De acuerdo con la eclesiología del Concilio, Aparecida nos invita a mirar el
misterio de la Iglesia como una realidad sacramental. Estamos acostumbrados a
definir el sacramento como un signo eficaz, es decir, como un signo en el que se
realiza lo que se significa de tal manera que lo podemos percibir y experimentar.
En la Iglesia, en cuanto sacramento, se pueden percibir y experimentar dos
realidades. Por una parte, la realidad misma de Dios Trinidad, que es un misterio
de comunión (cf. A 155). Por otra parte, el deseo profundo que anima a la
humanidad: el deseo de constituir una fraternidad (A 155). La eclesiología de la
comunión, comprendida en este sentido sacramental, nos compromete a hacer
realmente de la Iglesia una comunidad.
47
mujeres de todos los tiempos y lugares, impulsando la transformación de la
historia y sus dinamismos. El Señor sigue derramando así siempre su vida por
medio de la labor de la Iglesia, con “la fuerza del Espíritu Santo enviado desde el
cielo” (1P 1,12). El Señor continúa así, por medio de su Iglesia, la misión que
recibió de su Padre (Jn 20, 21). (A 151). El Espíritu Santo despliega todas las
posibilidades de manifestación de Dios a través de las personas que, animadas por
él, forman la comunidad de los discípulos misioneros.
48
misioneros de Jesús Servidor; a los fieles laicos y laicas a quienes considera como
discípulos misioneros de Jesús Luz del mundo; a los Consagrados y Consagradas
de quienes dice que son discípulos misioneros de Jesús Testigo del Padre.
147 Los pastores del Pueblo de Dios. Dentro del Pueblo de Dios, el Señor
encomienda el ministerio pastoral de convocar, animar y presidir a las
comunidades de discípulos, a quienes son constituidos en el ministerio de
Obispos, Presbíteros y Diáconos. Ellos son sacramento de Jesucristo, el Buen
Pastor, y desempeñan su ministerio de presidencia de la comunidad cristiana en
su nombre (“in persona Christi capitis”). La Conferencia de Aparecida se refiere
a este ministerio también en términos de discipulado misionero (A 186-208). El
espíritu con el que debe ser comprendida esta tarea de presidencia de la
comunidad cristiana en la Iglesia no puede ser otro que el espíritu del Señor,
espíritu de servicio, tarea que además debe ser ejercida, según la eclesiología del
Concilio, en un sentido “colegial” como tarea ante todo de Evangelización, pero
también sacerdotal y real.
“La vida consagrada es un don del Padre por medio del Espíritu a la Iglesia, y
constituye un elemento decisivo para su misión. Se expresa en la vida monástica,
contemplativa y activa, los institutos seculares, a los que se añaden las
sociedades de vida apostólica y otras nuevas formas. Es un camino de especial
seguimiento de Cristo, para dedicarse a él con un corazón indiviso, y ponerse,
como Él, al servicio de Dios y de la humanidad, asumiendo la forma de vida que
Cristo escogió para venir a este mundo: una vida virginal, pobre y obediente (A
206).
149 Los fieles laicos y laicas, discípulos misioneros de Jesús Luz del Mundo. El
propósito de renovación de nuestras Iglesias en el sentido del discipulado
misionero, nos debe motivar para insistir en la necesidad de darle al tema del
laicado toda la importancia que se merece. Precisamente se nos quiere hacer
49
tomar conciencia en la Conferencia de Aparecida de que es toda la comunidad de
la Iglesia la que debe renovarse en la conciencia del discipulado misionero. La
Conferencia de Aparecida recoge en una densa presentación la teología del
laicado que conocemos desde el Concilio, con referencias frecuentes al Bautismo
y en general al Misterio sacramental de la Iniciación cristiana, sin que se pueda
olvidar la doctrina del sacerdocio común. Es absolutamente necesario que en la
Iglesia reconozcamos las posibilidades pastorales de un laicado consciente y
comprometido (A 209-215).Todo el grupo que ha tenido la experiencia del Señor
sale alegre a contar lo que le ha sucedido: la alegría de la salvación.
151 Las mujeres en la Iglesia. Tiene que ser motivo de alegría para todos
nosotros el hecho del reconocimiento cada vez más evidente del papel de la mujer
en la Iglesia. Es apenas obvio que la Conferencia de Aparecida haya dado
testimonio de este reconocimiento no sólo en el lugar en el cual se habla del
laicado, sino también en otros lugares, por ejemplo, donde se habla de la vida
consagrada. Imposible olvidar el papel que las mujeres han desempeñado en la
realización de la misión de la Iglesia a través de los siglos. Imposible pensar en
la realización actual de dicha misión sin la participación de la mujer, con su
propia identidad y con su capacidad inmensa de entrega. La Conferencia de
Aparecida reconoce el papel de liderazgo pastoral de muchas mujeres en las
comunidades eclesiales (A 451-458).
50
documento de Aparecida acerca del ecumenismo y acerca del diálogo inter-
religioso (A 227-239). Desde el punto de vista de nuestra eclesiología, el Pueblo
de Dios está constituido ante todo por la Iglesia Católica, pero de él hacen parte
en alguna forma, o están orientados a él, quienes pertenecen a otras confesiones
cristianas, y también los que encuentran a Dios en otras religiones. Aún más,
quienes sin pertenecer a una Iglesia o a una religión buscan a Dios en su vida con
sinceridad de corazón.
153 En este sentido podría decirse que la noción de Pueblo de Dios trasciende en
alguna forma la noción de Iglesia. Como se puede adivinar por este
planteamiento, el Concilio fundamenta en él la actitud ecuménica y toda la
disposición para el diálogo que debe animar a los cristianos. De todas maneras,
la actitud ecuménica no se deriva en la Iglesia, en todo caso, de una necesidad o
conveniencia puramente sociológicas, sino de una exigencia evangélica, trinitaria
y bautismal (A 228).
154 Para nuestras Iglesias, esta consideración tiene una importancia especial,
dado el fenómeno del crecimiento entre nosotros de otros grupos cristianos y
religiosos (A 225-226). En el lugar en el cual el documento de Aparecida nos
habla de las personas que constituyen el Pueblo de Dios, se refiere explícitamente
a quienes han abandonado a la Iglesia en los siguientes términos:
“Según nuestra experiencia personal muchas veces la gente sincera que sale de
nuestra Iglesia no lo hace por lo que los grupos “no católicos” creen, sino
fundamentalmente por lo que ellos viven; no por razones doctrinales sino
vivenciales; no por motivos estrictamente dogmáticos, sino pastorales; no por
problemas teológicos sino metodológicos de nuestra Iglesia. Esperan encontrar
respuestas a sus inquietudes. Buscan no sin serios peligros responder a algunas
aspiraciones que quizás no han encontrado, como debería ser, en la Iglesia” (A
225).
155 Esta manera serena de referirse a esta situación abre un espacio de diálogo
que tendrá que producir frutos en algún momento y que ciertamente evitará que
vivamos situaciones de confrontación que contradicen el espíritu del cristianismo.
Habrá, sin embargo, que tener cuidado con grupos religiosos de finalidad
claramente mercantil o patológica.
51
vida de los discípulos misioneros en la Iglesia-comunión. Al igual que las
primeras comunidades de cristianos, hoy nos reunimos asiduamente para
“escuchar la enseñanza de los apóstoles, para vivir unidos y participar en la
fracción del pan y en las oraciones” (Hch 2, 42). Aparecida insiste en la manera
como se nutre la comunión de la Iglesia con el Pan de la Palabra de Dios y con el
Pan del Cuerpo de Cristo. Insiste en el papel de la Eucaristía para la realización
de la comunidad. La Eucaristía, participación de todos en el mismo Pan de Vida
y en el mismo Cáliz de Salvación, nos hace miembros del mismo Cuerpo (1Cor
10, 17). Ella es fuente y culmen de la vida cristiana (A 69), es su expresión más
perfecta y el alimento de la vida en comunión. En la Eucaristía se nutren las
nuevas relaciones evangélicas que surgen de ser hijos e hijas del Padre y
hermanos y hermanas en Cristo. La Iglesia que la celebra es “casa y escuela de
comunión”, donde los discípulos comparten la fe, la esperanza y el amor al
servicio de la misión evangelizadora (A 158).
158 La Iglesia debe ser, en una palabra, una comunidad de discípulos misioneros
que comparten su vida en comunión de fe, esperanza y amor. Como comunidad
de fe, todos los miembros de la Iglesia estamos llamados a configurarnos con
Cristo, en quien creemos, cuya existencia asumimos como si fuera la nuestra.
Como comunidad de esperanza, todos compartimos unos mismos ideales, los que
el Señor nos ha señalado para construir nuestro mundo en el sentido del Reino de
Dios y para iluminar la vida de todas las personas con el anuncio de un futuro de
salvación en plenitud. Como comunidad de amor la Iglesia está llamada a ser
testigo del amor de Dios, que es precisamente comunión, para atraer así a las
personas y a los pueblos hacia Cristo. En el ejercicio de la unidad querida por
Jesús, los hombres y mujeres de nuestro tiempo nos sentimos convocados, según
la expresión del documento de Aparecida, para realizar la hermosa aventura de la
fe. “Que también ellos vivan unidos a nosotros para que el mundo crea” (Jn 17,
21). En esta comunidad de amor tiene que ocupar un lugar especial la
52
preocupación por los pobres y por los que sufren. En ella deben encontrar
acogida todas las personas, sin discriminaciones de ninguna clase. En ella tiene
que tener una importancia muy grande la actitud de la compasión y de la
misericordia.
53
Iglesia como comunidad de discípulos misioneros (A 226):
163 El documento de Aparecida nos ofrece una hermosa reflexión sobre este
tema de la misión de los discípulos en varios lugares, en particular en el capítulo
primero de la primera parte titulado “Los discípulos misioneros”. En él se
describe la “alegría de los discípulos misioneros” y se subraya la tarea que el
Señor ha encomendado realizar a la Iglesia: “La misión de la Iglesia es
evangelizar”. Pero el documento toca este tema, de manera especial, en los
cuatro capítulos de la tercera parte que tiene como título: “La vida de Jesucristo
para nuestros pueblos”.
54
164 Al enviar a sus discípulos a anunciar la buena noticia de la salvación, Jesús
los convirtió en misioneros con el encargo de lograr que también los destinatarios
de su misión se convirtieran en portadores y anunciadores de esta buena noticia.
También, pues, podemos decir nosotros que hemos sido enviados, como testigos
de Jesucristo, a realizar la misma misión confiada a los primeros discípulos, la
misión de invitar a todos los hombres a comprometerse con el proyecto del Reino
de Dios. “El tiempo se ha cumplido, el reino de Dios ha llegado. Conviértanse y
crean en la buena noticia” (Mc 1,15).
165 Existe una estrecha relación entre misión y testimonio. La misión que
deben realizar los discípulos de Jesús está indisolublemente ligada con el
testimonio que ellos deben dar de Él. De nuevo aquí podemos decir, con las
palabras del Papa Benedicto XVI, que lo que constituye a los cristianos como
discípulos del Señor, desde el punto de vista del testimonio, no es ni una decisión
ética, ni una gran idea, ni un conjunto de doctrinas, sino su persona misma, de la
que estamos llamados a ser testigos.
166 Testigos ante todo del Señor Resucitado. El mundo no se habría enterado,
podríamos decir, de la resurrección del Señor sin el testimonio de los Apóstoles,
sin el testimonio de los discípulos. A ellos les fue concedido experimentar el
mundo de la vida nueva, como nos lo han transmitido los relatos de las
apariciones del Señor Resucitado que leemos en los evangelios. Pero también a
nosotros, los destinatarios de ese testimonio de los primeros discípulos, nos ha
sido encomendado el mismo encargo de ser testigos de la persona del Señor
Resucitado.
55
168 Tema central en los Evangelios es el del Reino de Dios que anuncia Jesús y
que tiene su comienzo propiamente dicho con él mismo y con la misión que él
realiza. Las acciones de Jesús que usualmente designamos como milagros son
signos de que el Reino que Él anuncia ya está aconteciendo y de que es posible
percibirlo en el presente. Jesús utiliza también el lenguaje de las parábolas para
presentar a sus discípulos y a las gentes de su tiempo el mensaje del Reino de
Dios. De todo esto deben dar testimonio los discípulos.
170 Lo que Jesús propone con sus enseñanzas y con sus acciones constituye una
nueva manera de ver la vida, ciertamente desconcertante para los hombres, pero
completamente conforme con la sabiduría del Dios y que él revela. El mensaje de
las bienaventuranzas puede ser leído en clave profética, pero tiene también una
significación sapiencial. Desde este punto de vista podemos entender lo que
afirma San Pablo: “El mensaje de la muerte de Cristo en la cruz parece una
tontería para los que van a la perdición, pero es poder de Dios para los que
vamos a la salvación” (1Cor 1,18). Todo el acontecimiento Jesucristo, en cuanto
tal, es sabiduría de Dios (1Cor 1,30) (A 34). Sólo es posible comprender bien la
realidad con esta sabiduría, con la mirada de Jesucristo. Y también el misterio de
Dios.
56
Jesús y como Iglesia. Retornar a las fuentes es ponerse en contacto con la
persona del Señor, remontarse hasta él. Sólo en él, como lo ha dicho el Concilio
y como lo ha repetido el Papa Juan Pablo II en su primera encíclica, se esclarece
el misterio del hombre. Al revelarnos el misterio del Padre y su amor, el Señor
manifiesta plenamente lo que es el hombre y le descubre su altísima vocación (A
107). Pero esto sólo es posible lograrlo desde la comunidad de la Iglesia, en el
contacto con su tradición.
174 El Concilio Vaticano II nos dejó una importante enseñanza en este sentido:
puso en estrecha relación el misterio de la Iglesia con la memoria de la Santísima
Virgen, como lo podemos comprobar por la lectura del último capítulo de la
Constitución sobre la Iglesia. De este amor que tenemos a la Madre del Señor en
la Iglesia universal nos han dado testimonio de manera especial los últimos
Papas. En ella reconocemos naturalmente a la Madre del Señor, pero también, de
acuerdo con lo dispuesto por el Concilio Vaticano II y por el Papa Pablo VI, a
nuestra Madre celestial, a la Madre de la Iglesia.
175 Ahora bien, si la devoción a la Santísima Virgen tiene una importancia tan
grande a nivel de la Iglesia universal, no la tiene menos en nuestra Iglesia
latinoamericana. Nuestro cristianismo es incomprensible sin tener en cuenta su
dimensión mariana: el arte cristiano de los cinco primeros siglos de nuestra
existencia como Iglesia, así como la devoción popular de todos los tiempos en
nuestras comunidades lo atestiguan. La Conferencia de Puebla expresó de una
manera muy bella la razón de ser de esta dimensión de nuestro cristianismo:
nuestro pueblo reconoce en María los rasgos maternales del rostro de Dios. La
Conferencia de Aparecida nos invita a poner nuestra mirada llena de confianza en
la Santísima Virgen (A 553), pero se refiere a ella de manera especial en un lugar
en el que nos quiere mostrar que ella nos ayuda a encontrar a Jesucristo, su Hijo,
lo que es condición indispensable para fundamentar nuestra existencia como
57
discípulos misioneros (A 266-272).
176 Una bella reflexión del Papa Benedicto XVI en su segunda encíclica 21, nos
puede servir para terminar la reflexión que hemos realizado en la segunda parte
de este documento. En un antiguo himno cristiano, recitado desde los siglos VIII
y IX, se habla de la Santísima Virgen con la advocación Maria, stella maris. En
el mar tormentoso de la vida humana, dice el Papa, necesitamos una estrella que
nos muestre la meta hacia la cual nos encaminamos. También nos ha servido esta
figura para expresar el gran propósito que nos anima como Iglesia en nuestro
mundo latinoamericano: María brilla en el horizonte de nuestros proyectos, como
estrella de la Evangelización.
58
CUARTA PARTE
COMPROMETIDOS PARA
QUE NUESTRO PUEBLO TENGA VIDA EN CRISTO
177 La Conferencia Episcopal de Aparecida nos ha convocado a todas las
Iglesias de América Latina y El Caribe para que emprendamos un proceso de
renovación eclesial con el entusiasmo que debe suscitar en nosotros la conciencia
de discípulos misioneros del Señor, enviados a realizar la misión de anunciar el
evangelio y de contribuir con nuestros aportes a la edificación de una sociedad
mejor, humana y fraternal en cada una de nuestras naciones. Con este fin hemos
recordado en la primera parte de este documento la tradición de nuestras Iglesias.
Hemos reflexionado sobre lo que significa para nosotros renovarnos en la
conciencia de nuestra condición de discípulos misioneros y hemos dirigido
nuestra mirada de discípulos del Señor a la realidad actual de nuestra nación.
Queremos ahora enunciar los compromisos que, en el sentido del discipulado
misionero, nos deberán servir para renovarnos como Iglesia y para concretar las
acciones que debemos realizar con el fin de construir una nación en la que se
logre lo que se nos ha dicho en Aparecida: “Que nuestros pueblos tengan vida en
Jesucristo”.
178 Las acciones que aquí queremos proponer nacen de la mirada con la que
hemos contemplado la realidad de nuestra nación y de las convicciones que
compartimos con todos nuestros hermanos y hermanas acerca de la dignidad de la
persona humana, cuyos fundamentos profundos encontramos los creyentes en la
revelación de Dios que hemos recibido en la persona misma de Jesucristo. En
cuanto cristianos, estamos llamados a hablar desde la inteligencia de la fe que
profesamos y vivimos. Esta fe no consiste en la aceptación de una simple idea
sobre Dios, sino en la adhesión integral de nuestra existencia a la persona de
Jesús, el Cristo, que es Señor de la vida y tiene una propuesta de sentido para
todos los seres humanos sin distinción ninguna. Nuestra experiencia del Señor
nos urge a decir una palabra de luz y esperanza.
179 Estamos ante todo urgidos por trabajar incansablemente para que el don
sagrado de la vida sea, siempre y en todas las circunstancias y lugares, respetado
y cuidado por todos. La vida es el don de Dios que es Vida. Sin este
compromiso, quedan sin fundamento todas las otras acciones que podamos
emprender. Todos nos tenemos que comprometer con la tarea de formar la
59
conciencia de todas las personas en relación con el respeto por la vida.
60
bello que conocemos, y con el deseo también de dejarnos enriquecer por los
demás. La experiencia profunda de Dios nos permite a todos reconocernos como
sus hijos.
184 La Iglesia ha realizado siempre una gran tarea en favor de las personas más
necesitadas en la sociedad. Queremos seguir trabajando mancomunadamente por
todos los excluidos de la sociedad, por los que por ejemplo en nuestras ciudades
son designados como “gamines” y “sacoleros”, y en general por todos los
“indigentes”. En esta situación social, que corresponde al Estado afrontar
decididamente, tenemos nosotros los creyentes, en virtud del sentido que nos da
nuestra experiencia del amor del Señor, una importante misión humanitaria que
realizar, una misión misericordiosa con estos hermanos más desfavorecidos,
carentes con frecuencia de todo afecto y despreciados por la mayor parte de los
miembros de la sociedad.
61
religiosas.
189 Hemos señalado que una grave forma de violencia es la que se ejerce en el
seno de las familias y contra los niños y preadolescentes. Aquí todos debemos
actuar, convencidos como estamos de la necesidad de la importancia que tiene la
familia como núcleo de la sociedad. Los adultos debemos tener una mayor
comprensión de aquellos que han crecido en circunstancias culturales y religiosas
distintas a nosotros, sin dejar de orientar sus vidas con el testimonio de una vida
coherente. Debemos procurar que los niños, los preadolescentes y los jóvenes
puedan estar siempre abiertos a los buenos consejos de los adultos, y tratar de
ayudar para que se supere todo tipo de violencia entre ellos, inclusive la violencia
verbal.
62
190 Dentro de esta misión que estamos proponiendo, que tiene como sujeto a
toda la comunidad, es urgente progresar en lo referente al reconocimiento de la
dignidad y el papel de la mujer para que, al mismo tiempo que conserva y afirma
su identidad femenina, pueda asumir en igualdad de condiciones con el varón
responsabilidades en la sociedad. Los valores femeninos todos y el papel de la
mujer en el hogar no pueden sacrificarse, sino que, por el contrario, deben seguir
siendo fomentados por la enorme significación que tienen para la construcción de
un país verdaderamente humano. El respeto de la dignidad de la mujer y su
fomento deben ocupar un lugar de primer orden en las preocupaciones por
construir una sociedad mejor. El hombre y la mujer, juntos e iguales, diferentes
pero complementarios, ambos hijos de Dios, unidos por el amor, construyen este
mundo en forma creativa.
192 El interés por la juventud tiene que ser un propósito prioritario para todos.
Los jóvenes de nuestro país tienen un papel muy importante que desempeñar en
esta gran misión. Es verdad que existen problemas que exigen una decidida
solución: muchos jóvenes, por ejemplo, no tienen acceso a oportunidades de
estudio y de trabajo. Un síntoma de la problemática juvenil es lo que podemos
considerar como las nuevas culturas juveniles que no pueden ser desconocidas.
En relación con ellas, la misión que podemos realizar debe ser de cercanía y
escucha respetuosa para comprender lo que los jóvenes quieren decir al mundo y
para acompañarlos en su caminar por un sendero humano, libre de los grandes
riesgos que tienen que afrontar, como lo son por ejemplo la drogadicción, el
consumismo, la violencia y la indiferencia.
63
para la vida, sino que debe ser una verdadera formación de las personas en
valores auténticamente humanos y espirituales. La familia y las comunidades de
fe juegan un papel muy valioso en la realización de esta tarea: ellas son la
escuela original en la que se siembran, en momentos muy fundamentales de la
vida, las semillas morales, espirituales y sociales que le dan solidez a toda
sociedad que esté buscando hacer una historia auténticamente humana, que sea
verdaderamente modelo para las generaciones venideras. Se requiere, en este
sentido, una verdadera revolución educativa en la que nos sintamos
comprometidos todos los ciudadanos así como las instituciones que fueron
creadas con tal fin.
195 El fenómeno creciente del abandono del campo nos debe motivar a pensar
en la necesidad de recuperar el valor sagrado de la tierra y de toda la creación
como escenario que nos ha sido dado para que realizarnos como personas y para
realizar al mismo tiempo nuestra historia. La naturaleza es un lugar privilegiado
para experimentar lo divino. En este sentido se hace necesario despertar y
fomentar una conciencia ecológica en todas las personas, de tal manera que se
sientan responsables de los ricos recursos naturales con los que contamos. Desde
la infancia se debe fomentar el respeto y el amor por los valores que ennoblecen
la vida: la belleza, la verdad y la bondad. Esta misión ecológica es urgente,
sobre todo, porque somos responsables directos del mundo que le dejaremos a
quienes vendrán después de nosotros. La preocupación ecológica debe ir
acompañada de unos planes de desarrollo tecnológico y de infraestructura rural
que sean realmente “limpios”, es decir, que no destruyan la naturaleza sino que
la conserven, propiciando al mismo tiempo un bienestar a los habitantes del
campo.
196 En esta misión nos debemos comprometer todas las comunidades del país,
64
porque valoramos la riqueza contenida en la variedad multi-étnica y cultural con
la que contamos. Nos debemos sentir entusiasmados con las riquezas humanas,
culturales y religiosas de los hermanos que pertenecen a las minorías étnicas de
nuestro país. Hay que escuchar a estas comunidades y contar con ellas.
Colombia tiene que nutrirse de la sabiduría de estos compatriotas que tienen sus
propias cosmovisiones y una sensibilidad propia para comprender la realidad
humana, así como una admirable capacidad de vivir en relación armónica con la
tierra y con lo trascendente. Es necesario reivindicar sus derechos. Queremos
seguir con el propósito de una misión que no excluya a ninguna persona que viva
en tierras colombianas, con un gran interés por valorar la identidad de las
comunidades indígenas o afro descendientes.
197 Nos comprometemos en seguir fomentando entre todos los ciudadanos del
país una cultura del diálogo que nos permita, en las ciudades, en los pueblos, en
los municipios, en los barrios, en las parroquias y en las familias, aprender a
solucionar nuestros conflictos sociales y humanos mediante el ejercicio de la
palabra y de la acogida del otro. En este trabajo nos debemos empeñar todos con
ahínco sin ahorrar esfuerzos ni iniciativas individuales y comunitarias. La
Iglesia, en este campo, colabora anunciando la reconciliación, el perdón y el
amor. Este lenguaje es lo más propio de los creyentes. Sólo perdonando de
corazón, acogiendo con misericordia, amando con los sentimientos de Dios,
puede llegarse a una paz verdadera, profunda y duradera. Las leyes y normas de
reparación a las víctimas y a la sociedad, quedan cortas e incompletas si no hay
una reconciliación de los corazones y los espíritus entre víctimas y victimarios,
entre sociedad y ofensores. La reconciliación en el amor es la única vía que hará
de Colombia un banquete donde todos participemos como hermanos y amigos.
65
2 CON LA ESPERANZA PUESTA EN DIOS, NOS DECLARAMOS
EN ESTADO DE MISIÓN PERMANENTE
199 “Vayan a hacer discípulos entre todos los pueblos ... y enséñenles a cumplir
cuanto les he mandado. Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo (Mt 28,18-
20) vayan por todo el mundo a proclamar el evangelio”. Éste es el encargo que
tenemos del Señor y que queremos cumplir para convocar a todos nuestros
hermanos y hermanas a trabajar, con esperanza, en la tarea de edificar un mundo
mejor.
200 La misión que queremos emprender no se debe entender como una simple
movilización masiva de recursos y personas para lograr un efecto transitorio,
pasajero, sino como una acción que permita a todos tomar conciencia de la
experiencia humana y espiritual que debemos realizar con entusiasmo, con
novedad y originalidad. Debe ser una misión permanente que haga de la Iglesia
una comunidad, en la que se hace posible realizar la experiencia de la fe, como
algo que constituye un verdadero don para el bien de toda la humanidad. Los
lugares de esa formación son la familia, la parroquia, las pequeñas comunidades
eclesiales, los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades, los seminarios y
centros educativos católicos. La Iglesia colombiana se propone ser, por lo tanto,
una gran comunidad que se realiza en concreto en las parroquias. Cada parroquia
debe ser una comunidad de comunidades. Las comunidades cristianas deben ser
comunidades de fe, amor y esperanza, donde toda persona es acogida como un
hermano y puede encontrar el espacio adecuado para afirmar sus derechos y su
dignidad. La construcción de comunidades es la prioridad de la Iglesia
colombiana para los próximos años. Comunidades donde la celebración de la
Eucaristía convoque a todos como hermanos para luchar con esperanza por un
mundo más justo, para vivir con alegría la fe en medio de las dificultades y para
dar testimonio de un auténtico amor recíproco. Esta es pues la tarea que nos
proponemos: vivir en comunidades de fe, amor y esperanza, pues quien es
llamado en comunidad, en comunidad vive y en comunidad testimonia.
66
fidelidad de los padres que permita una convivencia del ágape divino. La
experiencia de Dios, generalmente, comienza por la experiencia de sentirse
amado en una familia.
203 La Iglesia debe propiciar que todos sus miembros se conviertan en testigos
de la experiencia del Señor Resucitado por medio de un testimonio de fe, amor y
esperanza. Ésta es la principal tarea de los cristianos en el mundo que todos
nosotros queremos asumir con alegría. Las líneas prácticas de este estado
permanente de misión nos han sido señaladas por los Presidentes de las
Conferencias Episcopales de las Iglesias de América Latina en un documento
titulado “La misión continental para una Iglesia misionera”22 que hemos de
poner en práctica desde ahora mismo.
67
historia humana, el proyecto de Jesús, el Reino anunciado por él.
Identificados con el Señor, por la experiencia del discipulado, todos los cristianos
podremos entonces convertirnos realmente en sus testigos. El proceso
pedagógico de la formación del discipulado misionero compete a toda la Iglesia.
206 Esta formación debe ser un proceso vivencial. Una vivencia profunda que
podemos definir como encuentro con la persona del Señor Jesús, ante todo como
encuentro pascual con el Resucitado, en su existencia actual. Una experiencia
que podemos llamar mística que nos une íntimamente con la persona que nos
llama, el Señor. Por la identificación con Cristo, debe hacerse perceptible Dios
mismo en el mundo a través de todo cristiano y de toda comunidad. El logro de
esta experiencia vivencial y mística debe tener prioridad sobre cualquier otro
propósito que tengamos al realizar la tarea pastoral en la Iglesia. Es una
experiencia que estamos llamados a realizar en la celebración de la Eucaristía, al
escuchar la Palabra de Dios, en la oración contemplativa. Pero también en la vida
de todos los días, en el encuentro con los hermanos. En dicha experiencia está la
fuente original en la que se fundamenta toda la labor de la Iglesia. Beber en esa
fuente garantiza la autenticidad y legitimidad de la acción pastoral. Todos los
cristianos tenemos por lo tanto que esmerarnos para que nuestra existencia pueda
llenarse de Dios como del agua de la fuente que ha abierto para nosotros
Jesucristo y a la que tenemos acceso de manera especial en la vida sacramental de
la Iglesia. De alguna manera, somos “otros Cristos” para el mundo de hoy.
68
como funcionarios burocráticos que como pastores de la luz y de la vida.
208 Una vivencia del evangelio comprometida con la situación del país, de tal
manera que en todos los aspectos, en el aspecto social, en el político, en el
económico, todo esté al servicio del bien común. Todo cristiano debe proponerse
como objetivo en la realización de su trabajo de todos los días ofrecer un
auténtico testimonio de su fe que lo motive para contribuir a la construcción de
una sociedad igualitaria, en la que sea posible la realización de todas las personas
en la libertad. Toda persona debe contribuir con su trabajo para que se dé un
verdadero progreso en el sentido de una democracia que asegure la libertad de
todas las personas y el acceso de todas ellas a todo lo que les permita vivir
dignamente, en un mundo verdaderamente justo. Cuanto mayor sea el progreso
en el sentido de la democracia, tanto más podremos testificar los principios que
nos animan, desde la perspectiva de nuestra fe, en los que se deben fundamentar
nuestros esfuerzos para que se superen las escandalosas desigualdades que
afectan a nuestra sociedad, de tal manera que pueda darse cada día más el
necesario progreso en el campo de la justicia y de la fraternidad. Todos los
cristianos tenemos el derecho y el deber de participar en los proyectos de la
sociedad civil en todos los aspectos, sobre todo en todos aquellos en los que están
en juego la libertad, la dignidad de la persona humana, la justicia. En este
sentido, los cristianos que participan en la vida política, deben sentirse testigos
del evangelio y no dejarse llevar por las tentaciones de la corrupción, el
individualismo o el poder por el poder.
69
210 Vivencia del Evangelio que es fuente de paz. La situación de conflicto y de
violencia que vivimos en Colombia debe ser mirada por nosotros como un desafío
para demostrar la virtud pacificadora del Evangelio. En todas nuestras
comunidades se debe dar un alegre testimonio de la manera como el Señor nos
envía a ser portadores de paz, comprometidos con todos los esfuerzos que se
hacen en función del diálogo y la reconciliación de nuestra sociedad. Todo
cristiano, desde la paz de su corazón reconciliado, puede ser un valioso mediador,
facilitador, abogado y defensor en los procesos que se viven en nuestros barrios,
en nuestras regiones, en todo el país, en búsqueda de la reconciliación y la paz, lo
cual, naturalmente exige de todos nosotros igualmente el compromiso por la
justicia y la libertad, para que la paz pueda ser una paz firme y duradera.
211 Vivencia del Evangelio en diálogo con el mundo. Nuestro país va siendo
cada día más pluralista, globalizado, moderno. La Iglesia tiene que entrar en
diálogo con ese mundo por medio de una pastoral de la inteligencia, a través
especialmente de sus colegios y universidades. Los colegios que tienen la misión
de ofrecer a sus alumnos no solamente una buena formación académica sino
también y sobre todo una buena formación humana pueden encontrar en la fe
cristiana un profundo fundamento para la realización de su tarea. Estamos
convencidos de que Jesucristo es la luz del mundo, que ilumina toda nuestra
existencia, también nuestra inteligencia. Las Universidades son, por su parte, un
espacio privilegiado para la formación de las personas con el fin de que asuman
con competencia sus tareas profesionales o también para que cultiven el saber en
un nivel investigativo. Ellas no tienen solamente la responsabilidad de hacer que
dicha formación sea de alta calidad, sino que deben lograr que quienes se forman
en ellas adquieran una verdadera sensibilidad social, para lo cual también la
inspiración cristiana tiene un aporte muy importante que ofrecer. Las
Universidades católicas en particular son instituciones en las que por naturaleza
se debe propiciar la experiencia de la fe que fundamenta una auténtica actitud
ética en las personas que se forman como profesionales competitivos y pueden
estar en capacidad de dar cuenta del diálogo fe-razón en un mundo plural en todo
sentido.
212 Vivencia del Evangelio como experiencia del amor infinito que Dios nos ha
revelado en Jesucristo, como experiencia de su ternura. Es éste el aspecto más
profundo del testimonio al que está llamada la Iglesia en el mundo. Lo puede
ofrecer en todas las circunstancias de la vida pero en ninguna parte puede ser más
importante este testimonio como en las situaciones de dolor que experimentan las
personas de muchas maneras: en la exclusión, en el desplazamiento, en la
enfermedad, en las debilidades morales, en la persecución, en el sufrimiento
70
causado por las dominaciones y los totalitarismos. Es verdaderamente
gratificante el que en la Iglesia existan tantas personas e instituciones consagradas
a dar testimonio de su experiencia de fe en esta labor que manifiesta de
incontables maneras el amor de Dios que sana, que consuela, que llena de valor y
de alegría también a los que sufren. La Iglesia no lo hace simplemente como una
ONG, precisamente porque sólo puede entender la labor de sus instituciones
(hospitales, orfanatos, refugios, centros especializados de atención) como
revelación del amor de Dios que se manifiesta por medio de estas mediaciones.
La competencia profesional de quienes consagran su vida en este campo adquiere
su dimensión máxima cuando la tarea que realizan está animada por el amor de
Dios y lo hacen como una donación de amor. Es evidente que esta vivencia del
amor tierno de Dios, que nos ha sido revelado en Jesucristo, se demuestra
también por la comprensión de los “caídos”, los pecadores, los más débiles a
quienes hay que acompañar de manera especial para que experimenten la
sensación de que son también ovejas que pueden regresar al rebaño del Señor.
213 Vivencia del Evangelio con sentido ecuménico. Los cristianos no estamos
solos en el mundo: compartimos nuestra fe con los hermanos de otras
confesiones cristianas, con creyentes de otras religiones, e inclusive con personas
que dentro de diferentes movimientos tienen ideales y proyectos semejantes a los
nuestros. Colombia va siendo también en este aspecto un país pluralista.
Tenemos por eso la responsabilidad de trabajar porque se haga posible, en medio
de la diversidad, una comunión fraternal y un espíritu de colaboración en favor de
todos los hermanos, en especial de los más humildes, y con el fin de construir
todos juntos un país mejor. El testimonio cristiano es de mucha importancia en la
tarea de la búsqueda de la unidad y en el trabajo conjunto en favor de los demás.
Con los hermanos que pertenecen a otras confesiones cristianas debemos trabajar
por superar el escándalo de la división que contradice la voluntad de Cristo en
relación con su Iglesia. Con las otras religiones y movimientos religiosos
debemos también trabajar para que, conociéndonos y amándonos, podamos aunar
esfuerzos en la búsqueda de una paz mundial, edificada sobre sólidos
fundamentos éticos y espirituales.
71
la dignidad de las personas. Con la luz de Cristo de la que estamos llamados a
dar testimonio puede comenzar la obra de la restauración de nuestro mundo y
todos los procesos necesarios de justa reparación para reconstruirlo todo en la
justicia y el amor.
216 Tenemos un gran proyecto entre manos: no sólo el de ser una comunidad
mejor, renovada en el espíritu de los discípulos del Señor, sino el ser agentes de
una gran tarea, la misión que el Señor nos ha encomendado para edificar un
mundo feliz para todos. Contamos con una profunda inspiración que se ha visto
enriquecida con el mensaje de la Conferencia de Aparecida. Recibimos con
gratitud esta inspiración y queremos dejarnos animar por ella.
217 En un mundo globalizado cada vez más, se comprende bien el interés que se
ha despertado en la Iglesia por realizar su misión como una misión “ad gentes”.
El evangelio no tiene fronteras y el Señor encomendó a sus discípulos que fueran
por todo el mundo anunciando la buena noticia de la salvación. En otros tiempos,
la Iglesia realizó su misión entre nosotros, desde Europa, y su espíritu misionero
se siguió manifestando en momentos en los cuales no contábamos en nuestras
Iglesias de América Latina con los recursos necesarios para realizar la tarea
pastoral. En la actualidad, también nosotros podemos compartir nuestros recursos
y nuestras posibilidades, “desde nuestra pobreza”, para prestar un gran servicio
evangelizador en otros lugares del mundo: acogemos por lo tanto, con mucha
alegría, la posibilidad de realizar también nuestra misión como una misión “ad
gentes”. Son de alabar las iniciativas para enviar laicos, religiosos y sacerdotes a
realizar su misión en países en vías de secularización o en países todavía de
misión.
218 Damos gracias a Dios por el don de nuestra fe, por la vocación eclesial que
nos congrega, por la Nación en la que compartimos nuestras angustias y
esperanzas con todos nuestros hermanos y hermanas, con el gran deseo de
edificar un mundo fraternal, en el que todos podamos crecer en un sentido
72
auténticamente humano y en el que se vaya haciendo realidad el Reino de Dios
que Jesús nos anunció. Nos llena de alegría poder poner nuestros propósitos bajo
la protección de la Santísima Virgen en quien vemos, con todos los hermanos de
América Latina, la revelación de los rasgos maternales del rostro de Dios.
73
NOTAS
74
1
Cf. CONCILIO VATICANO II. Constitución Dogmática sobre la Iglesia (Lumen Gentium), cap. 3.
2
PABLO VI. Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi (III Asamblea General del Sínodo de Obispos, 1974),
1975, 1.
3
V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE. Documento de
Aparecida. Bogotá: Ed. CELAM, 2007.
4
BENEDICTO XVI. Audiencia General del miércoles 23 de mayo de 2007. El documento de Aparecida cita el
texto de la alocución del Papa en la Introducción del documento, en el numeral 5.
5
CONFERENCIA EPISCOPAL DE COLOMBIA. LVI Asamblea Plenaria (16 a 18 de octubre de 1991).
Exhortación Pastoral sobre los 500 años de evangelización, II.
6
Los principales documentos conciliares son las cuatro Constituciones. Los Decretos y las Declaraciones
desarrollan los temas que aparecen en ellas, especialmente los de la Constitución Dogmática Lumen Gentium sobre la
Iglesia.
7
Testimonio de la actitud de alegría y esperanza del Papa Juan XXIII en relación con el Concilio es la alocución
de apertura Gaudet Mater Ecclesia que ha sido publicada con la documentación conciliar.
8
Al respecto se pueden consultar dentro de la documentación conciliar los discursos de apertura de las sesiones
segunda, tercera y cuarta del Papa Pablo VI, así como su primera carta encíclica Ecclesiam suam.
9
II CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO. La misión pastoral de la Iglesia
en la actual situación de América Latina a la luz del Concilio. Medelllín, 1968. En realidad fueron publicados dos
tomos, como fruto de la Conferencia: el primero titulado “Ponencias” y el segundo “Conclusiones”.
10
CONFERENCIA EPISCOPAL DE COLOMBIA. La Iglesia ante el cambio. Conclusiones y orientaciones de la
XXV Asamblea Plenaria del Episcopado Colombiano. Bogotá, Ed. oficial del Secretariado del Episcopado
Colombiano, 1969.
11
CONFERENCIA EPISCOPAL DE COLOMBIA. Justicia y Exigencias cristianas. La Conferencia Episcopal
realizó también un importante trabajo de preparación para la II Asamblea General del Sínodo de Obispos sobre el
tema de la justicia, lo que dio lugar a la publicación del documento La Justicia en el mundo. Textos sinodales,
aportes de la Iglesia colombiana. Bogotá, Ed. oficial del Secretariado Permanente del Episcopado Colombiano, 1972.
12
III CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO. La evangelización en el presente
y el futuro de América Latina. Comunión y participación. Puebla, 1979.
13
IV CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO. Nueva Evangelización,
Promoción Humana y Cultura Cristiana. Santo Domingo, 1992.
14
El tema de los signos de los tiempos aparece ya en el Concilio, en particular en la Constitución Pastoral sobre la
Iglesia en el mundo actual, Gaudium et Spes. Pero de manera especial se le encuentra en la Conferencia de Medellín,
como puede verse en las Ponencias.
15
En vísperas de la clausura del Concilio el Papa Pablo VI se presentó ante la Asamblea General de las Naciones
Unidas: el tema de su discurso fue precisamente el de la Iglesia “experta en humanidad”. Desde entonces se creó una
importante tradición en la Iglesia Católica: tanto el Papa Juan Pablo II como recientemente el Papa Benedicto XVI se
han presentado con este mensaje ante todas las naciones del mundo.
16
Ver Globalización y nueva evangelización en América Latina y el Caribe. Reflexiones del CELAM 1999-2003.
Col. Documentos CELAM, No. 145. Bogotá, D.C, CELAM - Centro de Publicaciones, 2003.
17
La Doctrina Social de la Iglesia nos ha ofrecido una rica orientación desde la publicación de la Encíclica Rerum
Novarum del Papa León XIII. En particular señalamos para ilustrar nuestra reflexión la Encíclica Populorum
Progressio del Papa Pablo VI y las Encíclicas sociales del Papa Juan Pablo II.
18
CONCILIO VATICANO II. Constitución Dogmática Lumen Gentium, cap.1 sobre el misterio de la Iglesia.
19
Ibidem.
20
Id., cap. 2 sobre el pueblo de Dios. Cf. Decretos sobre el Ministerio Pastoral de los Obispos Christus Dominus,
sobre los Presbíteros: Presbyterorum Ordinis, sobre la renovación de la vida religiosa Perfectae Caritatis y sobre los
laicos: Apostolicam actuositatem.
21
BENEDICTO XVI, Carta encíclica Spe Salvi, 2007.
22
Consejo Episcopal Latinoamericano. La misión continental para una iglesia misionera. Bogotá: CELAM, 2008.