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52 Balzac, que era alumno del gran naturalista Geoffroy Saint-Hilaire y se llamaba a si
mismo «simple doctor de medicina social», dice en el prólogo de la Comedia humana que se
propone escribir una historia natural de la sociedad. A finales del siglo último, el fecundo
novelista Uestif de la Bretonne, pretendía dar «un útil suplemento a la Historia natural de
Buffon ». No solamente hablaba de la novela experimental sino que realmente se entregaba a
experiencias. «Así —decía— aunque tenga algún entretenimiento y me pueda dar algunas
licencias, yo no he perdido nunca el tiempo: mi alivio después de una tontería, de un lapsus
estaba en pensar: «Esto me instruye; y puesto que yo escribo lo aprovecharé para instruir a los
demás a mi costa.» (Monsieur Nicolás, t. I, págs. 236-237).
Restif de la Bretonne llevaba el icalismo tan lejos que insertaba en sus novelas cartas de
amor, contestaciones a tiernos epítetos escritos por él para obtener «documentos humanos»,
según la expresión de la nueva escuela. Ya Crebiilón formuló en el siglo xvm' la teoría de la
novela experimental y naturalista que Zola cree haber inventado. Escribía en los Estravíos del
corazón y del espíritu:
«La novela, tan despreciada de las personas sensatas, y a menudo con justicia,
posiblemente sea, entre todos los géneros, el que podría más útil si fuese bien manejada, sin en
lugar de llamarla de situaciones tenebrosas y forzadas, de héroes cuyo carácter y aventuras
están siempre fuera de lo verosímil, >e ofreciese, como la comedia, en el cuadro de la vida
humana... El hombre, en fin, vería al hombre tal cual es; se le deslumbraría menos, pero se le
instruiría más.» (Obras, 1772, t. I, P. V-Vl).
97 CUADERNOS DE HISTORIA DE LA SALUD PÚBLICA
tajos hace necesaria la absorción del alcohol por los obreros que lo realizan. Otras
circunstancias llevan a diversas categorías de obreros a la bebida. Por eso los plomeros, los
tipógrafos, los pintores de brocha gorda son contratados aquí no por semanas, sino por días,
por medios días e incluso por horas. La mayor parte del tiempo es un venturoso azar
encontrar trabajo, y este venturoso azar lo esperan forzosamente en ciertas tiendas de bebidas:
se les «arregla», es decir, se les da alimentos y bebidas a crédito; hasta se les adelanta el
dinero. Las visitas involuntarias que los obreros de esas categorías tienen que hacer a los
taberneros explican también por qué el gusto de la bebida se desarrolla entre ellos, que hace
verdaderamente innecesario tener que recurrir a un accidente. Si Zola hubiese descrito las
circunstancias en las cuales los plomeros y otros obreros han de buscar trabajo y son
contratados, si hubiera mostrado las causas exteriores que impulsan a sus héroes a beber,
habría dado a La taberna un alcance social que esta obra no tiene.
Aun más, La taberna debe ser considerada como una mala obra. Publicada unos años
después de la Commune, en la época de la peor reacción, mientras que «ra todavía puesta en
tela de juicio la forma republicana del Estado, esta novela fue muy favorablemente acogida por
los reaccionarios. Les complacía asegurar su éxito pues estaban muy satisfechos de ver
representar a la clase obrera, ante la cual ellos habían temblado, bajo el aspecto de repugnantes
borrachos. Cuando Zola, en su Pot-bouille (Olla Podrida), presenta todo el fango de la sociedad
burguesa, los mismos elementos que habían saludado La taberna con entusiasmo fueron presa
de una indignación moral y estética; aullaban en todos los tonos que esa novela era una
profanación del arte. Ellos se habían alegrado profundamente cuando la clase obrera había
sido cubierta de lodo, pero no querían, naturalmente, saber nada de una descripción fiel de las
costumbres de la burguesía.
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1 Puede verse claramente en La taberna cómo compone Zola sus novelas. El autor ha
recogido de periódicos y obras diversas las locuciones empleadas por las capas más bajas de la
población; para valorizarlas arregla escenas enteras. La taberna no es el fruto de observaciones
directas; la novela ha sido escrita, más bien, para poder reproducir la manera de hablar de los
obreros parisienses.
97 CUADERNOS DE HISTORIA DE LA SALUD PÚBLICA
Como las ciencias naturales se han puesto ahora de moda, Zola las ha
invocado para dar un aspecto científico a las novedades introducidas por él en
la novela. Se ha declarado discípulo de Claude Bemard y ha hecho al gran
fisiólogo responsable de sus propias fantasías patológicas y literarias. La excusa
que puede invocar Zola es su ignorancia absoluta de las teorías de Claude
Bemard, que atribuyen al medio orgánico una influencia decisiva sobre la vida
de los elementos fisiológicos. La teoría seguida inconscientemente por Zola no
es la de Claude Bemard, sino la de Lombroso, teoría que, por otra parte, no ha
sido hallada por este último, sino que él explota para crearse un renombre
europeo merced a la ignorancia de las gentes que se dicen cultas.
La teoría del «Hombre criminal», de Lombroso, no es más que el fatalismo
vulgar. Como héroe de La taberna que había de sucumbir fatalmente al
alcoholismo por causa de su carga hereditaria, todos los criminales están
predestinados al crimen por su organismo. Aunque vivan perfectamente en las
condiciones y las circunstancias más diversas, llevarán a cabo necesariamente,
quieran o no, crímenes; la sociedad debe, pues, tratar de desembarazarse de
ellos como de serpientes venenosas o de bestias feroces. Esta teoría fatalista nos
conduce a la misma conclusión que la teoría de los deítas sobre el libre arbitrio;
una y otra hacen al individuo único responsable de sus actos; ambas conceden
a la sociedad el derecho de castigar al individuo, sin ningún remordimiento y
sin averiguar si la sociedad misma no tiene una parte de responsabilidad por
cada acto criminal. Como se sabe, el gran estadístico Quételet, imputaba a la
sociedad los crímenes que se repiten de año en año con una regularidad casi
matemática. La teoría de la criminalidad de Lombroso ha sido tomada de las
enseñanzas de Darwin, inexactamente expuestas por Haeckel, Spencer, Galton
y compañía, que tuvieron éxito invocándola para explicar la situación social de
los capitalistas, por sus notables virtudes individuales hereditariamente
transmitidas.
Zola ha sabido utilizar a maravilla la teoría del hombre criminal, la que
simplifica extraordinariamente su tarea de cronista de costumbres; ella le
permite recurrir a efectos nuevos y le evita estudiar la acción y las reacciones
del medio social en que viven sus héroes, ya que éstos están sometidos a una
fatalidad orgánica que viene a ser una especie de Deus ex machina; ella le
permite esquivar el análisis psicológico por el cual testimonia un desprecio
evidente.
EVOCACIÓN DE PABLO LAFARGUE 98
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' En su libro sobre la Novela experimental, dice Zola «que los novelistas naturalistas
observan y experimentan, y que toda su labor nace de la duda en que se colocan frente a
verdades mal conocidas, a fenómenos inexplicables, hasta que una idea experimental despierta
bruscamente un día su genio y le impulsa a instituir una experiencia, para analizar los hechos y
adueñarse de ellos». Esta frase contiene un triple galimatías. ¿Cómo se puede uno colocar frente
a una verdad que no tiene pies ni cabeza, cara ni trasero? ¿Qué puede ser eso de una idea
experimental? ¿Acaso la idea de llevar a cabo una experiencia? ¿Y cuál es el novelista que ha
instituido una experiencia sobre un ser humano? A lo sumo Restif de la Bretonne, que fundaba
experiencias sobre su propia persona, de lo cual se ha guardado Zola que lleva la vida pequeño-
burguesa más tranquila y más plácida que se pueda imaginar.
En su novela El dinero, Zola critica con razón «esas recreaciones psicológicas que tienden
a reemplazar el piano y la tapicería», y que el elegante Bouget, el psicólogo favorito de las
damas de la burguesía, ha puesto a la moda. Madame Caroline, se lee en el mismo lugar, «era
mujer de claro y buen sentido, aceptaba los hechos de la vida sin consumirse en procurar
explicarse las mil causas complejas. Para ella, en esa devanadura del corazón y del cerebro, en
ese análisis de cabellos rasgados en cuatro partes, no había sino una distracción de mundanas
desocupadas, sin quehacer doméstico, sin hijo que amar, farsantes intelectuales que buscan
excusas a sus caídas, que enmascaran con su ciencia del alma los apetitos de la carne, comunes
a las duquesas y a las hijas de mesoneros». (Timo I, pág. 175.) Zola pone aquí su propia filosofía
en la boca de Madame Caroline. Ella confunde, como él, la charlatanería sentimental de las
mundanas sobre sus agradables debilidades, charlatanería que se las da de psicología, con el
estudio de causas complejas de los fenómenos.
99 CUADERNO DE HISTORIA DE LA SALUD PUBLICA
La lucha por la vida que los hombres llevaban entonces se parecía mucho a la
lucha por la vida entre las fieras, que tratan de vencer con sus garras y sus
dientes, por agilidad y astucia.
La lucha por la vida ha tomado en nuestros días otro carácter más codicioso
y acusado a medida que se desarrollaba la civilización capitalista. La lucha de
los individuos entre sí es reemplazada por la lucha de los organismos
económicos (bancos, grandes empresas, minas, almacenes gigantes). La fuerza y
la inteligencia del individuo desaparecen ante su potencia irresistible, ciega
como una fuerza de la naturaleza. El hombre es cogido en su engranaje,
proyectado, sacudido, lanzado de todos lados como una pelota, hoy en la cima
de la fortuna, mañana en el fondo del abismo, llevado como una brizna de paja,
sin que pueda ofrecer la menor resistencia a pesar de su inteligencia y su
energía. La necesidad económica le aplasta. Los esfuerzos que permitían
triunfar a los hombres en el tiempo de Balzac —trepando sobre las espaldas de
sus concurrentes y pasando por encima de sus cadáveres— no les sirven más
que para vegetar miserablemente. El antiguo carácter de la lucha por la vida
ha.cambiado, y con él se ha modificado la naturaleza humana para convertirse
en más vil y mezquina.
El hombre no es más que un lisiado y un enano. Y esto se refleja en la
novela moderna. La novela no está ya plena de locas aventuras, en las que se
precipita el héroe en la arena como un animal furioso, para afrontar en
vencedor los acontecimientos más maravillosos y más extraordinarios; el lector
arrobado admira entonces el coraje audaz, el ardor apasionado de los
personajes mágicamente evocados ante él: nada les asusta ante las dificultades
en apariencia invencibles, sembradas a propósito en su camino. Cuando los
novelistas modernos quieren satisfacer el interés que los lectores de ciertas
clases tienen por las peripecias de la lucha de un individuo, eligen sus héroes en
el mundo de los estafadores y los rateros, en donde, por las condiciones del
medio, el hombre civilizado está obligado a luchar por su vida con toda la
astucia, el coraje y la crueldad del salvaje. Fuera de ello la lucha es hasta tal
punto gris y uniforme que carece de todo interés. Los novelistas que escriben
para las clases que se dicen superiores y cultas, están obligados a eliminar de
sus obras toda situación dramática; para la nueva escuela la última palabra del
arte es renunciar a la acción y como sus representantes no tienen sentido crítico
ni filosófico, sus obras no son más que simples
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55 Un novelista belga, Camilo Lemonnier, que con una virtuosidad particular, maltrata,
disloca y estropea la lengua francesa, acaba de sacar un drama en cuatro actos, de su novela
Un macho, que había obtenido gran éxito. Esa novela relata la historia de los amores de un
ca/ador furtivo. Ha debido ser penoso para el autor, el tomar por héroe a un outlaw, un
hombre fuera de la ley, que, impulsado por una pasión violenta, lleva una lucha encarnizada
contra las autoridades y contra la propiedad. El cazador furtivo simboliza al hombre de la
naturaleza. Para animar su drama y darle un tono más alegre —los escritores modernos son
tristes como plañideras orientales— el autor ha introducido una escena de Henry Monnier en
la cual discuten dos campesinos sobre el precio de una vaca v tratan de engañarse
mutuamente. La escena hace reír. Lemonnier lamenta haberla introducido en su drama. Él se
alza contra la acogida que le ha reservado el público y escribe estas lineas que caracterizan la
nueva escuela literaria:
«Es una concesión a la moda actual, al gusto del público hacia lo material, hacia la acción
plena de movimiento y de ruido... Esta acción contiene, a mi parecer, el punto débil de la obra
porque ella enturbia la armonía entre la tierra y la criatura. De todos modos ha habido que
resignarse a la acción, en espera de tiempos mejores en que sea posible escribir una pieza sin
acción, hecha únicamente de matices, de cuadros, del desenvolvimiento rápido de
sentimientos y pensamientos, una pieza que represente la vida simple y una, sin todas las
complicaciones que nosotros juzgamos indispensable aportar.»
56 «A la felicidad de las damas», nombre con que Zola titula en su novela a un gran
condena a no ver más la luz del día, a sufrir a la pálida y vacilante claridad
de una lamparita, en medio de peligros a los cuales se exponen cada día, sin
tener conciencia de su heroísmo; nosotros vemos al monstruo agazapado bajo
tierra unir a esos hombres por el sufrimiento y la miseria comunes, por las
torturas aguantadas bajo el yugo del capitalismo que, como el Dios de Pascal,
está en todas partes y en ninguna y los impulsa a la huelga, a las luchas
sangrientas, al crimen.
Trazar en la novela una nueva vía describiendo y analizando los
organismos económicos gigantes de la época moderna y su influencia sobre el
carácter y el destino de los hombres, era una empresa audaz; el haberla
intentado basta para hacer de Zola un innovador y le asigna una plaza
destacada, una situación excepcional en la literatura contemporánea.
Una novela de este género impone al autor una labor bastante más difícil
que las historias habituales de amor y de adulterio de nuestros literatos del día,
acabados estilistas sin duda, pero de una ignorancia extraordinaria en cuanto a
los fenómenos y a los acontecimientos de la vida cotidiana que ellos pretenden
describir. Abstracción hecha de su gramática, de su vocabulario y de algunas
habladurías propaladas por los grandes bulevares o de salón en salón, y
también novedades y comunicados de policía publicados en los periódicos bajo
el título de «Noticias varias», ellos saben tan poco que se les podría creer caídos
de la luna. Para escribir una tal novela, y escribirla como sería preciso, el autor
debería haber vivido en la vecindad inmediata de uno de esos colosos
económicos, penetrado su ser íntimo, sentido en su propia carne los arañazos y
las mordeduras del monstruo, debía haberse estremecido de cólera a la vista de
los horrores de los cuales es la causa. Tal autor no ha existido hasta aquí, y nos
parece incluso imposible que exista. Los hombres cogidos en el engranaje y el
mecanismo de la producción, caen a un grado tan bajo, a causa del exceso del
trabajo y de la miseria, son embrutecidos de tal modo que tienen solamente la
fuerza de sufrir, pero no la facultad de contar sus sufrimientos. Los hombres
primitivos que han creado La ilíada y los demás poemas épicos que pertenecen
a las más bellas producciones del espíritu humano, eran ignorantes e incultos,
más ignorantes y más incultos que los proletarios de nuestros días, que saben
leer y a veces escribir, pero ellos poseían el genio poético: cantaban sus alegrías
y sus sufrimientos, sus amores y sus odios, sus fiestas y sus
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57 Región agraria del centro de Francia que Zola toma de modelo para su famosa novela La
tierra. (N. del T.)
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*
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Zola le hubiera podido contestar: «Si usted conociera los periódicos y los libros
de donde tomo mi documentación, podría encontrar en mis novelas centenares
de plagios semejantes. ¿Cómo puedo evitar los plagios cuando describo medios
que desconozco y que no puedo pasar por ellos sino a la velocidad de un tren
expreso?»
Cervantes, D’Aubigné, Smollet, Rousseau y Balzac no han descrito sino
después de haber vivido y alcanzado a conocer la sociedad, relacionándose con
los medios más diversos, observando la vida y la conducta de los hombres en la
realidad. Por el contrario, los novelistas de nuestro tiempo que se intitulan
naturalistas y realistas y pretenden pintar según el natural, se encierran en su
gabinete de trabajo, acumulan verdaderas montañas de papel impreso y
cubierto de garabatos, en donde creen ellos sentir las palpitaciones de la vida
real; no abandonan sus confortables viviendas más que de vez en cuando para
investigaciones de dilettantes, a fin de traer de su excursiones las sensaciones
más necesarias y las más superficiales. Los Goncourt y Flaubert han llevado
hasta su punto culminante este extraño método de observación realista:
pretenden que un escritor debe no sólo mantenerse apartado de las luchas
políticas de su tiempo, sino también permanecer extraño a las pasiones
humanas para poder describirlas tanto mejor, ¡ser de mármol para apreciar
bien la vida!
¿Puede imaginarse que Dante hubiera escrito la Divina comedia, si, como
buen filisteo, se hubiera encerrado entre cuatro muros, indiferente a la vida
pública, si no hubiese tomado partido apasionadamente en las luchas políticas
de la época?1
El método de los realistas es más cómodo para los escritores que ventajoso
para sus obras. Sus novelas «documentales» hormiguean de inexactitudes, tan
frecuentes como enfadosas. Aureliano Scholl, que ha husmeado en todos los
lugares de mala fama de París, se ha entretenido en poner de relieve los
numerosos errores que se encuentran en Naná.
Si el joven provinciano, deambulando por primera vez por las calles de París,
puede conceder crédito a las descripciones de la existencia de mujeres alegres
de todas las categorías, esas descripciones no provocan sino un alzamiento de
hombros en el verdadero parisién, al corriente de esta vida.
Mas el talento de Zola es tan pujante que, a pesar de los defectos de su
método de observación, a pesar de los numerosos errores de su documentación,
sus novelas constituyen los acontecimientos literarios más importantes de
nuestra época. Su éxito inmenso es merecido, y si algunas./obras como
Monsieur y Madame Cardinal y otras de menos envergadura, no son obras
maestras, esto se explica por el hecho de que la materia a dominar era inmensa
y se hubiera necesitado la fuerza de un titán para levantarla, amasarla,
envolverla y construir con ella. En verdad, Zola es un gigante en comparación
con los pigmeos que le rodean.