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Scheper-Hughes afirma que su investigación se aparta de la etnografía tradicional que

está fuera del campo y recoge datos puros de una manera objetiva. Los etnógrafos
tradicionales tienen la obligación de capturar los hechos con la máxima precisión
posible, pero Scheper-Hughes plantea la imposibilidad de objetividad, la comprensión
antropológica siempre es parcial y hermenéutica, porque todos los hechos están
seleccionados y los antropólogos eligen que interpretar y que ignorar. La autora lleva a
cabo su trabajo como resultado de una interacción humana entre ella y la gente
delAlto, prefiere utilizar una etnografía abierta que permita múltiples conclusiones
alternativas. La antropología implica un salto fuera de sí mismo hacia otro y
desconocido. Scheper-Hughes entiende que los etnógrafos dejan huellas en su trabajo
porque son humanos y no pueden evitar implicarse en la vida de la gente que
investigan. Para ella, la antropología es un campo de conocimiento, pero un campo de
acción también. El trabajo antropológico es empírico, pero debe liberarse de la verdad
de sus presupuestos culturales occidentales. Los antropólogos dan voz a los
silenciados, tienen el poder de decir la verdad y de llevar a cabo un trabajo de
conocimiento.

En Muerte sin llanto, se han mostrado los factores que contribuyen a la indiferencia
ante la muerte infantil. Las condiciones históricas de producción de azúcar y el
capitalismo industrial se traducen en Bom  Jesus en una situación de precariedad que
deviene en pobreza y esta, en hambre. Los pobladores y niños se enferman de
nerviosismo pero las causas estructurales están en un Estado que no provee comida y
que los alimenta de medicamentos. Esta situación genera una alta tasa de muerte
infantil, es decir, también una baja expectativa por parte de las madres ante sus hijos.
Así desarrollan un cariño tardío, tomando siempre en cuenta el potencial de
supervivencia de los niños. 

Nancy Scheper-Hughes habla de cómo la antropología propone un entendimiento de la


condición humana a partir del trabajo de campo y cómo este, al mismo tiempo,
representa un trabajo próximo e íntimo así como también distante e
incognoscible[10]. Una manera ampliada de entender esto sería considerar las
maneras de escritura etnográfica propuestas por Clifford y Marcus que se resumen en
seis puntos: contexto, retórica, desinstitucionalización, generalización, politización e
historicismo[11].  “Todos los hechos están necesariamente seleccionados e
interpretados desde el momento en que decidimos contar una cosa e ignorar otra, o
atender este ritual pero no aquel otro, de forma que la comprensión antropológica es
necesariamente parcial, hermenéutica, siempre” [12]. Su influencia posmoderna vuelve
a aparecer cuando se refiere al trabajo antropológico como empírico por lo que el
compromiso filosófico con las nociones de verdad y razón dejan de estar presentes y,
en contra de la ciencia occidental, aceptar la implicación con el “otro”. Así, “la
antropología existe como un campo de conocimiento (un campo disciplinar) y como un
campo de acción (un campo de fuerzas). Escribir antropología puede ser un locusde
resistencia”[13], pero alejada de análisis herméticos  se traduce en una narración
amena donde se muestra la interacción de la antropóloga con los habitantes de Alto do
Cruzeiro.

En palabras de la autora, intenta realizar una “antropología con los pies en el suelo”
pues su etnografía pretendía sumergirse en las realidades y dilemas prácticos de la vida
cotidiana de los protagonistas de su estudio, consistentes en la violencia cotidiana que
debían enfrentar diariamente los moradores del Alto do Cruzeiro [9].

En un análisis más pormenorizado vamos a referirnos a algunas aportaciones y


conclusiones desplegadas por la doctora Scheper-Hughes en la obra de referencia.

Una de las grandes aportaciones es la autoridad con que la autora afronta el ejercicio
de su antropología, comprometida ante un drama social de tal magnitud. Este la obliga
a realizar una profunda reflexividad ante el ejercicio de la propia praxis antropológica.
Aparece de forma transversal en toda la obra el desarrollo de una antropología
feminista, preocupada de conceder voz a los protagonistas e integrar el complemento
ético a la práctica de la disciplina, que desembocará en un compromiso antropológico
con el sujeto de campo. Esta forma de hacer etnografía, preocupada por la reflexividad
y la subjetividad, será un gran paso que dará la antropología para adentrarse en la
posmodernidad

La muerte sin llanto es un relato sobre las vivencias de una clase social brasileña, cuya
escasez de recursos y padecimiento de enfermedades bajo una estructura sanitaria
deficiente, aboca irremisiblemente a la muerte a las mujeres y niños de una favela.

Scheper-Hughes nos demuestra como lo que se dio en llamar el “milagro económico


brasileño” y que llenó de esperanza a las gentes de los estratos más humildes de la
sociedad, se quedó, para una gran mayoría, en una utopía inalcanzable. Para
comprobarlo, nos lleva hasta las laderas más empobrecidas que dominan la ciudad-
plantación de Bom Jesus da Mata, para seguir los pasos de tres generaciones de
mujeres en su lucha por la supervivencia. Se trata de una historia visceral, contada
desde la propia ruina de unos cuerpos maltratados por una sociedad de clases,
anclados ante sentimientos de impotencia, ante los deseos de justicia de mínimos, y lo
que resulta más acuciante, cubrir diariamente las necesidades básicas de subsistencia.
Este comprometido trabajo etnográfico nos hace reflexionar sobre el hecho de que una
sociedad deba privilegiar su subsistencia a expensas de un forzado e impasible
desamor por algunos hijos, subsistencia que se convierte en oprobio en lugar de un
derecho inalienable aunque olvidado por el neoliberalismo que instiló el néctar del
“milagro económico”.
Otra de las reflexiones sobre el cuerpo que hace la autora tiene que ver con la
enfermedad folk de los nervos. Este es un fenómeno polisémico que sirve de alegoría
elástica para quejarse de todo (debilidad, temblores, infecciones…, hambre). De esta
manera, cada vez que alguien presenta un síntoma se acerca a los médicos alegando
que sus niños o ellos mismos padecen de nerviosismo. Aquí comenta cómo intenta
recuperar y politizar los usos del cuerpo: “subyaciendo y aglutinando a estas
oposiciones centrales hay una metáfora unificadora que da forma y sentido a la
realidad cotidiana. Es la imagen persuasiva y poderosa de «la vida como una luta»
como una serie de arduas «luchas» en el camino de la vida

En cuanto a la línea práctica, Nancy Scheper-Hughes está interesada en los dramas


sociales que se presentan en la vida cotidiana y cómo estos son resultado de la
condición de marginación profesada por el Estado. Respecto a este punto en Muerte
sin llanto se puede observar una especial consideración por la noción de cuerpo. El
cuerpo no es solo carne y hueso sino que es interpretado como un cuerpo-mente donde
las fronteras se difuminan y no son presentadas de manera dicotómica. El cuerpo es
cuerpo que sufre, pasa por hambre, nervios y violencia. Los escasos recursos originan
un delirio de fome, una locura del hambre. Para el análisis del hambre, la autora no
utiliza una reducción materialista sino que para ella “una estructura conceptual que
concibe el cuerpo como algo que es individual y colectivamente vivido, que está
socialmente representado en diferentes idiomas simbólicos y metafóricos y que es
objeto de regulación, disciplina y control por parte de los procesos políticos y
económicos más amplios, una perspectiva intrínseca a la teoría crítica europea” [24].
Es en este sentido que nos habla de un cuerpo de tres niveles, y pone atención al
primer nivel. Este es el cuerpo individual o natural donde se da la verdadera
experiencia sensorial del cuerpo. Dice que “incluso en este primer nivel de análisis, los
significados biológicos, psicológicos y simbólicos se funden en la experiencia de
cuerpos que son portadores de significados y de mentes que
son culturalmentetangibles”[25]. Esto significa que el delirio de fome más que ser la
falta de comida se trata de una experiencia sumamente sensorial y subjetiva que es
expresión inmediata de la experiencia del hambre. Esto se traduce en un lenguaje de la
pobreza y del hambre, de igual manera se manifiesta en prácticas como el comer. Este
resulta un acto privado debido a que la cantidad de comida ingerida en el día que tan
marginal es la condición de la familia. Por último existe una asociación entre el hambre
y el sexo como actividades gratificantes ambos como una necesidad, como algo que de
constante deseo[26].

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