Está en la página 1de 6

SOBRE LA CATEGORIA GÉNERO

Elaborado por: Carmen Colazo (10-08-2010)

Para poder abordar la categoría de análisis “género” desde la complejidad que implica su mirada
actual, es necesario acercarse a las tensiones, encuentros y desencuentros entre las teorías
sexo/género - en su evolución e inestabilidades - y la teoría queer o de la diferencia sexual, aún no
resueltas teórica, ni políticamente.

Anteriormente se identificaba “género” con “mujer”, reduciendo su real dimensión de abordaje de


las relaciones entre masculinidades y femineidades (no entre mujeres y hombres, y menos aún
atendiendo sólo a las mujeres sin un parámetro comparativo desde la categoría misma como
dentro de las propias femineidades y masculinidades). Se ocultaba la existencia de la diversidad
sexual -sexualidades no heterosexuales, la intersexualidad, transexualidad - distintas
construcciones culturales sobre éstas, algunas “fuera de género o intergénero”, y la gran riqueza
que, desde esta mirada, reviste la humanidad.

Es importante relevar que la categoría de análisis “género”, surge de los estudios de Robert Stoller
y Gayle Rubin sobre sexo, género, identidad y políticas, en la década de los años 60. Dichos
estudios explicitan que el sexo puede presentar distintas interpelaciones a la propia ciencia médica
- como a la teoría del desarrollo humano u otras - develando que los cuerpos son diversos, y que
una mirada biologicista clásica sobre ellos no da cuenta del trayecto o recorrido que realizan las
subjetividades, orientaciones sexuales, sexualidades, prácticas sexuales o identificaciones de los
sujetos que los portan. (Stoller, 1973; Rubin, 1975) i

Asimismo, es necesario destacar que la politización de los estudios acerca de estas temáticas, se
deben, fundamentalmente, a la reflexión crítica feminista sobre las mismas.

En un primer momento, se enunciaba que sexo era “lo biológico”, inmodificable - sólo
transformable por una operación quirúrgica - que remitía a los cuerpos, entendidos como aparatos
ginecológicamente, hormonal y neurofisiológicamente diferenciados entre hembras y machos;
mientras que género referenciaba la construcción cultural en base al sexo, por lo tanto,
modificable en la historia.

También en sus albores, la llamada “teoría sexo/género”, partía de la descripción de ciertos


binarios como: sexo/género; patriarcado u orden del padre/matriarcado u orden de la madre;
mundo de la cultura/mundo de la naturaleza; conocimiento racional o sensible; espacio
público/espacio privado (división sexual del trabajo y de los roles); y otros que denotaban las
asignaciones culturales realizadas en base al sexo (concebido en este momento como sólo dos) de
las personas y que están “performativamente”ii construidas al momento de sus nacimientos.
Dichas construcciones y asignaciones, se destacaba, asignan roles, comportamientos, actitudes,
imaginarios, simbolizaciones diferenciadas, transformadas en desigualdades de dignidad, status,
derechos, poderes, entre varones y mujeres. El enfoque se fijaba en el ser mujer o ser varón, pero
poco se hablaba generalmente de la íntima relación entre la construcción de estas asignaciones, el
predominio de una masculinidad hegemónica heterosexual, rica, blanca, dominante en la historia;
y la heterosexualidad normativa sostenida por el orden socio cultural, incluso, coercitivamente
(Foucault, 1976-1984).

En estos estadios del avance teórico, se producía no pocas veces un reduccionismo en relación a la
preocupación por los derechos de las mujeres, transmitiendo la esperanza de que el
posicionamiento de éstas en el espacio público, negado, “de la cultura” (donde se ubican la
educación, el trabajo, la participación) produjera cambios en el sistema político y las relaciones
humanas. Las mujeres eran entendidas como portadoras, per se, esencialistamente, del cambio de
paradigma de género o sistema-orden de género. Pero no se especificaba quiénes eran estas
mujeres ni qué se entendía por mujeres. Evidentemente no se incluía entre ellas a las que
portaban cuerpos masculinos pero se identificaban como tales, ni se especificaba si también
estaban dentro de esta nominación las lesbianas o sólo se estaba haciendo alusión a mujeres
heterosexuales; sin tener en cuenta la variedad o diferencia entre las propias mujeres.

La categoría “ género” aplicada a las políticas de desarrollo favoreció una primera visibilización
acerca de las relaciones de poder entre femineidad y masculinidad en forma binaria (hombres y
mujeres) entre dos sexos entendidos también como binarios (hembras y machos), pero luego se
amplió a la comprensión de femineidades y masculinidades, posibilitando destacar las
desigualdades entre ellas. Sutilmente, logró denotar también que existen “ géneros” y connotar,
hasta cierto punto, la diferencia sexual.

Con Bonder, podemos definir género como una categoría de análisis descriptiva de realidades
sociales, analítica de las mismas, crítica y política, útil para dar cuenta de las relaciones de poder
entre el abanico de masculinidades y femineidades en forma compleja (Bonder, 1998).iii

De esta manera queda claro que a través de la categoría “género” podemos relevar las
desigualdades entre las distintas masculinidades y femineidades, como entre masculinidades entre
sí o femineidades entre sí, considerando sus posicionamientos socio culturales y políticos, en una
verdadera “ geopolítica de género”. (De Lauretis, 1987)

La categoría género incluye al sexo, que también es cultura, y se intersecciona en la práctica social
con otras categorías de análisis como raza, clase, etnia, con las que va dibujando discriminaciones y
desigualdades entrecruzadas. (Anderson, 2004 )

Desde estas nuevas consideraciones del constructo género, se da cuenta de sus inestabilidades
teóricas, metodológicas y políticas. Asimismo, se evidencia que las femineidades - lo que se
entiende como “femenino” que no sólo se encuentra en cuerpos de “mujeres” - han sido
históricamente las que han sufrido mayores subordinaciones, discriminaciones, violencias; las que
deben ser abordadas en políticas de reconocimiento y redistribución para ampliar el ejercicio de
los Derechos Humanos.
Se pretende llegar a la igualdad y el empoderamiento igualitario. Pero la igualdad no es un
concepto raso, ya que existen diferencias, que deben ser visibilizadas y abordadas a través de
medidas de equidad, de acción positiva, para la reducción de brechas y eliminación de las
desigualdades (diferencias transformadas en desigualdades). Para ello, es fundamental partir de
un enfoque de justicia, que posibilite esa “igualdad en la diferencia”, que la favorezca y promueva
no sólo ante la ley, sino también ante la vida. Esto incluye igualdad de oportunidades, trato y
resultados. Desde este posicionamiento, se comprende también la importancia de combatir el
relevamiento victimista de las discriminaciones en las políticas públicas, que no pocas veces siguen
considerando a los sujetos desde la subordinación, y no desde sus libertades, capacidades o
potestades (un ejemplo claro son las políticas de violencia contra las mujeres que las entienden
como “víctimas o sectores vulnerables”, por que siguen contemplándolas desde la construcción
genérica binaria y jerárquica). iiii

También, como dice Bonder, es interesante realizar “el progresivo giro hacia utilizar el género
como una categoría de análisis de todos los procesos y fenómenos sociales en lugar de reducirlo
a una cuestión de identidades y roles, al tiempo que viene creciendo desde el influjo de
estudiosas negras, latinas o de otros grupos identitarios tratados como minorías, el reconocimiento
de la heterogeneidad interna a la categoría y la necesidad por lo tanto de comprender las diversas
formas en que se articula en cada contexto con otras posiciones sociales como etnia, clase, edad,
orientación sexual, etc. En este aspecto son especialmente interesantes las contribuciones de la
llamada corriente de feminismo "postcolonial" que plantea como la subjetividad emerge de una
compleja interrelación de identificaciones heterogéneas situadas en una red de diferencias
desiguales. En este sentido, habría que pensar el proceso de subjetivación en términos de una
trama de posiciones de sujeto, inscriptas en relaciones de fuerza en permanente juego de
complicidades y resistencias. Esto es diferente a suponer que existe una identidad de género
definida, unitaria, que en forma sucesiva o simultánea se articula con una identidad de clase o de
raza, con las mismas características. Por lo demás, se hace necesario revisar críticamente las
significaciones simbólicas e imaginarias contenidas en la noción de articulación que tanto abunda
en los escritos feministas” (Bonder, 1998)

Los estudios de género, hoy, no pueden evadir una mayor profundización de los análisis sobre
masculinidades, como las relaciones de subordinación entre éstas (relación entre las
oportunidades laborales de hombres gay y hombres heterosexuales; entre hombres gay y personas
transexuales masculinas; las migraciones desde la mirada de las masculinidades involucradas; o
desde el fenómeno de las maras, por ejemplo). Tampoco, la revisión de las relaciones de poder
entre masculinidades y femineidades particularizadas (entre mujeres blancas, urbanas,
profesionales, con acceso a nuevas tecnologías y buenos salarios; en relación a hombres,
indígenas, sin acceso a nuevas tecnologías que viven en sectores rurales; por ejemplo). Asimismo,
las consideraciones de poder entre las propias mujeres (entre las mujeres blancas, urbanas, de
clase media, y las mujeres negras, a quienes se aplicó una teoría de género idéntica cuando sus
realidades eran tan distantes; o en relación a mujeres indígenas, para las que, de acuerdo a sus
cosmovisiones, puede existir una interpretación sobre género mirada desde un sistema holístico,
desde una cosmovisión y cosmogonías específicas; o entre mujeres heterosexuales en relación a
mujeres lesbianas, bisexuales, transexuales o transgéneros)

No obstante, el constructo “género” se “queda corto” aún para referirse a las intersexualidades u
otras realidades más complejas, que sí pueden abordarse desde la diferencia sexual. Pero, a la vez,
desde esta mirada - que destaca la importancia de eliminar estigmas o marcas sobre las personas
en base a sus sexualidades, prácticas sexuales – no se refleja, como sí lo posibilita la categoría
género, la relación de poder entre feminiedades y masculinidades, sino, antes bien, las
desigualdades evidentes entre la heterosexualidad normativa y las demás sexualidades humanas.
Ambos abordajes: los de género y de la diferencia sexual, asumen una parte de una realidad
mucho más compleja, todavía poco asible, sorprendente y ricamente diversa.

Sería interesante también, pensar en nuevos estudios sobre las complejas tramas entre cuerpos,
sexos, sexualidades, géneros, identidades sexuales o de género, que pueden describir diferencias
relevantes para ser respetadas desde las políticas (no estamos lejos, quizás, de pensar políticas de
salud sexual y reproductiva y derechos civiles para ampliar libertades y capacidades de personas
transexuales de la femineidad a la masculinidad que puedan tener hijos dentro de una pareja gay,
por ejemplo)

Sería muy difícil diseñar, ejecutar, monitorear o evaluar políticas de género y relativas a la
diferencia sexual (que está dentro de los procesos de género y también los desbordan), sin conocer
este mundo de complejidades para entender el poder, la salud, la educación, el trabajo u otros
aspectos de la vida humana.

Si no respetamos estas complejidades, el desarrollo entendido como ampliación de libertades y


capacidades humanas, tal como lo conceptualiza Amartya Sen (Sen, 1997) no podrá ser una
realidad ni personal ni socialmente posible, ya que nadie puede emanciparse ni ampliarlas desde
una posición cultural y políticamente subordinada, subalterna, privada de derechos, de status, de
apropiaciones, y menos aún desde un posicionamiento social sujeto a desigualdades
entrecruzadas.

Es importante, además, que estas descripciones, análisis, miradas críticas y politizaciones, se


realicen en forma situada, ya que cada localización presenta particularidades específicas que
necesitan ser contextualizadas y entendidas también, como dijéramos, dentro de estructuras
sociales complejas en términos de razas, étnicos, etáreos, urbano/rural, de clase u otras.

Bibliografía consultada.

1. Anderson, Jeanine: “Desigualdades entrecruzadas. Pobreza, género, etnia y raza en América


Latina”. Proyecto Género, Pobreza y empleo en América Latina. En Valenzuela, Rangel y
otros/as, año 2004. Oficina Regional OIT para América Latina y el Caribe.

2. Butler Judith: “Gender Trouble: Feminism and the Subvertion of Identity”, Routledge, 1990.
3. Braidotti, Rosi: “Nomadic Subjects. Embodiment and Sexual Difference in Contemporany
Feminist Theory”, Columbia University Press, New York, 1994.

4. Braidotti, Rosi: “Patterns of Dissonance”, Polity Press, UK, 1991.

5. Bonder, Gloria: “Género y Subjetividades. Avatares de una relación no evidente”. PIEM.


Chile. 1998

6. De Lauretis, Teresa: “Technologies of Gender”, Indiana University Press, Bloomington, 1987.

7. Foucault, Michele: Historia de la Sexualidad. Tomos 1,2 y 3. Siglo XXI Editores, 1976.-1984

8. García Prince, Evangelina: Igualdad, equidad y gender mainstreaming. De qué estamos


hablando?. Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Proyecto América
Latina Genera (www.americalatinagenera.org). Salvador, año 2008.

9. Kinsey, Alfred, Informes. EEUU. “El comportamiento sexual en el hombre” 1948 y


“Comportamiento sexual en la mujer” 1953

10. Rubin, Gayle: "The Traffic in Women: Notes on the Political Economy of Sex" en Rayna
Reiter (Ed): Towards an Anthropology of Women, New York, 1975.

11. Sen, Amartya: Informe de Desarrollo Humano. Programa de Naciones Unidas para el
Desarrollo ( PNUD) 1997.

12. Stoller, Robert: "Overview: The Impact of New Advances in Sex Research on Psychoanaltic
Theory" en American Journal of Psyquiatry, 1973.

i
Anteriormente podemos destacar los Informes de Kinsey sobre sexualidades humanas de hombres y mujeres
en la década del 50 en los Estados Unidos, que ya detectan, tras una amplia muestra poblacional, tres sexualidades
básicas: heterosexual, bisexual y homosexual y múltiples prácticas sexuales dentro de la diversa realidad humana.
ii
Judith Butler hace referencia al concepto de performatividad, o formación pre existente en la cultura en la cual
nacemos y nos socializamos.
iii En esta definición se incluye, sutilmente, la existencia de géneros, dentro de la diversidad de masculinidades
y femineidades, pero se sigue trabajando sobre el binarismo masculinidad/femineidad sin dar lugar a transgresiones a
esta realidad, que obliga a identificarse con una u otra aunque de distintas maneras o posicionamientos, no incluye a
quienes presentan una diversidad mayor, que no se encuentra reflejada ni como masculina o femenina específicamente
ni quiere definirse desde este posicionamiento obligado culturalmente.
iiii Es importante profundizar el marco conceptual sobre igualdad, equidad y gender mainstreaming a través
del texto de Evangelina García Prince : “ Políticas de igualdad, equidad y gender mainstreaming. De qué estamos
hablando?”. Marco Conceptual. Editado por el Programa de Naciones Unidas pora el Desarrollo (PNUD) a través del
proyecto : América Latina Genera: Gestión del Conocimiento para la equidad de género en América Latina y el Caribe,
en el año 2008 ( www.americalatinagenera.org) que incluimos en los documentos del Curso. En este Curso, cuando
hablemos de equidad de genero estamos haciendo referencia a que la equidad es la mirada necesaria para llegar a la
igualdad en sentido amplio, que es la meta o utopía posible.

También podría gustarte