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I. Introducción
La pérdida de la vida o el hecho de la muerte desde siempre ha sido una
preocupación para el hombre, reflejándose a lo largo de la historia en todos los
ámbitos culturales en la literatura, filosofía, en las religiones de los pueblos o en
el propio Derecho. De igual modo lo ha sido todo aquello que está ligado a la
muerte del sujeto o los efectos que produce en el afectado o en los otros: el
miedo, el dolor o sufrimiento, etc.
Para SANTO TOMÁS DE AQUINO, era más grave suicidarse que matar a otra
persona, no obstante, mantenía una posición más moderada reformulando el
concepto de irresponsabilidad respecto a las enfermedades mentales, y en
cuanto a las causas u origen de estas, nada tenían que ver con la posesión
diabólica u otras influencias sobrenaturales, utilizando los términos romanos
furiosus o insanus. Las concepciones tomistas no influyeron en el Código
Canónico hasta el siglo XIX, coincidiendo con la expansión de la Ciencia
Psiquiátrica13.
Por otro lado, durante los siglo XVII y XVIII en el pensamiento filosófico y
jurídico surge la polémica del fundamento de la penalización del suicidio.
Destacando por su oposición MONTESQUIEU, DIDEROT, BECCARIA, y
VOLTAIRE entre otros. Aunque la Ordenanza francesa estuvo en vigor hasta la
Revolución Francesa, ésta era inaplicada por los jueces por medio de la
excepción de "arrebato, demencia", etc., derogándose en 1791, lo que influyó
en bastantes países europeos en el sentido de no reprimir el suicidio16.
El texto recoge en este mismo artículo junto con derecho a la vida otros
derechos que en el tema que nos ocupa pueden plantear un conflicto de
derechos fundamentales como veremos más adelante.
Esta postura del Tribunal parece seguir la teoría de origen liberal de que lo que
no está prohibido por la Ley, está permitido. En cualquier caso, tampoco se
puede decir que es antijurídico o que vulnera las normas jurídicas, y menos las
de orden penal, la realización de un acto no prohibido por norma alguna.
Pero tampoco existe una obligación del Estado o de terceros en los casos de
pacientes en situación terminal (situación que entendemos según los criterios
establecidos por la SECPAl)33, para alargarles la vida utilizando medios
desproporcionados en contra de la voluntad de los mismos. En este supuesto
no existe legitimación alguna para actuar en contra de la voluntad del titular. Ya
que en estos casos donde la muerte es ya inevitable, si el paciente se niega a
ser sometido al tratamiento que sea, solo se produce irremediablemente la
muerte natural.
Los derechos del paciente, tanto en los servicios sanitarios públicos como
privados, los regula el art. 10 de la citada Ley. En la misma, el consentimiento
es un principio general que se recoge en el apartado 6, pero éste está
inevitablemente unido al derecho a la información (apartado 5), cristalizada
esta ligazón en la doctrina del consentimiento informado.
Como se ve, es una regla excepcional, pero es más, era una norma (ética) sin
eficacia jurídica, (a lo sumo para amparar el derecho de objeción de conciencia
del médico art. 16.1 C.E.) para oponerse al cumplimiento de lo dispuesto en el
art. 10 de la LGS.
Vemos que se produce una importante evolución en la ética médica (al menos
en el texto, porque como veremos será difícil para los médicos asumir esta
cuestión), pero no en la de los operadores jurídicos. No existe un debate ético
dentro de este ámbito, sobre la influencia que tienen las propias creencias en la
interpretación y aplicación del Derecho. Por lo que cada uno hace según su
moral, dando lugar a una inseguridad jurídica importante, como ya se ha
apuntado, impedirá a muchos médicos, por miedo a las consecuencias
jurídicas que se deriven de su conducta, aunque ésta sea conforme a la ética.
La opinión del menor será tomada en consideración como un factor que será
tanto más determinante en función de su edad y su grado de madurez"
Lo que se hace necesario porque "la muerte es para nuestra cultura un hecho
oculto y escamoteado, quasi pornográfico, del que no es correcto hablar, como
si tratara de un tema de mal gusto", que se manifiesta en todos los ordenes de
la vida, el alejamiento de la muerte de nuestros hogares para integrarse en las
instituciones (hospitales), dejando de cuidar o de acompañar en el medio
familiar al paciente terminal o la dificultad de manifestar los sentimientos ante la
muerte, incluido el paciente, etc. Nuestra cultura "que ha destabuizado la
sexualidad e insiste en la importante necesidad de una educación sexual, ha
creado el tabú de la muerte48.
En la actualidad uno de los problemas más graves con el que se enfrenta los
sistemas sanitarios públicos occidentales es el aumento constante del gasto y
la necesidad de controlar los costes, porque puede poner en peligro la
viabilidad de los mismos. Por ello, algunos países (Holanda, Suecia, EEUU)49
han comenzado a debatir y a realizar actuaciones tendentes a la limitación de
las prestaciones sanitarias.
Ésta limitación de las prestaciones no puede hacerse por otra vía, que no sea
la pública y democrática, ha de ser conocidas por todos los ciudadanos y con
su participación. En este sentido, es conveniente ver claramente las diferencias
respecto de la situación que analizábamos anteriormente de los pacientes
terminales en España con el concepto que ahora tratamos: se "entiende por
<<racionamiento>> o limitación de prestaciones el establecimiento organizado,
sistemático y deliberado, de límites al acceso a una asistencia necesaria de
acuerdo con algún principio que no sea el de bien fundamental del paciente. Se
excluye de esta definición la limitación causal de facto producida por factores
como las fuerzas del mercado, la situación geográfica, la disponibilidad de
personal, la educación, etc. Esta exclusión no es porque no exista la limitación
de facto, sino porque ésta no tiene justificación ética en una sociedad
desarrollada"50, y de lo analizado en este trabajo, se desprende que desde el
punto de vista jurídico tampoco.
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2PADIERNA ACERO J. A., "El impacto del suicidio sobre la familia y el equipo
terapéutico" Revista Psiquis, V. 11 8/1990, pág. 31.