Está en la página 1de 6

Psicología, Ética y Derechos Humanos, cátedra I

Ética profesional: Abuso sexual en la psicoterapia


Juan Jorge Michel Fariña

Ética profesional:
Abuso sexual en la psicoterapia
Juan Jorge Michel Fariña

Clase dictada el 15 de noviembre de 1992. Versión corregida

Como ustedes saben por haber leído las actas respectivas, hace dos años dedicamos
una reunión de nuestro seminario a discutir los casos de relaciones sexuales entre
pacientes y terapeutas durante o luego de la finalización de un tratamiento
psicoterapéutico. Tomaré nuevamente este tema para mi clase de hoy por dos
razones. La primera, para tener la ocasión de agregar ideas que ayuden a entender
las cuestiones que quedaron pendientes, trabajando y discutiendo algunos casos. La
segunda, porque lo encuentro lo suficientemente excitante como para concitar el
interés de ustedes –y el mío propio– a esta hora de la noche y desarrollar así varias
cuestiones teóricas que quisiera dejar claras hoy.

En los Estados Unidos este tema ha generado publicaciones especializadas, artículos


de divulgación en revistas de gran difusión como el caso de Newsweek, la creación
de articulados específicos en los códigos éticos y la constitución de asociaciones
destinadas al tratamiento y prevención del problema en los pacientes víctimas de
abuso por parte de sus terapeutas. Deberíamos decir las pacientes, porque en la
amplia mayoría de los casos se trata de pacientes mujeres con terapeutas hombres,
como veremos luego. Ustedes recuerdan seguramente los datos aportados por Estelle
Disch y citados en nuestro seminario de 1990, según los cuales uno de cada diez
terapeutas se ha visto involucrado en alguna forma de relación extra profesional de
carácter sexual con sus pacientes. Estuve recientemente en Boston y pude tomar
conocimiento de algunos casos específicos, cuya información me parece
fundamental para compartir en este espacio. De varios de estos casos he
seleccionado también los recortes de los diarios en que apareció la noticia para que
ustedes vean el tipo de tratamiento que los medios de comunicación están dando al
asunto. Todos estos recortes pertenecen al Boston Globe, uno de los mejores diarios de
los Estados Unidos, insospechable por tanto de todo sensacionalismo. Verán ustedes las
fechas de los artículos y con ello se darán una idea de la frecuencia de las situaciones.
Tomaré tres casos de los Estados Unidos y luego, si el tiempo nos lo permite, uno de
Buenos Aires. Cada uno está elegido de acuerdo a determinadas características que
ustedes irán reconociendo y que nos permitirán luego hacer las distinciones relativas a
las categorías éticas involucradas.

Veamos el primero. El caso del Dr. Joel Feigon, terapeuta de 60 años, a quien la junta
directiva del estado de Massachusetts le retiró la matrícula profesional por haber
mantenido relaciones sexuales durante ocho años con una paciente cuyo amante e
hijos estaban también en tratamiento con él. Feigon es psiquiatra y su caso apareció
en la primera página de la edición del 12 de septiembre último. A la hora de tomar la
decisión final, la junta hizo especial hincapié en la manipulación de los cuatro
pacientes por parte de Feigon, dos de ellos menores, haciendo constar este elemento
en su fallo. Por supuesto, como suele ocurrir en estos casos, los abogados de Feigon
calificaron como “equivocada” la decisión y apelaron el fallo. Aparte del contacto
sexual entre Feigon y su paciente, uno de los magistrados que intervinieron en la causa

1
Psicología, Ética y Derechos Humanos, cátedra I
Ética profesional: Abuso sexual en la psicoterapia
Juan Jorge Michel Fariña

civil observó otro hecho de importancia. El que la mujer, su amante y los niños
estuvieran en tratamiento con el mismo profesional de manera simultánea y como
personas individuales. De este modo, aparte del comité de ética, una ley
administrativa analiza la situación en estos términos: “No se considera una buena
práctica para un analista el conducir simultáneamente la terapia de amantes o de
más de una persona a la vez en una familia en que los vínculos son muy estrechos”.
Esto abre otra cuestión para el tema de la ética, cuestión que excede el marco de lo
que puedo tratar hoy con ustedes, pero que dejo para que vayan pensando.

Volvamos por un momento a la situación específica de abuso sexual. Utilizo la


expresión “abuso sexual” para conservar el término norteamericano a falta de uno
mejor; en otro momento reflexionaremos sobre su grado de pertinencia. En un caso
como el descripto, existen testigos y pruebas que hacen evidentes la falta del
profesional. En un sentido, es similar a la situación ocurrida con Rascovsky y que
Osvaldo Cucagna describió en nuestro seminario de 1990, con la diferencia de que en
aquel caso la situación no fue penalizada. En el caso de Feigon se comprobaron los
hechos, el comité de ética lo consideró de la mayor gravedad y retiró la matrícula del
profesional.

Veamos un segundo caso. Esta vez no se trata de un desconocido sino del Dr. Jules
Masserman, quien fue presidente de la Academia Norteamericana de Psicoanálisis y
de la Asociación de Psiquiatría de los Estados Unidos, aparte de presidente honorario
vitalicio de la Asociación Mundial de Psiquiatría Social. Masserman fue denunciado por
una de sus pacientes, Barbara Noel, a quien el profesional abusaba sexualmente luego
de inyectarla con Amytal. En este caso, el testimonio es el libro escrito por la propia
paciente, bajo el título “You must be dreaming”, la frase con que Masserman la
inducía a dormirse en el momento en que la droga comenzaba su efecto, para luego
abusar sexualmente de ella. Si les parece terrible el caso –veo rostros con expresiones
de espanto–, sepan que no es el único: hago una pequeña digresión, para comentar
que recuerda mucho al de un anestesista que tenía sexo oral con las pacientes
durante las operaciones quirúrgicas, y lo que es más grave, ante los ojos del resto del
equipo médico que durante años amparó esta conducta.

En fin. Cuando Barbara Noel decidió llevar el caso de Masserman a la corte, otras dos
mujeres, una abogada y una empresaria, que habían sido también pacientes suyas,
iniciaron a su vez acciones por haber sido abusadas sexualmente con metodologías
similares. En su libro, Noel afirma que la adicción al Amytal fue inducida por Masserman
quien se negaba a retirárselo para crear las condiciones de dependencia que
facilitaran su conducta sexual. Un mes después de iniciadas las acciones en contra
suyo, con obvio reconocimiento de la APA y otras instituciones a las cuales pertenecía
el profesional, Masserman recibió un premio de honor en el Congreso Internacional de
Psiquiatría Social realizado en Rio de Janeiro en 1986. De hecho, su caso no tuvo
mayor difusión hasta la reciente aparición del libro de Noel y de una nota en la
célebre columna de Ann Landers, aparecida el 13 de septiembre. Allí, su autora
denuncia el silencio que pesa sobre el caso y comenta que cuando ella interrogó a la
APA sobre la cuestión, sus directivos le dijeron simplemente que “el Dr. Masserman se
ha retirado de la profesión”.

2
Psicología, Ética y Derechos Humanos, cátedra I
Ética profesional: Abuso sexual en la psicoterapia
Juan Jorge Michel Fariña

Van siguiendo las fechas: 12 de Septiembre, el artículo de Feigon (me salteo otro, el de
Patel Taunton, también del 12, por razones de tiempo y para no abundar), el de
Masserman del 13 de Septiembre. Veamos esta tercer noticia. Ustedes ven los recortes.
Fue tapa del Boston Globe del 18, 19 y 20 de Septiembre de 1992: el caso de la Dra.
Margaret Bean-Bayog. Ampliamente difundida, la situación de esta profesional ha
ocupado la opinión pública y también nosotros –pero por razones diferentes– le
dedicaremos a ella más espacio que a sus colegas precedentes.

Una breve cronología de los hechos. En Julio de 1986 la Dra. Bean-Bayog tomó en
tratamiento a Paul Lozano, un estudiante de Medicina en la Universidad de Harvard.
En Septiembre de ese año, Paul Lozano es internado por primera vez a causa de sus
pensamientos suicidas. Entre esa fecha y Febrero de 1991, Lozano fue internado por lo
menos ocho veces por ideas suicidas que en ocasiones llegaron a intentos fallidos. En
Mayo de 1987, el hospital toma conocimiento de lo que considera una participación
excesiva de Bean-Bayog en el caso Lozano. En Junio de 1987 Bean-Bayog realiza una
supervisión con el Dr. Dean Buie, quien le dice que el tratamiento con Lozano marcha
bien y que el paciente podría suicidarse si ella lo interrumpe. En Noviembre de 1988
(salteo algunos hechos), la terapeuta le dice a su paciente que deberá limitar sus
sesiones a menos que él pague entre 100 y 120 dólares por semana. La terapia finaliza
en Junio de 1990. En Octubre de ese mismo año, Lozano inicia un nuevo tratamiento
con el Dr. William Gault. En Diciembre, Gault eleva un reporte a la junta médica del
Estado alegando que Bean-Bayog realizó con el paciente un tratamiento inadecuado.
En Enero de 1991, Lozano viaja a Boston a la ciudad de El Paso para cumplir con una
rotación médica en sus estudios universitarios y en el mes de Abril de ese año muere al
inyectarse una dosis letal de cocaína.

En Septiembre de 1991 la familia Lozano inicia acciones contra Bean-Bayog


acusándola de haber manipulado y seducido a su paciente causándole la muerte. Se
basaba para ello en varias cartas y fotografías de la terapeuta encontradas entre las
pertenencias de Paul Lozano, las cuales habían sido enviadas o entregadas por ella
durante el tratamiento. En Marzo de 1992, el apoderado de la familia Lozano presenta
a la corte 3000 páginas con los documentos presuntamente probatorios sobre el caso.
En el mes de Junio, la junta médica estudia los alegatos contra Bean-Bayog,
estimando que su tratamiento de Lozano no se realizó de manera conforme a lo
aceptado por los criterios médicos, causando en consecuencia daño a su paciente.
La terapeuta es conminada a continuar su práctica terapéutica bajo supervisión de
otro psiquiatra. El 17 de Septiembre, Bean-Bayog presenta su renuncia, en una extensa
carta (publicada íntegramente en el recorte del Boston Globe que les estoy
mostrando), en la que rechaza los cargos que se le hacen y donde ratifica que jamás
se vio envuelta en ninguna clase de conducta sexual incorrecta con Paul Lozano.
Finalmente, luego de rechazar en primera instancia su renuncia, la junta médica
termina aceptándola ante una segunda presentación, el 19 de Septiembre.

Hasta aquí los casos que extracté. Espero que a pesar de la síntesis se haya entendido
lo esencial de cada uno de ellos, sobre lo que volveremos ahora.

Parece claro que en el caso de Feigon, quien tuvo sexo con su paciente mientras
atendía a miembros de su familia, estamos ante una violación, entre otras, de la pauta
ética de la abstinencia. En el segundo caso, el de Masserman, anestesiar a las

3
Psicología, Ética y Derechos Humanos, cátedra I
Ética profesional: Abuso sexual en la psicoterapia
Juan Jorge Michel Fariña

pacientes para utilizar su cuerpo sexualmente, no parece tampoco presentar dudas:


existió violación de la ética. ¿Qué ocurre con Bean-Bayog? Su paciente terminó en el
suicidio y efectivamente ella pudo haber contribuido a ello con una terapia
inadecuada. Más aún: el envío de cartas y fotos suyas a un paciente en estas
condiciones pudo haber sido un factor precipitador de la dosis letal de cocaína.
¿Podemos decir entonces que incurrió en una falla ética? De afirmarlo, ¿estaría ésta
en el nivel de los casos anteriores? ¿Sería más leve o más grave? ¿Por qué?

Comencemos con estas preguntas nuestra reflexión de hoy. Recordaré para ello la
anécdota que se desprendió de nuestras clases de 1990 cuando en ocasión de
presentar una enumeración de situaciones susceptibles de constituir fallas éticas, los
estudiantes nos interrogaron sobre una que según ellos estaba faltando. Nos decían:
no está incluido el que el analista se duerma durante una sesión (cosa que
aparentemente ocurre más seguido de lo que se cree). ¿No es acaso ésta una
gravísima falla ética? Y como entonces decimos provocativamente nosotros: no. No lo
es. ¿Qué indica que un analista se quede dormido durante una sesión? En primer
lugar, que tiene sueño, que está cansado y que su cuerpo no le responde y le pide
dormir. No hay allí cuestión ética alguna. El dilema ético lo tendrá el analista no
cuando se queda dormido, sino más bien cuando se despierte. ¿Qué hace con su
sueñito? ¿Reniega de él, como en algunos casos que se nos han relatado, fingiendo
sentirse mal, alegando una indisposición como pretexto para ir al baño, refrescarse y
regresar para continuar con la sesión como si nada hubiera pasado ante el paciente
que en algunos casos hasta lo escuchó roncar? ¿O por lo contrario reconoce que se
había dormido, que pensaba que estaba en condiciones de atender cuando
comenzó la sesión pero que evidentemente no era así, pide disculpas, da por
interrumpida la sesión y ofrece recuperarla en otro momento?

Se ve la diferencia. Por supuesto, puede ocurrir que tanto el paciente del primer
ejemplo como el del segundo abandonen la sesión sin retomar nunca más su terapia.
Porque ver al analista dormirse mientras uno habla en sesión no es una experiencia
precisamente agradable. Pero no escapa a ninguno de ustedes que muy distinto será
lo que se lleve uno y otro al dejar el consultorio. El primero se irá sabiendo que su
analista le mintió, y que si regresa será para clausurar toda referencia al sueñito de su
analista, o lo que es lo mismo, para continuar su análisis en condiciones que son su
negación misma. Al resolver el dilema ético por el camino de la mentira, el analista
muestra que no está en condiciones de sostener su posición, clausurando así todo
camino terapéutico posible. El segundo paciente, en cambio, se llevará, junto a un
sentimiento inequívoco de frustración, sin embargo, las condiciones para continuar su
análisis. Con todo el dolor que su narcisismo le imponga, podrá volver para hablar del
sueñito. El analista se durmió en la realidad, pudo reconocerlo y por lo mismo su
sueñito puede ingresar, transferencia mediante, en un camino simbólico.

Ahora bien, dormirse en medio de una sesión es poner en peligro el tratamiento de un


paciente. Es hacer mal el trabajo para el cual se requirió su presencia allí. Es un
ejemplo de lo que llamaremos de ahora en más mala praxis. Al quedarse dormido, un
terapeuta incurre en mala praxis profesional. Cuando se despierta, en cambio, está
ante un dilema ético: tiene dos caminos claramente diferenciados; sabe que las
consecuencias de uno y otro son bien distintas y elige intencionalmente uno de ellos.

4
Psicología, Ética y Derechos Humanos, cátedra I
Ética profesional: Abuso sexual en la psicoterapia
Juan Jorge Michel Fariña

Diremos entonces: toda violación a la ética conlleva una mala praxis; pero no toda
mala praxis involucra un problema de ética. Veamos nuestros ejemplos precedentes.
Tanto Feigon como Masserman sabían que las relaciones sexuales son incompatibles
con la psicoterapia. No podían no saberlo, porque constituyen una falta ética
tipificada en todos los códigos de conducta y sobre todo porque la abstinencia sexual
es una de las condiciones de posibilidad para la existencia del tratamiento mismo.

Y permítanme aquí una breve digresión para salir al cruce de una cuestión que
merecería mayor tiempo del que disponemos pero que no quiero dejar de mencionar.
Las relaciones sexuales que Feigon mantuvo con su paciente contaron con el
consentimiento y –no faltará quien diga– hasta con el placer de ella; Masserman, en
cambio, cometió directamente una violación. ¿Hace esto a una diferencia a los fines
que aquí nos interesan? Por supuesto que no. no la haremos nosotros y
fundamentaremos más adelante por qué. Y al decirlo no olvidamos que en los Estados
Unidos la diferencia fue establecida: al primero que se lo despojó de su matrícula
profesional, mientras que al segundo sólo se lo suspendió por cinco años, luego de lo
cual decidió “retirarse” voluntariamente. Simplemente veremos en ello un nuevo
ejemplo de los límites del sistema norteamericano, al que ya hicimos mención en 1990
y sobre el que volveremos a la carga algún día.

La seducción que un paciente puede llegar a desplegar frente a su analista, lejos de


constituir un atenuante en los casos de abuso sexual, es en rigor un agravante. El
analista debe estar dispuesto a mantener la abstinencia, especialmente la sexual,
porque es eso y no otra cosa lo que el paciente requiere de él. Si llegara a su
consultorio un paciente cuyos rasgos la evocaran como sentimiento
contratransferencial la impronta de una fuerte excitación sexual, tendrá en sus manos
todas las pistas para saber lo que puede allí legar a ocurrir. Y si este paciente reviste los
rasgos no ya de una histeria sutil, sino incluso de una erotomanía, con más razón sabrá
que deberá esperar una provocación sexual y estará para ello por tanto doblemente
avisado.

No es obvio que algo de esto ocurra en el caso de Margaret Bean-Bayog. Su


tratamiento de Paul Lozano puede haber sido pésimo –y muy probablemente lo fue–,
con lo cual estaríamos en el terreno que antes definimos como de mala praxis. Pero no
se ve que exista un problema ético de abuso sexual. Por lo pronto, existen detalles que
permiten avanzar en un “diagnóstico diferencial”: el primero de ellos es que consultó
con un supervisor; deseaba hacer su trabajo lo mejor posible y estaba dispuesta para
ello a escuchar la opinión de un tercero. El hecho de que éste le aconsejara seguir
adelante e incluso reforzara su vínculo imaginario con el paciente, no puede
atribuírsele a la terapeuta. Se ve la situación: estamos ante profesionales que
consideran que están haciendo lo mejor por el paciente. Una consideración
voluntarista de este tipo puede abrigar incluso la creencia de que la terapeuta lo es
todo para el paciente y que por lo tanto una carta o hasta una fotografía suyas
puedan servir de algún aliento.

Entiéndase con esto que no estamos juzgando el caso de Bean-Bayog ni ninguno de


los antes citados. No es éste el espacio ni disponemos de los elementos para ello.
Queremos sí mostrar con toda su fuerza el punto de la diferencia.

5
Psicología, Ética y Derechos Humanos, cátedra I
Ética profesional: Abuso sexual en la psicoterapia
Juan Jorge Michel Fariña

Por razones de tiempo voy a dejar aquí. Digamos a manera de conclusión provisoria
que nunca evaluamos la gravedad ética de una conducta por las consecuencias que
de ella emanen para la víctima, sino por el análisis de los valores puestos en juego en
la situación misma. Un ejemplo: Paul Lozano se suicidó, mientras que la paciente de
Feigon tal vez haya cumplido una fantasía omnipotente y diga sentirse bien; eso no
nos dice nada sobre la gravedad de los actos de ambos terapeutas, los cuales son
evaluados en otro andarivel.

Para internarnos en esa dimensión deberíamos tomar un caso en detalle y trabajar


pacientemente sobre él, cosa que obviamente no podemos hacer con la premura del
reloj. Como ven, siempre falta tiempo. Pero la cuota de frustración que percibo en
ustedes –y que impone una deuda de mi parte para la clase próxima– nos asegurará
un auditorio expectante para ese entonces; sin ese deseo puesto en juego, nada
interesante puede pasar en la vida. Que así sea y gracias.

También podría gustarte