Está en la página 1de 4

DE LAS VIEJAS SOCIEDADES DE CONTROL O UNA NOTA

ETNOGRÁFICA

César Meneses J.

Antropólogo/arqueólogo UdeA.

En la mañana sonó la sirena de una patrulla de policía, en la que un


agente joven decía, con un altavoz, “¡Quédense en sus casas!, por su
salud y la de sus familias”. Efectivamente, las personas estaban en sus
casas, como lo han estado hace casi dos semanas, temerosas de toparse
de frente con un portador del virus que llegó de Asia, en la boca y la
saliva de otros, unos otros ahora monstruosos en tanto a que son
emisarios de una posible muerte que ataca de frente a occidente y a su
querido sistema capitalista.

Pensé entonces, de nuevo, en Foucault, en lo que pensaría al ver esa


patrulla o al escuchar el mensaje del policía “Quédense en sus casas”.
¿Obedecería? ¿Se quedaría encerrado otra vez, temeroso de contagiarse
o de contagiar a otros? Posiblemente no. Él comprendería, de carne
propia, lo que está pasando. Ese miedo, un miedo psicológico puesto
ordenadamente en los cuerpos de los otros, no es más que uno que ha
mutado históricamente, que ha cambiado de forma, sin síntomas, de
grupos humanos generalmente minoritarios, que circunscribe a las
personas en el espacio territorial de sus casas, pero que, por encima de
todo, restringe el contacto social entre unos y otros. Reduce así las
posibilidades de congregación y establece una nueva construcción de
los lugares y del “otro” mismo.

¿Se trata entonces de una nueva forma de las sociedades de control, un


acento del establecimiento que se viene dando hace años en forma de
métodos de comercio y de dominación económica, puestas ahora las
fuerzas en el peso de las imágenes del miedo y de la muerte,
enarbolando las representaciones de líderes políticos en forma de
mesías y redentores? ¿Podríamos estar hablando del establecimiento de
nuevas formas del confinamiento de la alteridad, ya no en los
hospitales, asilos, cárceles y colegios, sino un confinamiento
virtualizado, en salas de conferencia virtual, chats y sesiones de Netflix?
¿Una nueva y sofisticada forma del control y la vigilancia social?

Por otra parte, un poco más tarde salí a comprar algo de comida. La
gente en la calle está numerada según su documento de identificación,
en filas ordenadas con distancias de uno a dos metros, vigiladas por
agentes de policía que llaman a la atención de las personas que rompen
los espacios. Una mujer furiosa, de unos 60 años, exigía al policía que
reprendiera al hombre delante de ella, pues, al no avanzar
correctamente, rompía con la distancia requerida. La miré asqueado;
otra vez Foucault, otra vez las formas de la vigilancia social, una
cámara de carne y hueso que denuncia el rompimiento de la norma
establecida por el macrosistema de vigilancia y poder. La mujer furiosa
es un dispositivo preprogramado dentro de las lógicas de las tecnologías
culturales de control. Se trata de una mujer objeto, temerosa,
construida en torno al “otro” peligroso y hostil. Una cámara humana
que no puede reflexionar más que por medio de los códigos cifrados que
giran en torno a la limpieza social.

Entonces, al mirar a mi alrededor, me encuentro con los rostros


impasibles que aprueban el actuar de la mujer furiosa. Todos, ocultos
tras sus tapabocas y protegidos por sus guantes de látex, temerosos y
hostiles, comentan la actitud peligrosa del hombre que no avanza. De
ahí que el problema no sea el virus sino “el otro”. El virus podría
cambiar de nombre: la peste negra, el cólera, el sida, el ébola, sífilis,
herpes, gripe, como quiera que sea, es el otro posible portador quien
asusta, y lo hace en tanto a respuesta a los requerimientos del
establecimiento social: “no lo toques, está sucio”; “no te acerques, te
contagia”; “ no te agrupes, te mata”; “no le hables, te envenena”; “no
protestes con él, apesta”.

Ahora bien, vivimos en una sociedad aséptica en la que escasean el


jabón antibacterial, los tapabocas, el alcohol y el papel higiénico, lo que
supone un miedo generalizado a la exposición al virus. Pero en términos
simbólicos, es una que busca la posibilidad de erradicar el germen del
“otro sucio”, el otro que no habita mi espacio territorial, mi casa, por
tanto, contagiado de ese virus, también simbólico, que no soy yo ni está
en mi casa, sino que es él y está en la suya.

Una sociedad que busca el distanciamiento con el otro que ha


representado históricamente al monstruo que porta la enfermedad: el
homosexual portador de sida; el negro portador de ébola, el extranjero
portador de gripe, el habitante de calle portador de infecciones; en fin,
“el otro enfermo”. Si bien la erradicación no ha sido de facto (miento,
pues por lo menos en Colombia el otro ha sido exterminado de diversas
bestiales maneras) el distanciamiento social y el miedo son unas nuevas
formas del exterminio. La separación y el confinamiento se configuran
como herramientas de erradicación de las relaciones sociales, que
comienzan a enmarcarse en Post de Facebook, mensajes de Wathsapp y
publicaciones de Instagram. Es decir, Clean encounters, para una
sociedad de la limpieza.

Al final vuelvo a mi casa. Al entrar me lavo las manos durante cinco


minutos y uso alcohol. Me paro en el balcón a ver a unos policías que
piden los documentos a un transeúnte. Igual asqueado. Todos llevan
guantes y tapabocas; una mujer policía, además tiene una botella, tal
vez alcohol, que esparce encima de los guantes de látex. Todo me parece
una escena de una película distópica. Al frente un vecino en su balcón
le pregunta a otro que camina por la calle por qué no está en su casa,
con tanto peligro que hay. Yo pienso otra vez en la voz del policía de la
patrulla, en dónde estará la mujer furiosa, en este virus que es real pero
que sirve de excusa.

Entonces me siento a trabajar. Tengo miles de rocas por marcar y


clasificar, aquí en mi casa, lejos de mis colegas del laboratorio.

También podría gustarte