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Aquí, ahora, permanezco quieto en la inutilidad de vivir. Siento que el corazón se me sale a
comprar pan y que nada ni nadie podrá curarme. Excepto el alcohol, ese si que es un amigo y
enemigo al mismo tiempo. Aborrezco la existencia de esta patria, aborrezco mis cantos en la
ducha y aborrezco todo tipo de soluciones espiritualmente correctas. ¡Que se jodan ¡
Al amanecer suelo levantarme a mirar el punto exacto en cuando el sol asoma sus
primeros rayos. Ilumina el cerro, desparramando en forma de acuarela los colores del cielo. Yo los
observo y medito. Lo medito y cierro los ojos. Así de sencillo es sentir el éxtasis de las cosas
simples.
Luego, al tomar desayuno, caliento un par de panes con mantequilla y un buen tecito de
arándano. Sonrío por si las moscas, como ensayando acciones que haré durante el día. Practico
frases como: “buenos días hijo de puta”, “señor colectivero baje el volumen de su mierda de
radio” “señorita me podría dar permiso por la conchesumadre que voy atrasado”. Así práctico mis
frases, que, en evidencia real, siempre cambian. Lo ocupo como desahogo. Otros lo hacen al revés:
Se levantan con ánimo y alegría, pero el día termina por consumirlos. Tocan la bocina de los
automóviles, empujan a la gente con descaro, no ceden el asiento a quienes lo necesitan etc.
Al llegar la tarde duermo una siesta de 2 horas para despertar y prender la televisión. Como no hay
cable, debo conectar mi pc y conectarme a internet y escuchar música de mis bandas favoritas.
Llega el momento de oscurecerse y veo los últimos rayos del día. Luego duermo e intento que en
algún sueño pueda aparecer mi madre haciéndome cariño en el pelo, que, por cierto, ha muerto
hoy.
Siempre me acuerdo cuando nos juntábamos con Joaquín Romero a elevar volantines en
tardes de septiembre y octubre. El viento sacudía nuestras caras y elevaba a lo más alto del cielo
volantines y cometas de distintos colores. Cuando ya habíamos cumplido 18 años, nos
drogábamos con marihuana escondido de nuestras familias. Un par de fumadas cada uno, y nos
elevábamos como los volantines. Nos convertíamos en las nubes que tanto deseábamos llegar.
Pero la droga es efímera y de un golpe ya estabas abajo. Pisando tierra.
Fuimos amigos hasta que llegó el tiempo de irnos a la universidad. Y nos abandonamos
mutuamente. No lo vi durante muchos años, hasta antes de ayer cuando lo vi revolviendo un café
en las vitrinas de la cafetería doña luisa. Con la misma mirada de siempre como pidiendo perdón
por existir, una melancolía única. Como todos los atardeceres del tres ojos, un sector semirrural
con una construcción elevada(puente) donde