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Segundo, según el autor, la diversidad se aplica a la diferenciación de modernidad-mundo-

individuo, lo cual genera diferentes movimientos sociales. Por otro lado, la diversidad
también aplica a los propios “pueblos” (forma inadecuada de describir), pues dentro de
estos “pueblos” existen comunidades que se diferencian unas de otras. Además, diversidad,
para el autor significa “modalidad social radicalmente distinta” (Ortiz, 1998), ya que se
refiere a la lucha de aquellos “pueblos primitivos” contra la expansión de fronteras (de
“civilizaciones más desarrolladas), pues esta expansión amenaza con acabarlos u
oprimirlos. Dichos “pueblos primitivos” no están excluidos de la modernidad aunque
tengan una forma de vida y creencias diferentes a las que son “desarrolladas”, pues
equilibran la modernidad con sus tradiciones. El autor recalca que no puede ser
equiparados, ni comparados, movimientos con comunidades, pues los movimientos surgen
de las ideas de una sociedad moderna, la diferencia en las dos se encuentra en la
“superación”, pues los movimientos y sus luchas pueden superarse, mas la “superación para
los indígenas (por ejemplo), sería la desaparición.
Por otro lado, el autor considera que la diversidad no es sólo la diferencia (muy diferente
del pluralismo), ya que estas diferencias se crean de forma social, por lo cual es muy
relativo y lo que para una sociedad es válido, para la otra no. Así pues, no existe el poder o
dominio (etnocentrismo). Sin embargo, puede existir un “pluralismo jerárquico”, en el cual
la diversidad es ordenada y administrada por instancias dominantes, que pueden ser
“sociedades desarrolladas” vs “pueblos primitivos”, países desarrollados vs países
subdesarrollados, etc. Así pues, el autor argumenta que las “diferencias” también esconden
relaciones de poder (lo ejemplifica con el racismo, pues ordena las razas según autoridad y
poder). Por lo tanto, Ortiz resalta que es importante saber cuándo los discursos de
diversidad pueden esconder desigualdad.
Ortiz toca posteriormente el tema del mercado como institución social que genera y
produce sentido, además de generar desigualdad y diferencias. El cómo ciertos bienes
materiales generan bienes simbólicos (como prestigio o subordinación). El mercado
también genera un cambio del valor cultural (no entendido como la forma de vida de un
pueblo, sino como aquellas expresiones artísticas), pues las industrias culturales desplazan
al gran arte y las tradiciones populares.
Además, el autor considera que la diversidad cultural debe ser vista desde el punto de vista
cosmopolita, pues la universalidad puede recaer en etnocentrismo arrogante en palabras de
Adorno y en imposición. Ortiz propone como ejemplo revisar en término cosmopolita a
reconocer el derecho de los indígenas a poseer sus tierras, ya que se reconocen como no
iguales (diferente a desigual). Además, la universalidad se ve apoyada por el mercado, ya
que ayuda a crear un “gran relato” que homogeniza y es de interés conveniente para los
grandes grupos económicos, financieros y políticos. Así pues, el autor concluye que la
diversidad cultural tiene fuertes implicaciones políticas y resalta que hay que estar atentos
al trasfondo del discurso, pues existen intereses de por medio.

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